Sobre La concha y el reverendo[1]

La concha y el reverendo, antes de ser un film, es un esfuerzo, o una idea.

He creído al escribir el guión de La concha y el reverendo que el cine poseía un elemento propio, verdaderamente mágico, verdaderamente cinematográfico, y que nadie hasta entonces había pensado en decantar. Este elemento distinto de toda especie de representación ligada a las imágenes, participa de la vibración misma y del sentir inconsciente, profundo, del pensamiento. Se desprende subterráneamente de las imágenes y va surgiendo, no de su sentido lógico y articulado, sino de su unión, de su vibración y de su choque. He pensado que se podía escribir un guión que no tuviera en cuenta el conocimiento y la ligazón lógica de los hechos, sino que, yendo mucho más allá, buscase en el oscuro origen y en el divagar del sentimiento y del pensamiento las razones profundas, los impulsos activos y velados de nuestros actos tenidos por lúcidos, manteniendo sus evoluciones en el terreno del surgir, de las apariciones. Es decir, hasta qué punto este guión puede asemejarse y emparentarse a la mecánica de un sueño sin ser él mismo un sueño, por ejemplo. Es decir, hasta qué punto reconstruye el mecanismo puro del pensamiento. Así, el espíritu abandonado a sí mismo y a las imágenes, infinitamente sensibilizado, esforzándose en no perder nada de las inspiraciones del pensamiento sutil, se encuentra preparado para reencontrar sus funciones primarias, vueltas sus antenas hacia lo invisible, hasta recomenzar la resurrección de la muerte.

Éste es, por lo menos, el pensamiento ambicioso que ha inspirado este guión que, en cualquier caso, sobrepasa los límites de una simple narración y los problemas de música, de ritmo o de estética habituales en el cine, para plantear el problema de la expresión, en todos sus terrenos, en toda su extensión.