Capítulo 15

ERA casi un pecado decir que ese montón de ladrillos a medio caer bajo un techo combado era una pensión. Aunque se habían hecho algunos tristes intentos de cubrir las paredes con pintura y tapar la deshilachada moqueta con alfombrillas, lo único que lograría que ese lugar mejorara sería una excavadora.

Sin embargo, a pesar de que la escuálida habitación no contenía más que una estrecha cama y una tele rota, se dormía un poco más caliente que en la calle, y de momento, no había demonios.

Acurrucada junto al radiador, que escupía algo de calor, Darcy se comió la ensalada que había encontrado en la bolsa que le había dado Salvatore y trató de poner en orden sus pensamientos.

Sí, vale. ¿Y cómo se ordenaban unos pensamientos que formaban una masa confusa, enredada y embarrada?

Lo único que había querido era descubrir la verdad de su pasado.

Sólo eso.

Ja.

Si creía en lo que Salvatore le había contado, algo que aún no estaba muy dispuesta a hacer, entonces la verdad de su pasado era que su madre era una licántropo con varios amantes que había dado a luz una camada de cuatro bebés. Y esos bebés habían sido robados y vendidos en el mercado negro.

Era un argumento que sólo podía darse en Hollywood.

Aparte de eso, le aterrorizaba pensar en quién habría sido su padre, o en cómo después de venderla, supuestamente, en el mercado negro, había acabado en una sucesión interminable de casas de acogida.

Eso bastaría para darle dolor de cabeza a cualquiera.

Darcy apartó la ensalada y se apretó la frente con las manos, tratando de superar la repentina sensación de que se le estaba formando un agujero negro en medio del cerebro.

—Darcy.

Darcy soltó un gritito cuando la insistente voz le resonó en la cabeza.

—Sacrebleu —gruñó la voz—. Sé que puedes oírme.

—¿Levet? —susurró ella.

—Oui.

—Caramba. Estoy perdiendo la cabeza —dijo ella, con una voz que sonaba extrañamente potente en la sala vacía.

—Non, tu cabeza sigue en su sitio —le aseguró la gárgola—. Te estoy hablando a través de un portal.

Ridículo, claro. Sacudió la cabeza. El pequeño demonio no estaba dentro de su cráneo, o al menos esperaba que no.

En ese momento, podría llegar a creerse cualquier cosa.

—¿Un qué?

—Un portal —repitió él, con cierta impaciencia en la voz—. Aunque mi magia es bastante impresionante y el temor de los demonios, grande y profundo, en algunas ocasiones, muy pocas, no ha funcionado exactamente como planeaba; en especial la vez que abrí un portal y conseguí liberar a la más irritante de las ninfas. Claro que era hermosa y vestía de una forma que dejaba mucho que ver... No importa. Lo que quiero decir es que debemos darnos prisa.

—Entonces, ¿esto es...? —Trató de pensar en qué sería realmente aquella—. ¿Magia?

—Claro. —Un breve silencio—. ¿Dónde estás, ma chérie?

A pesar de la impresión de tener una auténtica —al menos esperaba que fuera auténtica— voz hablándole en la cabeza, Darcy no se sentía especialmente estúpida.

—Oh, no. No quiero que Styx me localice —contestó ella—. Aún no.

—Styx está metido en su ataúd. Es Shay quien me ha pedido que te buscara.

Eso la pilló desprevenida.

—¿Por qué?

—Está preocupada.

—Y también es la compañera de Viper —indicó Darcy.

—Compañera, oui, pero piensa por sí misma y está muy preocupada por ti.

Darcy notó que se enternecía, no estaba acostumbrada a que alguien se preocupara por ella. Aun así, no quería ser la causa de ninguna desavenencia entre Shay y su compañero.

—Dile que gracias, pero que no hace falta. Hace mucho tiempo que me cuido sola.

—Bah. Nunca antes te ha perseguido una manada de licántropos y unos vampiros pesados. Necesitas un sitio donde estar a salvo. —Un corto silencio—. Y Shay quiere recordarte que nada le complacería más que fastidiar al chulo de Styx.

Darcy no pudo evitar reír. No dudaba en absoluto de que Shay disfrutaba metiéndose de vez en cuando con el señor de los vampiros. Y la verdad, le iría bien hablar con alguien.

En ese momento no estaba segura de poder ordenar sus pensamientos ella sola. Necesitaba una amiga, un radiador que funcionara y una gran dosis de chocolate. En ese orden.

—Vale. Dime dónde encontrarte.

Styx deambulaba por su habitación antes del ocaso, y salió a buscar a Darcy incluso antes de que hubiera oscurecido lo suficiente para viajar con seguridad. Se habría marchado antes si Viper no se hubiera quedado en la mansión con él para descansar durante el día y le hubiera amenazado con encadenarlo a la pared si trataba de hacer alguna estupidez.

Durante los últimos días, Viper había demostrado ser un amigo valioso, pero algunas veces su insistencia en comportarse lógicamente ponía de los nervios a Styx.

Después de ordenar a sus Cuervos que se quedaran en la mansión, por si Darcy regresaba, Styx y Viper fueron de nuevo al almacén y siguieron el tenue rastro hasta un pequeño y recogido parque en Chicago, donde se detuvieron para examinar la nieve pisoteada.

—Ha estado aquí. —Viper anunció lo evidente—. Y no se encontraba sola.

—No. —Styx apretó los puños mientras el suave aroma de Darcy lo envolvía. Habían pasado horas desde que ella estuviera allí, pero su esencia permanecía, aunque mezclada con otro olor mucho menos agradable—. Salvatore y un maldito chucho también han pasado por este lugar.

—No hay ninguna señal de pelea ni tampoco olor a sangre —le calmó Viper—. Sin duda, fue un encuentro pacífico, y también es evidente que se fueron por caminos diferentes.

—Eso no significa que no estén juntos ahora —rugió Styx, observando las huellas en la nieve. Salvatore había estado cerca de Darcy, lo bastante cerca como para tocarla. Maldito perro—. ¿Qué diablos querrá de ella?

—Buena pregunta. —Viper se puso a su lado—. Por desgracia, por primera vez en siglos, no tengo ninguna respuesta. Increíble, ¿no crees?

—Increíble —admitió Styx con sequedad.

—De momento, pienso que deberíamos concentrarnos en localizar a Darcy.

Viper tenía razón, maldita sea. Igual que la había tenido sobre la reacción de Darcy a su intento de borrarle la memoria. Su arrogancia lo había llevado directamente al desastre.

—Por los dioses, es culpa mía. Si no hubiera... —Meneó la cabeza, molesto consigo mismo—. Yo he hecho que escapara, y ahora está sola, a merced de Salvatore y sus licántropos.

Viper le puso una mano en el hombro.

—Dudo que esté totalmente indefensa, viejo amigo. Tú mismo dijiste que sospechabas que era más que humana, y como mínimo, ha conseguido patearle el peludo culo a uno de los licántropos.

—Ese licántropo era sólo un chucho y casi ni tenía edad para ir solo por ahí. —Pasó la mirada por la oscuridad que los envolvía. Notaba el latido y la energía de la noche a su alrededor. Era un poder, y un peligro, que Darcy aún no podía comprender—. Darcy no sería rival para un purasangre.

—Tranquilízate, Styx. —La mano que Viper tenía sobre el hombro de Styx se fue convirtiendo más en una sujeción que en una fuente de consuelo, como si Viper notara que Styx se estaba conteniendo a duras penas para no salir corriendo hacia la noche y poner la ciudad patas arriba en busca de su ángel—. Por el momento, parece que Salvatore no tiene ninguna intención de hacerle daño. Es más, yo diría que está tan ansioso por protegerla tanto como tú mismo.

—Ah, sí, y yo la he protegido tan bien... —replicó Styx en un tono mordaz—. Más me valdría haberla arrojado directamente a los brazos de Salvatore.

—Muy teatral, pero del todo inexacto. Sólo has hecho lo que creías mejor.

—Lo mejor para mí.

—Y lo que creías que era mejor para todos nosotros, ¿no? —inquirió Viper.

Styx agitó la mano con impaciencia.

—Sí, claro.

—Entonces, ¿por qué sentirte culpable?

—Maldito seas, Viper... —comenzó Styx, pero se calló de golpe al percibir el inconfundible olor a vampiro—. Hay alguien cerca.

Viper olisqueó el aire y luego sonrió.

—Ah, Santiago.

—¿Qué está haciendo aquí?

—Resulta que es el mejor rastreador que conozco —explicó Viper—. Santiago puede localizar a Darcy, por muy lejos que se halle.

El barrio a las afueras de Chicago no podría haber sido más diferente de las estrechas y sucias calles que Darcy acababa de dejar atrás.

Era sorprendente lo que unos cuantos kilómetros y varios millones de dólares podían hacer.

Ahí, las calles eran anchas y decorosamente silenciosas, con vastas mansiones ocultas tras altas vallas y viejos árboles. Ni siquiera había una hoja perdida que estropeara la perfección.

Guau.

Aun así, Darcy se mantenía alerta mientras aparcaba el deportivo en la esquina y se dirigía hacia el gran árbol donde Levet le había dicho que esperara a Shay.

A diferencia de las pelis de terror, Darcy había descubierto que muchos demonios preferían vivir en lugares lujosos que en callejas estrechas y oscuras.

No iban a pillarla desprevenida.

Llegó al árbol y se rodeó con los brazos, porque el frío parecía calarle los huesos.

«Mierda.»

Vendería su alma por un baño caliente.

—¿Darcy?

La voz procedía directamente de al lado del árbol, y al entrar en las sombras, Darcy encontró a Shay esperándola.

—Aquí estoy.

—Gracias al cielo. —Para su gran sorpresa, la medio demonio abrazó a Darcy con fuerza—. He estado muy preocupada por ti.

Esa clara demostración de afecto consiguió que Darcy se sintiera extrañamente incómoda. Se miró su arrugada ropa con una ligera mueca.

—A pesar de las apariencias, estoy bien.

—Podemos ocuparnos de eso sin problema —le aseguró Shay.

—¿Por qué estamos aquí?

Shay inclinó la cabeza hacia una enorme mansión calle abajo.

—Ahí es adonde vamos.

—¡Guau! —exclamó Darcy, con una risita temblorosa—. Parece un palacio. ¿Quién vive ahí?

—Pertenece a... —Shay se interrumpió y suspiró profundamente—. Bueno, más vale decirte la verdad. Pertenece a Dante y Abby.

Darcy puso los ojos en blanco. ¿Acaso los demonios invertían en todos los barrios de Chicago?

—Déjame adivinarlo, ¿vampiros?

—Dante sí —confesó Shay—. Abby, sin embargo, es una diosa.

Darcy trató de contener la risa ante esa ridícula afirmación. ¿Una diosa viviendo en el extrarradio? ¿Una diosa del fútbol?

—Me estás tomando el pelo.

—¿El pelo? —Shay soltó una carcajada—. No, me temo que no, pero te prometo que Abby no se comporta para nada como una deidad omnipotente. Es más, creo que te va a caer muy bien.

—Hablas en serio. ¿Una diosa?

—Más exactamente, porta el espíritu del Fénix, que es adorado por muchos. Se la conoce como el Cáliz.

—Esto no puede volverse aún más raro, ¿verdad? —murmuró Darcy.

Shay le colocó un dedo sobre los labios.

—Algo que he aprendido durante los últimos meses es a no decir eso nunca: es como alzar una bandera roja en la cara del destino.

Darcy no podía discutirle eso.

—¡Vaya! —soltó con un suspiro.

Shay le dedicó una sonrisa de ánimo, la cogió de la mano y la arrastró un poco más bajo las sombras.

—Por aquí —susurró.

—¿Por qué nos estamos colando con tanto disimulo?

—Siempre hay vampiros vigilando la propiedad. Afirman que sólo quieren proteger a Dante y a su esposa, pero la verdad es que los demonios quieren saber en todo momento dónde se hallan Abby y su espíritu.

—¿Por qué? —preguntó Darcy, confusa—. ¿La adoran?

Shay soltó un leve bufido.

—Difícilmente. Puede hacerlos arder hasta convertirlos en un montoncito de cenizas con sólo tocarlos. Eso provoca que quieran saber siempre dónde está.

Buena decisión, porque era un truco increíble.

—¿Y está casada con un vampiro? ¿Acaso él tiene tendencias suicidas?

—Dante tiene muchas cosas, incluidas las típicas características de un vampiro. —Shay fue contándolas con los dedos—. Arrogante, controlador, posesivo y enervante, pero no suicida. Por lo general, Abby puede controlar sus poderes, aunque ha habido alguna que otra chamuscada.

Darcy sintió envidia de la diosa. Daría cualquier cosa por poder chamuscar también a un vampiro o dos. Era una habilidad que toda mujer necesitaba.

Darcy miró hacia la propiedad, aparentemente silenciosa, buscando alguna señal de los vampiros que la rondaban.

—Si los vampiros vigilan este lugar, entonces, ¿cómo esperas pasar sin que lo noten? Dios sabe que pueden olernos a un kilómetro de distancia.

—He preparado una pequeña distracción —contestó Shay, sonriendo satisfecha—. Espera un poco.

Darcy estaba a punto de indicar que era una estupidez espectacular quedarse por ahí esperando a que las localizaran los vampiros cuando, de repente, el silencio de la noche se vio roto por una fuerte explosión que hizo temblar las ventanas y caer a Darcy sobre su helado trasero.

—Ay —masculló ella, mientras se ponía en pie—. ¿Qué ha sido eso?

—Levet.

—¿Ha puesto una bomba?

—No; esto es lo que suele pasar cuando trata de hacer magia.

Darcy no pudo contener la risa. De alguna manera, no le sorprendía que la pequeña gárgola tuviera tendencia a los desastres mágicos.

—Algo que vale la pena recordar.

—Exacto. —Shay rodeó uno de los altos robles y, de repente se agachó para tirar de una rejilla que Darcy supuso que sólo podía ser la entrada a un túnel—. Vamos.

—¿Por aquí?

—Confía en mí —murmuró Shay mientras desaparecía en la oscuridad—. Y trata de no quedarte atrás... No me gustan mucho los lugares oscuros y prefiero acabar con esto cuanto antes.

Darcy la siguió con las manos extendidas mientras se la tragaba la negrura. Mierda. No le importaban los túneles, pero no le apetecía correr a toda velocidad en medio de la espesa oscuridad. Con su suerte, estaba segura de que se estrellaría de cabeza contra la pared y perdería el conocimiento.

Avanzaron en casi silencio, Shay más que Darcy, hasta que al final dejaron el túnel y entraron en un gran sótano.

Darcy suspiró aliviada cuando el aire caliente la envolvió. Por el momento, no le importaba que aquello fuera el sótano del mismo infierno con tal de estar caliente.

Esa idea acababa de pasársele por la cabeza, cuando las luces del techo se encendieron y una bonita mujer de cabello oscuro con unos asombrosos ojos azules fue hacia ella.

—Abby. —Shay fue a abrazar a la esbelta mujer antes de señalar a Darcy con un gesto de la mano—. Ésta es Darcy Smith.

—Darcy. —Con una sonrisa encantadora, la mujer le estrechó la mano a Darcy—. Bienvenida a mi casa.

Darcy sintió un pequeño cosquilleo recorrerla al contacto con la mujer, una sensación de poder que era inconfundible.

Tendría que recordar no cabrear nunca a esa mujer.

—Gracias —murmuró, mientras resistía el impulso de estremecerse.

Abby le soltó la mano y se volvió hacia Shay.

—Dante ha salido a buscar a Darcy, así que podemos instalarnos arriba, donde estaremos más cómodas.

Shay hizo una pequeña mueca.

—Tengo que ver cómo está Levet. Espero que no haya vuelto a chamuscarse las alas. Tuve que escuchar sus quejas durante semanas la última vez que le pasó.

Abby rió por lo bajo.

—Tráelo aquí después. Pediré que nos envíen algo de su restaurante griego favorito. Si algo puede hacer que se olvide de quejarse es una comida de siete platos.

—Buena idea —murmuró Shay, mientras se dirigía hacia la escalera—. Ten la comida lista.

La medio demonio corrió escaleras arriba. Darcy se sintió curiosamente extraña al quedarse sola con una auténtica diosa, y trató torpemente de sacudirse el polvo de los vaqueros.

—Supongo que todas las guaridas de vampiros tienen estos túneles, ¿no?

Abby volvió a reír.

—Son un poco obsesivos en lo de tener lugares oscuros donde ocultarse. No se les puede culpar: son muy inflamables a la luz del sol.

Parte de la intranquilidad de Darcy se disipó al ver la forma en que se comportaba Abby. Parecía casi... normal.

Fuera lo fuese que eso quisiera decir.

—Por aquí. —Abby la guió por la escalera y juntas subieron a los pisos superiores. Cuando llegaron a un ancho pasillo que podía contener todo un apartamento, Darcy se detuvo de golpe. Con una sensación de incredulidad, se permitió recorrer con la mirada la enorme araña de cristal, que lanzaba una tenue luz sobre los valiosos cuadros y el suelo de losas de cerámica.

Al darse cuenta de que su invitada se había detenido para mirar boquiabierta lo que la rodeaba, Abby redujo el paso y miró hacia atrás.

—¿Darcy? ¿Te pasa algo?

Darcy negó lentamente con la cabeza.

—Nunca había estado en la casa de una diosa. Es increíblemente bonita.

Abby soltó un leve resoplido, retrocedió y cogió a Darcy del brazo. Con un ligero tirón, la hizo volver a andar hacia otra amplia escalera.

—Bueno, esta diosa preferiría vivir en un acogedor apartamento necesitado de una buena limpieza y lo suficiente cerca de las tiendas como para poder captar el olor de los bolsos de Prada —confesó Abby, con una de esas sonrisas que invitaban al mundo a unirse a su felicidad—. Dante, por otra parte, prefiere un estilo más fastuoso.

—¿Cómo es? —A Darcy se le escaparon esas palabras antes de darse cuenta.

—¿Cómo es qué? —preguntó Abby.

—¿Estar casada con un vampiro?

—Ah. —Los bonitos rasgos se suavizaron de repente con una expresión soñadora. Era la misma expresión que Darcy había visto en Shay cuando hablaba de Viper—. Supongo que no será fácil para todas las mujeres —confesó Abby—. La mayoría de los vampiros son dados a una arrogancia excesiva y les gusta demasiado dar órdenes. Y claro, tienen muy poca experiencia expresando sus emociones. Necesitan que se les enseñe mucho para llegar a ser compañeros adecuados.

Darcy lanzó una carcajada ante la ironía de la mujer.

—Podrías decir eso de todos los hombres.

—Sí, pero los vampiros tienden a hacer que sus defectos tomen proporciones épicas.

Darcy hizo una mueca.

—Por otro lado, son extraordinariamente sexis, y poseen la habilidad de hacer que una mujer se sienta como la más hermosa y la más deseada del mundo entero. Y aún mejor, cuando se emparejan, son totalmente fieles y devotos por toda la eternidad. Nunca, nunca, nunca tendré que temer que Dante me deje por otra.

Darcy parpadeó, sorprendida.

—¿Tan segura estás?

Abby se detuvo ante una puerta cerrada.

—Sí, pero no porque sea tan tonta como para creerme irresistible. —Soltó una risita—. Justo lo contrario. Cuando un vampiro se empareja, es incapaz de desear a otra mujer. Dante siempre me querrá tanto como la noche en que nos convertimos en uno.

Darcy sintió una extraña punzada en el corazón.

Y se dio cuenta de que era de envidia.

¿Cómo sería tener una confianza tan absoluta en un compañero? ¿Saber sin ninguna duda que siempre seguirá a tu lado? ¿Que nunca te engañará, que su afecto nunca morirá y que nunca decidirá abandonarte por otra?

A Darcy, que jamás había tenido nada ni remotamente similar en la vida, le parecía el paraíso.

—Eres una mujer con suerte —dijo, con una sonrisa melancólica.

—Sí, lo sé. —Abby inclinó la cabeza hacia un lado—. Aunque tampoco creas que todo es como en un cuento de hadas. Puede que hubiera pasión a primera vista, pero no amor. Para serte sincera, al principio, la mayoría de los días lo único que quería hacer era pegarle un puñetazo en la nariz a Dante.

Darcy rió.

—Conozco esa sensación.

—¿Styx? —preguntó con una amable cautela.

—Sí. —Darcy suspiró profundamente—. Hay momentos en que puede ser el hombre más tierno y considerado que he conocido. Y luego, de repente, está lanzándome órdenes y usando sus poderes de vampiro conmigo. Es muy... irritante.

—Un típico vampiro, me temo.

Darcy miró directamente a los extraños ojos azules de la mujer.

—Necesito averiguar si puedo confiar en él.

—Sí, así es. Hasta entonces, si quieres puedes quedarte conmigo. —Abby le dio una palmadita en el brazo antes de abrir la puerta—. Éstas serán tus habitaciones. Hay un cuarto de baño tras esa puerta de la izquierda, y he pedido que nos traigan comida vegetariana. ¿Por qué no te das un buen baño y te traigo ropa limpia?

—Oh, sí. —Darcy suspiró—. Eso sería magnífico.

—Y no te preocupes —dijo Abby, sonriendo—. Mientras estés aquí, estás totalmente segura.

Darcy sonrió

—Shay tenía razón.

—¿Eh?

—Dijo que me caerías muy bien, y es cierto.

Abby le dio un rápido abrazo.

—El sentimiento es mutuo. Ahora, ve a disfrutar de tu baño.