CAPITULO 12

LA DESPEDIDA

RAQUEL sintió en su cara el calor del sol. Ya había amanecido. Era un día precioso, radiante. Sus ojos le pesaban por el sueño atrasado, y su cuerpo se quejaba debido a la mala postura a la que había sido obligado durante horas. Seguía sentada en la silla, apoyando su cabeza sobre su brazo sobre la mesa del salón. Oía ruidos, pero era incapaz de levantar la cabeza. Una voz chillona y machacona fue lo que terminó por despejarla.

Era Tico, que en pijama, ya andaba alborotando por toda la casa. Llevaba mucho tiempo despierto y estaba ansioso de que la casa recobrase el ajetreo normal. Y además...¡tenía hambre!

—Pero despierta...no te vuelvas a dormir...

—Tico, no seas tan brusco...deja que se despierte poco a poco. Si le pones el café delante de su nariz...ya verás que pronto se despierta...

Poco a poco Raquel fue reaccionando. Abrió los ojos y vio a Tico con los labios manchados de leche y rozando casi su nariz. Dirigió su mirada hacia la cocina, y allí vio a Jesús con un delantal blanco que le llegaba hasta los pies, ultimando los preparativos del desayuno.

—Buenos dias, Raquel...¿cómo te sientes después del viaje?

—Un poco desorientada...¿qué hago aquí? Pero...¿no estábamos cenando? Lo último que recuerdo es que nos dimos todos las manos y...sí...empecé a sentir...

—Te quedaste dormida aparentemente...y no te moví de la mesa. Tranquila...ahora no intentes forzar la mente para recordar. Tómate el desayuno y espera a despejarte del todo.

—¿Qué hora es?-

—Las once-

—¡Oh, no ¡Felipe!. ¡Puede presentarse aquí en cualquier momento! Tengo que prepararme en un voleo...

—¡Qué pronto se ha despertado, Jesús!-

—¡Si, Tico, los sustos son más eficaces que el café!-

—Parece mentira que digas eso, Jesús, Felipe puede armar una buena...

—¿Pero por qué te apuras tanto?

—Viene a buscarme...y yo no me voy a ir. ¿Sabes lo que significa? ¡¡Guerra!!

—Ahora desayuna tranquila. Queda tiempo todavía...

—No. No tengo tiempo. Quiero ser yo la que vaya al encuentro de Felipe. No quiero que suba hasta aquí. Es algo que tengo que hablar con él y dejarlo muy claro. No quiero que te veas implicado, Jesús. Aunque tu no me dijiste nada, sé que aquellos golpes que llevaste en la cara eran la firma de Felipe. Es muy bruto, y tal y como está ahora, es capaz de cualquier cosa.

—No es solo por celos, por lo que está asi, Raquel. Piensa que Felipe también tiene lazos conmigo...y aunque no recuerde...su inconsciente si. Hay algo pendiente entre los dos...pero no te preocupes que se solucionará, porque hay mucho amor entre ambos.

—Seguro que sí, Jesús...aunque Felipe nunca ha pronunciado tu nombre, se que ha ido tras de ti siempre...pero es algo que guarda, como tu dices, en su inconsciente...Ojalá tu le ayudes a descubrirlo. Quiero estar también con los demás. Les acompañaré al aeropuerto, y cuando regrese, hablaremos de mi viaje de anoche.

—Está bien...¿podrás dejar de paso a Tico en el colegio?

—¿Dónde está?

—Antes de entrar en el campamento. Tico te indicará.

—Vale...pero Tico...date prisa por fa...¡Vístete corriendo!

—¡No estés tan acelerada, mujer!

—Estoy muy nerviosa, Jesús, no puedo evitarlo...

—Si cuando vuelvas no estoy, me podrás localizar en el hospital. Iré por allí a dar una vuelta.

—Muy bien.

—¡Ya estoy Raquel! Ya he terminado.

—A ver...pero Tico...¡Si te has puesto los zapatos del revés!

—Ya decía yo que me dolían los pies al andar...anda...¿por qué no me los pones tu...?

—¡Ven aquí, trastillo!

—Ummmmmmmmm ¡que bien hueles...!

—Es colonia, Tico. Me he echado un poquito.

—¿Y qué es eso?

—Pues...es como si le cogieras a una rosa el líquido de sus pétalos, y se metiera luego en un frasquito de cristal. Yo entonces, voy, y me echo un poquito por el cuello, y así huelo de bien...

—Pues...¡pobres rosas!

—¿Pobres...por qué Tico?

—Porque les hace mucho daño y solo para oler bien. Para eso es mejor que cojas una rosa del jardín, le des un besito y te la pongas en el pelo, pero sin hacerle daño a la flor.

—¡Nunca me lo había planteado así, Tico...!

—Entonces...como yo...tienes que aprender muchas cosas...

Raquel miró a Jesús, pero éste, con una sonrisa cómplice, sonreía al pequeño y le ayudó a ponerse la chaqueta.

—¡Pórtate bien, campeón! A la tarde hablaremos tu y yo...¿de acuerdo?

—Si... ¿Me das un beso, Jesús?

—¡Todos los que quieras, pitufillo!

—¿Y no hay ninguno para mí...?

—Jajajajajajajaajajajajajajaja...la celosilla....todos los que quieras, mimosa...

Raquel y Tico habían salido ya de la casa por la puerta de la cocina. Cuando llevaban andados algunos metros, el todo terreno alquilado por el grupo cuando llegaron al campamento, hacía su aparición. Felipe iba al volante. A Raquel le dio un vuelco el corazón. Por una parte, le alegraba ver de nuevo a su querido amigo, y por otra, consciente de lo que podría pasar cuando éste y Jesús se volvieran a encontrar, le preocupó considerablemente. Ya no había tiempo de evitar el encuentro. Felipe bajaba del coche y encaminaba hacia la puerta principal de la casa.

Raquel, con la excusa de que iba a buscar unos papeles muy importantes para sus amigos y que tenía en la mochila, pidió a Tico que le esperara en el establo de Daniel, que en aquellos momentos se encontraba arreglando los lechos de las vacas.

—Tico, quédate con Daniel. Ahora vuelvo. Si ves que tardo...no te preocupes...tengo que buscar esos papeles, y no se donde los he dejado.

—Vale, pero no tardes mucho...

Raquel aceleró el paso. Felipe ya había entrado en la casa.

—¡Felipe, que sorpresa! Ya no te esperaba. Raquel ha ido a tu encuentro.

Raquel en aquel momento entraba en la casa por la puerta de la cocina...

—Si...pero he visto llegar a Felipe, y he vuelto. ¡Hola, Felipe...! ¿No me das un abrazo?

—¿Cómo estás Raquel? ¿Cómo estás ahora? Ya nos ha contado Marga que te ha pasado de todo...

—Sí, pero he estado en buenas manos, y me siento muy bien y feliz.

—Raquel, he venido a buscarte. Nos vamos dentro de dos horas. Es el último avión del que disponemos. Van a bombardear esta zona, es cuestión de horas o de unos pocos días. Los americanos quieren terminar ya con la guerra en esta zona y se va a organizar una muy gorda.

—¿Y por qué salimos tan apresuradamente? Nunca hemos huido de los problemas.

—¿Y nosotros que tenemos que ver con toda esta gentuza?

—Felipe, por favor...no empieces ya con tus insultos.

—Por mí...tanto él como los de su pueblo, se pueden ir al infierno.

—¡Felipe!

—Escúchame, Raquel. Nuestra intención era muy generosa. Todos estos días hemos ayudado en lo que hemos podido en el hospital del campamento de refugiados palestinos. Tu querido amigo lo puede confirmar. Nos ha visto trabajar allí. Vimos que nuestro trabajo era necesario, y estábamos dispuestos a quedarnos, a compartir la suerte de toda esta gente. La medicina se puede ejercer en cualquier punto de este planeta.

—¿Entonces...que ha sucedido que os ha hecho cambiar de opinión?

—Se ha declarado la guerra entre Europa y los países árabes. España, por ahora, es neutral, pero eso no les importa mucho a los de esta zona. Vinieron al hospital y apalearon a todo el personal sanitario extranjero. Yo entonces no estaba allí, pero Patricio, Juancho y Marga sí, estaban ayudando a evacuar a unos heridos, y sufrieron las consecuencias.

—¿Qué les ha pasado?-

—Golpes, lesiones, pero ninguna de gravedad. Están deseando largarse de aquí. Ahora vengo del campo de refugiados, y si no llega a ser por Josué, no salgo vivo de allí. Los demás nos están esperando en la cafetería del aeropuerto. No tenemos mucho tiempo-

—Felipe...yo no voy a marcharme-

—¿Pero qué estas diciendo...estás loca?

—No, loca no...pero sí muy segura de lo que hago.

—¿Estás delirando...? ¿Acaso insinúas que nos quedemos aquí?

—Vosotros habéis decidido ya qué hacer. Yo también, Felipe, y me quedo.

—¿Por qué este interés en quedarte...es este tipo el culpable verdad?

—Felipe, deja ya esa actitud. ¡Estás siendo injusto!

—Deja que se desahogue, Raquel. Felipe...¿de qué soy culpable?

—Has seducido a una mujer indefensa y frágil de voluntad.

—¡Ni Raquel está indefensa, ni es frágil de voluntad, ni ha sido seducida por mí. Ya quedó muy claro la última vez. ¿Por qué vuelves a lo mismo? Te estás haciendo daño. ¿Por qué toda esa rabia y recelo hacia mí en tu corazón? ¿Qué razones tienes? Dímelas...¡quiero ayudarte!

—Eres un mal bicho, y he conocido a algunos como tu.

Raquel, ante las palabras de su amigo y sin poder evitarlo, le soltó una flamante bofetada.

—¿Es esto lo que tu amigo Jesús te ha enseñado? ¡A golpear a tu mejor amigo!. ¡Es la primera vez que has levantado tu mano contra mí!

—Felipe, por favor...perdóname. No he querido hacerlo...¡perdóname!

Raquel fue hacia Felipe a abrazarle, pero éste la sujetó fuertemente del brazo con la intención de sacarla de aquella casa a la fuerza.

—¡Déjame, Felipe...déjame!-

—Si tu no eres capaz de salvarte a ti misma..lo haré yo.

—¡Déjame, bruto, no quiero irme, déjame!

—¡Tu te vienes conmigo!

Pero Jesús, colocándose delante de la puerta, impidió salir a Felipe.

—Hermano, cálmate no hay ninguna razón para que te pongas así...hablemos. Todavía hay tiempo hasta que salga ese avión-

—¡Quítate de la puerta si no quieres que te rompa la cara!-

—¡No voy a permitir que te la lleves a la fuerza!-

Felipe, muy furioso contra Jesús, soltó bruscamente el brazo de Raquel, y con el mismo impulso descargó un fuerte golpe en la mandíbula de éste, haciéndole caer contra la mesa.

—¿Quieres guerra, verdad, Felipe? Hasta que no saques todo ese odio, rabia y dolor de tu corazón no podré hacer nada contigo. ¡Pues si quieres lucha, la vas a tener!

Jesús se incorporó y asestó a Felipe un fuerte puñetazo en la cara. Este, al principio, se quedó inmovilizado. La respuesta de su contrincante le había desconcertado. No esperaba que Jesús respondiera a su violencia. Por un instante pensó en abandonar aquella ridícula situación, pero vió la oportunidad idónea para machacarle. Le amaba con toda su alma, pero le hizo mucho daño. Cuando más le necesitó, no le ayudó. Sabiendo el amor que le tenía, y conociendo sus tendencias políticas, permitió que tuviera que elegir entre él y su pueblo. Un corazón dividido, que al igual que el de Raquel, se rompió por la mitad hace dos mil años. Se sintió traicionado por el amor de su amigo, aunque la historia se encargó de cambiarlo. No le importaba en absoluto que fuera quien decía él ser. Solo deseaba descargar su rabia y dolor en alguien, y Jesús era el aspirante perfecto.

Raquel observaba atónita y sin habla aquella escena. Dos hombres, sus mejores amigos se estaban dando de tortas. Si no paraba a esos dos titanes, muy pronto iban a quedar hechos unas piltrafas. Intentó separarlos, pero lo único que consiguió fue una voltereta que la estrelló contra la silla de la cocina. Tenía que intentar algo, y pronto. Vio junto a ella, en la cocina, la fregona llena de agua, y cuando se encontraba a dos pies de los luchadores, con toda la fuerza de su alma la arrojó contra ellos. El golpe de agua tumbó a los dos contrincantes. El panorama era dantesco. La mesa, las sillas, la vajilla...todo por el suelo y medio roto. Los dos hombres llevaban la cara sangrando-

—¿Habéis tenido suficiente, o queréis más?-

—¡Ya basta, Raquel...ya basta!. ¿O es que quieres ahogarnos? Gritó Felipe-

—¿Eh, amigo, estás bien?-

—¡Sí...no te preocupes por mí! Respondió secamente Felipe-

—Felipe, desde que has entrado a esta casa tenías la intención de hacerme picadillo...¡acéptalo!, no pienso seguir devolviéndote los golpes-

—Eres demasiado manso para ser árabe...y bastante noble para pertenecer al pueblo judio.

—¿Pero qué te han hecho los judios a ti?

—Lo mismo que a ti, Raquel.

—Felipe...es mejor que no juzgues...así no te estarás juzgando a ti mismo...

—¿A qué viene ahora ese aire de profeta? Estamos en el siglo XX, no lo olvides.

—Yo no soy ningún profeta, Felipe.

—Pues has interpretado ese papel siempre a la perfección, Jesús.

Raquel tenía la sensación de que hablaban de algo que ella desconocía. Era obvio que se conocían perfectamente los dos, y que aquella pelea tenía connotaciones especiales.

—¿Necesitáis ayuda, chicos, para levantaros?

—¡No, Raquel...estoy empapado. Ha sido un golpe bajo por tu parte, como todos los de mujer!

—Felipe...si quieres te demuestro que también los sé dar mucho mas altos.

—Raquel, perdona...ha sido una frase hecha, no iba por ti...

—He intentado separaros de una forma más pacífica, y por poco me abrís la cabeza. ¡Sois brutos de morir!

—En las disputas personales entre hombres...no intervienen las mujeres.

—¿Y lo que estabais haciendo era una disputa...o una gansada?

—Raquel, yo te quiero...¿es que no te das cuenta de que lo único que quiero es salvarte de este hombre?

—Tu no me quieres, Felipe...¡Solo te quieres a ti mismo!

—No seas injusta y cruel, Raquel. Demasiado bien sabes que te amo. Yo no soy perfecto, pero no se que has visto en él de especial para que te haya atrapado de esa manera.

—Felipe...aclaremos definitivamente esta situación. Tu para mí eres un amigo, un querido y entrañable amigo del alma al que quiero con toda mi alma. Pero hacia ti...no tengo ningún otro sentimiento especial.

—¡Ya...sin embargo de Jesús...si que estas enamorada, verdad...! ¿Le amas?

—¡Sí, Felipe...a ti también!

—Nunca he dudado de tu amor por mí. Se que me amas, Raquel...pero ¿estás enamorada de Jesús?

—Felipe...os amo a los dos...Si me quedo con Jesús, lo hago con el amigo, con el hermano que quiere hace algo por los demás, y que me ha ofrecido compartirlo con él, como ha hecho con vosotros. ¡Claro que le amo! Pero no lo hago solo por eso. ¡Y tu lo sabes perfectamente!

—¿Pero estás enamorada de él o no?

—¡Sí, lo estoy!

—Raquel...al final...has hecho realidad tu sueño, y me alegro por ti...y te comprendo. Pero al que no entiendo ni comprendo es a ti, Jesús. Raquel podría ser feliz con nosotros, sus amigos. Formábamos un buen equipo. Aquí, contigo, con esta locura que te has propuesto llevar a cabo, solo podrás encontrar el fracaso y la...

—¿Y qué más, Felipe?

—‘Y la muerte! Sé realista. Ella es extranjera en un país en guerra con sus civilización, y tu...no digamos...vives entre palestinos y árabes y eres judio. Para los tuyos eres un traidor colaboracionista que cura a los enemigos...y para tus amigos los árabes, cuando las cosas se pongan feas, no serás más que un perro judio. ¿Es que no os dáis cuenta de que sois el blanco perfecto para los dos bandos?

—Felipe...hay que morir para renacer

—¡Pues muérete tu...pero deja vivir en paz a los demás! Locos como tu hay muchos por el mundo. Y hemos conocido a unos cuantos. Lo que me extraña es que Raquel haya caído en las manos del más peligroso.

—¿Felipe, por qué viniste aquí?

—Mis motivos no tienen nada que ver contigo. Además...¿a ti qué te importa?

—Me importa mucho, Felipe. ¿Tiene algo que ver con un viejo amigo tuyo?

Felipe se echó a llorar como un niño. Toda su agresividad se convirtió en un llanto amargo y prolongado. Jesús fue hacia él, pero cuando le puso la mano sobre su hombro, Felipe reaccionó y se puso en guardia, se distanció de él y siguió hablando.

—Aquí vivió y murió un hombre que nada tiene que ver contigo. Un hombre al que he amado y admirado profundamente. El único que tuvo agallas en este cochino mundo, y al único al que realmente le ha importado el ser humano. Lo triste es que me di cuenta demasiado tarde. Y cuando empezó a incomodar a ciertos elementos...¡Lo quitaron de la circulación! Muchos dicen que fracasó, que fue un lunático...pero no es cierto...¡Doy fe de que no es cierto...!

Jesús era consciente del dolor que Felipe tenía en su corazón, pero tenía que seguir urgando en la herida. Era necesario que Felipe escupiera toda su amargura.

Raquel estaba confusa. Felipe hablaba de cosas que ella no conocía. Al menos, nunca las había compartido con sus amigos.

—Felipe...para ti...¿es una locura luchar hoy por lo mismo que tu amigo defendió hasta el final?

—Fue una locura...y sigue siendo un error. ¡Es luchar contra corriente!

—Dime, Felipe, si ese viejo amigo tan amado por ti, estuviera frente a ti, ¿le acusarías, mirándole a los ojos, de ingenuo, de lunático, de farsante o de visionario?

—Intuyo en tu pregunta un insulto...

—Intuyes mal, Felipe...Se que amabas mucho a aquel hombre, pero nunca comprendiste su mensaje, y poco a poco esa admiración que sentías por él se fue apagando. Tu tenías otros ideales, y él ya no reunía las condiciones de líder que los tuyos necesitaban. Pero él nunca te traicionó.

—¡Pudo evitarlo!. El sabía que yo estaba entre la espada y la pared. Era él o mi pueblo. El sabía que era un idealista, que no actuaba por política, sino con el corazón. Sabía que estaba siendo engañado, y no me advirtió. Sabiendo que era capaz de dar mi vida por él, permitió que yo pusiera su vida en manos de sus verdugos. ¡El lo permitió...! ¡Y eso es peor que una traición! ¡Me volvió la espalda y me dejó solo en aquel infierno!

—Felipe...los dos luchabais por lo mismo: la libertad. Tu por la libertad de un pueblo, de un pueblo oprimido por el invasor, y él por la libertad del Corazón de una humanidad oprimida por la ignorancia y el miedo. Los dos erais personajes de una misma representación, solo que vuestros papeles eran distintos, y al final de la obra, se encontraron y chocaron. Y hubo heridos, dolor, muerte, pero también mucho amor. Pero la obra de teatro ya terminó, y los actores marchan a su casa, y allí siguen siendo ellos mismos. El actor quedó dormido en el teatro. Y aquellos dos amigos se encuentran en la calle, se felicitan por la representación, pues aunque a muchos no ha gustado, ha cumplido su cometido con creces. Pero tú, Felipe, te has encontrado con ese viejo amigo que quiere abrazarte, vivir a tu lado, compartir la vida contigo, y huyes de él porque todavía no te has desprendido de tu traje de actor.

—¿Y dónde quieres que lo cuelgue...? ¡Si pudiera quemarlo lo haría!. ¡Si con morir lo destruyera, ahora mismo moriría!

—¡Ya lo hiciste, Felipe, y lo único que conseguiste fue colgar de un árbol a tu corazón, y no a tu traje!

Yo elegí la Cruz...y tu elegiste el Arbol, y los dos al mismo tiempo. Han pasado veinte siglos, pero para nuestros corazones todavía estamos en aquel momento. Has vuelto a Jerusalén, al Arbol, a morir la última muerte. ¡Acompáñame, amigo mío, subamos juntos y dejemos que mueran en paz todos nuestros disfraces, máscaras, maquillajes, miedos, dolor y angustia, y volvamos a casa, a nuestro verdadero Hogar, donde somos nosotros mismos y compartimos nuestro amor.

Felipe rompió a llorar de nuevo y corrió a los brazos de Jesús. Aquel encuentro fue una explosión de emociones, sentimientos, fuerzas y energías. Toda la habitación quedó iluminada por una potente luz blanca. Raquel se vió envuelta en esa misma luz, y una fuerte conmoción la invadió.

Fue entonces cuando cayó en la cuenta del origen de muchos de los encontronazos que habían tenido los dos, y siempre a causa de Jesús. Ignoraba desde cuando su amigo era consciente de su pasado, pero siempre que ella le comentaba pequeños recuerdos de su vida con Jesús, Felipe cortaba por lo sano. Quería evitarle a su amiga males mayores. Empezaba a desvariar y podía terminar en enfermedad, cuando la verdad es que él tenía miedo. Quería a Raquel, y si llegara a recordar más cosas y supiese en algún momento que su querido amigo había llevado a la muerte al hombre que más amaba y del que siempre estuvo enamorada, la habría perdido para siempre.

Raquel sentía la angustia de Felipe en su corazón, y lloró. Le dolía el no haber podido comprender a su amigo, y el haber llegado a creer que él no la quería, y en muchas ocasiones, incluso que la odiaba.

Jesús y Felipe seguían abrazados. Raquel intentó irse del salón con dirección a la cocina. Quería dejarles solos. Era un momento muy especial e íntimo, pero cuando ya casi había alcanzado la puerta, Felipe la llamó.

—Raquel...¿dónde vas?

—Quiero que estéis solos y habléis de vuestras cosas. Este momento te pertenece, Felipe.

—Pero yo quiero compartirlo con vosotros dos. ¡Raquel...ven, por favor!

Raquel sabía lo que quería su amigo de ella, y deseosa de dárselo, fue hacia él. Felipe le cogió por los hombros y la traspasó con sus ojos verdes y profundos. Quiso hacerle a su amiga una pregunta, pero solo le salió el gesto. Sus ojos y su corazón ya le habían dado la respuesta. ¡No eran necesarias las palabras. Y Raquel abrazó con toda su alma a su amigo.

—Felipe...siempre elegí muy bien a mis amigos. ¿Responde esto a la pregunta que no me has hecho?

—¡Si, amiga mía...claro que si!.

—Felipe, ya es tarde. Solo falta una hora para que salga el avión. ¿Qué has decidido hacer? Porque con una cosa u otra, habrá que ir al encuentro de los muchachos.

—Sí, iré...me despediré de ellos y les diré que me quedo aquí. Así recogeré mis dos mochilas. Ya las facturamos ayer. Hay que entregar también el coche.

—No es necesario que vayas tu, Felipe. Voy yo y así me despido de ellos. Vosotros dos tenéis que seguir hablando, y sería una pena el romper la maravillosa magia de este momento. ¡Dame la dirección de ese aeródromo!

—¿Y luego cómo piensas volver?

—Esperaré al autobús de línea. Creo que hay uno cada dos horas. Espero saber volver aquí. ¿Seguro que me puedo marchar tranquila sin riesgo a encontrarme a dos grandes osos K.O.?

—Te prometemos que nos portaremos bien. ¡Seremos buenos chicos! ¿Verdad, Felipe? Dales a los demás un fuerte abrazo de nuestra parte.

—Lo haré...¡Hasta la vuelta!

Cuando Raquel puso en marcha el motor cayó en la cuenta de que la nota con la dirección que le había entregado Felipe, la había dejado olvidada sobre la mesa de la cocina. Volvió y entró por la puerta del huerto, pero una vez dentro, vio que Jesús y Felipe seguían abrazados, y las palabras de éste le mantuvieron quieta y en silencio.

—Jesús, solo tu puedes arrancarme aquel disfraz. Durante toda mi existencia sin ti, maldije mi nombre, pero aquel corazón que también amó, quedó igualmente maldito, ¡y lo quiero recuperar!

—Judas, hermano mío...tanto el mundo como tú no solo juzgasteis al actor y su papel, sino también condenasteis injustamente a ese Corazón que dio vida al actor. No lo perdiste, amigo mío, porque me lo llevé yo a la cruz. Me llevé el tuyo y el de todos aquellos que me amaban, y vuestro amor me ayudó a subir a ella, esperando a que llegase este momento, el de nuestro reencuentro. ¿Quieres recuperar tu corazón? Pues adelante...¡cógelo...! Te lo devuelvo libre, curado de sus heridas, fuerte, poderoso y mil veces bendecido!. Amigo mío, cuando moría en aquella cruz, la visión de este momento me dio el valor y la fuerza para entregarme a la muerte. Y aquella visión, ahora se ha hecho realidad. ¡El verdadero amor, Felipe, es más fuerte y poderoso que la muerte, que la traición y el odio!.

¿Cómo iba Raquel a interrumpir en aquel momento? No podía. Se dio media vuelta, y una vez en el coche, se concentró y consiguió recordar casi en su totalidad la dirección. Miró la hora. Era demasiado tarde. Puso el coche a 120. La carretera era malísima, pero no había apenas circulación, así que siguió con la misma velocidad. Estaba muy emocionada. Lloraba, pero perfectamente podría estar riéndose.

¡¡Dios mío, Jesús...!! ¿Pero qué estás haciendo con nosotros? ¿Qué milagro es éste?.

Mientras Raquel iba a toda velocidad al encuentro de Marga, Juancho y Patricio, Felipe y Jesús seguían con su conversación.

Se miraban intensamente. No se decían nada, pero sus manos permanecían unidas.

—¡Cúanto he deseado este momento, Felipe! ¡Que duros de mollera y de corazón habéis resultado ser...! ¡Pero soy dichoso de tenerte conmigo!.

—Ahora Jesús, te estarás preguntando el por qué me he quedado, ¿verdad? Te tiene que resultar desconcertante que pase de los puños al abrazo de una forma tan inesperada.

—No, no me has sorprendido. Tu eres así, Felipe.

—No me he quedado aquí por Raquel. Confiaba en ti. Solo estaba celoso. La verdad es que no podía seguir traicionándome a mí mismo. Creí en ti desde el principio, pero me daba miedo el aceptarlo por las consecuencias. Soy hombre de pocas palabras y no tengo demasiado tacto para expresar mis sentimientos. Si me he quedado aquí es...porque quiero ayudarte. Tu solo, Jesús, no podrías hacerlo. Y yo también quiero que este Plan salga bien, como lo habíamos planeado, como lo habíamos soñado todos nosotros muchas veces. He comenzado contigo con mal pie, pero quiero ser tu amigo, hermano. Dame la oportunidad de conocerte mejor, pero como hombre.

—Felipe...es que soy un hombre. La amistad, el cariño y el amor no es cuestión de oportunidades. Se sienten, nacen, se agrandan, se expresan... entre nosotros nació hace mucho, se agrandó a través del tiempo y se ha expresado ahora aquí, con este abrazo, con este reencuentro de unos viejos amigos.

—Jesús, perdóname. He sido un bruto, un ignorante y un indeseable. Me has dado una buena lección...como siempre.

—No, Felipe, una lección no. Soy tu amigo y quería ayudarte. Te faltaba un pequeño empujón, y como no te dejabas...he tenido que ser tan bruto como tú.