Las cuatro páginas siguientes son todo un catálogo de casitas de madera.
Una mañana le propuso a Nedra, que pasaba largas horas jugando sólita en las entrañas de un gran boj, construirle una casa de verdad.
Por toda respuesta obtuvo un largo parpadeo.
—Primera regla: antes de construir lo que sea, encontrar el emplazamiento adecuado… Así que sígueme para decirme dónde la quieres…
Nedra vaciló unos segundos, buscó a Alice con la mirada y por fin se levantó alisándose la faldita.
—Desde las ventanas ¿qué quieres ver? ¿El sol levantándose o poniéndose?
Sentía tener que someterla a ese suplicio, pero no podía hacer las cosas de otra manera, era su profesión…
—¿Levantándose?
La niña asintió con la cabeza.
—Tienes razón. Sur, sureste, es lo más sensato…
Dieron en silencio una gran vuelta alrededor de la casa…
—Aquí estaría bien porque tienes unos cuantos árboles para darte sombra, y el río no está lejos… ¡Es muy importante tener un punto de agua!
Al verlo bromear así, Nedra se iba alegrando poco a poco, y en un momento incluso, porque había que saltar por encima de unas zarzas, se olvidó de sí misma y le dio la mano.
Ya estaban colocados los cimientos.
Después de comer le trajo el café, como siempre desde su primera visita, y se apoyó contra su hombro mientras dibujaba toda la gama de chalés que ofrecía la sociedad Balanda & Co.
La comprendía. Como ella, encontraba que los dibujos expresaban las cosas mejor que las palabras, y, para ella, dibujó un montón de combinaciones. El tamaño de las ventanas, la altura de la puerta, el número de balcones, el largo de la terraza, el color del techo y lo que se perforaría en medio de las persianas: ¿rombos o corazoncitos?
Adivinó qué modelo iba a indicarle…
Había pensado de verdad en marcharse, pero Mathilde había llegado, y Kate, entre la loca de su madre y Mathilde, precisamente, acababa de interponerle de nuevo otro obstáculo en él panorama. Razón por la cual se concentró en esa chiquillada.
Adelantó muchísimo trabajo con Marc y le permitió marcharse a casa de sus padres con la mayor parte de sus proyectos en el maletero del coche. Ahora, para entretenerse, estaba obligado a ocuparse las manos en algo.
Y además… construir casitas miniatura le había salido bastante bien hasta entonces. Buscando bien, seguramente encontraría un poco de mármol en los silos… El otro día le había parecido ver un trozo de repisa de chimenea rota…
Al principio Kate se contrarió al enterarse de que pagaba a Sam y a sus amigos, pero él no quiso saber nada. Todo buen peón merecía un salario…
Los amigos, más perezosos que venales, no tardaron en dejarlos colgados y les dieron la oportunidad de conocerse mejor. Y de apreciarse. Como suele ocurrir cuando uno las pasa canutas en el tajo, entre dos joder qué calor, unas cuantas cervecitas y otras tantas ampollas.
La tercera noche, mientras se desvestían en el embarcadero, le hizo la misma pregunta que a Mathilde.
Comprendió sus dudas mejor que nadie. Se encontraba exactamente en la misma situación que él.