Capítulo 7

 

—¿Qué diantres estabas haciendo en el jardín con ese… con Bowler? —estalló deteniéndose antes de alcanzar la mansión de los Deveraux, sobresaltando a Amelia que aún presa de su mano lo miró furiosa.

 

—¿Por qué me gritas? No estaba haciendo nada…

 

—Si la vista no me ha fallado, y te puedo asegurar que veo perfectamente, le estabas besando.

 

—No hice tal cosa. Fue él quien me besó —aclaró, elevando también el tono de voz.

 

—No encuentro diferencia. No me pareció que lo acompañaras de mala gana.

 

—No pensé que fuera a suceder nada.

 

—Ese es tu problema, actúas sin pensar —la atacó, consciente de que no estaba siendo justo con ella.

 

—También pasee contigo por el jardín de tu madre y no me besaste —contraatacó ofendida.

 

—No me compares con ese…, además…

 

—Sí, ya sé que me ves como a una hermana —espetó con inquina—, pero no lo soy, no soy nada tuyo. Soy una mujer, una a la que la mayoría de los hombres encuentran atractiva. Todos menos tú, por supuesto. Para ti continuo siendo «la pecosa», una niña traviesa que...

 

No le dio tiempo a terminar la frase. Con un rápido movimiento Charles tiró de ella, la estrechó entre sus brazos y la besó.

 

Amelia, pillada por sorpresa una vez más, tardó unos instantes en asimilar lo que sucedía, hasta que la dulzura de los labios de Charles y el calor de su lengua abriéndose paso hacia el interior de su boca, la hicieron temblar de emoción y estremecerse de la cabeza a los pies, robándole el aliento. Aquel sí era el beso con el que siempre había soñado, pensó al tiempo que trataba de imitar, con timidez y cierta torpeza, los movimientos de Charles, entregándose por completo a él. Le rodeó el cuello con los brazos, dejando escapar un débil gemido de placer al sentir que Charles estrechaba el abrazo. Subyugada por las novedosas sensaciones que le provocaba sentirse pegada a él, no tenía cabeza para nada que no fuera el delicioso sabor de su boca o la cautivadora fragancia que saturaba sus sentidos. Solo alcanzaba a pensar que no deseaba ponerle fin a aquel glorioso instante. Pero, tan repentinamente como había comenzado, terminó.

 

Charles retrocedió un par de pasos poniendo distancia entre ellos, apretando con fuerza la mandíbula disgustado consigo mismo por haberse dejado llevar por un estúpido arrebato.

 

—Lo lamento —dijo con voz grave y las pupilas aún dilatadas por el deseo.

 

Amelia acusó la perdida en cuanto sus cuerpos dejaron de estar en contacto. Aturdida, no comprendía qué había ocurrido para que se alejara de aquella manera. Durante unos momentos se había sentido la mujer más feliz sobre la faz de la tierra. Estar entre sus brazos era algo con lo que había fantaseado durante tanto tiempo que le costaba creer que en realidad hubiera ocurrido, pero su júbilo había sido tan efímero como el beso compartido. Y por la tensa expresión de su rostro, supo que continuaba enojado.

 

—¿Por qué me has besado? —quiso averiguar, ansiosa por conocer los motivos que lo habían llevado a actuar de aquella manera estando de tan pésimo humor.

 

—Para evitar que continuaras alzando la voz y diciendo tonterías —contestó arisco, esquivando su mirada.

 

—No puedes estar hablando en serio —musitó abatida. Había albergado la esperanza de que lo hubiera hecho por amor o deseo, incluso por celos, pero no como un absurdo castigo.

 

—Será mejor que entremos o el escándalo será inevitable —le advirtió, ignorando las últimas palabras de la joven.

 

Amelia se limitó a asentir y con una mezcla de decepción e incredulidad, reanudó la marcha.

 

«¿Qué he hecho?», se preguntó Charles caminando junto a ella en silencio. Había perdido por completo el control. El hecho de haberla visto en brazos de otro lo había trastornado, «como si tuviera algún derecho sobre ella», pensó martirizado por unos sentimientos que aún no había aprendido a manejar. Que lo acusara de continuar viéndola como a una niña en lugar de como a una mujer hermosa y deseable fue lo que hizo caer la venda de sus ojos. La tenía frente a él y la vio como lo que era, una mujer que lo estaba volviendo loco de deseo y admiración. No era su hermana, aquello eran cosas del pasado, cosas de niños. Eran adultos y no había duda, la deseaba más que a cualquier otra mujer en toda su vida.

 

La hemorragia había cesado y las manchas de sangre que habían salpicado las chorreras de encaje de su camisa perdían importancia tras lo que acababa de presenciar oculto entre las sombras del jardín. Después de todo, no se había equivocado al decir que a su amigo no le eran indiferentes los encantos de la señorita Parker, por mucho que insistiera en asegurar que para él era como una hermana.

 

«¡Y un cuerno la ve como a una hermana!», pensó con una burlesca sonrisa en los labios de camino a una de las entradas laterales que le permitiría escabullirse de la fiesta con discreción, de lo contrario su desaliñado aspecto daría demasiado que hablar al resto de invitados.

 

—Si me disculpas, he de reunirme con mis padres —dijo Amelia apenas entraron en el salón de baile, intentando ocultar el abatimiento que la incomprensible respuesta de Charles le provocaba, dedicándole una rápida mirada y una leve inclinación de cabeza antes de mezclarse con el gentío, luchando con la congoja que le oprimía la garganta, le robaba el aire y una vez más amenazaba con destrozar sus sueños.

—Amelia —haciendo caso omiso de su llamada, se perdió entre el resto de invitados. Charles hubo de respirar profundamente varias veces para controlarse y no salir tras ella. Lo último que deseaba era envolverla en un escándalo. Tendría que buscar mejor oportunidad para hablar con ella y ofrecerle una explicación, pensó deslizando los dedos por entre los cabellos ligeramente alborotados.

 

—Pareces agotado —la voz preocupada de su madre le obligó a apartar por un momento a Amelia de sus pensamientos.

 

—Lo estoy —reconoció dejando escapar un suspiro.

 

—La joven que te acompañaba hace un instante era Amelia Parker, ¿no es cierto? —Charles asintió esquivando la inquisitiva mirada de su madre—. Si mal no recuerdo, la muchacha te había reservado un baile, pero no he…

 

—Hemos decidido dejarlo para otra ocasión, ambos estamos cansados —la explicación sonó tensa y precipitada.

 

—Bien, entonces creo que ha llegado el momento de regresar a casa —propuso con calma, atenta a la reacción de su hijo.

 

—Sí, será lo mejor —convino ofreciéndole el brazo—. ¿Y Margaret? —inquirió con el ceño fruncido, extrañado de que la dama no estuviera junto a su madre.

 

—No te inquietes por ella, queda en buena compañía —comentó realizando un discreto guiño, gesto que Charles entendió a la perfección y que logró arrancarle una leve sonrisa. Quizás, después de todo, aquella iba a ser la temporada de lady Pembroke.

 

—¿Tienes pensado contarme lo que ha ocurrido entre la señorita Parker y tú o debo quedarme con las ganas? —quiso saber Helene intrigada por el mutismo en el que Charles se hallaba sumido.

—No sé a qué se refiere, madre. Entre Amelia y yo no ha…

 

—Os he visto regresar juntos del jardín y ninguno parecía complacido con el paseo.

 

—Tan observadora como de costumbre —apuntó, curvando los labios hacia arriba con pereza—. Pero me temo que tendrá que quedarse con las ganas —contestó sin rastro de humor, algo que sin duda no dejó de sorprender a Helene.

 

—¿Qué has hecho, Charles? —preguntó con un deje de alarma.

 

—Enamorarme —confesó con la mirada puesta en un punto indefinido al otro lado de la ventanilla del carruaje.

 

La declaración de su hijo no le sorprendía tanto como habría cabido esperar, y de no ser por el extraño comportamiento de ambos jóvenes, se habría alegrado de que al fin Charles hubiera abierto su corazón.

 

Cuando Helene se levantó a la mañana siguiente, Charles, con aspecto demacrado, continuaba en el comedor terminando de desayunar. Cada vez se sentía más intrigada con lo ocurrido la noche anterior entre él y la señorita Parker.

—Buenos días —lo saludó acercándose al aparador para servirse un té y unos bollos.

 

—Buenos días —contestó distraído.

 

—¿Has descansado?

 

—No demasiado.

 

—Lo imaginaba —reconoció, sentándose a la mesa—. He pensado visitar esta tarde a los Parker. ¿Me acompañas? —preguntó con naturalidad llevándose la taza a los labios, estudiando la reacción de su hijo por encima de ésta.

 

—Tendrá que disculparme, pero tengo trabajo. —La tensa y apresurada respuesta de Charles la hizo elevar ligeramente las cejas.

 

—Sabes que no suelo inmiscuirme en tus asuntos, pero en este caso me…

 

—Le aseguro que no existen motivos para que se inquiete —la cortó—. Todo está en orden —sentenció apurando su infusión. Poniéndose en pie se inclinó sobre ella y, como tenía por costumbre, le dio un beso en la mejilla—. Salude a los Parker de mi parte —pidió antes de abandonar la estancia, retomando el hilo de sus pensamientos en el punto en el que los había dejado al aparecer su madre, los mismos que durante toda la noche le habían robado el sueño.

 

Saberse enamorado de Amelia no había terminado con sus quebraderos de cabeza. No era un hombre carente de experiencia en el terreno amoroso, pero jamás se había implicado a nivel emocional con ninguna mujer y no tenía la menor idea de cómo manejar aquella situación ni qué paso dar a continuación. Se sentía completamente perdido. Eso sin mencionar que ignoraba cuáles eran los sentimientos que Amelia albergaba hacia él. Cierto que le había acusado de no reparar en su atractivo, lo que no quería decir que ella sintiera algún tipo de interés hacia su persona, pensó exhalando un hondo suspiro. De un momento a otro le estallaría la cabeza. Qué complicado resultaba todo.

 

La noche de Amelia no resultó en absoluto mejor que la de Charles. Había olvidado por completo el insustancial beso del señor Bowler, sin embargo el de Charles había continuado quemándole la boca mientras en su cabeza bullían algunos interrogantes. No terminaba de comprender su actitud. Primero se había enfadado con ella, como si todo lo sucedido hubiera sido culpa suya, y tras dejarse llevar de aquella forma tan inesperada, se había mostrado distante y arrepentido. Aquel comportamiento la tenía desconcertada, aunque no pensaba darse por vencida. Intuía que aquel beso escondía más de lo que ella osaba imaginar por temor a equivocarse.

Con ese pensamiento y mayor decisión que nunca, se había quedado dormida después de varias horas dando vueltas entre las sábanas, y con la misma determinación se había levantado.

 

Que la señora Compton les acompañara a tomar el té no le había aportado ninguna pista sobre los sentimientos de Charles. La mujer se había mostrado reservada a la hora de hablar de su hijo y ella, por supuesto, había tenido que tragarse las ganas de preguntar por él.

 

Aun así, la suerte parecía ponerse de su lado, había pensado Amelia cuando la buena señora les habló de la cena, a la que desde luego estaban invitados, que pensaba ofrecer tres días más tarde. Tiempo más que suficiente para enviar las invitaciones y organizar los preparativos para lo que no pasaría de ser una pequeña e informal reunión de amigos.

 

Sin saberlo, la señora Compton le estaba proporcionando la excusa perfecta para reencontrarse con Charles y aclarar, de una buena vez, las cosas entre ellos. Porque si algo tenía claro Amelia era que no pensaba abandonar la residencia de los Compton sin resolver las incógnitas que la había mantenido en vela la mayor parte de la noche.

 

—¡Qué atareada la encuentro, madre! —comentó Charles al entrar en el salón y hallar a su madre, pluma en mano, sentada ante el buró—. ¿Qué la mantiene tan ocupada? —preguntó acercándose por detrás, mirando curioso por encima de su hombro.

—Invitaciones —respondió sin levantar la vista del papel—. Dentro de tres días celebraremos una cena para un pequeño grupo de amigos.

 

—¿Celebraremos? ¿Y de qué amigos habla? —quiso saber entornando los ojos al tiempo que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Tenía un mal presentimiento.

 

—Sí, celebraremos —repitió—. Es evidente que quiero que asistas. En cuanto a los invitados no debes preocuparte, los conoces a todos, Margaret, el señor Norton… que sospecho está interesado en nuestra Margaret —apuntó con picardía—, los Woolf, los Parker…

 

—Si está tratando de actuar como casamentera por lo que dije la otra noche, olvídelo —espetó irritado.

 

—No tengo intención de hacer tal cosa —le aclaró con serenidad—. Los Parker son nuestros amigos y no pienso excluirlos porque te hayas enamo…

 

—Haga lo que le plazca, de todas formas tendrá que disculparme porque tengo un compromiso para esa noche —mintió—. Espero que no le importe.

 

—Sí me importa —le aseguró poniéndose en pie para encararlo—. Si de verdad estás enamorado de ella, no deberías perder el tiempo, de lo contrario, cuando te decidas puede ser demasiado tarde. No olvides que es una de las favoritas de esta temporada. —Charles se limitó a apretar la mandíbula mientras le sostenía la mirada a su madre—. ¿De qué tienes miedo?

 

—No he mencionado tenerlo —se defendió esquivo.

 

—Puedo verlo en tus ojos. Estás aterrado. ¿Tanto rechazo te provoca el compromiso?

 

—No es eso —suspiró vencido, guardando silencio unos instantes antes de decidirse a compartir sus temores—. Simplemente… no sé qué debo hacer, no sé si ella… estoy hecho un lio —confesó abatido.

 

—No es inusual sentirse confuso y desorientado… es lo que conlleva enamorarse por primera vez —le dijo acariciándole la mejilla con ternura—, pero si no te arriesgas nunca sabrás lo que habría pasado y esa incertidumbre sería mucho peor.

 

—¿Debería sincerarme con ella?

 

—Sería lo mejor. Sea lo que sea lo que haya pasado entre vosotros, y por el bien de ambos, deberíais aclarar las cosas. Huyendo no solucionas nada.

 

—¿Qué sería de mí sin sus consejos? —preguntó recuperando su maravillosa sonrisa.

 

—Serías un bala perdida, estoy segura —bromeó, sonriendo a su vez.