Capítulo 6
Cómo descubrir el talento en los niños y reconocer su potencial
Mi querido Billy Elliot
Hugo es un chico excelente que, a sus catorce años, ya ha cumplido una de sus grandes ilusiones: ingresar en el Real Conservatorio Profesional de Danza. Está en quinto curso. Cuando habla sobre la danza, se le iluminan los ojos:
—He hecho ballet clásico y este año me he especializado en danza española. Cada día que pasa estoy más convencido de que la danza es mi vida, no puedo describir lo que siento cuando estoy en un escenario... ¡Nada me hace tan feliz como bailar!
Éstas son las efusivas palabras de un adolescente que hace años descubrió su vocación. Su pasión por la danza le ha costado más de un disgusto y mucho, mucho esfuerzo. Pero eso no le ha impedido luchar por su gran sueño: convertirse en un gran bailarín.
Su historia se remonta a cuando tenía tan sólo cinco añitos. Su madre me cuenta que, de pequeño, como todos los niños, no tenía claro qué actividades le gustaban; por eso, Blanca, como hacen la mayoría de las madres y los padres, apuntó a Hugo a varias actividades extraescolares, entre ellas baloncesto, fútbol, judo y un larguísimo etcétera, pero ninguna parecía interesarle, hasta que por fin se dieron cuenta de que se pasaba el día bailando y decidieron apuntarle a clase de danza para niños.
Cuenta su madre que Hugo a veces llegaba a casa preocupado y un poco «deprimidillo» porque sus amigos le habían insultado; le llamaban «nenaza» porque no jugaba con ellos a fútbol y prefería bailar. Hugo disfrutaba tanto bailando que tenía que hacer oídos sordos a toda clase de comentarios en su barrio.
La madre, ante la incomprensión de su entorno, aconsejaba a su hijo que también participase en otras actividades; así, le animaba a que jugase también a baloncesto, a fútbol y a cualquier otro tipo de deportes y actividades para que compartiese otras aficiones con sus compañeros. Pero, a medida que iba creciendo, Hugo empezaba a tener una sola idea en la cabeza, un sueño: ser un gran bailarín.
En su corta vida no todo ha sido un camino de rosas. Un buen día, Hugo, ante la presión de sus amigos y el «qué dirán», decide dejar el curso de danza porque en el colegio se ríen de él por ir a clases de baile. En este punto, la conversación con su profesora de danza fue clave. Le preguntó qué era lo que más le gustaba hacer en la vida y, sin dudarlo ni un segundo, respondió: «¡Bailar!». Entonces, su profesora le dijo algo que sería clave en su decisión:
—Hugo, no tienes por qué echarte atrás y dejar de hacer algo que te gusta tanto, que es tu gran pasión. Bailar no es cosa de chicas. Las chicas y los chicos pueden hacer lo mismo. Un chico puede bailar igual que baila una chica. ¿Sólo por lo que digan los demás vas a dejar de hacer lo que más te gusta? ¿Acaso tienen tanto poder sobre ti? ¿Tienen ellos más poder que las ganas que tú tienes de bailar? ¿Verdad que no? Pues, entonces, no te puedes venir abajo.
Estas palabras fueron suficientes para que Hugo, a sus diez años, se hiciese fuerte ante la presión externa y perseverase en su vocación. Un consejo a tiempo de un buen maestro puede influir casi de forma decisiva en la vida de un niño.
No hay nada más importante que transmitir a un hijo o a un alumno la fortaleza y la seguridad necesarias para que sea capaz de decidir por sí mismo y luchar por sus propios sueños, aunque a veces existan momentos de flaqueza por la incomprensión del entorno. Animarle a vencer dificultades y apoyarle para que consiga sus propósitos e ilusiones es la mejor aportación que padres y maestros pueden hacer para contribuir a la felicidad de los niños.
No lo olvides: es importante que transmitas a los niños que no hay actividades de chicos y actividades de chicas y, sobre todo, no discrimines sus gustos por cuestión de género. ¡Cuidado con los prejuicios!
Blanca me comenta que a Jesús, su marido, le costó un poquito más entenderlo y aceptarlo. Pero que, ahora, ambos están encantados de apoyar a su hijo:
—Lo que más queremos en este mundo es que Hugo sea feliz. Es lo único que nos importa.
Es aquí cuando felicito a estos extraordinarios padres por su más que elogiable actitud y por servir de aliento a su hijo para que continúe luchando por sus sueños.
Perseguir un sueño no es un camino fácil. De hecho, ese esfuerzo es ya parte de la satisfacción de cumplirlo. Toda ilusión requiere un sacrificio, no hay nada que reporte felicidad que sea fácil de conseguir. Es inherente al hecho en sí. De ahí que no todo el mundo pueda lograrlo, sólo aquel que construya ese camino con motivación, ilusión, perseverancia, riesgo, tesón y capacidad de enfrentarse a diferentes desafíos. La omnipresente amenaza del abandono de la actividad puede combatirse con el apoyo incondicional de unos padres que quieren a sus hijos, que confían en ellos y en sus posibilidades.
¿Cómo es un día en la vida de Hugo?
Hugo lleva casi toda la vida haciendo lo que más le gusta.
—Disfruto mucho de lo que hago porque la danza es mi vida, aunque reconozco que es muy duro compaginar las cinco horas en el conservatorio por las mañanas con las cinco horas en el instituto por las tardes, pero no me rindo —confiesa nuestro protagonista.
Una de las cuestiones que más me preocupan sobre la vida de los niños que son intérpretes artísticos es si son respetados sus horarios de descanso. Blanca, su madre, me dice que Hugo tiene los fines de semana para descansar y también tiene a diario casi dos horas para comer y relajarse. Aunque es cierto que estos niños suelen llevar una vida muy organizada y disciplinada, le aconsejo a Blanca que su hijo cuide esas jornadas tan maratonianas. Es decir, que le transmita que debe llevar a cabo de manera estricta la gestión de sus períodos de descanso, tanto físico como intelectual. Esas dos horas que tiene entre sus dos principales actividades, la danza y los estudios, no deben ser aprovechadas para adelantar las tareas para casa, estudiar algún examen o ensayar alguna coreografía. Ese tiempo es exclusivamente para él y para su relajación.
Le pregunto por otro aspecto que me inquieta bastante: quiero saber si Hugo lleva una vida de adolescente, si se relaciona con sus amigos y si tiene otras actividades de ocio no relacionadas con la danza. Ella me dice que tiene muchos amigos, aunque es cierto que la mayoría están relacionados con el mundo del baile. Le insisto a Blanca sobre la importancia de que Hugo se relacione con otro tipo de amigos y realice actividades de ocio durante el fin de semana diferentes a la danza, como, por ejemplo, ir al cine. Es importante que su hijo lleve una vida lo más acorde posible con la de un adolescente de su edad.
Me interesa conversar con Blanca sobre la explotación profesional de los «niños artistas» por parte de los padres, sin duda un tema polémico y delicado. Su madre asegura que su hijo está en pleno período de formación. Aquí quiero remarcar al lector la diferencia que existe entre el caso de nuestro protagonista y el de otros niños considerados artistas. Hugo es un adolescente que no trabaja profesionalmente ni va de audición en audición para conseguir una retribución económica. Su ilusión y motivación parten de sí mismo, no de unos padres que quieren proyectar en sus hijos sus propias ilusiones y las frustraciones de lo que ellos no pudieron llegar a ser. Incluso hay casos extremos en que el único deseo de los padres es el de ganar dinero con sus hijos. La vida de Hugo se basa en el esfuerzo y en el placer de disfrutar con lo que hace, no en la vida de fantasía, adulación e irrealidad que viven algunos «niños artistas» que son utilizados por sus propios padres, los cuales justifican su actitud argumentando que a esos niños les gusta trabajar y están contentos con lo que hacen: «Me lo pide mi hijo», suelen afirmar.
Me interesa hablar con Jesús, el padre de Hugo, ya que su mujer me confesó que al principio le costaba aceptar que su hijo fuera bailarín. Aunque ahora le apoya en todo momento, quiero saber si le dice lo orgulloso que se siente de él, ya que muchos padres, aunque así lo sienten, no son capaces de transmitírselo a sus hijos como lo hacen las madres, a través de las palabras y los abrazos:
—Desde muy chiquitito, la pasión de mi hijo era el baile, aunque parezca mentira… Me costó aceptarlo porque el hecho de que mi hijo fuese bailarín me chocaba un poquito; aun así, estoy tremendamente orgulloso de él. En varias ocasiones he tenido que aguantar muchas bromas de mis compañeros de profesión, del gremio del taxi. Pero ahora, mis compañeros más queridos han evolucionado y entienden perfectamente la vocación de Hugo.
Le pregunto a Jesús qué es lo que siente cuando ve a su hijo subido a un escenario. Me contesta lo siguiente:
—Me emociono al verlo, y cada día valoro más todas sus cualidades, pero aún más a él como persona.
Es en estos momentos cuando le hago mi pregunta trampa:
—Dices que le valoras, pero... ¿realmente se lo dices a él?
Jesús me contesta como si le hubiera pillado en un renuncio:
—No tantas veces como me gustaría.
Cuando los padres me responden con esta clase de afirmaciones, ya sé lo que significa: que nunca se lo han dicho. Le pregunto a Jesús si estoy en lo cierto y él se echa a reír con la complicidad de quien se sabe descubierto. Justo después, reconoce que nunca le hace saber a su hijo lo que siente. De pronto, me sorprendo al ver que Jesús se ha emocionado y tiene los ojos llenos de lágrimas. Me confiesa todo lo que quiere a su hijo y lo orgulloso que está de él. Me promete que, cuando regrese a su casa, repetirá a Hugo esas mismas palabras y se fundirá en un gran abrazo con él.
A los padres, en muchas ocasiones, les cuesta transmitir con palabras el verdadero amor y la admiración que sienten por sus hijos. Aunque, a través de sus conductas, este padre, como hacen muchos otros, reconoce el potencial de su hijo y le motiva, también es necesario verbalizar este apoyo. Los niños necesitan saber lo que los padres sienten por ellos. Éste es, sin duda, el mayor refuerzo y el mejor apoyo que puede tener un hijo, y se convierte en un gran motor de avance y en un punto de seguridad para ellos.
Una cuestión de vital importancia es conocer cómo se plantean Jesús y Blanca el futuro de su hijo. Para saberlo, les animo a contestar las siguientes preguntas:
—¿Tenéis preparadas otras alternativas por si acaso vuestro hijo no pudiese continuar bailando o hacer de la danza su profesión? ¿Habéis pensado en otras posibilidades en cuanto a su futuro profesional?
Jesús me contesta con rotundidad:
—Sí. Lo principal son sus estudios, que tenga una buena base y después, en cuanto a la danza, que llegue hasta donde pueda.
Les recomiendo que dediquen un tiempo a charlar con Hugo sobre otras profesiones por las que también pueda sentirse motivado o que despierten algún interés en él. Habitualmente, a estos adolescentes no les gusta pensar en otras alternativas porque el mero hecho de hablar sobre la posibilidad de no dedicarse a su gran pasión les produce inseguridad e irritación. Es por esta razón que suelen eludir estos temas de conversación.
Antes de despedirme de esta extraordinaria familia, me quedo charlando con Hugo para escuchar de primera mano lo que siente cuando baila:
—La danza es prácticamente mi vida, lo que siento es algo inexplicable, una necesidad de comunicar y emocionar recorre mi cuerpo, e intento siempre dar lo mejor de mí mismo. Me encantaría ser un gran bailarín y llegar a triunfar en algún musical o quizá en el Teatro Real…
Ante estas palabras, sólo me queda desearle la mayor felicidad y mis mejores deseos para su futuro. Le transmito que el verdadero éxito es hacer lo que a uno le gusta.
BLAS, UN NIÑO TORERO
Recuerdo el día que visité la casa de Blas. Sus padres aseguraban que su hijo quería ser torero. Con tan sólo diez años, ya sabía lo que era sufrir en sus propias carnes el revolcón de una vaquilla en una plaza de toros. Al principio pensé que era la ilusión de un niño como la de tantos otros que sueñan con ser toreros, pero en este caso quizá la explicación de su temprana vocación no estaba tanto en la ilusión de Blas como en la de su padre. Cuando acudí a casa de esta familia observé que las paredes estaban empapeladas con fotografías relacionadas con el mundo del toro. Su padre era fotógrafo taurino. Tras una larga conversación, le pedí que fuese sincero conmigo y que me contestara a la siguiente pregunta: «¿Qué pasaría si tu hijo no llegara nunca a ser torero o si, pese a llegar a serlo, no fuese un buen torero?». Con la mano en el corazón me confesó que sería un verdadero disgusto y una gran desilusión en su vida. Que cada uno reflexione…
Cuidado con aquellos padres exageradamente deslumbrados por el talento de sus hijos. Puede más la ilusión que tienen muchos padres de que sus hijos sean famosos que la ilusión de los propios niños. Y en otras ocasiones, puede más el empeño de estos padres para que sus hijos cumplan el sueño que ellos mismos nunca pudieron alcanzar.
¿Cómo son los niños con talento?
Hoy en día sabemos que los niños y adolescentes que consideramos potencialmente talentosos…
* Sobresalen en el desarrollo de una habilidad o una competencia. Es algo que siempre han sabido hacer, que, de forma natural, se les ha dado bien. Por ejemplo, bailar, como le ocurría a Hugo.
* Desarrollan esa habilidad fácilmente, de forma rápida, sin apenas esfuerzo y desde una edad muy temprana. En ocasiones puede que se tarde mucho tiempo en descubrir esa destreza pero cuando se descubre, da la sensación de que es algo que siempre ha estado ahí aunque hasta ese momento no se sabía o no se había tenido la posibilidad de desarrollarlo. Por ejemplo, un niño puede tener un buen oído musical, pero hasta que sus padres no le apuntan a clases de guitarra o de piano no tiene la posibilidad de desarrollar el gran talento que esconde.
* Manifiestan su habilidad de una manera regular y estable. Tienen sensación de dominio. Cuando se proponen llevar a cabo esa actividad que dominan, como por ejemplo jugar al tenis, tienen ciertas garantías de que lo van a hacer bien, aunque un día ganen un partido y otro día lo pierdan. Es decir, saben que no es un hecho al azar, ni un éxito aislado de algo que les sale bien tan sólo una vez.
* Tienen una gran cantidad de recursos personales para llevar a cabo esa actividad. Saben sortear las dificultades, tolerar la frustración, marcarse una disciplina, y conocer el sacrificio y la renuncia que supone aprender de forma óptima esa habilidad o competencia. En general, poseen una gran flexibilidad mental.
* Les proporciona un gran placer y satisfacción. Habitualmente está asociado a la facilidad; es decir, cuando lo hacen, lo hacen bien y sienten que lo dominan, que no les consume toda su energía. Se produce en ellos una sensación de «subidón». Pero el talento hay que trabajarlo y eso sí requiere verdadero esfuerzo, constancia y tesón.
* Obtienen reconocimiento. El entorno es capaz de percibirlo y apreciarlo. El talento suele ser reconocido por los demás. Cuántas veces hemos dicho de nuestros amigos o familiares, una vez ya son adultos…
* «Mi primo Juan, que es mecánico de aviones, de pequeño ya era un “manitas” que destripaba todo tipo de aparatos: de música, de radio, el despertador, con el objetivo de arreglarlos, ¡ya apuntaba maneras!»
* «Mi amigo Félix, “el veterinario”, según me contaba su madre, se pasaba todos los veranos en el pueblo sin salir de las granjas de los vecinos y siempre rodeado de animales.»
* «Mi sobrina, que es psicóloga de profesión, de pequeña siempre solía ayudar a todo el que lo necesitaba. Ahora coordina una ONG.»
Acabamos de ver casos en los que las habilidades de las personas han sido potenciadas por sus padres y por el entorno, y han conseguido desarrollarlas en la edad adulta para hacer de ellas su profesión. Una profesión de la que disfrutan.
Pero también existen otros casos, como el que me comentaba una madre a la salida del colegio: de pequeña, le encantaba dibujar y se pasaba horas y horas pintando. Pero como había otro hermano en su familia que destacaba en esa faceta hasta el punto en que le habían puesto el apodo de «Picasso», nunca se vio con las fuerzas ni las ganas suficientes para dar rienda suelta a esa habilidad, quizá porque pensaba que no había hueco para ella ni se lo reconocerían.
Entonces, ¿cómo puedo reconocer su talento?
Considero que es igual de importante observar y potenciar las cualidades y habilidades artísticas de nuestros hijos como cualquier otra característica personal no relacionada con las artes. Así, a medida que crezcan, podrán desarrollar aquello que se les dé bien, descubrir lo que más les gusta e incluso hacer de aquello con lo que disfrutan su profesión. Todo ello dará sentido a sus vidas. Descubrir pronto lo que nos gusta e intentar desarrollarlo es el mejor antídoto contra la insatisfacción que nos produce elegir un trabajo u oficio que no es de nuestro agrado. Siempre estamos a tiempo de cambiar, aunque ello suponga mucho esfuerzo y una gran dosis de riesgo para nuestras vidas.
Cuando de niños se nos estimula el talento, descubrimos lo que nos gusta y vivimos experiencias satisfactorias por ello, por eso tenemos la fortuna de conocer bien la sensación que se siente al hacer algo que nos gusta de verdad y que es reconocido por los demás. Al hacernos mayores buscaremos esa sensación, dejaremos de conformarnos con cualquier cosa y huiremos de aquello que nos produce insatisfacción. Haber comprobado el placer que nos proporciona la ejecución de ciertas habilidades y la realización de algunas otras actividades dará pie a una búsqueda de la satisfacción en aquello a lo que nos dediquemos. De esta forma, podremos apostar por formarnos en otras profesiones, cambiar de trabajo cuando éste ya no nos satisfaga, y dejar de perpetuar la tortura que supone trabajar en lo que a uno no le gusta. Evitar el conformismo o compaginar un trabajo escasamente motivador con alguna actividad gratificante puede proporcionar enormes momentos de felicidad.
Es de vital importancia que padres y, posteriormente, maestros y profesores potencien en los niños no sólo sus habilidades y aptitudes, sino que motiven también su interés por todo lo que les rodea para progresar y mantener el interés natural a la hora de desarrollar su talento. Hemos de tener en cuenta que para desarrollar un talento no basta con realizar una actividad correctamente, sino que el niño tendrá que saber enfrentarse a múltiples dificultades, mantener un esfuerzo constante, aprender a tolerar la frustración, y saber lo que supone el sacrificio y, en muchas ocasiones, la renuncia (como le pasaba a Hugo, nuestro «Billy Elliot»). También los padres tendrán que intentar que su hijo se relacione socialmente de forma adecuada para que disfrute con sus amigos y pueda disponer de tiempo de ocio. Orientar esa actividad no sólo al esfuerzo y al trabajo, sino también a lograr que el niño o adolescente lo asocie con algo lúdico es esencial. Ayudarlos en este sentido influirá en la continuación de la actividad o en el abandono de la misma.
Debemos saber que el contexto cultural en el que el niño se desarrolla, así como el entorno social en el que crece, influyen en la evolución y potenciación de su talento. Seguramente, si Mozart hubiese crecido en Etiopía, no habría tenido la misma formación, ni las mismas oportunidades para desarrollar su talento de las que dispuso en su ciudad natal, Salzburgo (Austria).
Ejercicio práctico: Descubre el talento y las capacidades de tu hijo
Observar ciertas características personales de tu hijo puede ayudarte a reconocer su potencial y, por qué no, puede servirte de guía a la hora de elegir aquellas actividades en las que se pueda sentir cómodo, aquellas que se le den bien, se ajusten a su personalidad y, sobre todo, aquellas de las que podrá disfrutar.
Marce, de entre las características personales que se muestran a continuación, aquellas que reconozcas en tu hijo:
Se muestra muy inquieto y activo. Logra contagiar a los demás su entusiasmo ya que su gran poder de convocatoria hace que los demás participen en las actividades que propone.
Es flexible. Se adapta a diferentes situaciones con enorme facilidad.
Es minucioso. Tiene una excesiva apetencia por los detalles.
Tiene paciencia. Se toma su tiempo para hacer las cosas bien y verificarlas.
Centra toda su atención hasta lograr lo que se propone.
Sabe organizarse. Realiza varias tareas a la vez para optimizar el resultado.
Le gusta mandar. Muestra su liderazgo y los demás confían en su criterio.
Suele mostrarse optimista y positivo ante la vida. Destaca por su racionalidad y lucidez.
Destaca por su gran sentido de la responsabilidad. Le gusta cumplir aquello en lo que se compromete. Es honesto, íntegro y leal.
Es buen comunicador. Seduce al que escucha cuando cuenta las cosas.
Es convincente al hablar. Con el poder de la palabra lleva a los demás a su terreno.
Trata de ayudar a los demás. Muestra empatía comprendiendo los sentimientos de los otros, pero sin dejarse desbordar por las emociones.
Es competitivo. Intenta hacer las cosas mejor que los demás. Suele comparar sus resultados con los de los demás. Su motivación está en ganar al otro.
Sabe apoyar a los demás ayudándoles a progresar.
Sabe sacar el mejor partido a cualquier situación. Donde los demás ven crisis, él ve una buena oportunidad.
Se anticipa a lo que puede suceder. Posee una gran visión de futuro.
Es creativo, original. Posee una visión de las cosas bastante novedosa. Juega con las ideas. Prueba y prueba… Y vuelve a probar… Su frase estrella es: «¿Qué pasaría si…?».
Es conciliador. Intenta integrar a todos los demás y poner paz en los conflictos.
Siempre tiene una estrategia.
Es curioso. Le gusta aprender y saber más.
Está convencido de conseguir sus objetivos. Es inmune a la crítica. No se paraliza ante el desánimo de los demás. Posee una gran confianza en sí mismo y una gran tenacidad. Su lema: «Sólo sé una cosa…, aunque todavía no sé cómo lo voy a conseguir».
Añade a esta lista aquellas características de su personalidad que consideres importantes para completarla. Para ello, puede ser de utilidad que preguntes a otras personas significativas para ti como sus abuelos, maestros o amigos, los puntos fuertes que perciben y aprecian de tu hijo.
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Cómo elegir sus actividades extraescolares
Muchos padres se estrujan el cerebro a la hora de decidir a qué actividad apuntar a sus hijos. Van probando suerte y mareando a sus hijos, los cambian de actividad continuamente sin lograr que éstos se entusiasmen demasiado o logren acabar lo que han empezado.
He visto madres y padres derrochar toda su energía en llevar a sus hijos a clases de paddle, tenis, pintura, inglés, interpretación, guitarra, cocina…, hasta a talleres de creatividad. Tal es el estrés al que están sometidos estos abnegados padres que algunos han llegado incluso a perder los zapatos en la carrera, otros a dejar el coche sin freno de mano, e incluso alguno a olvidarse a otro de sus hijos en otra actividad. En definitiva, un sinfín de esfuerzos, los que hacen los padres por sus retoños.
Recuerdo una madre empeñada en apuntar a su hija a clases de piano porque le habían dicho que a los niños que tocan este hermoso instrumento se les dan bien las matemáticas, aprenden disciplina y también, por qué no decirlo, entre sus amistades estaba muy bien visto. La niña llegó a tocar bien el piano, pero cuando creció me confesó que nunca llegó a sentir ningún entusiasmo por la música. El lector se podrá imaginar qué instrumento musical toca en la actualidad, ¿verdad? Efectivamente, «ninguno», «nada de nada», res de res, nothing of nothing. Esta niña, como le ha pasado a muchos otros, aborreció lo que le imponían y se desmotivó porque la elección de su actividad fue producto de la decisión de unos padres ambiciosos.
A los niños, comenzar una actividad por la que no sienten interés ni motivación alguna, lo único que les proporciona es desánimo. Empezar y dejar sin acabar varias actividades a lo largo del año escolar los deja con una extraña sensación de que nada los satisface y, lo peor de todo, alimenta en su interior la creencia de que no hay nada que se les dé bien. Muchos niños miran a su alrededor con envidia a otros que disfrutan con lo que hacen. Además, cabe añadir a esta cadena de desgracias el enfado de unos padres que culpan a sus hijos por el fracaso que ellos mismos han provocado. Todo ello bajo la atónita mirada de incomprensión de unos niños incapaces de saber lo que les pasa a sus padres. Vamos, un disgusto familiar en toda regla que, creedme si os digo, se podría haber evitado.
El primer paso para elegir una actividad en la que tu hijo desarrolle sus capacidades y aptitudes y, por su puesto, logre disfrutar de ella, no es elegir la que te gustaría a ti que hiciese, ni una que esté socialmente aceptada, ni siquiera la que te iría mejor para disfrutarla con toda la familia (que también sería una buena idea). La elección viene determinada por algo mucho más sencillo: intentar descubrir lo que más le gusta y lo que se le da mejor a tu hijo.
Centrarte en sus puntos fuertes más que intentar cambiar sus puntos débiles y superar sus carencias es un buen método para no frenar su evolución. Si recordamos a Sebastián, el protagonista del tercer capítulo de este libro, reconoceríamos en él a un niño creativo, perseverante, con un gran derroche de imaginación y una gran sensibilidad a la hora de escribir. Pero su padre valoraba otro tipo de cualidades, competencias y habilidades deportivas y en los estudios que no se correspondían con las características personales de su hijo. Esto le mermaba la autoestima a Sebastián, porque no se sentía valorado ni aceptado de la misma forma que lo estaban sus hermanos, que sí cumplían las expectativas de su padre. Era la historia de un niño del que emanaba talento en la escritura y pasión por el teatro a borbotones, pero al que su padre nunca le había regalado un libro, sólo un montón de balones de fútbol y raquetas que el niño apenas había llegado a estrenar. En este caso, la forma natural de encarar la situación hubiera sido apuntarle a clases de escritura o teatro para niños. La actuación de los padres puede llegar a inhibir y enmascarar el verdadero talento de los hijos.
Tampoco conviene apuntar por apuntar a tu hijo a cualquier actividad para mantenerlo ocupado. Proporciónale ideas y alternativas para que piense y elija lo que más le gusta, o lo que más se ajusta a él, pero sobre todo no te precipites porque el turno gratuito para apuntarle a las actividades extraescolares de tu municipio esté a punto de finalizar. Y ojo con tratar de llenar todos los huecos libres de las tardes de tus hijos con el único objetivo de tenerle entretenido mientras tú trabajas. A veces me encuentro con niños estresados porque tienen las mismas agendas de ejecutivo que sus padres.
¿Qué es la creatividad?
Los niños son creativos por naturaleza. Pero no sólo los niños, todos, absolutamente todos en algún momento hemos tenido que inventar o crear alguna solución ante un problema concreto, y esto ya forma parte de la creatividad. Si nos preguntasen a cualquiera de nosotros «¿Qué es la creatividad?», seguramente responderíamos algo parecido a esto: «Es aquello que está presente en los pintores, músicos, actores y que se manifiesta a través de sus creaciones artísticas». Es decir, solemos pensar fundamentalmente en artistas, aunque algunas personas también ven estas cualidades en inventores o científicos, algunos de reconocido prestigio, que poseen ese don. Pero esto no es del todo correcto. La creatividad es algo muy diferente.
De la creatividad podemos decir que…
* Está al alcance de todos. Aunque las personas creativas que son reconocidas por sus grandes obras han potenciado dicha capacidad más que los demás.
* Se puede estimular y desarrollar, es decir, se puede aprender.
* Nos permite crear múltiples posibilidades y soluciones que nos sirven para adaptarnos a nuestro entorno y sobrevivir en él.
La creatividad no es exclusiva de los artistas ni de los científicos, como he apuntado antes, sino de cualquiera que sea capaz de crear un resultado o una solución original y novedosa. Por ejemplo, ¿quién no ha sido capaz alguna vez de idear un plan? ¿Quién no ha sido ingenioso alguna vez? Tal vez mientras cocinas, o cuando te inventas un cuento para tus hijos. Lo único que diferencia a los artistas del resto de los mortales es que han desarrollado un poco más esa capacidad. Para ser considerado como una persona creativa no es necesario que la humanidad se ponga a tus pies para alabarte por tu genial idea, todo lo contrario, cualquiera de nosotros en algún momento hemos generado alguna una idea o hemos dado con una solución novedosa que ha servido para solucionar algún problema, grande o pequeño.
El niño creativo
Un niño creativo es capaz de generar resultados novedosos y originales en algún momento de su vida y sobre cualquier tema de su interés. Para «crear» no tenemos por qué disponer de características excepcionales, sino de características personales como las que señalo a continuación y que suelen ser comunes en aquellos niños a los que se les deja expandir su creatividad.
Los niños o adolescentes creativos suelen ser inconformistas y poco convencionales, asumen riesgos, y se muestran constantes y perseverantes en sus quehaceres cotidianos. Tienen un pensamiento flexible, por lo que pueden abordar un mismo problema desde diferentes puntos de vista y detectar matices donde otros no los ven. Asimismo, muestran una notable capacidad para generar alternativas novedosas.
Estos niños poseen una gran capacidad de abstracción y dominan conocimientos muy concretos de aquellas materias que despiertan su interés.
Son independientes, dan rienda suelta a su libertad de expresión, y se muestran inmunes a las presiones externas. No se someten a las presiones de su grupo, y apenas se preocupan por lo que opinen de ellos los demás.
Los niños creativos son imaginativos y espontáneos. No suelen aburrirse y viven con más satisfacción y entusiasmo las experiencias cotidianas, es decir, lo que les ocurre, cómo hacen las tareas, cómo se divierten, cómo solucionan sus conflictos, cómo participan de las actividades, cómo llevan a cabo sus rutinas, cómo se comportan con sus amigos, cómo se visten, etcétera. Podríamos decir que su vida es más estimulante y menos rutinaria que la de los demás, ya que se encuentran con más facilidad ante experiencias y situaciones inesperadas sin que éstas les generen estrés. Y no sólo eso, sino que, además, disfrutan de ello.
Si mi hijo no va a ser Dalí, ¿para qué desarrollar su creatividad?
La creatividad es una cuestión de grado. Constantemente descubrimos nuevos matices, inventamos proyectos novedosos, probamos con formas alternativas de hacer las cosas, o asociamos unas ideas con otras, generando así nuevas posibilidades. Aunque me repita, quiero dejar claro que la creatividad no sólo se refiere a lo artístico o al pensamiento científico de los grandes descubridores. Es una capacidad que todos poseemos en mayor o menor grado y que, además, puede ayudarnos a evitar el sufrimiento. Pero ¿de qué modo puede la creatividad paliar nuestras angustias?
Ser capaz de generar varias alternativas de pensamiento ante un problema determinado y no quedarnos atrapados ni empecinados en una única solución, sin duda es un acto de creatividad. Si, por el contrario, nuestra capacidad de generar soluciones es limitada y tan sólo nos planteamos una alternativa que, para colmo, es la peor posible, esto hará que nos quedemos atrapados en la obsesión y suframos. Como podéis apreciar, la creatividad tiene mucho que ver con la felicidad.
A lo largo de todos estos años, realizando tratamiento psicológico para adultos he escuchado a menudo frases como: «Mi vida no tiene sentido», «¿Qué puedo hacer, si me ha dejado mi pareja?», «Nunca encontraré trabajo, con lo que me costó conseguir éste» o «¿Qué voy a hacer con mi vida y la de mi familia?». El denominador común de todas estas personas es que se encontraban atrapadas en la cárcel de su único pensamiento y eso les hacía ver sus vidas y su futuro de una forma bastante desesperanzadora. Pensar así les provocaba un bloqueo y les impedía plantearse otras opciones posibles. Pero si los psicólogos les ayudamos a crear otras alternativas que se ajusten más a la realidad, esto favorecerá que actúen frente a sus problemas.
Recuerdo el caso de Victoria, una mujer de cuarenta y siete años que se había quedado en paro y tenía pensamientos como los que acabo de describir. Para ayudarla a salir de la espiral de su pensamiento obsesivo, le hice la siguiente pregunta:
—¿Qué pruebas tienes para pensar que «jamás» en la vida volverás a trabajar?
Ella misma, impactada, fue incapaz de darme un solo argumento racional que sostuviera semejante aseveración. Me dijo:
—Hombre, «jamás», «jamás»…, tampoco es eso.
A partir de ahí la animé para que generase, a modo de «lluvia de ideas», varias alternativas en contra de esa suposición tan catastrófica. Victoria pudo desbancar aquellos pensamientos tan extremos y negativos que no se ajustaban a la realidad. De hecho, acabó generando otras posibilidades más racionales y positivas sobre su vida, como por ejemplo, que los cuatro años que llevaba en el mismo puesto de trabajo ampliaban su experiencia laboral y, por tanto, mejoraban considerablemente su currículo. Eso aumentaba la probabilidad de encontrar un trabajo, y le hacía percibirse a sí misma como válida, segura de sí misma y más optimista a la hora de salir a buscar empleo.
Otro caso digno de mención es lo que les suele ocurrir a las personas con déficit en habilidades sociales. Existe en ellas una distorsión cognitiva llamada «lectura de pensamiento». Es decir, estas personas tienden a suponer lo que piensan los demás sin comprobarlo. Un buen ejemplo de ello es cuando alguien dice: «Ha pasado por mi lado y no me ha saludado: no le caigo bien. Por eso me ha ignorado». En estos casos, los psicólogos utilizamos la misma técnica que he usado con Victoria, llamada «debate cognitivo», que ayuda a los pacientes a generar un sinfín de posibilidades y alternativas a esa rígida forma de pensar, como por ejemplo que ese compañero no los haya visto, que no vea bien de lejos, que estuviera absorto en sus propios pensamientos y eso le impedía reconocerlos, etcétera. Interpretar lo que hacen los demás desde una única perspectiva, habitualmente catastrófica y negativa, no contribuye a tener relaciones personales y de pareja satisfactorias. Intentar valorar otros puntos de vista y reflexionar huyendo del pensamiento automático favorecerá la comunicación y, con ella, una adaptación satisfactoria a nuestro entorno. Una vez más, queda patente que la creatividad nos ayuda a construir una vida mejor.
Dos situaciones muy parecidas y a la vez muy diferentes…
Héctor, un niño «poco creativo», me dice que no le han dejado jugar en el colegio. A continuación, transcribo sus pensamientos:
1 «Les caigo mal.» Su explicación se basa en una única opción, que suele ser la más negativa de todas las posibles, aquella en la que sale peor parado. Eso hará que al día siguiente no lo intente de nuevo, que desista en su empeño. Si reproduce este comportamiento como pauta a lo largo de su vida, se reducirá el número de oportunidades para poder disfrutar. Y es que si esto lo hace de pequeño…, ¿qué no hará cuado sea mayor? Tenderá a generalizarlo a otras áreas y situaciones (trabajo, amistades, pareja, vecinos, etcétera).
Sara, una adolescente «creativa» me dice que no le han dejado jugar al baloncesto en el parque, pero ella ha pensado:
1 «Ya eran cinco en el equipo.»
2 «Se lo han prometido a otra chica que va a venir ahora.»
3 «Somos mucha gente y yo no soy la única que quiere jugar.»
4 «Hay chicas que juegan igual de bien que yo, no siempre tienen por qué elegirme a mí puesto que todas tienen el mismo derecho a jugar que yo. Por eso si no me escogen no tiene por qué deberse a que no valgo o a que no caiga bien. ¡Otra vez será!»
Sara, esta reflexiva adolescente, ha conseguido elaborar por lo menos cuatro pensamientos alternativos, lo cual le ayuda a no sufrir tanto como hace Héctor, nuestro protagonista anterior. Sara deja abiertas varias posibilidades sin cerrarse puertas para la próxima vez, y lo que es mejor, permite que su autoestima quede intacta. ¡Esto también es un ejercicio de creatividad! Así que, padres del mundo, ¡dedicad cinco minutos al día a ayudar a vuestros hijos a generar multitud de alternativas sobre su forma de pensar!
Enseña a tus hijos a mejorar su creatividad ante la vida
Cuando te encuentres con tu hijo ante alguna situación que requiera una solución, párate a pensar unos minutos y ayúdale a que genere por sí mismo múltiples posibilidades y alternativas. En principio todas valen, por descabelladas que parezcan. Después, pídele que elija, entre todas, la que considera que es mejor. Si no es capaz de elegir, guíalo.
A continuación te ofrezco algunos ejemplos:
* Si el metro está cerrado, ¿qué podemos hacer?
* Si tu chándal está en el cesto de la ropa sucia, ¿qué puedes hacer para no perderte el partido de fútbol de mañana?
* Si se te ha olvidado el cuaderno en casa, ¿cómo vas a solucionar el problema con tu profesora?
Alentarles a que piensen por sí mismos en vez de resolverles la papeleta les ayudará a crear y generar diferentes alternativas para solucionar sus pequeños o grandes problemas.
De hecho, en muchas profesiones y en muchas empresas, se utilizan técnicas para fomentar la creatividad, como la llamada brainstorming o «lluvia de ideas»: proponer el mayor número de ideas y opciones posponiendo la valoración de éstas para mejorar los resultados.
Cómo fomentar su creatividad
Estimular la creatividad de nuestros hijos puede ser sencillo, basta con dejarles cierta libertad de expresión, siempre y cuando no se hagan daño a sí mismos ni a los demás. Pero lo que quizá es más complicado, y es algo que hacemos habitualmente sin darnos cuenta, es frenar y limitar el desarrollo de su creatividad.
Para unos padres estresados por sus múltiples obligaciones y compromisos, es más fácil dar órdenes a su hijo que dejar que experimente por sí mismo. Así, en vez de esperar unos minutos hasta que termine de pintar, o un ratito más para que juegue en el baño, se ponga el pijama y se acueste, los padres deciden hacer las cosas ellos mismos para disponer de ese tiempo de tranquilidad. En muchas ocasiones encontramos a padres capaces de acabar de colorear el dibujo de su hijo, y hasta de suplantarles a la hora de firmar con el nombre de su pequeño esa maravillosa creación, dar dos palmadas al aire y decir: «¡Qué bien, qué bonito lo has dejado! ¡Venga, a la cama!». También, en muchos casos, deciden vestirlos y combinar los colores de su ropa ellos mismos ante la amenaza de perder el autobús del colegio si se demoran. También escuchamos instrucciones como: «¡No hagas esto… Que te manchas!», con el consiguiente mensaje implícito: «Ve al cumpleaños de tu amigo, pásatelo muy bien pero quédate sentado en el sofá. Ya verás como disfrutas dejando intacto este conjunto de pantalón y camisa tan bonito que estrenas hoy». La bendita explicación que me da esta madre es: «Luego, a quien le toca lavar la ropa siempre es a mí». Y como éstos, tantos y tantos ejemplos…
Otras veces decimos a nuestros hijos: «¡Así no!», transmitiendo que todo está regido por unas reglas de las que no es posible salir. Cuando, por ejemplo, les da por intentar arreglar algún aparato que no funciona, les decimos: «¿Qué haces? ¡Déjalo, que lo vas a estropear!». Y yo me pregunto: ¿y qué más da, si ya está roto…?
Indudablemente, en la vida hay reglas y rutinas, pero toda tu vida no puede ser una regla o una rutina. Si les permites explorar no sólo serán creativos artísticamente, sino que su mente estará predispuesta a generar nuevas alternativas en su vida, probarán criterios e ideas propios que les servirán para resolver numerosos conflictos y llevar una vida más flexible y, por tanto, con más capacidad de adaptación.
¿Cuántas personas carecen de la seguridad suficiente para arriesgarse a probar otras formas de actuar? ¿Cuántas personas, en las reuniones de trabajo, se muestran incapaces de aportar las ideas que están mascullando, y se inhiben de compartirlas porque piensan que, si lo hacen, los demás pensarán que sólo dicen tonterías? Por eso, es fundamental dar a tus hijos confianza y seguridad a la hora de elaborar nuevas ideas y nuevas formas de descubrir el mundo.
No lo olvides: en ocasiones, no hay nada mejor que permitirles explorar su entorno, siempre y cuando no sea destructivo para ellos mismos ni para los demás. Si no, estaremos impidiendo el desarrollo de su imaginación.
A veces no es tan importante hacer cosas para desarrollar su creatividad como no interferir ante su curiosidad y frenarla. Muchas veces las personas repiten el modelo educativo de sus propios padres y abuelos. Es importante permitir y fomentar la apertura de pensamiento y el desarrollo de las habilidades de los niños. Dale permiso para hacer cosas que satisfagan su curiosidad, déjale conjuntarse la ropa por sí mismo, mezclar comida, colorear los dibujos aunque los colores que elija no se correspondan con la realidad (¡el mar no siempre tiene por qué ser azul ni el sol amarillo!). Ayúdale a saltarse algunos convencionalismos, ¡no pasa nada!
Preséntale juegos de construcción, o proponle que haga manualidades con objetos que ya tengas en casa, deja que se disfrace e incluso que se maquille, léele cuentos, ayúdale en la lectura de sus primeros libros. Acude con tu hijo a un museo, a algún concierto, a espectáculos de danza o a alguna obra de teatro. Intenta abrir un mundo de posibilidades para que admiren y valoren el arte. Así, a lo largo de su adolescencia, su ocio no estará restringido y cuando sea mayor tendrá más opciones que las de ir «de bar en bar».
Recuerda: lo único que impide desarrollar la creatividad es pensar que uno no puede cultivarla. Confundimos el concepto «creatividad» pensando que si no obtenemos un resultado creativo a la primera, entonces no somos creativos. Este pensamiento impide que perseveremos en nuestros intentos. El talento conlleva procesos de aprendizaje y de esfuerzo.
¡Qué disgusto! Mi hijo no quiere seguir estudiando
¿Qué harías si tu hijo decidiera dejar los estudios a los dieciséis años? Julián es el padre de Álvaro, es ganadero, nunca tuvo la oportunidad de estudiar y tiene muy claro que no quiere que su hijo siga sus pasos. Le gustaría que Álvaro estudiase.
Lamentablemente, el número de chicos y chicas que abandonan los estudios es muy elevado. Álvaro tiene dieciséis años y, como él dice, se ha tomado un año sabático. Ha dejado los estudios y ha tomado la decisión de ponerse a trabajar en la granja de sus padres. Ellos están muy disgustados. Les hubiera gustado que su hijo siguiera con los estudios. Ése es precisamente el motivo de su consulta.
Me reúno con ellos en su granja, está situada en pleno campo, rodeada de hermosos animales de todo tipo: caballos, cabras, ovejas, gallinas…, un lugar envidiable en plena naturaleza que a cualquiera le gustaría disfrutar, si no fuera, como dice Julián, por la dureza del oficio de ganadero. Él define así su profesión: «Éste es un trabajo al cual tienes que dedicar todos los días del año, de día y de noche, sin descanso».
Mi objetivo es analizar qué es lo que ha fallado para acabar generando ese desinterés de Álvaro por continuar con sus estudios, así como intentar ayudar a sus padres a reconducir la situación y motivar a su hijo. Veamos si soy capaz de darles motivos suficientes, tanto a Álvaro como a sus padres, para que este año sea sólo un punto y seguido en su formación.
Sonia, la madre de Álvaro, me confiesa que ella había observado que su hijo, según sus propias palabras, «no daba un palo al agua», y que no tenía interés alguno por los estudios. Me cuenta que su hijo le decía: «Mamá, no gastes el dinero inútilmente, ¿para qué vas a comprarme los libros de texto si yo no pienso estudiar?». Cuando los padres me cuentan que sus hijos quieren abandonar los estudios, les hago una pregunta que, para mí, es básica: «¿Qué hacéis vosotros para motivar a vuestro hijo?». ¿Cuáles son las estrategias para tratar de convencerlos para que continúen con su formación? Concretamente, pregunto a Sonia y Julián qué han hecho para animar a su hijo cuando éste empezaba a suspender y a dejar los libros a un lado. Julián me responde con la sinceridad de un padre que cree que ha hecho las cosas bien: «Pues… Yo le comparaba con otros chicos, le decía: “Mira, Álvaro, tú has suspendido seis asignaturas y tu amigo sólo ha suspendido una…”. Pues no le he puesto ejemplos ni nada de chicos que son mejores que él en los estudios…». A continuación, le respondo con la siguiente reflexión: «Julián, ¿tú crees que poner a los demás chicos como ejemplo es efectivo? Ten en cuenta que en las comparaciones uno suele salir perdiendo». Le explico que, en este caso, Álvaro se siente inferior al ser comparado con otros chicos que consiguen sus propósitos. Le pregunto si cree que comparar a su hijo con sus amigos es una estrategia eficaz. Julián me responde dubitativo y reconoce que quizá pudo haber perjudicado a su hijo: «Sí, seguramente no hice bien comparándolo con otros chicos, pero es que yo no sabía cómo espabilarlo…».
Para asegurarme de que había entendido lo que le estaba diciendo le puse un ejemplo que estaba segura que iba a entender: «Julián, imagina que para motivarte a ser más emprendedor alguien importante para ti y a quien estimas muchísimo te dice que te fijes en lo que hacen todos tus vecinos y después te suelta las siguientes perlas: “¡Son mejores ganaderos que tú!, ¡tienen una granja mejor que la tuya!, ¡aprende de ellos!”. Seguramente, eso no te gustaría y, lejos de motivarte, probablemente te desanimaría aún más, ¿verdad?». Al ver su gesto pude corroborar que había entendido que ésa no era la mejor estrategia.
No lo olvides: comparar no es motivar.
Julián me dice que sus dos estrategias son: compararle, que hemos visto que nunca es eficaz, y la otra es decirle constantemente que se ponga a estudiar. Les comento que sé que están hartos de decirle que estudie. Pero quiero aclarar que no basta con la palabra, con ser insistentes y machacones. Hace falta algo más: actuar.
Álvaro tiene que sentir que sus padres están implicados verdaderamente en su formación. Una manera de demostrarlo sería revisar lo que ha estudiado y acudir al colegio o al instituto para hablar con el tutor o la tutora y así comprobar la evolución de su hijo. Habitualmente, en las familias en las que existe la doble figura padre-madre se suele dejar esa responsabilidad a las madres, pero a ellas solas, como le pasa a Sonia, les cuesta tirar del carro. Por eso, les transmito que si Álvaro ve que su padre muestra un especial interés, y tanto su madre como su padre se preocupan conjuntamente y actúan al unísono, entonces este «adolescente perdido» percibirá que continuar con sus estudios es realmente importante para su futuro.
Julián me dice que nunca ha ido a hablar con la tutora de su hijo ni con ningún profesor y que ni él ni su mujer le han revisado nunca las tareas. Le recalco que si él no pone interés, Álvaro pensará que da igual estudiar o no. Con este descuido de su responsabilidad como padre le está demostrando que estudiar y supervisar su evolución como estudiante no es importante. Julián me confiesa que ojalá hubiera puesto más interés y así hubieran hecho más fuerza juntos. Le digo que todavía está a tiempo y que nunca se debe dar nada por perdido. Le propongo que concierten una cita con la tutora de su hijo para ver qué itinerario formativo podría seguir Álvaro que se ajustara a sus preferencias y a su vocación. Deberían orientarlo laboralmente hacia profesiones relacionadas con el campo o la naturaleza o incluso hacia estudios en los que se forme para saber cómo gestionar una granja. Esto será un aliciente para continuar en el sistema educativo. Les pido este compromiso y ellos lo aceptan encantados.
Otra estrategia que utilizaban para que Álvaro estudiase era castigarlo con no dejarle salir o impedirle jugar a la videoconsola cuando no hacía los deberes o no estudiaba para un examen. Les pregunto si son firmes y mantienen los castigos. Categóricamente me responden con un «No». Me comentan que, las veces que le han castigado, Álvaro, con cara de no haber roto nunca un plato, les dice: «Papá, mamá…, no seáis así… Dejadme salir. Si no quiero estudiar..., y además no tengo deberes para mañana». Ante la poca voluntad de Álvaro para ponerse a estudiar, Sonia y Julián confiesan que se ablandaban y le levantaban el castigo. Ambos asumen que no están haciéndolo del todo bien, en sus propias palabras: «Lo hacemos mal porque lo suyo sería ser más duros y más serios», pero no les sale actuar con firmeza. Admiten que, seguramente, una opción sería decirle a su hijo: «Tú no sales porque estás castigado, y se acabó», pero no son capaces de hacerlo y terminan dejándolo por imposible.
Les aconsejo un cambio de actitud inmediato, y es que si no cumple con sus obligaciones y compromisos no pueden permitirle todos los caprichos. El mejor intercambio es aquel que es proporcionado entre el esfuerzo que realizan los hijos y las recompensas que les proporcionan los padres. Un niño o un adolescente no puede tener todos los derechos y ninguna obligación.
Pero como a mí no me gusta utilizar los castigos como herramienta educativa para desarrollar la motivación intrínseca de los niños con el objetivo de lograr que se pongan a estudiar, les comunico que quiero hablar con Álvaro. Voy a intentar llevar a cabo una estrategia directamente con él, ahora que ya he conseguido el firme compromiso por parte de sus padres de implicarse en el futuro de Álvaro.
¿Qué le gusta a Álvaro? ¿Y qué sabe hacer?
Álvaro me dice que sólo se va a tomar un año de descanso, pero le pregunto si realmente va a ser un año sabático o ya va a tirar la toalla definitivamente. Me responde: «Seguramente no voy a abandonar los estudios de forma radical. Me gusta la ganadería, también me gustaría ser bombero o guarda forestal».
Llegados a este punto, me interesa que Álvaro hable con un veterinario amigo de su familia que es quien atiende a sus animales y que ha conseguido aunar el amor por los animales con los estudios. Este agradable e inteligente veterinario le expone unas ideas muy interesantes: «Yo creo que el campo no tiene por qué estar reñido con los estudios. Los estudios son necesarios en todas las facetas de la vida. Puedo asegurarte, por mi propia experiencia, que los ganaderos más eficientes y más competentes con los que he trabajado son aquellos que han tenido la fortuna de haber estudiado».
Cuando un adolescente está desmotivado, siempre intento que los padres busquen y soliciten la ayuda de una persona ajena a la familia que haya logrado sus sueños. El consejo de otro profesional tiene un impacto más positivo en la mente de nuestros hijos.
Le insisto a Álvaro sobre las palabras del experto:
—Aunque tú eligieses una profesión como la de tu padre, sería muy importante que tuvieras más conocimientos, ya has visto lo que ha dicho el veterinario amigo vuestro, que habitualmente el mejor ganadero es el que tiene más estudios.
Álvaro me confiesa que sí le gustaría saber más de lo que sabe. A continuación le hago cariñosamente una pregunta trampa:
—Si yo ahora mismo te dijera que hicieras una factura o un recibo de la leche que dais a las cooperativas, ¿tú sabrías hacerlo?
—Pues, la verdad, no sabría… —me contesta rápidamente.
Le transmito la importancia de la formación aunque quiera dedicarse a la ganadería o tener su propia granja. Le informo de que, actualmente, en cuarto curso de la ESO tiene una asignatura llamada «Iniciación a la vida laboral», donde los instruyen y les enseñan las opciones que pueden elegir para su futuro profesional. Insisto en que si abandona ahora sus estudios, él mismo se está quitando todo tipo de oportunidades para tener un buen trabajo. Actualmente el mercado laboral es muy competitivo y cada vez se necesita más y mejor formación.
Álvaro me confiesa algo que ya he escuchado más de una vez a los chavales que abandonan sus estudios:
—Eso sí…, ahora que me dedico a cuidar la granja de mi familia me arrepiento un poco de haber dejado de estudiar. Ahora que estoy currando…, la verdad es que me doy cuenta de que me cuesta más trabajar que estudiar. Mi hermano mayor ya me advirtió que, con el paso del tiempo, me pasaría lo mismo que a él. Continuamente se arrepiente de haber tomado la decisión de «colgar los libros».
Me despido de Álvaro recordándole que es importante que aproveche esta nueva oportunidad de retomar sus estudios, ahora que sus padres se van a implicar en ello y que lo van a acompañar al instituto para que el departamento de orientación elabore y le ofrezca un itinerario formativo que se adapte a sus preferencias e inquietudes.
La motivación es el grado de interés que tiene una persona por una actividad y por las consecuencias y los beneficios que se derivan de ella. La motivación nos muestra el grado de atracción que sentimos y es importantísima, no sólo para medir el grado de energía que dirigimos a esa actividad al principio, sino sobre todo para el mantenimiento de nuestro interés, ya que dependiendo de nuestro grado de motivación podremos hacer frente a las dificultades y la frustración que conlleva cualquier aprendizaje. Esto influirá en nuestra decisión de continuar llevando a cabo esta actividad o no. Si nos desilusionamos, la acabaremos abandonando. Si conseguimos mantener nuestra motivación, por el contrario, seguiremos adelante perseverando en nuestro empeño.
Como hice con Álvaro, para aumentar la motivación en edad adolescente es esencial explicarles y demostrarles a nuestros hijos el atractivo de todos aquellos beneficios de los que pueden disfrutar si continúan con los estudios, una opción a la que hasta el momento no le habían visto la utilidad a la hora de elegir la profesión que más les gusta. Hasta para aquellos pequeños detalles que muchas veces a los chavales se les pasan por alto, como en el caso de nuestro protagonista, aprender a realizar una factura, hablar con un veterinario para conocer las enfermedades de sus animales, o saber gestionar una granja, estudiar es importante. El hecho de que niños y adolescentes adquieran seguridad en sí mismos al saber realizar estas funciones y al sacarle el mayor provecho a los conocimientos, hace que aumente su autoestima, el grado de confianza en sus posibilidades y, posteriormente, hace que disfruten en un grado mucho mayor de su trabajo o vocación.
Al cabo de dos meses llegó la gran noticia, una de las que más satisfacción me producen. Y es que esta estupenda familia me comunicó que, tras concertar la cita con la tutora de Álvaro, su hijo había retomado los estudios. ¡Me encanta que los planes salgan bien!