Epílogo
Mientras tanto, el famoso escritor sorteaba
las curvas de regreso a Londres escuchando la radio. Para su
sorpresa, el locutor comenzó a hablar de la leyenda del barco
fantasma. El conductor intentó concentrase en la conducción, pero
le fue imposible.
–Según la leyenda –decía el locutor– las
personas que avistaban el barco fantasma se convertían en espíritus
que solo eran vistos por gente que poseían un peculiar don...
Marc tuvo que parar el vehículo y salir de
este para tomar un poco el aire. El coche se recortaba en el
atardecer.
El escritor se dio cuenta, gracias al
locutor de la radio, de que Larry y el otro señor eran almas de
otro tiempo. Por lo tanto, “la Leyenda del Holandés Errante” era
cierta.
Decidió caminar un poco y descubrió un
sendero que nacía junto a la carretera. Comenzó la ascensión y a
los pocos minutos llegó al final y descubrió que, desde aquella
altura, se divisaba toda la bahía.
En ese mismo instante, un fogonazo se
iluminó en mitad del mar y ante él y en todo su esplendor, apareció
la silueta de un enorme buque. El escritor se quedó petrificado
ante semejante aparición y ante el hecho de que las olas no
parecían chocar contra el casco del barco. El frío aire revoloteaba
su pelo.
Lleno de gozo volvió descender el camino,
subió a su coche y continuó su ruta. El manos libres del teléfono
móvil sonó y escuchó a su agente:
–Marc, ¿han llegado a tiempo las
cajas?
–Justo cuando me disponía a dejar el hotel.
Pero muy bien, puedes estar tranquilo.
–¿Has podido terminar la novela?
–Sí, ya lo he acabado.
–No puedes darme un adelanto de cómo se
titulará. Soy tu agente...
–No. Lo siento, tendrás que esperar. Y, por
cierto, no me esperes en Londres vuelvo al hotel.
Marc colgó y subió el volumen de la radio.
La guitarra de Eric Clapton no tardó en inundar el coche. El
vehículo desapareció en el horizonte y una estrella parpadeó en el
firmamento. La luna, en toda su plenitud, empezó a aparecer en
aquella tarde crepuscular.