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Tiene gracia que Olvido quiera hacerme «un obsequio». En toda nuestra vida sólo una vez me hizo un regalo. Y no fue lo que se dice un regalo convencional. Lo he conservado todos estos años. No le costó nada, pero para mí tiene un gran valor. Es un símbolo de nuestra amistad. De lo que fue, de lo que será siempre.

La memoria no sabe de orden ni de cronología. Lo que voy a contar ocurrió mucho después de conocernos, cuando el verano que compartimos en Cumbres Blancas había quedado muy atrás. Teníamos veinte años. Olvido había decidido estudiar teatro. Para ella era una decisión natural, casi biológica, como si un delfín hubiera decidido aprender a nadar. Quiso alejarse por una vez de su Barcelona natal y probar suerte en Madrid, lejos de amistades y conocidos de su madre. Yo la seguí. En parte, porque me convenció para que lo hiciera. La idea de vivir juntas, lejos de la familia, y en la capital, nos excitaba a las dos. Pero, sobre todo, creo que lo hice porque deseaba marcharme de casa a cualquier precio. Olvido fue mi tabla de salvación.

Alquilamos una habitación en un piso muy antiguo del casco viejo, justo al lado de la Plaza Mayor. Nuestra casera era una anciana medio loca que por las noches se paseaba por la casa en camisón. Su cabeza no había visto un peine en años. Era como un espectro, y si la encontrabas por la noche en la cocina o en el pasillo, te morías de miedo.

Creo que ésa era la razón por la que las dos intentábamos pasar el mínimo tiempo posible en casa, donde, salvo para dormir, no se nos veía el pelo. Durante aquellos meses, tal vez los más felices y despreocupados de toda nuestra vida, la mayor parte del tiempo lo pasábamos yendo al teatro, a exposiciones, comiendo perritos calientes en nuestro bar favorito o soñando despiertas con un futuro que quedaba lejos, en un horizonte que apenas comenzaba a vislumbrarse. Como era de esperar, ocurrieron muchas cosas importantes en aquella época. Una de las principales tuvo que ver con nuestro profesor de expresión corporal. Lawrence.

Lawrence era un neoyorquino de veintinueve años y tenía el cuerpo más elástico y hermoso que habíamos visto jamás. No creo que existiera una sola alumna en la escuela de arte dramático que no hubiese dado un año de su vida por salir con él. Sus encantos, además, no eran sólo físicos. Lawrence era simpático, dulce, comprensivo y tenía una sonrisa preciosa. Uno de los pocos profesores que trataba a sus alumnos, sin excepción, como si fueran seres humanos. Era mucho más de lo que se podía decir de otros.

Cuando terminaba la clase, Lawrence solía quedarse un rato en el aula charlando con sus alumnos. Libros, viajes, un extenso anecdotario como bailarín de Broadway… Su conversación era estupenda. Y a muchos de nosotros nos servía para amar aún más el teatro y comprender que el camino que habíamos elegido era difícil, pero prometía grandes emociones.

Olvido y yo éramos de sus habituales. A veces se hacía tan tarde que las señoras de la limpieza nos pedían por favor que saliéramos y las dejáramos limpiar el aula, y en ocasiones, la conversación continuaba en el bar de la esquina, frente a un café, un chocolate o unas cervezas, según cómo estuvieran el día y los ánimos. Si a alguien se le hubiera ocurrido elegir al profesor más popular entre el alumnado -masculino y femenino-, Lawrence habría ganado por goleada.

- Es demasiado guapo -opinaba Olvido-. Seguro que es gay.

Yo sabía lo que significaban esas palabras, aunque Olvido no lo confesara. Significaban: «No pienso colgarme de nadie, por guapo que sea». A pesar de todo, no le salía demasiado bien. Me daba cuenta de cómo lo miraba. De la transformación que sufría en presencia de nuestro profesor. Había que conocerla mucho para darse cuenta, porque Olvido detestaba mostrar sus debilidades, pero por entonces, creo que yo era la única persona que se daba cuenta.

- ¿A ti te gusta Lawrence? -le pregunté una vez a bocajarro.

- ¿A mí? ¡Qué dices! Yo no pierdo el tiempo en esas cosas.

«Yo no pierdo el tiempo en esas cosas», una respuesta típica de ella. Su respuesta-amortiguador; su respuesta-coraza. Cuando pronunciaba esa frase, Olvido se estaba refiriendo a las emociones que ponen al mundo cabeza abajo. Sobre todo, al amor.

- El amor sólo complica la vida. No pienso enamorarme nunca -aseguraba con firmeza.

Me admiraba su convicción y, sobre todo, su seguridad. Y también su dominio de sí misma.

- Yo no soy capaz de dominar ese tipo de cosas -le dije un día en que hablábamos de Lawrence.

- ¡Por supuesto que lo eres! Lo único que tienes que hacer es intentarlo.

Tal vez Olvido había dado en el clavo. Yo no me veía capaz ni siquiera de intentarlo. Y lo peor: no quería hacerlo. Lawrence me gustaba cada día más, y sólo pensaba en cómo vencer la frontera alumna-profesor y cómo llamar su atención por mí misma.

Fue entonces cuando Olvido decidió presentarse a su primera audición. Fue una decisión repentina, como todo en ella. Una productora de televisión muy importante buscaba actrices jóvenes para una serie. Era un papel secundario, con apenas texto, para el que no hacía falta experiencia. Fue ver el anuncio y decidir que el papel sería para ella.

- Mi madre odia la televisión -dijo con una sonrisa pícara-. Cuando me vea, le dará un síncope.

A veces era imposible saber si Olvido hacía las cosas porque le gustaban a ella o porque desagradaban a su madre. Lo que me quedaba claro era qué papel jugaba yo en su vida: el de comparsa.

Hay gente que vale para locomotora. Otros son vagones perfectos. Hay que saber cuál es tu lugar.

- Nos presentaremos juntas, Abril.

- No, yo no estoy preparada para una prue…

- No me dejes sola, por favor. Si vamos juntas, todo será mucho más fácil. Así, cuando nos rechacen a las dos, nos podremos consolar mutuamente.

«O cuando te elijan a ti, tu ego crecerá tres tallas», pensé, aunque no dije nada. Olvido necesitaba ese tipo de reafirmaciones de sí misma. A pesar de las apariencias, su inseguridad era enorme.

Le pedimos a Lawrence como un favor especial que nos ayudara a preparar la prueba. No porque fuera el profesor más guapo del instituto, sino porque era el más cercano, el más accesible. Por supuesto, aceptó ayudarnos encantado. Nos citó varias veces fuera del horario lectivo en el aula de danza. Nos ayudó con el texto, con la gestualidad, con la voz. Incluso nos preparó un programa de ejercicios personalizado para antes de la prueba. Cada vez que posaba su mano huesuda sobre mi columna vertebral para ayudarme a destensar la espalda, yo sentía un escalofrío de pies a cabeza. Su modo de sonreír me desconcertaba. Me gustaba más cada día.

- Este ejercicio libera tensiones de cuerpo y mente, ya veréis -decía Lawrence con su sonrisa encantadora-. A mí nunca me ha fallado.

Fueron unos días estupendos. Lawrence nos contó un montón de anécdotas personales. Las que más nos gustaban eran sus historias neoyorquinas: las clases del Actor’s Studio, el teatro de la universidad, el off-Broadway y su primer casting para un musical. Uno de los más famosos. Lo cogieron, claro. Escucharlo era revivir una emoción que se adivinaba verdadera.

- Si te iba tan bien, ¿por qué te marchaste? -le pregunté.

Le brillaban los ojos de tristeza cuando sonrió y dijo:

- Por la razón más tópica de todas. Me rompieron el corazón.

Lawrence nos habló de una compañera del coro, guapa y con talento. Estaba loco por ella y formaban una pareja perfecta hasta que lo dejó por el director. Se le hizo insoportable seguir viéndola todos los días. La felicidad ajena es muy dolorosa cuando se construye sobre las ruinas de la tuya propia. Por eso se marchó. Para olvidar y para comenzar de nuevo. Y llegó a Madrid, una ciudad que siempre había soñado conocer.

Hizo una pausa, esbozó una sonrisa preciosa y añadió mirándome a los ojos:

- Pero ya la he olvidado. Ninguna tragedia es eterna.

Lawrence nos ayudó tanto y con tanta generosidad que Olvido y yo decidimos invitarlo a cenar. Se negó con su mejor sonrisa.

- No puedo aceptar vuestra invitación, chicas. En primer lugar, porque no he hecho nada para merecerla. Y en segundo, porque levantaríamos muchas suspicacias. Vuestros compañeros creerían que me estáis sobornando. Y lo peor es que yo no podría negarlo si fueran con el chisme al director.

- Entonces, lo dejamos para más adelante -dijo Olvido, resuelta-. Te invitaremos a cenar el mismo día en que nos graduemos. Suponiendo que sigas aquí, claro.

- Pienso seguir aquí mucho tiempo -dijo Lawrence, antes de añadir-: ¡Os tomo la palabra, entonces! Me debéis una cena.

Al día siguiente, Olvido consiguió el papel y a mí me dieron calabazas. Por la tarde encontré una rosa roja en mi taquilla junto a una nota que decía: «Otra vez será, Abril. Nunca dejes de luchar por lo que quieres. Lawrence».

Olvido estaba exultante. Había conseguido el papel por méritos propios, sin necesidad de recordar a nadie de quién era hija. El rodaje empezaría en seguida. Aquella misma tarde la convocaron a una reunión. Fue todo tan precipitado que no tuvo tiempo de darse cuenta de que yo estaba tan feliz como ella. O puede que más. ¿La causa? Cuando fui a agradecerle a Lawrence el detalle de la rosa y la nota, me preguntó si tenía prisa y si «me apetecía» tomar algo con él después de las clases.

Me extrañó mucho que me dijera algo así, después de la negativa a cenar de la noche anterior.

- Hoy Olvido no podrá venir -contesté-. Mejor quedamos otro día.

Negó con la cabeza sin dejar de sonreír.

- No lo entiendes, Abril. Te lo estoy pidiendo a ti -fue su respuesta, mientras me miraba con tanta fijeza que me puso nerviosa.

Era verdad. Me lo estaba pidiendo a mí. ¡A mí! A la poquita cosa, a la eterna acompañante, a la comparsa.

Acepté sin acabar de creerlo.

- Nos vemos en la cafetería Pereza a las nueve y cuarto, ¿te parece bien?

Me parecía una maravilla. Un sueño hecho realidad. Aquel primer día nos limitamos a hablar, a reír como niños, a intercambiar la historia de nuestras vidas. Un par de veces rozó sus dedos con los míos, pero yo retiré la mano por vergüenza, tal vez por miedo.

- ¿Y si te ven? -pregunté.

- ¡Merece la pena correr el riesgo! -respondió.

Un escalofrío de emoción recorrió mi columna vertebral. Lawrence era perfecto, siempre tenía la respuesta exacta, aduladora, tierna. El tipo de respuesta que una chica desea escuchar.

Aquellos días, Olvido pidió un permiso especial para faltar a clase y asistir a los rodajes. Se lo concedieron, por supuesto, porque para la escuela era un orgullo que una de sus alumnas fuera a triunfar en televisión. Y es que, de pronto, su personaje había cobrado mayor importancia en la trama y ella tenía cada día un nuevo guión que estudiar.

Todo eran novedades en aquellos primeros días, y mi amiga vivía en un estado de excitación permanente.

- ¿Sabes por qué convocaron las pruebas con tanta urgencia? ¡La actriz que debía interpretar mi papel murió la semana pasada! Era una estudiante de último curso, de Barcelona. Un accidente de coche. ¿No da un poco de miedo que las cosas ocurran por casualidades tan tétricas como ésta? Igual si ella siguiera viva, yo nunca habría debutado…

Yo también pensaba sin parar en las casualidades. Cómo me había embarcado en aquel curso de teatro, cuántas cosas estaba descubriendo gracias a ello, cómo por insistencia de Olvido me había presentado a una audición a la que de otro modo no habría ido… y cómo todo eso me había llevado hasta Lawrence. Mi amado Lawrence.

Después de la primera cita, cuando ya sentía latir algo muy poderoso entre él y yo, me atreví a preguntarle a Olvido si le gustaba Lawrence. Si sentía algo por él.

- ¡Claro que no! -fue su rotunda respuesta.

- ¿No estás enamorada de él, entonces? -insistí.

- ¿Enamorada? ¿Tú estás tonta? -repuso con su habitual desprecio hacia las cosas del corazón.

Solté un suspiro de alivio. Iba a contarle lo que estaba ocurriendo. En la cafetería, la tarde anterior, nuestro profesor me había besado. Había sido un beso fugaz, casi a hurtadillas, el beso de dos personas que tienen miedo a ser descubiertas. Él temía que alguien lo viera besando a una alumna a quien debía calificar aquel mismo curso. Lo mío era diferente. Yo sólo pensaba en Olvido. A ella también le gustaba nuestro profesor, y yo lo sabía. Por nada del mundo quería hacer algo que le molestara o le doliera. Antes de seguir con Lawrence, necesitaba su aprobación.

El problema era que Olvido tenía mucha prisa a todas horas y no resultaba fácil hablar con ella de asuntos serios. Y también, que Lawrence y yo habíamos quedado para el día siguiente, esta vez en su apartamento.

Aquella noche esperé a mi amiga despierta. Llegó muy tarde, después de un día extenuante de trabajo. Hablaba sin parar: de lo divertido que era su papel, de cómo la miraba el microfonista, de lo guapo que era el actor principal, del vestuario tan poco favorecedor que le había tocado… La escuché embelesada, más o menos como siempre, hasta que llegó al final y preguntó:

- ¿Y tú? ¿Qué tal en la escuela? ¿Me has echado de menos?

- Olvido, tengo que decirte algo -anuncié.

Comenzó a quitarse los vaqueros y levantó las cejas, interrogándome con la mirada. Supongo que esperaba que le hablara de las manías de la profesora de improvisación o del asco de menú del día que servían en el restaurante. Lo de siempre.

- Me he enrollado con Lawrence -dije.

Se detuvo con el pantalón a medio bajar. Se sentó en la cama a cámara lenta.

- ¿Qué? -Sus labios se torcieron en una mueca desagradable.

- Es un tío increíble.

- Ya sé que es un tío increíble -fue su respuesta, cortante como el acero.

Se hizo un silencio incómodo. Pensativo el suyo. Expectante el mío. Me latía el corazón con fuerza. Y no entendía lo que estaba pasando.

- ¿No vas a decirme nada? -pregunté.

- Felicidades, compañera. ¿Es eso?

- Olvido, ¿qué pasa? ¿Te molesta que…?

- ¿A mí? -me cortó-, ¿y por qué habría de molestarme? Claro que no. Es sólo que estoy muy cansada.

- ¿No te alegras por mí?

- ¡Ya lo creo! ¡Y por él! A los dos os ha tocado el premio gordo.

Me dolió comprobar que su voz sonaba cínica. Me sentí dolida. Pero, sobre todo, me quedé estupefacta. ¿Tal vez a Olvido le importaba Lawrence, y yo no había sabido darme cuenta? ¿Y por qué no me lo dijo cuando se lo pregunté?

Aquella noche la pasé en blanco, dándole vueltas a lo ocurrido, tratando de interpretar cada gesto, cada mirada, cada una de las palabras que Olvido le había dirigido a Lawrence en mi presencia. No llegué a ninguna conclusión.

Al día siguiente todo había vuelto a la normalidad. Olvido había recuperado la alegría y la jovialidad de siempre. Después de tomarse un café apresurado y servirme otro a mí, me dio un abrazo muy fuerte y me dijo:

- Estoy feliz por ti, Abril. Y también por él. Hacéis buena pareja.

- Yo no quiero hacerte daño, Olvido. Si mi relación con Lawrence te molesta en cualquier sentido, yo…

- Pero ¡qué tontería! -me interrumpió-, ¿y por qué habría de molestarme? ¡Yo no quiero nada con él!

La abracé otra vez. Apreté muy fuerte.

- No sabes lo que necesitaba que dijeras eso -susurré junto a su oído.

Los días que siguieron fueron muy extraños. Olvido apenas pisaba la academia, o lo hacía siempre a toda prisa, sólo para justificar que seguía estudiando allí.

- Si esto sigue así, dejaré las clases -me dijo poco después-. De todos modos, ya no me sirven de nada, porque ya soy actriz.

No sólo era actriz, también era muy popular. De la noche a la mañana, coincidiendo con la emisión de los capítulos donde su personaje hacía su aparición rutilante, salir con Olvido se había vuelto insoportable. En todas partes se le acercaba gente que quería tomarse fotos con ella, o niños que le pedían autógrafos o señoras que le preguntaban qué pasaría en la serie. El poder de la televisión es omnímodo y da un poco de miedo por lo que tiene de irracional, de incontrolable. Incluso los profesores de la escuela la miraban ahora de un modo diferente, y le perdonaban todas las ausencias y todas las rarezas como no habrían hecho con ninguna otra alumna.

La verdad es que yo no hacía mucho caso de nada de lo que estaba pasando. Estaba enamorada por primera vez en mi vida, y eso me mantenía muy lejos del mundo. Lawrence ocupaba todos mis pensamientos y todo mi tiempo. Quedábamos casi cada tarde después de las clases. A veces íbamos a su casa, pero también al cine, a cenar, a jugar a los bolos o simplemente a dar un paseo por cualquier parte. Nuestra felicidad no necesitaba escenografías grandilocuentes. Poco a poco, nos fuimos relajando. Él dejó de temer ser descubierto y yo dejé de verlo como a mi profesor. La vida nunca había sido para mí tan intensa, tan brillante, tan generosa.

Hasta que de pronto, sin previo aviso, todo cambió.

Estábamos a principios de abril, el último día de clase antes de las vacaciones de Semana Santa. Lawrence y yo habíamos quedado en la cafetería de siempre. Yo lo esperaba leyendo una novela y veía pasar los minutos sin comprender qué podía haberlo entretenido, porque solía ser muy puntual. Cuando lo vi llegar supe que ocurría algo grave. Tenía el rostro desencajado, rígido, como de acero. Se sentó a la mesa, se frotó las mejillas, ni siquiera me dio un beso.

- El director quería verme -fueron sus primeras palabras mientras se sentaba y se quitaba la chaqueta-; me ha tenido una hora en su despacho, soltándome un discursito insufrible sobre ética, moral y comportamiento ejemplar de los profesionales de la enseñanza. Me ha recordado que, aunque legalmente no pueda considerarse delito que dos mayores de edad inicien una relación, las normas del centro lo prohíben expresamente, por lo menos mientras esas dos personas sean alumna y profesor. Es decir, tú y yo. Me ha amenazado con «tomar medidas» si la cosa continúa y me ha preguntado con qué criterios seré capaz de evaluar tu rendimiento llegado el momento. -Suspiró y miró al techo-. Ha sido muy desagradable.

Lawrence no soportaba que lo juzgaran, y mucho menos, que pusieran en entredicho su valía profesional. El director, un hombre demasiado chapado a la antigua tal vez, había puesto el dedo en la llaga al hablarle con tanta dureza.

- No te preocupes, mañana mismo dejo el centro. Ya no serás mi profesor. Igualmente yo no…

Levantó una mano, interrumpiéndome.

- ¡Ni hablar! ¡No tengo intención de ser responsable de una cosa así!

No sirvió de nada que le explicara que él había sido lo único bueno que me habían deparado mis estudios de teatro, que él sabía tan bien como yo misma que nunca sería actriz, que llegué allí para seguir a Olvido y escapar de casa… Él negaba con la cabeza sin parar.

- Tienes que terminar lo que has empezado, Abril -me dijo como si fuera mi padre.

- ¿Y quién se lo ha dicho? -pregunté.

- No importa. Podría haber sido cualquiera -repuso-. Lo que de verdad debemos pensar es qué vamos a hacer ahora.

Me dejó de piedra ese comentario. ¿Qué íbamos a hacer? ¿A qué se refería? Creo que fue en ese instante cuando comprendí el alcance y la gravedad de lo que nos estaba ocurriendo. Lawrence no estaba dispuesto a perder su trabajo. Tampoco deseaba darle la razón al director permitiéndome renunciar a mis estudios. ¿Y a mí? ¿Estaba dispuesto a perderme?

Me agarró las manos. Me dirigió una larga y triste mirada. Creo que no se atrevía a decirme lo que estaba pensando. Traté de facilitarle las cosas hablando yo:

- ¿Quieres que dejemos de vernos?

Cinco segundos eternos antes de la respuesta. Largos como cinco horas.

- Sólo durante una temporada -repuso. Y añadió-: Será lo mejor.

Se me dispararon los latidos del corazón. Le solté las manos.

- De acuerdo -dije tajante, herida en mi orgullo.

- Piénsalo, Abril. Sólo tenemos que comportarnos como alumna y profesor hasta final de curso. En junio todo habrá terminado y no habrá peligro. Podemos escribirnos.

- No entiendo por qué no puedo dejar la escuela.

- No quiero. -Negó otra vez con la cabeza-. Deseo hacer las cosas como es debido.

¿Era sólo cuestión de orgullo? ¿No reconocer ante el director que se había enrollado con una alumna? Todo aquello me pareció una sarta de tonterías. Además de por la actitud más cobarde que podía imaginar, podría decir que Lawrence me desilusionó como no pensaba que podía hacer, tal vez porque había depositado en él demasiadas esperanzas. Yo era como el náufrago que lleva años vagando a la deriva. Cuando encuentra una tabla de salvación, no es capaz de soltarla.

Reaccioné de la peor manera. Con una rabia de la que luego me arrepentí.

- Si lo que quieres es cortar, no hace falta que busques tantas excusas. Lo dejamos y ya está.

- Abril, no seas niña. No quiero cortar. Sólo mantener una distancia prudente durante tres meses. No queda nada para que se termine el curso.

- ¡No me trates como si fuera tu hija! -solté levantando la voz cada vez más-. Por mí, puedes mantener toda la distancia que quieras. Ya me has dejado claro cuáles son tus prioridades.

- Por favor, Abril, no grites. Nos está mirando todo el mundo.

Pero yo ya estaba fuera de mí. El fantasma de mi adolescencia díscola y rebelde había hecho su aparición. La versión menos razonable y más impertinente de mí misma reinaba en nuestro encuentro sin que Lawrence supiera qué hacer para tranquilizarme.

- ¡Y a mí qué me importa que nos miren! ¡Allá ellos! A mí lo único que me importa es que estoy con un tío que no es capaz de anteponer nuestra relación a su trabajo.

- Abril, me parece que no estás siendo justa conmigo. -Lawrence hablaba en un susurro contenido-. Siéntate, por favor, deja que intente explicarte cómo veo yo las cosas.

- ¡Me importa un rábano cómo ves tú las cosas! ¡Me importas un rábano, que lo sepas! Pensaba que eras una persona muy distinta, pero ya veo que me he equivocado de medio a medio.

He pensado mucho en esa conversación, en lo insufrible que fui, en lo mucho que Lawrence aguantó mientras yo le gritaba. Con el tiempo, me he dado cuenta de que me comporté como una idiota. Y he pensado que él debía de quererme mucho para hacer lo que hizo. Qué lástima que a veces tardemos tanto tiempo en darnos cuenta de lo más evidente. Y qué distintas habrían sido las cosas si yo me hubiera comportado de un modo más maduro aquella tarde.

- Por favor, Abril, siéntate -susurró él.

Pero yo ya era un huracán de fuerza cinco, dispuesta a arrasar todo lo que se me pusiera por delante.

- Déjame. ¡No me toques! -grité.

A esas alturas, toda la cafetería nos observaba. Éramos un espectáculo inesperado.

- Hablemos como personas civilizadas. No entiendo por qué te pones así. Si lo piensas un poco, verás…

- ¡No quiero pensar nada! ¡Ni quiero sentarme! Y mucho menos, hablar contigo. Eres un cabrón. Ya lo hemos dicho todo. -Recogí mis cosas a toda prisa y, antes de salir, le dediqué al público asistente un último efecto dramático-: Encantada de haberte conocido, Lawrence Sherman. Que te vaya bien en la vida.

Y salí de la cafetería sin volver la vista atrás. Un final mucho mejor que ninguna de las clases de interpretación en las que había tomado parte durante mi tiempo en la escuela de arte dramático.

En los días que siguieron, nadie consiguió hacerme reaccionar. Lloré sin parar durante más de quince días. Olvido me preguntó muchas veces qué me pasaba, pero me limité a darle la explicación más breve posible:

- Lo he dejado con Lawrence pero no quiero hablar de ello.

Ella respetó mi decisión. A veces me parecía que tenía ganas de hacerme preguntas, pero callaba.

Dejé de asistir a clases de expresión corporal y, poco a poco, en sólo unos días, también abandoné el resto de las clases. A mi padre no le dije nada para que siguiera mandándome el dinero todos los meses. Así pude entregarme por completo a mi desgracia. Dejé de comer y me pasé días enteros sin salir de la cama, pero ni por un momento di mi brazo a torcer ni dejé de lado mi estúpido orgullo.

Esperaba que Lawrence me llamara, me persiguiera, me rogara que volviéramos a estar juntos, pero ni se me pasó por la cabeza ir a verlo y pedirle perdón por mi comportamiento. Olvido también había desertado de la academia, convencida de que los estudios sólo le servían para perder el tiempo, y ahora estaba enfrascada a todas horas en su trabajo en la serie. Su personaje cobraba más y más relevancia (los guionistas se habían dado cuenta de su potencial como actriz), y ella estaba encantada, disfrutando las mieles de aquel primer éxito que ya no haría más que crecer. Ahora mi amiga y yo sólo coincidíamos a la hora de dormir. A veces ni siquiera me enteraba de su presencia. Me dormía antes de que llegara y me despertaba cuando ya se había ido. Era la consecuencia de otra de las costumbres que adquirí en esos días: los somníferos. Sin ellos no conseguía pegar ojo y no soportaba mis pensamientos. Empecé a tomarlos a escondidas. En sólo unos días era adicta a ellos.

El último trimestre del curso fue rarísimo. Yo iba a la deriva, sin que nadie me parara. De vez en cuando, Olvido me miraba a los ojos, me agarraba las manos y me preguntaba:

- ¿Se puede saber qué te pasa, Abril? ¿No crees que ya es hora de que superes esto?

Yo le contestaba cualquier cosa sólo para que me dejara en paz. Ella estaba siempre muy ocupada, comenzaban a hacerle mucho caso en las revistas del corazón, la llamaban de todas las televisiones, iba de entrevista en entrevista, de sesión de fotos en sesión de fotos. Empezó a vestir como una verdadera estrella. Se apuntó a un gimnasio, se buscó un estilista. Su vida había dado un vuelco.

La mía también, pero en sentido contrario. Yo avanzaba por una pendiente vertiginosa hacia el más profundo de los abismos.

Una noche, Olvido llegó a casa antes de lo previsto y me encontró despierta. Me había bebido casi una botella entera de whisky, llevaba dos días sin comer nada y tenía el bote de somníferos en la mano.

- Pero ¿tú estás loca? ¿Quieres ser la nueva Marilyn Monroe o qué?

Cogió mis somníferos y los echó a la basura. Sin contemplaciones. Luego me metió en la cama, se sentó a mi lado y me acarició el pelo sin dejar de hablar. Yo estaba borracha, pero aún recuerdo aquella sensación tan agradable de tener a alguien a mi lado, velando por mí. Me dormí como una niña.

Desperté a eso de las cuatro, confusa, con un dolor de cabeza horrible y unas enormes ganas de orinar. Caminé a tientas hasta el baño. Oriné con los ojos cerrados. Al volver a mi cama, me pareció oír algo raro. Presté atención. Llegaba de la cama de mi amiga. Habría jurado que estaba llorando, que sollozaba bajo las mantas, de ese modo en que lloran de noche quienes no quieren ser descubiertos. No comprendí nada. Creía que Olvido era más feliz que nunca. Pensaba que lo tenía todo para serlo. Llegué a la conclusión de que habían sido imaginaciones mías y volví a dormirme, en medio de mi dolor de cabeza y mi confusión.

Al despertar encontré un vaso de café con leche y una magdalena gigante sobre la mesita de noche, junto a una nota que decía: «Reserva los próximos cuatro días. Nos vamos juntas a un lugar perdido donde nos curaremos todas las heridas del alma».

No entendí lo que quería decir, pero me comí la magdalena, me bebí el café con leche y me tumbé de nuevo en la cama. Tenía una resaca descomunal. Pensé que era muy afortunada por tener a Olvido como amiga.

Aquella tarde salí por primera vez en varios días. Sólo hasta la esquina, a comprar leche. Al volver, recogí las cartas del buzón. Me extrañó reconocer la caligrafía de Lawrence en uno de los sobres. Era una carta dirigida a mí. La abrí allí mismo, en el portal, sin cerrar el buzón, con el corazón latiéndome en la garganta. Leí a toda prisa, volando sobre las palabras, sin entenderlas del todo:

Querida Abril:

No sabes lo duras que han sido estas últimas semanas sin verte ni tener noticias tuyas. A pesar de todo, he respetado en todo momento tu decisión de alejarte de mí, aunque en ocasiones ha sido muy difícil. Si te escribo esta carta es para decirte que he decidido marcharme: me han ofrecido un trabajo en una academia muy importante de Berlín y he aceptado. Salgo mañana por la mañana. Siento que aquí no tengo nada que hacer, salvo perjudicarme a mí mismo y vivir de unos recuerdos que me duelen demasiado. Te dejo mis señas por si alguna vez necesitas algo de mí. Cuídate mucho, Abril. Eres una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida.

Tuyo,

LAWRENCE

La carta llevaba fecha del día anterior. El sobre no tenía sello ni matasellos. El propio Lawrence debía de haber acudido hasta mi portal para depositarla en el buzón. Sentí una rabia y una tristeza inmensas. Lo llamé a la academia sólo para confirmar lo que ya sabía. La voz neutra y antipática de la conserje me informó de que «el profesor Sherman ya no trabaja aquí». Lo llamé a su casa, pero una voz metálica me informó de que el número no correspondía a ningún abonado. Se había ido sin dejar más rastro que aquellas palabras en mi buzón.

- Lawrence se ha ido -le dije a Olvido aquella noche.

- Ya lo sé -respondió ella para mi sorpresa-. Lo descubrí mientras echaba la carta en el buzón.

Me dio una rabia inmensa saber que mi amiga lo había visto y yo no. Le hice un montón de preguntas. Qué le dijo, qué le había dicho ella, qué impresión le había dado y hasta qué llevaba puesto.

- Me pareció algo más delgado -respondió-, pero tan guapo como siempre. Me preguntó por ti. De hecho, sólo hablamos de ti.

Qué incongruencia. La famosa Olvido Rus se encontraba en el portal con su encantador profesor de expresión corporal y se pasaban el rato hablando de mí. Daban ganas de reír, si no fuera porque yo tenía un nudo en la garganta.

Al día siguiente, Olvido y yo salimos hacia el lugar perdido que debía curarnos todos los males del alma. Algo más de dos horas de avión y alguna más en coche, un camino serpenteante en la montaña, un lugar inimaginable, un lago de aguas cristalinas como único testigo.

Olvido tenía razón. Aquel lugar nos curó los males del alma. Vaya si lo hizo.

De: Abril Manrubia

Para: Olvido Rus

Asunto: No lo disculpo

Señor A-ntipático:

Como sigue sin decirme su nombre -pese a que se lo he preguntado varias veces-, estoy en mi derecho de inventar el que me venga en gana.

Me importa un rábano lo que Olvido haga con los millones de correos de fans que recibe a diario. Yo no soy una fan más y me irrita que me trate usted como si lo fuera.

Sé que su trabajo es filtrar la correspondencia que recibe su jefa. No quiero ni imaginar las locuras que deben de llegarle. Asumo que su tarea es necesaria y que lo hace con la mayor profesionalidad. Pero comienzo a sospechar que ni siquiera le ha hablado a Olvido de mis correos, de mi boda, de mi necesidad de contactar con ella.

No sé por qué me esfuerzo en darle explicaciones. Las emociones no pueden explicarse. Lea el adjunto y lo entenderá.

Abril

P.S.: Intento pensar a qué viene tanto misterio con su nombre. ¿Es un secreto de Estado?

De: Secretario de Olvido Rus

Para: Abril Manrubia

Asunto: Nueva respuesta

Señorita Manrubia:

Le agradezco sinceramente cuanto dice de mi profesionalidad. Así es, en todos los trabajos que he desempeñado, también en éste, he procurado en todo momento actuar con profesionalidad, aunque en ocasiones no resulte fácil.

Ya que tanto insiste, le diré que mi nombre no es ninguno de los que usted apuntaba en un correo anterior.

Tampoco es un nombre especial en absoluto. Me llamo como muchas otras personas en el mundo, lo cual no me molesta en ningún sentido. Para disipar sus dudas, le aclaro que se trata de un nombre de origen anglosajón, ya que soy, por nacimiento, ciudadano de Estados Unidos.

Añado que usted nunca me ha parecido una admiradora más, como procuro demostrarle, creo que con escaso éxito.

¿Sirve de algo si le pido de nuevo que me disculpe?

Un saludo,

A.

De: Abril Manrubia

Para: Secretario de Olvido Rus

Asunto: Muchas preguntas

¡Ya sé! ¡Es usted una mujer! ¡Amanda, Andrea, Angélica! Mejor aún: ¡Es usted Angelina Jolie, vecina de Olvido en su nueva vida hollywoodiense, que cuando ella está trabajando se instala en su casa para regarle las plantas y cuidar de los gatos! Si las revistas no mienten, Olvido vive con una docena de gatos, todos adoptados. Qué gran corazón, es conmovedor.

Aunque hasta que me diga si he acertado, seguiré considerando que es usted un hombre. Me resulta más divertido.

Estimado señor A-tonic:

¿Ya le ha enviado a Olvido las páginas que le remití? ¿Le han gustado? ¿Divertido? ¿Las ha tirado a la basura?

Y dígame: Si nació usted en Estados Unidos, ¿por qué tiene ese castellano tan burocráticamente correcto? ¿Lo aprendió por correspondencia? ¿Utiliza algún traductor secreto?

Otra pregunta: ¿Cuándo regresa Olvido? ¿No lo llama por teléfono? ¿No puede usted llamarla para explicarle que necesito que me conteste? ¿Ocurre algo más que me incumba? Por ejemplo: ¿No quiere volver a saber nada de mí? ¿Ha roto cualquier vinculación con su pasado? ¿Ya sólo quiere relacionarse con esos buitres hollywoodienses, que no la soportan aunque finjan todo lo contrario?

Yo de usted leería el adjunto. Comprenderá muchas cosas de su jefa que igual le abren los ojos.

Suya,

Abril