–Tengo un dolor de cabeza espantoso -se lamentó mientras se dirigían a recoger el equipaje-. Esa maldita cría no ha dejado de hablar ni un instante en todo el trayecto.
Se masajeó las sienes y cerró los ojos para relajarse.
Al ver que Cindy y sus secuaces se dirigían hacia ellas, Sharon y Holly se escabulleron entre el gentío, dejando sola a Denise con los ojos cerrados. Buscaron un lugar entre la multitud que les permitiera ver bien los equipajes. El grueso de los pasajeros pensó que sería una gran idea esperar pegados a la cinta transpórtadora inclinados hacia delante, de modo que sus vecinos no pudieran ver las maletas que se aproximaban. Tuvieron que esperar casi media hora antes de que la cinta comenzara a moverse, y otra media hora más tarde aún esperaban sus maletas mientras la mayoría de los pasajeros ya había salido hacia sus respectivos autobuses.
–Sois unas brujas -les espetó Denise, acercándose a ellas tirando de su maleta-. ¿Aún estáis esperando?
–No, simplemente me encanta estar aquí de pie viendo pasar las mismas bolsas abandonadas una y otra vez. Si quieres ir hacia el autobús, me quedaré un rato más a disfrutar del espectáculo -dijo Sharon con sarcasmo.
–Espero que hayan perdido tu maleta -replicó Denise-. O aún mejor, espero que se te abra y que todas tus bragas y sostenes queden desparramados por la cinta a la vista de los curiosos.
Holly miró a Denise con aire divertido. – ¿Ya te encuentras mejor?
–No hasta que fume un cigarrillo -contestó Denise, que aun así se las arregló para sonreír.
–¡Vaya, ahí llega mi maleta! – dijo Sharon, contenta. La cogió de la cinta transportadora de un tirón, golpeando a Holly en la espinilla.
–¡Au!
–Perdona, pero tenía que salvar mi ropa.
–Como me hayan perdido la maleta los demando -dijo Holly, enojada. A aquellas alturas los demás pasajeros ya se habían marchado y eran las únicas que seguían esperando-. ¿Por qué me toca siempre ser la última en la recogida de equipajes? – preguntó a sus amigas.
–Es la ley de Murphy -explicó Sharon-. Ah, ahí está.
Cogió la maleta y volvió a golpear la maltrecha espinilla de Holly. – ¡Ay, ay, ay! – gritó Holly-. Al menos podrías cogerla hacia el otro lado. – Perdona -dijo Sharon, contrita-, sólo sé hacerlo hacia un lado. Las tres fueron en busca de la responsable de su grupo.
–¡Suelta, Gary! ¡Déjame en paz! – oyeron gritar a una voz al doblar una esquina.
Siguieron el sonido y localizaron a una mujer vestida con un uniforme rojo de responsable de grupo de turistas, que estaba siendo acosada por un muchacho que llevaba el mismo uniforme. Al aproximarse, la mujer se puso erguida.
–¿Kennedy, McCarthy y Hennessey? – preguntó con marcado acento londinense.
Las chicas asintieron con la cabeza.
–Hola, me llamo Victoria y seré la responsable de su estancia en Lanzarote durante la próxima semana. – Esbozó una sonrisa forzada-. Síganme, las acompañaré a su autobús.
Le guiñó el ojo con descaro a Gary y condujo a las chicas al exterior. Eran las dos de la madrugada y, sin embargo, una cálida brisa les dio la bienvenida en cuanto salieron al aire libre. Holly sonrió a sus amigas, que también habían notado el cambio de clima. Ahora sí que estaban de vacaciones. Al subir al autobús todo el mundo gritó con entusiasmo y Holly los maldijo en silencio, esperando que aquello no fuese el principio de unas espantosas vacaciones del tipo «seamos amigos».
–¡Eo, eo! – coreó Cindy, dirigiéndose a ellas. Estaba de pie haciéndoles señas desde el fondo del autobús-. ¡Os he guardado sitio aquí detrás! Denise suspiró, pegada a la espalda de Holly, y las tres caminaron con dificultad hasta la última fila de asientos del autobús. Holly tuvo la suerte de sentarse junto a la ventanilla, donde podría ignorar a los demás. Esperó que Cindy comprendiera que deseaba que la dejaran en paz, ya que le había dado una pista bien clara al no hacerle caso desde el principio, cuando se aproximó a ellas en el bar.
Tres cuartos de hora después llegaron a Costa Palma Palace y Holly se reanimó. Una larga avenida con altas palmeras alineadas en el centro se internaba en el recinto. Frente a la entrada principal había una gran fuente iluminada con focos azules y, para su enojo, los pasajeros del autobús volvieron a vitorearlas cuando ellas se apearon las últimas. Las chicas ocuparon un apartamento de dimensiones razonables compuesto por un dormitorio con dos camas, una cocina pequeña, una zona de estar con un sofá cama, un cuarto de baño, por supuesto, y una terraza. Holly salió a la terraza y miró hacia el mar. Aunque estaba demasiado oscuro para ver nada, oyó el susurro del agua lamiendo suavemente la arena. Cerró los ojos y escuchó.
–Un cigarrillo, un cigarrillo, tengo que fumarme un cigarrillo. – Denise se reunió con ella y abrió un paquete de cigarrillos, encendió uno y dio una honda calada-. ¡Ah, esto está mucho mejor! Ya no tengo ganas de matar a nadie. Holly sonrió; le apetecía mucho pasar tanto tiempo seguido con sus amigas.
–Hol, ¿te importa que duerma en el sofá cama? Así podré fumar…
–¡Sólo si dejas la puerta abierta, Denise! – soltó Sharon desde el interior-. No quiero levantarme cada mañana apestando a tabaco.
–Gracias -dijo Denise, encantada.
A las nueve de la mañana Holly se despertó al oír los movimientos de Sharon. Ésta le susurró que bajaba a la piscina para reservar unas tumbonas. Un cuarto de hora después, Sharon regresó al apartamento.
–Los alemanes han ocupado todas las tumbonas erijo contrariada-. Estaré en la playa si me buscáis.
Holly murmuró una respuesta con voz soñolienta y volvió a dormirse. A las diez Denise saltó de la cama y ambas decidieron reunirse en la playa con Sharon.
La arena estaba muy caliente y tenían que moverse sin cesar para no quemarse la planta de los pies. Pese a lo orgullosa que había estado Holly de su bronceado en Irlanda, saltaba a la vista que acababan de llegar a la isla, pues eran las personas más blancas que había en la playa. Localizaron a Sharon sentada debajo de una sombrilla, leyendo un libro.
–Esto es precioso, ¿verdad? – dijo Denise, sonriendo mientras contemplaba el panorama.
Sharon levantó la vista de su libro y sonrió. – Es el paraíso.
Holly miró alrededor para ver si Gerry estaba allí. No, no había rastro de él. La playa estaba llena de parejas: parejas poniéndose mutuamente crema solar, parejas paseando cogidas de la mano por la orilla, parejas jugando a palas y, justo delante de su tumbona, una pareja tomaba el sol acurrucada. Holly no tuvo tiempo de deprimirse, ya que Denise se había quitado el vestido de tirantes y daba brincos por la arena caliente, luciendo un brevísimo tanga de piel de leopardo.
–¿Alguna de vosotras me pondría bronceador solar?
Sharon dejó el libro a un lado y la miró por encima de la montura de sus gafas de leer.
–Yo misma, pero el trasero y las tetas te los embadurnas tú solita.
–Maldita sea -bromeó Denise-. No te preocupes, ya encontraré a alguien para eso. – Se sentó en la punta de la tumbona de Sharon y ésta comenzó a aplicarle la crema-. ¿Sabes qué, Sharon?
–¿Qué?
–Te quedará una marca espantosa si no te quitas ese pareo. Sharon se miró el cuerpo y se bajó un poco más la faldita.
–¿Qué marca? Nunca me pongo morena. Tengo una piel irlandesa de primera calidad, Denise. ¿No te has enterado de que el color azul es lo último en bronceado?
Holly y Denise rieron. Por más que Sharon había intentado broncearse año tras año, siempre terminaba quemándose y pelándose. Finalmente había renunciado a ponerse morena, aceptando la inevitable palidez de su piel.
–Además, últimamente estoy hecha una foca y no me gustaría espantar al personal.
Holly miró a su amiga con fastidio por lo que acababa de decir. Había ganado un poco de peso, pero en absoluto estaba gorda.
–¿Pues entonces por qué no vas a la piscina y espantas a todos esos alemanes? – bromeó Denise.
–Ay, sí. Mañana tenemos que levantarnos más temprano para coger sitio en la piscina. La playa resulta aburrida al cabo de un rato -sugirió Holly. – No te preocupes. Venceremos a los alemanes -aseguró Sharon, imitando el acento alemán.
Pasaron el resto del día descansando en la playa, zambulléndose de vez en cuando en el mar para refrescarse. Almorzaron en el bar de la playa y, tal como habían planeado, se dedicaron a holgazanear. Poco a poco Holly notó cómo el estrés y la tensión iban abandonando sus músculos y durante unas horas se sintió libre.
Aquella noche se las ingeniaron para evitar a la Brigada Barbie y disfrutaron de la cena en uno de los numerosos restaurantes que jalonaban una concurrida calle cercana al complejo residencial.
–No puedo creer que sean las diez y que estemos regresando al apartamento -dijo Denise, mirando con avidez la gran variedad de bares que las rodeaba. Los locales y las terrazas estaban atestados de gente y la música vibraba en todos los establecimientos, mezclándose hasta formar un inusual sonido ecléctico. Holly casi sentía el suelo latir bajo sus pies. Paseaban en silencio, absortas en las visiones, los sonidos y los olores que les llegaban de todas partes. Las luces de neón parpadeaban y zumbaban reclamando la atención de posibles clientes. En la calle los dueños de los bares competían entre sí para convencer a los transeúntes ofreciendo folletos, copas gratis y descuentos.
Cuerpos jóvenes y bronceados se agrupaban en las mesas exteriores, paseando con seguridad por la calle e impregnando el aire de olor a crema solar de coco. Al ver el promedio de edad de la concurrencia, Holly se sintió vieja.
–Bueno, podemos ir a un bar a tomar una copa, si quieres -dijo Holiy con escaso entusiasmo, observando a unos jovencitos que bailaban en la calle. Denise se detuvo y recorrió los bares con la mirada para elegir uno.
–Hola, preciosa. – Un hombre muy atractivo se paró ante Denise y sonrió para mostrar sus impecables dientes blancos. Hablaba con acento inglés-. ¿Te vienes a tomar algo conmigo? – propuso indicando un bar.
Denise contempló al hombre un momento, sumida en sus pensamientos. Sharon y Holly sonrieron con complicidad al constatar que, después de todo, Denise no se acostaría temprano. De hecho, conociéndola, quizá no se acostaría en toda la noche.
Finalmente Denise salió de su trance.
–No, gracias, ¡tengo novio y le quiero! – anunció orgullosa-. ¡Vámonos, chicas! – dijo a Holly y Sharon, dirigiéndose hacia el hotel.
Las dos permanecieron inmóviles en medio de la calle, atónitas. Tuvieron que correr para alcanzarla.
–¿Qué hacíais ahí boquiabiertas? – inquirió Denise con picardía.
–¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga devoradora de hombres? – preguntó Sharon a su vez, muy impresionada.
–Vale. – Denise levantó las manos y sonrió-. Puede que quedarse soltera no sea tan bueno como lo pintan.
–Desde luego que no», se dijo Holly. Bajó la mirada y fue dando patadas a una piedra por el camino mientras volvían al apartamento.
–Te felicito, Denise -dijo Sharon, cogiendo a su amiga por la cintura. Se produjo un silencio un tanto incómodo y Holly oyó la música que iba alejándose lentamente, dejando sólo el ritmo sordo del bajo en la distancia. – Esa calle me ha hecho sentir vieja -dijo Sharon de pronto.
–¡A mí también! – convino Denise con expresión de asombro-. ¿Desde cuándo sale de copas la gente tan joven?
Sharon se echó a reír.
–Denise, no es que la gente sea más joven, somos nosotras las que nos hacemos mayores.
Denise meditó un instante y luego dijo:
–Bueno, tampoco es que seamos viejas, por el amor de Dios. Aún no nos ha llegado el momento de colgar las zapatillas de baile y coger el bastón. Podríamos pasar toda la noche de parranda si nos apeteciera, es sólo que… estamos cansadas. Hemos tenido un día muy largo… Oh, Dios, parezco una anciana. Denise se quedó sola divagando, puesto que Sharon estaba pendiente de Holly que, cabizbaja, seguía dando patadas a la misma piedra por el camino.
–Holly, ¿estás bien? Hace rato que no abres la boca.
Sharon estaba preocupada.
–Sí, sólo estaba pensando -susurró Holly sin levantar la cabeza.
–¿Pensando en qué? – preguntó Sharon en voz baja.
Holly levantó la cabeza de golpe y respondió: -En Gerry. Estaba pensando en Gerry.
–Bajemos a la playa -propuso Denise, y se quitaron los zapatos para hundir los pies en la arena fría.
El cielo estaba despejado y se veía negro azabache. Un millón de estrellas titilaba en el firmamento como si alguien hubiese arrojado purpurina sobre un inmenso telón negro. La luna llena descansaba apoyada en el horizonte, reflejando su luz en el agua y mostrando la frontera entre el cielo y el mar. Las tres se sentaron en la orilla. El agua chapaleaba a sus pies, serenándolas, relajándolas. El aire tibio mezclado con una brisa fresca pasó rozando a Holly poniéndole el vello de punta. Cerró los ojos y respiró hondo para llenar los pulmones de aire fresco.
–Por eso te hizo venir aquí, ¿sabes? erijo Sharon, observando cómo se relajaba su amiga.
Holly mantuvo los ojos cerrados y sonrió.
–Hablas muy poco de él, Holly -añadió Denise con voz serena mientras con el dedo hacía dibujos en la arena.
Holly abrió los ojos lentamente. Su voz sonó baja pero afectuosa y aterciopelada.
–Ya lo sé.
Denise levantó la vista de los círculos dibujados en la arena. – ¿Por qué?
La mirada de Holly se perdió en la negrura del mar.
–No sé cómo hacerlo. – Vaciló un momento-. Nunca sé si decir «Gerry era» o «Gerry es». No sé si estar triste o contenta cuando hablo de él con otras personas. Creo que si estoy contenta, ciertas personas me juzgan y esperan que me eche a llorar. Y si me pongo triste al hablar de él la gente se incomoda. – Siguió contemplando el mar oscuro que brillaba a lo lejos bajo la Luna y, cuando volvió a hablar, lo hizo en voz aún más baja-. En una conversación no puedo reírme de él como hacía antes porque resulta feo. No puedo hablar sobre las cosas que me contó en confianza porque no quiero revelar sus secretos, ya que por algo eran sus secretos. La verdad es que no sé cómo referirme a su recuerdo cuando charlamos. Y eso no significa que no me acuerde de él aquí -dijo dándose unos golpecitos en la sien.
Las tres amigas estaban sentadas en la arena con las piernas cruzadas. John y yo hablamos de Gerry continuamente. – Sharon miró a Holly con los ojos brillantes-. Comentamos las ocasiones en que nos hizo reír, que fueron muchas. – Las tres rieron al recordarlo-. Incluso hablamos de las veces en que nos peleamos. Cosas que nos gustaban de él y cosas que realmente nos fastidiaban -prosiguió Sharon-. Porque para nosotros Gerry era así. No todo era bueno. Lo recordamos todo de él, y no hay absolutamente nada de malo en ello. Tras unos segundos de silencio, Denise dijo con voz temblorosa: -Ojalá mi Tom hubiese conocido a Gerry.
Holly la miró sorprendida.
–Gerry también era mi amigo -dijo Denise con los ojos llenos de lágrimas-. Y Tom ni siquiera lo conoció. Así que a menudo le cuento cosas sobre Gerry para que sepa que, no hace mucho, uno de los hombres más buenos de este planeta era mi amigo, y que pienso que todo el mundo debería haberle conocido. – El labio le tembló y se lo mordió con fuerza-. Me cuesta creer que alguien a quien quiero tanto y que lo sabe todo sobre mí no conozca a un amigo a quien quise durante más de diez años.
Una lágrima rodó por la mejilla de Holly, que se acercó a Denise y la abrazó. – Pues entonces, Denise, tendremos que seguir contándole cosas de Gerry a Tom, ¿verdad?
A la mañana siguiente no se molestaron en acudir a la reunión con la responsable de las vacaciones, puesto que no tenían intención de apuntarse a ninguna excursión ni de participar en ninguna estúpida competición deportiva. En su lugar, se levantaron temprano y participaron en el baile de la tumbona, corriendo alrededor de la piscina para arrojar las toallas con la intención de asegurarse un sitio para la jornada. Por desgracia, no consiguieron madrugar lo suficiente. («¿Es que nunca duermen estos malditos alemanes?», soltó Sharon.) Finalmente, después de que Sharon apartara a hurtadillas unas cuantas toallas de tumbonas que nadie vigilaba, consiguieron tres tumbonas contiguas.
Justo cuando Holly se estaba quedando dormida oyó unos gritos ensordecedores y vio que la multitud corría junto a ella. Por alguna inexplicable razón, a Gary, uno de los empleados del operador turístico, se le había ocurrido que sería muy divertido vestirse de drag queen y que Victoria lo persiguiera alrededor de la piscina. Toda la gente de la piscina los alentaba a gritos mientras las chicas ponían los ojos en blanco. Al final Victoria alcanzó a Gary y ambos se las ingeniaron para caer juntos al agua con gran estrépito.
Todo el mundo aplaudió.
Poco después, mientras Holly nadaba tranquilamente, una mujer anunció a través de un micrófono inalámbrico que llevaba colgado de la cabeza que dentro de cinco minutos iba a dar comienzo la sesión de aeróbic acuático. Victoria y Gary, con la inestimable cooperación de la Brigada Barbie, fueron de tumbona en tumbona obligando a todo el mundo a levantarse para participar. – ¡A ver cuándo dejáis de incordiar! – oyó Holly que Sharon gritaba a un miembro de la Brigada Barbie que pretendía tirarla a la piscina. Holly no tardó en verse obligada a salir del agua ante la llegada de un rebaño de hipopótamos que se disponía a zambullirse para su sesión de aeróbic acuático. Las tres amigas permanecieron sentadas durante una interminable sesión de media hora de aeróbic acuático, mientras la instructora dirigía los movimientos a voz en grito por megafonía. Cuando por fin terminó, anunciaron que estaba a punto de comenzar el torneo de waterpolo. Así pues las chicas se pusieron de pie de inmediato y se dirigieron a la playa en busca de paz y tranquilidad.
–¿Has vuelto a tener noticias de los padres de Gerry Holly? – preguntó Sharon. Ambas estaban tumbadas en sendas colchonetas hinchables, flotando a la deriva cerca de la orilla.
–Sí, me mandan una postal cada tantas semanas para decirme dónde están y cómo les va.
–¿Todavía están en ese crucero?
–Sí.
–¿Los echas de menos?
–Si quieres que te diga la verdad, me parece que ya no me consideran parte de su vida. Su hijo se ha ido y no tienen nietos, así que no creo que sientan que seguimos siendo familia.
–No digas tonterías, Holly. Estabas casada con su hijo y eso te convierte en su nuera. Es un vínculo muy fuerte.
–Qué quieres que te diga -musitó Holly-. Me parece que con eso no les basta.
–Son un poco reticentes, ¿verdad?
–Sí, mucho. No soportaban que Gerry y yo viviéramos «en pecado», como solían decir. Se morían de ganas de que nos casáramos. ¡Y luego todavía fue peor! Nunca comprendieron que no quisiera cambiarme el apellido.
–Es verdad. Ya me acuerdo -dijo Sharon-. Su madre me estuvo dando la lata con eso el día de la boda. Decía que la mujer tenía el deber de cambiarse el apellido como señal de respeto al marido. ¿Te imaginas? ¡Qué cara! Holly se echó a reír.
–En fin, estás mucho mejor sin ellos -aseguró Sharon.
–Hola, chicas -saludó Denise, acercándose en su colchoneta.
–¡Oye! ¿Dónde te habías metido? – preguntó Holly.
–Ah, estaba charlando con un tipo de Miami. Muy majo, por cierto. – ¿Miami? Ahí es donde fue Daniel de vacaciones -dijo Holly, sumergiendo los dedos en el agua azul claro.
–Hummm… -terció Sharon-. Daniel sí que es majo, ¿verdad?
–Sí, es muy agradable -convino Holly-. Da gusto hablar con él. – Tom me contó que lo pasó muy mal no hace mucho -dijo Denise, volviéndose para ponerse panza arriba.
Sharon aguzó el oído al detectar un posible cotilleo. – ¿Y eso?
–Creo que iba a casarse con su novia y resultó que la muy zorra se acostaba con otro. Por eso se mudó a Dublín y compró el pub, para alejarse de ella.
–Ya lo sabía, es espantoso, ¿no? – dijo Holly, apenada.
–¿Por qué, dónde vivía antes? – preguntó Sharon.
–En Galway. Era encargado de un pub de allí -explicó Holly.
–Vaya -dijo Sharon, sorprendida-. No tiene acento de Galway.
–Bueno, se crió en Dublín y se alistó en el ejército, luego lo dejó y se mudó a Galway, donde su familia tenía un pub; después conoció a Laura, estuvieron juntos siete años y se prometieron en matrimonio, pero ella le ponía los cuernos, así que rompieron y él regresó a Dublín y compró el Hogan's…
–Holly se quedó sin aliento.
–Ya veo que apenas sabes nada sobre su vida -se burló Denise. – Mira, si tú y Tom nos hubieseis prestado un poquito más de atención la otra noche en el pub ahora tal vez no sabría tantas cosas sobre él -replicó Holly con buen humor.
Denise exhaló un hondo suspiro.
Jesús, cuánto echo de menos a Tom -susurró apenada.
–¿Ya se lo has dicho a ese tipo de Miami? – Sharon sonrió.
–No, sólo estábamos, charlando -aseguró Denise a la defensiva-. A decir verdad, no me interesa radie más. Es muy extraño, es como si ni siquiera pudiera ver a los demás hombres. Me refiero a que ni siquiera me fijo en ellos. Y dado que estamos rodeadas por cientos de tíos medio desnudos, creo que eso es decir mucho.
–He oído que a eso lo llaman amor, Denise -contestó Sharon, esbozando una sonrisa.
–Bueno, sea lo que sea, nunca había sentido nada parecido.
–Es una sensación estupenda -agregó Holly.
Guardaron silencio un rato, sumidas en sus pensamientos, dejándose acunar por el suave balanceo de las olas.
–¡Joder! – exclamó Denise de repente, asustando a las otras dos-. ¡Mirad qué lejos estamos!
Holly se incorporó de inmediato y miró alrededor. Estaban tan alejadas de la orilla que la gente de la playa parecían hormiguitas.
–¡Mierda! – exclamó Sharon asustada, y Holly comprendió que tenían un problema.
–¡Todas a nadar, deprisa! – gritó Denise, y las tres se tumbaron boca abajo y comenzaron a remar con todas sus fuerzas. Al cabo de unos minutos, se dieron por vencidas. Estaban agotadas. Para su horror, constataron que estaban aún más lejos que antes.
De nada servía remar, la corriente era demasiado intensa y las olas demasiado altas.
–No creo que puedan oírnos -dijo Holly, los ojos llenos de lágrimas.
–¿Cómo hemos podido ser tan estúpidas? – soltó Sharon, y siguió divagando sobre los peligros de las colchonetas en el mar.
–Oh, déjalo ya, Sharon -le espetó Denise-. Ahora estamos aquí, así que vamos a gritar a la vez a ver si así nos oyen.
Las tres se aclararon la garganta y se incorporaron todo lo que pudieron sin hundir las colchonetas más de la cuenta.
–Muy bien, uno, dos, tres… ¡Socorro! – gritaron al unísono, y agitaron los brazos frenéticamente.
Finalmente dejaron de gritar y contemplaron en silencio los puntitos de la playa para ver si habían conseguido algo. No percibieron ningún movimiento alentador.
–Por favor, decidme que no hay ningún tiburón por aquí -gimoteó Denise.
–Oh, venga, Denise -le espetó Sharon con enojo-. justo lo que necesitábamos que nos recordaras.
Holly tragó saliva y miró el agua, la misma que ahora se había oscurecido. Saltó de la colchoneta para ver lo profunda que era y, cuando se sumergió, el corazón comenzó a latirle con fuerza. La situación era delicada. Sharon y Holly intentaron nadar arrastrando las colchonetas, mientras Denise seguía soltando alaridos espeluznantes.
–Por Dios, Denise -rogó Sharon-, lo único que va a contestar a eso será un delfín.
–No es por nada, guapa, pero será mejor que dejéis de nadar de una vez. Lleváis no sé cuánto rato dándole y no os habéis movido de mi lado.
Holly paró de nadar y levantó la vista. Denise estaba mirándola.
–¡Oh! – Holly procuró contener el llanto-. Sharon, más vale que paremos y conservemos las fuerzas.
Sharon obedeció, las tres se acurrucaron en sus respectivas colchonetas y lloraron. Lo cierto era que poco más podían hacer, pensó Holly, sintiendo auténtico pánico. Habían intentado pedir ayuda, pero el viento se llevaba sus voces en la dirección opuesta; habían intentado nadar, lo que también había resultado del todo inútil, ya que la corriente era demasiado fuerte. Empezaba a hacer frío y el mar se veía cada vez más oscuro y amenazador. En menuda situación estúpida se habían metido. Pese al miedo y la preocupación, Holly se sorprendió al sentirse completamente humillada.
No sabía si reír o llorar, y una inusual combinación de ambas cosas comenzó a salir de su boca, haciendo que Sharon y Denise dejaran de llorar y la miraran como si tuviera diez cabezas.
–Al menos sacaremos algo bueno de esto -aseguró Holly, medio riendo medio llorando.
–¿Hay algo bueno? – preguntó Sharon enjugándose las lágrimas.
–Las tres siempre hemos hablado de ir a África. – Rió como una loca y luego agregó-: Por el cariz que están tomando las cosas, diría que ya estamos a medio camino.
Las chicas otearon el horizonte en dirección a su nuevo destino. – Desde luego es un medio de transporte barato -secundó Sharon. Denise las miraba como si hubiesen perdido el juicio, y a ellas les bastó verla tendida en mitad del océano, desnuda salvo por el minúsculo tanga de piel de leopardo y con los labios morados, para que les entrara un ataque de risa.
–¿Qué pasa? – inquirió Denise, abriendo mucho los ojos.
–Diría que tenemos un problema muy muy profundo ahora mismo -farfulló Sharon entre risas.
–Y que lo digas -convino Holly-. Nos sobrepasa de largo.
Siguieron riendo y llorando durante un rato, hasta que el ruido de una lancha que se acercaba hizo que Denise se incorporase y volviera a hacer señas frenéticamente. Sharon y Holly rieron aún más al ver el pecho de Denise agitándose arriba y abajo mientras saludaba a los socorristas.
–Es como cualquiera de nuestras noches de parranda se mofó Sharon, sin dejar de mirar a su amiga medio desnuda en brazos de un socorrista musculoso que la subía a la lancha.
–Me parece que sufren un shock -dijo un socorrista al otro mientras subían a las otras dos chicas histéricas a la lancha.
–¡Rápido, salvemos las colchonetas! – consiguió gritar Holly en pleno ataque de risa.
–¡Colchoneta al agua! – vociferó Sharon.
Los socorristas cruzaron una mirada de preocupación mientras las envolvían con mantas y regresaban a toda prisa a la orilla.
Al aproximarse a la playa, vieron que se congregaba una multitud. Las chicas se miraron entre sí y rieron aún con más ganas. Cuando las bajaron de la lancha, hubo una gran salva de aplausos. Denise se volvió e hizo una reverencia.
–Ahora aplauden, pero ¿dónde estaban cuando los necesitábamos? – les espetó Sharon.
–Traidores. – Holly se echó a reír.
–¡Están allí! – Oyeron el conocido alarido de Cindy, que se abría paso entre el gentío al frente de la Brigada Barbie-. ¡Oh, Dios mío! – gritó-. Lo he visto todo con mis prismáticos y he avisado a los socorristas. ¿Estáis bien? – preguntó mirándolas con inquietud.
–Muy bien, gracias -dijo Sharon con suma seriedad-. Hemos tenido mucha suerte. Las pobres colchonetas no pueden decir lo mismo.
Al oír esto, Holly y Denise rompieron a reír y tuvieron que llevárselas medio en volandas a que las viera un médico.
Cuando por la noche se dieron cuenta de la gravedad de lo que les había ocurrido, su humor cambió radicalmente. Guardaron silencio durante casi toda la cena, pensando en la suerte que habían tenido al ser rescatadas y odiándose por ser tan descuidadas. Denise se retorcía incómoda en la silla y Holly se fijó en que apenas había probado la comida.
–¿Qué te pasa? – preguntó Sharon tras sorber un espagueti que le manchó de salsa toda la cara.
–Nada -contestó Denise, llenando tranquilamente el vaso de agua. Volvieron a guardar silencio.
–Perdonad, tengo que ir al baño.
Denise se levantó y fue hacia los lavabos caminando con torpeza.
Sharon y Holly se miraron y fruncieron el entrecejo. – ¿Qué crees que le pasa? – preguntó Holly. Sharon se encogió de hombros.
–Bueno, se ha bebido unos diez litros de agua durante la cena, así que no es de extrañar que no pare de ir al lavabo -exageró.
–Quizás está enfadada con nosotras por haber perdido un poco el control esta mañana.
Sharon volvió a encogerse de hombros y siguieron comiendo en silencio. Holly había reaccionado de forma un tanto extraña en el mar y le fastidiaba pensar por qué lo había hecho. Tras el pánico inicial al pensar que iba a morir, le había entrado un vértigo febril al darse cuenta de que, si en efecto moría, creía sinceramente que se reuniría con Gerry. La irritaba pensar que no le había importado morir. Era una idea egoísta. Necesitaba cambiar la perspectiva que tenía de la vida.
Denise hizo una mueca al sentarse.
–¿Se puede saber qué te pasa, Denise? – preguntó Holly.
–No pienso decíroslo porque os reiréis de mí -contestó Denise de manera un tanto pueril.
–Vamos, mujer, somos tus amigas, no nos reiremos -aseguró Holly, intentando reprimir una sonrisa.
–He dicho que no -replicó Denise, llenando el vaso de agua otra vez. – Venga, Denise, sabes que puedes contarnos lo que sea. Prometemos no reír.
Sharon habló con tal seriedad que Holly se sintió mal por sonreír. Denise observó sus rostros, tratando de decidir si eran de fiar. – Está bien -dijo al fin, y murmuró algo en voz muy baja.
–¿Qué? – inquirió Holly, acercándose.
–No te hemos oído, cariño. Lo has dicho muy bajo -dijo Sharon, arrimando más su silla.
Denise inspeccionó el restaurante para asegurarse de que no había nadie escuchando e inclinó la cabeza hacia delante.
–He dicho que se me ha quemado el trasero de estar tanto rato tendida en el mar.
–Oh -musitó Sharon, apoyándose bruscamente contra el respaldo de la silla.
Holly apartó la vista para no cruzar una mirada con Sharon y se puso a contar los panecillos de la panera, procurando no pensar en lo que acababa de decir Denise. Se produjo un prolongado silencio.
–¿Lo veis? Ya os he dicho que os reiríais-dijo Denise, enojada. – Oye, no nos estamos riendo -replicó Sharon con voz temblorosa. Hubo otro silencio.
Holly no pudo contenerse.
–Asegúrate de ponerte mucha crema para que no se te pele. Fue la gota que colmó el vaso. Sharon y Holly rompieron a reír.
Denise se limitó a asentir con la cabeza mientras aguardaba a que terminaran de reír. Tuvo que esperar un buen rato. De hecho, horas más tarde, mientras estaba tendida en el sofá cama intentando conciliar el sueño, seguía aguardando. Lo último que oyó antes de caer dormida fue un agudo comentario de Holly:
–Asegúrate de dormir boca abajo, Denise. A lo que siguieron más risas.
–Oye, Holly -susurró Sharon cuando por fin se serenaron-, ¿estás nerviosa por lo de mañana?
–¿Qué quieres decir? – preguntó Holly, bostezando.
–¡La carta! – replicó Sharon, sorprendida de que Holly no lo recordara de inmediato-. No me digas que te habías olvidado.
Holly metió la mano debajo de la almohada y palpó hasta encontrar la carta. Dentro de una hora podría abrir la sexta carta de Gerry. Claro que lo recordaba.
A la mañana siguiente las arcadas de Sharon vomitando en el cuarto de baño despertaron a Holly. Fue a su encuentro y le frotó la espalda y le retiró el pelo de la cara.
–¿Estás bien? – preguntó preocupada cuando Sharon por fin terminó.
–Sí, son los malditos sueños que he tenido toda la noche. He soñado que estaba en una barca, en una colchoneta y en toda clase de objetos flotantes. Me parece que al final me he mareado.
–Yo también he soñado con eso. Menudo susto nos llevamos ayer, ¿eh? Sharon asintió con la cabeza.
–No pienso bañarme nunca más con una colchoneta-dijo sonriendo débilmente.
Denise se presentó en la puerta del lavabo con el biquini ya puesto. Había tomado prestado uno de los pareos de Sharon para taparse el trasero quemado y Holly tuvo que morderse la lengua para no tomarle el pelo otra vez, puesto que estaba muy claro que le molestaba mucho.
Cuando bajaron a la piscina, Sharon y Denise se reunieron con la Brigada Barbie. Era lo menos que podían hacer, ya que habían sido ellas quienes habían avisado a los socorristas. Holly no comprendía cómo había sido capaz de dormirse antes de medianoche. Había planeado levantarse sin hacer ruido para no despertar a las otras y salir a la terraza a leer la carta. Aún no se explicaba cómo era posible que se hubiese dormido a pesar de la expectativa, pero en cualquier caso no se veía con fuerzas para charlar con la Brigada Barbie. Antes de verse atrapada en una conversación Holly avisó con señas a Sharon de que se marchaba y ésta le guiñó el ojo alentadoramente, ya que sabía por qué se escabullía su amiga. Holly se anudó el pareo a la cintura y se llevó consigo el bolso que contenía la importantísima carta.
Buscó un sitio alejado de los gritos entusiastas de los niños y adultos que jugaban en la playa y los altavoces que vomitaban los últimos éxitos de las listas. Encontró un rincón bastante tranquilo y se acomodó encima de la toalla para no tocar más la arena ardiente. Las olas rompían y se desplomaban. Las gaviotas intercambiaban chillidos en el cielo azul, volaban en picado y se zambullían para capturar su desayuno. Aunque era temprano, el sol ya calentaba.
Holly sacó cuidadosamente la carta del bolso, como si fuera el objeto más delicado del mundo. Acarició con la punta de los dedos la palabra «Agosto» escrita con muy buena letra. Absorbiendo los sonidos y olores que la rodeaban, rasgó con delicadeza el sobre y leyó el sexto mensaje de Gerry.
Hola, Holly:
Espero que estés pasando unas vacaciones maravillosas. ¡Estás muy guapa con ese biquini, por cierto! Espero haber acertado al elegir el sitio, es el mismo al que casi fuimos tú y yo de luna de miel, ¿recuerdas? Bueno, me alegro de que finalmente tú lo hayas visto…
Según parece, si vas hasta las rocas que hay al final de la playa hacia la izquierda desde tu hotel y miras al otro lado, verás un faro. Me han dicho que allí es donde se reúnen los delfines… y que muy poca gente lo sabe. Como sé que adoras a los delfines… salúdalos de mi parte…
Posdata: te amo, Holly…
Con manos temblorosas, Holly metió la carta en el sobre y lo guardó en un bolsillo con cremallera de su bolso. Sentía la mirada de Gerry sobre ella mientras se levantaba y doblaba la toalla. Sentía su presencia. Se encaminó hasta el final de la playa, que quedaba interrumpida por un acantilado. Se calzó las zapatillas de deporte y comenzó a trepar por las rocas para ver qué había al otro lado.
Y allí estaba.
Exactamente donde Gerry lo había descrito, el faro se erguía como si fuese una especie de linterna apuntando hacia el cielo. Descendió con cuidado entre las rocas y se adentró en la pequeña cala. Ahora estaba a solas. Era como estar en una playa privada. Y entonces los oyó. Chillidos de delfines jugando cerca de la orilla, ajenos a la presencia de los turistas que había en las playas vecinas. Holly se dejó caer en la arena para ver cómo jugaban y hablaban entre sí.
Gerry se sentó a su lado.
Puede que incluso le estrechara la mano.
Holly estaba bastante contenta de regresar a Dublín, relajada y morena. Justo lo que el médico había prescrito. Aunque eso no impidió que chasqueara la lengua cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Dublín bajo una intensa lluvia. Esta vez los pasajeros no aplaudieron ni soltaron vítores y el aeropuerto parecía un lugar muy distinto del que habían visto una semana antes. Una vez más, Holly fue el último pasajero en recibir su equipaje y una hora después salieron, apenadas y melancólicas, en busca de John, que las esperaba en el coche.
–Vaya, al parecer el duende no ha trabajado más en tu jardín mientras estabas fuera -dijo Denise, mirando el jardín cuando John detuvo el coche delante de casa de Holly.
Holly se despidió de sus amigas con un abrazo y un beso y se dirigió a la casa, grande y silenciosa. Dentro reinaba un espantoso olor a humedad y fue hasta la puerta de la cocina que daba el patio para abrirla y que circulara el aire.
Mientras giraba la llave en la cerradura miró hacia fuera y se quedó atónita.
El jardín trasero estaba impecable.
El césped cortado. Ni una mala hierba. Los muebles pulidos y barnizados. Una mano reciente de pintura relucía en las tapias. Había flores nuevas plantadas y en el rincón, bajo la sombra del roble, un banco de madera. Holly no salía de su asombro. ¿Quién demonios estaba detrás de aquello?
Ahora que volvía a estar en casa no se sentía exactamente aburrida de la vida pero tampoco rebosante de alegría. Su vida le parecía… vacía y sin sentido. Las vacaciones le habían servido de meta, pero ahora no acababa de ver ningún motivo de peso para levantarse de la cama por la mañana. Y puesto que estaba tomándose un descanso de las amigas, lo cierto era que no tenía con quién hablar. Sólo le quedaba la conversación que pudiera mantener con sus padres. Comparado con el calor sofocante de Lanzarote, el tiempo en Dublín era húmedo y feo, lo que significaba que ni siquiera podía dedicarse a mantener su hermoso bronceado ni a disfrutar de su nuevo jardín trasero.
Algunos días ni siquiera se levantaba de la cama, conformándose con ver la televisión y aguardar… Aguardaba el próximo sobre de Gerry, preguntándose en qué viaje la embarcaría esta vez. Sabía que sus amigas no aprobarían aquella actitud después de haberse mostrado tan positiva durante las vacaciones, pero cuando Gerry estaba vivo ella vivía para él y ahora que se había ido vivía para sus mensajes. Todo giraba en torno a él. Creía sinceramente que su sino había sido conocer a Gerry y disfrutar del privilegio de estar juntos hasta el fin de sus días. ¿Cuál era su destino ahora? Sin duda tendría alguno, a no ser que en las alturas hubiesen cometido un error administrativo.
Lo único que se le ocurrió que sí podía hacer era atrapar al duende. Después de interrogar de nuevo a los vecinos seguía sin saber nada sobre su misterioso jardinero, e incluso comenzaba a pensar que el asunto obedecía a un lamentable error. Finalmente se convenció de que un jardinero se había confundído y había trabajado en el jardín equivocado, de modo que cada día abría el buzón esperando encontrar una factura que se negaría a pagar. Pero no llegó ninguna factura, al menos no de esa clase. De hecho, recibía montones de ellas por otros conceptos, y el dinero se había convertido en un problema. Estaba de créditos hasta las cejas, facturas de luz, facturas de teléfono, facturas de seguros… todo lo que llegaba a través de la puerta eran malditas facturas y no tenía idea de cómo iba a seguir pagándolas. Aunque tampoco le importaba demasiado: se había vuelto impermeable a los problemas irrelevantes de la vida. Sólo soñaba con imposibles.
Un buen día, Holly advirtió que el duende no había vuelto a las andadas. Sólo cuidaba del jardín cuando ella no estaba en casa. De modo que se levantó temprano y fue en coche hasta la vuelta de la esquina. Regresó a pie y se instaló en la cama, dispuesta a presenciar la aparición del jardinero misterioso. Al cabo de tres días de repetir esta estrategia, por fin dejó de llover y el sol comenzó a brillar de nuevo. Holly estaba a punto de perder la esperanza de resolver el misterio cuando de súbito oyó que alguien se aproximaba por el jardín. Saltó de la cama, asustada, sin saber qué debía hacer, a pesar de haber pasado varios días planeándolo. Espió por el alféizar de la ventana y vio a un niño de unos doce años que avanzaba por el sendero tirando de un cortacésped. Se puso el batín de Gerry aunque le iba muy holgado y corrió escaleras abajo sin importarle el aspecto que tenía.
Abrió la puerta de golpe y el niño se llevó un buen susto. Se quedó boquiabierto con el brazo paralizado, el dedo a punto de pulsar el timbre.
–¡Ajá! – exclamó Holly, encantada-. ¡Creo que he atrapado a mi duendecillo!
El niño boqueaba como un pez en un acuario. Era evidente que no sabía qué decir. Finalmente hizo una mueca como si fuese a romper a llorar y gritó: -¡Papá!
Holly recorrió la calle con la mirada en busca del padre y decidió sonsacar al niño toda la información que pudiera antes de que llegara el adulto. – Así pues, eres tú quien ha estado trabajando en mi jardín.
Holly cruzó los brazos sobre el pecho. El niño negó enérgicamente con la cabeza y tragó saliva.
–No tienes por qué negarlo -agregó Holly con más amabilidad-, ya te he pillado. – Señaló el cortacésped con el mentón.
El niño se volvió para mirar la máquina y gritó de nuevo: -¡Papá!
El padre cerró con un portazo su furgoneta y se encaminó a la casa. – ¿Qué te pasa, hijo?
Apoyó el brazo en los hombros del niño y miró a Holly como pidiendo una explicación.
Holly no iba a caer en aquella trampa.
–Le estaba preguntando a su hijo sobre el asunto que usted se trae entre manos.
–¿Qué asunto? – inquirió el hombre, enojado.
–El de trabajar en mi jardín sin permiso, confiando en que luego le pagaré. Estoy al corriente de esta clase de cosas.
Holly puso los brazos en jarras, dispuesta a dejar claro que no iban a tomarle el pelo tan fácilmente.
El hombre se mostró confuso.
–Perdone, pero no sé de qué me está hablando, señora. Nosotros nunca hemos trabajado en su jardín.
Echó un vistazo al descuidado jardín delantero pensando que aquella mujer debía de estar loca.
–No me refiero a este jardín, sino a los arreglos de mi jardín trasero. – Sonrió y arqueó las cejas, pensando que lo había atrapado.
El hombre rió y luego dijo:
–¿Arreglos? ¿Está loca, señora? Nosotros sólo cortamos césped. ¿Ve esto? Es una máquina cortacésped, nada más. Lo único que hace es cortar el puñetero césped.
Holly bajó las manos de las caderas y poco a poco las metió en los bolsillos del batín. Quizás estuvieran diciendo la verdad.
–¿Seguro que nunca ha estado antes en mi jardín? – preguntó entornando los ojos.
–Señora, ni siquiera he trabajado en esta calle hasta ahora, y mucho menos en su jardín, y le aseguro que no pienso hacerlo en el futuro.
–Pero yo pensaba… -musitó Holly.
–Me importa un bledo lo que pensara -la interrumpió el hombre-. En adelante, procure tener las cosas más claras antes de aterrorizar a mi hijo. Holly miró al niño y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se tapó la boca con las manos, avergonzada.
–Lo siento mucho -se disculpó-. Espere un momento.
Corrió al interior de la casa para coger el bolso y metió su último billete de cinco en la mano rolliza del niño, a quien se le iluminó el semblante. – Muy bien, vámonos -dijo su padre, cogiendo a su hijo por los hombros antes de marcharse por el sendero.
–Papá, no quiero volver a hacer este trabajo -se quejó el niño mientras,e dirigían a la casa de al lado.
–Bah, no te preocupes, hijo. No te encontrarás con muchas locas como la de la bata.
Holly cerró la puerta y observó la imagen que le devolvía el espejo. Aquel hombre tenía razón, parecía una loca. Ahora sólo le faltaba tener la casa llena de gatos. El timbre del teléfono hizo que Holly apartara la vista del espejo. Diga?
–¡Hola! ¿Cómo estás? – preguntó Denise con voz alegre.
–Oh, más contenta que unas pascuas -contestó Holly con sarcasmo.
–¡Yo también!
–¿De verdad? ¿Y por qué estás tan contenta?
–Nada especial, sólo la vida en general.
Por supuesto, sólo la vida. La hermosa y maravillosa vida. Vaya pregunta más tonta.
–¿Y qué hay de nuevo? – preguntó Holly.
–Llamaba para invitarte a cenar fuera mañana. Ya sé que es un poco precipitado, así que si estás ocupada… ¡cancela los planes que tengas!
–Espera un momento que consulto la agenda -dijo Holly sarcásticamente.
–De acuerdo -dijo Denise en serio, y guardó silencio mientras esperaba. Holly puso los ojos en blanco.
–¡Vaya, mira por dónde! Creo que estoy libre mañana por la noche.
–¡Qué bien! – exclamó Denise, encantada-. Hemos quedado todos en Chang's a las ocho.
–¿Quiénes son todos?
–Irán Sharon y John y también algunos amigos de Tom. Hace siglos que no salimos juntos. ¡Será divertido!
–De acuerdo, pues hasta mañana entonces.
Holly colgó muy enojada. ¿Acaso Denise había olvidado por completo que ella seguía siendo una viuda en pleno luto y que la vida ya no le parecía nada divertida? Subió al dormitorio hecha una furia y abrió el armario ropero. ¿Qué trapo viejo y asqueroso se pondría la noche siguiente y cómo demonios se las arreglaría para pagar una cena cara? Apenas podía permitirse mantener el coche en la calle. Fue lanzando toda la ropa al otro extremo de la habitación gritando como una posesa, hasta que recobró la cordura. Quizás al día siguiente compraría esos gatos.
Se detuvo a medio camino y se hizo a un lado, ocultándose tras la pared. No estaba segura de poder enfrentarse con aquello. Le faltaban fuerzas para mantener a raya sus sentimientos. Echó un vistazo alrededor en busca de la mejor vía de escape; desde luego no podía marcharse por donde había entrado, ya que sin duda la verían. Vio una salida de emergencia al lado de la puerta de la cocina, la habían dejado abierta para mejorar la ventilación del local. En cuanto respiró aire fresco, se sintió libre otra vez. Atravesó el aparcamiento pensando qué excusa daría a Sharon y Denise.
–Hola, Holly.
Se quedó de una pieza y se volvió lentamente al comprender que la habían sorprendido in fraganti. Vio a Daniel apoyado contra un coche, fumando un cigarrillo.
–Qué tal, Daniel.
–Fue a su encuentro-. No sabía que fumaras.
–Sólo cuando estoy nervioso.
–¿Estás nervioso? – Se dieron un abrazo.
–Me estaba armando de valor para reunirme ahí dentro con el Sindicato de Parejas Felices.
Daniel señaló hacia el restaurante con el mentón. Holly sonrió.
–¿Tú también? Daniel se echó a reír.
–Bueno, si quieres no les diré que te he visto.
–¿Vas a entrar?
–De vez en cuando hay que apechugar -dijo Daniel, aplastando la colilla del cigarrillo con el pie.
–Supongo que tienes razón -convino Holly con aire reflexivo.
–No tienes que entrar si no te apetece. No quiero ser el causante de que pases una mala velada.
–Al contrario, será agradable contar con la compañía de otro corazón solitario. Somos muy pocos los que quedamos de nuestra especie.
Daniel rió y le ofreció el brazo. – ¿Vamos?
Holly se apoyó en su brazo y entraron lentamente en el restaurante. Resultaba reconfortante saber que no era la única que se sentía sola.
–Por cierto, tengo intención de largarme en cuanto terminemos el segundo plato -aclaró Daniel.
–Traidor -contestó Holly, dándole un codazo en broma-. En fin, yo también tengo que marcharme pronto si no quiero perder el último autobús. – Hacía unos días que no tenía dinero suficiente para llenar el depósito del coche.
–Pues entonces tenemos la excusa perfecta. Diré que tengo que irme pronto porque te acompaño a casa y que tienes que estar de vuelta a… ¿qué hora?
–¿Las once y media? – A las doce tenía previsto abrir el sobre de septiembre.
–Perfecto.
Daniel sonrió y se adentraron en el comedor, sintiéndose más valientes gracias a su complicidad.
–¡Aquí llegan! – anunció Denise cuando se aproximaron a la mesa. Holly se sentó al lado de Daniel, pegándose como una lapa a su coartada. – Perdonad el retraso -se disculpó.
–Holly, éstos son Catherine yThomas, Meter y Sue, Joanne y Paul, Tracey y Bryan, a John y Sharon ya los conoces, Geoffrey y Samantha y, por último pero no por ello menos importantes, éstos son Des y Simon.
Holly sonrió y saludó con la cabeza a todos.
–Hola, somos Daniel y Holly -parodió Daniel con agudeza, y Holly tuvo que aguantarse la risa.
–Ya hemos pedido, espero que no os importe-explicó Denise-. Pero traerán un montón de platos distintos que podemos compartir. ¿Os parece bien?
Holly y Daniel asintieron con la cabeza.
La mujer de al lado de Holly, cuyo nombre no recordaba, se volvió hacia ella y le habló en voz muy alta.
–Dime, Holly, ¿tú qué haces?
Daniel arqueó las cejas mirando a Holly.
–Perdona, ¿qué hago cuándo? – contestó Holly con seriedad. Detestaba a la gente entrometida. Detestaba las conversaciones que giraban en torno a lo que la gente hacía para ganarse la vida, sobre todo cuando se trataba de perfectos desconocidos que acababan de presentarle. Advirtió que Daniel temblaba de risa a su lado.
–¿Qué haces para ganarte la vida? – preguntó la mujer otra vez.
Holly se había propuesto darle una respuesta ingeniosa y un tanto grosera, pero de pronto cambió de idea al ver que las demás conversaciones se apagaban y todos se fijaban en ella. Miró alrededor un tanto incómoda y carraspeó con nerviosismo.
–Yo… bueno… ahora mismo estoy sin trabajo -confesó con voz temblorosa.
La mujer torció la boca y se quitó una miga de entre los dientes con un gesto de lo mas vulgar.
–¿Y tú qué haces? – preguntó Daniel, levantando la voz para romper el silencio.
–Oh, Geoffrey dirige su propio negocio -contestó la mujer, volviéndose con orgullo hacia su marido.
–Estupendo, pero ¿qué haces tú? – insistió Daniel.
La señora se mostró desconcertada al ver que Daniel no se daba por satisfecho con su respuesta.
–Bueno, ando todo el día ocupada haciendo un montón de cosas distintas. Cariño, ¿por qué no les cuentas lo que hacéis en la empresa?
Se volvió otra vez hacia su marido para apartar la atención de ella. El marido se inclinó hacia delante.
–No es más que un pequeño negocio.
Dio un mordisco a su panecillo, masticó lentamente y todos aguardaron hasta que se lo tragó para poder proseguir.
–Pequeño pero exitoso -agregó su esposa por él. Geoffrey por fin acabó de comerse el bocado de pan. – Hacemos parabrisas de coche y los vendemos a los mayoristas.
–Uau, qué interesante-dijo Daniel secamente.
–¿Y tú a qué te dedicas, Dermot? – preguntó la mujer, dirigiéndose a Daniel.
–Perdona, pero me llamo Daniel. Tengo un pub.
–Ya. – Asintió con la cabeza y miró hacia otra parte-. Qué tiempo tan malo estamos teniendo estos días, ¿verdad? – preguntó a la mesa.
Todos reanudaron sus conversaciones y Daniel se volvió hacia Holly. – ¿Qué tal las vacaciones?
–Oh, lo pasé de maravilla-contestó Holly-. Nos lo tomamos con calma y no hicimos más que descansar, nada de desenfrenos ni locuras. Justo lo que necesitabas -convino Daniel, sonriendo-. Me enteré de vuestra aventura marina.
Holly puso los ojos en blanco. Apuesto a que te lo contó Denise. Daniel asintió riendo.
–Bueno, seguro que te dio una versión exagerada.
–No tanto, la verdad, sólo me contó que estabais rodeadas de tiburones y que tuvieron que sacaron del mar con un helicóptero.
–¡No puede ser!
–Claro que no -dijo Daniel, y soltó una carcajada-. Aun así, ¡debíais de estar enfrascadas en una conversación muy jugosa para no daros cuenta de que ibais mar adentro a la deriva!
Holly se ruborizó un poco al recordar que habían estado hablando de él. – Atención todos -llamó Denise-. Probablemente os estaréis preguntando por qué Tom y yo os hemos invitado aquí esta noche.
–El eufemismo del año -murmuró Daniel, haciendo reír a Holly. – Bien, tenemos que anunciaron una cosa.
Miró a los presentes y sonrió. – ¡Una servidora y Tom vamos Holly se tapó la boca con las manos.
–A casarnos! – chilló Denise. Perpleja, Aquello la había cogido desprevenida.
–¡Oh, Denise! – exclamó con un grito ahogado, y rodeó la mesa para abrazarlos-. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Felicidades!
Holly miró el rostro de Daniel. Estaba blanco como la nieve. Descorcharon una botella de champán y todos levantaron la copa mientras Jemina y Jim o Samantha y Sam, o como quiera que se llamaran, proponían un brindis.
–¡Un momento! ¡Un momento! – Denise los detuvo justo antes de que empezaran-. Sharon, ¿no tienes copa?
Todos miraron a Sharon, que sostenía un vaso de zumo de naranja en la mano.
Aquí tienes -dijo Tom, llenándole una copa. – ¡No, no, no! No beberé, gracias -dijo Sharon.
–¿Por qué no? – vociferó Denise, disgustada porque su amiga no quería celebrar su compromiso.
John y Sharon se miraron a los ojos y sonrieron.
–Bueno, no queríamos decir nada porque ésta es la noche de Tom y Denise…
Todos la instaron a desembuchar.
–Bien… ¡Estoy embarazada! ¡John y yo vamos a tener un hijo!
A John se le humedecieron los ojos y Holly permaneció inmóvil en su silla. Aquello tampoco lo había previsto. Con los ojos llenos de lágrimas, fue a felicitar a Sharon y John. Luego volvió a sentarse y respiró hondo. Todo aquello era excesivo.
–¡Pues brindemos por el compromiso de Tom y Denise y por el bebé de Sharon y John!
Brindaron y Holly pasó el resto de la cena en silencio, sin apenas probar bocado.
–¿Quieres que adelantemos la retirada a las once? – propuso Daniel en un susurro. Holly asintió en silencio.
Después de la cena Holly y Daniel se excusaron por marcharse tan pronto, aunque en realidad nadie intentó convencerlos de que se quedaran un rato más. – ¿Cuánto dejo para la cuenta? – preguntó Holly a Denise.
–Nada, no te preocupes -contestó Denise, restándole importancia con un ademán.
–No seas tonta, no voy a dejar que pagues mi parte. ¿Cuánto es?
La mujer que tenía al lado cogió la carta y se puso a sumar los precios de los platos que habían pedido. Eran un montón y Holly apenas había comido. –
Bien, sale a unos cincuenta por cabeza, contando el vino y las botellas de champán. Holly tragó saliva y miró los treinta euros que llevaba en la mano. En aquel momento, Daniel le cogió la mano y tiró de ella para que se pusiera de pie.
–Venga, vámonos, Holly.
Holly fue a disculparse por no llevar consigo tanto dinero como creía, pero al abrir la palma de la mano vio que había un nuevo billete de veinte. Sonrió agradecida a Daniel y ambos se dirigieron al coche.
Circularon en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos sobre lo ocurrido durante la cena. Holly quería alegrarse por sus amigas, lo deseaba de veras, pero no podía evitar sentir que estaban dejándola atrás. Las vidas de todos progresaban y la suya no.
Daniel detuvo el coche delante de la casa de Holly. – ¿Te apetece entrar a tomar un té o lo que sea?
Holly estaba segura de que diría que no, por lo que se sorprendió al ver que Daniel se desabrochaba el cinturón de seguridad y aceptaba su ofrecimiento. Daniel le caía muy bien, era muy atento y siempre se divertía con él, pero en aquel momento deseaba estar a solas.
–Menuda nochecita, ¿eh? – dijo Daniel tras beber un sorbo de café. Holly meneó la cabeza con escepticismo.
–Daniel, conozco a esas chicas prácticamente de toda la vida y te aseguro que no esperaba nada de esto.
–Bueno, si te sirve de consuelo, yo hace años que conozco a Tom y no me había dicho ni pío.
–Aunque ahora que lo pienso, Sharon no bebió nada mientras estuvimos fuera. – No había escuchado ni una palabra de lo que le acababa de decir Daniel-. Y vomitó algunas mañanas, aunque dijo que se debía al mareo… -Se interrumpió mientras iba encajando las piezas mentalmente.
–¿El mareo? – preguntó Daniel, confuso.
–Sí, después de nuestra aventura en el mar -explicó Holly. – Ah, claro.
Esta vez ninguno de los dos rió.
–Qué curioso -dijo Daniel, acomodándose en el sofá. «Oh, no», pensó Holly, aquello significaba que no tenía intención de marcharse enseguida-. Mis colegas siempre decían que Laura y yo seríamos los primeros en casarnos -prosiguió Daniel-. Nunca se me ocurrió que Laura lo haría antes que yo. – ¿Va a casarse? – preguntó Holly con delicadeza.
Daniel asintió con la cabeza y desvió la mirada.
–Él también había sido amigo mío en otros tiempos. – Sonrió con cierta amargura.
–Obviamente ya no lo es.
–No. – Daniel negó con la cabeza-. Obviamente no.
–Lo siento.
–En fin, a todos nos toca nuestra justa ración de mala suerte. Tú lo sabes mejor que nadie, Holly.
–Sí, nuestra justa ración.
–Ya lo sé, no tiene nada de justa, pero no te preocupes. También nos llegará la buena suerte -aseguró Daniel.
–¿Tú crees?
–Eso espero.
Guardaron silencio un rato y Holly miró la hora en su reloj. Eran las doce y cinco. Necesitaba que Daniel se marchara para poder abrir el sobre. Daniel le leyó el pensamiento.
–¿Cómo te va con los mensajes de las alturas?
Holly se sentó en el borde del sillón y dejó el tazón en la mesa. – Bueno, la verdad es que tengo otro para abrir esta noche. Así que…
–De acuerdo -dijo Daniel, incorporándose. Se puso de pie sin más dilación y dejó la taza en la mesa-. Mejor no te hago esperar más.
Holly se mordió el labio sintiéndose culpable por haber sido tan brusca, aunque también aliviada de que por fin se marchara.
–Muchas gracias por acompañarme, Daniel -dijo conduciéndole a la entrada.
–No hay de qué.
Cogió la chaqueta y se dirigió a la puerta. Se despidieron con un breve abrazo.
–Hasta pronto -dijo Holly, sintiéndose como una auténtica bruja, y observó cómo iba hasta el coche bajo la lluvia. Se despidió con la mano y la culpabilidad se esfumó en cuanto cerró la puerta-. Muy bien, Gerry -dijo encaminándose a la cocina donde cogió el sobre de encima de la mesa-. ¿Qué me tienes reservado para este mes?
De hecho, estaba celosa de su buena suerte y se sentía enojada con las dos por seguir adelante sin ella. Incluso en compañía de amigos, en una habitación con mil personas, se sentiría sola. Sin embargo, nada parecido a la soledad que sentía cuando vagaba por las habitaciones de su casa silenciosa.
No recordaba la última vez que había sido verdaderamente feliz, la última vez que alguien o algo la había hecho reír hasta que le dolieran la barriga y la mandíbula. Echaba de menos acostarse por la noche sin tener nada en la cabeza, echaba de menos disfrutar de la comida en lugar de ingerirla para mantenerse con vida, odiaba los retortijones de estómago cada vez que se acordaba de Gerry. Anhelaba disfrutar viendo sus programas favoritos de televisión en lugar de mirarlos sin prestar atención sólo para matar el tiempo. Detestaba sentir que no tenía ningún motivo para despertarse por la mañana. Odiaba la sensación de no estar ilusionada ni tener ganas de hacer nada. Añoraba sentirse amada, saber que Gerry la miraba mientras veía la televisión o cenaba. Deseaba sentir de nuevo su mirada al entrar en una habitación; echaba de menos sus caricias, sus abrazos, sus consejos, sus palabras de amor.
Detestaba contar los días que faltaban para leer el siguiente mensaje de Gerry porque éstos eran lo único que él le había dejado y, después de aquél, sólo quedarían otros tres. Odiaba pensar cómo sería su vida cuando ya no hubiera más Gerry Los recuerdos estaban muy bien, pero no podías tocarlos, olerlos ni abrazarlos. Nunca eran exactamente como había sido el momento recordado y se desvanecían con el tiempo.
Así que maldijo en silencio a Sharon.y Denise, que disfrutaran cuanto quisieran de sus vidas felices, pero durante los próximos meses todo cuanto ella tenía era a Gerry. Se enjugó una lágrima del rostro (las lágrimas se habían convertido en un rasgo muy habitual en su rostro durante los últimos meses) y poco a poco abrió el séptimo sobre.
Apunta a la Luna y, si fallas, al menos estarás entre las estrellas. ¡Prométeme que esta vez buscarás un trabajo que te guste! Posdata: te amo…
Holly leyó y releyó la carta, intentando descubrir qué sentimientos le provocaba. Llevaba mucho tiempo asustada ante la idea de tener que volver a trabajar, mucho tiempo creyendo que no estaba preparada para seguir adelante, que era demasiado pronto. Pero había llegado el momento. Y si Gerry decía que tenía que ser, sería. Holly sonrió.
–Te lo prometo, Gerry-dijo contenta.
En fin, no eran unas vacaciones en Lanzarote, pero sí un paso adelante para volver a encarrilar su vida. Estudió la caligrafía de Gerry un buen rato después de leer el mensaje, como siempre hacía, y cuando estuvo convencida de haber analizado cada palabra, corrió al cajón de la cocina, sacó un bloc y un bolígrafo y comenzó a redactar una lista de posibles empleos.
2.Abogado – Odié la escuela. Odié estudiar. No quiero ir a la universidad diez millones de años.
3.Médico – Ughh.
4.Enfermera – Uniformes poco favorecedores.
5.Camarera – Me comería toda la comida.
6.Mirona profesional – Buena idea, pero nadie me pagaría.
7.Esteticista – Me muerdo las uñas y me depilo lo menos posible. No quiero ver según qué partes ajenas.
8.Peluquera – No me gustaría tener un jefe como Leo.
Dependienta – No me gustaría tener una jefa como Denise.
Secretaria – NUNCA MÁS.
11.Periodista – No se vastante cartografía. Ja, ja, debería ser cómica.
12.Cómica – Releer el chiste anterior. No tiene gracia.
13.Actriz – No lograría superar mi maravillosa actuación en la aclamada producción «Las chicas y la ciudad».
14.Modelo – Demasiado baja, demasiado gorda, demasiado vieja.
15.Cantante – Revisar la idea de cómica (número 12).
16.Mujer emprendedora dueña de su vida – Hmm… Debo comenzar a buscar mañana…
Holly por fin cayó rendida en la cama a las tres de la madrugada y soñó que era un as de la publicidad realizando una presentación ante una interminable mesa de reuniones en el último piso de un rascacielos que dominaba Grafton Street. Bueno, Gerry había dicho que apuntara a la Luna… Aquella mañana, despertó temprano entusiasmada con sus sueños de éxito, se duchó deprisa, se arregló y fue caminando hasta la biblioteca del barrio para buscar empleos en Internet.
Sus tacones hacían mucho ruido en el suelo de madera mientras cruzaba la sala hasta el mostrador de la bibliotecaria, lo que provocó que varias personas levantaran la vista de su libro para mirarla. Siguió taconeando a través de la enorme sala, y se sonrojó al darse cuenta de que todo el mundo estaba mirándola. Aminoró el paso de inmediato y comenzó a caminar de puntillas para no llamar tanto la atención. Se sintió como uno de esos personajes de los dibujos animados de la tele que exageraban mucho el gesto de caminar de puntillas y se ruborizó aún más al darse cuenta de que debía de parecer tonta de remate. Dos escolares vestidos de uniforme, que sin duda estaban haciendo novillos, rieron por lo bajo cuando pasó junto a su mesa. Por fin dejó de caminar de aquella forma tan extraña y se detuvo a medio camino entre la puerta y el mostrador de la bibliotecaria, sin saber qué hacer a continuación. – iShhh!
La bibliotecaria miró con acritud a los escolares. Más gente levantó la vista de su libro para observar a la mujer que estaba de pie en medio de la sala. Holly decidió seguir caminando y aligeró el paso. Sus tacones sonaban fuerte en el suelo y la bóveda de la sala devolvía un eco cada vez más frecuente mientras corría hacia el mostrador para poner fin a aquella humillación.
La bibliotecaria alzó la mirada y sonrió fingiendo sorprenderse de ver a alguien delante del mostrador, como si no hubiese oído a Holly cruzar toda la sala.
–Hola -susurró Holly muy bajo-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.
–¿Perdón?
La bibliotecaria habló normalmente y acercó la cabeza a Holly para oírla mejor.
–Oh. – Holly carraspeó, preguntándose qué había sido de la vieja costumbre de susurrar en las bibliotecas-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.
–Por supuesto, los ordenadores están allí -dijo la bibliotecaria con una sonrisa, señalando hacia la hilera de ordenadores del otro extremo de la sala-. Son cinco euros por cada veinte minutos de conexión.
Holly le entregó sus últimos diez euros. Era todo lo que había conseguido sacar de su cuenta aquella mañana. Había formado una larga cola detrás de ella en el cajero automático mientras iba reduciendo la cifra solicitada de cien euros a diez, dado que el cajero rechazaba cada intento con un bochornoso pitido para hacerle saber que no disponía de suficiente saldo. Se había resistido a creer que aquello fuese todo cuanto le quedaba, pero el incidente le dio una razón más para ponerse a buscar trabajo de inmediato.
–No, no -dijo la bibliotecaria, devolviéndole el dinero-, puede pagar cuando termine.
Holly observó la distancia que la separaba de los ordenadores. Tendría que volver a hacer ruido para llegar hasta allí. Respiró hondo y avanzó con aire resuelto, pasando filas y más filas de mesas. Faltó poco para que se echara a reír al ver a tanta gente mirándola, eran como fichas de dominó que iban levantando la cabeza para observarla a medida que avanzaba por el pasillo. Finalmente llegó a los ordenadores y resultó que no había ninguno libre. Se sintió como si acabara de perder en el juego de la silla y todos se estuvieran riendo de ella. Aquello comenzaba a ser ridículo. Levantó las manos hacia los mirones como diciendo «¿Qué diablos miráis?», y acto seguido todos enterraron la cabeza en sus libros otra vez.
Holly aguardó de pie entre las filas de mesas y los ordenadores, tamborileando en su bolso con los dedos y mirando alrededor. Los ojos por poco se le salieron de las órbitas cuando vio a Richard teclear en uno de los ordenadores. Fue de puntillas hasta él y le tocó el hombro. Richard dio un respingo y giró la silla.
–Hola -susurró Holly.
–Ah, hola, Holly. ¿Qué estas haciendo aquí?-preguntó un tanto incómodo, como si lo hubiese sorprendido haciendo algo que no debía.
–Espero que quede libre un ordenador -contestó Holly-. Por fin me he decidido a buscar trabajo -agregó orgullosa. Hasta el mero hecho de decirlo hacía que se sintiera menos como un vegetal.
–Muy bien. – Richard se volvió hacia el ordenador y apagó la pantalla-. Puedes usar éste.
–¡No, no tengas prisa por mí! – se apresuró a decir Holly.
–Es todo tuyo. Sólo estaba haciendo unas consultas para el trabajo. Se levantó y se hizo a un lado para que Holly se sentara.
–¿Tan lejos? – preguntó sorprendida-. ¿No tienen ordenadores en Blackrock? – bromeó. No sabía con exactitud qué hacía Richard para ganarse la vida y le pareció que sería una grosería preguntárselo ahora, dado que llevaba más de diez años en la misma empresa. Sabía que tenía algo que ver con llevar una bata blanca y deambular por un laboratorio vertiendo sustancias de colores en tubos de ensayo. Ella y Jack siempre habían dicho que estaba preparando una poción secreta para erradicar la felicidad de la faz de la Tierra. Ahora se sintió mal por haber dicho aquello. Si bien no concebía estar verdaderamente unida a Ríchard, ya que quizá siempre acabaría sacándola de quicio, estaba comenzando a reparar en sus buenas cualidades. Como cederle su sitio en el ordenador de la biblioteca, por ejemplo.
–Mi trabajo me lleva de un lado a otro -bromeó Richard con torpeza.
–iShhh! – dijo la bibliotecaria, haciéndose oír.
El público de Holly volvió a levantar la vista de sus libros. Vaya, así que ahora sí que tenía que susurrar, pensó Holly, enojada.
Richard se despidió deprisa, se dirigió al mostrador para pagar y salió sigilosamente de la sala.
Holly se sentó delante del ordenador y el hombre que tenía al lado le dedicó una extraña sonrisa. Ella le sonrió a su vez y echó un vistazo entrometido a su pantalla. Apartó la mirada en el acto y casi le vino una arcada al ver una imagen porno. El sujeto siguió mirándola fijamente con su horrible sonrisa, pese a que Holly no le hizo ningún caso y se enfrascó en su búsqueda de empleo. Cuarenta minutos después apagó el ordenador la mar de contenta, fue hasta la bibliotecaria y puso el dinero encima del mostrador. La mujer tecleó en su ordenador sin prestar atención al billete.
–Son quince euros, por favor. Holly tragó saliva, mirando el billete. – Creía que había dicho que eran cinco por cada veinte minutos. – Y así es -contestó la bibliotecaria, sonriendo.
–Pero si sólo he estado conectada cuarenta minutos.
–En realidad ha estado cuarenta y cuatro minutos, con lo cual entra en la siguiente fracción de veinte minutos -replicó la bibliotecaria, consultando el ordenador.
Holly soltó una risita nerviosa.
–Sólo son unos minutos de más. No puede decirse que valgan cinco euros.
La bibliotecaria siguió sonriendo impertérrita.
–¿Espera que los pague? – preguntó Holly, sorprendida.
–Sí, es la tarifa.
Holly bajó la voz y acercó la cabeza a la mujer.
–Mire, esto es muy bochornoso, pero lo cierto es que sólo llevo diez euros encima. ¿Tendría inconveniente en que volviera más tarde con el resto?
La bibliotecaria negó con la cabeza.
–Lo siento, pero no puedo permitirlo. Tiene que pagar la suma entera.
–Pero es que no tengo la suma entera -protestó Holly.
La mujer permaneció impávida.
–Muy bien -vociferó Holly, sacando el móvil del bolso.
–Lo siento, pero no puede usar eso aquí dentro -dijo la bibliotecaria, y señaló el cartel que prohibía el uso de móviles.
Holly levantó la vista hacia ella y contó mentalmente hasta diez.
–Si no me permite usar el teléfono, está claro que no puedo llamar a nadie para que me ayude. Si no puedo llamar a nadie, es imposible que me traigan el dinero que falta. Si no me traen el dinero que falta, está claro que no puedo pagar. De modo que tenemos un pequeño problema, ¿no le parece? – concluyó alzando la voz.
La bibliotecaria se revolvió nerviosa en el asiento. – ¿Puedo salir fuera a llamar por teléfono?
La mujer meditó aquel dilema.
–Bueno, normalmente no permitimos que nadie salga del recinto sin pagar, pero supongo que puedo hacer una excepción. – Sonrió y se apresuró a añadir-: Siempre y cuando se quede justo delante de la entrada.
–¿Donde usted pueda verme? – inquirió Holly, sarcástica.
La bibliotecaria se puso a revolver papeles debajo del mostrador, fingiendo que seguía trabajando.
Holly se plantó delante de la puerta y pensó a quién llaman No podía llamar a Denise ni a Sharon. Aunque sin duda saldrían del trabajo en cualquier momen… to para echarle un cable, no quería que se enteraran de sus fracasos en la vida ahora que ambas eran tan dichosamente felices. Tampoco podía llamar a Ciara porque estaba haciendo el turno de día en Hogan's y, puesto que Holly ya le debía veinte euros a Daniel, no le parecía prudente pedir a su hermana que se ausentara del trabajo por culpa de cinco euros. Jack volvía a dar clases en el colegio, igual que Abbey, Declan estaba en la facultad y Richard ni siquiera era una opción.
Las lágrimas le rodaban por las mejillas mientras hacía avanzar la lista de nombres en la pantalla del móvil. La mayoría de las personas que figuraban en el teléfono no la habían llamado ni una sola vez desde que Gerry había fallecido, lo que significaba que no tenía más amigos a los que llamar. Dio la espalda a la bibliotecaria para que no la viera en aquel estado. ¿Qué podía hacer? Qué situación tan vergonzosa tener que llamar a alguien para pedirle cinco euros. Aunque aún resultaba más humillante no tener a quién llamar. Pero tenía que hacerlo o de lo contrario aquella bibliotecaria altanera probablemente avisaría a la policía. Marcó el primer número que le pasó por la cabeza.
–Hola, soy Gerry. Por favor, deja un mensaje después de la señal y te llamaré en cuanto pueda.
–Gerry -dijo Holly entre sollozos-, te necesito…
Holly estuvo un buen rato esperando frente a la puerta de la biblioteca. La bibliotecaria no le quitaba el ojo de encima por si acaso se escapaba. – Estúpida bruja -gruñó Holly.
Finalmente el coche de su madre se detuvo un momento delante de ella y Holly procuró aparentar normalidad. Ver el rostro feliz de su madre al volante mientras aparcaba el coche le trajo recuerdos de la infancia. Su madre solía recogerla en el colegio cada día y Holly siempre sentía un inmenso alivio al ver aparecer su coche para rescatarla después de un día infernal en la escuela. Siempre había detestado la escuela, bueno, al menos hasta que conoció a Gerry. A partir de entonces tuvo ganas de ir para poder sentarse a su lado y flirtear en la última fila de la clase.
Los ojos de Holly volvieron a humedecerse y Elizabeth corrió a su encuentro y abrazó a su niña.
–Oh, mi pobre Holly, ¿qué ha sucedido? – dijo tocándole el pelo, y lanzó miradas asesinas a la bibliotecaria mientras su hija le contaba lo ocurrido. – Muy bien, cariño. ¿Por qué no esperas en el coche mientras yo entro a resolver esto?
Holly obedeció y subió al coche, donde estuvo cambiando de emisora de radio mientras su madre se enfrentaba con la matona del colegio. – Menuda idiota -refunfuñó Elizabeth al subir al coche. Miró a su hija y la vio ensimismada-. ¿Qué tal si nos vamos a casa y nos relajamos un poco?
Holly sonrió agradecida y una lágrima rodó por su mejilla. A casa. Le gustaba cómo sonaba.
Holly se acurrucó en el sofá con su madre en la casa familiar de Portmarnock. Se sentía como si volviera a ser una adolescente. En aquellos tiempos su madre y ella solían abrazarse en el sofá para contarse todos los chismes. Ojalá ahora pudiera tener las mismas conversaciones con ella que entonces. De pronto Elizabeth irrumpió en sus pensamientos.
–Anoche te llamé a casa. ¿Dónde estabas? Tomó un sorbo de té.
Ah, las maravillas del mágico té. La respuesta a todos los pequeños problemas de la vida. Tenías un cotilleo y preparabas una taza de té, te despedían del trabajo y tomabas una taza de té, tu marido te decía que tenía un tumor cerebral y tomabas una taza de té…
–Salí a cenar con las chicas y unas cien personas más que no conocía de nada. – Holly se frotó los ojos. Estaba cansada.
–¿Cómo están las chicas? – preguntó Elizabeth con sincero interés. Siempre se había llevado bien con las amigas de Holly, a diferencia de las de Ciara, que le daban miedo.
Holly tomó otro sorbo de té.
–Sharon está embarazada y Denise se ha comprometido -contestó con la mirada perdida.
–Oh -musitó Elizabeth sin saber cómo reaccionar ante su afligida hija-. ¿Cómo te lo has tomado? – preguntó en voz baja apartando un cabello del rostro de Holly.
Holly se miró las manos y trató de recobrar la compostura. No lo consiguió y los hombros comenzaron a temblarle mientras intentaba ocultar la cara detrás del pelo.
–Oh, Holly erijo Elizabeth apenada, dejando la taza en la mesa y acercándose a su hija-. Es normal que te sientas así.
Holly ni siquiera era capaz de articular palabra.
La puerta principal se cerró de un portazo y Ciara anunció a la casa que había llegado:
–¡Estamos en caaaaaasa!
–Fantástico -sollozó Holly, apoyando la cabeza en el pecho de su madre. – ¿Dónde está todo el mundo? – gritó Ciara, abriendo y cerrando puertas por toda la casa.
–Espera un momento, cielo -dijo Elizabeth, molesta porque le echaran a perder aquel momento de intimidad con Holly.
–¡Traigo noticias! – La voz de Ciara sonaba más fuerte a medida que se acercaba. Mathew abrió la puerta de golpe, sosteniendo a Ciara en brazos-. ¡Mathew y yo nos vamos a Australia! – gritó radiante de felicidad. Se quedó atónita al ver a su hermana llorando abrazada a su madre. Saltó de los brazos de Mathew, lo sacó de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.
–Y ahora Ciara también se va, mamá -musitó Holly desesperada, y Elizabeth lloró en silencio por su hija.
Holly siguió hablando con su madre hasta bien entrada la noche acerca de todo lo que le había pasado a lo largo de los últimos meses. Y pese a que Elizabeth le ofreció toda clase de argumentos para tranquilizarla, siguió sintiéndose tan atrapada como antes. Aquella noche, durmió en el cuarto de los huéspedes y a la mañana siguiente despertó en una casa llena de ruidos. Holly sonrió ante la familiaridad del alboroto que armaban sus hermanos vociferando que llegaban tarde a clase y al trabajo, seguido por los gruñidos de su padre metiéndoles prisa, y las amables súplicas de su madre para que no hicieran tanto ruido, ya que iban a despertar a Holly. El mundo seguía girando, era tan simple como eso, y no había ninguna burbuja lo bastante grande como para protegerla.
Antes de almorzar, su padre la acompañó a casa y le entregó un cheque por valor de cinco mil euros.
–Oh, papá, no puedo aceptarlo -dijo Holly, abrumada por la emoción. – Cógelo -insistió apartándole la mano con suavidad-. Deja que te ayudemos, cielo.
–Os devolveré hasta el último céntimo -dijo Holly, abrazándolo con fuerza.
Holly se detuvo en la puerta, despidió a su padre con la mano y se quedó mirando cómo se alejaba calle abajo. Bajó la vista al cheque y fue como si le quitaran un gran peso de encima. Se le ocurrieron más de veinte cosas que hacer con aquel dinero y, por una vez, ninguna de ellas fue ir a comprar ropa. Al dirigirse a la cocina, advirtió que la luz roja del contestador parpadeaba en la mesa de la entrada. Se sentó al pie de la escalera y pulsó el botón.
Tenía cinco mensajes.
Uno era de Sharon, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. El segundo era de Denise, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. Era evidente que habían hablado entre sí. El tercero era de Sharon, el cuarto de Denise y el quinto de alguien que había colgado. Holly pulsó el botón de borrar y subió al dormitorio para cambiarse de ropa. Todavía no estaba preparada para hablar con Sharon y Denise; antes tenía que poner su vida en orden si quería servirles de apoyo.
Se sentó delante del ordenador en el cuarto habilitado como estudio y comenzó a redactar un currículo. Se había convertido en toda una profesional de aquella tarea, ya que cambiaba de empleo con mucha frecuencia. No obstante, hacía tiempo que no había tenido que preocuparse por hacer entrevistas. Y si conseguía una entrevista, ¿quién querría contratar a una persona que llevaba un año entero sin trabajar?
Tardó dos horas en lograr imprimir algo que considerase medianamente aceptable. En realidad estaba muy satisfecha, pues se las había ingeniado para parecer inteligente y con experiencia. Soltó una carcajada con la esperanza de enredar a sus futuros patronos para que creyeran que era una trabajadora capacitada. Al releer el currículo decidió que hasta ella se contrataría a sí misma. Se puso ropa formal y fue al centro del barrio en el coche cuyo depósito por fin había llenado. Aparcó delante de la oficina de empleo y se pintó los labios mirándose en el retrovisor. No había más tiempo que perder. Si Gerry decía que buscara trabajo, ella iba a encontrar uno.
Pensó en el mensaje que había encontrado en el contestador automático. Era de la oficina de empleo y se quedó impresionada al tener noticias tan pronto. La mujer del teléfono decía que su currículo había tenido muy buena acogida y ya le habían concertado dos entrevistas de trabajo. Esta vez se sentía distinta; le entusiasmaba la idea de volver a trabajar y probar algo nuevo. Su primera entrevista era para vender espacio publicitario para una revista que circulaba por todo Dublín. Carecía de experiencia en aquel campo, pero estaba dispuesta a aprender porque la idea le resultaba mucho más interesante que cualquiera de sus empleos anteriores, los cuales consistían mayormente en contestar el teléfono, tomar nota de recados y archivar documentos. Cualquier cosa que no tuviera nada que ver con aquellas tareas era un paso adelante.
La segunda entrevista era para una agencia de publicidad irlandesa de renombre y sabía que no tenía la más remota posibilidad de conseguir el empleo. Pero Gerry le había dicho que apuntara a la Luna…
Holly también meditó sobre la llamada telefónica que acababa de recibir de Denise. Ésta estaba tan nerviosa que no parecía molesta por el hecho de que Holly no se hubiese puesto en contacto con ella desde que habían salido a cenar. Holly pensó que ni siquiera se había dado cuenta de que no le había devuelto la llamada. Denise había hablado sin parar sobre la boda, divagando durante más de una hora sobre qué clase de vestido debería llevar, qué flores debía elegir y dónde sería mejor celebrar el banquete. Comenzaba una frase y luego se olvidaba de terminarla porque cambiaba de tema sin cesar. Lo único que Holly tenía que hacer era emitir algún sonido de vez en cuando para que Denise supiera que la escuchaba… aunque no fuese así. Lo único que había sacado en claro era que Denise tenía intención de celebrar la boda la víspera de Año Nuevo y, a juzgar por cómo lo contaba, Tom no iba a tener voz ni voto sobre los planes que ella estaba haciendo. Holly se sorprendió al enterarse de que habían fijado una fecha tan cercana, había dado por sentado que el suyo sería uno de esos noviazgos que se prolongaban durante años, sobre todo teniendo en cuenta que Tom y Denise sólo hacía unos meses que formaban pareja. Pero la Holly actual no se preocupó tanto como lo hubiese hecho la Holly de antes. Ahora estaba suscrita a la revista del «encuentra a tu amor y aférrate a él para siempre». Denise y Tom hacían bien en no perder tiempo preocupándose por lo que pensara la gente si en el fondo de sus corazones tenían claro que se trataba de la decisión correcta.
Por su parte, Sharon no la había llamado desde el día después de anunciar su embarazo y a Holly le constaba que pronto tendría que telefonear a su amiga, pues de lo contrario los días irían pasando y al final quizá sería demasiado tarde.
Sharon estaba viviendo una etapa importante de su vida y Holly sabía que debía prestarle su apoyo, pero simplemente no podía hacerlo. Estaba portándose como una amiga celosa, amargada e increíblemente egoísta, pero lo cierto es que necesitaba ser egoísta en aquellos momentos para sobrevivir. Todavía debía quitarse de la cabeza la idea de que Sharon y John estaban en vías de conseguir algo que todo el mundo siempre había supuesto que Holly y Gerry harían los primeros. Sharon siempre decía que detestaba a los niños, pensó Holly enojada. En fin, llamaría a su amiga cuando se le hubiese pasado el berrinche.
Comenzó a hacer frío y Holly se llevó la copa de vino al interior caldeado de la casa, donde volvió a llenarla. Lo único que podía hacer durante los dos próximos días era aguardar las entrevistas de trabajo y rezar para tener suerte. Fue a la sala de estar, puso el CD de canciones de amor favorito de ella y Gerry y se acurrucó eñ el sofá con la copa de vino. Cerró los ojos e imaginó que bailaban juntos por la habitación.
Al día siguiente la despertó el ruido de un coche al entrar por el sendero del jardín. Saltó de la cama y se puso el batín de Gerry suponiendo que le devolvían el coche que había llevado al taller. Asomó la nariz entre las cortinas e instintivamente se echó hacia atrás al ver a Richard bajar de su coche. Esperó que no la hubiese visto, ya que desde luego no estaba de humor para una de sus visitas. Anduvo de un lado a otro de la habitación sintiéndose culpable, mientras hacía caso omiso del timbre por segunda vez. Sabía que su actitud era intolerable, pero no soportaba la idea de sentarse con él y mantener una de aquellas conversaciones tan estrafalarias. Lo cierto era que no tenía nada que contar, nada había cambiado en su vida, no tenía noticias excitantes, ni siquiera noticias normales y corrientes que comentar con nadie, y mucho menos con Richard.
Suspiró aliviada al oír que sus pasos se alejaban y se cerraba la portezuela del coche. Se metió en la ducha, dejó que el agua caliente le corriera por el rostro y volvió a abstraerse en su mundo particular. Veinte minutos más tarde bajó sin hacer ruido con sus zapatillas de Disco Diva. Oyó como si alguien rascara algo fuera y se quedó inmóvil a media escalera. Aguzó el oído y escuchó con más atención, tratando de identificar el ruido. Ahí estaba otra vez. Un ruido de rascar y un susurro, como si hubiera alguien en el jardín… Abrió los ojos desorbitadamente al caer en la cuenta de que el duende estaba trabajando en su jardín. Se quedó quieta, sin saber qué hacer a continuación.
Entró sigilosamente en la sala de estar, pensando como una tonta que quien estaba fuera la oiría deambular por la casa. Así pues, se arrodilló, se asomó al alféizar de la ventana y soltó un grito ahogado al ver que el coche de Richard seguía aparcado en el sendero de entrada. Pero aún le sorprendió más ver al propio Richard a gatas con una herramienta de jardinería en la mano, cavando la tierra y plantando flores. Se apartó de la ventana sin levantarse y se sentó en la alfombra, absolutamente pasmada. El ruido de su coche aparcando frente a la casa volvió a ponerla en alerta y la mente se le disparó para decidir si abrir al mecánico o no. Por alguna extraña razón, Richard no quería que ella supiera que estaba trabajando en su jardín y decidió que iba a respetar ese deseo… por el momento.
Se escondió detrás del sofá al ver que el mecánico se acercaba a la puerta, y no pudo evitar echarse a reír ante lo ridículo de la situación. Soltó una risita nerviosa cuando sonó el timbre y se arrastró hasta la punta del sofá al ver que el mecánico se dirigía a la ventana para ver si había alguien dentro. El corazón le latía con fuerza y se sintió como si estuviera haciendo algo ilegal. Se tapó la boca para sofocar la risa. Aquello era como volver a ser niña. Siempre había sido un desastre jugando al escondite. Cada vez que pensaba que iban a descubrirla le entraba un ataque de risa y, en efecto, la descubrían. Luego le tocaba parar el resto del día. Entonces ya no reía, pues todo el mundo sabía que aquélla era la parte aburrida del juego, que por lo general le tocaba al más pequeño del grupo. Pero por fin estaba compensando los fracasos de entonces, ya que tras lograr burlar a Richard y a su mecánico, rodó por la alfombra riéndose de sí misma al oír que éste arrojaba las llaves al suelo por el buzón y se alejaba de la puerta.
Al cabo de unos minutos, sacó la cabeza de detrás del sofá y comprobó si era seguro salir. Se puso de pie y se sacudió el polvo, diciéndose que ya era demasiado mayor para jugar a hacer tonterías. Volvió a mirar apartando un poco la cortina y vio que Richard estaba recogiendo las herramientas.
Pensándolo bien, aquellas tonterías eran divertidas y no tenía otra cosa que hacer. Holly se quitó las zapatillas de andar por casa y se puso las de deporte. En cuanto vio que Richard enfilaba la calle, salió afuera y subió al coche. Iba a dar caza al duende.
Como en las películas, consiguió mantenerse a tres coches de distancia de Richard todo el camino y aminoró la marcha al ver que se detenía. Richard aparcó, fue al quiosco y regresó con un periódico en la mano. Holly se puso las gafas de sol, bajó la visera de su gorra de béisbol y espió a su hermano, tapándose la cara con su ejemplar atrasado del Arab Leader. Se rió de sí misma cuando vio su reflejo en el retrovisor. Parecía la persona más sospechosa del mundo. Richard cruzó la calle y entró en la Greasy Spoon. Holly se sintió un poco decepcionada, había esperado una aventura más jugosa.
Se quedó un rato sentada en el coche intentando trazar un nuevo plan y, asustada, dio un brinco cuando un agente de tráfico golpeó la ventanilla. – No puede parar aquí erijo señalando hacia el aparcamiento.
Holly le sonrió y puso los ojos en blanco mientras retrocedía para aparcar. Seguro que Cagney y Lacey nunca tuvieron aquel problema. Finalmente la niña que llevaba dentro se fue a dormir una siesta y la Holly adulta se quitó la gorra y las gafas y las lanzó al asiento del pasajero, sintiéndose estúpida. Basta de tonterías. La vida real volvía a empezar.
Cruzó la calle y buscó a su hermano dentro de la cafetería. Estaba sentado de espaldas a ella, encorvado sobre el periódico tomando una taza de té. Fue a su encuentro sonriendo alegremente.
–Richard, ¿alguna vez vas a trabajar? – bromeó alzando la voz y haciendo que Richard se llevara un buen sobresalto. Iba a añadir algo más, pero su hermano levantó la vista hacia ella con lágrimas en los ojos y sus hombros comenzaron a temblar.
–¿Qué sucede, Richard? – preguntó Holly, sorprendida. Posó la mano en el brazo de su hermano y le dio unas palmaditas, un tanto incómoda. Richard seguía llorando en silencio.
La camarera rolliza, que esta vez llevaba un delantal amarillo canario, salió de detrás de la barra y dejó una caja de pañuelos en la mesa al lado de Holly. – Toma -dijo Holly, tendiendo un pañuelo a Richard.
Éste se secó los ojos y se sonó la nariz ruidosamente, con un gesto propio de su edad, y Holly tuvo que disimular una sonrisa.
–Perdona que llore -dijo Richard, avergonzado y evitando mirarla a los ojos.
–Eh -susurró Holly, apoyando la mano en su brazo-, no tiene nada de malo llorar. De un tiempo a esta parte se ha convertido en mi hobby, así que no lo critiques.
Richard sonrió débilmente.
–Es como si todo se estuviera yendo a pique, Holly-dijo con tristeza, enjugando una lágrima con el pañuelo antes de que le cayera de la mejilla.
–¿Y eso? – preguntó Holly, preocupada ante la transformación de su hermano en alguien a quien no conocía. Pensándolo bien, en realidad nunca había conocido al auténtico Richard. Durante los últimos meses había descubierto algunas facetas de él que la tenían un tanto desconcertada.
Richard suspiró y se terminó el té. Holly miró a la mujer de detrás de la barra y encargó otra tetera.
–Richard, últimamente he aprendido que hablar ayuda a aclarar las ideas -dijo Holly con delicadeza-. Y, tratándose de mí, es toda una revelación, ya que solía mantener la boca cerrada pensando que era una supermujer, capaz de guardarme todos los sentimientos. – Sonrió alentadoramente-. ¿Por qué no me cuentas qué ocurre?
Richard titubeó.
–No me reiré, no diré nada si eso es lo que quieres. No le contaré a nadie lo que me cuentes, sólo te escucharé-le aseguró Holly.
Richard apartó la vista de su hermana, se concentró en el salero y el pimentero que había en medio de la mesa y susurró:
–No tengo trabajo.
Holly guardó silencio y esperó a que añadiera algo más. Al cabo de un rato, viendo que ella no decía nada, Richard la miró.
–Eso no es tan grave, Richard -dijo Holly al fin, sonriéndole-. Sé que te encantaba tu trabajo, pero ya encontrarás otro. Y si te sirve de consuelo, durante un tiempo perdí un empleo tras otro…
–Me quedé sin trabajo en abril, Holly-la interrumpió Richard, y agregó enojado-: Estamos en septiembre. No hay nada para mí… Nada relacionado con mi profesión… -Bajó la mirada.
–Vaya. – Holly no supo qué decir. Tras un tenso silencio, prosiguióPero al menos Meredith sigue trabajando, de modo que contáis con unos ingresos fijos. Tómate el tiempo que necesites para encontrar el empleo adecuado… Ya sé que ahora mismo no te parecerá una opción razonable, pero…
–Meredith me dejó el mes pasado -volvió a interrumpir Richard, esta vez con voz más débil.
Holly se tapó la boca con las manos. Pobre Richard. A ella nunca le había caído bien la bruja de su cuñada, pero él la adoraba.
–¿Y los niños? – preguntó Holly.
–Viven con ella -contestó Richard, y se le quebró la voz.
–Oh, Richard, lo siento mucho -dijo Holly, toqueteándose las manos sin saber qué hacer con ellas. ¿Debía abrazarlo o era mejor dejarlo en paz?
–Yo también lo siento -dijo Richard con voz lastimera, la mirada fija en el salero y el pimentero.
–No ha sido culpa tuya, Richard, así que no te atormentes diciéndote que lo es -protestó Holly enérgicamente.
–¿No lo es?-cuestionó Richard con voz un tanto temblorosa-. Me dijo que soy un hombre patético que ni siquiera es capaz de cuidar de su propia familia. – Se vino abajo otra vez.
–Bah, no hagas caso a esa bruja loca-repuso Holly, enojada-. Eres un padre excelente y un marido leal -agregó con firmeza, advirtiendo que lo decía en serio-. Timmy y Emily te quieren porque eres fantástico con ellos, así que no hagas caso a lo que diga esa. demente.
Abrazó a Richard y dejó que se desahogara llorando. Estaba tan enojada que le entraron ganas de ir en busca de Meredith y darle un puñetazo en la cara. De hecho, siempre había deseado hacerlo, sólo que ahora tenía una excusa.
Richard por fin dejó de llorar, se apartó de Holly y cogió otro pañuelo. Holly tenía el corazón partido. Su hermano mayor siempre se había esforzado por ser perfecto y formar una familia perfecta, pero las cosas no habían salido según sus planes. Parecía estar realmente abatido.
–¿Dónde te alojas? – le preguntó al caer en la cuenta de que hacía semanas que Richard no tenía casa.
–En una pensión cerca de aquí. Es un sitio agradable. Son buena gente -contestó sirviéndose otra taza de té. «Tu esposa te abandona y te tomas una taza de té…»
–Richard, no puedes quedarte ahí -objetó Holly-. ¿Por qué no nos lo has contado a ninguno de nosotros?
–Porque creía que las cosas se arreglarían, pero está visto que no será así… Ella no dará su brazo a torcer.
Por más que Holly deseara invitarlo a que se instalara en su casa no podía hacerlo. Tenía mucho que resolver en su propia vida y estaba segura de que Richard lo entendería.
–¿Por qué no hablas con papá y mamá? – preguntó-. Estarán encantados de echarte una mano.
Richard negó con la cabeza.
–No, ahora tienen a Ciara y Declan en casa. No quisiera que tuvieran que cargar conmigo también. Ya soy un hombre hecho y derecho.
–Vamos, Richard, no digas tonterías. – Holly hizo una mueca-. Está la habitación de los invitados, que antes era la tuya. Seguro que te recibirán con los brazos abiertos. – Trataba de ser convincente-. Yo misma dormí allí hace unas noches.
Richard levantó la vista de la mesa.
–No tiene absolutamente nada de malo que de vez en cuando regreses a la casa donde te criaste. Es bueno para el alma-agregó con una sonrisa.
–No me parece que… sea muy buena idea, Holly -dijo Richard, vacilante.
–Si lo que te preocupa es Ciara, olvídalo. Se marcha otra vez a Australia dentro de unas semanas, así que la casa estará… menos ajetreada.
El rostro de Richard se relajó un poco. Holly sonrió.
–¿Qué te parece? Venga, es una gran idea y además así no tirarás el dinero en un agujero apestoso, por más que digas que los dueños son buena gente.
Richard esbozó una débil sonrisa.
–Me veo incapaz de pedir algo así a papá y mamá. Holly… no sabría por dónde empezar.
–Te acompañaré -prometió Holly-. Ya hablaré yo con ellos. De verdad, Richard, estarán encantados de ayudarte. Eres su hijo y te quieren. Todos te queremos -agregó, apoyando una mano en lá de él.
–De acuerdo -convino por fin, y salieron a la calle cogidos del brazo.
–Por cierto, Richard, gracias por el jardín. – Le sonrió y luego le dio un beso en la mejilla.
–¿Lo sabías? – preguntó Richard, sorprendido. Ella asintió con la cabeza.
–Tienes mucho talento y voy a pagarte hasta el último penique que vale lo que has hecho en cuanto consiga trabajo.
El rostro de su hermano se relajó y sonrió con timidez.
Subieron a sus respectivos coches y se dirigieron a la casa de Portmarnock en la que habían crecido juntos.
Dos días después, Holly se miraba al espejo del lavabo en el edificio de oficinas donde iba a desarrollarse su primera entrevista de trabajo. Había perdido tanto peso desde la última vez que se había puesto uno de sus trajes que se había visto obligada a comprar uno nuevo que realzaba su esbelta figura. La chaqueta, larga hasta las rodillas, abrochaba con un solo botón a la altura de la cintura. Los pantalones le quedaban muy bien y caían perfectamente hasta los botines. El traje era negro con finas rayas rosas y lo había combinado con una blusa también rosa. Se sentía como una emprendedora ejecutiva publicitaria dueña de su vida, y ahora lo único que tenía que hacer era expresarse como tal. Se aplicó una capa más de pintalabios rosa y se mesó el pelo ensortijado que había decidido dejar suelto para que le cayese sobre los hombros. Suspiró y salió de nuevo a la sala de espera.
Volvió a sentarse en su sitio y echó un vistazo a los demás aspirantes al empleo. Aparentaban ser bastante más jóvenes que ella y, por lo visto, todos llevaban una gruesa carpeta apoyada en el regazo. Miró alrededor y comenzó a entrarle el pánico… sí, desde luego todos tenían una de aquellas carpetas. Volvió a levantarse y se dirigió a la mesa de la secretaria.
–Disculpe -dijo procurando atraer su atención. La mujer levantó la vista y sonrió.
–¿Qué desea?
–Verá, acabo de ir al lavabo y me parece que he estado ausente mientras repartían las carpetas. – Sonrió educadamente.
La secretaria puso ceño, mostrándose confusa. – Perdone, ¿a qué carpetas se refiere?
Holly se volvió, señaló las carpetas apoyadas en los regazos de los demás aspirantes y miró de nuevo a la secretaria.
Ésta sonrió y moviendo el dedo le indicó que se acercara. Holly se remetió el pelo detrás de las orejas y se aproximó. – ¿Sí?
–Lo siento, cariño, pero en realidad son carpetas de trabajos que han traído consigo -susurró para que Holly no se violentara.
El rostro de Holly palideció.
–Oh. ¿Debería haber traído una?
–Bueno, ¿la tienes? – preguntó la secretaria con una sonrisa. Holly negó con la cabeza.
–Pues entonces no te preocupes. No es ningún requisito, la gente las trae para presumir-le susurró, y Holly soltó una risita nerviosa.
Holly regresó a su asiento sin dejar de estar preocupada. Nadie le había dicho nada acerca de esas estúpidas carpetas. ¿Por qué era siempre la última en enterarse de todo? Se puso a dar golpecitos con los pies mientras paseaba la vista por la oficina. Aquel lugar le causaba una sensación agradable, los colores eran cálidos y acogedores, la luz entraba a raudales por los grandes ventanales georgianos. Los techos altos daban una encantadora sensación de espacio. De hecho, podría pasarse todo el día sentada allí pensando. De pronto estaba tan relajada que no se sobresaltó lo más mínimo cuando la llamaron. Caminó segura de sí misma hacia el despacho donde se celebraban las entrevistas y la secretaria le guiñó el ojo para desearle buena suerte. Holly respondió con una sonrisa. Por alguna inexplicable razón ya se sentía parte del equipo. Se detuvo un instante ante la puerta del despacho y exhalo un hondo suspiro.
«Apunta a la Luna-se recordó-. Apunta a la Luna.»
–Hola- dijo con mas confianza de la que sentía.
Cruzó la pequeña habitacion y estrecho la mano del hombre que se habia levantado del sillon y le estaba tendiendo la suya. Éste la recibió con una gran sonrisa y un caluroso apretón. su rostro no se correspondia con su vozarron, gracias a Dios. Holly se serenó un poco al verlo ya que le recordó a su padre. Daba la impresion de que pronto cumpliria los sesenta, presentaba un físico como de oso de peluche, y Holly tuvo que contenerse para no saltar por encima del escritorio y darle un fuerte abrazo. llevaba el pelo muy bien cortado, de un tono plateado casi brillante y Holly supuso que había sido un hombre extremadamente atractivo en su juventud.
–Holly Kennedy ¿cierto?– dijo tomando asiento y echando un vistazo a curriculum que tenia delante de él.
Holly se sentó en la silla de enfrente y se obligó a relajarse. Había leído cuantos manuales de técnicas para entrevistas habían caído en sus manos durante los ultimos dias e intentaba poner todos sus conocimientos en práctica, desde el modo de entrar en el despacho hasta la forma de dar la mano, pasando por la amnera de sentarse en la silla. queria mostrarse como una mujer con experiencia, inteligente y muy segura de sí misma. Aunque iba a necesitar algo más que un firme apretón de manos para conseguir demostrarlo.
–En efecto -contestó dejando el bolso en el suelo y apoyando las manos sudorosas en el regazo.
Él se ajustó las gafas en la punta de la nariz y leyó por encima el currículo en silencio. Holly tenía la mirada fija en él e intentaba descifrar su expresión. No le resultó fácil, ya que era una de esas personas que fruncían el entrecejo al leer. Bueno, o eso o quizá no se sentía impresionado por lo que estaba viendo. Holly echó un vistazo al escritorio mientras aguardaba que el entrevistador volviera a dirigirle la palabra. Entonces reparó en una fotografía enmarcada de tres chicas muy guapas, de su edad que sonreían a la cámara y, cuando levantó la vista, se dio cuenta de que él había dejado el currículo encima del escritorio y estaba observándola. Holly sonrió y procuró adoptar una expresión más formal.
–Antes de que comencemos a hablar sobre usted, voy a explicarle exactamente quién soy y en qué consiste el trabajo -anunció el entrevistador. Holly asintió con la cabeza, dispuesta a demostrar interés.
–Me llamo Chris Feeney y soy el fundador y editor de la revista, o el jefe, como gustan de llamarme todos los que trabajan aquí. – Rió entre dientes y Holly quedó prendada de sus brillantes ojos azules-. Verá, fundamentalmente estamos buscando una persona que se encargue de todo lo relacionado con la publicidad de la revista. Como bien sabrá, la buena marcha de una revista o de cualquier otro medio de comunicación depende en buena medida de las inserciones publicitarias. Necesitamos ese dinero para publicar la revista, de modo que se trata de un trabajo de suma importancia. Por desgracia, el hombre que ocupaba ese puesto tuvo que dejarnos de improviso y por eso busco a alguien que pueda ponerse manos a la obra casi de inmediato. ¿Qué puede decirme a ese respecto?
Holly asintió con la cabeza.
–Eso no constituye ningún problema. De hecho, estoy impaciente por comenzar a trabajar cuanto antes.
El señor Feeney asintió con la cabeza y volvió a mirar el currículo. – Veo que lleva cosa de un año sin trabajar. ¿Estoy en lo cierto? – preguntó mirándola por encima de la montura de las gafas.
–Sí, así es -contestó Holly, asintiendo con la cabeza-. Y puedo garantizarle que ha sido así por decisión propia. Mi marido enfermó de gravedad y tuve que renunciar a mi empleo para dedicarme a él.
Holly tragó saliva, consciente de que aquel asunto llamaría la atención decualquier posible patrono. Nadie deseaba contratar a una persona que había estado ociosa durante el último año.
–Entiendo -dijo el señor Feeney, levantando la vista hacia Holly-. Bueno, espero que haya recobrado la salud -agregó sonriendo con afecto. Holly dudó de si aquello era una pregunta o no, y tampoco tuvo muy claro si debía seguir hablando sobre ello. ¿Acaso quería saber más sobre su vida privada? Él seguía mirándola y Holly comprendió que esperaba una respuesta. Carraspeó.
–Pues en realidad no, señor Feeney. Desgraciadamente falleció el pasado mes de febrero… Tenía un tumor cerebral. Por eso me pareció importante dejar de trabajar.
–Vaya. – El señor Feeney dejó el currículo en el escritorio y se quitó las gafas-. Lo comprendo perfectamente. Lamento mucho lo que le ha sucedido -dijo con sinceridad-. Debe de haber sido muy duro para usted siendo tan joven… -Bajó la vista al escritorio un momento y luego volvió a mirarla a los ojos-. Mi esposa murió de un cáncer de mama hace ahora un año, así que puedo entender lo que siente -dijo amablemente.
–Lo siento mucho -respondió Holly con tristeza, mirando al hombre que estaba al otro lado de la mesa.
–Dicen que con el tiempo se hace más llevadero -añadió él, sonriendo.
–Eso dicen -convino Holly con gravedad-. Al parecer el truco está en beber litros y litros de té.
El señor Feeney se echó a reír soltando una sonora carcajada.
–¡Sí! Eso también me lo han dicho, y mis hijas insisten en que el aire fresco todo lo cura.
Holly rió.
–Uy, sí, el mágico aire fresco… Obra milagros con el corazón. ¿Son sus hijas? – preguntó Holly, mirando sonriente la fotografía.
–En efecto -contestó el señor Feeney, sonriendo a su vez-. Son las tres médicas que intentan mantenerme con vida-volvió a reír-. Aunque es una pena que el jardín ya no tenga ese aspecto-agregó, refiriéndose a la fotografía.
–¡Uau! ¿Es su jardín? – dijo Holly, asombrada-. Es precioso. Creí que era el jardín botánico o algún lugar por el estilo.
–Ésa era la especialidad de Maureen. Yo soy incapaz de salir de la oficina el tiempo suficiente para arreglar ese desorden.
–No me hable de jardines -dijo Holly, poniendo los ojos en blanco-. Las plantas no son mi fuerte precisamente, y mi jardín está empezando a parecer una jungla. – Definitivamente era una jungla, pensó.
Siguieron mirándose y sonriendo, y a Holly la confortó escuchar una historia semejante a la suya. Tanto si conseguía el empleo como si no, al menos tendría el consuelo de saber que no estaba totalmente sola.
–En fin, volvamos a la entrevista-dijo el señor Feeney-. ¿Tiene alguna experiencia en trabajos relacionados con medios de comunicación?
A Holly no le gustó la manera en que dijo «alguna», significaba que había leído el currículo sin ver ningún indicio de experiencia que la hiciera digna del empleo.
–Pues en realidad sí. – Retomó una actitud formal y se esforzó por impresionarlo-. Una vez trabajé en una agencia inmobiliaria donde era la responsable de tratar con los medios para anunciar las nuevas propiedades que teníamos en venta. Puede decirse que estaba al otro lado de lo que este empleo conlleva, de modo que sé cómo tratar con las empresas que desean contratar espacio para publicidad.
El señor Feeney fue asintiendo con la cabeza.
–Pero en realidad nunca ha trabajado en una revista o periódico o algo por el estilo…
Holly también asintió, devanándose los sesos en busca de algo que decir.
–Durante un tiempo me encargué de publicar un boletín informativo para la empresa en la que trabajaba… -Siguió divagando un buen rato, aferrándose a cualquier cosa más o menos relacionada con aquel ámbito de trabajo, y se dio cuenta de que estaba resultando bastante patética.
El señor Feeney fue demasiado cortés como para interrumpirla mientras le refería todos los trabajos que había tenido y exageraba cualquier detalle que pudiera guardar alguna relación con la publicidad o los medios de comunicación. Finalmente dejó de hablar, harta de oír su propia voz, y entrecruzó los dedos nerviosamente en el regazo. No estaba cualificada para el empleo y lo sabía, pero también sabía que sería capaz de hacerlo bien si él le daba la oportunidad.
El señor Feeney se quitó las gafas.
–Entendido. Bien, Holly, veo que cuenta con una dilatada experiencia en muy diversos campos, pero también he advertido que nunca ha permanecido en un mismo puesto durante mas de nueve meses…
–Estaba buscando el empleo adecuado para mí -interrumpió Holly con su seguridad hecha añicos.
–¿Y cómo sé que no va a abandonarme dentro de unos meses? – preguntó sonriente, aunque Holly tuvo claro que hablaba en serio.
–Porque este empleo es adecuado para mí -dijo muy seria. Holly suspiró al percibir que sus probabilidades de éxito se le estaban escapando entre los dedos, aunque no estaba dispuesta a darse por vencida tan fácilmente-. Señor Feeney -dijo adelantándose hasta el borde de la silla-, soy una trabajadora aplicada. Cuando algo me gusta, me entrego al cien por cien y me comprometo sin reservas. Soy una persona capaz y estoy más que dispuesta a aprender lo que no sé, de modo que pueda dar lo mejor de mí misma en beneficio mío, suyo y de la empresa. Si deposita su confianza en mí, le prometo que no le defraudaré. – Se detuvo justo antes de ponerse de rodillas y suplicar por el maldito empleo. Se ruborizó al darse cuenta de lo que había estado a punto de hacer.
–Muy bien, creo que es un buen comentario con el que dar por concluida la entrevista-dijo el señor Feeney, sonriéndole. Se puso de pie y le tendió la mano-. Le agradezco mucho que haya venido. No tardará en tener noticias nuestras.
Holly le estrechó la mano y le dio las gracias en voz baja, recogió el bolso del suelo y notó que el señor Feeney la miraba mientras se dirigía a la puerta. justo antes de cruzar el umbral se volvió hacia él y dijo:
–Señor Feeney, me aseguraré de que su secretaria le traiga una buena taza de té recién hecho. Le hará mucho bien.
Sonrió y cerró la puerta, amortiguando las carcajadas del señor Feeney. La secretaria simpática enarcó las cejas cuando Holly pasó por delante de ella y los demás aspirantes se preguntaron qué habría dicho aquella señora para que el entrevistador se riera de aquel modo. Holly sonrió al oír que el señor Feeney seguía riendo y salió al aire fresco de la calle.
Holly decidió pasar a ver a Ciara en el trabajo, donde podría almorzar algo. Dobló la esquina, entró en el pub Hogan's y buscó una mesa libre. El pub estaba atestado de gente elegantemente vestida que había acudido a almorzar desde el trabajo e incluso había quien se tomaba unas cervezas a hurtadillas antes de regresar a la oficina. Holly encontró una mesa pequeña en un rincón y se sentó.
–¡Perdone! – llamó levantando la voz y chasqueando los dedos en alto-. ¿Es posible que alguien me atienda, por favor?
Los ocupantes de las mesas vecinas la miraron con desdén por ser tan grosera con el servicio, pero Holly siguió chasqueando los dedos.
–¡Eh, aquí! – gritó.
Ciara se volvió con cara de pocos amigos y sonrió al ver a su hermana. Jesús, he estado a punto de darte un bofetón. – Se acercó a la mesa, sonriendo.
–Espero que no les digas esas cosas a todos tus clientes -bromeó Holly.
–A todos no -contestó Ciara muy seria-. ¿Vas a almorzar aquí hoy? Holly asintió con la cabeza.
–Mamá me contó que trabajabas a la hora del almuerzo. Pensaba que estarías en el club de arriba.
Ciara puso los ojos en blanco.
–Ese hombre me hace trabajar de sol a sol, me trata como a una esclava -protestó Ciara.
–¿He oído mencionar mi nombre? – Daniel apareció riendo detrás de ella.
El rostro de Ciara palideció al darse cuenta de que la había oído.
–No, qué va… Estaba hablando de Mathew -balbuceó-. Me tiene despierta toda la noche, soy como su esclava sexual… -Se interrumpió y se dirigió a la barra en busca de un bloc y un bolígrafo.
–Siento haber preguntado -dijo Daniel, mirando a Ciara un tanto apabullado-. ¿Te importa que me siente? – preguntó a Holly.
–Sí -bromeó Holly, y le ofreció un taburete-. Veamos, ¿qué se puede comer aquí? – preguntó echando un vistazo a la carta mientras Ciara regresaba con el bolígrafo. Ésta movió los labios articulando la palabra «nada» detrás de Daniel, y Holly soltó una risita.
–Tostado especial es mi sándwich favorito -sugirió Daniel, y Ciara negó enérgicamente con la cabeza. Saltaba a la vista que a Ciara no le gustaba mucho el tostado especial-. ¿Qué pretendes, Ciara? – le preguntó Daniel, sorprendiéndola de nuevo infraganti.
–Oh, es que… Holly es alérgica a la cebolla -farfulló Ciara. Aquello fue una novedad para la propia Holly.
–Sí… hace que la cabeza… se me hinche-improvisó Holly, e hinchó los carrillos-. Las cebollas son algo terrible. Fatal, de hecho. Cualquier día me matarán.
Ciara puso los ojos en blanco y fulminó a su hermana con la mirada porque, para variar, sacaba las cosas de quicio.
–Muy bien, pues entonces tómalo sin cebolla -sugirió Daniel, y Holly aceptó.
Ciara se metió los dedos en la boca y fingió que vomitaba mientras se alejaba.
–Vas muy elegante -comentó Daniel, fijándose en su atuendo.
–Sí, bueno, ésa es la impresión que quería dar. Acabo de tener una entrevista de trabajo -dijo Holly, y torció el gesto al recordarlo.
–Ah, claro. – Daniel sonrió e hizo una mueca-. ¿Acaso no ha ido bien? Holly negó con la cabeza.
–Bueno, digamos que tengo que comprarme un traje más elegante. No cuento con que me llamen pronto.
–No te preocupes, mujer-dijo Daniel, sonriendo-. Tendrás un montón de oportunidades. Aún tengo libre el puesto de arriba si te interesa. – Creía que le habías dado ese trabajo a Ciara. ¿Por qué está trabajando aquí abajo ahora? – preguntó Holly.
Daniel hizo una mueca.
–Holly, ya conoces a ta hermana. Tuvimos un problemilla.
–¡Dios mío! – dijo Holly-. ¿Qué ha hecho esta vez?
–Un tipo le dijo algo en la barra que no le gustó, así que le sirvió la jarra de cerveza y acto seguido se la vació en la cabeza.
–¡Oh, no! – exclamó Holly con un grito ahogado-. ¡Me sorprende que no la despidieras!
–No podía hacerle algo así a un miembro de la familia Kennedy, ¿no crees? – Sonrió-. Además, ¿cómo iba yo a ser capaz de mirarte otra vez a la cara?
–Exacto -dijo Holly, sonriendo-. Puede que seas mi amigo pero «tienes que respetar a la familia».
Ciara puso ceño a su hermana al llegar con el plato de comida.
–Es la peor imitación del Padrino que he oído en mi vida. Bon appétit -agregó con sarcasmo, dejando el plato en la mesa bruscamente antes de girar en redondo.
–¡Oye! – la llamó Daniel, y apartó el plato de Holly para examinar el sándwich.
–¿Qué pasa? – inquirió Holly.
–Lleva cebolla-contestó Daniel, enojado-. Seguro que Ciara ha vuelto a equivocarse de pedido.
–No, no, está bien. – Holly salió en defensa de su hermana y le cogió el plato de las manos-. Sólo soy alérgica a la cebolla roja -improvisó. Daniel torció el gesto.
–Qué raro. No sabía que fuesen tan distintas.
–Oh, ya lo creo. – Holly asintió con la cabeza y fingió ser una experta-. Aunque sean de la misma familia, la cebolla roja contiene… unas toxinas específicas…
–¿Toxinas? – repitió Daniel incrédulo.
–Bueno, al menos para mí son tóxicas, ¿no? – farfulló Holly, e hincó el diente en el sándwich para callarse. Le costó trabajo comerse el sándwich bajo la mirada hostil de Daniel sin sentirse como una cerda, de modo que Finalmente desistió y dejó el resto en el plato.
–¿No te gusta? – preguntó Daniel, preocupado.
–No, no es eso. Me encanta, pero es que he desayunado mucho -mintió Holly dándose unas palmaditas en el estómago vacío.
–Dime, ¿ha habido suerte en la caza del duende? – bromeó Daniel.
–¡Bueno, lo cieno es que lo descubrí! – Holly rió secándose las manos grasientas con la servilleta.
–¿De veras? ¿Quién era?
–¿Puedes creer que era mi hermano Richard? – Holly volvió a reír. – ¡Anda ya! ¿Y por qué no te lo dijo? ¿Quería darte una sorpresa o algo por el estilo?
–Algo por el estilo, supongo.
–Richard es un buen tipo -aseguró Daniel con aire meditabundo.
–¿Tú crees? – preguntó Holly, sorprendida.
–Sí, es un hombre inofensivo. Buena gente.
Holly asintió con la cabeza mientras intentaba digerir aquella información. Daniel interrumpió sus pensamientos.
–¿Has hablado con Denise o Sharon últimamente?
–Sólo con Denise -contestó Holly, apartando la vista-. ¿Y tú?
–Tom me tiene hasta la coronilla con tanta cháchara sobre la boda. Quiere que sea su padrino. La verdad es que no esperaba que lo planearan todo para tan pronto.
–Yo tampoco -convino Holly-. ¿Cómo te sientes acerca de eso ahora?
–¡Bah! – Daniel suspiró-. Me alegro por él… de una manera un tanto egoísta y amarga.
–Sé lo que sientes -dijo Holly, asintiendo con la cabeza-. ¿No has hablado con tu ex últimamente?
–¿Con quién, con Laura? – dijo Daniel, que no esperaba aquella pregunta-. No quiero volver a ver a esa mujer.
–¿Es amiga de Tom?
–No tanto como antes, gracias a Dios.
–¿Entonces no estará invitada a la boda?
–¿Sabes que ni siquiera se me había ocurrido? – aseguró abriendo los ojos desorbitadamente-. Dios, espero que no. Tom sabe lo que le espera si se atreve a invitarla.
Guardaron silencio mientras Daniel contemplaba aquella posibilidad. – Si te apetece salir, creo que voy a verme con Tom y Denise mañana para comentar los planes de boda -dijo Daniel.
Holly puso los ojos en blanco.
–Muchas gracias, hombre, eso suena de lo más divertido. Daniel se echó a reír. Luego dijo:
–Lo sé, por eso no quiero ir solo. De todas formas llámame si te animas. Holly asintió.
–Bien, aquí tienes la cuenta-dijo Ciara. Dejó un trozo de papel en la mesa y volvió a marcharse como si tal cosa. Daniel la siguió con la mirada y negó con la cabeza.
–No te preocupes, Daniel. No tendrás que aguantarla por mucho más tiempo -aseguró Holly.
–¿Por qué no? – preguntó sorprendido.
Holly comprendió que Ciara no le había dicho que se mudaba.
–Por nada -murmuró, revolviendo el bolso en busca del monedero.
–No, en serio, ¿qué quieres decir? – insistió Daniel.
–Quiero decir que su turno debe de estar a punto de terminar -dijo Holly, sacando el monedero del bolso y mirando la hora.
–Oye… no te preocupes por la cuenta, ¿vale?
–No, no pienso permitirlo -dijo Holly, rebuscando entre los recibos y demás papeles del bolso-. Lo cual me recuerda que te debo veinte. – Dejó el dinero encima de la mesa.
–Olvídalo. – Daniel hizo un ademán como para restarle importancia. – ¿Vas a permitir que pague algo? – bromeó Holly-. Pienso dejarlo en la mesa de todos modos, así que tendrás que cogerlo.
Ciara regresó a la mesa y tendió la mano para cobrar. – Cárgalo a mi cuenta, Ciara -ordenó Daniel.
Ciara miró a su hermana arqueando las cejas y le guiñó el ojo. Luego echó un vistazo a la mesa y vio el billete de veinte euros.
–¡Uau, gracias, hermanita! No sabía que fueras tan generosa con las propinas.
Se metió el dinero en el bolsillo y fue a servir otra mesa.
–No te preocupes. – Daniel sonrió al ver que Holly se quedaba pasmada-. Se lo descontaré del salario.
Holly detuvo el coche en el sendero del jardín y suspiró antes de apearse. Sabía que debería haber sido ella quien fuera a visitar a Sharon y ahora la situación sería aún más incómoda. Se encaminó hacia el coche de su amiga y se sorprendió al ver que quien bajaba era John. Ella no estaba. El corazón le dio un brinco, confió en que Sharon estuviera bien.
–Hola, Holly -saludó John, muy serio, cerrando el coche con un portazo.
–¡John! ¿Dónde está Sharon? – preguntó Holly.
–Acabo de dejarla en el hospital -dijo John, caminando despacio hacia Holly.
Holly se tapó la boca con las manos y los ojos se le llenaron de lágrimas.
–¡Oh, Dios mío! ¿Está bien?
–Sí, sólo se trata de una revisión -contestó John, sorprendido por la pregunta-. Iré a recogerla cuando salga de aquí.
Holly dejó caer las manos a los lados. – Ah -musitó sintiéndose estúpida.
–Oye, si tan preocupada estás por ella, deberías llamarla.
John mantenía la cabeza alta y sus gélidos ojos azules la miraban de hito en hito. Holly se fijó en cómo apretaba la mandíbula. Le sostuvo la mirada hasta que la intensidad de la de John la venció. Se mordió el labio sintiéndose culpable.
–Sí, ya lo sé. ¿Por qué no entramos y preparo una taza de té?
En cualquier otra ocasión se hubiese reído de sí misma por decir eso, se estaba convirtiendo en uno de ellos.
Pulsó el interruptor de la tetera eléctrica y preparó el servicio de té mientras John se sentaba a la mesa.
–Sharon no sabe que estoy aquí. Te agradecería que no le dijeras nada. Holly se sintió aún más disgustada. Sharon no lo había enviado en su busca. Ni siquiera quería verla, seguro que ya daba por perdida su amistad.
–Te echa de menos, ¿sabes?
John seguía mirándola fijamente y sin pestañear. Holly llevó las tazas a la mesa y se sentó.
–Yo también.
–Ha pasado mucho tiempo, Holly, y sabes tan bien como yo que antes hablabais casi a diario.
John cogió la taza que le tendía y la dejó delante de él.
–Las cosas eran muy distintas entonces, John -dijo Holly, enojada. ¿Nadie comprendía lo que sentía? ¿Acaso era la única persona cuerda que quedaba en el mundo?
–Oye, todos sabemos por lo que has pasado… -comenzó John.
–Ya sé que todos sabéis por lo que he pasado, John. Eso está clarísimo. ¡Pero nadie parece comprender que todavía estoy pasando por ello!
Se hizo el silencio.
–Eso no es verdad -repuso John en voz más baja, y fijó la vista en la taza que hacía girar encima de la mesa.
–Sí que lo es. No puedo seguir adelante con mi vida como hacéis vosotros y fingir que no ha pasado nada.
–¿Eso es lo que crees que estamos haciendo?
–Bueno, si quieres, echemos un vistazo a las pruebas -dijo Holly sarcásticamente-. Sharon va a tener un bebé y Denise va a casarse…
–Holly, eso se llama vivir -la interrumpió John, y levantó la vista de la mesa-Al parecer has olvidado en qué consiste. Mira, sé que esto es difícil para ti porque también sé lo difícil que me resulta a mí. Yo también echo de menos a Gerry. Era mi mejor amigo. Fuimos vecinos toda la vida. Fui al parvulario con él, por Dios bendito. Fuimos juntos a la escuela primaria y a la escuela secundaria, y jugamos en el mismo equipo de fútbol. ¡Fui su padrino de boda y él el mío! Cada vez que tenía un problema acudía a Gerry, cada vez que tenía ganas de divertirme acudía a Gerry. Le conté algunas cosas que jamás le hubiese contado a Sharon y él me contó otras que jamás te hubiese contado a ti. Que no estuviera casado con él no significa que no me sienta tan mal como tú. Pero el hecho de que haya muerto no significa que yo también tenga que dejar de vivir.
Holly se quedó anonadada. John hizo girar su silla para situarse de cara a ella. Las patas de la silla chirriaron rompiendo el silencio. John respiró hondo antes de seguir hablando.
–Sí, es difícil. Sí, es horrible. Sí, es lo peor que ha ocurrido en toda mi vida. Pero no puedo darme por vencido. No puedo dejar de ir al pub sólo porque habrá dos tíos riendo y bromeando en los taburetes que solíamos ocupar Gerry y yo, y no puedo dejar de ir al fútbol sólo porque sea algo que solíamos hacer juntos. Lo recuerdo todo perfectamente y sonrío, pero no puedo dejar de ir. Los ojos de Holly se humedecieron.
–Sharon sabe que estás dolida y lo comprende, pero tú debes de entender que éste es un momento tremendamente importante de su vida y que necesita que su mejor amiga la ayude a superarlo -añadió John-. Necesita tu ayuda tanto como tú la suya.
–Lo intento, John -musitó Holly, incapaz de contener el llanto.
–Ya sé que lo haces. – Se inclinó hacia delante y le cogió las manos-. Pero Sharon te necesita. Evitar la situación no va a ayudar a nadie ni a nada.
–Hoy he ido a una entrevista de trabajo -dijo Holly, haciendo pucheros como una niña.
John procuró disimular su sonrisa.
–Eso sí que es una buena noticia, Holly. ¿Y cómo te ha ido?
–Fatal -contestó tratando de serenarse.
John se echó a reír. Guardó unos segundos de silencio antes de volver a hablar.
–Está embarazada de casi cinco meses.
–¿Qué? – Holly levantó la vista, sorprendida-. ¡No me lo había dicho!
–Tenía miedo de hacerlo -dijo John con delicadeza-. Pensó que quizá te enfadarías con ella y no volverías a dirigirle la palabra.
–Menuda estupidez por su parte pensar algo así -replicó Holly, enjugándose las lágrimas con brusquedad.
–¿Ah, sí? – John enarcó las cejas-. ¿Y qué estás haciendo ahora si no? Holly desvió la mirada.
–Tenía intención de llamarla, de verdad. Cada día descolgaba el teléfono, pero me veía incapaz de hacerlo. Entonces me decía que la llamaría al día siguiente y al día siguiente estaba atareada… Oh, lo siento, John. De verdad que me alegro por vosotros dos.
–Gracias, pero no soy yo quien necesita oír esto.
–¡Ya lo sé, pero me he portado de forma espantosa! ¡Nunca me lo perdonará!
–Venga, no seas tonta, Holly. Estamos hablando de Sharon. Lo olvidará todo de un día para otro.
Holly arqueó las cejas, esperanzada.
–Bueno, quizá no de un día para otro. Tal vez al cabo de un año… Y te lo hará pagar caro, pero con el tiempo te perdonará…
Sus ojos gélidos se suavizaron y brillaron con afecto.
–¡Basta! – exclamó Holly, sonriendo y dándole un golpe en el brazo¿Puedo ir a verla contigo?
Holly se puso muy nerviosa cuando se detuvieron delante del hospital. Vio que Sharon estaba sola fuera, mirando alrededor en espera de que fueran a recogerla. Estaba tan guapa que Holly no pudo por menos de sonreír al ver a su amiga. Sharon iba a ser madre. Le costaba creer que ya estuviera embarazada de cinco meses. ¡Aquello significaba que estaba de tres meses cuando se marcharon de vacaciones y. no había dicho una palabra! Y, aún más importante, Holly no podía creer que hubiese sido tan estúpida como para no percatarse de los cambios en su amiga. Por supuesto, no iba a tener barriga a los tres meses de embarazo pero ahora, al verla vestida con un polo y unos tejanos, ya se notaba un pequeño bulto. Y le quedaba bien. Holly se apeó del coche y Sharon se paralizó.
Oh, no, Sharon iba a gritarle. Iba a decirle que la odiaba, que nunca más quería volver a verla y que era una mala amiga y que…
Sharon sonrió y le tendió los brazos.
–Ven aquí y dame un abrazo, tontaina -dijo dulcemente.
Holly corrió a su encuentro. Mientras su amiga la abrazaba con fuerza, se le saltaron las lágrimas de nuevo.
–Oh, Sharon, perdóname, soy detestable. Lo siento mucho mucho mucho, por favor, perdóname. En ningún momento he tenido intención de…
–Cállate, quejica, y abrázame.
Sharon también lloró, la voz en suspense, y ambas permanecieron estrechamente abrazadas mientras John las miraba.
John carraspeó sonoramente.
–Tú, ven aquí -le ordenó Holly sonriendo, y lo incluyó en el abrazo. – Supongo que esto ha sido idea tuya-dijo Sharon, mirando a su marido.
–Qué va-contestó John, y le guiñó el ojo a Holly, me encontré con ella por la calle y me ofrecí a acompañarla…
–Sí, claro -ironizó Sharon, cogiendo del brazo para dirigirse hacia el coche-. Bueno, desde luego me has traído compañía, dijo soriendo.
–¿Qué te han dicho? – preguntó Holly, inclinándose al asiento desde la parte trasera del coche como una niña excitada. ¡Qué es?
–Bueno, no vas a creerlo, Holly. – Sharon se volvió tan nerviosa como su amiga-. El doctor me ha dicho… y le… Según parece es uno de los mejores… En fin, me ha dicho…
–¡Venga! – la apremió Holly, ansiosa por saberlo.
–¡Dice que es un bebé!
Holly puso los ojos en blanco.
–Oh, vamos. Lo que quiero saber es si es niño o niña!!!
–De momento es ello. Todavía no están seguros.
–Pero querrás saber qué será «ello» cuando pueda verlo. Sharon arrugó la nariz.
–No lo sé, la verdad.
Sharon miró a John y ambos sonrieron con complicidad.
Holly sintió una previsible punzada de envidia y se quedó sin decir nada para que se le pasara. Los tres fueron a casa. Holly y Sharon no estaban dispuestas a separarse enseguida después haberse reconciliado.Tenían mucho que contarse. Sentadas a la mesa de Holly, recuperaron el tiempo perdido.
–Sharon, hoy Holly ha ido a una entrevista de trabajo, dijo John cuando por fin le dejaron hablar.
–¿En serio? ¡No sabía que ya estuvieras buscando!
–Es la nueva misión que me ha encomendado Gerry, dijo Holly sonriendo.
–Vaya, ¿ése el mensaje de este mes? ¡Me moría de ganas¡ ¿y cómo te ha ido?
Holly torció el gesto y apoyó la cabeza en las manos. – Ha sido horrible, Sharon. He hecho un ridículo
–¿De verdad? – Sharon sonrió-. ¿En qué consistía?
–Vender espacio publicitario para la revista X.
–¡Uau, es muy buena! En el trabajo todos la leemos.
–A mí no me suena. ¿Qué clase de revista es? – preguntó,
Oh, hay un poco de todo: moda, deporte, cultura. De todo, en realidad.
–Y anuncios- bromeo Holly.
¡¡¡Tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria!!! dice:
–Bueno, no van a tener anuncios muy buenos si Holly Kennedy no trabaja para ellos- dijo Sharon con gentileza.
–Gracias, pero me temo que no voy a trabajar ahi.
–¿Porqué? ¿en qué te has equivocado durante la entrevista? no puedes haberlo hecho tan mal.
Sharon la miró intrigada mientras cogía la tetera.
–Qué quieres que te diga, me parece lamentable que cuando el entrevistador te pregunta si has trabajado en una revista o un periodico le digas que una vez publicaste un boletín informativo para una empresa de mierda.– Holly apoyó la cabeza en la mesa.
Sharon rompió a reir.
–¿Un boletín informativo? espero que no te refieras a aquella porquería de olleto que imprimiste en tu ordenador para anunciar aquel desastre de empresa.
John y Sharon se partían de la risa.
–Al fin y al cabo, servía para anunciar la empresa…
Holly se sumó a las risas sintiendose un tanto avergonzada.
–¿Te acuerdas?!nos hiciste salir a repartirlos por los buzones de las casas cuando llovía y hacía un frio de miedo! ¡tardamos dias en distribuirlos!
–Yo si me acuerdo- dijo John si parar de reir- ¡recuerdas que una noche nos mandaste a Gerry y a mi a repartir cientos de folletos!
–Si… -contesto Holly, temerosa de lo que iba a añadir John.
–Bueno, pues terminaron en el contenedor que hay detras del pub de Bob y entramos a tomar unas cervezas- volvió a reir al al recordarlo y Holly se quedo atónita.
–¡Vaya par de cabrones!– exclamó- ¡por vuestra culpa la empresa quebró y me quedé sin trabajo!
–Yo mas bien diria que quebró en cuanto la gente vio aquellos folletos Holly- tercio Sharon, tomándole el pelo- de todos modos, aquel sitio era un antro, te quejabas todos los días.
–Como si fuese el único empleo del que se ha quejado Holly- bromeo John, sin falta de razón.
–Si ya, pero no me habria quejado de este- dijo Holly con tristeza.
–Hay un monton de empleos ahi afuera- le aseguro Sharon, solo te falta coger un poco de soltura en las entrevistas.
Holly clavó la cucharilla en el azucarero. Se quedaron callados un rato. – Publicaste un boletín informativo -repitió John al cabo de unos minutos, echándose a reír otra vez.
–Cierra el pico -replicó Holly, avergonzada-. Oye, ¿qué otras cosas hicisteis tú y Gerry sin que yo me enterara? – inquirió.
–Ah, un verdadero amigo nunca revela secretos -bromeó John, y sus ojos brillaron con nostalgia.
Pero ya se había abierto una brecha. Y después de que Holly y Sharon amenazaran con torturarlo hasta sonsacarle alguna anécdota, aquella noche Holly se enteró de más cosas sobre su marido de las que jamás hubiese imaginado. Por primera vez desde que Gerry había fallecido, los tres pasaron la noche juntos riendo y Holly por fin aprendió a hablar sin reparo de su marido. Antaño solían reunirse los cuatro: Holly, Gerry Sharon y John. En aquella ocasión sólo tres de ellos estaban juntos, recordando a quien habían perdido. Y gracias a su conversación estuvo vivo para ellos toda la noche. Pronto volverían a ser cuatro, cuando llegara el bebé de Sharon y John.
La vida continuaba.
–Parecen realmente contentos, Richard -dijo Holly, observándolos jugar.
–Sí, es verdad. – Richard sonrió y miró cómo se perseguían-. Quiero que todo sea lo más normal posible para ellos. No acaban de comprender lo que está pasando y resulta difícil explicárselo.
–¿Qué les has dicho?
–Pues que mamá y papá ya no se quieren y que me he mudado para que podamos ser más felices. Algo en esta línea.
–¿Y se han conformado?
Su hermano asintió parsimoniosamente.
–Timothy está bien pero a Emily le preocupa que dejemos de quererla porque entonces también tendrá que mudarse. – Miró a Holly con ojos tristes.
Pobre Emily, pensó Holly, al verla saltar de un lado a otro aferrada a su horrible muñeca. No podía creer que estuviera manteniendo aquella conversación con su hermano. De un tiempo a esta parte parecía una persona completamente distinta. O quizá fuese ella la que había cambiado; ahora se mostraba más tolerante con él y le resultaba más fácil pasar por alto sus comentarios desafortunados, que seguían siendo frecuentes. Pero, por otra parte, ahora tenían algo en común. Ambos sabían de primera mano lo que era sentirse solo e inseguro de uno mismo.
–¿Cómo van las cosas en casa de papá y mamá?
Richard tragó un bocado de patata y asintió con la cabeza. – Bien. Están siendo muy generosos.
–¿Ciara te molesta más de la cuenta?
Holly se sentía como si estuviera interrogando a su hijo tras regresar a casa después del primer día de colegio, deseosa por saber si los demás niños lo habían Intimidado o lo habían tratado bien. Pero lo cierto era que últimamente se sentía la protectora de Richard. Ayudarlo le sentaba bien. La fortalecía.
–Ciara es… Ciara. – Richard sonrió-. Hay un montón de cosas en las que no coincidimos.
–Bueno, yo no me preocuparía por eso -dijo Holly, intentando pinchar un trozo de tocino con el tenedor-. La mayoría de la gente tampoco coincide con ella.
El tenedor por fin pinchó el tocino, que salió despedido del plato y cruzó la cocina hasta aterrizar en el mostrador del otro extremo.
–Para que luego digan que los cerdos no vuelan -comentó Richard mientras Holly iba a recoger el trozo de carne.
Holly rió.
–¡Oye, Richard, has hecho un chiste! Richard se mostró complacido.
–También tengo mis buenos momentos, supongo -dijo encogiéndose de hombros-. Aunque seguro que crees que no abundan.
Holly volvió a sentarse, tratando de decidir cómo exponer lo que iba a decir.
–Todos somos distintos, Richard. Ciara es un poco excéntrica, Declan es un soñador, Jack es un bromista, yo… Bueno, yo no sé qué soy. Pero tú siempre has sido muy mesurado. Convencional y serio. No es forzosamente algo malo, simplemente somos distintos.
–Eres muy considerada -dijo Richard tras un prolongado silencio.
–¿Qué? – preguntó Holly, un tanto confusa. Para disimular su incomodidad se llenó la boca con otro bocado.
–Siempre he pensado que eras muy considerada -repitió Richard.
–¿Cuándo? – preguntó Holly, incrédula, con la boca llena.
–Bueno, no estaría sentado aquí cenando mientras los niños lo pasan en grande jugando en el jardín si no fueras considerada, pero en realidad me estaba refiriendo a cuando éramos pequeños.
–Me parece que te equivocas, Richard -dijo Holly, negando con la cabeza-. Jack y yo siempre andábamos haciéndote trastadas, éramos malvados -agregó en un susurro.
–Tú no eras siempre malvada, Holly. – Esbozó una sonrisa-. De todos modos, para eso están los hermanos, para hacerse la vida lo más difícil posible unos a otros mientras crecen. Te da una buena base para la vida, te hace más fuerte. Sea como fuere, yo era el hermano mayor mandón.
–¿Y eso me hace considerada? – preguntó Holly con la impresión de haber perdido el hilo.
–Tú idolatrabas a Jack. Ibas tras él todo el rato y hacías exactamente lo que te ordenaba. – Se echó a reír-. Yo solía oír cómo te decía lo que tenías que decirme y tú corrías a mi habitación aterrorizada, lo soltabas y salías pitando otra vez.
Holly miraba su plato, muerta de vergüenza. Ella y Jack siempre lo mortificaban.
–Pero luego siempre regresabas -prosiguió Richard-. Siempre volvías a colarte en mi cuarto en silencio y me observabas mientras trabajaba en mi escritorio, y yo sabía que ésa era tu manera de disculparte. – Volvió a sonreír-. Y eso te convierte en una persona considerada. Ninguno de nuestros hermanos tenía conciencia en aquella casa de locos. Ni siquiera yo. Tú eras la única que demostraba tener un poco de sensibilidad.
Richard siguió comiendo y Holly guardó silencio, tratando de asimilar la información que su hermano acababa de darle. No recordaba haber idolatrado a Jack, pero al pensar en ello supuso que Richard tenía razón. Jack era el hermano mayor divertido, enrollado y guapo, que tenía montones de amigos, y Holly solía suplicarle que la dejara jugar con ellos. Se dijo que quizá todavía sentía lo mismo por él (si la llamara en aquel momento para invitarla a salir, seguro que lo dejaría todo e iría, y no se había dado cuenta de ello hasta ahora). Sin embargo, últimamente pasaba mucho más tiempo con Richard que con Jack, que siempre había sido su hermano favorito. Gerry se había llevado mejor con él que con los demás. Era a Jack, y no a Richard, a quien Gerry llamaba para salir a tomar algo durante la semana, e insistía en sentarse a su lado en las reuniones familiares. No obstante, Gerry se había ido y aunque Jack la llamaba de vez en cuando, no lo veía con tanta frecuencia como antes. ¿Acaso Holly había puesto a Jack en un pedestal? De pronto cayó en la cuenta de que había estado disculpándolo cada vez que no iba a visitarla o no la llamaba tras haber dicho que lo haría. En realidad, había estado excusándolo desde la muerte de Gerry.
Sin embargo, Richard se las había ingeniado para proporcionarle dosis regulares de temas de reflexión. Lo observó quitarse la servilleta del cuello y no perdió detalle mientras la doblaba, formando un pequeño cuadrado con ángulos rectos perfectos. Richard solía ordenar obsesivamente cuanto hubiera en la mesa, de modo que todo quedara dispuesto según dictaban los cánones. Pese a todas sus buenas cualidades, que ahora había descubierto, sabía que sería incapaz de vivir con un hombre como él.
Ambos se sobresaltaron al oír un golpe sordo fuera y ver a la pequeña Emily tendida en el suelo hecha un mar de lágrimas ante la mirada asustada de Timmy. Richard se levantó de inmediato y salió corriendo.
–¡Se ha caído sola, papá, yo no he hecho nada! – oyó Holly que decía Timmy. Pobre Timmy. Holly puso los ojos en blanco cuando vio que Richard lo arrastraba cogido del brazo y le ordenaba que se quedara en un rincón y que reflexionara sobre lo que había hecho. Algunas personas nunca cambiarían de verdad, pensó con ironía.
Al día siguiente Holly saltaba de alegría por la casa, presa de un arrebato de éxtasis, mientras ponía por tercera vez el mensaje grabado en el contestador automático.
«Hola, Holly-decía un vozarrón grave-. Soy Chris Feeney de la revista X. Sólo llamaba para decirte que quedé muy impresionado con tu entrevista. Em… -Hizo una pausa-. En fin, normalmente no le diría esto a un contestador automático, pero sin duda te alegrará saber que he decidido darte la bienvenida como nuevo miembro del equipo. Me encantaría que comenzaras cuanto antes, así que llámame al número de siempre cuando tengas un momento y lo comentamos con más calma. Em… Adiós.»
Holly rodó por la cama, radiante de felicidad, y pulsó otra vez el botón de PLAY. Había apuntado a la Luna… ¡y había aterrizado en ella!
Se sentía como si fuese el primer día de colegio y hubiese ido a comprar bolígrafos nuevos, una libreta nueva, una carpeta y una cartera nueva que le dieran aspecto de ser supeinteligente. Pero si bien había rebosado entusiasmo cuando se sentó a desayunar también se había sentido triste. Triste porque Gerry no estuviera allí para compartir aquel comienzo. Solían realizar un pequeño ritual cada vez que Holly estrenaba empleo, cosa que sucedía con notable frecuencia. Gerry la despertaba llevándole el desayuno a la cama y luego preparaba su bolso con bocadillos de jamón y queso, una manzana, una bolsa de patatas fritas y una tableta de chocolate. Después la llevaba en coche al trabajo, la telefoneaba a la hora del almuerzo para ver si los demás niños de la oficina la trataban bien y pasaba a recogerla al final de la jornada para acompañarla a casa. Entonces se sentaban a cenar y Gerry escuchaba y reía mientras ella describía a los personajes de la nueva oficina y volvía a refunfuñar sobre lo mucho que detestaba tener que ir a trabajar. Ahora bien, sólo hacían eso el primer día de trabajo, los demás días saltaban de la cama tarde como de costumbre, hacían carreras para ver quién se duchaba antes y luego vagaban por la cocina medio dormidos, mientras tomaban presurosamente una taza de café que les ayudara a espabilarse. Se despedían con un beso y cada cual se iba por su lado a cumplir con sus obligaciones. Y al día siguiente tres cuartos de lo mismo. Si Holly hubiese sabido que les quedaba tan poco tiempo, no se habría molestado en seguir aquella tediosa rutina día tras día…
Aquella mañana, sin embargo, el panorama había sido bien distinto. Despertó en una cama vacía, dentro de una casa vacía sin que nadie le preparara el desayuno. No tuvo que competir para ser la primera en utilizar la ducha y la cocina estaba en silencio, sin el ruido de los ataques de estornudos matutinos de Gerry. Holly se había permitido imaginar que, cuando despertara, Gerry estaría allí por obra de un milagro para acompañarla tal como mandaba la tradición, puesto que un día tan especial no sería completo sin él. Pero con la muerte no había excepciones que valieran. Ido significaba ido.
Antes de entrar en la oficina, Holly se miró para comprobar que no llevaba la bragueta abierta, que la chaqueta no se le hubiese remetido en los pantalones y que los botones de la blusa estuvieran bien abrochados. Satisfecha al ver que iba presentable, subió por la escalera de madera hasta su nueva oficina. Entró a la sala de espera y la secretaria, a quien reconoció del día de la entrevista, se levantó de su escritorio para recibirla.
–Hola, Holly -la saludó alegremente, dándole la mano-. Bienvenida a nuestra humilde morada.
Levantó las manos para mostrarle la sala. A Holly le había caído bien aquella mujer desde el primer momento. Aproximadamente de la misma edad que ella, tenía el pelo rubio y largo y un rostro que al parecer siempre estaba alegre y sonriente.
–Por cierto, me llamo Alice, y trabajo aquí fuera, en recepción, como bien sabes. Bueno, ahora mismo te acompaño a ver al jefe. Te está esperando.
–Dios, no he llegado tarde, ¿verdad? – preguntó Holly, mirando con preocupación la hora. Había salido de casa temprano para evitar los atascos, dándose un buen margen de tiempo para no llegar tarde el primer día.
–No, ni mucho menos -dijo Alice, conduciéndola al despacho del señor Feeney-. No hagas caso de Chris ni del resto de la tropa, son un atajo de adictos al trabajo. Los pobres no tienen vida personal. Te aseguro que a mí no me verás por aquí después de las seis.
Holly rió, pensando que Alice le recordaba a su ser anterior.
–Y no te sientas obligada a entrar temprano y quedarte hasta tarde sólo porque ellos lo hagan. Creo que en realidad Chris vive en su despacho, así que es inútil que intentes competir con él. Este hombre no es normal -agregó en voz alta mientras llamaba a la puerta y la invitaba a pasar.
–¿Quién no es normal? – preguntó el señor Feeney con brusquedad, levantándose del sillón y estirándose.
–Usted.
Alice sonrió y cerró la puerta a sus espaldas.
–¿Has visto cómo me trata mi personal? – El señor Feeney sonrió y se acercó a Holly, tendiéndole la mano para saludarla. Su apretón volvió a ser afectuoso y cordial.
A Holly le gustó la atmósfera que reinaba entre los empleados.
–Gracias por contratarme, señor Feeney-dijo Holly sinceramente. – Puedes llamarme Chris, y no tienes que agradecerme nada. Bien, si me acompañas, te mostraré el lugar.
Chris pasó delante camino del vestíbulo. Las paredes estaban cubiertas por las portadas enmarcadas de todos los números de Xque se habían publicado durante los últimos veinte años.
–En realidad no hay gran cosa que mostrar. Aquí tenemos la oficina de nuestras hormiguitas. – Abrió la puerta y Holly echó un vistazo a la enorme oficina. Había unos diez escritorios y la habitación estaba llena de personas sentadas delante de sus ordenadores hablando por teléfono. Levantaron la vista y saludaron cortésmente con la mano. Holly les sonrió, recordando lo importantes que eran las primeras impresiones-. Éstos son los maravillosos periodistas que me ayudan a pagar las facturas -explicó Chris-. Éste es John Paul, el redactor jefe de moda; Mary, nuestra experta en gastronomía, y Brian, Steven, Gordon, Áishling y Tracey. No es preciso que sepas lo que hacen, son unos vagos.
Rió y uno de los hombres le hizo un gesto obsceno con el dedo sin dejar de hablar por teléfono. Holly supuso que era uno de los hombres acusados de ser un vago.
–¡Atención todos, ésta es Holly! – gritó Chris, y todos sonrieron, volvieron a saludar con la mano y siguieron hablando por teléfono-. Los demás periodistas trabajan por cuenta propia, de modo que los verás poco por esta oficina -explicó Chris mientras la conducía a la habitación siguiente-. Aquí es donde se esconden los gansos de la informática. Te presento a Dermot y Wayne, que están a cargo de la maquetación y el diseño, de modo que trabajarás codo con codo con ellos y los mantendrás informados sobre dónde va cada anuncio. Chicos, ésta es Holly.
–Hola, Holly.
Ambos se levantaron, le estrecharon la mano y siguieron trabajando con los ordenadores.
–Los tengo bien entrenados -bromeó Chris, y volvió a dirigirse al vestíbulo-. Allí al fondo está la sala de juntas. Nos reunimos cada mañana a las nueve menos cuarto.
Holly iba asintiendo a todo lo que le decía y procuró recordar los nombres de las personas que le presentaba.
–Bajando esta escalera están los lavabos, y ahora te mostraré tu despacho. Regresaron por donde habían venido y Holly le siguió, mirando entusiasmada las paredes. Aquello no se parecía a nada que hubiese vivido antes. – Aquí tienes tu despacho -dijo Chris, abriendo la puerta y dejándola entrar primero.
Holly no pudo evitar sonreír al ver la pequeña habitación. Era la primera vez que tenía despacho propio. Había el espacio justo para que cupieran un escritorio y un archivador. Encima del escritorio había un ordenador y montones de carpetas y, frente al mismo, una librería abarrotada con más libros, carpetas y pilas de números atrasados. La enorme ventana georgiana cubría prácticamente toda la pared de detrás del escritorio y, pese a que fuera hacía frío y viento, la habitación se veía espaciosa y aireada.
–Es perfecto -le dijo a Chris, dejando el maletín encima del escritorio y mirando alrededor.
–Bien -dijo Chris-. El último tipo que trabajó aquí era extremadamente organizado y en todas esas carpetas encontrarás exactamente lo que tienes que hacer. Si tienes algún problema o alguna pregunta sobre lo que sea, no dudes en preguntarme. Estoy en la puerta de al lado. – Golpeó con los nudillos el tabique que separaba sus respectivos despachos-. No espero ningún milagro de ti, ya sé que eres nueva en esto, por eso cuento con que me hagas montones de preguntas. Nuestro próximo número sale la semana que viene, ya que lo sacamos el primer día de cada mes.
Holly abrió los ojos desorbitadamente. Tenía una semana para llenar una revista entera.
–No te preocupes. – Chris sonrió otra vez-. Quiero que te concentres en el número de noviembre. Familiarízate con la maqueta de la revista, seguimos la misma pauta todos los meses, de este modo sabrás qué tipo de anuncios van en cada clase de páginas. Es un montón de trabajo, pero si eres organizada y trabajas bien con el resto del equipo todo irá como una seda. Insisto, te pido que hables con Dermot y Wayne, ellos te pondrán al corriente de cómo es la maqueta estándar, y si necesitas que te hagan algo, pídeselo a Alice. Está ahí para ayudar a todo el mundo. – Hizo una pausa y miró alrededor-. Esto es lo que hay. ¿Alguna pregunta?
Holly negó con la cabeza.
–De momento no, creo que me lo ha contado todo.
–Muy bien, pues te dejo con lo tuyo.
Cerró la puerta al salir y Holly se sentó a su nuevo escritorio en su nuevo despacho. Se sentía un tanto intimidada ante su nueva vida. Aquél era el empleo más importante que jamás había tenido y a juzgar por lo que había visto tendría mucho que hacer, pero eso la alegraba. Necesitaba mantener la mente ocupada. Sin embargo, le había resultado imposible memorizar los nombres de todo el mundo, de modo que sacó su libreta y el bolígrafo y anotó los que recordaba. Abrió la primera carpeta y se puso manos a la obra.
Se enfrascó tanto en la lectura que al cabo de un buen rato se dio cuenta de que había olvidado por completo la pausa para almorzar. Al parecer nadie en la oficina había abandonado su puesto. En otros empleos, Holly solía dejar de trabajar al menos media hora antes del almuerzo para pensar qué iba a comer. Luego se marchaba con un cuarto de hora de antelación y regresaba con quince minutos de retraso debido al «tráfico», aunque en realidad fuese a almorzar a la vuelta de la esquina. Pasaba la mayor parte de la jornada soñando despierta, haciendo llamadas personales, sobre todo al extranjero, ya que no tenía que pagarlas, y siempre era la primera en la cola para recoger el cheque del salario mensual, que por lo general gastaba en cuestión de dos semanas.
Sí, aquél era muy distinto de sus empleos anteriores, pero lo cierto era que lo disfrutaba minuto a minuto.
–Vamos a ver, Ciara, ¿seguro que llevas el pasaporte? – preguntó la madre de Holly a su hija menor por tercera vez desde que habían salido de casa.
–Sí, mamá -respondió Ciara-. Te lo he dicho un millón de veces, lo llevo aquí.
–Enséñamelo -ordenó Elizabeth, volviéndose en el asiento del pasajero.
–¡No! No pienso enseñártelo. Tendrías que aceptar mi palabra, ya no soy una niña, ¿sabes?
Declan soltó un bufido y Ciara le arreó un codazo en las costillas. – Tú cállate.
–Ciara, enséñale el pasaporte a mamá para que se quede tranquila -dijo Holly cansinamente.
–¡Muy bien! – vociferó Ciara, poniéndose el bolso en el regazo-. Aquí está. Mira, mamá… No, espera, en realidad no está aquí… No, en realidad puede que lo metiera aquí… ¡Oh, mierda!
–Cielo santo, Clara -gruñó el padre de Holly, frenando en seco para dar media vuelta.
–¿Qué pasa? – replicó Ciara a la defensiva-. Lo metí aquí, papá, alguien tiene que haberlo cogido -refunfuñó vaciando el contenido del bolso. Joder, Ciara -se quejó Holly al caerle unas bragas en la cara. – Bah, cállate de una vez -le espetó Clara- No vas a tener que aguantarme durante mucho tiempo.
Todos los ocupantes del coche guardaron silencio al darse cuenta de que era verdad. Sólo Dios sabía cuánto tiempo estaría Ciara en Australia y sin duda iban a echarla de menos, por más escandalosa e irritante que fuera.
Holly iba apretujada contra la ventanilla del asiento trasero junto con Declan y Ciara. Richard llevaba a Mathew y a Jack (haciendo caso omiso de las protestas de éste) y probablemente ya habían llegado al aeropuerto a aquellas alturas. Era la segunda vez que regresaban a casa, dado que Clara había olvidado el aro de la suerte que se colgaba en la nariz y había exigido a su padre que diera media vuelta.
Finalmente llegaron al aeropuerto una hora después de haber salido cuando el trayecto no solía llevar más de veinte minutos.
–Por Dios, ¿qué os ha retrasado tanto? – se quejó Jack a Holly cuando por fin entraron en el aeropuerto con cara de pocos amigos-. He pasado todo este rato a solas con Dick.
–Corta el rollo, Jack -dijo Holly-, tampoco hay para tanto.
–Vaya, veo que has cambiado de onda -bromeó Jack, fingiéndose sorprendido.
–En absoluto, es sólo que cantas la canción que no toca-replicó Holly, y fue a reunirse con Richard que estaba solo viendo la vida pasar.
–Cielo, ponte en contacto más a menudo esta vez, ¿de acuerdo? – pidió Elizabeth a su hija, abrazándola llorosa.
–Claro que sí, mamá. No llores, por favor, que no quiero llorar yo también.
A Holly se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que esforzarse para contener las lágrimas. Ciara le había hecho mucha compañía durante los últimos meses y siempre había conseguido animarla cuando pensaba que su vida no podía ir peor. Añoraría a su hermana, pero comprendía que Ciara tenía que estar con Mathew. Era un buen tipo y se alegraba de que se hubiesen encontrado.
–Cuida de mi hermana-dijo Holly, poniéndose de puntillas para abrazar al imponente Mathew.
–No te preocupes, está en buenas manos-contestó Mathew, sonriendo.
–Te ocuparás de ella, ¿verdad? – Frank le dio una palmada en el hombro y sonrió. Mathew era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que aquello era más una advertencia que una pregunta y le contestó de forma muy convincente.
–Adiós, Richard -dijo Ciara, dándole un fuerte abrazo-. Mantente alejado de la bruja de Meredith. Eres demasiado bueno para ella. – Clara se volvió hacia Declan-. Ven a vernos cuando quieras, Dec. Podrás hacer una película o lo que sea sobre mí -dijo muy seria al benjamín de la familia, y le dio un fuerte abrazo.
–Jack, cuida de mi hermana mayor-dijo sonriendo a Holly-. Uuuuy, cuánto voy a echarte de menos. – Apenada estrechó a Holly con fuerza.
–Yo también -respondió Holly con voz temblorosa.
–Bueno, me largo antes de que me contagiéis la depresión y me eche a llorar -dijo tratando de parecer contenta.
–No sigas haciendo esos saltos con cuerda, Ciara. Son muy peligrosos -dijo Frank con aire preocupado.
–¡Se llama puenting, papá! – Ciara rió y besó a sus padres en la mejilla una vez más-. Descuida, seguro que descubro algo nuevo para probar -bromeó.
Holly guardó silencio junto a su familia, observando a Ciara y Mathew mientras éstos se alejaban cogidos de la mano. Incluso Declan tenía los ojos llorosos, aunque fingió que se debía a un estornudo.
–Levanta la vista a las luces, Declan. – Jack cogió a su hermano por los hombros-. Dicen que eso ayuda a estornudar.
Declan levantó la vista al techo y así evitó ver cómo se marchaba su hermana. Frank cogió a su mujer por la cintura mientras ésta se despedía con la mano sin cesar, las mejillas bañadas en lágrimas.
Todos rompieron a reír al dispararse la alarma cuando Ciara pasó el control de seguridad y le ordenaron que vaciara los bolsillos antes de cachearla.
–Cada puñetera vez -bromeó Jack-. Es asombroso que le permitieran entrar en el país.
Volvieron a despedirse con la mano mientras Ciara y Mathew se alejaban hasta que el pelo rosa se perdió de vista entre la multitud.
–Muy bien -dijo Elizabeth, enjugándose las lágrimas-. ¿Por qué el resto de mis hijos no se viene a casa y almorzamos todos juntos?
Todos aceptaron al ver lo alterada que estaba su madre.
–Esta vez te dejo ir con Richard -dijo Jack con picardía a Holly y se marchó con el resto de la familia, dejándolos allí, un tanto desconcertados.
–¿Qué tal tu primera semana en el trabajo, cariño? – preguntó Elizabeth a Holly mientras todos almorzaban en la casa familiar.
–Me encanta, mamá -dijo Holly y sus ojos se iluminaron-. Es mucho más interesante y motivador que cualquiera de los otros empleos que he tenido, y todo el personal es muy simpático. Hay muy buen ambiente -agregó llena de felicidad.
–A la larga eso es lo más importante, ¿verdad? – dijo Frank, complacido-. ¿Cómo es tu jefe?
–Un encanto. Me recuerda mucho a ti, papá. Cada vez que lo veo me vienen ganas de darle un abrazo y un beso.
–Eso suena a acoso sexual en el trabajo -bromeó Declan, y Jack se rió por lo bajo.
Holly puso los ojos en blanco.
–Vas a hacer otro documental este año, Declan? – preguntó Jack.
–Sí, sobre la falta de vivienda-contestó él con la boca llena. – Declan -reconvino Elizabeth, arrugando la nariz-, no hables con la boca llena.
–Perdón -dijo Declan y escupió la comida al plato.
Jack rompió a reír y por poco se atraganta con la comida mientras el resto de la familia apartó la vista de Declan con asco.
–¿Qué has dicho que estabas haciendo, hijo? – preguntó Frank para evitar una discusión familiar.
–Estoy haciendo un documental sobre las personas sin techo para la facultad.
–Ah, muy bien -respondió antes de retirarse a su universo particular. – ¿A qué miembro de la familia vas a usar como sujeto esta vez? A Richard? – inquirió Jack maliciosamente.
Holly golpeó el plato con los cubiertos.
–Eso no tiene gracia, tío -dijo Declan con tono muy serio, sorprendiendo a Holly.
–¿Por qué estáis todos tan susceptibles últimamente? – preguntó Jack, mirando alrededor-. Sólo ha sido una broma.
–Muy poco graciosa, Jack-dijo Elizabeth severamente.
–¿Qué ha dicho? – preguntó Frank a su esposa tras salir de su trance. Elizabeth negó con la cabeza y Frank comprendió que más valía no volver a preguntar.
Holly observó a Richard, que estaba sentado a la cabecera de la finesa comiendo en silencio. Se le partió el corazón. No se merecía aquello, y o bien Jack estaba siendo más cruel que de costumbre o, por el contrario, aquello era la norma y ella había sido una estúpida por encontrarlo divertido hasta entonces.
–Perdona, Richard. Sólo era una broma -se excusó Jack.
–No pasa nada, Jack.
–¿Ya has encontrado trabajo?
–No, todavía no.
–Es una lástima -dijo Jack secamente y Holly lo fulminó con la mirada. ¿Qué demonios le pasaba?
Elizabeth recogió con calma sus cubiertos y el plato y se fue en silencio a la sala de estar, donde encendió el televisor y terminó de comer en paz. Sus «dos geniecillos» ya no conseguían hacerla reír.
También le encantaba sentirse parte del equipo, como si verdaderamente estuviera haciendo algo que tuviera un impacto real en el producto acabado. Pensaba en Gerry a diario. Cada vez que cerraba un trato le daba las gracias, le agradecía que la hubiese empujado hasta la cima. Aun así, todavía tenía días horribles en los que no se sentía merecedora de levantarse de la cama. Pero el entusiasmo que le suscitaba el trabajo la estimulaba para seguir adelante.
Oyó que Chris conectaba la radio en el despacho contiguo y sonrió. A cada hora en punto sintonizaba las noticias. Y todas ellas se filtraban en el cerebro de Holly, que no se había sentido tan inteligente en toda su vida.
–¡Eh! – gritó Holly, golpeando la pared-. ¡Apaga eso! ¡Algunos de nosotros estamos intentando trabajar!
Le oyó reír y sonrió. Volvió a concentrarse en su trabajo; un colaborador había escrito un artículo sobre el viaje que había realizado por toda Irlanda en busca de la jarra de cerveza más barata del país y lo cierto era que tenía gracia. Quedaba un hueco muy grande a pie de página y era tarea de Holly llenarlo. Comenzó a hojear la libreta de contactos y de repente tuvo una idea. Cogió el teléfono y marcó un número.
–Hogan's.
–Hola, con Daniel Connelly, por favor. – Un momento.
Los malditos Greensleeves otra vez. Bailó por la habitación al ritmo de la música mientras aguardaba. Chris entró, le echó un vistazo y volvió a cerrar la puerta. Holly sonrió.
–Diga?
–¿Daniel?
–Sí.
–Hola, soy Holly.
–¿Cómo estás, Holly?
–Estupendamente, gracias. ¿Y tú?
–No podría estar mejor.
–Eso es una bonita queja. Daniel rió e inquirió: -¿Cómo te va en tu flamante empleo?
–Bueno, en realidad por eso te llamo -confesó Holly con tono de culpa.
–¡Oh, no! – exclamó Daniel-. La nueva política de la casa comprende el no contratar a ningún Kennedy más.
Holly rió tontamente.
–Joder, con las ganas que tenía de arrojar bebidas a los clientes. Daniel rió y luego dijo:
–En fin, ¿qué te cuentas?
–¿Es posible que una vez te oyera decir que tenías que anunciar más el Club Diva?
Bueno, en realidad él creía que se lo estaba diciendo a Sharon, pero Holly supuso que no recordaría ese detalle.
–Recuerdo haberlo dicho, sí.
–¿Y no te gustaría anunciarlo en la revista X?
–¿Es la revista para la que trabajas?
–No, simplemente se me ha ocurrido que sería una pregunta interesante, eso es todo -bromeó Holly-. ¡Claro que es donde trabajo!
–¡Ah, por supuesto, lo había olvidado, es esa revista que tiene las oficinas justo a la vuelta de la esquina! – dijo Daniel con sarcasmo-. La que hace que pases por delante de mi puerta cada día sin que aún te hayas dignado entrar. ¿Por qué nunca te veo a la hora del almuerzo? – agregó irónicamente-. Acaso mi pub no es lo bastante bueno para ti?
–Es que aquí todos almuerzan en sus despachos -explicó Holly-. ¿Qué te parece?
–Me parece que sois una panda de aburridos.
–No, me refiero a lo del anuncio.
–Sí, claro, es una buena idea.
–Perfecto. Lo pondré en el número de noviembre. Te gustaría publicarlo mensualmente?
–Te importaría decirme cuánto me costaría? – inquirió Daniel. Holly hizo sus cálculos y le dijo una cantidad.
–Hmmm… -musitó Daniel, meditando-. Tendré que pensarlo pero para el número de noviembre seguro.
–¡Fantástico! Te harás millonario cuando lo imprimamos.
–Eso espero. – Daniel rió-. Por cierto, la semana que viene montamos una fiesta para el lanzamiento de una nueva bebida. ¿Puedo apuntarte en la lista de invitados?
–Sí, te lo agradezco. ¿Qué bebida es ésa?
–Se llama Blue Rock. Es un nuevo refresco de la casa Alco que al parecer será un bombazo. Tiene un sabor asqueroso, pero será gratis toda la noche, así que yo invito a las rondas.
–Vaya, a eso lo llamo hacer buena propaganda-dijo Holly-. ¿Cuándo será? – Sacó la agenda para anotarlo-. Perfecto, puedo ir directamente cuando salga del trabajo.
–Pues en ese caso llévate el biquini a la oficina. – ¿Que me lleve qué?
–El biquini -repitió Daniel-. Será una fiesta playera.
–Estás chiflado. ¡Si es pleno invierno!
–Oye, que la idea no es mía. El eslogan dice «Blue Rock, la nueva bebida rompehielos».
–Joder, menuda horterada -rezongó Holly.
–Y menudo follón. Vamos a cubrir todo el suelo con arena. Será una pesadilla limpiarlo después. En fin, ahora tengo que volver al trabajo, esto está de bote en bote hoy.
–De acuerdo. Muchas gracias, Daniel. Piensa lo que quieres que diga el anuncio y llámame.
–Así lo haré.
Holly colgó y se quedó reflexionando un momento. Finalmente se levanró y fue al despacho de Chris con una idea en mente.
–¿Ya has terminado de bailar? – preguntó Chris, riendo entre dientes.
–Sí, me he inventado unos pasos. He venido a enseñártelos -bromeó Holly.
–¿Cuál es el problema? – dijo Chris mientras terminaba lo que estaba escribiendo y se quitaba las gafas.
–No es un problema, sino una idea. – Siéntate.
Indicó la silla con el mentón. Hacía sólo tres semanas que se había sentado para la entrevista y ahora allí estaba proponiendo ideas a su nuevo jefe. Resultaba curioso que la vida cambiara tan rápido, aunque por otra parte eso ya lo había aprendido…
–¿De qué se trata?
–Veamos, ¿conoces el pub Hogan's que está a la vuelta de la esquina?
Chris asintió con la cabeza.
–Bien, acabo de hablar con el propietario y va poner un anuncio en la revista.
–Eso está muy bien, pero espero que no vengas a informarme cada vez que llenes un hueco… Podríamos pasarnos un año aquí dentro.
Holly hizo una mueca.
–No es eso, Chris. El caso es que me ha contado que van a celebrar una fiesta para lanzar una nueva bebida llamada Blue Rock. Un refresco de la casa Alto. Será una fiesta playera, todo el personal irá en biquini y cosas por el estilo.
–¿En pleno invierno? – Chris arqueó las cejas. – Al parecer es la nueva bebida rompehielos. Chris puso los ojos en blanco.
–Hortera. Holly sonrió.
–Es lo mismo que yo he dicho. Pero aun así se me ha ocurrido que quizá valdría la pena informarse y cubrir el evento. Ya sé que las ideas hay que proponerlas en las reuniones, pero esto va a ser muy pronto.
–Comprendo. Es una gran idea, Holly. Pondré a uno de los muchachos a trabajar en ello.
Holly esbozó una sonrisa y se levantó de la silla. – Por cierto, ¿ya te han arreglado el jardín? Chris frunció el entrecejo.
–Han ido a verlo unas diez personas distintas. Dicen que me costará unos seis mil.
–¡Uau, seis mil! Eso es mucho dinero.
–Bueno, es un jardín muy grande, así que supongo que no se equivocan. – ¿A cuánto sube el presupuesto más bajo?
–Cinco quinientos. ¿Por qué?
–Porque mi hermano te lo haría por cinco -dijo de sopetón.
–¿Cinco? – Los ojos casi se le salieron de las órbitas-. Es lo más barato que he oído hasta ahora. ¿Es bueno?
–¿Recuerdas que te dije que mi jardín era una jungla? Chris asintió con la cabeza.
–Bien, pues ya no lo es. Ha hecho un trabajo excelente. La única pega es que trabaja solo y, por consiguiente, le lleva más tiempo.
–Por ese precio me da igual lo que tarde. ¿Tienes su tarjeta por casualidad?
–Eh… sí. Enseguida te la traigo.
Cogió una cartulina de la mejor calidad del despacho de Alice, escribió el nombre y el número de móvil de Richard con una tipografía elegante y la imprimió. La cortó con forma de rectángulo para que pareciera una tarjeta.
–Estupendo -dijo Chris, leyéndola-. Creo que voy a llamarlo ahora mismo.
–No, no -se apresuró a decir Holly-. Te será más fácil encontrarlo mañana. Hoy está hasta las cejas.
–Como tú digas. Gracias, Holly. – Holly se dirigió hacia la puerta y se detuvo al oír que Chris le decía-: Por cierto, ¿qué tal escribes?
–Es una de las cosas que aprendí en el colegio. Chris se echó a reír.
–¿Aún estás a ese nivel?
–Bueno, siempre podría comprar un diccionario de ideas afines-Bien, porque necesito que cubras esa fiesta de lanzamiento del martes.
–¿YO???!!!
–¿Qué?
–No puedo mandar a ninguno de los chicos con tan poca antelación y tampoco puedo hacerlo, así que tengo que confiar en ti. – Revolvió unos papeles de encima del escritorio-. Enviaré a uno de los fotógrafos contigo, que saque unas cuantas fotos de la arena y los biquinis.
–Oh… muy bien. – El corazón de Holly latió con fuerza. – ¿Qué te parecen ochocientas palabras?
Imposible, pensó. Que ella supiera, su vocabulario constaba de unas cincuenta palabras.
–Perfecto -contestó con seguridad, y salió del despacho. Mierda, mierda, mierda, mierda, se dijo. ¿Cómo diablos iba a lograrlo? Si ni siquiera dominaba la ortografía.
Cogió el teléfono y pulsó el botón de rellamada. – Hogan's.
–Con Daniel Connelly, por favor. – Un momento.
–No me ponga… -Comenzaron a sonar los Greensleeves-. En espera.
–Diga?
–Daniel, soy yo -dijo con premura.
–¿Alguna vez me dejarás en paz? – Inquirió Daniel, tomándole el pelo.
–No. Necesito ayuda.
–Ya lo sé, pero no estoy cualificado para eso.
–Hablo en serio. He comentado lo de ese lanzamiento con mi editor y quiere que lo cubra yo.
–Fabuloso. ¡Entonces ya puedes olvidarte del anuncio! – bromeó Daniel.
–No, de fabuloso nada. Quiere que lo escriba yo.
–Me alegro por ti, Holly.
–¿No lo entiendes, Daniel? ¡No sé escribir!
–¿De veras? Era una de las asignaturas más importantes en mi colegio. – Daniel, por favor, que esto va en serio…
–De acuerdo. ¿Qué quieres que haga?
–Necesito que me cuentes absolutamente todo lo que sepas sobre esa bebida y el lanzamiento, para que pueda comenzar a escribir enseguida y así tener unos días de margen para preparar el artículo.
–¡Sí, un momento, señor! – gritó Daniel, apartándose del teléfono-. Oye, Holly, ahora no puedo entretenerme.
–Por favor -lloriqueó Holly. – Escucha, ¿a qué hora sales de trabajar? – A las seis. – Cruzó los dedos y rezó para que la ayudara.
–De acuerdo, ¿por qué no te pasas por aquí a las seis y te llevo a cenar a alguna parte?
–Oh, muchísimas gracias, Daniel. – Se puso a dar brincos de alegría por el despacho-. Eres un cielo!
Colgó el teléfono y suspiró aliviada. Después de todo quizás aún tuviera una oportunidad de redactar el artículo y de paso conservar el empleo.
De repente se quedó inmóvil al repasar mentalmente la conversación. ¿Acababa de aceptar una cita con Daniel?
A las seis en punto oyó que Alice desconectaba su ordenador y bajaba taconeando por la escalera de madera hacia la libertad. Holly sonrió al recordar que aquello era exactamente lo que ella solía hacer antaño. Aunque las cosas eran muy distintas cuando tenías un marido guapo esperando en casa. Si ella aún tuviera a Gerry, estaría corriendo con Alice hacia la puerta.
Oyó a algunos otros recoger sus cosas y rezó para que Chris entrara a dejar un montón de trabajo sobre su escritorio que la obligara a trabajar hasta tarde y cancelar la cena con Daniel. Ella y Daniel habían salido juntos millones de veces, así que ¿por qué estaba tan preocupada ahora? Sin embargo, había algo que la inquietaba en el fondo de su mente, sentía algo extraño en el estómago cuando oía la voz de Daniel por teléfono, lo que hacía que la incomodara la idea de verlo. Se sentía tan culpable y avergonzada por salir con él que trató de convencerse de que sólo se trataba de una cena de trabajo. En realidad, cuanto más lo pensaba más se concienciaba de que no era más que eso. Pensó en cómo se había convertido en una de esas personas que comentan asuntos de trabajo durante una cena. Usualmente, los únicos asuntos que comentaba durante una cena eran los hombres y la vida en general con Sharon y Denise, o sea asuntos de chicas.
Apagó sin prisas el ordenador y guardó lo preciso en su maletín con suma meticulosidad. Todo lo hacía con parsimonia, como si así pudiera evitar cenar con Daniel. Se golpeó la cabeza… era una cena de trabajo.
–Eh, sea lo que sea, seguro que no hay para tanto -dijo Alice, asomándose a su puerta. Holly se sobresaltó.
Jesús, Alice, no te había visto. – ¿Va todo bien?
–Sí -contestó Holly con tono vacilante-. Es sólo que tengo que hacer algo que en realidad no quiero hacer. Aunque en cierto modo sí quiero, lo que no hace más que reafirmarme que no quiero hacerlo porque parece que esté mal aunque en realidad está bien. ¿Entiendes?
Miró a Alice, que lógicamente estaba perpleja.
–Y yo que creía que me pasaba de la raya al analizar las cosas.
–No me hagas caso. – Holly se reanimó-. Estoy perdiendo el juicio.
–Pasa en las mejores familias -apuntó Alice, sonriendo.
–Qué haces otra vez aquí? – peguntó Holly al recordar que la había oído marcharse un rato antes-. ¿Es que no te atrae la libertad?
–Olvidé que tenemos una reunión a las seis -dijo Alice, poniendo los ojos en blanco.
–Vaya. – Holly se sintió un tanto decepcionada. Nadie la había avisado de aquella reunión, aunque tampoco era tan extraño, puesto que no asistía a todas. Sin embargo, sí era raro que Alice asistiera a una sin que la invitaran a ella.
–¿Es sobre algo interesante? – Fisgoneó procurando fingir desinterés mientras acababa de ordenar el escritorio.
–Es la reunión de astrología.
–¿Reunión de astrología? – Sí, la celebramos cada mes.
–Ah, ¿y se supone que debo asistir o no estoy invitada?
Intentó no parecer frustrada pero fracasó estrepitosamente, lo que no hizo sino aumentar su vergüenza.
Alice rió.
–Claro que estás invitada, Holly. Iba a pedirte que vinieras, por eso estoy en la puerta de tu despacho.
Holly soltó el maletín sintiéndose estúpida y siguió a Alice hasta la sala de juntas, donde el resto del personal aguardaba sentado.
–Atención todos, ésta es la primera región de astrología a la que acude Holly, así que démosle la bienvenida -anunció Alice.
Holly tomó asiento mientras los demás aplaudían en broma la incorporación de un nuevo miembro a la mesa. Chris se dirigió a Holly:
–Holly, sólo quiero que sepas que no tengo absolutamente nada que ver con esta tontería y me disculpo de antemano porque te veas envuelta en ella. – Corta el rollo, Chris.
Tracey hizo un ademán a su jefe y, provista de un bloc de notas y un bolígrafo, se sentó a la cabecera de la mesa.
–Muy bien, ¿quién quiere empezar este mes? – Empecemos por Holly erijo Alice con generosidad. Holly miró alrededor, desconcertada.
–Pero Holly no tiene idea de lo que estamos haciendo. – Veamos, ¿cuál es tu signo del zodiaco?
–Tauro -contestó Holly.
Todos se deshicieron en exclamaciones y Chris apoyó la cabeza en las manos fingiendo que no se divertía.
–Fantástico -dijo Tracey muy contenta-. Nunca habíamos tenido un Tauro hasta ahora. Bien, ¿estás casada o sales con alguien o vives sola?
Holly se sonrojó al ver que Brian le guiñaba el ojo y que Chris le sonreía alentadoramente. Su jefe era el único de la mesa que sabía lo de Gerry. De pronto reparó en que era la primera vez que tenía que responder a aquella pregunta desde que Gerry había muerto y se sintió un tanto insegura.
–Bueno… no, en realidad no salgo con nadie, pero…
–Perfecto -dijo Tracey, comenzando a escribir-. Este mes Tauro deberá buscar a alguien alto, moreno y guapo y… -Se encogió de hombros y levantó la vista-. ¿Alguna idea?
–Porque tendrá un gran impacto sobre su futuro -terció Alice.
Brian volvió a guiñarle el ojo. Obviamente le divertía que él también fuese alto y moreno, y obviamente estaba ciego si creía que era guapo. Holly se estremeció y desvió la mirada.
–Bien, la cuestión profesional es fácil -prosiguió Tracey-. Tauro estará ocupada y satisfecha con la cantidad de trabajo que se le avecina. El día de la suerte será… -Lo pensó un momento-. Un martes, y, el color de la suerte… el azul -decidió tras fijarse en el color de la blusa de Holly-. ¿Quién es el siguiente?
–Espera un momento -interrumpió Holly-. ¿Esto es mi horóscopo para el próximo mes? – preguntó impresionada.
Todos los presentes se echaron a reír.
–¿Hemos hecho pedazos tus sueños? – bromeó Gordon.
–Por completo -admitió Holly, decepcionada-. Me encanta leer los horóscopos. Decidme que todas las revistas no lo hacen así, por favor-suplicó. Chris negó con la cabeza.
–No, no todas las revistas lo hacen así, Holly. Algunas se limitan a contratar personas con el talento preciso para inventárselo por su cuenta sin implicar al resto de la oficina. – Fulminó con la mirada a Tracey.
–Ja, ja, Chris -dijo Tracey secamente.
–¿Entonces no eres vidente, Tracey? – preguntó Holly, apenada. Tracey negó con la cabeza.
–No, no soy vidente, pero se me dan bien los consultorios sentimentales y los crucigramas, muchas gracias.
Tracey miró con acritud a Chris, que respondió moviendo los labios para que leyera la palabra «uau».
–Vaya, pues me he quedado sin horóscopos -bromeó Holly, y se retrepó en la silla, un tanto abatida.
–Muy bien, Chris, te toca. Este mes Géminis trabajará más de la cuenta, nunca saldrá de la oficina y se alimentará de comida basura. Es preciso que busque cierto equilibrio en su vida.
Chris miró hacia el techo.
–Escribes lo mismo cada mes, Tracey-le reprochó.
–Bueno, mientras no cambies de estilo de vida no puedo cambiar lo que hará Géminis, ¿no? Además, no he recibido ninguna queja hasta ahora. – ¡Yo me estoy quejando! – exclamó Chris.
–Pero tú no cuentas porque no crees en los signos del zodiaco. – Y me pregunto por qué. – Chris se echó a reír.
Siguieron con los signos zodiacales de los demás y finalmente Tracey se rindió a las exigencias de Brian de que Leo fuera deseado por el sexo opuesto todo el mes y le tocara la lotería. Cuál sería el signo de Brian? Holly miró la hora y vio que llegaba tarde a su cita de trabajo con Daniel.
–Vaya, perdonadme pero tengo que marcharme -dijo excusándose. – Tu hombre alto, moreno y guapo te espera -dijo Alice con una risita-. Mándamelo a mí si tú no lo quieres.
Holly salió a la calle y el corazón le dio un brinco al ver que Daniel venía a su encuentro. Los meses frescos de otoño habían llegado y Daniel volvía a llevar su chaqueta negra de piel y pantalones tejanos. Tenía el pelo negro revuelto y una sombra de barba le cubría el mentón, así que presentaba aquel aspecto tan característico de acabar de levantarse de la cama. Holly tuvo un retortijón de estómago y miró hacia otra parte.
–¡Te lo dije! – exclamó Tracey al salir del edificio a espaldas de Holly, y se dirigió presurosa y feliz calle abajo.
–Lo siento mucho, Daniel -se disculpó Holly-. Estaba en una reunión y no podía llamar-mintió.
–No te preocupes, seguro que era importante. – Daniel le sonrió y Holly se sintió culpable al instante. Aquél era Daniel, su amigo, no un tipo al que tuviera que evitar. ¿Qué demonios le estaba pasando?
–¿Dónde te gustaría ir? – preguntó Daniel.
–¿Qué tal aquí mismo? – dijo Holly, mirando a la cafetería de la planta baja del edificio donde trabajaba. Quería ir al lugar menos íntimo y más informal posible.
Daniel arrugó la nariz.
–Estoy demasiado hambriento para eso, si no te importa. No he probado bocado en todo el día.
Fueron paseando y Holly propuso todas las cafeterías que encontraron a su paso sin que Daniel se decidiera a entrar en ninguna de ellas. Finalmente se conformó con un restaurante italiano al que Holly no pudo negarse. No porque le apeteciera entrar, sino porque no quedaba ningún otro sitio al que ir después de que ella hubiese desestimado todos los demás restaurantes oscuros de ambiente romántico y Daniel se hubiese negado a comer en ninguna de las cafeterías informales y bien iluminadas.
Dentro reinaba un ambiente tranquilo, con sólo unas pocas mesas ocupadas por parejas que se miraban encandiladas a los ojos a la luz de las velas. Cuando Daniel se levantó para quitarse la chaqueta, Holly aprovechó para apagar la vela de su mesa. Daniel llevaba una camisa azul oscuro que hacía que sus ojos parecieran brillar en la penumbra del restaurante.
–Te ponen enferma, ¿verdad? – preguntó Daniel, siguiendo la mirada de Holly hasta una pareja del otro extremo de la sala que se estaba besando por encima de la mesa.
–En realidad no -dijo Holly con aire pensativo-. Me ponen triste. Daniel no reparó en el comentario, ya que estaba leyendo el menú.
–¿Qué vas a tomar?
–Tomaré una ensalada César.
–Las mujeres y vuestras ensaladas César… -bromeó Daniel-. ¿No tienes hambre?
–No mucha. – Negó con la cabeza y se sonrojó porque su estómago tembló sonoramente.
–Creo que ahí abajo hay alguien que no está de acuerdo contigo.
–Daniel rió-. Parece que nunca comas, Holly Kennedy.
«Eso es cuando estoy contigo», pensó Holly, que no obstante dijo: -Lo único que pasa es que no tengo mucho apetito.
–Ya, bueno, he visto conejos que comen más que tú -bromeó Daniel. Holly procuró encauzar la conversación a terreno seguro y pasaron la velada charlando sobre la fiesta de lanzamiento. No estaba de humor para hablar de sus sentimientos y pensamientos íntimos aquella noche; ni siquiera estaba segura de cuáles eran en aquel momento. Daniel había tenido la amabilidad de llevarle una copia del comunicado de prensa para que ella lo leyera con antelación y pudiera ponerse a trabajar lo antes posible. También le dio una lista de números de teléfono de las personas que trabajaban en Blue Rock, de modo que Holly pudiera incluir algunas declaraciones. Su ayuda fue muy valiosa, ya que le aconsejó cómo enfocar el evento y con quién debía hablar para recabar más información. Holly salió del restaurante mucho más tranquila ante la idea de escribir el artículo. Sin embargo, la asustaba el hecho de sentirse tan incómoda en compañía de un hombre al que consideraba únicamente su amigo. Para colmo, seguía muerta de hambre tras haber comido unas pocas hojas de lechuga.
Salió a la calle a tomar el fresco mientras Daniel pagaba la cuenta con la caballerosidad de costumbre. Sin duda era un hombre muy generoso, y Holly se alegraba de ser su amiga. Lo que ocurría era que no le parecía apropiado cenar en un pequeño restaurante íntimo con alguien que no fuese Gerry. La hacía sentir mal. En aquel instante debería estar en casa sentada a la mesa de la cocina, esperando a que dieran las doce para abrir la carta de Gerry correspondiente al mes de octubre.
Se quedó atónita e intentó ocultar el rostro al descubrir a una pareja a quien no quería ver avanzando hacia ella por la acera. Se agachó para fing¡r que se ataba el cordón del zapato, pero resultó que llevaba puestas sus botas de cremallera y terminó alisando los bajos del pantalón, sumamente avergonzada.
–¿Holly, eres tú? – oyó preguntar a una voz conocida.
Miró los dos pares de zapatos que tenía delante y levantó poco a poco la vista hasta mirarlos a los ojos.
–¡Hola! – procuró mostrarse sorprendida mientras se incorporaba. – ¿Cómo estás? – preguntó la mujer, dándole un abrazo cortés-. ¿Qué haces aquí fuera con este frío?
Holly rezó para que Daniel se demorara un rato más en el interior. – Bueno… acabo de comer algo aquí -musitó con una sonrisa vacilante, y señaló el restaurante.
–Vaya, nosotros vamos a entrar ahora -dijo el hombre, sonriendoLástima que no hayamos llegado antes, podríamos haber cenado juntos.
–Sí, es una lástima…
–Bueno, te felicito de todos modos erijo la mujer, dándole unas palmaditas en la espalda-. Es bueno que salgas y hagas cosas por tu cuenta.
–Verás, en realidad… -Miró otra vez hacia la puerta, rogando que no se abriera-. Sí, es agradable…
–¡Por fin te encuentro! – exclamó Daniel, sonriendo al salir del restaurante-.
Ya creía que te habías escapado. – Apoyó el brazo en los hombros de Holly.
Holly trató de sonreír y se volvió hacia la pareja. – Oh, perdón, no les había visto -se disculpó Daniel. La pareja lo miró impávida.
–Eh… Daniel, ellos son Judith y Charles. Los padres de Gerry.