Capítulo 8

Ella lo había notado. Era evidente por la expresión en sus grandes ojos verdes.

¿Y qué se esperaba? Era un hombre y tenía deseos, necesidades, hormonas, maldita sea.

Y ver a Sam acariciando a Izzy e Izzy mirándolo con ojos brillantes no le hacía nada… excepto hacerle sentirse frustrado.

Estaba contento de que las niñas lo estuvieran pasando bien, porque él no lo estaba pasando muy bien. Estaba impaciente por que llegara la hora de tomar el tren.

aunque tampoco le gustaba dejarlas solas toda la noche. ¿Quién sabía qué podrían hacer Sam e Izzy cuando las niñas y Amelia se fueran a la cama?

Él lo sabía, diablos. ¡Él sabía perfectamente lo que haría si estuviera comprometido con Izzy!

—¿Estás segura de que quieres quedarte? preguntó a Izzy cuando lo llevaron a la estación de tren a las seis.

—Por supuesto —contestó esbozando una sonrisa rápida, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. Siempre que las niñas quieran quedarse —explicó, mirando a las niñas, que asintieron con fuerza. Finn frunció el ceño.

—Pero nos gustaría que te quedaras, tío Finn —dijo Tansy.

—Las cuidaré bien —dijo Sam alegremente, agarrando a Izzy.

No era lo que Finn quería oír en esos momentos.

Intentó tomárselo con calma, pensando que disfrutaría de un poco de tranquilidad. Desde que Izzy y las niñas habían llegado a su casa no había tenido un minuto de reposo.

Pero su apartamento le pareció demasiado grande y silencioso. Llegó alrededor de la media noche, dejó la bolsa que llevaba y sacó una cerveza del frigorífico. Al cruzar la habitación sus pasos resonaron en el suelo.

Se tomó la cerveza de dos tragos y tomó otra. Le ayudaría a dormir, se dijo, aunque estaba cansado.

Una vez que se hubo duchado se dirigió hacia su dormitorio. Ya era el dormitorio de las niñas, había ropa y juguetes por todas partes.

Comenzó a pensar en que tendría que vender la cama de matrimonio y conseguir dos camas pequeñas, y que él se cambiaría al dormitorio que Izzy utilizaba cuando ella se fuera con Sam. Al pensar en ello tragó saliva y quiso apartar el pensamiento. Intentó pensar en la niñera que tenía que buscar, no quería esperar a que lo ayudara Amelia Fletcher.

Si contrataba a una chica interna tendría que comenzar a buscar otro apartamento más grande, uno con tres dormitorios.

Bajó las escaleras y fue hacia el dormitorio que Izzy utilizaba. Las contraventanas estaban abiertas y entraba suficiente luz. No había vuelto a estar allí desde que había escondido las fotos de Tawnee.

Abrió las puertas del armario y contempló las fotos. Estaban detrás de la ropa nueva de Izzy. Seguro que Izzy las había visto y se preguntó qué habría pensado.

Finn sintió un desagradable rubor en las mejillas. Cerró la puerta y se volvió.

Sobre el tocador había unos cuantos cosméticos y al lado una fotografía pequeña enmarcada.

Sería Sam sin lugar a dudas. La tomó para mirarla a la luz que entraba del exterior y vio un hombre mayor que no conocía. Enseguida imaginó quién era. El anciano sonreía y tenía unos ojos inteligentes, algo de él recordaba a Izzy.

¿Se parecería a él cuando se hiciera mayor? ¿Cómo sería dentro de cincuenta o sesenta años? Finn dio un suspiro y luego dejó la fotografía en su sitio.

La habitación estaba ordenada y limpia, excepto un rincón donde estaba la camiseta gastada y vieja que Izzy siempre llevaba. Finn la agarró, estrujándola con los dedos, frotándose las mejillas contra el algodón suave. Tenía el olor de flores y especias de Izzy cuando estaba cerca.

Pero Izzy no estaba cerca, estaba en East Hampton.

Con Sam.

Las recibió impaciente al día siguiente cuando llegaron. Había estado preocupado durante más de una hora escuchando truenos de la tormenta que se avecinaba y se alegró de escuchar voces infantiles en la escalera. Bajó rápidamente y abrió la puerta.

—Ya era hora —exclamó, tomando la bolsa que Izzy llevaba, luego se apartó para dejarla pasar, teniendo cuidado de no tocarla y miró a las niñas.

Izzy se paró al entrar.

—¿Me vas a regañar otra vez?

—Estaba preocupado por las niñas —dijo, sin mencionar que se había imaginado el cuerpo de Izzy lleno de sangre y tendido en la autopista.

—Había mucha gente en la carretera y salimos muy tarde.

—¿Dónde está tu querido novio? ¿Te ha dejado en la esquina? —sabía que no estaba siendo muy amable, pero no podía evitarlo.

—Le he dicho que no hacia falta que subiera. Tenía trabajo que hacer antes de mañana por la mañana.

—Muy bien —dijo Finn, cerrando la puerta.

—Estás muy alegre.

—He pensado algunas cosas. Ya sé que no me tenía que haber preocupado por vosotras —«por ti».

—No, no tenías por qué. Estábamos en buenas manos, y lo sabías.

Finn dijo algo entre dientes. Dejó las bolsas en la cama de las niñas, y luego fue a dejar la bolsa de Izzy en su dormitorio. Miró a la cama un segundo, luego apartó la vista.

No quería recordarse a sí mismo dando vueltas en ese dormitorio con la camiseta de Izzy en la mano.

—Tengo que salir de la ciudad mañana —dijo bruscamente —. Tengo que hacer una sesión en Buck County. Espero que no sea un problema.

—No hay problema —dijo Izzy, pasando a su lado para entrar en el dormitorio.

Fue hacia la ventana y la cerró. Había empezado a llover—. No recuerdo haberla dejado abierta —apuntó.

Finn maldijo entre dientes. ¿Cómo se le había olvidado cerrarla?

—La madre de Sam me ha dado el nombre de tres chicas. Las llamaré para tener una entrevista y conocerlas mientras estás fuera. ¿Qué te parece?

Parecía como si estuviera impaciente por escaparse de allí.

—Como quieras —se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada. Las niñas estaban en el baño echándose agua y riendo—. Vamos, niñas, daos prisa. Es hora de que os vayáis a la cama.

Izzy estaba excitada.

Finn también.

Izzy no era tan inocente que no supiera reconocer la excitación cuando sintió la presión dura contra ella la mañana de la playa. También sabía que era algo que no tenía que ver con ella en particular. A Dios Gracias.

¡Después de todo estaba comprometida a Sam! No, había sido solo cuestión de proximidad y circunstancias. Finn no la amaba, algunas veces hasta creía que no le gustaba la manera de ser de ella.

No estaba muy segura de lo que sentía por él. Suspiró profundamente y descansó la cabeza sobre los brazos, intentando dormir. La lluvia había cesado, dejando la tormenta atrás, pero parecía que se acercaba una nueva tormenta desde el oeste. Pero no era nada comparada con la inquietud que sentía en su interior. Era más de medianoche y ella seguía pensando en cómo el cuerpo de Finn se había apretado contra el suyo.

Había estado toda la noche anterior y el día concentrada en Sam, hablando con él, riendo con él, nadando y caminando.

Y de alguna manera había seguido pensando en la sonrisa del tío de Tansy, y en los ojos del tío de Pansy.

Había intentado no pensar en él. Se había ido a la ciudad a hacer su trabajo, y ella estaba donde debía estar. Era inútil pensar en otro hombre, contemplar sus movimientos, ¡permitir que su cuerpo respondiera a la excitación de él!

Lo mejor sería que una de las chicas que Amelia había recomendado se quedara con las niñas. Pronto.

Finn no parecía tener prisa por cambiar las cosas, pero ella sí.

Comenzaría a hacer llamadas por la mañana temprano. Tansy y Pansy tenían que entrar cuanto antes en su nueva vida.

Y ella tenía que seguir con la suya.

Los dos días en East Hampton habían sido un éxito. Amelia Fletcher no era tan seria como Izzy había pensado al conocerla, así que Izzy se alegró del cambio que había operado Finn en ella. Se imaginaba que Amelia la habría aceptado como nuera de cualquier manera, pero Izzy se alegraba de que hubiera sido así. Quería hacer la vida más fácil para Sam, no más difícil.

Querido y encantador Sam.

¡Qué fácil resultaba complacerlo. Nunca pedía nada. ¡Qué diferente a Finn MacCauley!

¡Ya estaba pensando de nuevo en él!

Izzy se arregló la almohada y cerró los ojos. Vio por centésima vez la ola que los había arrastrado juntos y sintió de nuevo la presión de su cuerpo contra el de ella.

¡Maldita sea! Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. La abrió y aspiró el aire húmedo y espeso de la ciudad.

Vio una sombra en la terraza y miró.

Finn, de espaldas a ella miraba al cielo negro. La cabeza la tenía echada hacia atrás y su pelo era una mancha oscura entre los destellos de las luces. Sólo llevaba unos pantalones sueltos e Izzy contempló la espalda ancha y el movimiento de sus pectorales al respirar. Parecía un lobo en medio de un claro, era salvaje, excitante.

Izzy no se movió, sólo miró. De repente vio una estrella fugaz en el firmamento y exclamó algo.

Finn dio un salto y se volvió.

Sus ojos se encontraron. Tenía la mandíbula apretada, y la expresión contenida.

Su pecho se alzó y bajó rápidamente, y todo su cuerpo pareció ir hacia ella. Pero no lo hizo.

Ella deseó que lo hubiera hecho.

Temerosa del rumbo de sus pensamientos, Izzy se retiró de la ventana y la cerró.

Se había ido cuando ella se levantó. No sabía si había sido porque tenía que ir hasta Pennsylvania o porque había necesitado salir temprano y escapar. Izzy se sintió aliviada.

—¿Cuándo volverá? —preguntó Pansy.

—Esta noche, imagino —contestó Izzy, preparando los cereales del desayuno.

Faltaban muchas horas, pero no serían suficientes.

Nada más terminar de desayunar llamó a las chicas conocidas de Amelia. La primera acababa de aceptar un trabajo, la segunda aceptó ir al final de la mañana, la última iría por la tarde.

—¿Tenemos que escoger a una de ellas? preguntó Tansy preocupada.

—No, si no te gustan.

—No me van a gustar —dijeron las dos niñas a la vez.

—Quizá sí —aventuró Izzy.

—No tanto como tú. ¿Por qué no puedes quedarte? —preguntó Pansy.

—Por Sam, ya lo sabéis. Y…

—No tienes que casarte con Sam —dijo Tansy—, tienes que casarte con tío Finn.

Lo besaste.

—Fue… un error —dijo Izzy con las mejillas rojas—. Además, él no quiere casarse conmigo. No estamos enamorados, y uno se casa con la persona que ama —

dijo con firmeza.

—¿Mamá ama a Roger?

—Yo creo que sí —declaró prudentemente Izzy—. De otra manera no se habría ido con él, ¿no creéis?

—Yo creo que no. Pero tío Finn dice que nos quiere también, aunque nos haya dejado.

—Porque quería lo mejor para vosotras, y pensó que lo mejor sería que vivierais con el tío Finn.

—Será mejor si tú también te quedas —insistió Tansy.

—Estoy segura de que tiene que haber alguna chica encantadora buscando trabajo para cuidar niños. Quizá —dijo Tansy sin mucha convicción.

—Lo dudo —añadió Pansy.

Pero la primera chica que llegó las sorprendió a ambas. Se llamaba Rorie, había crecido en una pequeña ciudad de Oklahoma, y aunque llevaba en Nueva York dos años, seguía siendo espontánea, brillante y de un carácter abierto que inmediatamente sorprendió a las niñas y a Izzy.

Además había trabajado como salvavidas en la piscina de la escuela del barrio, así que compartía el entusiasmo de Tansy por el agua, y le gustaba dibujar. Su último trabajo había sido con una familia que se había marchado al extranjero por tres años, en esos momentos tenía que encontrar trabajo pronto o se tendría que volver a Oklahoma.

—¿Qué os ha parecido? —preguntó Izzy a las niñas cuando Rorie se hubo marchado.

—Está bien —dijo cautelosamente Tansy, pero no parecía tan dudosa como quería aparentar.

—Quizá —añadió Pansy—, pero yo sigo prefiriéndote a ti.

La segunda chica no gustó mucho en comparación con Rorie.

—¿Decimos a Rorie que venga a ver a vuestro tío? —sugirió Izzy.

—Bueno —dijeron las niñas, encogiéndose de hombros.

Izzy esperó que a Finn le gustara Rorie. Ella no se sentiría mal si las niñas se quedaban con ella. Ella y Sam las recogerían algún fin de semana, para que Finn descansara, y tuviera tiempo de encontrar alguna novia entre sus amigas de la alta sociedad.

Así que todo iba a salir bien: Rorie iría a la casa e Izzy se marcharía. Sam estaría feliz, y también Finn. Y ella también. ¿Entonces por qué se sentía tan inquieta? ¿Tan irritable? ¿Por qué su estómago le dolía?

Porque Finn tardaba en regresar, eso era todo.

Eran más de las diez y todavía no había llegado. Sam y ella habían llevado las niñas a la cama, luego se fueron abajo y se sentaron en el sofá, bajo las fotos enormes de Finn, y escucharon un poco de música. Sam había puesto algo romántico, la había tomado en sus brazos y la besaba en la mejilla.

¿Te apetece una taza de café? sugirió Izzy, apartándose.

—No, gracias —dijo Sam, apretándola más. La besó en las sienes. Izzy sentía su aliento contra su rostro.

—¿Té? —insistió—. Yo tengo sed —dijo, levantándose para dirigirse a la cocina.

Sam se levantó también y la siguió. Izzy llenó el cazo con agua y lo puso al fuego, luego limpió una mancha que no había y dobló el paño. Sam la observaba apoyado en el frigorífico. Del salón llegaba un sonido de saxofón que llenaba toda la habitación.

—¿Estás seguro de que no quieres? De acuerdo.

Izzy preparó los tés, los llevó al salón y se volvió a sentar. Sam se sentó en un extremo, Izzy en el otro. Sam se acercó, ella no pudo separarse.

Bebieron el té. Sam se quedó mirándola y ella lo miró, luego desvió la vista.

Cuando por fin terminaron, Izzy siguió llevándose la taza a los labios, para esconderlos detrás, para evitar la mirada hambrienta de los ojos de Sam. Finalmente Sam le quitó la taza y la puso en la mesa, luego acercó sus labios a los de ella, e Izzy se quedó inmóvil, casi sin respirar.

Sam se acercó más, la rodeó con los brazos y la miró fijamente. Izzy dio un respingo al oír pasos en la escalera, se levantó rápidamente apartando a Sam.

—¡Viene!

Sam se echó hacia atrás y la miró.

—¿Quién?

—¡Finn!

—¿Y qué? No creo que se sorprenda mucho. Pienso que ha visto a gente besarse.

—Ya lo sé —admitió Izzy, cruzándose de brazos—. Pero… no quiero que nos vea. Sam estaba a punto de protestar cuando la puerta se abrió. Finn entró, miró primero a Sam en el sofá, luego a Izzy, que se dirigía a la cocina con las tazas en la mano. No dijo nada.

—El agua está casi caliente. Puedo prepararte un té si quieres —ofreció amablemente Izzy.

Finn miró a Sam, que estaba pasándose la mano por el pelo y tenía una expresión seria.

—¿Qué te parece, Sam, quieres otra taza? —siguió Izzy.

—No es té lo que quiero en estos momentos —dijo Sam descaradamente, con los ojos fijos en Izzy.

No había ninguna duda de lo que quería. Izzy podía verlo en sus ojos, y sabía que Finn también lo notaba. Se ruborizó intensamente.

—Encontré la chica perfecta para ti. Niñera, quiero decir —dijo a Finn—. A las niñas también les ha gustado. Es la respuesta a tus súplicas.

Finn no dijo nada.

—Se llama Rorie, es de Oklahoma. Le gusta nadar, ha sido incluso salvavidas; y dibuja y pinta. Le he dicho que venga a verte al final de la semana.

—Anúlala.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tengo una sesión fuera de la ciudad el jueves, me iré una semana a Jackson Hole, Wyoming.

—¿Una semana? ¿A Jackson Hole? No hay problema, ¿verdad, Sam? No te importa que me quede otra semana, ¿no? Tú puedes venir a ayudarme.

—No —dijo Finn antes de que Sam pudiera decir nada.

—¿Qué quiere decir ese no? Claro que puede, le gustan mucho las niñas.

Finn se encogió de hombros, como si no hubiera otra alternativa.

—No os vais a quedar aquí, vendréis conmigo.