Territorios Escandalosos

Los intentos inútiles de Annabelle Collins de acomodar los mechones rubios de su cabello dentro de su sombrero color paja empezaron a malhumorarla. Había vivido en esta diligencia desde que había salido de Chicago hace diez días, y sus compañeros de viaje había hecho lo posible por mantenerse alejados de su carácter irritado.

Había mostrado su desprecio por el anciano caballero que se había subido a la diligencia en Elgin y ya estaban a unos cuantos días al oeste de Rockport. Su madre la habría azotado hasta más no poder si hubiera presenciado el comportamiento maleducado de Annabelle.

Le dio una sonrisa tímida al hombre mientras este salía del transporte. Él le respondió entre dientes, indicando que seguía ofendido por su primer encuentro de hace algunos días. Annabelle bajó los hombros derrotada y suspiró profundamente. Esta reacción no debería sorprenderla. Después de todo, ellos apenas si se habían mirado desde su primer encuentro. Aunque el interior del carruaje no era espacioso, habían logrado evitar el hablarse o tener cualquier otra interacción hasta ahora. Los escrúpulos de Annabelle ahora la presionaban para que arreglara las cosas, pero después de la respuesta que había recibido, olvidó el asunto de la reconciliación y pensó que el resto del viaje con el hombre sería similar a su vida en Chicago. Lo mejor sería evitar el conflicto y pasar a otras premisas más importantes de la existencia.

El breve pensamiento sobre Chicago y el conflicto asociado con este hizo que Annabelle diera un sobresalto, no solo físicamente, sino también en su interior y hasta su misma alma. Aunque el escándalo que había ocurrido en Chicago hacía algunas semanas se alejaba más de su mente con cada día que pasaba, Annabelle todavía tenía las imágenes grabadas en su mente.

Había tenido que salir de todos sus círculos sociales. Se había convertido en una reclusa escondiéndose de las palabras de destierro de sus supuestos amigos. Nadie le respondía cuando ella los invitaba a una visita. Tampoco recibió ni una sola invitación a tomar el té o a una reunión social. Era como si Annabelle Collins hubiera perdido todo su valor. Las personas temían ser vistas con Annabelle, como si el estar cerca de ella fuera a ocasionar discordia en sus propias vidas y como si el ser un rechazado social fuera contagioso.

Annabelle no tenía solución para su caída del círculo social de Chicago. Su nombre y reputación estaban arruinados, y no había sido su culpa. Por tanto, en un esfuerzo por salvar su cordura, hizo lo impensable.

Por entre las sombras de la niebla matutina se había dirigido furtivamente hacia la oficina de transportes. Ahí había comprado un boleto hacia Fort Dodge. Había escuchado en las pláticas de su padre y sus socios de negocios que Fort Dodge era una zona de gran interés para proyectos futuros. Tenía que alejar su mente de los constantes susurros a su alrededor, y su alma necesitaba un refugio por el aislamiento. Parecía que la mejor manera de lograrlo era empezando de nuevo.

Después de comprar el boleto y esconderlo en su aposento, empezó a sentir que el peso del mundo dejaba de aplastarla. Tranquila y satisfecha con su decisión, empacó en su bolso tres cambios de ropa, sus artículos de aseo personal y algunos otros artículos apreciados. La pieza final de su equipaje sería su boleto de viaje. Esto sería lo que llevaría con ella al dejar la casa de sus padres, Chicago, y su honor manchado atrás.

Annabelle suspiró al pensar en esa noche en que había empacado sus cosas. Se sentía como si hubiera sido hace dos años y no dos semanas. Pero ahora aquí estaba, en frente de la oficina en Dubuque, tratando de alejarse del polvo y la suciedad de viajar a través de asentamientos y territorios vagabundos. Aunque Dubuque tenía poco que ofrecer, definitivamente tenía más tiendas que la mayoría de los pueblos por los que habían pasado. Annabelle de repente sintió nostalgia por Chicago. No necesariamente por la gente, sino por sus padres y el ajetreo de las calles. Gente yendo y viniendo, comerciantes vendiendo sus productos y, por supuesto, el delicioso té que se servía en El Albion en el Edificio Pullman.

Después de acomodar algunos otros mechones sueltos de su cabello en su sombrero, Annabelle se cepilló la falda de viajes y se desabrochó el botón del cuello de su capa de lana. Sacudió su capa. Mientras el polvo salía de la tela, una nube de escombros flotó hasta ella. Estornudó pero siguió limpiando la tierra de su capa. Un deseo de meterse en una tina llena de agua caliente de lavanda llenó su mente y no podía esperar para llegar a Fort Dodge para hacer justo eso. Lo que más deseaba justo ahora era llegar a una posada y ordenar un baño y una buena comida.

Momentos después, abotonó su capa de nuevo alrededor de su cuello y Annabelle vio al otro pasajero, una mujer mayor, saliendo de la oficina. La mujer se puso de nuevo su sombrero de viaje y empezó a caminar hacia Annabelle.

“Es una tarde encantadora, ¿no te parece?” La mujer se paró junto a Annabelle. “No hemos sido presentadas. Mi nombre es Señora Isadore Hanson.”

Los modales de la señora Hanson así como su forma de vestir mostraban riqueza, formalidad y una buena posición social. Probablemente provenía de una familia influyente en el este.

“Es un placer conocerla, señora Hanson. Mi nombre es Annabelle Collins. Vengo de...” Casi decía Chicago, pero se detuvo. No quería que nadie, ni siquiera extraños, supieran de su pasado y del lugar del que había salido. “Detroit,” dijo.

El ser rechazada en su ciudad natal ya había sido suficientemente malo, pero el ser juzgada por extraños sería su derrumbe.

“Oh vaya, estás muy lejos de casa querida.” La señora Hanson se refrescaba el rostro y cuello con un abanico de bambú.

“Sí, lo estoy. Estoy viajando hasta Fort Dodge.” Annabelle le dijo su destino. El vestido de viaje de la mujer era de alta calidad, lo que le hizo saber a Annabelle que la mujer venía de la alta sociedad.

“Oh, ¿por qué querrías ir a ese lugar? Todo lo que tienen son minas de yeso, y ya sabes qué va de la mano con las minas...” La señora Hanson se acercó más y susurró, “Mineros. Son unos sinvergüenzas.” Hizo un sonido de desprecio con su lengua.

“Oh.” Annabelle apretó su capa en su cuello. “No sabía de tales indecencias.” El escuchar a su padre y a sus socios sobre los prospectos del área había hecho creer a Annabelle que este sería un buen lugar para establecerse. Ahora estaba teniendo dudas sobre vivir en Fort Dodge. Pero no podía desviarse de su plan. Ya tenía su boleto hasta Fort Dodge.

“Es mejor que te des vuelta y pienses en otro destino,” le advirtió la señora Hanson a Annabelle. “Sería peligroso que fueras a ese lugar sin un hombre que te acompañe.”

“No estoy segura.” Annabelle casi le decía a la mujer que se preocupara por sus propios asuntos, pero recordó que no sería una buena idea ser grosera con su compañera de largo viaje. “Tendré en cuenta el consejo.”

“Una mujer joven como tú no debería estar viajando sola, pero justo ahora lo estás. Alguien debería estar cuidándote. El cielo sabe que me sentiría culpable hasta la tumba si terminas en consecuencias poco honorables,” añadió la señora Hanson.

“Agradezco su preocupación por mi bienestar,” respondió Annabelle con una sonrisa lenta saliendo de sus labios. La señora Hanson le regresó el gesto y metió el brazo de Annabelle debajo del suyo.

“Ven, acomodémonos de nuevo en la diligencia.” La señora Hanson guio a Annabelle por las escaleras improvisadas para subir a la diligencia. “Tenemos un largo camino por delante y bastante tiempo para conocernos.”

Las mujeres se acomodaron en los asientos adyacentes mientras el anciano caballero se les unía también. Una vez sentados, Annabelle miró al hombre delante de ella. Él frunció el ceño. Annabelle le sonrió con aire de suficiencia y después se regañó en silencio por ser maleducada. Otra conducta por la que su madre la hubiera reprendido, pero Annabelle no tenía que preocuparse ya que su madre estaba a cientos de millas de distancia y de ninguna manera pudiendo reprenderla.

En lugar de preocuparse por sus malos modales, Annabelle le sonrió a la señora Hanson mientras la mujer le contaba anécdotas.

***

Reed Lewis arrojó los papeles sobre su escritorio de caoba. No lo podía creer.

Su abogado y mejor amigo, Archer Donovan, estaba incómodo en su silla contemplando la rabieta de Reed.

“La audacia del vejete,” gritó Reed.

“Siempre fue un tipo de hombre excéntrico,” acordó Archer.

“¿Excéntrico? No, el hombre estaba senil.” Reed empezó a caminar en círculos detrás de su escritorio. “Fue el tonto de un tonto escuchando a la anciana.” Reed maldijo al recordar a su abuelastra. Ella odiaba a Reed y a cualquier otro miembro de la familia.

“Él firmó el testamento en sus cinco sentidos, Reed,” le recordó Archer a su amigo.

“¿En sus cinco sentidos? Ese hombre no había tenido cordura desde que se casó con esa...”

“Detente, Reed. No se puede cambiar lo que ya está hecho.” Archer se levantó y se dirigió hacia la mesita de palisandro en la que Reed tenía su selección de licores y vasos. Archer sirvió dos vasos de whisky y le dio uno a Reed. “Cálmate y terminemos de analizar los papeles.”

Reed murmuró, tomó el vaso y se tomó su contenido. “¿Cómo se supone que cumpla con estas expectativas?”

“Encontraremos una manera.” Archer se volvió a sentar en su silla.

“¿Puede ser impugnado?” La voz de Reed se escuchó esperanzada.

“No según las jurisprudencias que conozco,” respondió Archer.

“Maldición con ese viejo.” Reed rugió y puso el vaso vacío con un golpe en el escritorio.

“Reed, detente.” Archer se puso de pie. “Ya arreglaremos algo.”

“Más vale que así sea, Arch. Necesito ese dinero. Sin este, mi empresa se derrumbará, y no puedo dejar que eso suceda. Mi reputación es muy importante.”

“Lo sé, Reed.”

Los dos hombres estaban sentados de frente y con el escritorio entre ellos. Analizaban las hojas del testamento delante de ellos, debatiendo acerca de los detalles y buscando algún error. Horas después, la única solución era que Reed satisficiera el requisito establecido por su abuelo.

“Oh, cielos,” dijo Reed. “¿Así que eso es? ¿Ninguna posible ambigüedad?”

“Ninguna que pueda ver,” respondió Archer limpiándose la frente, deseando que el dolor de cabeza bajara un poco.

“¡Vaya!” dijo Reed.

“Sé que parece improbable, pero todo saldrá bien.”

“¿Y cómo va a ser eso?” Reed se levantó y caminó hacia la ventana de su oficina. Se miraba la calle principal de Waterloo. Dejó de pensar en sí mismo y en sus preocupaciones por un momento al ver a los vaqueros que entraban en la taberna al otro lado de la calle. Deseaba que su única preocupación fuera solo el llenar su botella de whiskey al igual que esos vaqueros.

“Encontraremos a una mujer joven, se lo explicaremos todo y esperaremos que acepte un matrimonio falso.”

“¿Crees que alguna mujer realmente estará de acuerdo con algo como eso?”

“Tendrás que hacerla entender. Le pagarás una buena cantidad una vez que termine el primer año de prueba. Es un plan perfecto.”

“No lo sé, Arch.” Reed dejó de ver lo que pasaba abajo en la calle y regresó su atención hacia su oficina.

“Es infalible.”

“Confío en ti. Empecemos a buscar posibles mujeres en el pueblo y veamos qué pasa,” Reed llenó los vasos de whiskey y acordaron hacer una lista de candidatas adecuadas.

***

La diligencia finalmente se detuvo ajetreadamente en la estación de Waterloo. Annabelle se sostenía del asiento de madera con todas sus fuerzas. Las últimas horas del viaje habían sido insoportables ya que parecía que las ruedas de la diligencia pasaban sobre todas las rocas. Se había sacudido más en la última hora que en toda su vida antes de este viaje sin fin.

Había logrado dormir profundamente por un momento antes de que la señora Hanson la despertara tratando también de ponerse cómoda y esperando que terminaran las horribles condiciones del viaje.

El caballero enfrente de ellas se aferraba fuertemente de la ventana de la diligencia. Annabelle escuchaba al conductor guiando a los caballos. A cada varios segundos el hombre en el asiento del conductor les gritaba a los caballos para que siguieran sus órdenes.

“¡Qué demonios!” dijo el conductor o su acompañante.

“Oh cielos,” dijo la señora Hanson al escuchar las maldiciones.

El pasajero se atrevió a sacar la cabeza por la ventana para ver de qué se trataba la conmoción. Annabelle se aferró más a su asiento y cerró los ojos. Cada vez que las ruedas chocaban con una roca, temía que todo el carro se volteara y que no quedaran más que astillas.

“¿Qué pasa ahí afuera?” gimió la señora Hanson con una mano en el pecho.

El hombre volvió a meter la cabeza al carro. “No alcanzo a ver bien del otro lado del carro, pero espero que termine pronto.”

“Oh, Señor, sálvame de las profundidades del infierno. Alíviame del dolor que estoy sufriendo,” siguió orando la señora Hanson mientras Annabelle y el caballero también oraban en silencio.

“¡Siguiente parada, Waterloo!” les gritó uno de los conductores a los pasajeros.

“Gracias, Señor.” La señora Hanson sonrió y miró a Annabelle.

“Sí, gracias,” repitió Annabelle.

Minutos después la diligencia dejó de moverse, y Annabelle quería escapar del confinamiento del carro y caer al suelo agradecida por haber llegado a salvo a Waterloo. Pero en vez de eso, bajó de la diligencia con gracia, tomando su pequeño bolso con sus posesiones más preciadas y se dirigió a la oficina. Sabía que estarían en Waterloo por una hora, así que tendría tiempo de ir a un salón y comer algo recién preparado. Los panecillos secos que había conseguido en la parada de Dubuque apenas si eran una comida. Había estado teniendo visiones de pollo frito y nabos cocidos cubiertos en una espesa salsa.

Annabelle dejó a la señora Hanson descansando en la diligencia y se dirigió hacia la calle principal. Si Waterloo era similar a los otros pueblos, habría un establecimiento de comida cerca de la oficina de viajes. Caminó por el sendero de madera por entre la gente del pueblo. Eventualmente llegó a Nellie's, y supo que en este lugar encontraría comidas caseras. El aroma de la comida frita, del café y de otros comestibles flotaba fuera de la puerta de entrada del salón.

Annabelle abrió la puerta y entró al establecimiento. El olor de la comida invadió sus fosas nasales y su estómago respondió con rugidos. Volteó para ver si los otros clientes habían escuchado el sonido de su estómago vacío, pero se sintió aliviada al ver que nadie lo había hecho.

Se sentó en una mesa vacía y miró la pizarra cerca de la cafetera en una esquina. Los especiales del día no le parecieron atractivos ya que estaba deseando comer algo de pollo, pero decidió tomar la oferta de carne asada con patatas y zanahorias hervidas. Cuando le dio su pedido a la mesera, también pidió algunas piezas de pan. Abrió su bolsa y sacó el monedero en el que guardaba el dinero. Si lo gastaba sabiamente, tal vez podría entrar en algún hotel decente al llegar a Fort Dodge y todavía le quedaría dinero para la comida de algunos días y para un buen baño lujoso.

Mientras esperaba su comida, pensó en todo lo que tendría que hacer al llegar a Fort Dodge. Tendría que acomodarse y conseguir su baño. La mañana siguiente y después de dormir en una cama real, se pondría a buscar empleo. Tal vez podría ser mesera en un establecimiento de comida con buena reputación; este parecía ser un trabajo honesto, o tal vez podría conseguir trabajo en uno de los otros negocios en la calle principal.

Pronto tuvo su comida en la mesa. Empezó a comer olvidando todos sus modales. Lo delicioso de la comida hacía que gimiera con cada mordida. No había tenido una buena comida en semanas, y esta definitivamente valía la pena. Después de los primeros bocados, empezó a comer más lento para disfrutar por completo el sabor de la comida.

Cuando terminó, puso su tenedor y cuchillo a un lado, se limpió la boca y puso la servilleta en la mesa. La mesera se acercó y recibió el pago por la comida. Le agradeció a la joven y tomó su bolsa para dirigirse hacia la oficina de viajes. Si había medido el tiempo bien, y estaba segura de que lo había hecho, tendría alrededor de diez minutos antes de que la diligencia saliera hacia su destino final: Fort Dodge.

Caminó por la calle y tomó algunos momentos para ver por los escaparates de la tiendas y se imaginó el ser clienta de alguna de estas tiendas y poder entrar a comprar tela para un nuevo vestido o sombrero. Sus fantasías la hicieron perder la noción del tiempo y, antes de que se diera cuenta, escuchó el grito del conductor de la diligencia.

“Oh cielos,” jadeó. Tomando su bolsa contra su pecho y sosteniendo el dobladillo de su falda, empezó a correr hacia la oficina de viajes. Para cuando llegó, sin aliento y asustada, vio el polvo que dejaba la salida del carro. “Oh, no.” El impacto no la dejó siquiera llorar.

“No, no, no.” Fue la única palabra que dijo. “¿Ahora qué haré?”

En momentos de desesperación y emoción, extrañaba mucho a su padre. Deseaba que él estuviera ahí para ayudarla. Él sabría qué hacer. Siempre estaba lleno de sabiduría y sentido común. Mordiéndose el labio inferior para evitar que se le escaparan las lágrimas, Annabelle trató de pensar qué haría o diría su padre. Cerró los ojos y se imaginó que su padre estaba junto a ella. Se esforzó por tratar de escuchar su voz en sus pensamientos.

Llegó a una conclusión en solo segundos. Recordando las palabras de la señora Hanson acerca de no quedarse en la oficina de Fort Dodge y en la devastación que podría resultar de hacerlo, la ansiedad de Annabelle se calmó. El perderse la última parte de su viaje era una señal. Alguien la estaba protegiendo desde arriba y cuidándola de los peligros. Se preguntaba si la señora Hanson le había dicho al conductor que Annabelle no continuaría su viaje y que debían irse sin ella. ¿Era esa la forma de la señora Hanson de proteger a Annabelle? Annabelle nunca lo sabría.

Después de orar, Annabelle abrió los ojos y pensó que tal vez Waterloo era justo lo que necesitaba. Si alguien en el este le preguntaba al encargado de la oficina acerca del boleto que había comprado, él les diría que era hasta Fort Dodge, no a Waterloo. Cambiaría sus planes de vivir allá a vivir aquí. Regresó al establecimiento de comida esperando que la mesera le pudiera ayudar; ya sea a encontrar empleo, un hotel para descansar o siquiera un baño caliente local.

Annabelle entró por la puerta del restaurante y saludó a la mesera. Ella le hizo una señal a Annabelle y terminó de servirles a los tres rancheros que esperaban su comida. Annabelle sonrió y se hizo a un lado para dejar que otros clientes pudieran pasar. Sostuvo su bolsa frente a ella y recordó que esto era todo lo que tenía. Todas sus posesiones materiales estaban allí. Su ropa y demás pertenencias personales estaban en la diligencia. Se esforzó por no llorar. Tenía solo algunos dólares en su bolso y nada de ropa.

“¿Se encuentra bien, señorita?” Las palabras de la mesera interrumpieron su pesar.

“S-sí, estoy bien.”

“¿Puedo ayudarla en algo?”

“Sí.” Annabelle recobró la compostura. “¿Sabes de algún establecimiento que esté contratando? Tengo que encontrar un empleo.”

“Desearía poder ayudarla. No sé de algún lugar que esté buscando a una mujer. Casi en todas partes están contratando hombres,” dijo la mesera.

“Oh. ¿Conoces algún hotel al que pueda ir? Soy del este y acabo de llegar.”

“Vaya por la calle principal hasta June's. Es la gran casa blanca al final de la calle. June Anders, la propietaria, le dará una habitación. Es una señora mayor muy gentil y ella se encargará de usted, y hasta puede que sepa de alguien que esté contratando.”

“Gracias.” Annabelle le dio una sonrisa. Salió del edificio y caminó por la calle siguiendo las indicaciones de la mesera. Estaba enfrente de una taberna a mitad de la calle cuando de repente las puertas se abrieron y salieron dos grandes hombres deteniéndose frente a ella.

“Buenas tardes, señorita,” dijo el más repulsivo de los dos.

Incluso a medio metro de distancia Annabelle podía oler el alcohol en el aliento ofensivo del hombre.

Miró a los dos hombres y se dio cuenta de que necesitaría un ejército para pasar entre ellos. El hombre que había hablado tenía tanta suciedad en el rostro que se ocuparía bastante jabón para poder limpiarlo, y el olor que provenía de sus ropas era horrendo, haciendo que Annabelle estuviera a punto de vomitar. El otro hombre era más bajo que el primero pero igual de sucio. Este traía un pedazo de madera en la boca.

“Disculpen, caballeros.” Intentó pasar a los hombres, pero el más bajo estiró un brazo y le bloqueó el paso.

“No tan rápido. Estamos buscando algo de diversión, ¿no es así Jeb?” Le hizo una señal al más alto.

“Así es.” Jeb se acercó más e inhaló. “Hueles muy bien.”

“Lo siento, caballeros. Por favor permítanme pasar.” Ella se movió fuera de su alcance. “Tengo que ir a un lugar.”

“Sí, eso es cierto,” respondió el que se llamaba Jeb. “Vendrás a un lugar con nosotros.” Dio un paso hacia adelante y la tomó del brazo. Ella se sorprendió más por el movimiento súbito que por el hecho de estar atrapada.

“Por favor, señor. No quiero problemas.” Trató de quitar su brazo.

“No va a haber problemas, señorita.” Los hombres se rieron. “Solo diversión.”

***

“Archer, no estoy seguro de que esto funcione,” dijo Reed. “Ya hemos analizado a las posibles candidatas por varias horas y no quiero estar casado con ninguna de ellas por un año.” Reed se pasó la mano por su cabello castaño oscuro.

“Lo sé, Reed. Pero en este momento no tenemos otras opciones. No a menos que ocurra un milagro.”

Reed se puso de pie y fue hacia la ventana que daba hacia la calle principal. Este era su lugar favorito cuando necesitaba pensar y resolver un problema. Y en este momento tenía un problema. Su abuelo, Henry, había muerto hacía algunas semanas y, una vez que se leyó el testamento, Reed descubrió que la única manera en que podría heredar la riqueza y tierras de la familia era si Reed se casaba antes de su cumpleaños número treinta, que sería el siguiente domingo. Faltaban tres días y Reed no tenía ningún prospecto.

Dejó que sus ojos fueran de un extremo a otro del pueblo viendo los distintos negocios sobre la calle. Vio a personas caminando por todas partes; algunos cargando provisiones en sus carretas y rancheros buscando alimento. Pero fue el encuentro de los hermanos Olsen con una mujer desconocida en frente de la taberna lo que llamó su atención.

Desde un punto de vista normal, una persona observando a este trío podría concluir que no hacían más que hablar de asuntos cotidianos, pero Reed sabía que los hermanos Olsen no tenían buenas intenciones. Nunca en todos sus años viviendo en Waterloo había visto Reed a Jeb y Jonas Olsen teniendo tan solo una conversación, especialmente con una mujer. Las únicas mujeres con las que se asociaban eran de mala reputación; y no era para conversar.

“Archer, ven a mirar esto.” Se hizo a un lado para que su amigo viera hacia la calle. “Creo que tenemos que bajar y salvar a esa señorita.”

“Pero... esos son los hermanos Olsen.” La voz de Archer se estremeció.

“Estarás bien.” Reed rio. “Yo me encargaré de ellos y, mientras bajamos, te explicaré por qué necesitamos hacer esto y por qué necesito que saques a los hermanos Olsen del pueblo.”

Una vez en la calle, Reed se acercó a los Olsens.

“Buenas tardes Jeb, Jonas.” Reed hizo una reverencia con la cabeza. “Buen día para dar un paseo, ¿no les parece?”

Los hermanos lo miraron de manera maliciosa, pero Reed ignoró el desprecio y miró a la hermosa rubia que parecía asustada al lado de ellos. Alcanzó a ver que ella temblaba y supo que los hermanos Olsen eran la razón de su terror.

“¿Y quién es usted? ¿Nueva en el pueblo?” Reed la tomó de la mano y se la besó. Pudo sentir que ella temblaba y esperó que su intervención ayudara a que se tranquilizara un poco. Lo que menos necesitaba era que se desmayara. Nunca había sabido cómo tratar a las mujeres débiles, y prefería evitar una escena en pleno día y en medio de la calle. Él era un hombre privado y prefería evitar los escándalos.

“Oh, ¿gracias…?” La melodiosa voz de la mujer demostró que definitivamente no era de estos lugares. Supuso que venía del este.

“Sr. Lewis. Reed Lewis a su servicio, señorita.” Él acarició la delicada piel de su mano con sus labios una vez más.

“Es un placer conocerlo, Sr. Lewis.” La mujer sonrió.

Reed vio que ella seguía temblando y supo que tendría que deshacerse de los hermanos Olsen. Le regresó la sonrisa, le soltó la mano, y después pasó su atención a Jeb y Jonas.

“Muchachos, ¿les puedo ayudar en algo?”

“Lewis, esto no te incumbe,” respondió Jeb escupiendo tabaco sobre el suelo, apenas a un lado de los zapatos Brogan de Reed.

Reed ignoró la grosería e ignoró la amenaza vacía de Jeb.

“Jeb.” La voz de Reed era profunda y seria. “Lo mejor sería que se fueran ahora. No queremos que nadie piense que están siendo poco caballerosos, ¿verdad?”

“No estamos molestando a nadie,” interrumpió Jonas, y después volteó a ver a la mujer. “Solamente nos estamos presentando con esta bella señorita.”

“Pero el juez del tribunal viajante puede que no piense lo mismo,” les advirtió Reed y alcanzó a ver que la mujer dio un sobresalto. Él y Archer habían llegado justo a tiempo para detener las travesuras de los muchachos Olsen. Tal vez podría usar esto para ventaja suya.

Archer habló estando al lado de Reed. “¿Recuerdan la última vez que el juez vino al pueblo y tuvimos un incidente de conducta desordenada?” 

Jeb miró a ambos hombres, escupió otra vez, y golpeó el brazo de su hermano. “Vámonos. No necesitamos problemas.”

Jeb se dio la vuelta y sus espuelas tintinearon en el suelo. Caminó hacia el amarradero a unos metros de distancia con Jonas siguiéndolo de cerca. Se subieron a sus sementales y, antes de irse, Jonas habló. “Mejor cuídate las espaldas, Lewis. No estaremos muy lejos.” Miró a la mujer, le guiñó un ojo, y después azotó las riendas de su caballo. Jeb, con la mano en la culata de su Colt enfundada, le dio una mirada a Reed antes de seguir a su hermano.

Reed vio a los hombres dirigirse hacia las afueras del pueblo. Al verlos irse su corazón pudo dejar de latir tan rápido. Después volteó hacia la mujer dándole su sonrisa más sincera.

“Espero que no la hayan asustado mucho.” Lentamente tomó sus manos con las suyas. “Claramente sigues agitada. Lo siento, ¿en dónde están mis modales? En todo este caos, no tuve el honor de preguntar tu nombre.”

“Annabelle.” Ella sonrió tímidamente. “Annabelle Collins...worth.”

“Bueno, señorita Collinsworth, ¿me daría el privilegio de acompañarla hasta su residencia?” Él sabía que ella le había dado un nombre falso, pero esto no era de su incumbencia. No necesitaba conocer su identidad verdadera; solo necesitaba que aceptara la proposición que le iba a hacer.

“No tengo. Quiero decir, me dirigía con la señora Anders para pedirle una habitación en la que pueda quedarme algún tiempo.”

“Pues entonces te acompañaré hasta allá. No necesitas más contratiempos en tu camino.” Él le indicó que lo tomara del brazo y entonces la llevó por la calle.

“Oh, Archer,” dijo por sobre su hombro, “Te veré en mi oficina en breve. Debo acompañar a la señorita Collinsworth hasta la casa de Anders.”

“Por supuesto, Reed,” respondió Archer poniéndose en marcha.

Reed y Annabelle caminaron en silencio por algunos minutos hasta que ella rompió la tensión.

“Sr. Lewis, permítame expresar mi más profundo agradecimiento para usted y su acompañante.”

“No fue nada, señorita Collinsworth.” Después se detuvo. “Espero que me esté refiriendo a usted de la manera correcta. No deseo faltarle al respeto si usted tiene un esposo.”

“Cielos, Sr. Lewis. No, no soy casada. Pero es muy amable por preguntar.”

“Mi crianza me inculcó los modales y el respeto hacia otros. Mi madre estaría orgullosa de escuchar que sus consejos diarios han resistido la prueba del tiempo.” Él le dio una sonrisa y, por primera vez, se dio cuenta de lo hermosa que era. Su cabello rubio era del color de un campo de trigo, y tuvo el deseo de acariciárselo con los dedos. Sus ojos verdes color esmeralda le brillaban al hablar. Incluso con el temor que permanecía en sus ojos, Reed estaba hechizado por su belleza. Mientras caminaban, ella mostró una seguridad que a él le gustó. Como esposa y compañera podría hacer un buen trabajo en las galas y cenas que él llevaría a cabo para solicitar inversores.

“Entonces por favor dele mis saludos a su madre por la buena crianza de un caballero y rescatador.” Annabelle se sonrojó y bajó la cabeza.

“Será un honor el transmitir sus palabras de gracia hacia ella,” Reed respondió y tocó suavemente la mano de Annabelle que estaba bajo la suya.

Conversaron de cosas triviales hasta que llegaron al sendero de piedra que llevaba hasta la casa de huéspedes. Reed esperó el momento oportuno para decirle su propuesta.

“¿Pudiera saber cuáles son tus planes para la cena?”

“Necesito instalarme en una habitación,” respondió Annabelle, pero Reed pudo ver esperanza en sus ojos. “Acabo de llegar en el último transporte.”

“Perdona mi egoísmo. No me había dado cuenta de que acababas de llegar.” Se detuvo justo antes del pórtico de tablones de madera que conducía a la casa de huéspedes. “Permíteme hablar con la señorita June. Ella es una amiga de mi familia.”

“Oh, no es necesaria tal amabilidad, Sr. Lewis.” Annabelle dejó de tomar su brazo. “He viajado hasta aquí sola y estoy segura de que podré conseguir una habitación por mi cuenta.”

“Lo he hecho de nuevo, señorita Collinsworth. La he herido. He aludido que no es capaz de manejar sus propios asuntos, a pesar de su obvia competencia.” Reed bajó la cabeza como si estuviera avergonzado y se sintiera culpable.

“Deje de pensar así, Sr. Lewis. No ha lastimado mis sentimientos ni mi orgullo.” Ella le tocó el antebrazo y sonrió. “Permítame instalarme y usted podrá venir a buscarme al anochecer. Le diré a la señorita June, como usted la llama, que vendrá alguien a buscarme a la hora de la cena.”

“Será un placer.” Reed asintió con la cabeza y ayudó a Annabelle a subir las escaleras del pórtico. “Hasta la noche.” Hizo una reverencia y la dejó para que fuera a conseguir una habitación.

En su camino de vuelta a la oficina, Reed no pudo evitar el sonreír. “Sí, ella es la indicada.”

***

 

Annabelle se sentó al borde de la vieja cama y sostenía su bolso en el pecho. No tenía un cambio de ropa, su vestido de viaje era una monstruosidad y necesitaba un baño con desesperación. En su cabeza todavía estuchaba la voz del Sr. Lewis invitándola a cenar y sabía que tenía que ser cuidadosa con sus gastos, ya que el dinero que le quedaba era limitado.

Si tan solo la señora Hanson hubiera pensado en bajar su otro bolso y su maleta en la estación, entonces tendría su ropa y otras cosas esenciales. Annabelle entonces recapacitó. Tal vez sus cosas estaban en la estación. Saltó de la cama y salió de la casa Anders.

De camino a la estación, Annabelle no dejó de orar por que sus cosas estuvieran allí. La caminata apresurada cruzando todo el pueblo parecía alargarse por siempre. Caminó hasta la puerta principal, entró en el pequeño edifico y fue hasta el mostrador. El hombre sentado allí estaba escribiendo en un libro y al principio no la notó. Ella esperó con paciencia, pero después de unos momentos se aclaró la garganta.

“¿Sí, señora?” El hombre dejó de escribir y la miró.

“Yo era pasajera de la diligencia que pasó por el pueblo más temprano y creo que mi equipaje pudo haberse quedado aquí.” Cruzó los dedos en nerviosismo.

“Ah, permítame ver. Si recuerdo a alguien, creo que fue una señora, pidiéndome que guardara una maleta por ella. Permítame ver en el almacén.” Se puso de pie y desapareció por una cortina detrás del mostrador.

Oh por favor, señora Hanson. Por favor que estén mis cosas aquí.

“¿Señora?” El hombre la llamó de detrás de la cortina. “Creo que esto es lo que está buscando.” Escuchó ruido y movimiento de cajas como si el hombre estuviera quitando muebles. La cortina se hizo a un lado y el hombre apareció con su maleta y su otro bolso poniéndolos en el mostrador.

“Oh, cielos.” Todas sus pertenencias estaban intactas. “Por amor de Dios. Gracias.”

“¿A dónde necesita que las lleven?” le preguntó el hombre poniéndose erguido y limpiándose las manos.

“Me estoy quedando en la residencia Anders.”

“Muy bien. Haré que el muchacho del establo las lleve en este momento.”

“Gracias, de verdad muchas gracias.” Annabelle abrió su bolso para sacar una moneda de plata de su monedero y dársela al hombre como muestra de agradecimiento.

“Eso no es necesario.” El hombre levantó la mano negándose a recibir el dinero. “Tan solo hago mi trabajo.”

“Iré a esperar la entrega. Oh, muchas gracias. Mi vida está en este equipaje.” Le dio una sonrisa al hombre y regresó su monedero a su bolsa.

“De nada.” Hizo una reverencia con su sombrero.

Annabelle salió del edificio y atravesó el pueblo para volver a la casa de huéspedes. Ahora que sabía que su ropa estaba a salvo y en camino, podría ordenar un baño caliente y prepararse para su cena con el Sr. Lewis.

***

Annabelle se frotaba con el pequeño paño empapado en agua y jabón de lavanda sobre la parte superior del brazo y el hombro. La fragancia del jabón llenaba sus sentidos y suspiró al sentir el agua caliente relajando sus músculos. Para ella era increíble todo el dolor que podía causar un viaje y el cómo hacía a las personas apreciar un buen baño.

Gimió y se dejó perder en el lujo del agua y el jabón. Sonrió al pensar en estos placeres tan simples. Antes de que se diera cuenta, el agua ya se había enfriado tanto que empezaba a temblar. Tomó una toalla limpia, se puso de pie y envolvió su cuerpo con ella. Salió del agua del baño y tomó el cepillo de la cómoda para empezar a desenredarse el cabello.

Al darse cuenta de que tenía apenas un poco más de una hora antes de que el Sr. Lewis viniera a buscarla, se secó con rapidez y se puso su vestido azul marino. Teniendo un poco de tiempo extra, estaba sentada en la silla en la esquina de la habitación cuando alguien llamó a su puerta interrumpiendo el silencio.

“¿Sí?” Abrió un poco la puerta para ver a la Sra. Anders.

“Hay un caballero abajo que pregunta por ti.”

“Bajaré en solo un momento. Solo tengo que tomar mi capa.” Cerró la puerta, se puso la capa sobre sus hombros y se abotonó el cuello. Sonrió al sentirse emocionada, como una chica de colegio reuniéndose con su novio por primera vez sin un chaperón. “Oh, Annabelle Collins, ya eres una mujer adulta, así que compórtate como una.”

Después de un último vistazo al espejo encima del vestidor, Annabelle se acomodó el vestido y bajó para encontrarse con el Sr. Lewis.

***

“¿Señorita Collinsworth?” El Sr. Lewis le ofreció una silla.

“Gracias, Sr. Lewis.” Annabelle se acomodó en la silla. “No estaba segura de qué ponerme, y aunque mi vestidor está limitado, parece que tomé una decisión sabia.” Miró a su alrededor dentro del restaurante y vio que este lugar era más pobre de lo que ella estaba acostumbrada al cenar en Chicago.

“Espero que sea de su agrado.” La voz del Sr. Lewis tenía un tono más arriba como si esperara escuchar aprobación.

“Oh, lo siento, Sr. Lewis. No pretendía menospreciar su selección.” Puso su servilleta en su regazo.

“No hay ningún problema, señorita Collinsworth. Entiendo que alguien procedente del este tenga una expectativa más alta al recibir una invitación a una cena formal.”

Annabelle abrió la boca para corregirlo, pero se detuvo. La culpa por no haberle dicho su nombre real la había estado molestando todo el día, y ahora al escuchar el nombre falso saliendo de su boca y golpeando sus oídos hizo que su remordimiento fuera más obvio.

“¿Señorita Collinsworth? ¿Se siente bien? Parece un poco ruborizada.” El Sr. Lewis puso su mano gentilmente sobre la de ella en la mesa. “¿Necesita regresar a su habitación?”

“No. No, no es nada serio. Yo solo... no he sido justa ni honesta con usted, Sr. Lewis.” Bajó la cabeza en señal de vergüenza y no se atrevía a verlo a los ojos. “Yo en circunstancias normales no suelo ser una persona tan cruel.”

“Por favor, señorita Collinsworth. Yo no soy un hombre que le guste juzgar.”

“No he sido honesta y me arrepiento de haber actuado de esta manera con usted.”

“¿Sí?” inquirió él.

“Mi nombre no es Annabelle Collinsworth.”

“¿No?” La voz y el rostro del Sr. Lewis mostraron sorpresa y la culpa de Annabelle creció.

“Mi nombre es Annabelle Collins. Yo, siendo nueva en el pueblo y sola...” Su voz subió un tono. “Estaba nerviosa al conocer a un extraño y trataba de protegerme, especialmente después de encontrarme con esos dos hombres horribles que me detuvieron.”

Observó al Sr. Lewis. Él escuchó en silencio y ella vio sus ojos castaños oscuros como a punto de producir una respuesta. ¿Había creído él su segunda historia? Ella no podría decirle toda la verdad acerca de los problemas que había dejado atrás en Chicago, pero esto al menos se acercaba un poco. 

“Muy bien, señorita Collins.” Sonrió. “Ya que estamos siendo honestos, yo también necesito hablarle de una verdad parcial que he compartido con usted.”

“¿Sí?” Annabelle se sorprendió por su confesión, pero escuchó mientras él expresaba la razón verdadera por la que la había invitado a cenar. Después de todo, él la había escuchado con cortesía y respeto. Ahora ella regresaría tal amabilidad.

***

¿En qué te has metido, Annabelle? Cerró la puerta de su habitación y suspiró. El decirle al Sr. Lewis la verdad había sido sencillo, pero después de su confesión, él había tenido una confesión propia. Annabelle no se lo esperaba ni se había imaginado que estaría en tal predicamento.

¿Ahora qué iba a hacer? Se desabrochó la capa y la puso en la silla. Se dejó caer ella misma en la silla junto a la capa y se sintió derrotada. Tenía una multitud de preocupaciones que le llenaban la cabeza y no tenía idea de dónde empezar para resolverlas.

Después de que ambos habían desenmascarado sus engaños, la velada había continuado con alegría y conversación muy agradable. Annabelle no podía recordar otra noche tan placentera como esta. El Sr. Lewis era un excelente compañero de cena y también había hecho que Annabelle olvidara por algunas horas el escándalo que había estado atormentando sus memorias y pensamientos.

Pero al final de la velada, Annabelle todavía tendría que decidir qué le depararía el futuro. ¿Debería aceptar la propuesta de matrimonio teórica del Sr. Lewis sabiendo que él cuidaría de ella y estaría segura, o debería rechazar su propuesta y orar por que estuviera libre de peligros gracias a la suerte y a sus propios escasos recursos?

Dejó que su mente regresara a dos meses atrás en Chicago cuando su vida se había derrumbado. Había estado trabajando para el prominente hombre de negocios Johnathan Glavin como su asistente personal. Organizaba las reuniones, mantenía su agenda social llena, y se aseguraba de que sus necesidades comerciales se cubrieran. Aunque no era común que una mujer trabajara de esta manera, el arreglo había sido benéfico para ambos. Ella aprendía los métodos de la compañía, lo que la ayudaría con su sueño de convertirse en una empresaria de negocios, y el Sr. Glavin podía enfocarse en transacciones de negocios pendientes y más importantes.

Recordó todas las galas a las que había asistido como asistente del Sr. Glavin; pero nunca de su brazo o como acompañante. Él tenía muchas mujeres de su misma edad de dónde escoger, y nunca pensaría en fraternizar de tal manera con sus empleados. Al menos eso era lo que Annabelle siempre había pensado de él. Pero para su sorpresa, se empezaron a esparcir rumores de que ella y el Sr. Glavin habían tenido relaciones impropias de manera oculta. Annabelle estaba devastada.

Ella nunca había estado sola con el Sr. Glavin ni se le había acercado de manera inapropiada. Lo mínimo que pasaría era que su trabajo como su asistente y su reputación en sus círculos de amigos estaban acabados. No fue sino hasta tres días antes de que dejara Chicago en la diligencia que Annabelle había descubierto al originador del rumor. Annabelle sintió una oleada de tristeza; su vieja amiga, Larisa Newton, era la que había arruinado la reputación de Annabelle. Lo único que se le ocurría era que Larisa estaba celosa del éxito laboral de Annabelle. Pero sin importar las razones de Larisa, la traición seguía doliéndole.

Ahora aquí estaba, en un nuevo pueblo con la oportunidad de empezar de nuevo, y todo lo que tenía eran las aflicciones de un matrimonio por conveniencia “solo de título,” y el miedo a los hermanos Olsen que podrían venir a buscarla de nuevo.

Aunque la verdad era que Annabelle se sentía atraída por el Sr. Lewis. Su encanto y rasgos apuestos hubieran hecho que la mayoría de las mujeres jóvenes de su ciudad natal hubieran desmayaron y competido por su atención. Esto le pareció muy extraño. ¿Por qué se lo proponía a ella en vez de a una mujer joven local de Waterloo? Tal vez se lo preguntaría el día de mañana, ya que se reunirían para almorzar en el mismo establecimiento de comida al que ella había asistido al llegar. Tal vez llegaría temprano para poder conversar con la mesera. Si este pueblo tenía algo que podía compararse a Chicago, era que las meseras conocían todos los rumores.

***

A la mañana siguiente, Reed se sentó en su escritorio y esperó la llegada de Archer. Tenía noticias espléndidas que compartir con su amigo. Tal vez podría cumplir con las demandas de su abuelo a tiempo y lograr salvar su imperio de negocios, así como mantener su reputación con sus inversores.

Apenas si había estado durmiendo las noches anteriores al estar preocupado con la idea de perder las propiedades y riquezas de su abuelo. Pero esta noche había dormido incluso menos con el fervor de tal vez ser capaz de preservar lo que había estado construyendo en los últimos diez años.

La velada de anoche había pasado con rapidez. Ya había anticipado cómo tocaría el tema de Annabelle convirtiéndose en su esposa, pero ella lo había hecho muy sencillo al contarle la historia de su nombre falso y el engaño detrás de este. Después de que ella le explicó sus razones para dar un nombre falso y de que él fingiera sorpresa, Reed aceptó su explicación y procedió a confesar su propio engaño. Esto no fue complicado y se sintió menos nervioso por cómo ella reaccionaría con su proposición.

Annabelle agradeció su invitación a cenar y, cuando ella no rechazó inmediatamente su propuesta de matrimonio, continuó la cena con un ánimo relajado. Le pareció que aseguró su propuesto de un matrimonio por conveniencia cuando mencionó de manera casual la posibilidad de que los hermanos Olsen volvieran para buscarla. El temor en sus ojos hizo que su oferta pareciera irrevocable.

Aunque ella había dicho que necesitaba considerar la propuesta y que le respondería en el almuerzo el día siguiente, Reed supo que Annabelle aceptaría.

“Buenos días,” dijo Archer entrando en la oficina de Reed.

“¡Claro que lo es! En realidad es un buen día. ¡Y será un buen día, semana, mes y año!” Se puso de pie y aplaudió con emoción.

“Por tu reacción a mi cordial saludo, supongo que tu cena con la encantadora señorita Collinsworth fue un éxito.” Archer se sirvió una taza de café, le puso una cucharada de azúcar y empezó a tomar la bebida caliente.

“¿Éxito? Oh, el resultado final fue mucho más que éxito.” Reed se unió a su amigo y también se sirvió una taza de café. “La señorita Collins—sí, veo que notas el cambio de nombre—pareció estar muy interesada en mi oferta.”

Archer levantó la ceja en confusión y Reed pasó la siguiente media hora explicando lo que había pasado en la cena. Para cuando Reed había terminado de narrar, Archer sonreía y estaba impresionado.

“Bien hecho, mi amigo.”

Reed le regresó la sonrisa y le encargó a Archer que organizara una reunión con el pastor el domingo por la tarde. Una vez que terminara el servicio matutino y la congregación se hubiera ido, él y Annabelle se casarían. Entonces le instruyó a su amigo que empacara sus pertenencias y las mandara a casa de su abuelo, ya que él y su nueva esposa vivirían allí desde la noche del domingo. Archer salió de la oficina para hacer los arreglos y Reed terminó algunas cartas pendientes con renovado optimismo. Una vez que estuvieran casados en dos días, podría terminar algunos contratos que habían estado obstaculizando su mente y sus negocios.

***

Annabelle entró al establecimiento y esperó a que la mesera le mostrara dónde sentarse. Había llegado quince minutos antes de lo acordado por ella y Reed. Mientras caminaban hacia la mesa, le preguntó a la mesera si tenía algunos minutos para responderle algunas preguntas. La joven señorita aceptó y le sirvió una taza de café a Annabelle.

“¿Conoces al Sr. Reed Lewis?”

“Sí. Es uno de los hombres más influyentes del territorio. Su dinero viene de generaciones. Su abuelo tenía uno de los ranchos más grandes de estos lados.” La mesera puso un contenedor de crema enfrente de Annabelle.

“¿Su abuelo tenía uno de los ranchos más grandes?” Annabelle revolvió la crema en su café.

“Sí. El viejo Henry falleció hace algunos meses. Impactó a todo el territorio. La mayoría de la gente pensaba que el vejete viviría para siempre.” Se rio.

“Por favor, siéntate conmigo si tienes un momento,” le ofreció Annabelle.

“Está bien,” dijo la mesera y se sentó en la mesa frente a Annabelle. “He estado parada toda la mañana.”

“¿Así que el Sr. Lewis heredará toda la propiedad?” preguntó Annabelle.

“Supongo que sí. Pero no estoy totalmente segura. He escuchado rumores, pero solo les pongo atención a la mitad de estos. La mayoría de las veces son falsos.” La mujer se encogió de hombros.

“¿Qué más puedes decirme del Sr. Lewis?”

La mujer se recargó en la silla y pensó. “Oh, tuvo una prometida que lo dejó parado en el altar la mañana de su boda. Fue muy triste. El hombre había estado muy enamorado de esa Jezabel.” Hizo un sonido con la lengua. “Todas las mujeres desde aquí hasta Elgin vinieron a cortejarlo. Bueno, dicen que vinieron a ofrecer sus condolencias, pero a mí no me engañan. No he nacido ayer como para no reconocer a mujeres interesadas en el dinero cuando las veo.”

“Ya veo,” dijo Annabelle calladamente. “Me imagino que el Sr. Lewis tiene su propio negocio exitoso.”

“Oh, así es.” La mesera se puso de pie. “Tiene casi las mismas propiedades que tenía su abuelo, y vende o intercambia ganado con las grandes carnicerías y mataderos del este.”

“¿Hay alguien que le interese? ¿Hay alguna mujer que esté buscando su atención?”

“No pasa un día sin que las mujeres compitan por su atención.” La mesera se rio. “Es mejor que vuelva al trabajo.”

“Gracias por tu tiempo.” Annabelle tomó su café y consideró toda la información que la mesera había compartido. Ahora sabía por qué no había elegido a una mujer local. Había sido perseguido por ellas por años y no había ninguna que le interesara. ¿Pero entonces por qué elegirla a ella tan apresuradamente? Esa sería una pregunta que le haría en unos momentos, ya que él estaba por llegar.

Acababan de llenarle su taza de café cuando el Sr. Lewis se sentó en la silla frente a ella.

“Buenos días, señorita Collins,” dijo él mientras hacía una señal para que le trajeran una taza de café. “No es mi intención apresurar las cosas, pero he estado deseoso por escuchar su respuesta a mi oferta.”

“Bueno, Sr. Lewis, he dormido con intranquilidad sopesando las alternativas de aceptar su propuesta o permanecer soltera.” Tomó un poco de café, alargando su respuesta a propósito. Tenía que hacerle algunas preguntas para tranquilizar su mente antes de responder.

“¿Y? Disculpe que haga avanzar la conversación con tal brusquedad.” Pusieron su café en la mesa y él añadió un poco de crema.

“Tengo algunas preocupaciones,” dijo ella.

“Las cuales resolveré con diligencia.” Tomó un poco de su bebida caliente.

Ella asintió con la cabeza y empezó. “Entiendo que tienes tus razones para pedirme que tome tu mano y sea tu esposa, incluso si es solo un título, pero debo preguntar, para calmar mi curiosidad principalmente, ¿por qué no se lo pediste a otra antes de a mí?”

“Nadie suscitó mi interés de la manera que tú lo hiciste y, sin querer sonar extraño, este es un arreglo de negocios. La mayoría de las mujeres requerirían, querrían y necesitarían más. Yo no quiero ni necesito más que a una hermosa mujer de mi brazo atendiendo importantes reuniones de negocios y alguien con quien compartir mis días. No quiero una relación carnal. Si lo quisiera, iría a la casa de mala reputación de la señora Manford.”

“Ya veo.” Annabelle sintió una punzada. El hueco en su estómago saltó al darse cuenta de que él no estaba atraído físicamente hacia ella. Sin embargo, tenía que recordar que ella apenas conocía a Reed Lewis, así que era obvio que este arreglo también sería benéfico para ella. No tendría miedo de los hermanos Olsen y su futuro sería seguro e invulnerable.

“¿Alguna otra preocupación?” El Sr. Lewis le pidió a la mesera que se retirara.

“Por el momento no.”

“¿Entonces ya tienes una respuesta?”

“La tengo,” dijo ella. “Me encargaré de cubrir todas tus necesidades de negocios y de que nunca tengas que preocuparte por influenciar a las personas correctas.”

“Gracias, Annabelle. Me has hecho muy feliz.”

Se dio cuenta de que ya no la llamaba “señorita Collins” y ahora usaba su primer nombre.

“De nada, Reed,” respondió ella, pero el corazón no dejaba de gritarle que su respuesta debió haber sido no. Pero la seguridad y la precaución eran muy importantes en este nuevo lugar. Necesitaba al Sr. Lewis tanto como él aparentemente la necesitaba a ella. El territorio del oeste podría ser inmenso, pero no había suficiente espacio para los asuntos del corazón.

***

 

Dos días después ya estaban frente al pastor Creighton al mediodía jurando su devoción y dedicación el uno al otro. El único invitado era el amigo de Reed, Archer, y una vez que intercambiaron los votos y el pastor los pronunció casados, se dieron un beso.

Fue el beso más corto pero también el más dulce que Annabelle había tenido, y disfrutó el sabor de los labios de Reed. Cuando no estaba mirando, ya que estaba ocupado hablando con Archer, ella se tocó los labios con los dedos y juró que todavía podía sentir su aliento húmedo en ella.

“Hoy tengo una sorpresa más para ti, mi querida Annabelle.” La voz de Reed la despertó de su ensimismamiento. Se agachó y le dio un beso en la frente. “Ven conmigo. Voy a mostrarte nuestro nuevo hogar.”

“¿Un nuevo hogar? Creí que viviríamos en tu casa actual.”

“Nueva esposa, nueva vida, y nueva casa. Quiero que mi futuro sea completamente nuevo.” Él sonrió y, por un segundo, Annabelle estuvo segura de que todo iba a estar bien y de que su corazón estaría tranquilo.

En su viaje saliendo del pueblo, los pensamientos de Annabelle se enfocaron en cómo podría Reed llegar a enamorarse de ella. Tal vez podría ser la esposa más atenta y entonces él desarrollaría una verdadera devoción por ella.

Mientras avanzaban por el camino de tierra, sintió el ajetreo del carro y recordó el viaje en la diligencia de hacía algunos días. ¿Realmente habían sido solo tres días desde que había llegado a Waterloo? Ya estaba casada y ahora se dirigía a su nuevo hogar. Las sorpresas no dejaban de llegar.

“Aquí estamos,” dijo Reed atrayendo su atención hacia la gran estructura frente a ellos. Una verdadera casa de madera de dos pisos de altura y grandes ventanas de cristal a intervalos.

“Es la casa más hermosa que jamás he visto.” Sonrió y miró a Reed. “¿Y es aquí donde vamos a vivir?”

“Sí, Sra. Lewis. Aquí es donde empezaremos nuestra vida juntos.”

Su sonrisa se hizo más grande al escucharlo decir eso. Él no dejaba de decirle cosas amorosas, pero Annabelle contuvo su entusiasmo. No quería emocionarse demasiado o esperanzarse acerca de los sentimientos de él hacia ella.

La mayoría de las personas se burlaban de la idea del amor a primera vista y decían que era un mito, pero Annabelle era una de las pocas que creía que era posible. He incluso si no hubiera creído en esa teoría con anterioridad, ahora no le quedaba duda. Después de haber visto a Reed el primer día y al tener una cena íntima con él, incluso sin haber tenido que hacerle las preguntas durante el almuerzo del día siguiente, sabía que no iba a rechazar su propuesta. Ahora el peligro estaba en no dejar que su corazón se rompiera en el proceso.

“Sí, es un maravilloso lugar para iniciar una vida juntos como pareja,” dijo ella. Seguía teniendo cuidado de no dejar que sus emociones controlaran sus palabras. “Nos irá bien juntos en este lugar. En lo que respecta a tu negocio, claro está.” Ella sonrió y permitió que Reed la tomara de la mano. Él la subió hasta sus labios y le dio un suave beso.

***

Durante los siguientes meses, Reed y Annabelle desarrollaron una rutina. Él se iba a trabajar rápidamente después del desayuno y ella pasaba los días instruyendo a las criadas y al mayordomo sobre las tareas del hogar. Después se reunían de nuevo al anochecer para la cena. Aunque la mayoría de las comidas las tomaban en casa y eran preparadas por su cocinero, algunas noches a la semana Annabelle iba con Reed y con sus socios de negocios a comer en la ciudad.

La mayoría de las esposas ignoraban las conversaciones de negocios, pero de vez en cuando Annabelle compartía su punto de vista con su esposo después de regresar a casa. Y aunque la mayoría de los esposos probablemente ignorarían los comentarios de sus esposas, Reed escuchaba con atención e incluso seguía algunos de sus consejos.

Sin darse cuenta, tanto Annabelle como Reed habían llegado a apreciarse y a confiar entre sí en todo aspecto de la vida. Aunque dormían en habitaciones separadas, eran cercanos y amigables y se sentían cómodos al estar juntos.

Muchas veces descubría a Archer mirándolos a ella y a Reed. Su respuesta al ser descubierto era sonreír, asentía con la cabeza, y se alejaba con una sonrisa secreta. Annabelle no estaba segura de qué significaba la respuesta de este hombre, así que dejó de pensar en ello.

Algunos días, las atenciones y reacciones de Reed confundían a Annabelle. Mantenía en su cabeza las palabras de él de no querer una relación carnal, pero entonces sorprendía a Annabelle con flores del campo o dándole un tierno beso en la mano. En una ocasión le dejó una nota en la mesa del desayuno disculpándose por su ausencia de la comida matutina y la firmó con las palabras: Con todo mi amor, Reed.

La nota sorprendió a Annabelle pero nunca habló de ella. Metió el trozo de papel en su caja de recuerdos y lo leía de vez en cuando mientras imaginaba que tenía un matrimonio tradicional con un esposo amoroso que la amaba tanto como ella a él. Sabiendo que eso nunca sería posible, Annabelle se permitía soñar despierta. Era todo lo que tenía; por ahora.

Habían asistido a algunas galas de ganaderos y en cada una de ellas Reed la había tomado de la mano y la había sacado a bailar. Bailaban el vals y, mientras giraban por la habitación, ella se enamoraba más de él. Con cada paso de baile Annabelle se imaginaba días sin fin bailando con el hombre que amaba; su esposo.

Asistían a una campaña de recaudación de fondos territorial cuando a Annabelle le pareció reconocer un cambio en Reed y en la forma en que la trataba.

***

Reed le ofrecía un asiento a Annabelle en la Campaña de Recaudación de Fondos de Waterloo. Le habían pedido que se postulara como alcalde y él había aceptado la nominación. Este evento era en su honor y para recaudar fondos para su campaña.

Annabelle estaba vestida exquisitamente con un vestido color esmeralda. El vestido hacía que se resaltara el color verde profundo de sus ojos y tenía un peinado encima de su cabeza con pequeños mechones rizados cayendo sobre su cuello. Reed deseaba ir hasta ella y quitárselo, o al menos poder besar el arco de su cuello. Podía oler el perfume que se había puesto y esto lo hacía perder la cabeza. Cada vez que su aroma llegaba hasta él, tenía que controlarse para no llevarse a su esposa y hacer de su matrimonio una unión verdadera.

Acababan de terminar de bailar cuando Annabelle le pidió si se podían sentar. Dijo que se sentía ruborizada y que necesitaba un momento para recuperar el aliento. Salieron hacia la terraza del hotel para tomar un poco de aire fresco. La luna estaba en lo alto y las estrellas brillaban. Annabelle se recargó en el pequeño muro de ladrillos y miró hacia el cielo.

“¿Annabelle?”

“¿Sí?.” Dejó de mirar hacia el cielo y lo miró a los ojos.

“Necesito decirte algo... por favor tan solo escucha.” La tomó de las manos. “Debí haber dicho algo antes pero no estaba seguro. Quiero decir, no estaba seguro hasta ahora.”

“¿De qué se trata?” La voz de Annabelle mostró preocupación.

“Te amo, y creo que lo he hecho desde el día en que nos casamos.”

“Oh, Reed.” Ella sonrió y puso sus brazos alrededor de su cuello. “Yo te he amado desde el día en que tuvimos nuestra primera cena juntos.”

“¿De verdad? ¿Por qué no me habías dicho que tenías tales sentimientos?”

“Podría preguntarle lo mismo, Sr. Lewis.” Ella sonrió y lo besó. “No importa. Ahora los dos lo sabemos.”

***

El primer aniversario...

“¿No es hermoso?” Annabelle admiraba a su hijo recién nacido. El querubín pateaba y hacía unos sonidos que algunos considerarían risitas. Annabelle se inclinó y mimó al pequeño niño.

“Sí, lo es, mi querida esposa. Es hermoso igual que tú.” Reed se puso detrás de Annabelle y la envolvió con sus brazos. “Muy pronto nos encargaremos de añadir uno más a la familia Lewis. El pequeño Hank necesitará un hermano para jugar.”

“Oh, Reed.” Annabelle puso su cabeza en su hombro. “Ya veremos.”

“¿Llegarán tus padres en la siguiente diligencia de esta semana?”

“Sí, y están muy emocionados por conocer a Henry. La última carta de mamá estaba llena de alegría y emoción.” Ella había mandado una postal a sus padres después de la campaña de recaudación de fondos para decirles de su matrimonio y de su paradero. Ellos le habían respondido diciéndole que el escándalo se había aquietado después de su discreta partida y que ya nadie hablaba de ello. Larisa Newton había confesado haber creado una mentira acerca de la relación entre Annabelle y su antiguo jefe, y Larisa había sido reprendida por sus conocidos. Larisa eventualmente se fue a vivir con sus familiares en Baltimore, y los antiguos amigos de Annabelle ya no hablaban más de los rumores.

“Bien. Esas son excelentes noticias. Haré que el personal tenga la lista la habitación de huéspedes para su llegada.” Reed soltó a su esposa y empezó a salir del cuarto de niños.

“¿Reed?”

“¿Sí?” Se detuvo y miró por sobre su hombro.

“Gracias por esta maravillosa vida.”

“No la querría de ningún otro modo ni con otra persona.” Sonrió, le guiñó a Annabelle, y salió de la habitación.

Annabelle miró de nuevo a su hijo y sonrió. “Tú eres un niño muy especial, Henry. Y yo, yo soy una mujer afortunada al tener a estos dos hombres en mi vida.”

 

FIN