Cuestión de necesidad
Cuando Jack Ferris se convirtió en padre adoptivo a la fuerza, necesitó desesperadamente una asesora. Frannie Brooks reunía todos los requisitos. Tenía un toque especial para cuidar a su bebé... y a él también.
Antaño Frannie había amado a un hombre que sólo había buscado en ella sus habilidades domésticas y su saber hacer con los niños... y se había jurado que aquello no volvería a suceder. Pero Jack la había hecho sentirse como una mujer deseable y sensual por primera vez, aunque, ¿cómo podría estar segura de que la quería realmente a ella y no simplemente a sus habilidades maternales?
Capítulo Uno
Tenía un físico fantástico, tal y como le había dejado creer Dee. Sus ojos eran de un indescriptible color gris; su mandíbula, cuadrada y bien afeitada, le daba un aire de tenacidad, y castaño claro era el color de su cabello, muy corto por los lados.
Frannie lo observaba mientras paseaba arriba y abajo por la oficina, hablando por su teléfono móvil. Tenía las espaldas lo suficientemente anchas como para colocar sobre ellas una bandeja con un servicio entero de té. Pensó que era más alto que cualquiera de sus hermanos, de largas piernas, cintura estrecha y un trasero... maravilloso. Estuvo a punto de reírse en voz alta. Nunca se le habría ocurrido elaborar ni siquiera mentalmente una frase parecida antes de abandonar la casa familiar y labrarse una vida propia. De pronto, él se volvió y le sonrió.
Frannie dejó su maletín en el suelo y tomó asiento frente al escritorio de Jack Ferris. De hecho, no tuvo otra elección. Aquella sonrisa la había dejado sin aliento, le había debilitado las rodillas, acelerado el corazón: todos aquellos estúpidos tópicos que siempre había oído de repente ya no le parecían tan estúpidos... Dee ya se lo había advertido: «Las mujeres se pelean por él. Literalmente». Increíble. Probablemente caería desmayada si volvía a sonreírle de aquella forma.
-Estará con usted dentro de un momento –le dijo en ese instante a Frannie la atractiva secretaria, sonriéndole con simpatía antes de cerrar la puerta del despacho.
Él seguía hablando por teléfono, con gesto exasperado:
-Ya te he dicho que lo siento, Mona. Ese día tengo un partido, y ya sabes que me encantaría llevarte conmigo...
Su tono de voz sonaba muy tierno, pero Frannie dudaba que a Mona le pareciera tan encantador si en aquel momento pudiera verlo apretar los dientes. Intentando deliberadamente no escuchar la conversación, apoyó el maletín sobre las rodillas y sacó el portafolios que contenía su trabajo. Nada más abrirlo, se olvidó de Jack Ferris y de su legendario encanto. Con una mirada crítica, estudió las fotos de algunos de los vestidos de novia que había diseñado. Había pensado en presentarlos en un catálogo, y de hecho era por eso por lo que había ido allí. Aquella agencia de publicidad tenía fama de ser la mejor. Mientras seguía examinando las fotografías, un pequeño pitido del teléfono móvil le indicó que su dueño acababa de desconectarlo.
-Señorita Brooks, me disculpo por haberla hecho esperar. Soy Jack Ferris -atravesó el despacho en tres zancadas, con la mano tendida hacia ella y aquella impresionante sonrisa nuevamente en sus labios.
A Frannie le resultó imposible no responder. Se levantó de manera automática para estrecharle la mano... y de inmediato hizo un vano intento por sujetar las fotos que fueron a parar al suelo.
-¡Oh, vaya!
Se arrodilló para recogerlas. Jack Ferris hizo lo mismo, muy cerca de ella. Frannie tenía la cabeza a sólo unos centímetros de su barbilla, y pudo aspirar su aroma masculino antes de apartarse rápidamente. Tuvo la sensación de que la atmósfera a su alrededor se había tornado densa, pesada; de hecho, incluso le costaba respirar.
Frannie no pudo evitar mirarlo, de rodillas en la alfombra, frente a ella. El tiempo quedó paralizado mientras sus miradas se encontraban. Pero no podía permitir que él se diera cuenta de lo mucho que la afectaba; sospechaba que estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies y no tenía ninguna intención de suscitarle esperanzas. Esbozando una irónica sonrisa, le tendió de nuevo la mano.
-Gracias, señor Ferris. Bueno, intentaremos de nuevo la presentación.
-Por favor, tuteémonos: llámame Jack.
Le estrechó la mano y la ayudó a levantarse, sin soltársela. Frannie no tuvo más remedio que dejarse guiar hasta los sillones que rodeaban una mesa de café, en una esquina del despacho y al lado de un alto ventanal.
-Aquí podremos charlar mejor. No me gustan las formalidades -la hizo sentarse en un sillón-. Veamos. Necesitas un poco de publicidad para tu... -consultó unas notas de su bloc amarillo-... negocio de costura.
-Mi negocio de diseño de vestidos de novia -lo corrigió ella-. Me dedico a crear vestidos elaborados a mano y ayudar a las novias a seleccionar accesorios que complementen sus conjuntos. También diseño vestidos para otras ocasiones, y próximamente me encargarán la restauración de un antiguo vestido nupcial que ha permanecido guardado en un ático durante cincuenta años.
-Lo siento -Jack Ferris parecía divertido-. No pretendía ofenderte. Guardo el mayor de los respetos por la gente que sabe manejar una aguja. En ese sentido, yo soy un auténtico inútil; ni siquiera sé coserme un botón.
-Mucha gente dice lo mismo -rió Frannie-. En realidad, no es nada complicado.
-Mis manos son demasiado grandes. Y puede que tenga buenos reflejos, pero no soy muy bueno coordinando movimientos. Pero bueno... -la miró intensamente-... ¿en qué puedo ayudarte?
-Abrí la tienda apenas el año pasado. Me ha ido bien, incluso mejor de lo que había esperado en Westminster, y pretendo publicitar modestamente el negocio para introducirme en el área de Baltimore, a una escala mayor. Hasta ahora prácticamente mi publicidad se ha limitado al boca a boca.
-¿Qué es lo que hiciste para preparar el terreno cuando abriste el negocio? -le preguntó Jack, curioso.
-Bueno, tengo una amiga muy hábil -no pudo evitar sonreír al recordarla-. Una vez que decidió presentarme a alguna gente, me puse a trabajar de inmediato. Aquella gente se lo dijo a otra gente, y... bueno, ya sabes cómo funciona eso.
-Sé que sólo funciona si se tiene un producto de calidad -repuso él-. Así que debes de ser buena. ¿Dónde aprendiste a co... perdón, a diseñar?
-Estudié dos años en una facultad de Filadelfia antes de regresar a casa.
-¿Eres de Westminster?
-No exactamente. Me trasladé a Butler County cuando empecé con la tienda. Mi familia vive en Taneytown, carretera arriba -aspiró profundamente-. El asunto es, Jack, que mi presupuesto es muy apretado. No puedo permitirme una gran campaña publicitaria.
-Tengo clientes con todo tipo de necesidades y capacidades diferentes.
Dado el brillo de su mirada, Frannie dudaba que se estuviera refiriendo estrictamente a los negocios. Pero ella no había ido allí a flirtear con un playboy a la caza de cualquier mujer que se le pusiera por delante, por muy atractivo que fuera. Le devolvió la sonrisa.
-Para la próxima primavera pienso exponer mis creaciones en varias tiendas. Pensé en elaborar algún tipo de folleto que la gente pudiera llevarse con cada vestido.
-Ésa es una buena iniciativa para incrementar tu cantidad de clientes -asintió Jack, sonriendo de nuevo-. Y cuentas con el mercado adecuado: todas esas futuras novias dispuestas a derrochar su dinero en vestidos.
-La mayor parte de mis dientas son muy cuidadosas con su dinero -repuso Frannie algo tensa.
Cuanto más intentaba tranquilizarla él, más nerviosa se ponía. Ya había tratado antes con hombres de su tipo. Uno muy en particular, y ahora sabía por qué la alteraba tanto: Oliver había sido tan encantador como él. O mejor dicho: Oliver había sido un especialista en servirse de su encanto. Justo como Jack Ferris.
-Es un buen lugar por donde empezar -comentó Jack, pensativo, después de tomar unas notas-. Vamos con la asequibilidad - se interrumpió, volviendo a la realidad-. ¿Tus vestidos tienen precios asequibles?
-Mis precios son razonables, para tratarse de prendas elaboradas a mano. Los he comparado con muchos otros.
-Bien -garabateó algo con energía-. ¿Por qué no me dices lo que quieres que figure en el folleto? ¿Qué es lo que deseas transmitir a la gente acerca de tus vestidos?
Más tarde, cuando se disponía a marcharse, Frannie se dijo que una vez que se concentraba en el tema profesional Jack Ferris era muy eficiente. Lamentablemente volvió a flirtear de nuevo, en el último momento:
-Estaremos en contacto -le dijo en voz baja, haciéndole un guiño.
-Pensaré en las ideas que me has sugerido para el folleto -replicó ella, viéndose obligada a estrecharle otra vez la mano. Como en la primera ocasión, se estremeció ante su contacto firme, cálido, íntimo.
Frannie vislumbró el alocado revoloteo de dos pares de manos en el mismo momento en que entró en el pequeño restaurante, y se acercó a la mesa donde sus dos mejores amigas de Westminster la estaban esperando. Advirtió con diversión que Julián Kerr ya había logrado atraer a un hombre, que no dejaba de mirarla con expresión depredadora.
-Hola, Frannie -Deirdre Patten se levantó desesperadamente de su asiento para abrazarla. Para Dee, los hombres eran tan temibles como los perros de presa. Incluso algo tan inofensivo como tener cerca a uno rondando a Jill la sacaba de quicio.
-Cariño -Jill también se levantó, y rodeó la mesa para besarla en las mejillas. El hombre que estaba con ella se vio obligado a retroceder, y Jill le sonrió por encima del hombro, diciéndole-: Bueno, Bill, ya es hora de que desaparezcas. Esta es un comida reservada exclusivamente para mujeres.
-Nunca dejas de sorprenderme -le comentó sonriente Dee cuando el hombre se hubo marchado-. ¿Acaso se te ha resistido algún hombre al que hubieras señalado simplemente con el dedo? Lo dudo mucho.
Para su sorpresa, la alegre sonrisa de Jillian se evaporó por un instante.
-Una vez -confesó, para luego añadir con tono sombrío-: Pero nunca volverá a suceder.
Siguió un incómodo silencio. Sabiendo que Jill rechazaría cualquier gesto de simpatía o compasión, Frannie comentó con tono ligero:
-¿Sabes? Jack Ferris y tú haríais una buen pareja.
-¡Aj! -exclamó Jill haciendo el signo de la cruz con los dedos, como para conjurar aquella idea-. Conozco a Jack. Cuando tenga noventa años, seguirá flirteando. Es guapo, pero definitivamente no es mi tipo: me gustan los hombres a los que puedo controlar.
-Olvídate de Jack, entonces -rió Deirdre-. Ése es muy difícil de mantener a raya -luego se volvió hacia Frannie-. Entonces, ¿fuiste a verlo por fin? ¿Qué te comentó sobre tu idea del folleto?
-Quedó en que trabajaría sobre ello para darme un presupuesto. Se suponía que me llamaría al día siguiente, pero ya han pasado cerca de dos semanas desde entonces... -explicó Frannie, y arqueó las cejas para mirar a Deirdre-. No esperaba que fuera así. Me sorprende que puedas llegar a sentirte cómoda con él.
-Jack y yo crecimos en la misma calle -se encogió de hombros-. Mi hermano jugaba al fútbol con él. Durante años para mí fue como otro hermano...
-¿Y bien? -Jillian miró a Frannie-. ¿Qué opinión le merece a la señorita Brooks Jack El Ligón? ¿No se te hizo la boca agua?
-Creía que no estabas interesada en él -sabía que estaba eludiendo una respuesta directa,.
-Que no quiera casarme con él no significa que no aprecie la manera en que le quedan los vaqueros -Jillian le hizo un guiño a Dee-. ¿Qué te pareció?
-Como tú misma acabas de decir, es un ligón -Frannie sacudió la cabeza-. Es muy consciente de que las mujeres caen rendidas ante su encanto. Lo cual, estoy segura de ello, constituye un buen alimento para su vanidad.
-¿Caíste tú rendida a sus pies? -inquirió Jill, asombrada-. Yo creía que eras inmune a los ligones.
-Él no es así -protestó Dee-. Jack es un buen tipo. No creo que sea de los que llevan la cuenta de sus conquistas.
-Eso tendremos que averiguarlo -añadió Jill, y señaló a Frannie-. Tú eres la elegida.
-No lo creo -Frannie se echó a reír, y luego se puso seria-. Además, no puedo decir que me sienta muy impresionada por su tardanza en llamarme. No estoy muy segura de querer utilizar sus servicios, por muy razonables que sean sus precios.
-Eso no es propio de Jack -intervino Deirdre-. Lo veo muy poco últimamente, pero a no ser que haya experimentado un cambio radical, es una persona muy formal y responsable, sobre todo en cuestiones de negocios.
-Oh, bueno -Frannie hizo un gesto de indiferencia, mientras la camarera se les acercaba para pedirles la orden-. En este sentido, lo único que quiero es que me devuelva mis fotos; las necesito para enseñárselas a posibles dientas.
Frannie se jugaba mucho con su negocio. Trasladarse sola a la ciudad, aunque fuera una tan pequeña como Westminster, había significado un gran paso para una chica que había vivido toda su vida arropada por su familia. Le había resultado extraño no tener a alguien que cuidara de ella al principio, o que se entrometiera en su trabajo.
Fue al teléfono y marcó el número de la agencia de Jack Ferris. Contestó la llamada la misma chica que la había saludado el día en que se presentó en su despacho, y cuando Frannie le preguntó por Jack, ella le explicó que se encontraba fuera de la ciudad y que volvería pronto. Frannie tuvo que limitarse a dejarle un mensaje.
Cinco días después, lo intentó de nuevo. En esa ocasión dejó un mensaje grabado en el contestador automático. Lo mismo le ocurrió los restantes días de la semana; al parecer la agencia había cerrado provisionalmente debido a una emergencia familiar.
Para el viernes siguiente, Frannie ya había perdido la paciencia con Jack Ferris y su irresponsabilidad profesional, tuviera problemas o no. Cuando marcó su número, volvió a escuchar el mensaje de su contestador automático. Ya estaba bien. Llevaba un mes esperando. Aquello era inexcusable. Necesitaba sus fotos. Si Jack Ferris no respondía a sus llamadas, iba a tener que acampar delante de su puerta hasta que recuperara su álbum.
Jack Ferris vivía en un elegante edificio de aspecto selecto y lujoso. Frannie llamó al timbre varias veces, pero nadie contestó, y tampoco oyó ninguna voz o sonido del interior. Tal y como había esperado, la puerta estaba cerrada con llave. Maldijo a aquel hombre; aparte de ser un impenitente ligón, era un verdadero irresponsable.
Furiosa, rodeó el edificio para dirigirse a su parte trasera y accedió a la terraza, que tenía dos pisos. Había una puerta corredera de cristal a la izquierda de un gran horno de barbacoa, y a través de las persianas verticales pudo distinguir una cocina, un comedor y, más allá, parte del salón. Todo tenía un aspecto inmaculado, impecablemente ordenado: los únicos detalles que desentonaban eran una taza de café abandonada a un lado del mostrador, y un periódico tirado en el suelo.
Frannie estaba intrigada. Casi parecía como si Jack hubiera abandonado la casa a toda prisa, sin que hubiera regresado desde entonces. Tuvo que recordarse que nada de aquello era de su interés, mientras bajaba los peldaños de madera volviendo sobre sus pasos. Todo lo que quería era recuperar sus fotos.
De pronto, justo en el momento en que abría la puerta de su camioneta, un deportivo plateado aparcó a su lado, con Jack Ferris al volante. Ya se dirigía decidida hacia él cuando, en el asiento delantero, vio algo que la dejó anonadada: un asiento especial para niños. Y el asiento estaba ocupado por lo que parecía ser un bebé, asomando la cabecita y lloriqueando.
Antes de que Frannie pudiera asimilar la escena, Jack salió del coche; estaba despeinado, y tenía un aspecto nervioso, alterado. Rodeó el vehículo casi sin mirarla, y la saludó con un indiferente «hola» mientras se dedicaba a sacar a la criatura. Con la puerta abierta, el llanto del bebé incrementó de inmediato su volumen. Jack lo sostuvo con un brazo mientras intentaba hacerle carantoñas, como si no supiera qué diablos hacer para tranquilizarlo. Luego se volvió para mirar a Frannie.
-Eres Frannie Brooks, ¿verdad?
-Sí -se esforzó por adoptar un tono frío y profesional, pero cada vez le resultaba más difícil ignorar los gritos de la criatura-. He estado intentando ponerme en contacto contigo. Necesito que me devuelvas mi álbum de fotos. Inmediatamente.
Jack se cambió de brazo al bebé y sacó de detrás del asiento una bolsa de pañales. Seguía llorando a todo volumen.
-Oh, vaya... -sacudió la cabeza-. Me había olvidado completamente. Apostaría a que te gustaría propinarme una buena paliza...
Cuando se incorporó de nuevo, Frannie advirtió por primera vez el aspecto tan lamentable que ofrecía; tenía ojeras y necesitaba un buen corte de pelo. Al ver que el niño se le estaba resbalando, extendió los brazos de manera automática:
-¿Puedo...?
-Por favor -Jack asintió de inmediato.
Le entregó el bebé y Frannie automáticamente se lo apoyó suavemente en un hombro, sujetándolo del trasero con una mano y acariciándole la espalda con la otra. Se dio cuenta entonces de que había empezado a susurrarle palabras cariñosas, meciéndolo con ternura, y suspiró resignada. Las viejas costumbres retornaban con peligrosa rapidez.
Jack sacó del maletero una cuna portátil y varias bolsas más. Prácticamente enterrado debajo de todos aquellos artículos, volvió a reunirse con Frannie y observó al bebé: por fin parecía haberse quedado tranquilo.
-¿Cómo lo has hecho? Alexa ha estado llorando desde el mismo instante en que salimos del avión.
-¿Has volado en avión con ella? -inquirió Frannie, asombrada.
-Sí... es una larga historia. Pero dudo mucho que te interese -vaciló por un momento-. ¿Podrías sostenérmela hasta que saque todo esto del coche y monte la cuna? -al ver que ella asentía, continuó-: El caso es que... -le dijo por encima del hombro mientras se dirigía hacia la puerta-... tus fotos están en mi despacho. Si puedes esperar a mañana, le diré a mi secretaria que te las entregue a primera hora. La oficina ha estado cerrada -sacudió la cabeza-. Lo lamento de verdad. Creía haber atado todos los cabos sueltos.
Frannie lo siguió con el bebé en brazos. En aquel momento sus fotos parecían haber perdido toda importancia, y se avergonzaba incluso de haberse enfadado tanto.
-No te preocupes.
Cuando entró en el apartamento, no pudo menos que admirar el lujoso mobiliario. Sobre la carísima alfombra Jack había amontonado decenas de artículos de bebés y estaba esforzándose por desplegar la cuna portátil; desafortunadamente, tan pronto como extendía un bastidor, se plegaba el otro. Frannie se apiadó de él y le sujetó un extremo con su mano libre.
-Vale, tira ahora.
La cuna se extendió del todo y Jack se incorporó con un suspiro.
-Gracias. ¿Por qué no la dejas aquí tumbada mientras me ocupo de deshacer el equipaje? Probablemente se entretendrá jugando hasta que termine.
Frannie esperaba que estuviera bromeando.
-Hum, odio parecer una entrometida, pero no creo que vaya a quedarse muy contenta si la dejas aquí -Frannie miró al bebé, que ya no estaba llorando pero que movía la cabecita contra su suéter, inquieta; evidentemente tenía hambre.
-Bueno, me la llevaré -señaló Jack, dubitativo-. Supongo que podré deshacer el equipaje con una sola mano -y se dispuso a recibir al bebé con un evidente gesto de aprensión.
-¿Jack?
-¿Qué? -se detuvo.
Frannie esperó, pero él parecía ignorar sinceramente el cada vez más inquieto comportamiento de la pequeña.
-Creo que tiene hambre.
-¡Claro! -se dio una palmada en la frente-. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? La señora del avión dijo que probablemente sentiría hambre cada tres o cuatro horas.
Aquella situación se estaba tornando cada vez más extraña. Frannie no alcanzaba a imaginar qué podía estar haciendo Jack Ferris con aquel bebé. Evidentemente no tenía la más ligera noción de cómo cuidarlo.
-¿Cuándo fue la última vez que le cambiaste el pañal?
-No lo sé... Supongo que.. Creo que la cambió una de las azafatas,
-¿Lo crees? ¿Dónde está su madre, Jack? ¿Se puede saber por qué diablos te confió a ti el bebé?
-Su madre ha muerto -se encogió de hombros, y miró a la pequeña-. Ahora sólo me tiene a mí.
«Su madre está muerta»; Frannie jamás se había imaginado esa respuesta, se sentó lentamente en el borde del sofá. El peso del bebé en sus brazos le pareció súbitamente cálido y vivo, precioso y frágil.
-¿Quieres decir que tú la estás cuidando?
-Sí -Jack se sentó en un sillón frente a ella-. Yo poseo su custodia legal, y soy el único pariente vivo que le queda -apoyó los codos en las rodillas, entrelazando sus grandes manos y bajando la cabeza.
-¿Ella es... ? ¿Eres tú su padre?
-¡Por supuesto que no! -exclamó, levantando bruscamente la cabeza.
-Bueno, era una pregunta previsible -el bebé estaba más intranquilo, y se levantó para mecerlo-. Quizá sería mejor que le cambiáramos los pañales y la alimentáramos.
-Bien -Jack se levantó también, y miró la bolsa con los pañales-. Frannie... ¿podrías quedarte... un rato aquí? -tenía una expresión tan patética que ella se habría reído a carcajadas si la situación no hubiera sido tan seria-. No quiero entrometerme si tienes otros planes, pero necesito un curso acelerado acerca de cómo cuidar a un bebé. Sólo las cosas más básicas...
-Claro. Me quedaré un rato aquí.
El Jack Ferris que tenía delante de sí era muy diferente de aquel prepotente ligón con el que se había entrevistado el mes pasado en su despacho. Mientras ella se ocupaba de cambiar a la pequeña Alexa, Jack terminó de meter en la casa las cosas que había traído en el coche. Luego se quedó observando cómo le preparaba el biberón, controlando la temperatura.
En cierto momento Frannie advirtió que llevaba un bloc de notas en la mano y le preguntó:
-¿Piensas trabajar esta noche? Tienes que comprender que los bebés...
-No, no voy a trabajar -cansado, se dejó caer en el sofá, a su lado-. Estoy tomando notas de todo lo que estás haciendo para no olvidarme cuando tenga que hacerlas yo.
-Todo esto está en los libros -repuso ella con tono suave.
-¿Cómo es que sabes tanto sobre bebés?
-Tengo tres hermanos pequeños -respondió-. Y dos de ellos tienen hijos que yo he ayudado a criar.
Jack tenía los ojos cerrados y Frannie se arriesgó a mirarlo por un momento, admirando los rasgos de su perfil. Su mandíbula cuadrada tenía una profunda sombra de barba, como si no se hubiera afeitado en varios días, un detalle que subrayaba aun más su masculinidad.
Mientras levantaba al bebé para que eructara, le rozó un brazo con el suyo. Aquello fue como tocar cemento. Falso: el cemento no exudaba calor, no incitaba tanto al contacto. En aquel instante Jack se volvió hacia ella, y Frannie se olvidó de todas sus especulaciones.
-Gracias.
Contemplando fascinada sus labios, Frannie no pudo menos que preguntarse cómo besaría...
-Tienes que saber que un bebé va a trastornar completamente tu vida -le comentó, en un esfuerzo por poner coto a aquellos pensamientos-. ¿Estás seguro de que no hay nadie más... ninguna otra persona que pueda hacerse cargo de Alexa?
-Sí, estoy seguro -aunque aún seguía vuelto hacia ella, parecía ensimismado en un recuerdo triste y doloroso.
Sin pensarlo, Frannie le acarició una mejilla con la mano libre. De inmediato, Jack se la cubrió con la suya y volvió a cerrar los ojos como para saborear mejor aquel contacto.
-Alexa es mi sobrina -explicó; luego le tomó la mano para llevársela a su regazo y se puso a jugar con expresión ausente con sus dedos-. Mi hermano y su mujer murieron en un accidente de tráfico.
-¿Entonces tu hermano es... era su padre?
-Sí. Randy y Gloria llevaban intentando durante mucho tiempo formar una familia. Estaban locos de alegría cuando nació Alexa -cerró los ojos, como si quisiera negarse a ver la realidad-. El accidente ocurrió dos semanas después del nacimiento. Alexa no resultó herida porque iba en la parte trasera; la delantera quedó destrozada.
Frannie ahogó un sollozo. Estremeciéndose involuntariamente, entrelazó los dedos con los suyos, apretándole la mano con fuerza.
-Oh, Jack, lo siento tanto... qué terrible tragedia...
-He estado en Florida durante casi un mes -continuó explicándole, suspirando-, haciéndome cargo de todos los detalles y de los trámites para la custodia de Alexa.
Ahora comprendía Frannie aquellos pequeños detalles de la taza de café y el periódico en el suelo de la cocina. Nada más conocer la noticia, tenía que haber salido disparado de casa.
-Es una niña afortunada -dijo para consolarlo-. No conozco a muchos hombres que estuvieran dispuestos a asumir un compromiso semejante sin presentar serias reservas.
-Oh, yo tengo muchas reservas -le aseguró Jack-. Ya has visto mis habilidades para cuidar niños. Después de pasar unos días conmigo, puede que Alexa no se considere tan afortunada –sonrió con tristeza.
-Me refería a más bien a los efectos que tendrá un bebé sobre tu vida social. Para no hablar de tus intereses románticos...
-Ya, puedo prever que se producirán algunos cambios muy serios en el futuro. Puede que tenga que casarme para conseguir alguna ayuda con esto -señaló al bebé, que en aquel momento dormitaba en el regazo de Frannie.
Tal vez estuviera bromeando, pero sus palabras la irritaron sobremanera:
-¿Por qué? Las mujeres no están automáticamente programadas para convertirse en cuidadoras de niños.
-No es eso lo que quería decir.
-Tengo que irme -le entregó el bebé y dejó el biberón sobre la mesa-. Está agotada. Será mejor que la acuestes ahora mismo. Volverá a tener hambre al cabo de algunas horas.
-Frannie, espera.
Pero ella ya no quería oír nada más. No podía disimular que le había desagradado profundamente su comentario, hubiera sido intencionado o no. No cuando tenía una imagen tan vivida de sí misma a punto de arruinar su vida en un matrimonio sin amor... precisamente por aquella misma razón.
-Tranquilízate. Saldrás adelante. En esas notas tienes escrito todo lo que necesitas saber para sobrevivir esta noche. Mañana podrías llamar al puericultor. Tal vez te recomiende recibir unas clases y a alguien para que te ayude.
Buscó su bolso, diciéndose que no tenía ninguna razón para sentirse culpable. Aquel bebé no era su problema. Apenas conocía a Jack y, ciertamente, no era responsable de ayudarlo con Alexa. Ya se las arreglaría...
Capítulo Dos
Fiel a la palabra de Jack, el álbum de fotos le fue entregado a primera hora de la mañana por la misma secretaria que la había recibido en su despacho.
-De verdad que lo lamento -le dijo la mujer-. Jack y yo tuvimos que arreglar un montón de asuntos por teléfono cuando lo llamaron de Florida, y a mí se me pasó por completo.
-No importa -repuso Frannie-. Estas cosas suelen pasar.
-Jack me contó que el viernes por la tarde su ayuda le vino como caída del cielo -la rubia sonrió con simpatía-. Durante todos los años que llevamos juntos, jamás me lo había imaginado haciendo de padre. Jamás.
Aquellas palabras tomaron desprevenida a Frannie. El encantador comportamiento que Jack había tenido con ella la noche anterior le había hecho olvidarse del tipo de hombre que era en realidad. Se sintió furiosa. Evidentemente no se había molestado en volver a flirtear con ella cuando a todas luces mantenía una relación a largo plazo con su propia secretaria.
-No tuvo ninguna importancia -repuso, prácticamente despidiéndola y disponiéndose a cerrar la puerta-. Habría hecho lo mismo por cualquiera.
Durante el resto de la mañana Frannie fue presa de un sentimiento de... decepción. Debía de ser un rasgo perfectamente humano pensar siempre lo mejor de cada persona. Le había otorgado a Jack el beneficio de la duda sin pensárselo dos veces: algo muy grave teniendo en cuenta que ya había tenido una experiencia de primera mano con un hombre similar.
Bueno, no iba a seguir pensando en Jack Ferris, así que continuó trabajando. A media mañana, el repartidor de la floristería entró en la tienda.
-Te traigo esto, Frannie -el hombre resultaba prácticamente invisible bajo el enorme ramo de rosas rojas-. Debes de haber impresionado de verdad a este tipo...
-Pues no alcanzo a imaginar cómo -repuso ella-. Serán probablemente para alguna de mis clientas, aunque no entiendo por qué las han enviado aquí.
-Yo no conozco los detalles -el repartidor dejó el ramo sobre el mostrador de cristal-, pero tu nombre está escrito aquí -señaló la dirección antes de marcharse-. Que pases un buen día.
-Tú también -respondió Frannie con tono ausente mientras sacaba la pequeña tarjeta blanca del sobre-. Tú eres mi ángel. Jack -leyó en voz alta cuando se quedó sola.
La invadió una inefable sensación de placer. La imagen del rostro de Jack apareció por un instante en su mente, antes de perecer aplastada por la cruda realidad. Jack sólo le estaba expresando su agradecimiento con aquel aparatoso gesto. Ya estaba comprometido al menos con una mujer, pensó al recordar la conversación que había mantenido por teléfono cuando entró aquel día en su despacho, para no hablar de la relación con su secretaria...
-¡Guau! ¿Qué es lo que has hecho para ganarte esto? -exclamó April, su ayudante, al ver las rosas, y lanzó un vistazo a la tarjeta-. ¿Quién es Jack?
-Sólo es un pequeño favor, y Jack simplemente es un conocido -bajo la escrutadora mirada de April, Frannie disimuló su inquietud. Era verdad; Jack sólo era un conocido suyo al que había ayudado. Aquellas rosas significaban simplemente: «gracias».
El resto de la semana transcurrió en medio de una frenética actividad: junio era un gran mes para el negocio de los vestidos de novia. El viernes por la tarde Frannie y April estaban compartiendo un refresco en la trastienda mientras descansaban después de tanto coser, cuando por enésima vez sonó la campanilla de la puerta.
Agotada, Frannie se levantó; habría dado cualquier cosa con tal de cerrar durante el resto del día, pero tenían programadas sesiones de pruebas para aquella misma tarde. Con un suspiro, entró en la tienda y se quedó paralizada al ver a Jack Ferris apoyado en el mostrador, mirándola sonriente. Llevaba a Alexa en una mochila, fijada al pecho, y con su camisa tejida y sus pantalones color arena tenía una apariencia sencillamente magnífica. El corazón le dio un salto en el pecho y por un instante contuvo la respiración.
-Esto sí que es una sorpresa -pudo decir al fin.
Para su alivio, su voz sonaba relativamente normal.
-Lo sé -se acercó a ella-. Veníamos de ver al médico y pensé que quizá quisieras saber cómo le está yendo a Lex.
-¿Lex? ¿A tu hija la llamas Lex?
-Sí; es un diminutivo -le sonrió-. ¿Frannie es el diminutivo de Francesca?
-Ojalá -sacudió la cabeza, retrocediendo-. De Frances.
-Me alego de que no te llamen Francés, o Fran. Me gusta «Frannie» -pronunció Jack sin dejar de avanzar hacia ella.
Frannie se dijo que no le importaba que le gustara o no; sólo quería que aquel hombre dejara de invadir su espacio personal. Retrocedió otro paso, hasta quedar acorralada contra la pared.
-A mí también me gusta.
-Y Jack, por supuesto, es el diminutivo de John. ¿No crees que me sienta bien? -se le acercó aún más.
-Sí -aspiró profundamente-. Oye, me estás acorralando.
-Ya lo sé.
Estaban a sólo unos centímetros de distancia, separados por el cuerpecillo de la niña enfundado en la mochila. Jack estaba esbozando de nuevo aquella íntima sonrisa, y Frannie tuvo que recordarse que era como una segunda naturaleza para él, que no era sincera.
-¿Les haces esto a todas tus amigas? -procuró adoptar un tono ligero y divertido.
-Sólo a mis favoritas -contestó él, pero entonces retrocedió; por un instante, su expresión se tornó pensativa.
-Gracias por las rosas. Aunque no era necesario...
-No lo hice porque fuera necesario. Valoro las molestias que te tomaste ayudándome con Alexa. Estuvo en un hogar infantil prácticamente hasta el momento en que subió conmigo al avión. Yo nunca había tratado demasiado a los bebés. Para mí fue un shock tener a esta criatura dependiendo de mí para todo tipo de necesidades.
-Un primer bebé es un shock incluso cuando has previsto su llegada desde hace meses.
-Y que lo digas. Cuando la gente habla de lo bonitos que son los bebés, nadie te dice que te levantan de la cama de madrugada, o que te vomitan encima diez veces al día, o que gritan a rabiar cuando intentas bañarlos.
Frannie se llevó una mano a la boca para contener la risa.
-¿Esto te parece divertido, verdad?
-Sí, pero precisamente porque yo ya he pasado por ello.
-Recuerdo que me dijiste que habías ayudado a criar a tus sobrinos.
-Sí; tengo cinco sobrinos. Hace un par de años, la mujer de uno de mis hermanos tuvo gemelas. Eran prematuras y necesitaron un montón de cuidados durante los primeros meses antes de que pudieran abandonar el hospital -sonrió, recordando los problemas que le habían dado las gemelas de Robert-. Durante cerca de tres meses, necesité desesperadamente dormir unas pocas horas seguidas, sin interrupciones.
-Sólo ha pasado una semana, y yo ya estoy experimentando esa misma sensación -asintió Jack-. En las dos últimas noches he debido de dormir unas cinco horas solamente. Creo que voy por buen camino -bajó la mirada al ver que Alexa se desperezaba-. ¿Qué te pasa, pequeñaja? ¿Te cansas de estar encerrada en esta mochila? -miró a Frannie-. ¿Te gustaría sostenerla?
-Me encantaría -la tomó en brazos-. Hola, corazón. ¿Qué tal andamos hoy? Apuesto a que te estás divirtiendo con el tío Jack.
-No sé si nos estamos divirtiendo -rió Jack-, pero desde luego, lo intentamos.
Alexa bostezó e hizo una mueca, concentrando la mirada en los ojos de Frannie. Y entonces esbozó una gran sonrisa.
-¡Oh, mira! -exclamó deleitada-. Me está sonriendo.
-Ahora mismo es capaz de sonreírle a cualquier cosa.
-Oh, gracias. Muy halagador por tu parte -Frannie siguió acunando al bebé, encantada-. ¿Reconoces una cara simpática cuando la ves, eh, chiquitita? -levantó la cabeza para sonreír a Jack-. Ésta siempre ha sido mi edad favorita. Adoro a los niños cuando son tan pequeños. Luego, cuando ya gatean, también son deliciosos, pero de una manera diferente. Y cuando van al colegio, son realmente divertidos....
Se interrumpió de pronto, conteniendo el aliento. Jack seguía estando muy cerca, pero ella se había olvidado cuando se concentró en el bebé. Ahora lo recordaba. Él le estaba mirando la boca mientras hablaba: era una insignificancia, pero aquel gesto le resultaba insoportablemente seductor. Incluso cuando dejó de hablar Jack no la miró a los ojos, sino que continuó contemplando sus labios.
Era como si el tiempo se hubiera detenido. Conteniendo el aliento, sentía florecer una extraña calidez en su interior, una excitación que nada tenía que ver con los sentimientos maternales que Alexa le había suscitado. Lentamente Jack levantó una mano para acariciarle la mejilla, rozando con el dedo índice su labio superior y siguiendo con la mirada el movimiento.
Frannie no dejaba de mirarlo intensamente, de admirar sus rasgos. No creía haber visto nunca antes un hombre tan atractivo. Jack levantó entonces la mirada; una mirada cargada de una multitud de mensajes que no hacían sino excitarla aun más. De pronto, Alexa escogió ese momento para eructar sonoramente, y los dos miraron al bebé.
Frannie se echó a reír, aliviada de que desapareciera la tensión de los últimos instantes.
-Toma, sostenla tú. Parece que ejerzo un efecto negativo sobre ella.
-Lo dudo mucho. Ejerces un efecto muy positivo; sobre ella y sobre mí.
Conmovida por sus palabras, Frannie intentó decirse que era el ligón más incorregible que había conocido nunca. Mentalmente se recriminó por haber sucumbido a su encanto, aunque sólo hubiera sido por un momento.
-Bueno, gracias por la visita. Espero que tu período de adaptación siga tranquilamente su curso.
De repente, cuando estaba volviendo a colocar a Alexa en su mochila, Jack se detuvo.
-¿Frannie?
Por un instante ella creyó haber visto una expresión de culpabilidad en su rostro, pero no tardó en desaparecer para volver a mostrar al afable e increíblemente atractivo Jack.
-De verdad, tengo que volver al trabajo ahora...
-Lo sé. Esto sólo te llevará un minuto. Tengo algo sobre lo que me gustaría que pensaras.
¿Pensar? ¿Jack quería que pensara? «Yo pienso que verte otra vez, aunque sólo sea por casualidad, es una mala idea», le dijo en silencio. Él podría hacerle olvidar demasiadas cosas, ofrecerle demasiado...
-Necesito que alguien que cuide de Alexa mientras trabajo. ¿Te apetecería a ti?
-¿Yo? -tardó unos segundos en asimilar sus palabras. Un frío intenso la invadió, acabando con la calidez que antes había sentido. No había nada que despreciara más que los hombres que se servían de su encanto para pedir «favores». Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener una expresión indiferente-. ¿Quién la está cuidando ahora? -preguntó. Por debajo de su apariencia tranquila, la rabia la iba consumiendo por momentos.
-Me la he estado llevando al trabajo -respondió-. Entre Marlene y yo... Marlene es mi secretaria... hemos podido arreglarnos, pero ha sido una locura. Alexa realmente necesita estar con alguien que le dedique más tiempo.
-¿Qué te hace pensar que yo tengo ese tiempo?
-Yo... bueno, la tienda está adosada a tu casa, ¿no? Tú coses, lo cual no te obliga a tratar continuamente con gente, y eres fantástica con Alexa... sé que te encantan los niños.
-Sí, Jack, la tienda está adosada a mi casa -Frannie enterró las manos en su melena para echársela hacia atrás-. ¿Sabes por qué? Porque durante la temporada nupcial, estoy demasiada ocupada para perder tiempo conduciendo de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa -levantó la voz-. ¿Y cómo crees que me aseguro que la ropa que hago les sienta bien a mis clientas? Se la pruebo yo.
-Yo no...
-Tengo gente saliendo y entrando de aquí durante todo el día, probando ropa y haciendo consultas de materiales y diseños. Hoy mismo tengo programadas visitas de clientas hasta las ocho de la noche. Ven aquí.
Frannie se volvió para dirigirse a la parte trasera de la tienda, recorriendo la sala de probadores y la de costura. Había materiales de trabajo por doquier.
-Viendo todo esto... ¿te parece acaso que tendría tiempo para cuidar además de un bebé? -preguntó con voz airada.
Detrás de ella, April su ayudante, saludó al recién llegado:
-Hola, yo soy April. ¿Eres tú Jack, el de las rosas?
-Ése soy yo. Me alegro de conocerte, April. Hazme un favor y dile al forense que he muerto atragantado por tantas rosas.
April se echó a reír, evidentemente deleitada, y Frannie pensó amargamente que Jack podía hacer que la mayoría de las mujeres hicieran lo que se le antojase. Pero, para su desgracia, ella no era como la mayoría de las mujeres. Ya no.
-April, tómate un descanso. Sal a tomarte un refresco o a dar un paseo.
-Sí, señora -April giró los ojos con gesto teatral, contrariada, y salió de la trastienda.
-Mira, Frannie, siento que... -empezó a decir Jack.
-No, tú no lo sientes. Tal vez sientas no haber podido convencerme de que me convirtiera en la niñera de tu bebé, pero no que intentaste embaucarme para que aceptara esa tarea. ¿Te das cuenta de lo frívolo que pareces? Te has pasado la vida entera sirviéndote de tu encanto para encandilar a las mujeres, con el fin de servir a tus intereses, ¿verdad? Apuesto a que el noventa por ciento de tu clientela es femenina, porque te resulta más fácil manipularlas a ellas que a los hombres.
-Pues perderías la apuesta -replicó Jack con frialdad.
-No te imaginabas que podría negarme, ¿eh? Simplemente lo diste por hecho porque me gustaba tu bebé... y sí, admito que me vuelven loca los niños... y que me entraron ganas de ayudarte cuando me miraste de esa manera, con una sonrisa tan seductora -abrió una de las puertas que daban a la tienda-. Desgraciadamente para ti, ya me he encontrado antes con hombres seductores. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.
La expresión de Jack era sombría. Vaciló por un momento, y Frannie no pudo evitar estremecerse al ver el oscuro fuego que brillaba en sus ojos.
-Muy bien -se dirigió hacia la puerta, pero se volvió en el último instante-: te has equivocado conmigo, pero tenías razón en una cosa. No lamento haber intentado embaucarte para que cuidaras a Alexa. Mi principal interés es encontrar a alguien que la quiera tanto como yo. Contigo sabía que estaría a salvo, y que se sentiría querida -y se marchó sin mirar atrás.
Frannie se dijo que debería sentirse contenta de haberle plantado cara de esa manera, Pero en lugar de eso, sus palabras finales aún resonaban en sus oídos, haciéndola sentirse débil... y culpable. Aquella rata... había sido perfectamente consciente de lo que le había dicho, y del efecto que eso le provocaría.
El partido estaba empatado a tres puntos. Mientras corría por el campo de lacrosse, con un ojo en la pelota, Jack estaba absolutamente distraído. Su mirada y su atención escapaban cada treinta minutos para concentrarse en la tribuna descubierta que estaba a la derecha del campo de juego, donde Frannie Brooks se había sentado poco antes del mismo momento del comienzo del partido.
Se había sorprendido tanto al verla por primera vez, que el entrenador había tenido que gritar su nombre tres veces para llamar su atención. ¿Qué diablos podía estar haciendo Frannie en su partido? Estaba absolutamente seguro de que jamás la había visto antes allí. Durante cerca de diez minutos estuvo acariciando la bendita idea de que había ido allí a buscarlo, para disculparse de las cosas que le había dicho dos semanas atrás... u once días, para ser exactos.
Pero luego, mientras esperaba a que comenzara el partido, Jack se había dado cuenta de que estaba con la hermana de uno de sus compañeros de equipo, Deirdre. Justo en ese instante, Dee le dijo algo a Frannie mientras señalaba a Jack con el dedo; Frannie también lo miró, y una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro. Estaba seguro de que, a pesar de la máscara de indiferencia que adoptó en seguida, lo había reconocido. Dee lo saludó con la mano, pero Jack fingió no haberla visto mientras el entrenador reunía a los jugadores para explicarles su estrategia de último minuto. Debió de haber sido una simple casualidad que Dee la hubiera invitado a asistir a aquel partido. Jack sabía que las dos se conocían porque en alguna ocasión Dee había mencionado a Frannie en su presencia.
De pronto, un delantero le pasó la bola. Jack apenas tuvo tiempo de controlarla con el palo y marcar gol antes de que lo embistiera un defensa del equipo contrario, golpeándolo en el pecho y derribándolo. Un griterío se elevó en la tribuna. Sus compañeros de equipo lo rodeaban, bailando de alegría; un ridículo comportamiento para aquel montón de tipos enfundados en armaduras y cubiertos con máscaras. Alguien le tendió una mano para ayudarlo a salir del campo.
-¡Fuera, chico!
Jack hizo una mueca. Se estaba haciendo demasiado viejo para aquel deporte. Durante los cinco últimos años se lo había estado repitiendo, pero aquel año iba en serio. La próxima temporada sólo volvería a pisar un campo de lacrosse como entrenador.
Volviéndose hacia el banco, guardó el equipo en su saco de deporte. ¿Dónde diablos se había metido la mujer que estaba cuidando a Lex? Reacia, la esposa de uno de sus compañeros había consentido en hacerse cargo de Alexa durante los partidos para que él pudiera terminar la temporada, y Jack sabía perfectamente por qué: era tan competitiva como su marido. Si Jack no jugaba y la alienación se cambiaba a última hora, eso habría afectado a la confianza del equipo y, por consiguiente, reducido las posibilidades de ganar el campeonato.
Al final de la tribuna, distinguió la melena rubia de la mujer, y hacia allí se dirigió con el saco a la espalda.
-Oye -le dijo ella en cuanto lo vio acercarse-. Creo que tu niña necesita que la cambien.
Se la puso en los brazos y le encajó la bolsa de pañales entre la axila y el saco de deporte, mientras Jack miraba a la niña, que parecía dormir plácidamente. Aunque, indudablemente, su olor no dejaba duda alguna de que necesitaba un cambio de pañal.
-¿Qué pasa, cariño? -su marido apareció detrás de ella, y la saludó con un beso-. ¿Te ha puesto nerviosa este bebé? Creo que necesitamos algunos años más de práctica -le sonrió de manera íntima-... al menos para asegurarnos de saber hacer los niños correctamente...
Jack los contempló con cierta envidia mientras se alejaban abrazados de la cintura. Una vez él mismo había ansiado aquel tipo de cercanía, y durante un tiempo creyó haberla conseguido. Un tiempo que se le hizo demasiado corto. Pero aquella tarde no quería recordar, sino hablar con Frannie Brooks.
Aunque casi se habría conformado con mirarla, pensó mientras contemplaba sus magníficas piernas, expuestas por sus pantalones cortos. Se detuvo al lado de Deirdre, que estaba hablando con su hermano.
Mientras sonreía a las dos mujeres que estaban frente a él, no pudo evitar sentirse un poquito nervioso. Por mucho que detestara admitirlo, le debía a Frannie una disculpa. Había pensado en llamarla, pero aquello era mejor.
-Hola, Jack -Deirdre lo saludó con una cálida sonrisa.
Aunque su rostro se iluminó de alegría, parecía agotada; no sólo cansada después de haber dormido poco, sino exhausta, demacrada. Al ver a sus dos pequeños corriendo arriba y abajo por el campo, con un par de palos que habían sustraído aprovechando un descuido de sus propietarios, Jack podía comprender el motivo. Aquellos dos diablillos podían volver loco a cualquiera.
-Hola, Dee -rodeándole los hombros con un brazo, le plantó un cariñoso beso en la mejilla-. ¿Qué tal estás?
Estaba sinceramente preocupado por ella. La conocía desde que eran niños, y sabía que no le había ido nada bien con el tipo con el que había estado casada.
-Regular -respondió, y señaló a la mujer que estaba de pie a su lado, en silencio-. Creo que ya conoces a Frannie.
-Hola, Jack.
Su tono era tranquilo, y no tan frío como él había esperado. O tan frío como se merecía, quizá.
-Hola, Frannie -sabía que debería disculparse, pero era como si la lengua se le hubiera atascado. Estaba más bonita que nunca. Llevaba unos vaqueros cortos, con una camiseta que le dejaba la cintura al descubierto.
-¿Qué tal le va a Alexa?
-Muy bien -respondió Jack, forzándose a concentrarse en la conversación-. Ha padecido su primer resfriado, pero nos las estamos arreglando bastante bien juntos.
-¡Lee! ¡No le pegues a tu hermano con el palo! -Deidre se dispuso a correr en busca de sus hijos, que en aquel momento se habían enzarzado en una pelea con los palos-. Vuelvo dentro de un momento, Frannie, y luego nos iremos.
Una vez que se hubo marchado, siguió un incómodo silencio. «Vamos Ferris: cómete el pastel de un bocado», se dijo Jack para animarse, y se aclaró la garganta.
-Mira, lamento de verdad lo que ocurrió la semana pasada. Me comporté como un estúpido y no me extraña que te enfadaras...
-Disculpa aceptada -repuso Frannie con energía, pero él podía leer en sus ojos un «ya te lo había dicho».
Cuando ya se disponía a retirarse, Jack la agarró de un brazo. De repente se veía abrumado por la misma emoción que había experimentado el día en que prácticamente Frannie lo echó de la tienda. No era furia, ni tampoco disgusto, ni dolor. Pero el hecho de que lo hubiera tomado por un playboy sin escrúpulos... había tocado una fibra sensible en su interior.
Desde entonces, no había pasado ni un solo día sin que pensara en aquella conversación, buscando en sí mismo los indicios que habrían podido justificar una acusación semejante. La verdad era que le gustada ver a las mujeres sonreír; le satisfacía agradarlas, hacer que se sintieran bien. Y nunca se había comportado de manera grosera con ellas. Pero, sinceramente, no era un seductor empedernido, y su lista de relaciones no alcanzaba la cifra de dos dígitos, como ella parecía creer.
-Realmente te equivocas. No soy ningún superman seductor con las mujeres.
-Yo nunca dije que lo fueras.
-Escucha, odio enemistarme con la gente y no creo que estés contenta conmigo, aunque teóricamente hayas aceptado mis disculpas.
-No ha habido nada de «teórico» en ello. Te dije que aceptaba tus disculpas, y así es -lo miró fijamente.
Jack sabía que estaba hablando en serio por su expresión airada, rebelde. Como siempre que la había visto, sus labios lo fascinaban. Era la mujer más deseable que había conocido jamás.
-Vas a acusarme de ser un ligón si te digo esto, pero te juro que no lo soy. Estás... estás realmente bella cuando te enfadas.
-¡Yo no me enfado!
Siguió un largo silencio. Luego, cuando Jack arqueó una ceja con gesto escéptico, Frannie sonrió a su pesar, arrepentida:
-De acuerdo, estaba enfadada. Pero ahora no.
-¿Amigos entonces? -le tendió la mano.
-Amigos -repuso ella.
La bolsa de pañales que llevaba bajo el brazo escogió aquel momento para resbalar, y Jack tuvo que hacer verdaderos malabarismos para sujetar a Alexa, la bolsa, el saco de deporte y su palo de lacrosse. Frannie extendió un brazo para ayudarlo, y por un instante sus dedos hicieron contacto con los suyos. Allí estaba otra vez, aquella explosión de sensaciones, de química. Jack nunca antes se había sentido tan conmovido por el contacto de una mujer. ¿Qué era lo que tenía para atraerlo tanto? No era alta ni rubia, como la mayoría de las chicas con las que había salido. Era... increíblemente sexy, excitante. Todos sus sentidos se aguzaban cuando se encontraba cerca de ella; su cuerpo se olvidaba de que era un hombre civilizado.
Sintió que Alexa se estaba despertando y miró al bebé... a su bebé. Empezaba a darse cuenta de lo mucho que su vida estaba cambiando. En aquel momento no podía pedirle a ninguna mujer que saliera con él, porque... ¿qué podía hacer con Alexa? Todavía no había sido capaz de conseguirle una niñera. Seguía llevándosela al trabajo todos los días.
-Alguien está teniendo hambre otra vez -le comentó a Frannie.
-Es algo que suele pasarles a los bebés -sonrió, y vaciló por un momento-. Jack, tenía intención de llamarte.
«¡Maravilloso!», se dijo él, deleitado.
-No voy a poder aplicar tus ideas para el folleto. No puedo ocuparme de eso ahora.
Deirdre, tirando de sus hijos, se dirigía hacia ellos. Jack no podía pensar en nada. Cuando Alexa empezó a exigir a gritos un pañal limpio y un biberón de leche, Frannie le acarició una manita antes de marcharse:
-Ya nos veremos. Estoy segura de ello.
Capítulo Tres
Alexa estuvo extraordinariamente escandalosa durante todo el día. Jack paseaba arriba y abajo por su apartamento con ella en los brazos, mientras sus gritos y chillidos iban en aumento. Había revisado el habitual motivo de su incomodidad, el pañal húmedo, y había intentado darle un biberón, pero se lo había rechazado. Llevaba bastantes horas sin dormir.
Él tampoco, por supuesto. Era sábado, casi medianoche. Su ansiedad aumentaba por momentos. Deseó poder contar con la experiencia de Frannie con los niños; ella sí que habría logrado tranquilizar a Lex si se hubiera encontrado allí en aquel instante. Ese pensamiento apenas fue asimilado por su cerebro antes de que tomara una decisión.
Sacó su agenda de un cajón, localizó su número y lo marcó en el teléfono móvil. Oh, no; se había olvidado de que era más de medianoche. Probablemente estaría durmiendo. O saliendo con alguien, con un hombre tal vez...
-¿Hola?
Jack no recordaba haberse sentido nunca tan aliviado. No sabía si era porque necesitaba ayuda o porque no estaba con otro hombre, pero tampoco le importaba.
-¿Frannie? Hola, soy yo, Jack. De verdad, siento mucho llamarte a estas horas. Me había olvidado de lo tarde que era, pero el asunto es...
-¿Le ha pasado algo a Alexa? -inquirió alarmada.
-No lo sé. He intentado todo lo que se me ha ocurrido. Quizá tú puedas sugerir algo.
-¿Quieres que vaya para allá?
-Por favor. Eso sería maravilloso. Si no es demasiado pe...
—Estaré allí en diez minutos -y colgó.
Jack sintió que se le debilitaban las rodillas y se sentó antes de que pudiera caerse al suelo. Lex seguía llorando a todo volumen, pero ahora ya podía soportarlo. Frannie estaba en camino.
Su camioneta hizo su aparición exactamente ocho minutos después.
-Déjame verla.
Ése fue todo el saludo que le ofreció. Jack le entregó a Alexa y esperó, nervioso. Frannie apenas le había tocado el cuerpecillo cuando levantó la cabeza, con una expresión que lo dejó aterrado.
-¿Qué es?
-Está ardiendo de fiebre, Jack, llama al médico ahora mismo. Voy a meterla en un baño caliente y a pasarle una esponja húmeda por la piel mientras tú telefoneas.
Jack tomó nuevamente el teléfono, oyendo cómo Frannie se llevaba a la niña al cuarto de baño. Veinte minutos después, los tres se dirigían hacia el hospital. Nada más entrar, las enfermeras de guardia guiaron a Frannie, con la niña, a la sala de reconocimiento. Un médico fue hacia Jack para explicarle que se encargaría de examinar a Alexa.
Jack se moría de ganas de acompañarlos, pero comprendía que antes tenía que pasar por la oficina de registro para facilitarles los datos de su seguro médico. Tan pronto como terminó, se reunió con Frannie en la sala de reconocimiento. Estaba apoyada en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras el médico y una enfermera se inclinaban sobre la niña, que seguía llorando tumbada en una mesa. Sin hablar, Jack le pasó un brazo por los hombros. Un gesto tan sencillo resultó tremendamente reconfortante; ya no se sentía tan solo, tan aterrado.
Diez minutos después recibieron el diagnóstico: fuerte infección en ambos oídos. Jack se sintió peor que nunca mientras el médico le entregaba una receta:
-Le hemos dado una medicación para que le baje la fiebre y le quite el dolor. Una vez que haga efecto y nos aseguremos que la fiebre ha desaparecido, podrá llevársela a casa. Ahora mismo puede aprovechar para comprar esto en la farmacia que está al otro lado de la calle. Su mujer podrá quedarse aquí con la pequeña.
Por el rabillo del ojo Jack advirtió la expresión sorprendida de Frannie, pero ni siquiera se molestó en corregir al médico. Si ella hubiera sido realmente su esposa, en aquel momento no se habrían encontrado allí, en un hospital. Desde el principio Frannie habría interpretado correctamente sus primeras molestias como síntomas de una enfermedad. Habría sabido cuándo debía empezar a tomar comida sólida; le habría elaborado un régimen nutritivo, las curvas de crecimiento... todas aquellas cosas que Jack había leído por encima desde que se había visto obligado a convertirse en el padre de Alexa.
Si hubiera tenido que volver a casarse, indudablemente habría elegido a un tipo de mujer como Frannie, pensaba Jack mientras esperaba a que la farmacéutica le entregara la medicación recetada. Frannie quería a Alexa, y de cuidar niños sabía más que nadie. Su vida sexual, de eso estaba seguro, habría sido fantástica. Ante la sola idea el cuerpo se le ponía alerta... en el sentido más extenso de la palabra, pensó arrepentido mientras se apresuraba a volverse para hacer como que ojeaba unos folletos. Si no llevaba más cuidado, la farmacéutica sería capaz de denunciarlo por escándalo público.
Con la receta en la mano, corrió hacia la entrada de urgencias del hospital. Al verlo, la chica del mostrador le comentó sonriente:
-Creo que ya están listas para marcharse.
Minutos después, Frannie salía de la sala con Alexa en brazos. Jack le mostró la bolsa donde llevaba los medicamentos, indicándole en silencio que ya los había adquirido; de repente se sentía terriblemente cansado, agotado. La pequeña ya no lloraba, pero el sonido de sus gritos aún resonaba en sus oídos. ¿Por qué diablos no se había dado cuenta antes de que estaba sufriendo tanto?
La recepcionista que lo había saludado un momento antes le sostuvo la puerta a Frannie y, ruborizándose un poco, le dijo a Jack:
-Me he enterado de que esta pequeña no es su hija. Es tan bonita...Aquí tiene una tarjeta con el número del hospital para que nos llame cuando necesite ayuda otra vez. Y mi propio número está apuntado en el reverso. Si hay «cualquier» cosa que yo pueda hacer, llámeme sin dudarlo.
Jack tomó la tarjeta que le ofreció sin apenas mirarla.
-Muchas gracias. Lo tendré en cuenta.
La chica se despidió con una nueva esplendorosa sonrisa, y Jack siguió a Frannie fuera del hospital.
-Sé lo que estás pensando -le comentó-. No ha sido culpa mía. ¿Acaso me has visto guiñándole un ojo a esa chica? -inquirió frustrado, y suspiró profundamente.
Frannie se volvió para mirarlo; para su sorpresa, estaba riendo.
-Tú no sabes lo que estaba yo pensando.
-Ya.
-De verdad -insistió ella-. Estaba pensando que yo jamás podría ser tan atrevida como esa chica. Te ha echado el ojo, amigo.
-Es sencillamente lamentable -musitó Jack. No le veía la gracia a aquel incidente.
-Necesitas dormir. Nunca antes te había visto tan gruñón.
Cuando llegaron ante el coche, esperó a que él le abriera la puerta para sentar a Alexa en su asiento trasero; luego se sentó delante. Antes de cerrar, Jack descubrió asombrado que todavía se estaba riendo.
-Estás muy atractivo cuando te enfadas -le comentó, remedando su tono cuando él le dijo lo mismo.
¿Atractivo? ¿Ella pensaba que él era atractivo? Jack masticó ese pensamiento una y otra vez mientras se dirigían a su casa. No habría podido sentirse más satisfecho.
Frannie observó con sospecha la expresión auto-suficiente y confiada de Jack mientras abría la puerta de la casa y la hacía pasar. Aquella mirada la ponía nerviosa, y ya había tenido que sufrirla antes.
-Creo que podrás conseguir que duerma después de darle un biberón -le comentó, disimulando su inquietud-. Debe de estar exhausta.
-¿Y si empieza a llorar otra vez? -inquirió alarmado-. ¿No podrías quedarte hasta que se durmiera?
-Jack, es la una y media de la madrugada. Mañana tendré un día muy ocupado. Debo dormir un poco.
-¿Trabajas el sábado?
-Sí; trabajo todos los días hasta finales de junio, cuando se pase la fiebre colectiva de correr a los altares.
-Siento de verdad haberte molestado. No podía dejar de pensar...
-No te preocupes.
-¿Por qué no te quedas aquí?
-¿Que me quede aquí? -preguntó sorprendida.
-Bueno, tiene sentido. Así podrás dormir, y si Lex y yo necesitamos ayuda, te llamaremos -le tomó una mano-. Por favor, Frannie. Te dejaré la cama y yo dormiré en el sofá -de pronto sonrió, y el Jack que Frannie conocía tan bien reapareció nuevamente-. A no ser, por supuesto, que prefieras compartir la cama. Eso tiene todavía más sentido.
-Sólo para ti -se obligó a replicarle Frannie. ¿Cómo podía negarse cuando la miraba de esa manera? Incluso aunque sabía que aquel hombre sería capaz de convencer a un francés de que comprara vino de California, se dejaba afectar por él. Y cuando estaba tan cerca, tocándola, seduciéndola con su mera presencia, no tenía la menor oportunidad de resistírsele-. De acuerdo -pensó que, si cedía, al menos tendría que poner una mínima distancia entre ellos-. Pero tú dormirás en el sofá. Así aparentarás que eres un caballero.
-Trato hecho -repuso Jack, aliviado-. Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho esta noche -en vez de soltarle la mano, se la llevó a los labios para besársela con exquisita ternura-. Vamos. Te daré toallas limpias.
Frannie no pudo menos que alegrarse de que Jack no hubiera notado el involuntario estremecimiento que le había provocado aquel ligero contacto. Mientras lo seguía escaleras arriba hasta el segundo piso, intentó decirse que se había tratado simplemente de una reacción física... en vano.
Jack la llevó al dormitorio principal, al final del pasillo. De camino le enseñó la habitación de invitados, convertida en despacho, y una tercera que había sido transformada en la de Alexa. No parecía una habitación muy adecuada para un bebé, tan austera y desnuda.
-Quiero decorarla una vez que desempaque todas sus cosas -explicó con una sonrisa de arrepentimiento-, pero tengo la sensación de que el día no tiene suficientes horas.
-Pues te seguirán faltando -Frannie miró a la niña, que en aquel momento dormitaba en los brazos de Jack-. Cuanto mayor sea, más ocupado estarás.
-Gracias por el estímulo -repuso irónico mientras depositaba suavemente a la niña en la cuna, y la arropaba con una manta. Luego le enseñó su propio dormitorio-. Aquí es donde dormirás -encendió una luz-. Hay camisetas en el cajón superior de esa cómoda, y otra manta en el armario.
Frannie asintió, intentando comportarse con naturalidad mientras un tenso silencio se abatía sobre ellos. La enorme cama de agua que dominaba la habitación parecía magnificar el hecho de que estaba a solas con Jack.
Jack tenía vuelto el rostro hacia ella, pero de repente Frannie advirtió que no la estaba mirando. Tenía una expresión desanimada, triste. Quizá estuviera agotado, pero había algo más en su gesto que no alcanzaba a identificar.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó.
Jack dio un respingo, y se sentó en el borde de la cama.
-Supongo que sí -respondió con tono poco convencido, y miró a Frannie con extraña intensidad-. ¿Crees que estoy haciendo lo más adecuado?
-¿Lo más adecuado? -inquirió Frannie; ¿se refería acaso a invitarla a dormir en su cama?
-Sí. ¿Crees que debo responsabilizarme de Alexa?
-Por supuesto que sí. ¿No me dijiste que eras el único pariente vivo que le quedaba? -al ver que asentía, añadió-: Ella te necesita, Jack -se sentó a su lado, en la cama.
-Lo sé. Eso es lo que me dije a mí mismo cuando solicité la custodia, pero esta noche... esta noche me ha demostrado lo mal padre que soy -la miró, y Frannie leyó tal angustia y desesperación en sus ojos grises, que le entraron ganas de abrazarlo y consolarlo como si fuera un chiquillo-. Tenía una madre y un padre que la amaban. Jamás se les ocurrió imaginar que no vivirían para verla crecer.
La tristeza de su voz le recordó a Frannie que Alexa no era la única que había perdido a alguien querido. El hermano de Jack había muerto. No sabía qué decirle, así que siguió los dictados de su instinto. Volviéndose hacia él, lo tomó por lo hombros y lo abrazó. Jack seguía necesitando consuelo, y ella sabía bien cómo ofrecérselo.
-¿Sabes lo que sería capaz de dar por hacer que volvieran? ¿Por el bien de Lex? -la voz de Jack sonaba ahogada contra su cabello-. Daría mi propia vida con tal de que esa niña recuperara a sus padres.
-Shhh -le acarició tiernamente la nuca, sintiendo el calor de su piel-. Las cosas no son así. No puedes cambiar una vida por otra, por mucho que quieras. Tienes que seguir adelante, pensar en la suerte que tiene Alexa de poder contar contigo.
-¿Suerte? Esta noche estuve a punto de matarla. No tengo ni idea de cómo cuidar a un bebé.
-Eso es una exageración -replicó Frannie con tono enérgico, sintiendo que era esa actitud la que él necesitaba en aquel momento-. No te diste cuenta de que tenía una infección. Sí, estaba enferma y se sentía incómoda, pero no se estaba muriendo de dolor. Y ya has aprendido algo de esta experiencia. Ahora ya sabes tomarle la temperatura y lo que tienes que hacer cuando tiene fiebre. Ya sabes administrar una medicación. Tú no vas a matarla, Jack. Cada día aprendes algo nuevo. Si hubieras podido verte el primer día... -rió entre dientes al recordarlo-. Ahora sí puedo decirte que me pusiste un poquito nerviosa.
-Supongo que he mejorado un poco con ella.
-¿Un poco? ¡Si hace un mes ni siquiera sabías cómo cambiar un pañal!
-Es cierto -reconoció Jack, y Frannie advirtió aliviada que la nube de tristeza había desaparecido de sus ojos-. Pero sin ti, ahora mismo no habría podido hacer nada de eso.
-Claro que habrías podido. Lo habrías aprendido algo más lentamente, pero tarde o temprano habrías terminado por aprenderlo.
-Me alegro de que no haya tenido que hacerlo -declaró con énfasis, y luego cambió de tono-. Háblame de tu familia. ¿Tus hermanos son mayores o más jóvenes que tú?
-Todos más jóvenes —retiró las manos de sus hombros, demasiado consciente de su cuerpo.
Aquella situación era demasiado íntima para dos amigos que todavía no habían llegado a conocerse bien-. Mi madre falleció cuando yo sólo tenía doce años, y a partir de entonces ayudé a papá a cuidar a mis tres hermanos.
-¿Qué edad tenían ellos cuando murió tu madre?
-Ocho, cinco y dos.
-Aquello debió de ser una carga muy pesada para una chica tan joven.
-Supongo que sí. Pero en el momento no se te ocurre pensarlo.
-Lo sé -declaró Jack con tono seco-. Entonces, ¿qué hizo tu padre cuando terminaste el instituto? ¿Fuiste a la universidad?
Aquél no era un período de su vida que a Frannie le gustara particularmente recordar. Podía sentir el peso de aquellos años como si todo hubiera sucedido apenas el día anterior.
-Se suponía que tenía que ir a una facultad universitaria de diseño de moda en Filadelfia. Mi padre sufrió un ataque cardíaco en el mes de julio del mismo año en que me gradué en el instituto. Sobrevivió, pero no hubo manera de que pudiera dejarlo solo a cargo de los tres chicos. Decidí esperar hasta que fueran un poquito mayores; pero a la primavera siguiente murió, y me convertí en la tutora legal de mis hermanos.
-¿Así que de nuevo retrasaste tu ingreso en la universidad?
Frannie asintió, con un nudo de emoción en la garganta. Los ojos de Jack estaban fijos en los suyos, y de repente aquella habitación le pareció demasiado íntima, como si se hubiera empequeñecido. Jack, que aún le sostenía la mano, le acarició con exquisita suavidad los nudillos con los pulgares mientras bajaba la mirada hasta sus labios. Involuntariamente Frannie se los humedeció con la lengua, y en aquel instante vio brillar una llama en sus ojos mientras inclinaba la cabeza hacia ella...
De pronto, el llanto de Alexa procedente de la habitación contigua la hizo dar un respingo. Preguntándose qué diablos estaba haciendo, volvió rápidamente la cabeza. Los labios de Jack aterrizaron en su mejilla, y Frannie quedó estremecida de la cabeza a los pies por el dulce y a la vez áspero contacto de su mandíbula contra su cuello. Podía escuchar el sonido de sus respiraciones aceleradas. Ansió entonces volver nuevamente el rostro hacia él, permitir que la tomara en sus brazos, que hiciera lo que quisiera con ella.
Pero se lo pensó mejor. Jack le ocasionaría todo tipo de complicaciones. Tal vez no fuera el playboy que había pensado en un principio, pero definitivamente no era la persona que más necesitaba en su vida.
-Es Alexa. Hay que darle su dosis de medicina, y probablemente tenga hambre. Yo iré a...
-No, lo haré yo. Tú necesitas dormir -mientras se levantaba, la arrastró suavemente consigo poniéndole las manos en la cintura. Apretándose contra ella, le hizo sentir la fuerza de su excitación presionando contra su vientre. Con el aliento, le acariciaba la sien-. Frannie.
-¿Qué? -inquirió en un susurro, sin atreverse a mirarlo.
-Todavía no hemos terminado con esto.
Frannie se despertó lentamente. Recordaba haber soñado que oía el llanto de un niño.
Pero no era un sueño; era real. Era Alexa la que lloraba. Apartó la colcha y bajó de la cama. Mientras se dirigía hacia la puerta, vio que el reloj digital de la mesilla marcaba las cuatro y media de la madrugada.
Tan pronto como Frannie la tomó sus brazos, la pequeña dejó de quejarse, aliviada.
-Ésa es mi chica, mi niña.... -la acunó dulcemente, arrullándola-. No es nada divertido despertarse y encontrarse sola, ¿verdad? -hábilmente la tumbó en la cuna y le cambió el pañal, tomándola en brazos antes de que pudiera llorar otra vez-. ¿Tienes hambre? Sé que anoche te quedaste con ganas; te dolían demasiado los oídos. Vamos a buscar a tu tío Jack.
Evocó entonces los momentos de intimidad que habían compartido hacía tan sólo unas horas, pero procuró hacer a un lado aquel recuerdo. Al amanecer ya habría abandonado aquella casa. Jack no había pronunciado en serio aquellas palabras; seguro que no tardaría en arrepentirse de ellas. Con la niña en brazos, bajó las escaleras. Jack yacía dormido en el sofá, ignorante de su presencia.
Decidió no despertarlo, y entró sigilosamente en la cocina. Pensó que Jack debía de estar completamente agotado después de los sucesos de la víspera. En silencio, preparó un biberón y lo puso a calentar. Una vez listo, subió con la niña a la habitación; como allí no había lugar alguno donde sentarse, la llevó a la de invitados, acomodándose en la cama, sobre los almohadones.
Para cuando Alexa se tomó el biberón y se durmió de nuevo, Frannie tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no cerrar los ojos de sueño. Tenía la sensación de que la habitación de la pequeña se encontraba lejísimos, y las dos estaban tan bien allí... así que dejó a Alexa tumbada a su vera y colocó unos almohadones al otro lado, para que no pudiera caerse accidentalmente de la cama.
La despertó una mosca aterrizando debajo de su oído, haciéndole cosquillas. Soñolienta, levantó una mano para ahuyentarla. De pronto, cuando sintió que una mano le agarraba la suya, dio un respingo y abrió mucho los ojos. El rostro de Jack ocupaba la mayor parte de su campo de visión mientras la contemplaba apoyado sobre un codo.
-¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Alexa? -aterrada, no la encontró a su lado-. Estaba durmiendo aquí mismo...
-Tranquila, está bien. La he llevado a su cuna. Cuando me desperté hace unos minutos, pensé en echarle un vistazo. Estaba durmiendo como un tronco, acurrucada contra ti.
-Por un momento pensé que podría haberse caído de la cama...
-Te preocupas demasiado -Jack se le acercó aún más.
Había algo que Frannie necesitaba decirle... pero Jack acababa de apoyar una mano sobre su vientre, y ya su rostro se acercaba al suyo... Ella misma se sorprendió de la desesperación con que ansiaba saborear su boca, sus besos. Cuando sintió el contacto de sus labios, estuvo a punto de gritar de alivio. Durante semanas enteras había estado esperando aquel momento, aunque no hubiera sido capaz de reconocerlo.
Mientras Jack la acercaba más hacia sí, Frannie sólo sabía que aquello siempre había estado entre ellos, esperando impaciente a ser reconocido, aceptado, desde su primer encuentro. Gimió, y él reaccionó a su gemido deslizando una mano debajo de su camiseta y apoderándose de un seno.
—Podría acostumbrarme a esto -su voz era ronca y profunda mientras interrumpía el beso, suspirando profundamente.
Aquellas palabras fueron como una inoportuna intrusión en aquella lánguida, perezosa nube de sensualidad.
-Detente. Jack, detente.
Lentamente Jack levantó la cabeza para mirarla. Por un instante permaneció en silencio; su expresión habitualmente abierta, afable, había desaparecido. Sus ojos estaban entrecerrados, y en ellos brillaba un extraño fuego. Tenía las mejillas encendidas, y respiraba aceleradamente. En aquel momento, pensó Frannie, Jack era pura masculinidad, puro deseo viril.
Pero aquella tensión no tardó en desaparecer. Frannie pudo sentir cómo se relajaba su cuerpo, aunque no se movió de donde estaba.
-Lo siento -había cierto tono de humor en su voz, aunque la miraba pensativo-. Parece que verte dormida en mi cama acabó con mi sentido común.
Frannie le puso las manos en el pecho y lo empujó con insistencia, más segura de sí misma ahora que sabía que se estaba burlando de ella otra vez. La broma era su único recurso para superar aquella incómoda situación.
-Mi belleza suele producir ese efecto con los hombres.
-Yo no he dicho que fueras bella.
Aquellas palabras le sentaron como una bofetada en la cara, y ella misma se sorprendió del daño que le produjeron. El buen humor que había acompañado a sus contradictorias emociones desapareció bruscamente. Quiso levantarse, abandonar la cama, pero Jack la retuvo fácilmente con una sola mano, obligándola a que se quedara donde estaba.
-No me has dejado terminar lo que quería decirte -susurró contra sus labios-. Eres una mujer muy deseable. Cuando entraste por primera vez en mi despacho, sólo pude pensar en lo rápido que ansiaba desnudarte. La belleza es una palabra frívola, superficial -se interrumpió, y los rasgos de su rostro parecieron relajarse-. Y no hay nada frívolo en ti.
Con un nudo en la garganta, Frannie buscó en su mirada la veracidad de sus palabras. Si aquello era una táctica de seducción por su parte. Jack era incluso más hábil de lo que había creído. Y si no lo era... ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente tierno? Podía sentir cómo su propio cuerpo se le rendía, cómo desaparecía, la furia que había fortalecido su decisión de resistírsele.
-Tengo que irme -murmuró, desviando la mirada-. Hoy tengo mucho trabajo.
-De acuerdo -ágilmente bajó de la cama; luego la levantó en brazos y la bajó al suelo lentamente, deslizándola todo a lo largo de su cuerpo. De inmediato, mientras ella estaba demasiado asombrada y excitada para pensar incluso en protestar, la tomó por los hombros y la besó con infinita pasión.
Frannie lo abrazó involuntariamente, derretida de placer, hasta que de repente él se apartó. Respiraba aceleradamente, al igual que ella, pero en sus ojos ardía un brillo de perversa complacencia.
-Piensa en esto mientras trabajas -y salió de la habitación sin mirar atrás.
Frannie se lavó la cara y se arregló el cabello todo lo que pudo. Luego, lentamente, bajó las escaleras. Jack estaba sentado en el salón, dándole el biberón a Alexa. Como siempre, la conmovió la imagen de aquel hombre tan grande con aquella criatura tan diminuta en los brazos. Él levantó la mirada, sonriendo.
-Estás invitada a desayunar antes de irte. No tengo gran cosa, pero hay cereales y fruta.
-No, gracias -vaciló por un momento-. Jack, siento lo de... que yo no...
-Yo también siento que tú no... -esbozó una sonrisa de arrepentimiento, pero luego se puso serio-. Frannie... me gusta estar contigo. Y no sólo porque me hayas ayudado con Alexa. No sólo porque, a un simple chasqueo de tus dedos, me acostaría de inmediato contigo. Es una mezcla de un montón de cosas. Pero tengo que ser sincero contigo. Yo no busco una relación. Al menos, no busco nada más allá de una amistad y unos buenos ratos en la cama -se encogió de hombros, y miró por la ventana-. Sé que suena fatal, pero eso es lo único que soy capaz de dar. Y si tú no estás interesada en nada más que en la parte de la amistad, por mí estupendo. Me encantaría ser tu amigo.
-A mí también me gustaría ser tu amiga -repuso Frannie en voz baja-. Pero ahora mismo no necesito las complicaciones que cualquier otra cosa podría crearme.
-Puedo vivir con eso -sonrió de nuevo.
Frannie estaba empezando a odiar aquella sonrisa; parecía pegársela en el rostro como si llevara años haciéndolo. Incluso su reacción de impaciencia de la noche anterior había sido más sincera, más real. ¿Dónde se escondía el verdadero Jack Ferris?
-Me encantaría que siguiéramos en contacto -le dijo, acercándosele y mirando a Alexa-. Estoy empezando a sentir una especial preocupación por el futuro de esta pequeña.
-Va a necesitar gente que la quiera -repuso él-. ¿Qué te parece si te llamo dentro de unos días? Podríamos salir a comer fuera o comer incluso aquí, en función de lo que haga con Lex. En plan de amigos -pero había un brillo en sus ojos que la hizo sentirse aliviada de que, en aquel instante, tuviera las manos ocupadas sosteniendo al bebé.
Frannie aspiró profundamente y las palabras salieron de sus labios casi sin darse cuenta, incluso mientras se decía que estaba haciendo algo increíblemente estúpido:
-Eso sería estupendo. Pero, en plan de amigos, ¿qué te parecería que vinieras tú a mi casa? Ya estás bastante ocupado. ¿Te viene bien el jueves por la noche?
-El jueves por la noche me vendría maravillosamente bien.
Capítulo Cuatro
Jack giró su sillón para quedar frente al ventanal del despacho, observando cómo la reverberación del calor distorsionaba el paisaje urbano. El sol de comienzos del verano parecía asarlo todo. Baltimore estaba sumida en una ola de altísimas temperaturas.
«Como yo», pensó. Esa noche, Alexa y él iban a cenar en casa de Frannie. Durante toda aquella semana no había pensado en nada más. Realmente debía respetar su voluntad. Pero una parte de Jack, la parte que podía mentir sin reparo y prometer cualquier cosa, sabía que era imposible que los dos estuvieran destinados a ser «simplemente amigos». No, a no ser que hasta entonces una guerra nuclear acabara con el mundo, estaba dispuesto a acostarse con ella.
El simple pensamiento le hacía apretar los dientes, entre otros variados efectos, lo cual no dejaba de molestarlo. Un hombre adulto como él debería mostrar un mayor control de sí mismo. Pero temía que esa palabra no existiera en el vocabulario de sus reacciones físicas ante Frannie Brooks. ¿Cómo podía ignorar ella la corriente de deseo que reverberaba entre los dos?
Jack sabía que Frannie lo sentía, que él no era el único afectado, pero no podía presionarla. Casi podía ver la lucha que con toda seguridad se libraría en su interior cuando le confesara su deseo. Parecía absolutamente inconsciente del tipo de desafío que significaba para cualquier hombre. O quizá quería de manera deliberada pasar por alto aquel efecto. Daba la impresión de estar a la defensiva, dispuesta a sospechar de cada cumplido y a negarse a aceptarlo.
Y aquel retraimiento no hacía más que estimular el instinto depredador de Jack. Tarde o temprano descubriría por qué se mostraba tan evasiva. Cuando Frannie estuviera bajo su cuerpo, rodeándole la cintura con las piernas, Jack querría mucho más que un simple placer físico. Lo querría todo de ella. La deseaba con locura.
Le resultaba duro aceptar que, con el tiempo, hubiera vuelto a desear a una mujer de aquella manera. Había jurado que estaba harto de relaciones. Había pasado cinco años casado con una mujer de la que, en un principio, se había encaprichado sexualmente. Una vez que eso hubo terminado, no tardó en descubrir que, en realidad, no la conocía en absoluto. Y cuanto más llegaba a conocerla, menos le gustaba.
Lannette se había servido del sexo para conseguir lo que quería. Y Jack había disfrutado con su seductor comportamiento... al principio. Más tarde, una vez casados, advirtió que no vacilaba en seguir practicando sus encantos con otros hombres. Estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya. Cuando el sexo no funcionaba, recurría a las lágrimas. Pensó que probablemente había sido una suerte que no hubieran tenido hijos, aunque aún podía sentir la punzada de decepción que lo asaltó cuando Lannette le dijo que jamás querría tenerlos.
Y allí estaba, a pesar de su resolución, prácticamente obligándose a sí mismo a sumergirse en otra relación con una mujer que, aparentemente, no estaba tan interesada por él como él por ella. Pero había habido momentos... la noche en que lo ayudó cuando Alexa se puso enferma, por ejemplo. Sí, Frannie mostraba desconfianza. ¿Pero desinterés? No después de aquel beso.
De repente oyó a Alexa y miró su reloj, pensando que aquella niña tenía un hambre realmente voraz. La tenía en una especie de cuna portátil que le había comprado, en una esquina del despacho. Mientras agarraba la cuna y se dirigía al coche, con la bolsa de pañales al hombro, pensó que tarde o temprano tendría que resignarse a contratar a una niñera. Había escuchado horrorosas historias de niños maltratados por niñeras aparentemente encantadoras, y le aterraba la posibilidad de que Alexa cayera en manos de alguna maníaca. Ahora era su bebé; su hija, en realidad.
Randy y Gloria había querido a aquella chiquitina con cada fibra de su ser; él mismo había podido oírlo en la voz de su hermano cuando le llamó para darle la buena nueva. Y él, Jack, no iba a ser menos. Todavía se le formaba un nudo en la garganta cuando pensaba en su hermano y en su cuñada. Algunas veces la vida era sencillamente detestable.
Todavía estaba rumiando el problema de la niñera cuando llegó a la casa de Frannie una hora después. Mientras esperaba en el umbral decidió que tendría que investigar a más agencias y...
De pronto la puerta se abrió de par en par y Frannie apareció ante él.
-Hola.
Iba vestida de sport: una falda vaquera lo suficientemente corta como para dejar al descubierto las piernas con las que Jack tanto había soñado, y un suéter sin mangas que se adaptaba maravillosamente a sus curvas. Jack habría dado cualquier cosa por haber estado en el lugar de aquel afortunado suéter...
-Hola -repuso él, obligándose a convertirse en una persona civilizada.
Frannie había preparado unos pinchos de carne condimentada al estilo oriental, un manjar que a Jack le supo a gloria. Los había puesto en adobo, según le explicó, para darles más sabor. Le hizo una pregunta acerca del trabajo y durante la mayor parte de la cena estuvieron hablando de las distintas formas de publicidad.
Después, Frannie se levantó para recoger la mesa. Lex se encontraba por el momento muy cómoda y tranquila en su asiento, así que Jack se levantó también para ayudarla llenando el lavavajillas mientras ella fregaba las sartenes.
-Eres muy hábil con esto -observó Frannie.
-Por necesidad. He vivido solo durante muchos años.
-Yo no -se interrumpió por un momento, como reflexionando, y luego se encogió de hombros-. Desde luego, viviendo sola me resulta mucho más fácil tener la casa limpia, pero echo de menos la presencia de gente. ¿Sabes lo que quiero decir?
-Sí. Yo también me había acostumbrado a eso, pero si no tuviera a Lex conmigo, creo que mi casa sería como una tumba. A propósito... -miró a la niña, que levantaba las manitas sentada en su asiento-. Odio tener que marcharme nada más comer, pero creo que será mejor que me vaya. Nos acercamos a la hora en que suelo bañarla.
-Si quieres puedo hacerlo yo. Además, tengo una crema muy buena para ella.
-Estás loca por ponerle las manos encima a mi sobrina, ¿a que sí?
-Sí, lo confieso -reconoció Franie, sonriendo y levantando las manos en un gesto de rendición—. Nada hay en el mundo tan maravilloso como mirar, tocar, sentir a un bebé.
Diez minutos más tarde, mientras veía el informativo de la televisión, Jack seguía pensando en la expresión de felicidad que había visto en los ojos de Frannie. Ella misma había insistido en que se relajara un poco, algo de lo que le estaba agradecido.
En la cocina, sonó el teléfono. Frannie estaba en el cuarto de baño con el bebé, y Jack sabía que no podía oírlo. Pensó primero que el contestador recogería el mensaje, pero luego decidió contestar directamente.
-¿Diga?
-¿Quién es? -la voz masculina parecía sorprendida y contrariada a la vez.
-Soy Jack Ferris. ¿Y usted?
-Debo de haberme equivocado de número -el hombre adoptó un tono de disculpa.
-Si quería llamar a Fannie Brooks, ha acertado. ¿Puedo decirle quién la llama?
-¿Dónde está?
Aquel tipo parecía claramente disgustado, y no tenía intención alguna de darle su nombre. Pero Jack tampoco estaba dispuesto a ceder:
-Frannie tiene las dos manos ocupadas en este momento... pero puedo transmitirle un mensaje.
-No. Necesito hablar directamente con ella.
Jack pensó que aquel tipo no parecía muy contento después de haber descubierto que tenía competencia.... Eso podía comprenderlo bien; él mismo no había sospechado que había otro hombre en la vida de Frannie. En realidad, no sabía casi nada de ella: un defecto que tenía que corregir rápidamente.
Frannie bajó las escaleras, con Alexa envuelta en una toalla. La niña se estaba quejando; Jack sabía que odiaba que la sacaran del agua.
-¿Quién es? -se acercó al teléfono.
-Un hombre. No quiere decirme su nombre -y le tendió el auricular después de hacerse cargo de la niña.
-¿Diga? Oh, hola, Robert... ¿cómo? Jack es amigo mío y eso no es de tu incumbencia -la voz de Frannie era cálida pero, mientras vestía y peinaba a Alexa, Jack reconoció en ella un claro tono de advertencia-. Entonces, ¿qué tal las gemelas? Diles que la tía Frannie las echa mucho de menos.
«¿Gemelas? ¿Tía Frannie?», se preguntó Jack. De repente se sentía muchísimo más tranquilo. Nada de competencia; era un hermano suyo. Tuvo que recordarse que eso no quería decir que Frannie no tuviera otras relaciones... lo cual no impidió que continuara sonriendo estúpidamente a Lex, acurrucada en sus brazos.
-Sí, sí, has oído bien; es un bebé -continuó ella-. ¿El veintinueve de este mes? No estoy segura de que pueda ir. El siete ya os estuve cuidando las niñas, ¿recuerdas? -siguió un nuevo silencio, y añadió con voz fría-: Robert, ya conoces la respuesta a eso. Ahora mismo no estoy disponible como niñera. El negocio está yendo mejor de lo que había esperado, estoy sobrecargada de trabajo... Eso es una estupidez. Las gemelas ya son los suficientemente mayores como para no necesitar otra niñera -escuchó nuevamente y se echó a reír, aunque con cierta tensión-. Nada, que no me has convencido. No cuentes conmigo para el veintinueve. Tengo que dejarte. Besos, adiós.
Jack escuchó un ligero pitido, que indicaba que Frannie había cortado la comunicación prácticamente antes de haberse despedido del todo.
-Hermanos —exclamó sacudiendo la cabeza y suspirando profundamente, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contenerse.
-¿Problemas?
-En realidad no -recogió un calcetín que se le había caído a Alexa, y se lo puso-. Los chicos no pueden acostumbrarse al hecho de que he emprendido un negocio con futuro -recuperándose, miró divertida a Jack-. Robert se dedicó a interrogarme cuando se enteró de tu existencia y de la de Lex. No me sorprendería que me pidiera una copia de tu historial clínico, tu partida de nacimiento y tu certificado de la vacuna contra la rabia.
-¿Un tipo protector, eh?
-Cualquier hombre que me dirija la palabra es candidato al matrimonio.
«Matrimonio»; aquella palabra impresionó a Jack más de lo que habría sido necesario. Se vio asaltado por un abrumador sentimiento de posesividad al imaginar la posibilidad de que Frannie se casara con otro hombre.
-Supongo que ya habrán intentado casarte...
-Sin éxito -una sombra de tristeza cruzó por su expresión, y luego sonrió-. Creo que temen que me convierta en una solterona.
-Lo dudo. ¿Qué edad tienes?
-No es de buena educación que un caballero le pregunte eso a una dama, pero dado que a mí no me importa... Tengo treinta y dos.
Jack se quedó sorprendido; se había figurado que tendría veinticinco, o veintiséis. Obviamente, Frannie había dejado a un lado bastantes detalles cuando, muy someramente, le había contado la historia de su vida. Si sólo había fundado su negocio hacía un año, y había hecho un curso de cuatro años, eso quería decir que no había empezado su educación universitaria hasta los veintisiete.
-No ha sido mi intención dejarte sin habla...
Jack reconoció la expresión levemente defensiva de su mirada. Si le preguntaba directamente, lo eludiría. Decidió pedirle a su amiga Deirdre que le contara todo lo que sabía sobre Frannie, la próxima vez que la viera.
-Y no lo has hecho. Sólo estaba pensando que ya me gustaría a mí tener treinta y dos, en vez de treinta y cinco.
-Claro. Treinta y cinco son muuuuchos más años que treinta y dos -bromeó ella.
-Ja, ja —se inclinó para pellizcarle la nariz-. Si tuviera treinta y dos, todavía dispondría de tres años más para jugar al lacrosse.
-¿Piensas retirarte el año que viene?
-Sí. Llevo practicando ese deporte desde que era niño.
-Pero si te gusta... ¿por qué te vas a retirar?
-Por varias razones. La primera de todas, me quita mucho tiempo ahora que tengo una niña . Quiero estar presente cuando dé los primeros pasos, cuando empiece a hablar... segundo, ya no puedo permitirme romperme ningún hueso. El lacrosse es uno de los deportes más violentos del mundo. Y la tercera razón es que tendría que contratar a una niñera para que me la cuidase varias veces a la semana durante todo la temporada. Incluso más tiempo, si conseguimos ir a los campeonatos.
-Todas son buenas razones -asintió Frannie.
-Hablando de niñeras... tranquilízate. No voy a intentar convencerte de nada.
Frannie ya se había retraído, recelando de que volviera a pedirle que cuidara nuevamente de Alexa. Ante sus palabras finales, sonrió.
-Perdona por haber sospechado.
Jack le habló de sus dificultades para encontrar a alguien que cuidara de la niña durante el día, y de todas las agencias que había tanteado sin éxito hasta el momento.
-Quizá el problema sea yo mismo. Me temo que estoy siendo demasiado exigente.
-No. Jamás debes reprocharte un exceso de cuidado -le dijo ella-. Si te sientes incómodo con alguien o con alguna agencia en especial, confía en tu propia intuición.
-El problema es que mi intuición me advierte en contra de todo el mundo.
-Pues por ahí fuera hay gente maravillosa -rió Frannie-. Sólo tienes que mantener abiertos los ojos.
-Tendré que hacerlo. He de darme prisa.
-¿No funciona lo de llevártela a la oficina?
Frannie se humedeció los labios con la lengua, de manera inconsciente, y Jack tuvo que esforzarse por recordar lo que quería decirle.
-Lex suele montarme unas buenas escenas justo durante las entrevistas con los clientes más importantes. Y sospecho que, conforme vaya pasando el tiempo, la situación empeorará.
-Tienes razón.
Siguieron unos momentos de silencio, y Frannie empezó a hablarle dulcemente a Alexa. La pequeña hizo un esfuerzo por mover los labios, como imitándola, y entonces esbozó una radiante sonrisa.
-¡Me sonríe! -exclamó deleitada.
Estaba inclinada sobre la pequeña, y Jack contempló fascinado la grácil curva de su espalda. El impulso de extender una mano y acariciarla le resultaba casi irresistible... pero sabía que, después de tal acción, Frannie se retraería por completo. Para olvidarse de la tentación, dijo lo primero que le pasó por la cabeza:
-¿Entonces por qué no te casaste? Eres maravillosa con los niños.
Frannie se incorporó, retirando lentamente las manos de la niña, y su expresión se ensombreció visiblemente.
-Por eso exactamente es por lo que no me casé.
Jack se preguntó qué querría decir con aquel críptico comentario. Ya se disponía a formularle la pregunta cuando Frannie se levantó para recoger los vasos de té vacíos y llevárselos a la cocina.
-¿Frannie? -él también se levantó para seguirla; interceptándola en el umbral, adoptó deliberadamente un tono ligero-. No tenía intención de estropear la velada. ¿Podemos borrar simplemente la última pregunta de nuestros archivos mentales?
-Lo siento -Frannie hizo un esfuerzo por sonreír-. Me temo que has tocado una fibra sensible.
-Soy yo quien debe disculparse. Sólo quería sacar un tema de conversación. Háblame de tus hermanos... si este tema te resulta lo suficientemente inofensivo.
-Sí que lo es. ¿Qué es lo que quieres saber?
-¿Cómo fue la experiencia de criar a tres hermanos pequeños? ¿No fue muy frustrante?
-No creo que lo fuera, porque en aquel tiempo yo no conocía nada diferente. Con visión retrospectiva, quizá me perdí un montón de diversiones, el tipo de cosas que suelen hacer la mayoría de las adolescentes -se encogió de hombros y sonrió, mirando a Alexa-. Pero aun así, me temo que lo volvería a hacer.
-Sé que me dijiste que no fuiste a la universidad de inmediato, pero... ¿qué hiciste con tus hermanos cuando finalmente empezaste los estudios?
-No los empecé -su tono rotundo sorprendió a Jack.
-Entonces... ¿ese diploma enmarcado que tienes en tu habitación de trabajo es un fraude?
-¡Claro que no! -exclamó Frannie-. Fui a la universidad, pero bastante tiempo después-. ¿Sabías que eres un cotilla terrible?
-¿Tanta necesidad tenías de insultarme? -sonrió Jack.
-Me disculpo sinceramente -repuso con tono burlón.
-Disculpa aceptada —miró a Lex, que se había quedado dormida en sus brazos-. Supongo que será mejor que me la lleve a casa.
-Sí -Frannie miró su reloj-. Odio tener que echarte, pero se está haciendo tarde y mañana tendré un día muy duro.
-No hay problema. Soy muy adaptable -empezó a recoger las cosas de Alexa, en el salón-. Y tienes razón. A nosotros también se nos está haciendo tarde.
Diez minutos después se dirigía en coche a su casa, con Lex dormitando en su asiento trasero. Pensó que, en muchos sentidos, aquella tarde había sido muy pedagógica. Había aprendido que Frannie era una celosa defensora de su intimidad, incluso de la de su familia. Y sabía que existía una considerable porción de su pasado sin explicar, un tiempo durante el que había estado haciendo... ¿qué? Lo averiguaría en otra ocasión, pensó esbozando una sonrisa. Pero esa leve sonrisa murió al recordar la manera en que había terminado aquella tarde. Se llevaba tan bien con Lex, parecía disfrutar tanto con ella, que Jack había supuesto que algún día querría tener hijos propios...
Pero resultaba evidente que, para Frannie, una cosa era que le gustasen los niños y otra muy distinta que quisiera tenerlos.
Y, por supuesto, esa actitud no dejaba de complacerlo a él. Le gustaba frecuentar a Frannie, pero no tenía ninguna intención de casarse con ella. Aunque era cierto que había pensado en el matrimonio desde que se hizo cargo de Lex, todavía seguía muy confuso e indeciso al respecto.
Si algún día volvía a casarse, lo haría con alguien de quien estuviese absolutamente seguro: una mujer que reuniera los requisitos necesarios. Fidelidad, instinto maternal, compatibilidad de caracteres: eso era lo que deseaba en una mujer. Cuando llegara el momento, se dedicaría a buscarla. Y no tendría por qué tener el cabello castaño brillante, unos ojos enormes y unas piernas espectaculares. Claro que no.
Tres días después sonó el teléfono de Frannie. Como se encontraba muy atareada con la confección de un vestido de boda, lo miró con expresión hosca y decidió no contestar: sería probablemente Donald o Robert, llamando para controlarla. Así que continuó cosiendo, ignorando deliberadamente cada timbrazo, aunque tanto la curiosidad como la buena educación le dificultaban resistirse. ¿Qué tenía aquel timbre que la incitaba a apresurarse a contestar? Podría ser Jack, diciéndole que ella era lo mejor que le había sucedido en muchos años, que no podía vivir sin ella, que él la a... ¡Vaya! ¿Cómo podía habérsele ocurrido todo eso?
Sabía perfectamente que ella nunca podría suscitar seriamente el interés de un hombre que atraía a las mujeres como la miel a las moscas. Jack era un seductor innato, y recientemente ella se había colocado en su línea de fuego. Sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias, cuando se había visto obligado a asumir el papel de padre de la noche a la mañana. Bueno, a ella ya la habían cortejado antes por su habilidad a la hora de cuidar niños; su experiencia con Oliver le había enseñado a evitar esas situaciones.
Finalmente, el contestador automático se puso en funcionamiento, dispuesto a recoger el mensaje.
-Hola, Frannie, soy Jack.
Frannie se llevó una mano a la boca; «hablando del rey de Roma», pensó.
-Si estás libre, ¿te gustaría asistir a una barbacoa en mi casa el sábado por la tarde? La organiza mi equipo de lacrosse, será algo informal -su risa vibrante reverberó en el aire por un segundo-. He pensado que sería una buena manera de corresponder a tu hospitalidad sin tener que cocinar... ¿No te parezco sencillamente brillante?
«Brillante... y guapo, y terriblemente sexy», pensó Frannie. Exactamente todo lo que no necesitaba en su vida. Extendió un brazo y levantó el auricular.
-Hola, Jack.
-¡Vaya, hola! Mi chica favorita. Y, lo que es más importante, también la chica favorita de Lex.
-Bueno, me alegro de saber que figuro en el primer lugar de la lista de alguien. Jack, yo...
-No puedes negarte. Te divertirás. Venga, Frannie.
-Quizá me pase por allí un momento... ese sábado tendré mucho trabajo, y probablemente me sienta demasiado cansada para disfrutar de la buena compañía... -en el mismo momento en que las pronunció, se arrepintió de sus palabras; se suponía que tenía que haberse negado...
-¡Estupendo! -exclamó entusiasmado-. ¿Qué te parece que te recoja a las cuatro? Nuestro equipo va a jugar el primer partido de los campeonatos, y la fiesta tendrá lugar después. Podrás relajarte mientras ves el partido para luego estar lista para la acción...
Frannie sabía que ésa era una manera de decirle que así estaría relajada y descansada, pero la vivida imagen de sus labios acariciando los suyos asaltó su mente.
-¿Qué me dices? ¿A las cuatro en punto?
-De acuerdo.
-¡Bien! Hasta el sábado entonces -y colgó.
Frannie se quedó de pie en medio de la habitación, sosteniendo todavía el auricular. Debía de estar loca. Había querido decirle que las cuatro le parecía una hora demasiado temprana, que podría verlo en cualquier parte después del partido. Pero Jack se había salido con la suya.
Levantó el auricular de nuevo y marcó el número de Deirdre. Cuando oyó el contestador automático, le dejó un mensaje:
-¿Dee? Soy Frannie. Por favor, dime que no tienes ningún plan para el sábado por la tarde. Jack me ha invitado al partido de lacrosse de su equipo y después a una fiesta, y yo... ¡quiero hablar contigo! Pregúntale a tu hermano dónde va a ser el partido y ve allí, por favor.
Durante el resto de la semana, las horas parecieron arrastrarse penosamente día a día. Deirdre la llamó quejándose de que asistir a más de un partido de lacrosse por temporada era rebasar su límite, que no disponía de tiempo, que aquella vez sólo había ido para contentar a su hermano, pero Frannie se mantuvo firme.
-Te acompañé al tribunal cuando necesitabas apoyo moral, ¿recuerdas? Favor por favor, querida.
Finalmente llegaron las cuatro de la tarde del sábado. Frannie había pasado una hora entera preparándose, desde las tres, lo cual era la cosa más estúpida que había hecho en mucho tiempo. Detrás de la cortina de la ventana vio la imponente figura de Jack saliendo de su deportivo, con Alexa.
Jack avanzó por el sendero de entrada, sosteniendo a Lex con un solo brazo. Llevaba una camiseta de color azul y oro, uniforme del equipo, que resaltaba tanto sus músculos que a Frannie se le quedó la boca seca al verlo. Sus pantalones cortos dorados destacaban sus bronceadas y poderosas piernas.
-Oh, Dios mío... -exclamó, diciéndose que debería haber rechazado su propuesta.
Sonó el timbre de la puerta. Apresurándose a abrir, se colgó el bolso del hombro.
-Hola -lo saludó nerviosa mientras abría la puerta-. Ya estoy lista.
Jack no contestó. Lentamente extendió una mano, instándola en silencio a que se quedara donde estaba. Deslizó la mirada por su figura, admirando su vestido de tirantes, azul y blanco, de corpiño ceñido, y se aclaró la garganta:
-¿Te has hecho tú misma este vestido?
Frannie asintió, nerviosa.
-Sí. Suelo hacerme yo misma la ropa.
-Eso explica por qué te sienta tan maravillosamente bien -la miró a los ojos, sonriente-. Voy a tener que pelearme con mis compañeros de equipo cuando te vean.
-¿Es demasiado elegante? Si quieres, puedo ponerme unos pantalones cortos, yo...
-No te atrevas. Estás preciosa -cuando Frannie hubo cerrado la puerta, Jack la sorprendió tomándola suavemente de la mano mientras se dirigía al coche-. Con ese comentario... sólo quería decirte que no tengo intención de compartirte con mis compañeros de equipo, ni con ningún otro hombre.
«Peligrosas palabras», pensó Frannie, si se le ocurría tomárselas en serio. Lo cual, por supuesto, no iba a hacer. Flirtear le resultaba a Jack tan natural como respirar. No debía concederle a aquel detalle una importancia... que en realidad no tenía.
Capítulo Cinco
-Jack juega de delantero -le explicó Deirdre-. Y nuestro equipo acaba de conseguir ese penalty porque ellos estaban en fuera de juego.
-Fuera de juego. ¿Qué es eso?
-¿Cómo diablos puedes vivir en Baltimore y no saber nada sobre lacrosse? -Deirdre la miraba como si fuera una extraterrestre.
-Todos mis hermanos jugaban al rugby y al béisbol. Además, yo soy de Taneytown, no de Baltimore.
Con tono paciente, Deirdre se molestó en explicárselo. Frannie arqueó las cejas mientras volvía a concentrarse en el juego.
-¡Oh! ¿Por qué no me lo dijiste antes? Ahora sí que esto tiene sentido -se encogió cuando Jack y un defensa del equipo contrario chocaron en el aire, enarbolando peligrosamente sus palos-. Pero me alegraré cuando termine el partido. No creo que me gustara asistir a todos estos partidos como una más de las esposas de los jugadores, que están sentadas allá abajo.
-¿Estás pensando en convertirte en una de esas esposas?
-Claro. ¿No te había dicho que Jack y yo nos casamos mañana? -bromeó Frannie, haciendo reír a su amiga.
De todas formas, a pesar de su tono, sintió una extraña inquietud. ¿Cómo sería casarse con Jack?
«La gloria», le respondió una voz interior. «Olvídalo», replicó otra, más práctica. «Espera a encontrar a un hombre que te quiera a ti, y no a tus habilidades domésticas para cuidar niños». Pero... ¿y si ese hombre no existía? Frannie sabía que no era una belleza arrebatadora. Y ya no era tan joven...
-...y yo que te envié a la agencia de Jack con la idea de emparejaros... pero ya veo que tú... -le estaba diciendo Deirdre.
-¿«Qué»?
-Sois tal para cual. Jack es un tipo maravilloso -le aseguró Dee, muy seria, demasiado; de hecho, Frannie nunca la había visto hablar con tanta seriedad-. Nunca pensé que volvería a sentar la cabeza. Aunque, por supuesto, el hecho de que ahora tenga a la pequeña cambia mucho las cosas. Conozco esa experiencia.
-Espera un minuto...
¿Jack «había vuelto» a sentar la cabeza? ¿Significaba eso que antes había estado casado? Frannie se obligó a respirar profundamente, a pesar de la opresión que le atenazaba el pecho. Dee la miraba extrañada. Tenía que recuperarse; no había ninguna razón para que pareciera tan sorprendida.
-Jack y yo sólo somos amigos -aquellas palabras estaban dirigidas tanto a Dee como a sí misma.
-Puede que yo no desee un hombre en mi vida, cariño, pero soy capaz de reconocer la atracción que se produce entre dos personas. Especialmente cuando se trata de dos personas que conozco.
-Sólo le he ayudado unas cuantas veces con la niña, y una vez lo invité a cenar en casa. Solamente somos amigos.
-De acuerdo -Dee arqueó una ceja-. No tienes por qué negarlo con tanto énfasis, ¿sabes?
-Y, por lo que yo sé, Jack, no está pensando en sentar la cabeza más que yo. Ni siquiera sé si ha estado casado... —Frannie no pudo menos de felicitarse de la naturalidad de su tono, al formular aquella sutil pregunta.
-¿De verdad quieres saberlo? -sonrió Dee, satisfecha.
-¿Tú qué crees? -inquirió Frannie, resignada. Tanto esfuerzo por aparentar desinterés...
-De acuerdo. ¿Qué puedo decirte de la antigua señora Ferris? -se acarició la barbilla, y empezó su explicación cuando su amiga la fulminó con la mirada-. Se llamaba Lannette y Jack empezó a salir con ella en su último año de universidad. Desde el primer día, se convirtieron en la pareja inseparable, en la pareja feliz, ya sabes...
Frannie asintió, diciéndose que aquella información no tenía por qué afectarla tanto.
-Se casaron en junio, inmediatamente después de graduarse, y estuvieron juntos durante cinco años. Jack besaba el suelo que tocaban sus pies. Recuerdo el disgusto de mi hermano porque Jack ya no salía a ninguna parte sin ella. No creo que a sus amigos les cayera particularmente bien.
-¿Por qué no?
-Lannette me parecía una mujer muy egoísta, demasiado centrada en sí misma, aunque sólo la vi dos veces y una de ellas en la boda. En cualquier caso, yo no sé lo que sucedió; sólo sé que fue ella quien lo dejó.
En ese momento se levantó un clamor en las gradas. El partido había terminado, y Frannie se dio cuenta de que ni siquiera sabía quién había ganado. Dirigió la mirada hacia los bancos de jugadores y sorprendió a Jack mirándola; al darse cuenta de que la había visto, levantó una mano para saludarla e indicarle que se acercara. Pero, por un instante y antes de que él sonriera, Frannie creyó ver en su rostro la misma intensa expresión que tenía la noche que la besó en su dormitorio.
Frannie fue a buscar a Alexa, de la que se había hecho cargo la esposa de uno de los jugadores, y entró en el campo de juego con ella en brazos, dormida. Jack se dirigió a su encuentro, no sin antes saludar a su paso a la gente que lo abordaba, mayoritariamente mujeres, según advirtió Frannie: aquel hombre era como un maldito imán para el sexo femenino. Deslizándole un brazo por la cintura, Jack la guió hacia el aparcamiento.
-Hola, preciosa. ¿Me has echado de menos? -sus ojos grises transmitían un mensaje tan cálido de intimidad, que Frannie no pudo evitar estremecerse de emoción mientras Jack se inclinaba sobre ella. Por un instante llegó a creer que iba a besarla... hasta que se dio cuenta de que sólo estaba inspeccionando de cerca a Alexa, que seguía durmiendo.
Rompiendo el contacto visual, Frannie optó por malinterpretar deliberadamente sus palabras.
-Si te ha echado de menos, no te lo va a decir.
-¿No quieres halagar mi ego?
-Creo que tu ego no necesita que lo halaguen —rió ella.
-¿Estás segura? -le preguntó adoptando de pronto una expresión muy seria, casi solemne.
Aquella no era ni mucho menos la réplica que ella habría esperado. No sabía qué responder y, en cualquier caso, era como si se le hubiera formado un nudo en la lengua.
¿Por qué le había hecho esa pregunta, con aquel tono y con aquella mirada? Esos detalles parecían implicar una relación mucho más profunda que la simple amistad que estaba decidida a mantener. La aterraba el pensamiento de que ella pudiera significar para él algo más que otra amistad femenina, porque si continuaba tratándola como si fuera alguien especial, nunca sería capaz de resistírsele.
Y no podía enamorarse de él; no debía. Le gustaba vivir su propia vida, y no necesitaba turbar aquella paz con otra dosis de desengaños. Tarde o temprano, un corazón destrozado sería el obligado final de cualquier relación con Jack.
Llegaron al coche. Jack se apoyó en el capó para quitarse las zapatillas de clavos, y guardó su equipo en el maletero. En ese instante, uno de sus compañeros se le acercó para pedirle un favor:
-Hey, Ferris. ¿Te importaría comprar un par de botellas de soda de camino? Tammy cree que no tenemos suficientes.
-No hay problema. Nos veremos luego -mientras el otro hombre se dirigía a su vehículo, Jack abrió la puerta para acomodar a Alexa en el asiento trasero. Luego se sentó al volante y encendió el motor-. ¿Janet le ha dado el biberón o le ha cambiado el pañal durante el partido?
Frannie no pudo menos de sentirse aliviada de que la conversación entre ellos hubiera vuelto a un terreno inofensivo.
-Sí. Y se quedó dormida cuando faltaban quince minutos para que terminara el partido.
-Bien -Jack sonrió irónico-. Para la barbacoa, estará bien despierta y dispuesta para la acción.
El trayecto hasta la casa de la pareja que organizaba la barbacoa fue muy corto, después de parar brevemente para comprar la soda. Jack aparcó su coche al final de una larga fila, delante de una casa de dos pisos. El revestimiento de la fachada tenía un espantoso color verde que contrastaba con el rojo del ladrillo. Mientras avanzaban por el sendero de entrada, Jack le dijo, acercándosele:
-Te mereces un premio por tu tacto al no haber hecho ningún comentario sobre ese color.
-Bueno... -Frannie no pudo evitar sonreír-... es algo... impresionante.
-En tu anterior reencarnación debiste de haber sido diplomática. Stuart es fatal para los colores. Cuando Tammy y sus hijos estaban ausentes por una visita familiar, se le ocurrió pintar de verde la fachada... para darles una sorpresa.
-¡Vaya sorpresa!
-Sí. Pero Tammy es una gran chica; nunca le hizo el menor comentario. Todavía hoy, Stu piensa que le hizo a su esposa el mejor de los regalos.
-Eso es muy tierno de su parte -rió Frannie-. ¿Cuántos años pasarán antes de que ella pueda pintarlo otra vez sin herir sus sentimientos?
-No lo sé -repuso sonriente Jack mientras rodeaba la casa-. Él sólo...
-¡Sorpresa!
Jack se detuvo de repente. Todo el mundo se les había adelantado, gracias al pretexto de la soda. Atados a sillas y mesas había docenas de globos rosas, y justo delante había una gran mesa engalanada con banderines del mismo color... sobre la que destacaban un gran ramo de flores, una enorme tarta y una montaña de regalos.
-Bienvenido a tu fiesta-homenaje, Jack -una mujer pequeña y regordeta lo tomó de la mano, después de hacerle un guiño de complicidad a Frannie-. En honor tuyo y de Alexa.
-Sois... sois... de lo que no hay -Jack sacudió la cabeza, pasándose la mano libre por la cara.
Frannie no dudaba que estaba emocionado; y se conmovió profundamente al advertir que se enjugaba una lágrima. Sus amigos se le acercaron para estrecharle la mano y felicitarle por haberse convertido en «padre». Maldijo en silencio. Un hombre que podía permitirse llorar era la cosa más sexy que existía en el mundo. Aunque eso jamás se lo diría a Jack...
-¿Tú estabas al tanto de esto? -le preguntó él.
-Claro que no. Ni siquiera sabían que ibas a traerme.
-Pero estamos encantados de conocerte -intervino la mujer que había saludado la primera a Jack-. Yo soy Tammy, la única que se ha trabajado realmente esta fiesta. Los hombres son buenos para concebir ideas, pero pésimos en lo referente a los detalles.
-Me alegro de conocerte. Yo soy Frannie.
-¡Oh, así que eres tú! -Tammy se volvió hacia los presentes, y anunció solemne-: Ésta es Frannie. La chica de la que tanto ha estado hablando últimamente Jack.
-¡Aja! ¡La Mujer Misteriosa! -un hombre alto se le acercó; nada más ver su camisa color azul chillón, Frannie no tuvo ninguna duda de quién era-. Yo soy Stu.
En un principio Frannie se sintió incómoda, acribillada por tantos pares de ojos. Sabía que Jack le había estado muy agradecido por su ayuda, pero ignoraba que le hubiera hablado a todo el mundo de ella. Sin embargo, cuando los amigos y compañeros de equipo de Jack la incluyeron en la conversación y se pusieron a contar chistes, empezó a relajarse. Aquella gente era verdaderamente divertida. No podía recordar la última vez que se había reído tanto...
Después de comer llegó el momento de abrir los regalos. Cuando Tammy le puso la primera caja en el regazo, Jack se ruborizó terriblemente. Frannie jamás lo hubiera creído, pero se sentía violento, avergonzado.
-¿Por qué todo el mundo tiene que mirarme así?
-¡Venga, ábrelo ya! -le gritó alguien.
Los regalos eran a cada cual más divertidos: ropa de todo tipo para Alexa, juguetes, un móvil para la cuna... Hasta que al final solamente quedó una caja.
-Vamos a ver... -dijo mientras la abría, riendo.
-¿Qué es?
-Vamos, Ferris.... ¡enséñalo a todo el mundo!
Todavía riendo, Jack metió una mano en la caja abierta. Todo el mundo estalló en carcajadas cuando sacó un palo de lacrosse en miniatura, con unas diminutas botas de clavos.
-¡Es maravilloso! -exclamó, encantado.
Una vez concluida la sesión de apertura de regalos, llegó la hora de retirarse, y las parejas fueron a buscar a sus hijos al patio, donde habían estado jugando. Algunos compañeros de Jack le ayudaron a meter los regalos en el coche. Stu le dio una cariñosa palmada en el hombro.
-Buena suerte, chico. Oye, ¿podrás jugar en el torneo benéfico del diecisiete?
-Será mejor que no cuentes conmigo -respondió Jack después de una breve vacilación-. Estoy teniendo bastantes problemas para encontrar una niñera para Lexy...
-Oh, vamos... No me gustaría tener que cancelarlo.
-De acuerdo. Déjame ver si puedo arreglarlo y ya te llamaré.
-Mañana.
-Ya te llamaré -repitió Jack.
-Frannie -Stu se volvió hacia ella, adoptando un persuasivo tono de voz-. ¿Podrías ayudarlo tú? Sería como una contribución benéfica por tu parte...
-Hey, espera un momento -protestó Jack-. Frannie no es una niñera.
-La verdad es que ese día no puedo -explicó ella-. Tengo que cuidar a mis sobrinos en Taneytown.
-Entonces podrías aprovechar para cuidar también a Alexa -al parecer, Stu ya había encontrado una solución para el problema.
-No creo que... -empezó a negarse Frannie, recordando que se había jurado a sí misma no dejar que Jack se aprovechara de ella.
-Por favor... El equipo te necesita. Yo te necesito. Jack te necesita... -insistía Stu.
Frannie se dijo que, al fin y al cabo, sería por una buena causa. Y Jack no era el único que se lo estaba pidiendo.
-Supongo que podré arreglármelas.
Le habría gustado que Jack hubiera protestado de inmediato, que se hubiera negado a complicarla en sus problemas a la hora de cuidar a Alexa. Pero permanecía callado, mirándola con indescifrable expresión.
-¡Fantástico! -Stu le rodeó los hombros con un brazo mientras la acompañaba hasta el coche de Jack, ajeno a la tensión que vibraba en el aire.
Aquella fiesta había sido agotadora, pensó Jack mientras conducía su deportivo. Miró a Frannie, aunque apenas podía distinguir su perfil en la oscuridad. Parecía haber congeniado muy bien con sus compañeros y con sus familias. Y el sentimiento había sido recíproco. A Lannette, en cambio, nunca la habían gustado sus amistades.
Pensó que debía de estar muy cansado: rara vez recordaba ya a su ex mujer. Después de que ella lo abandonara, se había dedicado a lamer sus heridas en privado, y gradualmente habían llegado a cicatrizar. Cuando era más joven, había creído que el matrimonio y el amor significaban compartirlo todo, entregar el propio corazón a otra persona... pero Lannette no había querido en su corazón, excepto quizá como trofeo. En realidad, ni él ni nadie le habían importado nunca. Y lo único que habían compartido había sido la pasión del sexo...¿pero por qué estaba pensando en eso cuando tenía a una mujer como Frannie sentada a su lado?
Entró en la calle donde vivía y aparcó frente al sendero de entrada del edificio. Cuando se volvió hacia ella, se preguntó qué sucedería si simplemente cubría la mínima distancia que los separaba para besarla en los labios. La había estado observando durante la fiesta, admirando su sonrisa, el contorno sensual de sus labios.... y no podía olvidar el anhelo físico que lo había abrumado; se estremecía de deseo con sólo pensarlo.
No quería que aquella velada terminase. O, en todo caso, quería que terminase con Frannie acompañándolo a su casa para, una vez ejecutado el ritual de acostar a Lex, acabar durmiendo juntos. Ya no creía en el amor como cuando era más joven, y estaba empezando a considerar otras razones que justificaran el matrimonio. Frannie podría ser la esposa perfecta para él.
¿Esposa? ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Acaso no había decidido que no iba buscarse otra mujer? Se dijo que sólo estaba considerando aquella posibilidad debido a la necesidad que Alexa tenía de contar con dos padres en su vida. Ésa era la única razón por la que estaba pensando tanto en Frannie.
Sabía, sin embargo, que ella sentía una atracción semejante a la que sentía él. ¿Por qué entonces se mostraba tan prudente, tan retraída? A veces tenía la sensación de que estaba pensando en otro hombre cuando lo miraba... en alguien que le había dejado un mal sabor de boca, una amarga experiencia.
Al ver que se disponía a salir del coche, Jack se apresuró a abrirle la puerta.
-Gracias por haberme acompañado. Sé que ha sido un poquito violento para tratarse de la primera cita.
-No ha sido una primera cita -replicó ella.
-Es verdad... ha sido la segunda.
-No ha sido una cita.
-Ya lo sé: solos somos amigos -en aquel momento Jack podía distinguir bien su rostro, con sus rasgos suavizados por la luz de la luna-. Pero entonces, ¿cómo es posible que no me sienta «un simple amigo» tuyo?
Frannie se tensó al sentir sus manos en los hombros, quedándose tan paralizada como una estatua.
-No lo sé -susurró, pero en sus ojos Jack podía leer que sabía tan bien como él lo que estaba sucediendo entre ellos. Era el fin de su retraimiento.
Inclinando la cabeza, Jack hizo lo que había estado soñando durante semanas con hacer: besarla en los labios. Al mismo tiempo la estrechó entre sus brazos y Frannie, poniéndose de puntillas, no se resistió. A pesar de que él mismo había provocado aquellos momentos de intimidad, no estaba preparado para sentir el contacto de su cuerpo. Sentía sus labios suaves y ávidos bajo los suyos, y Frannie empezó a devolverle los besos.
Jack se volvió entonces con ella en los brazos y se apoyó de espaldas en el coche. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no controlar el abrumador deseo que lo invadía porque, en cierto momento, sintió con toda crudeza que aquellos besos no eran suficientes. Podía sentir sus senos contra su pecho, y deslizó una mano debajo del corpiño de su vestido para apoderarse de uno; ella no lo rechazó. Inmediatamente Jack dedicó su atención a la satinada piel de su cuello, de sus mejillas, mientras acariciaba delicadamente el pezón con el pulgar. Franie dijo entonces algo que él no escuchó, y le preguntó en un murmullo:
-¿Qué?
-Que somos simplemente amigos.
En realidad Jack odiaba interrumpir aquello, pero no tuvo más remedio que hacerlo.
-En caso de que todavía no te hayas dado cuenta, va no somos «simplemente amigos». No sé lo que somos, pero me gusta. Y a ti también -inclinó la cabeza para besarla de nuevo-, Dime que te gusta.
-Me gusta -susurró ella-. Pero no estoy segura de que esto sea lo más inteligente...
-Quizá no -concedió él-. Pero es divertido, ¿no? ¿No crees que es divertido?
Frannie se echó a reír, aunque con un cierto tono de amargura.
-Ésa no es la palabra que yo utilizaría para definir esto. Tengo que pensarlo -intentó apartarse de él.
Jack suspiró, apoyando la frente contra la suya.