SEGUNDO ACTO

Cris.-(Incorporándose y arreglándose maquinalmente la ropa y el pelo.) ...¡Y yo que pensaba empezar el año triste y sin ganas de nada!... ¿Sabes una cosa? Cuando te he traído aquí sabía lo que quería, pero tenía un poco de miedo. No me imaginaba que podía ser así.

Juan.-(Acariciándola un poco distraído, como pensando en otra cosa.) El amor es siempre así, Cris.

Cris.-Pero yo tenía miedo. Ten en cuenta lo que me pasó.

Juan.-Olvídate ya de esa historia.

Cris.-No creas que es tan fácil.

Juan.-Olvídala. El amor es siempre así. Ya lo verás.

Cris.-(Feliz.) Bueno, la verdad es que estaba segura de que sería así... contigo.

Juan.-Conmigo o con otro. Será así siempre que sea verdad.

Cris.-(Empezando a inquietarse.) ...¿Contigo o con otro?

Juan.-Eso he dicho.

Cris.-¿Es una broma?

Juan.-¿Una broma por qué?

Cris.-Es que yo pensaba... (Comprendiendo de pronto.) Perdóname. Soy tonta... Te vas a marchar de todas formas, ¿no?

Juan.-(Mirando su reloj.) En realidad, deberíamos habernos marchado ya.

Cris.-(Muy digna.) Siento haberte entretenido.

Juan.-(Con cierto reproche.) Cris..., ¿a qué viene esto? Tú ya sabías...

Cris.-Soy tonta. Te lo acabo de decir.

Juan.-Y vas a hacer que me sienta yo como un idiota.

Cris.-Supongo que tengo que darte las gracias: «Gracias, Juan Gabriel, has sido muy amable, no tenías por qué molestarte.»

Juan.-Cris..., por favor.

Cris.-(Triste de pronto.) ¿No volveremos a vernos?

Juan.-(Divertido.) Pero ¿por qué eres tan dramática? Claro que nos veremos. Nos hemos estado viendo desde que éramos niños, ¿no?

Cris.— ...Ya.

Juan.-Cris, escucha...

Cris.-(Muy burlona.) ¡Por Dios, no vayas a llorar! Te sobrepondrás. Hay otras mujeres. No como yo, que soy divina, pero las hay. (Ya en serio.) ¿O no son las mujeres lo que a ti te gusta, Juan?

Juan.-(Sin alterarse lo más mínimo.) Todas no, desde luego.

Cris.— ...No te ha sorprendido la pregunta.

Juan.-¿Por qué me iba a sorprender?

Cris.-A la demás gente le sorprende.

Juan.-¿Estás haciendo una encuesta?

Cris.-No me has contestado, te has salido por la tangente.

Juan.-(Cada vez más divertido.) ¿Y a ti que más te da? Hemos hecho el amor. ¿No era eso lo que pretendías?

Cris.-Pero no me quieres.

Juan.-Pues claro que sí. Siento un gran cariño por ti.

Cris.-O sea, que no me quieres.

Juan.-(Suspirando, un poco harto.) Cris, ni tú a mi tampoco.

Cris.-(Indignada.) ¿Que yo...? Mira, si no te importa, preferiría no discutir eso.

Juan.-Y yo. Es un tipo de conversación que me pone enfermo.

Cris.-Si no te quisiera, ¿qué habría venido a hacer contigo al balancín? ¿Qué te crees? ¿Que voy por ahí acostándome con todo el mundo?

Juan.-Ya sé que no. Rafa cree que te horroriza la simple idea, desde que... (Juan se interrumpe, comprendiendo que acaba de cometer un error. Cris se pone en pie, muy despacio, sin dejar de mirarle.)

Cris.-Así que era eso... Lo has hecho por eso.

Juan.-(Pacientemente.) Cris...

Cris.-Para librarme del trauma, ¿no?

Juan.-¿Quién te crees que soy yo? ¿Teresa de Calcuta?

Cris.-(Haciéndole burla.) «¡Pobre niña ultrajada! ¡Yo le enseñaré que el amor es otra cosa mientras hago tiempo para coger el tren!» Pues enhorabuena. Misión cumplida. Ya has hecho tu buena obra del día, y ahora... (Juan la coge de la mano, a tiempo de impedir que se vaya.)

Juan.-Siéntate y no seas idiota.

Cris.-Suelta.

Juan.-No quiero. Siéntate.

Cris.— ¿Para qué?

Juan.-(Obligándola a sentarse.) Para estar conmigo. ¿No decías que te gustaba estar conmigo? ¿O si no es como inversión no te interesa?

Cris.-No sé qué quieres decir con eso.

Juan.-¿Has sido feliz esta noche?

Cris.-¿Haciendo el amor? Sí, muchas gracias, muy amable.

Juan.-¡Cris! Quiero decir todo el rato, hasta ahora mismo, cuando te has puesto a hacer planes de futuro.

Cris.— ...Sí.

Juan.-¡Pues entonces! ¿Por qué no eres feliz cada vez que la felicidad se te ponga a tiro, y te dejas de pamplinas?

Cris.-No soy un gato.

Juan.-¡Ya lo creo que sí!... Y además, ¿qué tienen que ver los gatos?

Cris.-Según tu hermano, «viven en la deliciosa eternidad del instante».

Juan.-Perfecto. Toma ejemplo.

Cris.-¿Tú lo haces?

Juan.-Sí.

Cris.-¿Pero por qué, por qué? ¿Por qué no puedes pensar en crearte una familia, forjarte un porvenir, todas esas frases de siempre?

Juan.-Todo el mundo va forjándose un porvenir, le guste o no. La única manera de no forjarlo es morirse, y esa resulta un poco drástica. Yo prefiero no pensar mucho en el mío, simplemente.

Cris.-Es muy triste lo que dices.

Juan.-No me cabe la menor duda.

Cris.-¿Y para qué empiezas cosas que no van a durar?

Juan.-«Durar» es una palabra que he borrado de mi vocabulario.

Cris.-Pues yo no puedo. Me educaron con ella. Yo necesito construir cosas.

Juan.-A mí también me educaron con ella, y la he borrado.

Cris.-Pues es muy triste.

Juan.-Ya te he dicho que sí.

Cris.-Lo de este viaje... no es más que el principio, ¿verdad? No te vas sólo a pasear.

Juan.-No te entiendo.

Cris.-Habrá muchos viajes. Y cada vez más largos. Para que tu familia se vaya acostumbrando, ¿no es eso? Y un buen día desaparecerás del todo, y por estas fechas mandarás postales.

Juan.-Podría ser.

Cris.-¿Y eso es lo que quieres hacer de tu vida? ¿Gastarla por ahí dando tumbos?

Juan.-¿Y por qué no?

Cris.-¡Porque tú eres de aquí! Este país está empezando algo, y... (Juan se ríe.) ...Me da igual que te rías. ¡Estamos empezando algo!

Juan.-¿Tú también?

Cris.-Naturalmente. Yo quiero participar.

Juan.-¿Ves? Acabas de emplear la palabra clave, participar. Yo, en cambio, no quiero participar. En nada.

Cris.-No, si va a tener razón mi tío.

Juan.-¿Qué dice tu sacrosanto tío?

Cris.-Que los jóvenes no tenemos estímulos, que estamos desencantados.

Juan.-Muy bien, ahora ya sé lo que dice él. ¿Y tú? ¿Qué dices tú?

Cris.-De acuerdo. Siempre estoy con mi sacrosanto tío a vueltas, pero conste que lo hago sobre todo por jorobar a José.

Juan.-Si para encontrar estímulos hay que ir por la vida como tu primo José, prefiero seguir desencantado.

Cris.-... José es un buen chico.

Juan.-Claro. Eso es lo malo. A los buenos chicos con estímulos sólo se les ocurre la guerra santa. Con cualquier bandera, pero la guerra santa. Mira, ya han desenterrado la del Islam. No me extrañaría que cualquier celoso cristiano empezase a organizar cruzadas un día de éstos. Sin contar con las ideológicas, que ahí siguen, más idiotas y más virulentas que nunca, entreteniendo al personal. Todas organizadas por esos buenos chicos que tú dices.

Cris.-A lo mejor es que también están desencantados.

Juan.-Pues mientras no haya algo más tranquilo que los encante, yo me abstengo.

Cris.-¿De qué?

Juan.-De todo. Para no caer en tentaciones, puedo hacer lo que tú me has dicho: no parar mucho en ningún sitio, o sea viajar.

Cris.-¿De la cosa turística o de la cosa del porro?

Juan.-Empezaré con la turística, que es más original.

Cris.-¿Y no te haría arreglo llevarme a mí contigo?

Juan.-No. Tú tienes muchas cosas que hacer. Este país está empezando no sé qué cosa, y por lo visto tú quieres participar.

Cris.-Lo digo en serio.

Juan.-Verás lo que vamos a hacer: tú te quedas aquí luchando por ese luminoso amanecer y siendo mi contacto, ¡mi faro en medio de las tormentas!

Cris.-Joder.

Juan.-Cinco duros.

Cris.-Sí, estás listo.

Juan.-¿Cuántos llevas perdidos por multas?

Cris.-Ni se sabe, pero la que se lleva la palma es Laura.

Juan.-Lo de Laura es de psiquiatra.

Cris.-Hombre, tampoco es eso; tacos decimos todos.

Juan.-Pero tú no te has levantado ahora y has corrido a echar cinco duros al cazo.

Cris.-Estaría bueno, estamos en privado.

Juan.-Ella lo habría hecho. Me he estado fijando. De vez en cuando se acerca al cazo y echa un montón de monedas. Y no sólo eso; cuando algún otro cae en pecado y se hace el sueco, le regaña y le obliga a pagar.

Cris.-Sí. Mi primo hace igual, tiene gracia.

Juan.-Yo no creo que tenga tanta.

Cris.-¿Por qué no?

Juan.-Por lo que significa. Llega un carismático de éstos, como mi hermano, y se inventa un deber, el que sea. Y en seguida ya te encuentras con una serie de fanáticos que no sólo lo cumplen, sino que lo cumplen sin pensar. Y empiezan a mirar mal a los que no lo hacen... ¿Te das cuenta de adonde puede llevar eso?

Cris.-Mientras la gente siga desencantada como tú, a ningún sitio. Ni para bien ni para mal.

Juan.-(Echándose a reír.) ¡Touché!

Cris.-Entonces..., ¿sólo te veré cada cuatro años, cuando tengas que venir a votar?

Juan.-Pues sí que has ido a decir una cosa...

Cris.-¿No piensas votar? Y yo que estoy deseando tener la edad.

Juan.-¿Para votar a quién?

Cris.-Lo de menos es a quién. Lo importante es tener derecho a hacerlo, sentirte persona.

Juan.-¡Ah, sentirse persona!... Y yo que creí que eras inteligente.

Cris.-¿Qué es lo que no te parece inteligente?

Juan.-«Gobierno por consentimiento de los gobernados», ¿no es eso?

Cris.-¿Te parece poco?

Juan.-Me parece mentira. Ya lo es. Siempre se queda en dos o tres alternativas prefabricadas al gusto de unos pocos.

Cris.-Menos da una piedra. Hay cosas peores.

Juan.-¡Ya lo creo! Que mientras tú, o yo, o quien sea, se imagine que está decidiendo su porvenir, algún organismo paramilitar, que ni tú ni yo conocemos, ni por supuesto hemos elegido, esté enviando «consejeros especiales» a un distante lugar que ellos llaman «crítico», para prepararnos el próximo infierno. O que algún comandante de submarino, al que tampoco hemos elegido ni tú ni yo, dirija una nave con armamento capaz de desencadenar el mayor de los horrores, e intente decidir, por razones que desconocemos tanto tú como yo, si ha llegado el momento, que ni tú ni yo elegiremos, de apretar el botón. ¡Y todo esto ni siquiera se me ha ocurrido a mí! Lo he leído. Y a lo mejor es mentira. A lo mejor me lo han hecho leer para que yo mismo apriete quién sabe qué botón, quién sabe cómo, quién sabe cuándo... Eso es lo que llaman ser «ciudadano consciente y libre». Pues muchas gracias. Paso de.

Cris.-¡Lo pintas de un negro, hijo!

Juan.-Como lo veo.

Cris.-En cualquier caso, algo habrá que hacer.

Juan.-¿En qué sentido?

Cris.-Pues no sé. No digo que intentes cambiar el mundo, ya que te pilla tan desganado, pero... Con tus teorías, la civilización se acabaría yendo a la mierda.

Juan.-¿De qué hablas exactamente cuando dices «la civilización»?

Cris.-De la civilización.

Juan.-¿Una cosa abstracta que has leído por ahí? ¿O un modo de vida que compartes y defiendes?

Cris.-Supongo que las dos cosas.

Juan.-A mí es que me tiene sin cuidado que se vaya a la mierda, me parece que hace mucho que está allí.

Cris.-Ya. No tiene nada bueno, ¿no?

Juan.-Sí, y lo bueno quedará. Pero el resto, la gran muralla, desaparecerá.

Cris.-«¿Lo que el viento se llevó?»

Juan.-Exactamente.

Cris.-Bueno, ¿y qué va a pasar? ¿Qué hay que hacer?

Juan.-Si yo lo supiera... Pero lo de que no te quepa duda es de que o saltamos todos por los aires cualquier día, o esto que ahora aún nos parece inamovible y monolítico pega un cambiazo radical... A lo mejor es eso lo que me voy a buscar por ahí. Gente rara que se invente una nueva era.

Cris.-¿Gente rara?

Juan.-Como los primeros cristianos, por ejemplo. En principio, fueron como una contracultura. Y puede que sea de grupos como fue aquel, con un descontento radical, con una necesidad profunda de renovación, de donde nazca una nueva forma de vivir, más normal, mejor, más comprensible.

Cris.-¿Y de qué vas a comer?

Juan.-Eso es lo de menos.

Cris.-De tu familia, ¿no?

Juan.-¿Te parece mal?

Cris.-¡Claro que me parece mal! (Divertido, Juan remeda un tono de discurso.)

Juan.-«¡No vale renegar de la sociedad de consumo y seguir consumiendo, porque entonces no se trata de acabar con ella, sino de no contribuir, simplemente!... (Cris sonríe.)... ¡Es muy cómodo convertirse en parásito de la misma sociedad que se condena!»... Tu sacrosanto tío.

Cris.-¿Y no se te ha ocurrido pensar que puede tener razón?

Juan.-¿Qué me dices de todos los parásitos forzosos que andan muriéndose de asco por ahí?

Cris.-¿Los parados, quieres decir?

Juan.-Claro. (Cris se queda mirando a Juan con una gran ternura.)

Cris.— ...Lo pasas muy mal, ¿verdad?... Me gustaría tanto poder ayudarte.

Juan.-A mí también me gustaría poder ayudarte a ti.

Cris.-Ya lo has hecho.

Juan.-No. Me parece que he puesto las cosas peor que estaban.

Cris.-No seas tonto, claro que no. Es que hace un rato me he portado como una cretina, pero... (Juan le sonríe, haciéndole una caricia.)

Juan.-Ya no me acuerdo.

Cris.-Pues yo sí, quería decirte que... A ver si lo sé explicar... Yo no soy tan pesimista como tú. Bueno, es que yo no soy pesimista. Para nada. A mí me parece que algo...

Juan.-¿Va a empezar?

Cris.-Sí. ¡Y no sólo aquí, muermo!... Y además, mientras en el mundo siga habiendo personas, y haya dos que... Bueno, no sólo dos... Un número de personas que sientan algo como lo que... Bueno, me estoy liando. La verdad es que sólo quería darte las gracias. (Muy sincera, con emoción.) Gracias, mi amor. (Recobrándose en seguida.) No vengas conmigo, ¿quieres? Nos mirarían todos y gastarían coñas, y a la mínima puedo matar a alguno, así que... Te quedas aquí un rato, te fumas un pitillo y luego entras como si nada. ¿De acuerdo? (Le besa suavemente y se aleja hacia la oscuridad. Antes de desaparecer del todo, se vuelve un momento hacía él con una sonrisa triste.) ...¿Sabes qué te digo? Que me has puesto en guardia, que a mí no me va a hacer apretar un botón que yo no quiera ni Dios. Y voy a participar, Juan. En todo. (Cris se pierde en la oscuridad. Juan enciende un cigarrillo y vuelve a echarse en el balancín para fumárselo plácidamente. Al mismo tiempo, Laura y Chus se incorporan y miran al público, como quien trata de distinguir en la oscuridad.)

Laura.-¿Qué?

Chus. —Nada. Ahí sigue. Lleva tres pitillos desde que se ha ido Cris. Tres que yo haya contado, claro. Debe de llevar muchos más.

Laura.-Va a contraer una pulmonía como persista en esa actitud.

Chus.-Sí pasamos por delante así, como el que no quiere la cosa, a lo mejor se va para adentro.

Laura.-No albergues falsas ilusiones. Continuará donde está hasta que despunte el día.

Chus.-Pues no hay derecho. El balancín no es un monopolio.

Laura.-Bueno, no debemos olvidar que, al igual que el jardín y aledaños, todo esto pertenece a su familia.

Chus.-¿Qué hacemos? ¿Volvemos a la tapia?

Laura.-Sería más prudente resignarnos de una vez por todas a la promiscuidad del interior. Ya se ha despejado mucho. Buena parte de los asistentes se ha retirado ya a sus hogares. Por lo que he podido observar al pasar, sólo quedan unos pocos íntimos.

Chus.-Ya. Y entre los íntimos, José, con una tajada de no te menees.

Laura.-¿Eres acaso de la Liga Antialcohólica para afear así su proceder?

Chus.-A mí, como si se baña en formol.

Laura.-¿Entonces?

Chus.-Le suelen dar peleonas. Y es muy capaz de decirte cualquier tontería sólo por molestar. Y como a partir de hoy me tendré que partir la cara con el primero que te diga una tontería, prefiero que el primero sea otro.

Laura.-¿Motivo de esa preferencia?

Chus.-Que yo no tengo media bofetada y el José es un cachas.

Laura.-Aprecio en lo que vale la sinceridad de tu postura, pero antes de erigirte en el que se parte la cara por mí, creo que deberíamos conocernos mejor. Te recuerdo que no éramos de la misma pandilla y que hasta esta noche no habíamos departido largo y tendido en ninguna ocasión.

Chus.-¡Pues precisamente para que podamos departir largo y tendido llevo yo un año esperando que se quede libre el balancín!

Laura.-Te agradecería que no interpretases mal mis palabras, que no son sino fruto de una depurada decantación del lenguaje. Cuando digo «tendido»...

Chus.-Sólo quieres decir largo. No te preocupes, que no soy ningún aprovechao. Todo llegará, no tengo prisa.

Laura.-Observo que si no se te puede tachar de aprovechao, sí se te podría tildar de optimista.

Chus.-¿Por qué? ¿No te gusto? ¿Ni siquiera un poco?

Laura.-¿De veras supones que celebro la llegada del nuevo año pasando un frío insólito y a todas luces innecesario porque me resultas desagradable? (Chus sonríe, Laura también. Se besan.)

Chus.-(Separándose de ella bruscamente.) Despídete del balancín, ahí vuelve Cris.

Laura.-La jodimos, tía Paca. (Se echa a reír dándose golpes en la boca.) ¡No tengo arreglo, es inútil, no tengo arreglo!

Chus.-Mejor. Como sigas hablando como antes te vas a quedar tonta. ¡Calla, que nos van a oír!

Laura.-¡Sí, hombre, al otro lado del jardín! ¿Les oyes tú a ellos?

Chus.-¡Anda la mar!

Laura.-(Intentado ver en la oscuridad.) ¿Qué pasa?

Chus.-No es Cris.

Laura.-¿No?

Chus.-No. (La luz abandona a Laura y a Chus. La que surge ahora de la oscuridad es Mari Ángeles. Chus le pasa un brazo por los hombros a Laura y ella a él por la cintura, y se van alejando así, cuchicheando inaudiblemente entre ellos, durante la escena entre Juan Gabriel y Mari Ángeles. Ésta contempla un momento el jardín con una falsa actitud de mujer madura y cansada, hasta que de pronto descompone la figura y se va deslizando lentamente hacia el suelo, quedando allí encogida y llorando suavemente. Juan Gabriel, que ha permanecido silencioso en la oscuridad, empieza a chistarle.)

Juan.-(A media voz, como un cómplice.) ¡Shhhh!... ¡Eh, señora!... ¡Señora!... (Mari Ángeles se sobresalta, volviéndose hacía él y secándose rápidamente las lágrimas.)

Mari Ángeles.-¿Quién eres?

Juan.-San Gabriel el Anunciador.

Mari Ángeles.-Ah, eres tú... He salido a que me diera el aire. ¡Ahí dentro hay un humazo!... Creí que te habías ido a dormir.

Juan.-¿Y tú, enanita? ¿Por qué no te vas a dormir?

Mari Ángeles.-Estoy esperando el chocolate.

Juan.-Hacerse la fuerte está muy bien, pero no hay que pasarse.

Mari Ángeles.-No me hago la fuerte, soy fuerte.

Juan.-¿De verdad?

Mari Ángeles.-Sí. (Juan se apoya sobre un codo para incorporarse a mirarla.)

Juan.-¿Y por qué llorabas hace un momento?

Mari Ángeles.-¿Y por qué no? Hoy me ha pasado de todo.

Juan.-¿Qué más te ha pasado? Ven, cuéntamelo... ¿O no tienes ganas de conversación?

Mari Ángeles.-No hace falta que te molestes por mí, Juan. Estoy bien.

Juan.-¡Todo el mundo está reticente esta noche! ¡Nadie quiere que me moleste! (Sentándose del todo.) No es ninguna molestia, señora. Me encantará charlar con usted un ratito. Lo que no me apetece es entrar ahí. Anda, ven, cuéntame tus cuitas.

Mari Ángeles.-(Sentándose junto a él.) Ya estoy mejor.

Juan.-¿De verdad?

Mari Ángeles.-Sí. Te advierto que he estado bastante bien toda la noche. Ha sido ahora mismo, que me he empezado a poner fatal... No sé, una angustia, un ahogo, fatal.

Juan.-Esta hora es terrible.

Mari Ángeles.-¿El amanecer?

Juan.-Sí. Es cuando las depresiones se hacen más profundas. La hora del desánimo y del miedo.

Mari Ángeles.-¿Eso es verdad o simbólico?

Juan.-(Sonriendo.) Las dos cosas seguramente.

Mari Ángeles.-Puede ser. Si oyes a mi madre, ella no volvería a tener mi edad por nada del mundo; en cambio, mi padre dice... (Se interrumpe, quebrándosele la voz.) ...decía.

Juan.-Sigue.

Mari Ángeles.— ...No puedo acabar de creer que ya no le veré más. Que se ha muerto lo sé, lo acepto, pero que nunca más..., nunca, nunca más le voy a volver a ver... Es absurdo. Como si de pronto desaparecieran todos los árboles o algo así.

Juan.-Si te digo que se te pasará, ¿te enfadarás conmigo?

Mari Ángeles.-Uno se puede morir en cualquier momento, ¿te das cuenta?

Juan.-Bueno, eso es algo que sabemos desde el principio.

Mari Ángeles.-Oímos que lo dicen, pero saberlo de verdad, no lo sabemos. Yo lo he sabido hoy. Y tengo miedo. ¿A ti no te da miedo la muerte?

Juan.— ...No. Creo que no. A mí lo que me da miedo es la vida.

Mari Ángeles.-¿Por qué? (Juan se encoge de hombros.) ...¿Es verdad que José se va contigo?

Juan.-Sí, pero no te preocupes, volverá.

Mari Ángeles.-¿Quién te ha venido con cuentos? ¡En este pueblo no se hace más que cotillear!

Juan.-Tampoco es para molestarse. No tiene nada de particular que te guste un chico.

Mari Ángeles.-Tampoco tiene nada de particular que se haya muerto mi padre. Son cosas que pasan. Todos los días. Pero como a mí sólo me pasan las mías, me parecen de lo más particular. Las dos cosas más terribles del mundo.

Juan.-El amor y la muerte.

Mari Ángeles.-(Violenta.) ¡No te lo tomes a cachondeo!

Juan.-(Dulce.) Lo he dicho muy en serio.

Mari Ángeles.-Perdona. Estoy un poco borde.

Juan.-Para eso están los amigos.

Mari Ángeles.-Esa es la otra palabra.

Juan.-¿Borde?

Mari Ángeles.-Amigos. Eso que has dicho del amor y la muerte. Te ha faltado la amistad.

Juan.-No me ha faltado, al decir el amor...

Mari Ángeles.-Gracias.

Juan.-No hay por qué darlas, señora.

Mari Ángeles.-Yo creo que sí. De toda esa mano de cretinos, no me toma en serio ninguno. Con eso de «la enana, la enana», se creen que ni siento ni padezco. En cambio, tú...

Juan.-(Bromeando.) Yo es que soy muy mayor.

Mari Ángeles.-Será eso... Es una pena que te vayas.

Juan.-Sobre todo llevándome a José, ¿no?

Mari Ángeles.-Que no seas pelmazo, que ya no me importa José.

Juan.-¿No? Apostaría a que acabáis en boda.

Mari Ángeles.-Eso sí que no. Yo no me pienso casar.

Juan.-¡Ah! ¿Puedo saber por qué?

Mari Ángeles.-Pues porque no. No soy partidaria.

Juan.-No será sólo porque tus padres se equivocaron.

Mari Ángeles.-(Sorprendida.) ¿Se equivocaron?

Juan.-Quiero decir que como su matrimonio no resultó...

Mari Ángeles.-¿Ah, no? ¿Y yo qué? Su matrimonio resultó muy bien mientras duró. Fueron muy felices. Y cuando ya no lo eran, lo hablaron y decidieron separarse. Ya me contarás tú en qué se equivocaron.

Juan.-Perdón, señora, perdón. Yo pienso lo mismo que usted, no me avasalle. Me parece perfecto que cada cual viva como crea que es mejor... Siempre que no me quiera matar a mí, si hago otra cosa, claro.

Mari Ángeles.-Que no te mate nadie no está en tu mano. Pero no matar a nadie tú, sí lo está. Empieza por ahí.

Juan.-(Después de observarla con cierta sorpresa.) ...Me gusta como eres, Ángeles.

Mari Ángeles.-¿Qué has dicho?

Juan.-Que me gusta como eres.

Mari Ángeles.-No, eso no. Lo otro.

Juan.-Te he llamado Ángeles. (Ella se queda un momento pensativa, como saboreando su nuevo nombre.)

Mari Ángeles.-Claro, eso es... Ángeles. Eso es... Juan, ¿me podrías hacer un favor?

Juan.-(Incorporándose.) Sí, ¿te llevo a casa?

Mari Ángeles.-No.

Juan.-¿Qué favor?

Mari Ángeles.-¿Quieres hacer el amor conmigo? (Tras mirarla en suspenso un momento, Juan se echa a reír. No es una risa convencional, sino una auténtica carcajada que Mari Ángeles, muy digna, aguanta sin pestañear.)

Mari Ángeles.-Di que no, pero no te rías de mí por lo menos.

Juan.-(Sin dejar de reírse.) No es de ti, palabra que no. Me río de mí mismo.

Mari Ángeles.-Ya me explicarás por qué.

Juan.-Pues no. No creo que te lo explique.

Mari Ángeles.-No te habrás enfadado, por lo menos.

Juan.-Sí, un poco. Conmigo mismo también. Siempre que quiero hacer una buena obra, me equivoco de destinatario.

Mari Ángeles.-No te entiendo.

Juan.-Ni falta que hace. Anda, vamos a que nos den el famoso chocolate y se termine la Nochevieja como manda la tradición.

Mari Ángeles.-(Divertida.) ¡Es verdad! Se está terminando y por fin no han venido los navajeros.

Juan.-¿Qué navajeros?

Mari Ángeles.-Esos que iban a venir a matarnos a todos.

Juan.-(También divertido.) ¿Qué tontería es esa?

Mari Ángeles.-¿No sabes que el otro día, no sabemos quién de este pueblo, les dio una paliza a dos navajeros y que uno está en el hospital? Pues por lo visto el otro anda por aquí, rondando y...

Juan.-(Que se ha puesto serio.) El chico del otro día ya no está en el hospital, ha muerto. Y desde luego no era un navajero.

Mari Ángeles.-¿Que no? ¿Pues entonces por qué decían que venía una panda de ellos a...?

Juan.-¿Quién te ha contado esa estupidez?

Mari Ángeles.-Lo estaban diciendo todos. ¿No has oído a tu hermano?

Juan.-Ya se ha ocupado él de que yo no le oyera. ¡Navajeros! ¡Lo que me faltaba por oír!

Mari Ángeles.-¿Por qué?

Juan.-¿Ha habido un incendio? Pues un rayo. Así nadie tiene la culpa.

Mari Ángeles.-¿Un rayo? No te entiendo.

Juan.-¿Qué significa un delincuente para la gente como nosotros? Nada. ¿Qué sabemos de su mundo, de sus problemas? Ni una palabra. Para la sociedad no cuentan, no existen, no son personas. Son cataclismos, catástrofes. Cualquier cosa que pase, con delincuentes por medio, se convierte en un accidente. Como si te atropellara un camión, igual que a tu padre.

Mari Ángeles.-No te entiendo.

Juan.-¿No te das cuenta? «Ha habido un encuentro con unos navajeros. Qué horror, antes esas cosas no pasaban... Uno ha muerto. Dicen que había otro, a lo mejor varios, pero no se ha vuelto a saber nada. Qué barbaridad, ¿no?» Y punto. Se lamenta el hecho y carpetazo.

Mari Ángeles.-Bueno, ¿y tú por qué te pones así?

Juan.-Porque ésta no ha sido una historia de maleantes, enanita. No ha habido maleantes en este ajo. Esta es una historia mucho más conocida y mucho más irritante. Una historia de señoritos chulos que cuando van en manada se sienten el machito y deciden quién les gusta y quién no les gusta.

Mari Ángeles.-Y al que no les gusta...

Juan.-Al que no les gusta, lo revientan a golpes. Y a veces se les va la mano.

Mari Ángeles.-¿Eso es lo que ha pasado?

Juan.-Sí. Y tú no vas a volver a hablar de ello, ¿me oyes? Ni un comentario. Nada.

Mari Ángeles.-Bueno... ¿pero si es verdad que vienen?

Juan.-¿Que viene quién?

Mari Ángeles.-Laura dice que el otro, el del brazo roto está aquí... Y si se ha traído a la banda...

Juan.-¿Es que no te quieres enterar? El chico que murió en el hospital no tenía siquiera antecedentes penales. Era un pobre chico. Inofensivo. Y no pertenecía a ninguna banda.

Mari Ángeles.-¿Y el otro?

Juan.-Y yo que sé. Se esfumó y no ha presentado denuncia en ninguna parte. ¡Vete tú a saber quién será el otro!

Miguel.-Tampoco fue tan fácil presentarme aquí, ¿eh? Pero era una tentación, un farde insólito. Entrar así, sin más, y, ¡hala!, «Feliz Año Nuevo a todos. (Mari Ángeles y Juan, que habrán quedado a oscuras en cuanto empieza a hablar Miguel, se van alejando con naturalidad hacia el garaje. Miguel sigue fuera de la plataforma, aislado de los otros, y habla mirando al público como hiciera Mari Ángeles en el primer acto.)

Miguel.-Cuando entré me temblaban las piernas, y te juro que no era de frío. No es que tuviera miedo. ¿Tú has visto a los perros cuando salen a cazar? ¿Has visto como se ponen de nerviosos? Pues era una cosa así... ¡Qué gozada! Son de esas chuladas que todo el mundo se muere por hacer y que sólo se te presentan una vez en la vida... Bueno, digamos que un poco de miedo sí tenía. No creas que no era un trago llegar a esta casa, así, por las buenas, presentarse en medio de la movida y sin más... (Miguel no tiene más que girar para, de espaldas al público, inmerso ya en el tiempo anterior y ayudado por el instantáneo juego de luz, encontrarse en la misma situación que al final del primer acto.) Feliz Año Nuevo a todos. (A la frase de Miguel se ilumina súbita y poderosamente el recinto del garaje. Los siete chicos se encuentran exactamente en las mismas actitudes que tenían al terminar el primer acto, pero como en una fotografía cambiada de eje. Ahora están todos de cara a Miguel, en vez de ser él el observado. Tras un momento de vacilación, en que nadie sabe cómo reaccionar, Rafa, sin mirar para nada al recién llegado, sonríe, entusiasmado y alerta. La fiesta va a empezar. José tira el taburete donde está sentado, al levantarse, furioso.)

José.-¡Hijos de puta...! Provocando, ¿no? Eso es lo que hacéis siempre, ¡provocar! ¡Os voy a enseñar yo a...! (Chus forcejea con José, sujetándole como puede, ayudado por Cris.)

Cris.-¿Qué dices, imbécil, qué dices? ¿Es que no ves que viene solo?

José.-(Debatiéndose.) ¡Pues le voy a...!

Rafa.-Tú no le vas a nada. Es mi invitado.

José.-(Soltándose y volviéndose hacia Rafa, escandalizado.) ¿Tu qué? (Juan, desde la espectacular entrada del desconocido, le contempla, inmóvil como una estatua, y con una expresión de sorpresa indecible.)

Rafa.-(Precisando mucho.) In-vi-ta-do.

Juan.-(Casi quebrándosele la voz.) ¿Qué significa esto, Rafa?

Rafa.-(Jugando con la pregunta de su hermano.) Viene del latín «invitare». De «invitar», que significa proponer a alguien que asista a una comida, espectáculo o fiesta. Y da también «envidar». Supongo que todos sabéis lo que significa envidar, la apuesta total.

Juan.-Rafa.

Rafa.-(Alzando el tono para no ser interrumpido.) ¡Y todavía tiene un significado absolutamente maravilloso! En esgrima quiere decir... (Como recordando, aunque lo sabe de memoria.) «Posición que se toma con el arma, por la que se ofrece un blanco al adversario, con el fin de inducirlo al ataque...» Podéis escoger la que más os guste. O todas. (Mientras Rafa habla, Laura ha recogido sus cosas. Ahora inicia un movimiento hacia la salida, haciéndole una seña a Chus para que la siga.)

Laura.-Venga, Chus, es muy tarde. Acompáñame. (Rafa le tapa la salida.)

Rafa.-No. De aquí no se va ir nadie. (Juan hace un esfuerzo por rehacerse, dominar la situación y echar a todo el mundo.)

Juan.-Tiene razón. Llévala a su casa. (A José.) Y tú acompaña a tu prima y luego vuelve. O te recojo yo dentro de media hora. (José no se mueve. Está confundido, no sabe qué hacer.)

Rafa.-He dicho que no. Que no se va nadie... ¿Cómo le vais a hacer un feo semejante a mi invitado?

Juan.-Rafa, ya está bien.

Rafa.-(A Miguel.) Íbamos a hacer chocolate, pero me parece que se estropeó el invento. ¿Tiene arreglo, Cris? ¿Podemos hacer más?

Juan.-Rafa, ¿quieres hacer el favor...?

Rafa.-¿Y tú, quieres hacer el favor de no aguarnos la fiesta?... Nadie quiere irse. ¿Verdad que no, Laura? (Laura, incómoda, asustada, un poco enfadada incluso, se encoge de hombros.)

Chus.-Oye, si ella se quiere marchar...

Rafa.-Pero no quiere. Nadie quiere. Cris, ¿puedes hacer más chocolate, sí o no?

Juan.-(Con la misma paciencia.) Anda, José...

Cris.-(Enfrentándose a Juan, con provocación.) Si me dais otro cacharro... Chocolate hay.

Juan.-Cris, escucha... (Cris se separa por fin del brazo de su primo y da una palmada como para ponerse y poner a todo el mundo en acción.)

Cris.-Venga, Laura, busca cualquier cosa que se pueda calentar. Esa jarra segoviana puede servir... Laura, ¿me estás oyendo? Ayúdame. Vete enchufando el infiernillo. (Tras dudar un segundo, Laura deja sus cosas y se mete detrás de la barra a hacer lo que le dicen. Cris va primero derecha hacia Miguel y le tiende la mano.)

Cris.-Hola. Me llamo Cristina. ¿No te quitas eso?

Rafa.-(Encantado.) ¡Claro que sí! ¡Ponte cómodo! Estás en tu casa... Mis amigos están un poco sorprendidos, ¿verdad, chicos? Y es que ellos esperaban que fueras un macarra, un cheli... ¡Pues no! ¡Sorpresa! (Presentándole.) Aquí, un señorito; aquí, unas amistades; allí, un hermano mayor. Se llama Juan Gabriel, la criatura. Ésta ya te lo ha dicho, y la otra es Laura. Éste es Jesús, Chus, si quieres... ¡Ah! Aquel ovillo de allí es Mari Ángeles; yo soy Rafael, y éste...

Miguel.-(Interrumpiéndole con aparente tranquilidad.) Ya nos conocimos la otra noche.

Rafa.-Claro, pero como fue en circunstancias... desagradables, a lo mejor no sabes cómo se llama.

Miguel.-No. No tengo el placer.

Rafa.-(Sonriendo, feliz de que el invitado sepa seguirle tan bien el juego.) Se llama José Manuel. José Manuel Martín Velasco. Pero llámale José, siempre le llamamos así. Bueno, tú no te has presentado. (Juan informa, como si todo aquello fuera una inmensa broma cruel.)

Juan.-El se llama Miguel Quirós. (Todos se miran, sorprendidos.)

Rafa.— ...¿Le conoces?

Juan.-Somos compañeros de curso. (Miguel, muy despacio, con dificultad por lo de su brazo, se va despojando del poncho mientras habla.)

Miguel.-Somos amigos. (Con una ironía parecida a la del cinismo.) La noche de autos... ¿Se dice así, no? Bueno, pues la noche de autos yo venía a este hospitalario pueblo a visitar a Juan precisamente. Él no me esperaba. Como tampoco me esperaba esta noche. Apuesto a que no sabe ni una palabra del asunto... Del asunto de autos. O por lo menos de mi participación en él. En cualquier caso, no formaba parte del amable comité de recepción del otro día. (Juan niega varias veces, lentamente, con los ojos cerrados.)

Rafa.-(Sin poder ocultar su decepción ante el hecho de no manejar ya el asunto.) ¿Y tú sabes que le ibas a encontrar ahora aquí?

Miguel.-No. Esta mañana, cuando me invitaste a venir, no suponía que íbamos a estar tan en familia.

Juan.-(Empezando a indignarse con Rafa.) ¿Cuando tú hiciste qué?

Rafa.-Invitarle. ¿No te lo estoy diciendo?

Juan.-¿Sabías que era amigo mío?

Rafa.-No, por Dios. Simplemente, esta mañana le vi desde la ventana de mi cuarto. Merodeando por la misma carretera en que... En fin, por la carretera. Y decidí bajar a invitarle. Supe que era un señorito, un señorito fino, ¿entendéis?, un auténtico señorito de buena familia, en cuanto le pude contemplar a la luz, de cerca. La otra noche, perdóname, a oscuras y con todo aquel barullo, te confundí con un perjudicao.

Juan.-(A Miguel, un poco avergonzado.) ¿Por qué no me... avisaste de todo esto?

Miguel.-¿A qué supones que he vuelto a esta mierda de pueblo, en cuanto he podido tenerme en pie? Supuse que tú conocerías a los héroes de la otra noche. ¡Y mira si los conocías bien!... El Barbas y yo nos volvimos locos buscando tu casa y... Por cierto, por fin murió esta mañana, ¿os lo han dicho?

Rafa.-(En un tono de falsa condolencia.) ¿El barbas? ¿Algún amigo?

Juan.-(Con verdadero estupor.) ¿Era...? ¿Era el Barbas? (Miguel le mira, sin palabras, como si todo fuera tan evidente que resultara imbécil colocar las contestaciones en su sitio.) La radio lo dio esta mañana, pero yo no podía relacionar... Nunca supe su nombre.

Miguel.-Pues tenía uno, ya ves.

Juan.-Miguel, estoy seguro de que fue... un accidente. Nadie quería matar a nadie.

Miguel.-(A José, muy tranquilo, incluso con un poco de falsa lástima.) ¿No querías matarle? (José sigue mirándole fijamente, pero no contesta. Sigue confuso ante la situación, aunque en guardia.)

Miguel.-(A Rafa.) No, no puede decirse que el Barbas fuera exactamente un amigo. ¿Verdad que no, Juan?... Un amigo es otra cosa. Alguien a quien se respeta, en quien se confía, a quien se..., a quien se ama. El Barbas no era un amigo nuestro. Era..., bueno, la historia de siempre. Como uno de esos perros enfermos, raquíticos, que te encuentras por la calle y que se empeñan en seguirte, aunque les tires piedras. De esos que te acaban creando mala conciencia y que quieres dejar de ver para no acordarte de que existen cosas así... Hasta que un día caes en la tentación de llevártelos a casa para darles un poco de comer, y... (Se interrumpe para mirar de nuevo a José y preguntarle como con curiosidad.) ...Si no le querías matar, ¿qué querías?

Rafa.-¿Por qué le hablas sólo a él? Yo también estaba.

Miguel.-Sí. Y otros cinco, que, por cierto, no veo por aquí.

Rafa.-¡Es que has venido muy tarde! Pero estaban. Bueno, han venido cuatro. Hay uno que está malo.

Miguel.-(Pasándose al tono de Rafa, que tiene también mucho que ver con él.) ¿Remordimientos?

Rafa.-Gripe.

Cris.-(A José, asombrada.) ¡Me dijiste que no tenías nada que ver! (A Rafa.) ¿Y tú...?

Juan.-Miguel, te repito que nadie quería matar al pobre..., a... Fue un accidente, te lo aseguro.

Miguel.-Claro. Las consecuencias de matar a alguien, aunque sea un drogadicto de mierda como el Barbas, pueden ser incómodas, ¿verdad?

José.-(Aliviado de empezar a entender.) ¡Ah! ¡A eso has venido! (A los otros.) ¡Ya empezamos con las amenazas! Te apetecía jugar un ratito, ¿no? Tenernos aquí muertos de miedo y suplicándote. Pues vas listo. ¡Lo que es yo! Me gustaría saber cómo vas a probar que... (Miguel le observa con ostensible interés de científico, que acaba de dejar a José sin habla antes de molestarse en interrumpirle.)

Miguel.-Yo no tengo nada que probar. No he denunciado nada. (Chus interviene por primera vez, indignado.)

Chus.-¿Que no has denunciado nada?

Juan.-Pero entonces..., ¿qué has dicho en tu casa, por ejemplo, cuando apareciste con el brazo roto y...?

Miguel.-(Encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia.) La versión oficial es que fue un coche.

José.-¡Este tío es imbécil! ¡Todo el que te haya visto por el pueblo, con esas mataduras y esa escayola...! ¡Y la primera, la Guardia Civil! Si no te han dicho nada, si no te han pedido la documentación, habrá sido para ver dónde ibas..., ¡y mira tú por dónde...!

Miguel.-(Siempre sin perder la serenidad.) Mira tú por dónde, lo primero que hice hoy, al llegar aquí, fue irme derecho al cuartelillo.

José.-Ah...

Miguel.-Les he dicho que el otro día me asusté mucho y que por eso me escapé sin presentar la denuncia.

José.-¡Luego has presentado una denuncia!

Miguel.-Contra un coche, ¿no lo estoy diciendo? Un coche del que se supone que no pude ver la matrícula. Se supone que se llevó al Barbas por delante cuando cruzábamos la carretera. Paramos en este pueblo buscando a un amigo y mientras buscábamos la casa... El coche se lo llevó por delante y no quiso parar. Se lo han tragado. Ya sabéis cómo es la gente, cómo es de criminal, de bestia, de asesina...

José.-¡Oye...!

Miguel.-El coche levantó al Barbas por el aire y él cayó con tan mala suerte que se abrió la cabeza. A mí, en cambio, sólo me dio de refilón. Por eso... (Sin terminar la frase, muestra su brazo escayolado.)

Chus.-(Enérgico, avanzando hacia Miguel, como formando a su lado.) ¡Debiste denunciar! ¡Debiste decir la verdad!

Juan.-No habrás convencido a nadie. El brazo pudo habértelo roto un coche pero, esto, y esto...

Miguel.-¿Lo de la oreja? No. El pendiente no me lo arrancaron tus amigos. Es que estoy teniendo unas fiestas muy agitadas. (A tumba abierta, José se vuelve hacia Cris, que está preparando el chocolate detrás de la barra.)

José.-Pidiendo guerra. ¿No te lo decía yo esta mañana? ¡Van por ahí pidiendo guerra!

Miguel.-(Sentándose ante uno de los barriles, como tomando posesión.) ...¿Guerra? No. Es que es difícil entenderse con alguna gente. Hace unos días recibí una carta de un amigo... (Juan presta atención, con creciente angustia.) ...Era una carta maravillosa, pero yo sentí un rechazo tan grande que reaccioné como un imbécil, le insulté, rompí con él... En vez de decir simplemente «no, gracias», como pensé después, y...

José.-Oye, déjate de rollos, ¿qué nos importa?

Juan.-Cállate.

Miguel.-La chica con la que yo salía últimamente me robó la carta para leerla. Las cosas andaban mal entre ella y yo, y como tiene muy poca imaginación, pensó que lo mejor que podía hacer era mandársela a mi padre. (Miguel inicia una risita, con amargura.) Mi padre es un progre muy raro. Mucho canto a la libertad, mucha teoría, pero cero en trabajos prácticos. Le dio como un ataque. Lo de la oreja es cosa suya...

Juan.-Pero tú... ¿Tú no le explicaste que tú no...?

Miguel.-Yo no doy explicaciones cuando me las piden así. Pero esto es secundario. Aquí de lo que se trata es de comunicaros que durmáis tranquilos... si podéis, claro. Por parte del Barbas no os van a venir complicaciones. (En los labios de José ha empezado a formarse una sonrisilla mala.)

José.-¡Vaya! ¡Así que os escribís cartitas vosotros dos! Ya entiendo. (Cris se inmoviliza, demudada. Juan, en cambio, salta hacía José como movido por un muelle, pero Rafa se interpone y le detiene.)

Rafa.-Tranquilo, Juan, tranquilo... Está con la copa... Ni caso... ¿Te vas a tomar a éste en serio a estas alturas?... Tranquilo.

José.-El señorito es muy generoso, el señorito no presenta denuncias, y viene aquí a marcarse el folio..., pero en realidad lo que le preocupa es que no salgan a relucir sus trapos sucios. Resulta que el otro era un drogadicto, y éste es un... (Sin dejarle terminar, Rafa se vuelve hacía él y le cruza la cara de una bofetada terrible.)

Rafa.-A partir de ahora te vas a callar. Te vas a callar hasta que te mueras... ¿O te parece que no has hecho bastante? (José se queda mirando a Rafa con estupor, como sin entender una vez más qué está pasando.)

Chus.-(A Miguel.) ¡Tenías que haber denunciado! Y aún estás a tiempo. Aquí, desde el otro día, la gente está revuelta. Y hay comentarios. (Miguel niega, cansadamente, mientras le escucha.)

Miguel-El no hubiera querido.

Chus.-¿Tu padre?

Miguel.-¿Mi padre?... El Barbas. No hubiera consentido que se denunciase a nadie por su causa.

Chus.-¿Cómo lo sabes? El matrimonio que le recogió...

Cris.-El coche de verdad, el que sí paró.

Chus.-Esa pareja dijo que el chico estaba inconsciente, que ingresó en coma. ¿De dónde te sacas tú que él no hubiera querido...?

Miguel.-(Interrumpiéndole.) Conocimos al Barbas una noche en que también él vino a ofrecernos chocolate. Sólo que el suyo era de otra clase... Muy malo, por cierto... Por alguna razón, decidió ser amigo mío, y no había manera de quitármelo de encima. A mí me daba vergüenza ir con él. Era impresentable. Hasta en Malasaña se volvían a mirarle, pobre mierda de tío... Pero también resultaba cómodo. Le mandaba por tabaco, le tenía de recadero con las chicas, le tenía de lo que fuera y él, feliz... Bueno, «feliz» es una palabra que yo creo que ni conocía. Era una de esas gentes que uno no entiende para qué han nacido. Feo, con mala salud, sin familia y sin la menor posibilidad de hacerse un sitio en esta sociedad. Hacía mucho tiempo que le pegaba a todo: alcohol, chocolate, caballo... Lo que fuera. Y para conseguirlo, también lo que fuera. En la calle Almirante, por nada, por quinientas pesetas, se le podía alquilar sin condiciones. Lo que fuera... menos la violencia. En eso encerraba él toda su capacidad de ética: «Yo soy incapaz de matar una mosca, tío. Yo no le hago daño a nadie. Por nada. Eso sí que no.» Se imaginaba que con eso quedaba limpio delante de..., yo qué sé..., de Dios sería. Pues ojalá. Ojalá tuviera razón. En cualquier caso, yo... (José le interrumpe al fin, indignado de ver cómo todos sus amigos escuchan al advenedizo aquel con la baba caída.)

José.-¡Un momento!... ¿Qué estamos haciendo? ¿Escuchar, llenos de admiración, el panegírico de un delincuente? ¿Los vamos a santificar ahora?

Miguel.-Lo único que pretendo es aclararos por qué le debéis al Barbas y no a mí el no estar ahora mismo en un calabozo.

Chus.-Pobre tío...

José.-(Encarándose con Chus, furioso.) ¿Pobre tío? ¡La mayoría de esos «pobres tíos» roban y matan para conseguir la droga!...

Miguel.-(Con la misma suavidad.) La mayoría, sí, pero éste no. Fuiste a dar en hueso. Cuando se va por ahí, salvando el alma del prójimo a guantazos, hay que hilar muy fino.

José.-¡Y cuando se va por ahí de maravilloso, no se tiene a un pobre desgraciao de alcahuete ni de bufón!... ¿No era de eso de lo que lo tenías? ¿O sólo de camello? (El golpe hace mella en Miguel, que no contesta.)

José.-(Creciéndose.) ¿Por qué estaba contigo el día... ése, el día de autos, eh? ¿Para qué le traías? ¿Para que te encendiera los cigarrillos? ¿Para que te limpiara el parabrisas? ¿Para qué?

Miguel.— ...Las fiestas. Estaba pasando las fiestas en mi casa. Le daba vergüenza no tener dónde ir: «Todo el mundo se junta, tío. Aunque no se quieran, hacen ver como que sí, y se juntan. Y el que no tiene a nadie va por ahí montándoselo de que no le importa, pero jodido, muy jodido. Son unos días horrorosos, los deberían prohibir»...

Juan.-¿En tu casa, con tu familia?

Miguel.-¡Claro! Y en la mesa con todos, no te vayas a creer. Sólo les faltó regalarle un collar con su placa... (A Rafa.) Parecido a lo que tú creías hacer invitándome esta mañana, ¿verdad? «Siente a un pobre a su mesa.»

Cris.-¿Pero es verdad eso de la invitación? No me lo puedo creer.

Rafa.-¡Claro que es verdad! ¿Por qué no me creéis cuando hablo?

Laura.-Porque hablas mucho.

Rafa.-Bajé a decirle quiénes éramos, dónde íbamos a estar esta noche, y que... Bueno, que toda partida debe tener su revancha... Lo que no me podía imaginar es que se iba a presentar solo.

Laura.-¡Anda, que tienes un cuajo!

Mari Ángeles.-Y él, mucho valor. (Se vuelven a mirar a Mari Ángeles, que es la primera vez que abre la boca o se mueve desde que ha entrado Miguel. Sigue junto al tocadiscos, lejos, como aparte.)

José.-(Riéndose.) ¿Valor? Éste lo que está es colocao perdido.

Chus.-(Muy seco.) Si lo estuviera, no tendrías nada que reprocharle. Tú estas borracho.

Miguel.-Y el otro día también lo estabas. Cuando golpeabas la cabeza del Barbas contra las piedras, también lo estabas... ¿O no?

José.-Ahora toca hablar de los estragos del alcohol y de la maravilla de la droga, ¡lo veo venir!

Chus.-A ti sólo te parece malo lo que está prohibido, ¿no?

José.-¡Tú a vender garbanzos, que es lo tuyo!

Mari Ángeles.-Él sólo respeta la ley impresa. Y a veces.

José.-¡Tú te callas, enana! ¡Nadie te está pidiendo tu opinión!

Miguel.-Pues a mí me interesa.

José.-¿Ah, sí?

Miguel.-Sí. (Una vez más, la tensión alcanza unos máximos que Laura rompe con un alarido extemporáneo.)

Laura.-¡¡YA ESTA EL CHOCOLATE!!... El que se bebe.

Cris.-(Apoyando la política de Laura.) Sí, ése que me habéis dicho que haga. ¿Lo vais a querer, o no? (Y entonces, cuando nadie espera una cosa así, José se deja caer sobre el asiento que tiene más cerca, como desplomándose, esconde la frente en las manos y se disculpa, sin venir a cuento y con una voz que no parece la suya.)

José.— ...Fue un accidente.

Miguel.-(Pasando por encima de su propia sorpresa.) ¿Es una letanía?... Porque me parece que ya lo he oído varias veces.

José.-(Alzando los ojos hasta Miguel.) ¡El me provocó!... ¿O no es verdad?

Miguel.-¡Lo que hay que oír! (José se vuelve a Rafa en demanda de apoyo.)

José.-¿Es verdad o no? (Rafa le sonríe y, por supuesto, no contesta.)

Miguel.-No, no es verdad. Íbamos tranquilamente por la carretera, buscando la casa y fumando un pitillo, cuando...

José.-(Interrumpiéndole.) Sí, ya, un pitillo.

Miguel.-¡Lo que nos daba la gana! ¿A ti qué te importa? Pero ERA un pitillo. El pobre Barbas iba tiritando, y no precisamente de frío.

José.-En pleno mono, ¿eh?

Miguel.-Sí, porque a un imbécil se le había metido en la cabeza rehabilitarle, «sacarle del rollo», como él decía. El imbécil le había prometido ayudarle, y él aceptaba la ayuda. El imbécil le decía que su padre tenía influencias y le conseguiría tratamientos médicos, desintoxicaciones, empleos, ¡lo que hiciera falta! Y el pobre Barbas se hacía ilusiones y se creía que con una varita mágica y buena conducta conseguiría en seguida la misma estatura, la misma pinta, la misma salud, la misma seguridad, la misma inteligencia y las mismas oportunidades del imbécil bien comido que le invitaba a su casa a pasar las fiestas. Y se vistió de mamarracho con lo mejor que tenía, para causar buena impresión a las gentes de bien, pero todo lo que consiguió fue que, una noche, un grupo de tíos de su edad se echara a reír al cruzarse con él por la carretera y...

José.-(Interrumpiéndole.) Y él me gritó: «¿Qué miras, hijo de puta?» (A los demás, cargado de razón.) ¡Me gritó: «¿Qué miras, hijo de puta?»! (Miguel se incorpora y se lanza hacia José, fuera de sí por primera vez.)

Miguel.-¿Y qué mirabas, hijo de puta? (Chus, ya claramente a favor de Miguel, se interpone para evitar que se lance sobre José. Juan, a su vez, se precipita a sujetar a José. Rafa casi sonríe mientras comenta.)

Rafa.-¿No os habéis dado cuenta de cómo se llaman estos dos? (Durante unos instantes, mientras termina el forcejeo y el enfrentamiento parece haberse impedido una vez más, nadie le contesta, pero él insiste, por supuesto.) ...¿De verdad que no os hacen gracia sus apellidos?

Laura.-(Impaciente.) ¿De qué, a ver, de qué hay que darse cuenta, cuál es el chiste, qué hay que decir? (Juan, que ha vuelto a apartarse, con la cabeza apoyada en la pared, encogido sobre sí mismo, los ojos cerrados, recita convenientemente:)

Juan.-«Antes que Dios fuera Dios, y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós, y los Velascos, Velascos...» (Durante unos instantes vuelven a sumirse en un incómodo silencio, mientras Laura y Cris reparten los cazos del chocolate. Incomprensiblemente, José vuelve a adoptar un tono y una actitud humildes y repite:)

José.— ...Fue un accidente. Palabra de que fue un accidente.

Miguel.-Que le mataras, puede. Que le pegaras, no. Y que se metieran los otros y a mí me partieran un brazo por intentar defenderle, tampoco.

Rafa.-En modo alguno pienses que intento lavar mi reputación, pero me gustaría recordarte que yo me abstuve.

Miguel.-Me acuerdo muy bien. Te abstuviste absolutamente de todo. Hasta de pronunciar una palabra en favor de nadie. Cualquiera hubiera dicho que estabas viendo una película mientras comías palomitas de maíz.

Rafa.-Yo no como porquerías.

Miguel.-Si no te hubieras abstenido tanto, el Barbas no estaría ahora muerto... Pero no te preocupes. A lo mejor le hicisteis un favor. El no sabía que la putada no tenía arreglo, que habían empezado a hacérsela muchas generaciones atrás, para que un grupo de privilegiados...

Rafa.-(Estallando él también por vez puniera.) ¡Ah, no! ¡No, qué coño!

Laura.-(Extrañadísima de que Rafa se salte sus propias reglas.) Pero, Rafa...

Rafa.-¡Ya está bien de darse golpes de pecho, ya está bien! ¡Estoy de penitentes hasta aquí!

Chus.-No vamos a negar ahora que existen los problemas sociales, ¿no?

Cris.-A ver si te crees que él no lo sabe. Lo peor de este mundo nuestro, es la injusticia precisamente. La injusticia social.

Miguel.-(Sin ningún respeto por la nueva aliada.) ¿Dónde lo has leído?

Cris.-(Dolida.) Oye, yo lo único que digo es que es verdad que somos privilegiados.

Rafa.-¿Por qué? ¿Porque comemos caliente y nos enseñan trucos para escalar puestos?... ¿Y si no nos gustan los puestos por los que nos hacen escalar, simplemente? ¿Y si no nos basta con comer caliente y comprar camisetas, para tener ilusión por la vida, para creer que esa mierda de vida merezca la pena? ¿Y si cada mañana nos cuesta un trabajo espantoso levantarnos porque no sabemos adonde nos llevan, ni por qué nos llevan, ni si vale la pena ir? ¿Encima tenemos que confesarnos privilegiados, alegrarnos mucho por ello, y a la vez sentirnos muy culpables de cara a no sé quién? ¡No, qué coño! (Enérgica, Laura agita el cazo de las multas en ese preciso momento frente a la nariz de Rafa, acabando de sacarle de quicio.) ...¡Quita, tarada!... Todo eso no es más que hipocresía. Y no sé qué es más repugnante, si el desprecio absoluto por los que son menos afortunados que uno, en el campo que sea, o esa complacencia beatona en mostrar las propias supuestas culpas, como si fueran muñones. ¿Me queréis decir qué culpa tenemos nadie de que El..., bueno, el fulano ése, fuera un desgraciao? Aquí, la única culpa que se ventila es la de haberlo dejado muerto a golpes, simple y sencillamente porque su pinta simbolizaba ni se sabe qué pecados, a los ojos de una mano de hijos de puta, que se sentían henchidos del derecho a codificar esos pecados y a castigarlos heroicamente siete contra dos. ¡Y me incluyo, me incluyo! Por no haber intervenido. Acepto mi culpa. Pero de que el pobre tipo tuviera esa pinta, efectivamente, tanto si se avergonzaba de ella como si le enorgullecía tela, de eso, perdóname, pero yo personalmente me niego a hacerme cargo. Como me niego a hacerme cargo de los crímenes o de las grandezas de mis antepasados. ¡Anda, y que les vayan dando. Yo soy yo, he nacido ahora y bastante tengo con apencar con lo mío!

Cris.-Rafa..., si te paras a analizar...

Rafa.-¿Yo? En eso os doy ciento y raya a cada uno. Dime una cosa, sólo una cosa. ¿Alguno de vosotros se siente culpable de estar sano y de que yo no lo esté? La vida es injusta en general... Y no digo que haya que admitirla como es, pero si os empeñáis en luchar por la igualdad de las narices, a ver si igualáis hacia arriba, no hacia abajo. Me juego lo que queráis a que El..., ése como se llamara...

Miguel.-(Como reivindicando el nombre.) El Barbas.

Rafa.-Bueno, pues el Barbas. Estoy seguro de que no hubiera querido que éste se le acabase pareciendo, sino parecerse a él, precisamente.

Miguel.-(Educadamente.) Os felicito a todos por digerir tan bien. Pero como sólo acepté la invitación para transmitiros lo que creí que serían los deseos del Barbas, cumplido el encargo me vais a disculpar.

Juan.-Espera, ¿dónde vas?... No has podido venir en coche, con ese brazo.

Miguel.-Claro que no. Además, ya no tengo coche. Ya no estoy en casa. No me gusta la manera que tienen de enfrentarse a los problemas.

Juan.-Pues más a mi favor, ¿cómo te vas a ir tú solo a estas horas? (Rafa avanza decididamente hacia Miguel, que ha vuelto a alcanzar la puerta, y presiona solidariamente su brazo.)

Rafa.-No te vayas. (En un arranque, también Cris se le acerca.)

Cris.-No. No te vayas.

Laura.-(Un poco incómoda.) Hombre, dejadle al chico. Lo que es hoy, habrá pasado un día mono, y encima... Dejadle en paz.

Cris.-No te vayas.

Rafa.-(A Laura.) ¿Qué tendrá eso que ver? ¿Qué día te crees que ha podido pasar la enana? (Al ser aludida, Mari Ángeles también se incorpora desde donde está y se acerca al grupo.)

Mari Ángeles.-Mi padre se mató anoche. Chocó contra un camión... Era músico. Igual le conoces.

Miguel.-¿Toni Aguirre? (Mari Ángeles asiente acercándose más.) Lo oí por televisión. Enhorabuena.

Laura.-(Escandalizada.) ¿Enhorabuena?

Miguel.-Me gustaba su música.

Mari Ángeles.-A mí también... Iba a una gala, ¿sabes? Sin dormir, corriendo, como siempre... El camionero también llevaba dieciocho horas al volante. Mi padre decía siempre que ésta era una civilización de chalaos.

Miguel.-Y lo cantaba, que era más bonito. ¿Cómo te llamas?

Mari Ángeles.-Ángeles. (Mari Ángeles mira a Juan y le sonríe.)

Miguel.-Siento lo de tu padre, Ángeles.

Mari Ángeles.-Yo también.

Rafa.-Bueno, pues, sin embargo, ahí la tienes, bailando toda la noche.

Laura.-Sí, y a mí me tiene el estómago revuelto toda la noche.

Miguel.-¿Por qué? ¿sólo porque no es costumbre?

Laura.-No sé... Parece una falta de respeto.

Rafa.-El respeto es un sentimiento, no un manual de urbanidad. ¡David bailaba delante del Tabernáculo!

Miguel.-No era el Tabernáculo.

Rafa.-(Sorprendido.) ¿Que no?

Miguel.-No. Era el Arca de la Alianza.

José.-(Encantado.) ¡Qué corte, macho, el primero que te marca a ti un gol! (La risa brota, espontánea, contagiando a todos, menos al propio José, que parece sorprendidísimo de haberse dejado conquistar de aquel modo, y a Miguel, que no sabe muy bien de qué va.)

Cris.-(Atreviéndose ya a colgarse del brazo del recién llegado.) Miguel, no te vayas.

Rafa.-(Dándole una palmada en el hombro.) Quédate. Lo de venir ha sido majestuoso. Majestuoso, palabra. Pero si ahora te vuelves muy digno por donde has venido, lo habrás hecho a medias, sólo habrá sido un gesto, un farde como otro cualquiera. En cambio, si te quedas...

Mari Ángeles.-Quédate. (Juan, que sigue sentado en su rincón, se decide a beber el chocolate que Laura le ofreciera hace un rato mientras recuerda.)

Juan.-Al principio de la noche alguien me predicaba que no había que ser tan derrotistas. Me decía que el camino estaba en volver a cuidar un poco el elemento humano, en rescatar las relaciones interpersonales... Bueno, no lo decía con estas palabras tan rebuscadas, claro. Creo que era algo así como «Mientras en el mundo haya personas, y dos personas..., o un grupo de personas, es igual, puedan sentir..., aunque no sea más que un momento»... (Mientras Juan rememora sus titubeos, los ojos de Cris se llenan de lágrimas. Y le sonríe.)

Chus.-(Tajante, resumiendo.) Si te vas, tu amigo habrá muerto por nada.

Laura.-No os paséis.

Rafa.-¡Exacto, Chus! (De nuevo a Miguel.) Si te quedas...

Mari Ángeles.-Quédate. (Como desligándose del grupo que le rodea, Miguel gira para dirigirse a José, que está aparte, incómodo, y se dirige a él con un apelativo que resume toda su actitud.)

Miguel.-Velasco... (Se hace un silencio absoluto. José alza los ojos y mira a Miguel, esperando.) ...¿tú también crees que me debo quedar? (Tras una pausa, José traga saliva y asiente, despacio. Miguel avanza un paso e insiste, forzando la suerte.) ...Pero ¿has oído lo que han dicho? Que me debo quedar para que el Barbas no haya muerto en vano... ¿Es eso? (Cris corre a apuntalar la fragilidad de su primo y se cuelga de su brazo, como en una súplica muda. Tras una mínima pausa, José vuelve a asentir.) ...No sería como si me quedara yo, ¿comprendes? Yo no existo, yo he venido sólo en representación del Barbas. Es a él a quien le estás pidiendo que se quede, aquí, con vosotros, contigo. Al Barbas. Con sus pelos, y su collar de latón, y su camisa morada, y sus botas... ¿Te acuerdas de sus botas, Velasco? Aquellas ridículas botas de vaquero que le hacían un poco más alto. Es él quien está delante tuyo... ¿Le vas a pedir que se quede?

José.— ...Que sí. Que te quedes. (Y al conjuro de esa frase estalla un movimiento general de exaltación. Cris besa a su primo, que sonríe, aun un poco incómodo. Laura y Chus se complementan para recoger el poncho de Miguel y arrojarlo al montón común. Rafa le tiende a Miguel el cazo de chocolate que antes desdeñara y que ahora acepta, mientras Mari Ángeles se precipita a arrodillarse de nuevo junto al montón de discos y manipula, nerviosa, buscando uno que poner. Cris, dejando a José, da una palmada con el gesto que le es habitual para que las huestes la sigan.)

Cris.-(Aprobando, entusiasta.) ¡Di que sí, enana! ¡Pon algo bonito!... ¡A bailar!

Laura.-¿A bailar? No os paséis. (Una música rítmica, exaltada, llena ya el ambiente, y Mari Ángeles se levanta de un brinco, gritando por encima de su volumen.)

Mari Ángeles.-¡Claro que sí! ¡Como el rey David!... ¡Por mi padre!... ¡Por mi padre y por el Barbas! (Sus palabras producen apenas una peligrosa impresión momentánea que rompe Cris corriendo a colocarse frente a Miguel y dedicándole una ceremoniosa y rápida reverencia.)

Cris.-¿Quieres bailar? (Miguel duda un segundo mientras Juan se pone en pie y va a jugar el mismo juego frente a Mari Ángeles, que ya está bailando sola, como en trance.)

Juan.-¿Quieres bailar conmigo, Ángeles? (Ella le sonríe y le incluye simplemente en su danza, sin detenerse un segundo. Ya bailan los tres. Mari Ángeles, Juan y Cris. Y Miguel no tiene más remedio que seguirles. Empiezan a dar palmas. Miguel, a causa de su brazo escayolado, palmea su muslo, en sustitución. Chus y Laura, contagiados, empiezan por unirse a las palmas, aun tímidos, desde su puesto de observación.)

Chus.-(Nervioso, por decir algo.) Faltan chicas, como siempre.

Laura.-(Echándose a reír.) ¿Tú crees? Yo, en cambio, siempre tengo la sensación de que faltan chicos. (Chus ríe con ella y, sin transición, la toma de la mano, le hace dar un giro brusco y hermoso y la incorpora al baile. Rafa los mira, congelados, inmóviles en un paso de baile, las ocho figuras. José observa desde su rincón, un poco confuso. Se muere por unírseles y se le nota, pero no sabe cómo hacerlo, hasta que Rafa le empuja y Cris le acoge, y sus palmas y las de Miguel Quirós se acoplan en un solo sonido, frente a ella, que baila con los dos, para los dos. Rafa sigue contemplándolos alucinado, extasiado.)

Todos.-¡Venga, Rafa!... ¡Rafa! (Al fin le rodean, le envuelven, tendiéndole manos, atrayéndole, anexionándole, hasta que insensiblemente todos han llegado a formar una rueda mientras golpea la música y las palmas y los pies de todos sobre el suelo.)

Rafa.-(Loco de entusiasmo.) ¡Cris!... ¡Esto!... ¡Esto sí que es una fiesta! (La música se corta en seco y se quedan congelados, inmóviles en un paso de baile, las ocho figuras. La luz decrece muy lentamente, hasta la oscuridad absoluta del garaje. Miguel, arrastrando su propia luz, avanza hacia primer término como lo hacía durante su primer monólogo.)

Miguel.-Ojalá hubiera terminado en ese preciso momento, ¿verdad? Que alguien hubiera dicho «¡Corten!», como en el cine. Mientras duró aquella especie de..., no sé cómo llamarlo, comunión. Mientras duró aquella comunión, todo parecía tan fácil. Como si nos hubiéramos lavado de culpa, como si en adelante pudiéramos romper las barreras, confraternizar con todos, acabar de una vez con las guerras, yo qué sé... Pero ahí estaba la trampa, precisamente, en creernos que era fácil, que algo así se iba a producir en un momento, sin problemas. Los tipos como José no pueden aceptar nada semejante. En el fondo están muertos de miedo, por eso necesitan que nadie cambie, odian a cualquiera que les parezca salirse del patrón. Lo nuestro fue lo de menos, cualquier cosa hubiera hecho saltar la chispa, él necesitaba que saltase. Aquello se estaba cociendo desde el principio, desde mucho antes de que empezaran a marcharse todos, y tú me dijeras aquello de... (Suavemente, lentamente, se habrá ido iluminando el rincón del garaje en el que se halla Mari Ángeles.)

Mari Ángeles.-¿Tú también te vas?

Miguel.-A casa de Rafa. A darnos una ducha para seguir la celebración, ¿no has oído? Quieren que vayamos a desayunar no sé dónde.

Mari Ángeles.-Te vas a ver negro para desnudarte y vestirte otra vez.

Miguel.-Sí, suele ser complicado con esta cosa.

Mari Ángeles.-Entonces, ¿por qué no te quedas conmigo, y así no estoy sola todo este rato? Yo no puedo ir a casa todavía. Mi madre se cree que estoy en Madrid. (Miguel duda un momento y por fin informa, a la oscuridad.)

Miguel.-¡Rafa..., me quedo! ¡Os espero aquí! (La puerta levadiza se cierra tras ellos lentamente, mientras Mari Ángeles comenta:)

Mari Ángeles.-¿No te importa, de verdad?

Miguel.-Qué va. Iba porque creí que os ibais todos... Además, me apetece charlar contigo, así que muy bien.

Mari Ángeles.-¿Sí?

Miguel.-Sí.

Mari Ángeles.-¿Por qué?

Miguel.-Bueno... pues porque sí. Porque me intrigas un poco. Me interesas, ¿te sirve eso?

Mari Ángeles.-Entonces, ¿por qué has estado todo el rato bailando con Cris? (Miguel sonríe.)

Miguel.-Tu prima es muy absorbente. Es difícil dejarla con la palabra en la boca ¿sabes?

Mari Ángeles.-Sí, siempre hace igual, le gusta acaparar a la gente... ¿A que te ha colocado el número de la violación?

Miguel.-Sí.

Mari Ángeles.-¡Toma, no! ¡Menudo chollo!

Miguel.-(Riéndose.) ¡Hombre, no diría yo tanto!

Mari Ángeles.-¡Que sí! ¿Tú sabes el partido que le saca? En cuanto pilla a alguien nuevo, ¡zas! A los demás ya nos tiene podridos con lo de «yo quiero olvidarlo y no me dejan, ¡por favor, no me habléis más de ello, por favor!»... ¡Madre mía, si le llegan a hablar!

Miguel.-(Volviendo a reír.) ¿Tú vives aquí todo el año?

Mari Ángeles.-No. Solo vengo en vacaciones.

Miguel.-¿Por qué no me das tu teléfono en Madrid? Podríamos vernos y eso.

Mari Ángeles.-Me gustaría, pero...

Miguel.-¿Qué pasa? ¿No te dejan?

Mari Ángeles.-Es que estoy interna.

Miguel.-Bueno, saldrás los fines de semana.

Mari Ángeles.-Sí, pero en Irlanda.

Miguel.-Eso me pilla un poco a trasmano.

Mari Ángeles.-Miguel...

Miguel.-¿Sí?

Mari Ángeles.-¿Tú me querrías hacer un favor?

Miguel.-Claro. ¿Qué favor?

Mari Ángeles.-¿Quieres hacer el amor conmigo? (Miguel se la queda mirando, estupefacto.)

Miguel.-(Por decir algo.) ¿Ahora?

Mari Ángeles.-(Retractándose a toda velocidad.) Olvídalo. No he dicho nada.

Miguel.-Sí lo has dicho.

Mari Ángeles.-Bueno, pues no tiene importancia. Olvídalo.

Miguel.-¿Que no tiene importancia?

Mari Ángeles.-Quiero decir que lo siento, no quería ofenderte. Ni herir tu sensibilidad. Olvídalo, por favor. (Miguel se vuelve a reír, cálidamente, con ternura.)

Miguel.-Vamos a ver... Es la primera vez, ¿no? (Ella asiente, fastidiada.) ...Es que quieres cambiar de una vez..., ser un adulto... ¿Y esa puede ser una manera?

Mari Ángeles.-(Encogiéndose de hombros.) Algo así.

Miguel.-¿Tiene que ver con que se haya muerto tu padre?

Mari Ángeles.-No quiero sustituirle ni nada de eso. Es otra cosa. Es... lo que has dicho antes. (Miguel se la queda mirando un momento y por fin murmura:)

Miguel.— ...Gracias.

Mari Ángeles.-(Asombrada.) ¿Por...?

Miguel.-Pues por elegirme a mí. (Mari Ángeles disimula una sonrisa.)

Mari Ángeles.-Te aseguro que no tiene la menor importancia.

Miguel.-Y yo te aseguro que sí. Verás, vamos a hacer una cosa. Te propongo que volvamos a encontrarnos aquí mismo dentro de un año. El día de Nochevieja, al dar las doce. ¿Romántico?

Mari Ángeles.-(Sonriendo.) Mucho.

Miguel.-Suponiendo que quieras esperar, claro.

Mari Ángeles.-¡Pues sí que importa mucho lo que yo quiera! Mi madre se pasa la vida diciéndome eso de «hija, yo no te voy a coartar, tú eres libre, tú puedes hacer con tu vida lo que creas mejor. Pero, por favor, sé sensata, no hagas tonterías, no vayas por ahí acostándote con unos y con otros...»

Miguel.-Pues tiene razón. Es algo demasiado bonito para...

Mari Ángeles.-¡Si yo no digo que no tenga razón! ¡Lo que no sé es por qué se imagina ella que es tan fácil acostarse con unos y con otros! (Miguel vuelve a reír, y Mari Ángeles recoge cualquier objeto arrojadizo y le ataca, furibunda, y algo pasa entre los dos que él la atrapa de un brazo, al vuelo, y tras mirarse unos segundos, como sorprendidos, se besan. Es el momento en que vuelve a levantarse, rápida, la puerta levadiza y José irrumpe en el recinto, lleno de violencia.)

José.-¡Hijo de puta!... ¡Lo sabía!... ¡Si no se os pueden dar confianzas!... (Cris, que entra con él ahogada por la carrera, intenta detenerle.)

Cris.-¿A quién, José, a quién? ¿Ya estás con los plurales?... ¿A quién (José la aparta de un tirón, haciéndola caer. Ella intenta volver a la carga, pero Miguel, que se ha apartado de Mari Ángeles y espera, asustado, se lo impide.)

Miguel.-¡Quieta, Cris! ¡Este es un loco, quieta! (Cris se echa a llorar.)

Cris.-¡José, por favor, estás borracho!... ¿Qué te importa a ti la enana? ¡Si nunca le has hecho caso!

José.-¡Te voy a machacar! (Cris vuelve a intentar detenerle y él vuelve a quitársela de encima de un empujón. Pero cuando José va a lanzarse al fin sobre Miguel con toda su fuerza, alcanza a sujetarle Juan, que llega también corriendo, seguido de su hermano.)

Rafa.-¿Qué pasa? (Juan y José forcejean. José es más fuerte que Juan, mucho más. Lo zarandea, furioso, hasta que se desembaraza de él. Desde el suelo, Juan intenta sujetarle por un pierna, pero él se libera de una patada y corre a apoderarse de unas enormes tijeras de podar que cuelgan de la pared. Con ellas en la mano, se vuelve triunfante hacia los demás.)

José-¡A ver quién es el guapo que me sujeta ahora! (Rafa avanza hacia José, tranquilo, sonriente, queriendo poner paz a base de serenidad.)

Rafa.-Yo. En este cotarro, el guapo soy yo, mientras no se demuestre lo contrario. Y ahora mismo me vas a dar...

José.-(Angustiado, pero sin dejar de amenazar con las tijeras.) Quita... Quita, Rafa, por favor... ¡Quita o...!

Juan.-¡Cuidado, Rafa!... ¡Está loco!... (Miguel intenta entonces hacer un movimiento para ganar un terreno menos peligroso, pero José se da cuenta y salta hacia él. Es cuando Rafa se interpone entre los dos y es a él a quien José hiere mortalmente, ante el grito espantoso del grupo. Y a partir de este momento la luz adquiere un matiz irreal, y también las actitudes y los movimientos de todos, que se producen como en cámara lenta, casi como una danza, mientras Miguel vuelve a salir de la plataforma y hablar mirando al público. Mientras, tras él, sigue desarrollándose una irreal y lenta ceremonia. Juan, Cris, y también Chus y Laura, que han aparecido en el último momento por la puerta levadiza, levantan a Rafa como en unas parihuelas humanas y se lo van llevando hacia la oscuridad, seguidos por José, que va solo, llorando tras ellos, hasta que la comitiva se pierde en la zona sin luz del escenario.)

Miguel.-El año pasado no hacía tanto frío aquí. El calor humano, supongo..., por llamarle algo. Me hace raro tenerte ahí delante. Me hace raro que estemos aquí los dos y... Bueno, ya me entiendes... ¿Me entiendes? ¿Sí? ¡Qué maravilla!... Has cambiado... Este sitio también parece muy distinto... ¿Sabes por qué he venido en realidad? Para enterarme de si venías tú... No, no es ninguna tontería. Si venías, era que realmente valía la pena conocerte mejor. Aunque aquella noche llegamos a conocernos muy bien todos. ¡Lástima de noche! ¡Y qué desastre de tío! ¡Qué desastre!... ¿Habéis sabido algo de él, alguno le ha ido a ver o algo? (Mari Ángeles se vuelve hacia él desde el tiempo anterior, baja de la plataforma y se sienta a su lado.)

Mari Ángeles.-No. Tampoco he visto a los otros en todo este tiempo..., pero no creo que hayan ido a hacerle visitas. Cris, a lo mejor. Y eso que no, no creo... ¿Te acuerdas, cómo se emperró en que fuéramos a entregarle todos? ¿Cómo nos lo pedía por favor?... Como si fuera una ceremonia.

Miguel.-Y lo era. No sé si él lo sabía o no, pero para él lo era. ¡Qué desastre de tío! Siempre necesitando un padre. Concreto, abstracto, el que fuera, con tal de que le evitara ser libre... ¡Anda, que pobre Barbas!

Mari Ángeles.— ¿Por qué?

Miguel.-¡Menudo funeral le organicé!

Mari Ángeles.-Pues lo fue. Fue una misa de gloria.

Miguel.-¿Ah, sí?

Mari Ángeles.-¿No lo decías tú mismo hace un momento? No hay que caer en la trampa de suponer que es fácil. Nacer cuesta..., duele. Pero aquella noche, nosotros lo intentamos. Lo intentamos todos. Y casi lo conseguimos. Hubo un momento...

Miguel.-Cuando empezamos a bailar. Sí. Yo tenía la impresión, no sé, como de estar cambiando de naturaleza, de dimensión... Fue un momento mágico... No, mágico no, ¡qué palabra!

Mari Ángeles.-¿Sagrado? (A esta palabra se ilumina de nuevo el garaje.)

Miguel.-¿Tienes una tiza?

Mari Ángeles.-Pues no, como comprenderás. Pero tengo una barra de labios.

Miguel.-Déjamela. (Ella busca en su bolso y se lo tiende. Miguel se acerca al abeto pintado en colores y borra con la manga una de las cifras de la pintada, mientras comenta:)

Miguel.-Aquella noche yo empecé a creer en algo. Empecé a darme cuenta de que podíamos estar al principio de una cosa y no sólo al final de otra... Pero no hay momentos sagrados, Ángeles.

Mari Ángeles.-¿Que no? (Grácil, da un giro de baile, con el que la música anterior empieza a oírse, como en sordina.)

Mari Ángeles.-«¡Como el rey David!»... (Cris corre a ocupar el mismo lugar que ocupó al principio del baile, frente a Miguel, y actúa igual que entonces, como si él estuviera allí y no junto al abeto pintando algo.)

Cris.-¿Quieres bailar? (Lo mismo hace Juan.)

Juan.-¿Quieres bailar conmigo, Ángeles? (Aparece Chus corriendo y se le une del mismo modo Laura.)

Cris.-¡Venga, Rafa, los dos conmigo!... (Sale corriendo Rafa a bailar con ellos, como entonces.)

Laura.-¡José...! ¡Tú también, José! (Y José se incorpora al baile. Miguel se aparta de la pintada que acaba de modificar, y en la que ahora se lee: «Los noventa son nuestros. Feliz mundo nuevo a todos.»)

Mari Ángeles.-¿No hay momentos sagrados? (Miguel le sonríe.)

Miguel.-De entrada, no. Hay que crearlos.

Mari Ángeles.-(Devolviéndole la sonrisa.) Por favor..., ¿quieres hacer el amor conmigo? (Miguel se le acerca, la besa y tomándola de la mano sube con ella a la plataforma donde la rueda de los bailarines los envuelve, incorporándolos exactamente como estaban entonces. La música, hasta aquí en sordina, ha ido subiendo hasta su máxima intensidad, hasta que Rafa grita, igual que antes, en pleno entusiasmo:)

Rafa.-¡Cris!... ¡Esto!... ¡Esto sí que es una fiesta! (La luz decrece mientras la música sube cada vez más.)

This file was created
with BookDesigner program
bookdesigner@the-ebook.org
30/01/2011