Capítulo 21

Sólo un juguete

Todos seguían buscando a Benji, que seguramente tendría información importante si es que daban con él antes de que fuese demasiado tarde; en realidad, lo más lógico era pensar que estaba muerto, pero Ferrer tenía la pequeña esperanza de que siguiera con vida.

Tenía claro cómo actuar, no le sucedería como con Elena. A ella la perdió sin poder hacer nada; con Trudy no iba a ocurrirle lo mismo. No podía concentrarse en pillar a esa panda de cabrones si sólo pensaba en su bienestar; fuera lo que fuese lo que pasara entre ellos, estaba claro que él necesitaba saber que estaba bien. Tenía que... tenía que volver a ser Khaos. Blanco tenía razón, era la mejor opción en esos momentos.

Había decidido dejarlo cuando creyó que estaba demasiado implicado en el juego. Pero ahora debía volver por ella, para protegerla, aunque su secreto se desvelase... Ella sabía su verdadera identidad, pero los demás no sospechaban quién era en realidad. Había estado jugando en el filo de lo ilegal, pero nunca se había cortado. Ahora, quizá, era el momento.

No lo pensó más; se colocó la chaqueta de cuero negra que siempre llevaba y salió de su despacho en busca de su moto. Esa noche hablaría con Dragos, esa noche pelearía por ella.

—¿A dónde va? —le preguntó Velasco a Blanco, al verlo salir como una exhalación.

—A por ella. Informad de que tenemos dos agentes infiltrados, de incógnito.

Trudy se despertó por el continuo pero suave aporreo en la puerta y, confusa, abrió para descubrir a una doncella con una bandeja llena de comida.

—Cezar me ha pedido que le traiga la comida a su habitación; ha dicho que estaría muy cansada después de la larga noche.

—Sí, gracias; la verdad es que estoy hambrienta.

—También ha dejado esto —dijo entregándole una bolsa.

—¿Qué es?

—No lo sé, señora; sólo me ha dicho que quiere que lo lleve esta noche.

—Gracias...

—... doncella está bien.

—Gracias, doncella —contestó.

La joven se fue y ella, de nuevo, cerró la puerta con llave. ¿Qué sería lo de la bolsa? Se moría de intriga, pero más todavía de hambre, así que abrió la tapa colocada sobre la bandeja y atacó toda la comida que habían preparado... pasta, carne, algo de pescado y unos postres en unos recipientes, que parecían tarta de chocolate y tarta de manzana.

Sonrió pensando en cuánto habría disfrutado de la comida con Ferrer; era curioso, porque apenas pensaba en Marcos. Marcos... ¿de dónde habría sacado esa información Ferrer? ¿De Marcos? ¡¡No habría sido capaz!! Y, si era así, ¿Marcos le habría contado la verdad o una mentira?

Frustrada y a la vez cabreada, no dejó de pasear de un lado a otro de la estancia, jurando y perjurando que iba a matar a Ferrer en cuanto tuviese la oportunidad.

Dragos estaba furioso; su hija había tenido la desfachatez de presentarse en su casa, después de dos años sin saber nada de ella, para pedirle ayuda. Pretendía que retirase de las peleas al maldito Benji...

ese al que sus hombres habían dejado muerto en un contenedor unas horas atrás. Le cabreaba que se hubiese fijado en un pordiosero enganchado a cualquier cosa menos a la vida. Se anudaba la corbata cuando alguien llamó a su puerta.

—Tú quédate en silencio.

Elisa asintió, con el rostro bañado en lágrimas; no había podido dejar de llorar. La había golpeado como nunca antes, con una furia que sólo utilizaba con sus enemigos... o con los que lo engañaban y...

¿ahora?

Estaba muy asustada, no dejaba de sangrar y se temía lo peor. Tantas esperanzas puestas que se esfumaban... La puerta se cerró y Dragos la dejó sola. Triste y cansada de la vida que llevaba, se asomó a la ventana. Se sentó en el poyete y miró la tarde, que comenzaba a llegar, por lo que el sol perdía fuerza, restando brillo a todo, igual que le sucedía a ella.

Trudy se asomó a su ventana y dejó que el aire fresco entrase en la habitación; no podía salir, pero al menos podía ver y respirar el aire.

—Ya se va el sol y lo deja todo apagado.

—¿Elisa?

—Sí, soy yo... o lo que queda de mí —dijo asomándose a la ventana.

Al verla, se llevó una mano a la boca, horrorizada. ¿La había vuelto a pegar? ¡La había pegado de nuevo! Su rostro estaba inflamado y amoratado. El labio, partido, todavía sangraba.

—Pero ¿qué coño...?

—Es el precio que hay que pagar.

—¡Una mierda! —exclamó sin poder evitarlo.

—No grites. ¿Puedes venir?

—Me ha encerrado.

—Lo imaginaba.

—Espera, voy a intentar...

Antes de que Elisa pudiese decir algo, Trudy estaba a mitad de camino de su habitación.

Salió por la ventana y se apoyó en cualquier sitio que le ofreció un agarre hasta estar encaramada en la ventana de Elisa.

—¿Qué haces? ¡Podías haberte matado!

—No importa, estás herida.

—Tú no eres una prostituta.

—Oh, sí que lo soy. Y también una huérfana que ha vivido encerrada en demasiadas casas de acogida

—«Buen argumento y creíble, Trudy»—. ¿ Estás bien?

—No lo sé, me encuentro mareada.

—¡¿Estás sangrando?!

—Sí, creo que esta vez me ha partido el labio.

—No, tus piernas —dijo temblando.

—¡Oh, no! —gritó de repente, llevándose las manos al vientre.

—¿Estabas...?

—¡¡Oh, Dios!! —volvió a gritar, llorando.

—Tenemos que llevarte a un hospital.

—No, no es necesario, llamaré a mi médico.

—Pero...

—No, no puedo salir de aquí.

—Elisa, sí, podemos salir... Si me ayudas, podemos salir ambas.

—No puedo.

—Acaba de quitarte la oportunidad de tener tu propia familia, ¿crees que se merece tanta lealtad?

Las lágrimas de Elisa y su cabeza gacha le dijeron más de lo que necesitaba; había visto muchas mujeres en esa situación, sin escapatoria, creyendo que no había salida para ellas.

—Elisa, puedo sacarte si me lo pides, puedo ayudarte a conseguir otra vida diferente, mejor.

—No eres una puta; las conozco. Una vulgar fulana hubiese ido a por Dragos, a por el Dragón que es capaz de darles todo lo que desean; estás aquí por otra cosa.

—No sé de qué hablas; tan sólo soy una mujer como tú que ha pasado por mucho y creo que debemos ayudarnos.

—¿Ves? Cualquier otra ramera habría aprovechado para colarse esta noche en la cama de mi marido.

—Avisa al médico, sigues sangrando.

—Sí, voy a llamarlo.

—Regreso a mi habitación, no quiero que Cezar...

—No regresarán hasta muy tarde. Tienen negocios urgentes. Parece que descubrieron que uno de los luchadores era un infiltrado por la policía.

—¿Un infiltrado?

—Sí, de la Guardia Civil o de algún otro cuerpo...

—¿De verdad?

—Sí, de verdad, Tres. Anoche lo borraron del mapa; ahora van a asegurarse de que ha salido bien y de que no hay pistas que los guíen hasta aquí. Ellos no se la juegan y pelean duro. Dragos no quiere perder nada de lo que ha conseguido.

—Pobre chico.

—Sí, cuídate. Ten cuidado.

—No tengo nada que ver en eso. Sólo soy un juguete, nada más.

—Pareces mucho más que eso.

—El médico.

—Sí, ahora lo llamo.

En cuanto Trudy se hubo asegurado de que Elisa hablaba con el doctor, abrió la ventana y se dispuso a hacer el mismo camino, pero de regreso, hasta su habitación; en realidad le vendrían bien unas horas más de descanso y un largo baño.

Cuando sacaba las piernas por la ventana, Elisa la llamó.

—Tres, van a tardar y, en cuanto llegue el médico, se va a armar un buen revuelo. Si alguien falta, nadie se dará cuenta.

—No voy a escapar y dejarte atrás.

—Yo ya no tengo opción, pero, para ti, no es tarde. Huye.

—¿Vendrías conmigo?

—No, mi sitio está junto a Dragos.

Trudy cabeceó, triste, y regresó con cuidado a su cuarto. Calculó el tiempo de llegada del doctor y se le ocurrió que tenía otra oportunidad para escapar unos minutos y ver a Nacho.

Cuando el facultativo se presentó, se formó el revuelo que Elisa había previsto y aprovechó para salir de la casa sin ser advertida. Corrió todo lo aprisa que pudo y, al llegar al sitio de encuentro, se llevó las manos a la cabeza, no estaba. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y comenzó a llorar de vuelta a la gran casa de la que no debería haber salido.

¿La había dejado en la estacada? ¿O estaban buscando a Benji?

—¿Qué quieres, Khaos?

Nacho miraba atentamente a Dragos. Parecía molesto por algo; podía ver, incluso desde esa distancia, sus puños enrojecidos; había golpeado a alguien. ¿A Benji, o habría otra víctima?

—Volver.

—¿Por qué iba a darte otra oportunidad?

—Porque doy dinero.

—Sí, en eso tienes razón; los combates no son lo mismo sin ti. ¿Por qué te fuiste?

—Perseguí a una mujer.

—Ah, siempre son las culpables.

—Sí, me cegué, pero ya no es un problema. Estoy a tope.

Dragos lo miraba y Ferrer debía interpretar el papel de su vida si quería que le abriese de nuevo las puertas de su casa, de esa de la que había desaparecido sin previo aviso.

—Vamos, Dragos, necesito pasta. Me ha dejado tirado y sin blanca...

—Está bien, siempre me has sido leal. Lucharás en la siguiente pelea.

—Gracias —dijo aliviado. Estaba dentro.

—No me las des, dame pasta.

—Si gano, quiero un buen premio.

—Entonces tendrás que tener buenos rivales.

—Estoy en forma.

—Yo también.

Tras la escueta charla con Dragos, Nacho se largó sin más. Lo conocía lo suficiente como para saber cuándo retirarse. En la mansión había notado un pequeño revuelo y tuvo que aguantar las ganas de salir corriendo por toda la casa en busca de Trudy; tendría que confiar en que seguía, al menos, viva.

Esa noche fue aburrida. Cezar no regresó hasta entrada la madrugada y ella siguió fingiendo que estaba dormida, a pesar de que estaba despierta.

La mañana la sorprendió, de nuevo, sola. Ese hombre apenas dormía, ni comía, ni nada... En todo ese tiempo, sólo había mantenido una relación con él y la verdad era que lo agradecía, aún se notaban las marcas en su cuello.

Después del desayuno y tras la sorpresa de ver que la puerta no estaba cerrada con llave, no sabía si porque Cezar lo había olvidado o bien le había levantado el castigo, fue a la habitación de Elisa para saber qué tal estaba y qué le había dicho el médico.

—Elisa, soy yo —la llamó a través de la puerta.

Cuando se abrió, se encontró con una mujer triste, con ojeras y pálida. Pero ¿cómo no estarlo?

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó antes de que ella dijese nada.

—Mal. Estaba embarazada y lo he perdido. He perdido mi última oportunidad de ser madre.

—No digas eso. Seguro que cuando pase un tiempo...

—No, ya no va a haber más intentos. Estoy agotada. Emocionalmente. No puedo más.

—Lo siento tanto —murmuró, y era verdad; sentía ver a una mujer hermosa e inteligente sufrir tanto por un hombre que no se lo merecía.

—¿Y tu ropa para esta noche?

—La camarera que me ha traído la comida me ha dado una bolsa con la ropa que debo ponerme esta noche —aclaró

—A mí no me importaría que estuvieses desnuda todo el día bajo esa camiseta que llevas a modo de pijama. —La voz de Dragos interrumpió la conversación.

Trudy giró la cara instintivamente hacia Elisa y la vio, triste, agachar la mirada y aislarse de lo que ella suponía iba a suceder a continuación.

—Será mejor que vaya a cambiarme a mi habitación. Cezar me ha pedido que no saliera.

—¿Te gusta, Tres?

—¿El qué?

—Cezar.

—Sí, es un hombre atractivo y me trata bien —mintió, llevándose una mano al cuello.

—Es curioso, no dejo de preguntarme —dijo mientras se acercaba a ella despacio— qué tendrás para haberlo embrujado.

—¿Embrujado? —exclamó sorprendida.

A su espalda pudo notar el calor de Dragos, cómo emanaba desde su pecho y envolvía su menudo cuerpo. Trató de darse la vuelta, pero Dragos, con sus manos firmes colocadas en la puerta del armario, se lo impidió. La tenía acorralada y notó cómo acercaba su rostro a su cuerpo y empezaba a oler su cuello y a regalarle roces con los labios.

Tembló, y no de deseo, sino de impotencia; su mujer acababa de perder a su bebé y, delante de ella, intentaba seducirla.

—Lo siento, tengo que irme. Siento las molestias.

—No vas a irte a ningún lado, no, al menos, hasta que acabe contigo.

Trudy, sin pensarlo, se dio la vuelta y le aguantó la mirada a Dragos, quien, sorprendido, bajo un instante la guardia.

—Creo que no es el momento adecuado, Dragos —ordenó con voz firme Elisa.

—Ya veo qué es... es tu fuerza, no tienes miedo...

—¿A qué podría tenerlo?

—¿A morir?

—¿Quién teme la muerte cuando ya está muerto en vida?

—Tienes razón, pero podemos disfrutar mientras, ¿no?

—Dragos —se oyó de repente la voz de su esposa, seria, mirándolo con dolor en los ojos—, creo que no es el momento adecuado.

—Te has vuelto una aguafiestas.

—Puede ser, pero quiero estar tranquila en mi habitación llorando mi pérdida sin que mi marido esté intentando follarse a la mujer de su mejor amigo delante de mis narices.

—Me voy —dijo Trudy sin más—; luego paso a ver cómo estás.

Nadie dijo nada más, y Trudy, aliviada, se apoyó en la pared de su dormitorio y echó la llave para sentirse del todo segura. Después de comprobar que no había nadie, cogió el micro de donde lo había escondido y habló, esperando que alguien la escuchase.

—Soy la teniente Arias, ¿Ferrer estás ahí?

—Sí, estoy aquí, Trudy.

—Ferrer... —repitió reconfortada. No tenía ni idea de cuánto necesitaba escuchar su voz hasta que la había oído. Cerró los ojos para saborear ese instante; lo extrañaba y su estómago se movió al compás de su voz.

—¿Estás bien, preciosa?

—Sí, sí... Dragos le ha dado otra paliza a su mujer y ésta ha perdido el hijo que esperaba; creo que ahora podré tirar de ella para conseguir la información.

—Está bien, no te preocupes de nada que no sea de mantenerte a salvo. Tengo que dejarte.

—Vale, adiós.

Trudy metió de nuevo el micro en su escondite y cerró los ojos. ¿Sería posible encontrar la manera de poner a ese cabrón entre rejas y salir de ese infierno en el que se había metido por voluntad propia?

Tenía que corroborar que el portátil estaba en su dormitorio, aunque no se le ocurría un lugar más seguro que ése. Tenía que convencer, fuera como fuese, a Elisa de que la ayudara.