Capítulo 1

Don’t call me Gaga.

I've never seen one like that before. (Sic)¹

El humo espeso envolvía la pista y a todos los allí presentes. El olor a sudor, alcohol y otras sustancias se hacía con el aire. Cuerpos rozándose, golpes de cadera, brazos abrazando espaldas, excitados sexos fregándose sobre la ropa.

—Mira eso...— ronroneó Sabana desde la barra al lado de la pista de baile, y señalando a alguien arriba en las escaleras. —¿Lo ves?

Ashley la ignoró. Para Sabana todo macho era ‘Mira eso, ¿Lo ves? Todas las noches era lo mismo pero a ella ya se le podía aparecer desnudo The Rock que le ignoraría, igual que hacía con todo el resto de su especie excepto con ‘Don Indiferente’. Chasqueó la lengua y dio un sorbo a su Martini.

—¡Oh, por favor mira eso!

Le hizo una seña al barman para que le pusiera otro martini. Estaba cansada de apartar moscones que no dejaban de atacarla desde que había hecho aparición en el local.

—¡Ashley!

—¡¿Qué?! —gritó cogiendo su cuarto cóctel recién entregado. Revolvió el líquido con la oliva. Se giró para encararla. —¿Has visto algún hombre que te haya gustado? —rodó dramáticamente los ojos. —¡Que novedad!— Tras la sacudida en su brazo que hizo volcar parte de la bebida, miró hacia arriba, a las escaleras, justo donde apuntaban los ojos de Sabana.

Don't look at me like that.

You amaze me. (Sic)¹

—¿Cada cuánto ves un espécimen así? —suspiró bajito. —Creo que acabo de encontrar al padre de mis hijos y también avalista de mis futuras cirugías.

Ashley apuró el Martini como si fuera agua, se lamió el labio inferior.

¿Qué hacia él allí? y además parecía que buscara a alguien. A ti no, por supuesto.

—Es un poco mayor para ti, Sabana —masculló sin dejar de mirarle.

He ate my heart.

He a-a-ate my heart.

(You little monster). (Sic)¹

—Quince o veinte años no son nada.

—No es millonario, ni tan siquiera rico.

—Con él y todos sus músculos me conformo, ya pongo yo los millones —le dio un codazo cuidando de que su Cosmopolitan no se derramara —¿Y tú cómo lo sabes?

He ate my heart.

He a-a-ate my heart out.

(You amaze me). (Sic)¹

—Se llama Nathaniel McNamara y es el jefe de seguridad de mi padre.

Se encogió queriéndose hacer chiquitita e invisible a sus ojos. Como si eso sirviera de algo. Cogió del brazo a Sabana. Seguro que él no se había dado cuenta de que estaba ella abajo. Hasta podrías cruzarte con tu madre allí dentro y no reconocerla entre la multitud debido al humo y a la ausencia de luz natural. —Vámonos.

Look at him.

Look at me.

That boy is bad. (Sic)¹

—¡Eh, espera! —se quejó dando saltitos tras ella —Ya que le conoces tan bien, ¡preséntamelo!

Se metieron en el baño de señoritas y se quedó mirándola.

—Yo, Sabana —se señaló el pecho con la mano que sostenía el pequeño bolso de Prada, señaló a Ashley como si fuera él —tú, Nathaniel, vamos a casarnos y a tener sexo salvaje, nene —y sorbió algo del Cosmopolitan.

—¡No es Tarzán! —gritó Ashley y se tapó la boca por las miradas reprobadoras de las que allí se encontraban. Tosió disimuladamente y empujó a Sabana a uno de los baños. Cerró la puerta, dejó el bolso, su Martini y la bebida de ésta sobre el inodoro. —No puede entrar aquí, esperaremos un rato.

Sabana rió mirándola. —¿Qué te pasa? A no ser que sea un agente especial de la CIA con rayos X en los ojos ni te habrá reconocido. —negó.

—Esto está lleno de gente y humo. —Cogió su copa y bebió.

—No te rías, no tiene rayos X pero sí ha trabajado para la CIA. —Apoyó la espalda contra una de las paredes y cerró los ojos. —¿Qué hace aquí?

—¿Tal vez pasárselo bien? —Le abrazó una mano con las suyas. —Cariño, esto es un club para divertirse, bailar, tomar algo...

Ella se liberó de la mano de Sabana. —O ha venido a llevarme a casa porque... sacudió la cabeza de un lado a otro. Se golpeó la nuca contra la pared. —Dios mío ¿qué hace aquí?

—¿Qué edad tiene?

—Treinta y nueve. Los cumple el uno de noviembre.

—¿Zurdo o diestro?

—Zurdo.

—¿Tableta de chocolate?

—No. La suya es de acero inoxidable e irrompible.

—¿Cuál es la crema que más le gusta?

—Pistachos, siempre edifica cinco pisos de pan de molde integral con mantequilla, mermelada de arándanos y crema de pistacho —volvió a abrir los ojos, la miró —quita los bordes, no le gustan, se los da a Max.

—¿Max?

—Sí, el pastor alemán que vive en casa.

—¿Le da la corteza al perro?

—Sí, y lo saca a correr.

—¿Es suyo?

—Como si lo fuera.

—Ya veo... Así que tú vibrador lleva el nombre de ese tipo duro... —arqueó una perfilada y fina ceja—. El que logra con una mirada que chamusques tu ropa interior.

—Te odio —chirrió —y estás loca, yo nunca, nunca he dicho eso.

Sabana acabó su Cosmopolitan. Se recolocó el bolso bajo el brazo y enumeró:

—Sabes la fecha de su nacimiento, el estado en que están sus músculos que, cariño, al parecer no tienen fecha de caducidad. Incluso sabes cómo le gusta comer la manteca de pistachos —fue a abrir la puerta pero Ashley se lo impidió —y tu vibrador lleva su nombre. —La apuntó con un dedo. —A mí no me engañas.

—Has bebido más de la cuenta. —Presionó la mano contra la puerta —lo de la fecha de nacimiento lo he mirado en su ficha y... lo de los músculos pues... —engulló saliva —alguna vez lo he visto haciendo deporte igual que he visto como se preparaba un sándwich.

—Y de cómo le daba la corteza al perro y lo sacaba a pasear.

—Exacto.

—¿Pantalones cortos o largos?

—Cortos todo el año, nieve, llueva o caiga el segundo diluvio universal.

—Mmmm... ¡Aleluya, todavía quedan hombres de verdad! —Pellizcó el dedo meñique de Ashley —¿Pertenece al pequeño grupo de los veinte o todavía al más reducido que pasa de los veintidós?

—No te entiendo.

—Cielo... —rodó los ojos —¿la munición es igual de pesada entre las piernas que en los brazos?

—¡Yo que sé! —chilló echando humo por las orejas. Se mordió la lengua para susurrar —No le he visto tal como vino al mundo.

—Pero te encantaría... —sonrió. —Ten cuidado de no gritar muy alto cuando te corras porque el súper agente de la CIA podría oír como dices su nombre y descubriría... —apartó la mano de Ashley y abrió la puerta —el secretito.

—Sabana. ¡Sabana! —gritó tratando de impedir que se fuera. Se lamentó recogiendo sus cosas y salió tras ella fuera de los baños. —Sabana, por favor.

—Al final tu agente nos ha encontrado, —sonrió coqueta y le besó la mejilla cuando Ashley se detuvo a su lado —te dejo con él.

Le dijo adiós con la manita que a su vez sostenía el bolsito rojo y al ir a darse la vuelta para alejarse miró de reojo a Nathan, el irrompible —Oye, ojos bonitos, ¿sabes que hay un vibrador con tu nombre?

Te odio, te odio y te odio.

—Es Sabana Sinclair, hija del fiscal general del estado, —Ashley alzó la mirada desde los zapatos de él hasta su cabeza —está en tratamiento, es ninfómana.

Nunca le había visto vestido de otra forma que no fuera con traje o ropa de deporte, tragó saliva,... y en bañador.

—¿Te ha enviado mi padre? —Los simples tejanos y la camisa color borgoña que se adhería a los bíceps eran demasiado para su libido. —Porque si ahora también te va a poner de niñera no estoy de acuerdo.

Los ojos verdes brillaban traspasándola, ojos lobunos, llenos de lascivia. Ahogó el gemido en el interior de su garganta al sentir como un cremoso chorro de fluidos viajaba de su centro, directo a su ropa interior. Nathaniel McNamara iba a matarla.

And honestly.

He's a wolf in disguise.

But I can't stop staring those evil eyes. (Sic)¹

Unas horas antes McNamara había estado esperando al Señor Ferguson en el lujoso despacho de Madison Avenue.

—¿Ya te has decidido? —preguntó el señor Guire por videoconferencia —¿Lo has hecho, Nathan?

—Sí —contestó alejándose de la ventana que desde lo alto del inmueble daba a Union Square. Miró la gran pantalla al fondo del despacho mientras tomaba asiento tal como le indicó el señor Ferguson que acaba de llegar. Agradeció el whisky que éste le ofreció.

—¿Cuáles son las condiciones?

Charles rió asintiendo.

—Por favor, muéstrale el contrato.

Ferguson, que ya estaba de pie, rodeó la mesa hasta llegar a él, extendió el contrato ante McNamara y sacándose la pluma del bolsillo de la chaqueta se la tendió.

—Se te ha preparado una pequeña aunque cómoda casa en West Gilgo Beach con todo lo necesario para lo que se te ha encomendado. No tendrás que preocuparte por nada. Está alejada de la ciudad y allí también te espera un teléfono con el que te comunicarás con nosotros una vez por semana. Todos los sábados queremos saber cómo va evolucionando.

—Gracias, —jugó con la pluma entre sus dedos girándola una y otra vez a medida que iba leyendo atentamente el contrato. —yo tengo alguna condición señores.

—Por favor.

Sus ojos verdes fueron del señor Ferguson sentado de nuevo entre él y la mesa a la pantalla donde veía a Guire.

—Durante este mes llevará el collar que yo me he encargado de comprar. Una vez esto acabe su... —gruñó— futuro marido deberá ponerle el suyo.

Negó sin permitir que Charles le interrumpiera.

—Es innegociable, o lo toman o lo dejan.

—¿Qué más?

—Si no está totalmente a mi merced no pienso introducirla en Bondage, Cera, Fisting, o Lluvia dorada y Beso negro —Hundió una gran mano en su cabello negro azabache con ligeros destellos plateados y detuvo el baile de la pluma entre sus dedos.

—Entonces...

—Déjenme acabar por favor. —Llenó sus pulmones de aire. —Una cosa es usar un flogger y otra muy distinta es abofetear con intención de hacer daño de verdad, más allá del juego o la disciplina sexual —negó con la cabeza —y tampoco tengo intención de humillarla verbalmente.

—¿Algo más, señor McNamara?

—Me llevo a Max.

Ferguson rió. —Sin ningún problema. —Giró en su asiento mirando a Guire —¿Tienes algo que añadir?

—Firma.

La pluma tocó el papel, firmó. Su nombre quedó plasmado en el contrato.

Hecho, pensó al despedirse. Se fue a cenar a Little Italy, su restaurante favorito en la cercana 23rd West luego recojió a Max en la finca Ferguson y marchó a casa. Preparó una bolsa con las indispensables cosas personales, e acomodó en el sillón frente al televisor y se quedó mirando el serial de turno sin verlo. Solo veía el futuro más próximo del que esperaba disfrutar. Al cabo de una hora bajó al garaje con el perro que no se apartaba de su lado, se subió al Jeep para ir al conocido club nocturno de Guire en el Upper Manhattan, bastantes calles más al norte.

I asked my girlfriend if she'd seen you round before.

She mumbled something while we got down on the floor baby. (Sic)¹

—Sabía que estabas aquí y he venido, Ashley.

—¿Para llevarme a casa?

—No exactamente.

We might've fucked, not really sure, don't quite recall.

But something tells me that I've seen him, yeah. (Sic)¹

—No te entiendo.

—¿He pedido yo qué lo hagas? —Nathan le quitó la copa vacía y la dejó sobre la bandeja del camarero que pasaba. —Max está en el coche y sufro por la tapicería.

Ella alejó varias hebras de su largo cabello tras la espalda. Se lo repeinó con nerviosismo.

—¿Quieres que vaya contigo? —sus ojos miraron la gran mano que le era tendida. —¿A...a dónde?

—¿Por qué eres siempre tan preguntona? —esperó a que ella se la cogiera. —No voy a morderte. De momento. Coge mi mano.

That boy is a monster.

M-M-M-Monster.

That boy is a monster. (Sic)¹

Descubrió que él sabía sonreír. Nathaniel McNamara sabía lo que era sonreír. Los labios se alargaron mostrándole el blanco nuclear de sus dientes y ella tembló. Los dedos le hormigueaban.

—¿Dónde me vas a llevar? —Las falanges se tocaron.

—Al coche. —Experimentó con la textura de los pequeños dedos contra los suyos. Suave y pálida piel fundiéndose con la suya morena.

—¿Recuerdas lo que es un coche? Tiene ruedas, volante,... —atrapándole la mano la atrajo contra sí arropándola con su cuerpo. Agazapó la cabeza para mirarla —Sirve para desplazarse.

A pesar de los tacones rompe tobillos de más de trece centímetros que ella llevaba se veía obligado a bajar la cabeza para encararla.

—¿De qué sirve tener dos Lamborghini y un Ferrari si no sabes lo que es un coche?

Era tan cálida y olía tan bien.

—Un bolso, sea Gucci o Dior sigue siendo un bolso.

M-M-M-Monster.

That boy is a monster.

Er-er-er-er. (Sic)¹

—¿Me estás declarando la guerra? —El chocolate y el verde se encontraron —porque vas por muy buen camino. —Los latidos del corazón de él traspasaban la caja torácica yendo directos a la suya. Bum bum. La sangre bombeada fluía tornándose lava incandescente.

—No puedes comparar un...Gucci o un Dior con un bolso de mercadillo.

He ate my heart. (Sic)¹

—¿Y eso, quién lo dice?

—Cualquiera con un atisbo de buen gusto. —Ashley quiso controlar la sonrisa para que no emergiera pero era demasiado tarde. —Tampoco es comparable un Ferrari con un Ranger.— sentenció.

No le extrañaría nada que él aullara a la luna nada más salir del local. Un nuevo riachuelo se le escurrió por entre los muslos cuando un gran y hercúleo brazo la cercó por la cadera, aproximándola más...

Sí, sí. Nathaniel McNamara es el mismísimo ángel de la muerte, el ángel de tu muerte.

(I love that girl). (Sic)¹

—¿Insinúas que yo no tengo buen gusto? —Su nariz trazó desde la sien hasta un femenino pómulo —porque si es eso, no es lógico que tú...— acarició su nariz contra la de ella, bajó directo a los rosados labios donde aspiró aliento, alcohol y enjuague bucal mentolado —seas de mi gusto.

He ate my heart. (Sic)¹

—¿Qué...qué hay de la relación entre empleados y jefes?

Si sacaba sólo la punta de la lengua tocaría el labio inferior de él. Estaban tan cerca que oía como los masculinos pulmones trabajaban. La mano que antes había cogido se apoyó suavemente sobre el musculoso pecho de Nathan, buscó piel, la encontró en la abertura de los dos primeros botones de la camisa. —¿O te,... te han despedido? Cosa que no creo demasiado probable.

—¿Te consideras mi jefa? —Su brazo dejó de envolverla. La gran mano se despeñó por la cintura hasta las torneadas nalgas. La tela del vestido rojo no dejaba nada a la imaginación, marcaba cada curva y recoveco. Se condenó por lo que iba a hacer a la vista de tanta gente como había en aquel odioso lugar. Sólo quería sentir un poco de carne. Friccionó su hambrienta erección oculta bajo el pantalón contra ella.

—¿Lo hace señorita Ferguson? —La tela subió al acunar una mejilla contra su palma.

(Wanna tal to her, she's hot as hell). (Sic)¹

—Nunca lo he considerado, —Estaba bamboleando sus caderas contra él, lo estaba haciendo descaradamente —pensaba que era casi inexistente para ti. —Retiró los dedos en el momento en que ellos jugaron con la elasticidad del oscuro vello pectoral que asomaba por la tela.

—Ferguson. ¿Ashley Ferguson?

La realidad, tan capulla como siempre. Nathaniel la soltó con desgana. La tirantez de su erección hizo que apretara las muelas. Observó al inoportuno, esa nariz, la postura arrogante...

—James Guire —barboteó ella bajándose la falda del vestido. Le agradeció con una temblorosa sonrisa que recogiera su bolso. Se le había caído no recordaba cuando. Lo abrió, lo cerró, lo abrió y lo volvió a cerrar. —Tú...por aquí. —Su otra mano alisó el largo cabello que caía despeinado sobre su cadera.

—¿Y él...es?

—Nathaniel McNamara, señor Guire.

El macho cabrío que va a adiestrar a tu futura mujercita, gilipollas.

Extendió la mano esperando estrechar la de ése estúpido estirado. Mas la retiró rápidamente para introducirla en uno de los bolsillos de su pantalón.

—Jefe de seguridad del señor Ferguson.

—¿Sabe que mantener otra relación que no sea la estrictamente laboral con la hija del jefe es motivo de despido?

—James, por favor no es lo que...parece —tosió y seguidamente sonrió nerviosa. —Le he llamado porque... no me encuentro muy bien. Sabana ha desaparecido y no me veo capaz de coger el...

¿Cómo se llamaba esa cosa con cuatro ruedas y volante? Esto es lo que tiene estar pensando en la poll... ¡Ashley!

—quiero decir qué...pues...

—Coche.

—¡Eso!— gritó asintiendo enérgicamente con la cabeza cuando McNamara soltó la palabra —El coche,— más asentimientos y a este paso se quedaría sin cuello —el,... el coche.

Guire frunció el ceño feamente. Parecía que fuera a darle un aneurisma cerebral.

—¿Y tú chófer? —preguntó observando de reojo al grandote.

—He salido sin él...

—¿No había nadie más para venir a recogerte?

—No. —Lo que acababa de crujir era su cuello.

—Sí. —No entendía por qué estaba tan nerviosa. Sin mirarlo repitió —Sí.

—¿Sí? —torció el gesto mirando a McNamara pero él no la miró.

—¡Sí, sí! —Otras veces mentía sin problemas pero ahora no sabía controlarse —Es que...verás, yo...

—Si me permite, señor Guire —se adelantó cubriendo con medio cuerpo el de la chica —suele llamarme a mí cuando... —bajó dos buenas escalas su voz, que ya era decir —ha bebido demasiado. Si su padre se enterase de que bebe alcohol sin tener la edad permitida se metería en un buen lío. Y me temo que el dueño de este local, buen amigo de su padre por cierto, también lo estaría.

Sonrió con una sonrisa cuidada y bien estudiada —¿Me entiende?

James apartó la mirada del armario y la puso en ella.

—Yo puedo llevarla a casa, gracias. ¿McNamara?

Alzó la mirada al éste impedirle el paso.

—¿Qué está haciendo?

—Efectivamente, Nathaniel McNamara, —No tendría mucho problema en arreglarle él mismo la nariz de un puñetazo, seguro que así recordaría su nombre sin ningún tipo de problema —pero la señorita no va a casa. —Por detrás sacudió la zurda y se guardó la sonrisa cuando ella la tomó y le acarició los delicados nudillos.

—Hágame el favor de llamar a su padre.

Esquivó a aquel pimpollo y tiró de Ashley. Se abrió paso entre la gente que abarrotaba el local. Sin dejar de avanzar ladeó la cabeza para mirarla, apretó su mano antes de empezar a subir las escaleras. El aire fresco se filtraba por la puerta de entrada que se abría y cerraba con las continuas idas y venidas de la gente.

—El abrigo —masculló mirándola y cuando ella asintió liberó su mano. —Ve a por él.

Le costó despegarse y dio cinco pasos sin dejar de mirarle. Luego se obligó a no hacerlo. Recogió su abrigo y cuando iba a ponérselo, las manos de él rodearon las suyas. Le puso el abrigo de zorro rojo, cubriendo así sus hombros desnudos.

—Gracias... —susurró girando la cabeza. Los grandes ojos verdes se clavaban en los suyos. Hincó las uñas en el bolsito de mano. Poco después recordaría que se había dejado los guantes en... no, no sabía bien dónde.

McNamara no le dijo nada más, sólo volvió a ofrecerle la mano que ella aceptó. Salieron al exterior para dirigirse al parking donde estaba aparcado el Jeep Wrangler Moab con Max dentro.

—¿Esperabas una limusina? —se detuvo al lado del vehículo, —¿Un Spider Alfa Romeo?¿Qué digo... Alfa Romeo? Para ti no debería ser menos de un Ferrari, digamos un F430 Spider. —chasqueó la lengua. —Lo siento nena pero yo no gasto de esas cosas.

Ashley sonrió y él la atrajo contra su cuerpo. Sin soltar la mano aún aferrada a la suya, acarició con la otra un lado de la cara de la joven.

—Ese juguete me ha costado lo mío así que espero que no lo menosprecies. Vamos. —Ella levantó la cabeza, labios contra labios.

Nathaniel tiró de ella hacia el lado del copiloto al tiempo que presionaba el botón en el mando del juego de llaves. Le abrió la puerta y cuando estuvo sentada, la cerró y cruzó al otro lado, subió y puso en marcha el Jeep.

—Aún no sé dónde vamos —dijo Ashley poco después de saludar a un contentísimo Max que ocupaba prácticamente todo el asiento trasero.

—Si no confiaras en mí no habrías venido.

—Sí, ¿pero dónde vamos?

—Sigue confiando —respondió mirándola por unos segundos para después volver la vista a la carretera. La respiración pausada, tranquila de Ashley llenó el vehículo. No le extrañó que ella se durmiera. Condujo relajadamente, le gustaba hacerlo de noche. Cuando llegaron a West Gilgo Beach todavía no había empezado a clarear. Ashley continuaba durmiendo. No paró, no lo hizo hasta llegar a su objetivo. Aparcó, salió del Jeep y fue en busca de la joven. Abrió la puerta con suavidad. Soltó el cinturón y la prendió en volandas.

—Shhhh... —El pequeño murmullo que Ashley emitió le hizo sonreír. Colocándole la cabeza contra su pecho y habiendo sacado antes las llaves de la casa caminó hasta la entrada, giró la llave y una vez dentro buscó el dormitorio. Allí la tumbó sobre la mullida cama, le quitó los zapatos y la cubrió con una manta, antes doblada en una esquina del colchón. Nathan dejó la puerta abierta y salió al pasillo, echó un vistazo a cada rincón y volvió al coche. Bajó a Max, cerró el vehículo y entró en la casita donde tomó asiento en una silla de la cocina americana.

Ashley suspiró ladeándose en el... ¿colchón? Abrió los ojos y preguntándose donde estaba se sentó de golpe en la cama. No tenía ni la menor idea, le pareció oír a Max ladrar, se destapó, puso un pie desnudo en el suelo y luego el otro. Esto no tenía pinta de ser Nueva York. Se calzó y salió al pasillo, la luz que provenía de la puerta de entrada abierta la hizo avanzar. Sin embargo se detuvo al ser casi atropellada por Max que empezó a girar a su alrededor meneando la cola y ladrando “¡Ya te has despertado, ya te has despertado!”

—Siéntate, —desplazó una de las sillas de la mesa de desayuno y se la señaló— venga Ashley, siéntate. De pie le dio la espalda.

—No quiero, —cruzó los brazos sobre su pecho y negó —no hasta que me expliques de que va todo esto.

—Empezamos bien —murmuró él abriendo la nevera. Sacó una botella de zumo de naranja y con ella en una mano, dejando el electrodoméstico abierto, buscó en los armarios. Sacó un vaso, comprobó que estuviera limpio y lo llenó de jugo. Con un suave puntapie cerró la nevera. Giró sobre sus talones mirando a la joven, dejó el vaso sobre la mesa y le dijo —Max se ha sentado. Sé buena chica y haz lo mismo. —Chistó al perro que al oírle había alzado la cabeza de entre sus patas.

—¿Es un secuestro, verdad? —y señalándolo con un tembloroso dedo —¿Vas a pedir un rescate?

—¿No quieres el zumo? —Corrió la otra silla y se sentó. —Tú misma. —Condujo el vaso a sus labios y dio un sorbo.

—¿Ashley Ferguson, te das cuenta de la gilipollez que acabas de soltar? —Piernas abiertas, repanchigado en la fuerte silla de madera, desabotonó algo más su camisa. Cuatro malditos botones sueltos descansando sobre la tela y mucha más carne bronceada al descubierto. De nuevo el vaso sobre la mesa. Acarició el borde con dos dedos.

—¿Te sientas, o te siento yo? —sacudió sarcásticamente la cabeza.

—Te recomiendo encarecidamente que lo hagas tú solita.

—¿Vas...a?

—Siéntate, —la interrumpió —siéntate ahora mismo.

Ella pegó su culo a la silla y cruzó las piernas, manos sobre el regazo.

—Descrúzalas. —gruñó, dando otro sorbo al zumo.

Ashley refunfuñó y lo hizo. Las descruzó pero no las separó. Sé estiró la falda del vestido queriendo que le llegase a las rodillas. Necesitaría otro vestido para eso.

—¿Qué hago aquí? —Los tacones golpeaban el parquet por el movimiento nervioso de sus pies. Se mordió el interior de la mejilla.

—No repiques. —Se acabó el zumo y se levantó llevando el vaso al fregadero. Le dio un agua y volvió para sentarse. —Estás aquí a petición de tu padre. —No quiso sonreír, sin embargo al ver como los bonitos ojos color cacao se abrían, no pudo evitarlo. —En el interior de esa carpeta encontrarás un contrato redactado por él. Esperaré a que lo leas. —Alargó la mano hasta la carpeta encima de la mesa, la abrió y extrajo los documentos.

—Tú puedes haber falsificado su firma y hacerme creer que esta es su voluntad pero en realidad es un secuestro.

Soltó los papeles como si le quemaran. —No voy a leerlo.

—Eres una experta en falsificar su firma, Ashley. —Se inclinó sobre la mesa recolocando el contrato ante ella. Pasó la primera página, que no tenía importancia.

—Lee y fíjate bien en la firma. Estoy convencido de que te darás cuenta de que no es una falsificación. —Clavó un dedo en los papeles —¡Lee!

Apartó su dedo y ella empezó a leer. Sus ojos corrieron por las palabras sin poder creerlo. Llegó a la última y su mirada se detuvo en la firma. No había duda, era la de papaíto. Tantos años estudiando y perfeccionando la firma le aseguraban que era real. Obra de su puño y letra.

—Te haré un resumen. ¿Te parece? —No esperó a que ella contestara.

—Si no cumples con sus deseos, para ti se acabó. Todo Ashley, todo. Vestidos bonitos, zapatos de tres mil dólares, bolsos de marca. Tendrás que irte de casa, olvidarte de ser una Ferguson y lo peor de todo, —acarició entre las orejas al perro que descansó su cabeza sobre una de sus piernas —tendrás que trabajar como una vulgar mortal.

—¿Todo? —tartamudeó levantando la vista de los documentos.

—Absolutamente todo —encogió los hombros divertido —pero tienes la otra opción...

—¿Cuál?

—¿No has leído el contrato? —Las oscuras cejas se elevaron. —Lo pone muy claro.

Apartó cariñosamente a Max que inmediatamente fue a la otra punta de la cocina y se tumbó en un rincón. Nathan pasó una pierna sobre la otra, descansó una mano sobre su rodilla, golpeó la espalda contra el respaldo de la silla.

—¿Necesitas que te lo explique? —Sonrió tras el asentimiento de ella.

—Está bien, en un mes y tres semanas se anunciará tu matrimonio con James Guire. No perderás ni un centavo,... ni siquiera un triste par de Manolos si te comprometes a, chasqueó la lengua: uno, después de este mes no anular tu compromiso con ese capullo y dos, aprender tanto como puedas y más de lo que voy a enseñarte.

—¿Por qué?

—Porque papá Guire quiere una esposa complaciente y obediente para su hijo. Otros desean una dulce chica tan virgen como las primeras nieves —rió —pero Guire es diferente. —Se inclinó de lado en la silla y miró los pequeños pies de Ashley bajo la mesa. —¿Qué me dice señorita Ferguson?

—¿Tengo que tener sexo contigo?

—Principalmente. —Hizo como si la pregunta le sorprendiera y tuviera que analizarla detenidamente. —Sí —asintió.

Resulta que dentro de esa cabecita de niña tonta existe un cerebro.

—Tengo que pensarlo.

—Primero escucharás y luego te daré cinco minutos para pensarlo.

Un breve silencio y —BDSM: B de bondage, D de disciplina y dominación, S de sumisión y sadismo, M de masoquismo...

Sus ojos escanearon cada movimiento de la joven. El brillo de los de ella mudó a opaco y acuoso por la ráfaga de miedo e interés que los azotó.

—Si tu respuesta es sí, dejaré de ser Nathaniel McNamara para ti. Deberás llamarme Señor, simple y llanamente, Señor. Si yo pregunto tú respondes con un “Sí, Señor” o un “No, Señor”— sonrió con una poderosa sonrisa maléfica —siempre y cuando yo te dé permiso para responder. Obviamente, si te olvidas en algún momento de contestar correctamente serás castigada. —precisó sin borrar la sonrisa.

—No soy un ser sin alma, tal vez pase por alto dos fallos, tres,... no más.

Ella era gelatina a punto de desmoronarse. No apartó la vista de él. De algún modo intuía que todo eso no tendría buenas consecuencias, aceptando o no lo estipulado en el contrato. Tragó saliva seca que inflamó su garganta aún más. La cabeza le daba vueltas, el pulso iba desbocado en su carótida.

—No voy a llamarte esclava ni a vejarte, Ashley, y no te haré daño más allá de lo necesario.

Vio la alarma en la mirada de ésta. Se levantó y rodeó la mesa. Desde su altura la miró.

—Tendrás que escoger una palabra de seguridad. No debe contener la vocal i porque es difícil de entender según en qué situaciones. —Detuvo el temblor de la grácil barbilla al sostenerla con dos dedos. La pellizcó cariñosamente.

—Este es nuestro propio contrato. Tú la escoges y si en algún momento hay algo que no puedes soportar porque es demasiado y deseas parar sólo tienes que pronunciarla y me detendré, sin más. —Presionó, no en exceso, sí lo suficiente para captar completamente su atención.

—Si la utilizas en vano todo habrá acabado. No es un juego. —El índice, sin dejar de sostenerla, volvió a acariciarla.

—Nena, no voy a hacerte sangrar ni a clavarte agujas.

—¿Y qué será entonces?

—Dependerá de lo receptiva que estés. No voy a derramar cera caliente sobre ti si eso va a dañarte. —Llevó sus dos manos a la cara de ella, la enmarcó. Los dos índices se unieron en los rosados labios, los acarició.

—Si algo tan bueno para mí se transformara en algo traumático para ti dejarías de aprender —se inclinó hasta que su frente descansó contra la de Ashley —y a ti no te conviene en absoluto.

La pequeña lengua de la joven se aventuró a salir de entre los labios y mojó la punta de los dedos fuertes pero tiernos. La sal de la piel bailó en sus papilas gustativas e hizo que un gemido emergiese de sus cuerdas vocales. Cerró los hermosos ojos de largas pestañas.

McNamara se estaba descontrolando. Primero tenían que estar todas las cartas sobre la mesa y más tarde si ella aceptaba podría saciarse. Se enderezó.

—Ven. —Le abrazó los antebrazos con las falanges húmedas de saliva. La ayudó a levantarse y la hizo seguirle pasillo abajo: dos dormitorios, dos cuartos de baño y una tercera habitación. La condujo, giró el pomo, encendió la luz y la invitó a entrar.

En la pared del fondo una gran colección de ¿artefactos? Ashley le miró y al obtener su aprobación se acercó, no tocó, sólo miró.

—Cañas, látigos, palas, fustas,... —se cuadró tras ella brazos atrás, casi en posición militar —puedes tocar.

Estaba demasiado centrada en observar como para también tocar.

—Los utilizaré en ti si aceptas. —Rompió la posición, alzó una mano con la que apartó el largo cabello color caramelo dejándolo descansar sobre el delicado hombro. Sus nudillos acariciaron la piel sensible detrás de la oreja. —Arneses, cuerdas, correas, inmovilizadores, mordazas, pesas... —inclinó la cabeza y sus labios depositaron un beso en el hueco entre cuello y hombro.

—¿Y... y los muebles?

—Un banco de spanking, un potro,...

No acabó de enumerar y mucho menos le dio tiempo a explicar. Como el conejito blanco de Alicia en el país de las maravillas ella salió corriendo. Sin embargo él no tenía prisa. Caminó tranquilamente siguiendo el trazo de huida de ella ahora detenida ante la puerta.

—Si tu respuesta es no, llamaré a un taxi para que te lleve donde tú quieras.

Hundió las manos en su pelo, lo sacudió haciendo que brillos platino y ébano brillaran con la luz del sol que se filtraba por las ventanas de la cocina.

—Obviamente lo pagaré yo pues todas esas tarjetas que llevas contigo quedarán anuladas.

Se estiró desentumeciendo las articulaciones, anduvo hasta el fregadero, corrió las cortinas permitiendo que la luz entrara a raudales y miró a través de los cristales.

—En cambio, si tu respuesta es sí, será todo tan sencillo como obedecer cuanto yo diga. En un mes y tres semanas podrás sonreír ante todos los miembros de la alta sociedad de este país y decir lo feliz que eres por ser la futura señora Guire.

Las palmas se incrustaron en el material del fregadero. Dio la vuelta y se recostó contra el mueble.

—Se han ocupado de traerte ropa y todos los enseres que puedas necesitar. Si aceptas, nadie sabrá de esto excepto los implicados: papaíto, Guire padre, Guire hijo, tú y yo.

—Tetera.

—¿Qué?

—¿Sirve Tetera?

Tetera, Tetera.

La miró dudando.

—¿Tetera?

—No contiene la vocal i y no tiene nada que ver con algo sexual.

—Tetera está bien.

Él introdujo las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones.

—Cierra la puerta.

—¿Tengo que firmar algo yo también?

Ashley quedó con la espalda pegada a la puerta tras cerrarla.

—Ya lo has firmado.

Sus grandes manos salieron de los bolsillos donde se calentaban. Le indicó con un dedo que se acercara. Los cortos y tambaleantes pasos de ella le hicieron reír. —Un poco más rápido.

Rápido, rápido.

Suerte que él la sostuvo impidiendo que cayera de bruces al moverse tan rápido que tropezó. —Lo siento, —musitó elevando lentamente la mirada —has dicho más... rápido.

—Más rápido pero sin tropezarte por el camino.

Sus manos que en esos momentos sujetaban a la chica por los hombros se despegaron de ella.

—Quítate todo excepto la ropa interior y los zapatos. —Al no haber reacción por parte de ella repitió —Quítate todo excepto la ropa interior y los zapatos, Ashley.

—Yo...

—No lo repetiré, Ashley —gruñó recostándose contra el fregadero. Brazos en cruz la observó instándola a que se desnudara.

De repente hacía frío, calor, se congelaba. ¡No! se abrasaba. Temblaba enganchando los dedos en los tirantes del vestido.

—Estoy esperando y odio tener que hacerlo, Ashley.

Con la mirada en sus pies ella aflojó del todo las tiras y el vestido de tela roja cayó al suelo. Se mordió tan fuerte el interior de la mejilla que la hizo sangrar. Sin abrir la boca saboreó el metal de su propio plasma.

—Levanta los pies y quita el vestido de en medio.

—¿Por favor, no? —susurró, con las rodillas flaqueándo y su estómago temblando descontrolado.

Un rojo intenso y brillante, sin nada de encaje en el sujetador ni en el maldito tanga. Él no entendía muy bien la función del mismo pues no era más que un pequeño corazón que ni tan solo cubría la mitad del pubis y dos ridículas tiras que unidas se perdían entre las regordetas nalgas.

—Hazlo.

Su mirada descendió por toda la pálida piel. Las medias transparentes se sostenían con una suave malla de silicona a la altura de los muslos. Viajó más abajo, hasta los pies bien arropados por aquellos descabellados y provocativos zapatos.

Ella no rechistó. De un puntapié mandó lejos el caro vestido de Chanel y se quedó con la mirada en el suelo a la espera de... ¿algo?

—No esperes oír un por favor porque no lo habrá —gruñó despegando su cuerpo del fregadero. Dio unos pasos para quedar tras la espalda de la joven.

—¿Entendido? —con dos dedos retiró la larga cabellera colocándosela sobre uno de los hombros.

—Sí... —Los dedos no tocaban su piel. Aun así sintió su calor y con eso bastó para que necesitara algo de consuelo entre sus piernas. Se enderezó y cerró los ojos mordiendo esta vez su labio inferior.

—¿Sí...?

Se había olvidado algo. La bombilla se encendió en su cerebro y mandó la orden a su boca para que recitara —Sí, Señor.

—Buena chica.

La premió inclinándose para depositar un beso en el hombro despejado. Abrazó la perfecta cadera posando su palma contra la trémula piel. El beso se convirtió en mordisco, los dientes se hincaron en la carne y la lengua succionó.

Los ojos de Ashley se abrieron como platos. El dolor aguijoneó su interior. No obstante, al mismo tiempo algo despertó en ella; algo que le decía que no debía o sí ¡no, no!... Como los dientes querían seguir clavándose en su carne apartó el hombro de esa boca hambrienta y giró sobre sus pies encarándole. Los brazos en cruz sobre su pecho trataron de ocultarlo para sentirse menos desnuda, menos vulnerable.

No quiere, se niega, abandona. El temor martillea sus ojos, los humedece de lágrimas. Tiembla como si acabara de ser arrojada a una violenta ventisca. La destruirás y tú, maldito cabrón, te volarás la cabeza.

Él temía que dijera Tetera. Si ella lo decía se acababa todo.

¡No, no quieres que lo diga! Llamaría a un taxi y...no, no, por favor, no.

La zurda capturó un buen puñado del largo cabello, lo sacudió y con ello la acercó a su rostro.

—¿Ashley, algo que decir? Allí está tu oportunidad para renunciar, sólo tienes que decir...tetera.

Ella no entendía por qué reaccionaba al dolor de esa forma. Era dolor pero, al mismo tiempo se transformaba en algo demasiado placentero, oscuro. Pestañeó encontrándose con los ojos verdes que esperaban una respuesta.

—No, —lamió sus labios —no Señor.

McNamara tiró de la cabellera de Ashley conduciéndola hasta la mesa de la cocina. Con su otra mano desgarró el sujetador liberando los turgentes globos. Aflojó la sujeción de su puño al mirar los erguidos pezones, pequeños cual gotitas de sirope y de un hermoso color rosado. El impacto de semejantes perlas y las grandes areolas de los senos lo descolocaron. No es que no le agradaran, sencillamente no los había imaginado de ese modo. Dos dedos los perfilaron, apreciando la textura de la pálida piel.

Empujó el peso de su cuerpo entre las piernas de ella obligándola a que las abriera. Se acomodó y abalanzó su boca sobre uno de aquellos pequeños salientes, aspiró. Tan pequeño, tan diminuto. A pesar de tener la boca cerrada sobre la carne de Ashley, de alguna forma surgió un grueso gruñido. Esa piel tan fina no era salada como esperaba, era dulce y picante. Aspiró, paladeó, mordisqueó.

Maldita sea, iba a volverse un jodido adepto a esas pequeñas perlas. Podría morderlas, lamerlas, retorcerlas entre sus dedos y atraparlas con unas pinzas.

Liberó el pezón observando su propia saliva reluciendo sobre la piel rugosa. Aquel pequeño saliente había aumentado un poco de tamaño, no demasiado, sí el necesario para poder capturarlo y ensortijarlo con la pinza. De nuevo al interior de su boca, succionando, succionando, succionando...

Ashley lloró. Literalmente lloró, las lágrimas emanaban de sus ojos barriendo eye liner y máscara y bajando a trompicones por sus mejillas. Él no la aplastaba pero ella sentía su peso, su tamaño latiéndole entre las piernas separándoles únicamente algo de ropa. A pesar de la tensión en su cabellera ella echó la cabeza hacia atrás tanto como pudo. La quemazón del mordisco chamuscó su sistema nervioso, sus muslos se juntaron todo lo que pudieron, tratando de retener la crema que rezumaba más allá de su ropa interior. Levantó una mano y con ella probó la espesura del cabello. Siempre había querido tocarlo, apreciar la mezcla entre plata fría y negro azabache.

Sus deditos se enrollaron en algunos de los mechones como probándolos. Le sorprendió y él no era hombre al que se le pudiera sorprender fácilmente, mejor dicho, no debía sorprenderse nunca. Formaba parte de su trabajo, esperar cualquier cosa en cualquier momento, encajar el golpe y devolverlo casi al mismo tiempo. Se preguntaba por qué ella le sorprendía, por qué no estaba preparado para según qué reacciones.

Ashley debía haber hecho algo mal, pues ya no estaba el afilado placer en torno a su pecho, ni la humedad.

—Lo siento, Señor —musitó alejando la mano del cabello. La ancló en un borde la mesa. —Lo siento, lo...lo siento de verdad.

¿Lo sentía? No, ella no lo sentía. ¿O sí? La señorita Ferguson hacía que todo en él fuera al revés. A que actuara contrariamente a lo que debía. Con un brazo la atrajo más hacia su propio cuerpo. ¡A la mierda si ella lo sentía o no!

El color de sus ojos cambiaba como un indicador de su estado de ánimo. Lo malo es que ella aún no sabía muy bien cómo iba. A decir verdad el color del iris que ahora mismo rodeaba las pupilas de Nathan no lo había visto antes. Tragó saliva seca.

—No volveré a hacerlo, Señor.

Nathan aproximó su rostro al de ella y con los ojos cerrados recorrió con un lado de su cara el centro de la de ella, la frente, la nariz. Ashley olía a algo dulce, como a vainilla de Tahití. No era empalagoso ni recargado, era simplemente el olor de Ashley.

¡Tu primera clase está yendo a la perfección, maestro!

¿Te has vuelto todo un sentimental o qué te pasa, capullo?

Abrió los ojos encontrándose con los de Ashley, asustados, no, sorprendidos o prendidos de curiosidad, más que asustados expectantes. McNamara comprimió los labios sobre los de la joven obligándola a abrirlos. Sintió la barrera de los dientes que poco a poco fue levantándose. La mandíbula se relajó, el cuerpo comenzó a quedar laxo bajo el brazo que lo sostenía bien pegado al suyo. Lo normal en este caso sería que la mordiera y succionara la caliente lengua pero no hubo nada de eso. La besó suavemente, acariciando su propia lengua con la de ella.

Probablemente la culpable de todo esto era su imaginación. Nathaniel McNamara no podía estar besándola, no era posible. Su inventiva sería demasiado cruel para ella, cuya mano volvía al caudal de su cabello y la otra con torpes dedos queriendo abrir la camisa que ocultaba el torso musculoso y bronceado.

Habría tiempo para disciplinarla. ¡Ahora no! Ahora solo quería meterse en su calor, zambullirse en ella. Ahogarse...eso, eso.

Ahora ingería los gemidos de la fémina que se mezclaban con los suyos. Lamió sus dientes y empujó la lengua tan al fondo como le fue posible. No quería dejar ni un milímetro por saborear. La ayudó a desabrochar el último botón de su camisa que acabó en el suelo. Gruñó, pues las dos manitas peregrinaban por su torso, acariciando el vello que lo salpicaba.

¡Céntrate, hombre!

Pasando una mano por debajo de la tira del tanga en un lado de las caderas, empezó a bajárselo y a mitad del muslo volvió a subirla y la hundió bajo la minúscula tela. La piel rasurada del pubis le dio la bienvenida, el calor que más abajo se acumulaba le abrasó las yemas. Nathaniel... Separó los regordetes pliegues completamente recubiertos de la crema que ella rezumaba. Le mordió la lengua y la dejó atrapada por sus dientes al palpar el inflamado clítoris.

Su sexo palpitaba, la musculatura se tensaba y acumulaba más y más jugos que corrieron fuera al meterse dos gruesos dedos en su interior de una sola estocada. Ashley se contrajo, tensionó las rodillas y sus manos se cerraron en puños en el pecho de él. Los blancos y rectos dientes de McNamara liberaron su lengua a la par que los dedos se removieron en su interior añadiéndose un nuevo compañero que hizo que su clímax se disparara y se deshiciera entorno a los tres. Ella jadeó arrastrada por un orgasmo truncado al abandonar los dedos su interior. Abrió los ojos, le miró.

El hecho de que ella hubiera alcanzado el clímax sin su consentimiento y sin ni tan solo haber jugueteado un tanto en su interior le hizo centrarse.

—Me temo que con un mes no vamos a tener suficiente, señorita Ferguson. —Alzó el trío embadurnado de gruesa crema mostrándoselo.

—Tienes mucho, pero mucho que aprender.

Acercó los dedos a los labios de ella y esperó.

—Eres tú, tu sabor.

Los labios de ella inflamados por tantos besos fueron abriéndose.

—Bien... —un poco más cerca —pruébate —la lengua despuntaba ya —saboréate —gruñó con el primer lametón.

—Eso es...

Sus ojos y los de ella se miraban fijamente.

—Ahora abr... —No fue necesario que acabara la orden. Ashley los condujo al interior de su boca y succionó. Le había dicho que tenía mucho que aprender... así que menos hablar y más aprender.

Prendiéndola por la nuca y quitándole los dedos de la boca adhirió la suya a la de ella. Besó y sin romper el beso tiró de ella. Ashley caminó, o mejor dicho, levitó cuando Nathan se la llevó, todavía pegada a sus labios. Los sabores de ambos latían en las papilas gustativas.

Nathan golpeó el interruptor de la luz y cuando se iluminó el dormitorio empujó a Ashley hacia la cama. Solo al tumbarla, sólo entonces rompió el beso, sacó la lengua y lamió sus labios, desde el inferior hasta el superior pasando por la boca abierta. No debería haberla traído aquí sino al cuarto. No obstante todo tenía un motivo, un sentido. Cojió el tanga por las tiras y lo desgarró. McNamara la asió por las pantorrillas, abrió del todo sus piernas haciendo que las rodillas miraran al techo de madera, aspiró el olor de su excitación, al ver que la humedad abrillantaba los rollizos pliegues.

En el vientre de la joven se desencadenó un terremoto y más aún, en su sexo se formó un tsunami. Boqueó cerrando los ojos en el instante en el que él comenzó a lengüetear, agarró las sábanas y las asfixió bajo sus palmas. La barba de un día rozaba sus muslos pues él movía la cabeza conforme se la comía, porque eso estaba haciendo. ¡Comérsela, comérsela, comérsela! Se sentía como un helado de fresa si es que hay posibilidad de ponerse en el lugar de un helado, sea de fresa o no...

Esa boca voraz subió mordiendo el monte de Venus y los tres mismos dedos que antes disfrutaron de su calor volvieron a su sitio. Ashley arrastró la cabeza por el colchón con su cabello enmarañándose sobre las sábanas.

Cuatro y el pulgar recogiéndose en la palma para empezar a pujar con el resto de la mano e introducirla en el dilatado sexo. Chistó cuando ella alzó la cabeza medio incorporándose para mirarle entre aquella neblina de placer.

—Un poco más... —pidió ella, la boca formando una O y los ojos ensanchándose. Nathan no pensó que pudiera hacer esto tan pronto, pero la condenada estaba tan jodidamente lubricada que se veía capaz de introducir hasta el codo en su interior. Movió la mano, la giró lentamente y los cinco dedos dentro.

Abierta, esa era la palabra: abierta. La zurda avanzaba en su interior llegando a la muñeca, ya estaba completamente dentro de ella. Ashley cayó sobre el colchón, le apretó haciendo que McNamara gruñera. Cerró los ojos, presionó los parpados, comenzó a pujar, la mano embistió y giró en su interior. Eso no lo iba a aguantar mucho, pero sí aguantó la respiración con las lágrimas acumulándose bajo sus largas y maquilladas pestañas.

Nathan quería ver el oscurecimiento en los ojos de ella cuando se corriera. Con su mano derecha tiró de Ashley obligándola a que se sostuviera sobre sus palmas en la cama. Instantáneamente los ojos chocolate le miraron y él la apremió enmarcándole la cara con esa mano mientras la otra se impulsaba en el sexo de ella. Sentía el temblor a su alrededor, la forma en que la musculatura lo aferraba y lo soltaba.

—Dime, ¿quieres acabar? Está bien, hazlo.

La risa salió a trompicones, no como el orgasmo que se disparó soltando todo alrededor de la zurda. La O en la boca de Ashley se fue al garete al gritar conforme bombeaba todo su clímax. El cacao fue ahogado por el blanco del ojo.

—Sabía que eras de las escandalosas —dijo sin sacar su mano del dilatado sexo. Sin embargo sí apartó la otra de la cara de ella y alargó el brazo hasta debajo de una almohada, aquella donde aguardaban unas pinzas y,... y las sacó. Tenía que acostumbrarla a llevarlas.

No veía, era igual que si él le hubiera colocado una oscura venda en los ojos. Sólo sentía todas sus terminaciones nerviosas puestas en marcha y pitando ruidosamente. Jadeó, pues la boca de Nathan estaba otra vez en uno de sus pechos, lamiendo la areola, sorbiendo del pezón que la coronaba y tras eso... otro grito.

—Nada, nada de resistirse Ashley.

La pinza empezó a morder el rosado pico, la movió para que lo abarcara bien. Iba a costar que este sobresaliera. Por lo tanto ella tendría que empezar a amar las pinzas hasta que él considerara que los pezones estuvieran suficientemente salidos. Lo suficiente como para aferrarse a ellos sin problemas. Al tener listo el primero fue a por el otro. Nathan gruñó cuado ella se echó hacia atrás para evitarlo, pero él humedeció el diminuto pezón y la pinza mordió de todas formas.

Nuevo giro suave de muñeca que retrocedió hasta salir.

—Duele, duele, duele —sollozó, la presión era horrible, acalambraba hasta su cerebro y encima, con el abandono de la mano, era aún peor. Trató de abrir los ojos aunque se dio cuenta que ya los tenía abiertos, sólo desenfocados —duele mucho, Señor.

Tras deshacerse de su molesta ropa Nathan volvió a la cama, le acarició el cuello con una mano y besó su mentón.

—Claro que duele, Ashley —las caricias descendieron a un hombro —deja que hagan su magia.

Ashley recostó su nariz contra un lado de la cara de él quien seguía con los pies en el suelo y medio cuerpo inclinado sobre ella sentada en la cama. Resopló aguantando y...dándose cuenta que poco a poco el dolor se tornaba hormigueo y el hormigueo, una especie de... ¿placer? Su sexo volvió a calentarse y ella suspiró alzando los parpados que instantes antes habían caído.

Al tirar hacia arriba desde el centro de la cadena los pezones se alzaron tan solo un poco. —Ah, ah, ah. —tarareó Nathan cuando ella se quejó. —Tienes que acostumbrarte.

Besó los labios que no dejaban de emitir un constante coro de quejiditos. Dejó caer la cadena y elevó la joven encima de su cuerpo. Llevaba... ¿años?, soñando, fantaseando, imaginando como se vería Ashley sobre sus caderas y no estaba dispuesto a esperar más.

Boca abajo, con el pecho balanceándose, el hormigueo era mayor y hacía que la temperatura de su sexo continuara subiendo y tenía que trepar por él. Su cabeza estaba sobre el musculoso vientre, nada de ir arriba,... necesitaba ir hacia abajo. No podía esperar.

El cálido aliento de Ashley abanicaba sus ingles, el largo cabello cosquilleándole las piernas. La prendió justo en el nacimiento del pelo levantándole de esa forma la cabeza y con la otra mano movió el dedo índice de un lado a otro negando.

—Las cosas se piden, niñita de papá.

Enroscó la mano en la cabellera atrapando así una buena cantidad de pelo. Con la otra la golpeó en un lado de la cara y la mejilla adquirió un tono aún más sonrojado. Siguió con varios toques mientras recitaba:

—Por favor, Señor. Así se piden las cosas. —Detuvo la mano. —Quiero oírte. ¿De qué forma se piden las cosas, Ashley?

A base de tirones de pelo la situó justo entre sus piernas, a altura perfecta.

—No te oigo —roncó queriendo que ella alzara la voz para oír con claridad la palabrita mágica.

Eran golpes mucho más ruidosos que lastimeros, que enrojecieron un poco más su moflete. Lo sentía palpitar, conforme la mano había ido azotando ella entrecerraba los ojos, movía la testa y con ella el resto del cuerpo hasta colocarse en la posición que él deseaba. Empezó a musitar el por favor y al poco subió la voz. Su sexo estaba segregando su cremoso deseo que ya corría libre por sus muslos y manchaba las sábanas al gotear. Con el trasero en pompa y las rótulas sobre el colchón procuró mirarle a los ojos mientras McNamara reía.

El ultimo y ruidoso golpe en la mejilla hizo que ella gritara el “Por favor, Señor.” Podría torturarla un tanto más, hacer que explicara qué era lo que quería y el porqué. Mas él sabía perfectamente lo que quería y el porqué, por lo tanto hoy lo dejaría correr.

—Bien bien, —distendió el apretón en la cabellera —¿y a qué estás esperando?

A su aprobación... y acababa de dársela.

Realmente nunca se planteó que su aroma pudiera agradarle de la forma que lo hacía. Entrecerró los ojos y gracias a que el agarre disminuyó pudo bajar un tanto la cabeza. Su nariz ascendió por el escroto, lo acarició suavemente hacia arriba y vuelta hacia abajo, abrió la boca para lamer primero una bola y cuando la dejó suficientemente húmeda la aspiró al interior de su boca. La hizo rodar sobre su lengua, dedicó la misma atención a la otra y su pequeña naricita volvió a ascender. Friccionó hacia arriba y aún más arriba donde la verga pulsaba en el vientre. Se encontró con los ojos verdes y los robustos pectorales alzándose y descendiendo a una considerable velocidad.

—Por favor, Señor —pidió al recibir un jalón que la hizo acabar sobre el pecho de éste y tras eso una punzante palmada justo sobre los labios.

—Me gusta como entonas el por favor. —La verdad es que mantenerse inmóvil mientras ella lo recorría con la lengua casi le hizo estallar...

—Quiero oírlo más, mucho más.

Tal como la había subido, la bajó. Agarró su erección justo por el tallo y friccionó un par de veces hasta que una gota pre seminal salió de su uretra, viajó hasta el piercing que coronaba su glande y brilló alrededor del oro.

—Repítelo.

—Por favor, por favor, por favor Señor.

Iba a repetírselo noventa veces al día si era lo que deseaba. Su lengua había paladeado la primera bola engarzada justo en la unión de escroto y verga pero quedaban muchas más hasta llegar a la cabeza. La gracia no estaba en que fuera más o menos grande, que vaya si lo era, estaba en el grosor, la anchura que cató cuando la boca de Ashley se vio llena de repente. Cerró los ojos y respiró con fuerza por la nariz.

—Más. —Arrojó las caderas hacia arriba. —¿Ya lloriqueas?

No tenía ni la mitad dentro de la boca y sus ojos ya lagrimeaban, su garganta se quejaba. McNamara maldijo en voz baja y pujó más.

—Cuidado con los dientes, Ashley. —Advirtió pellizcándole uno de los mofletes. La sacudió por la cabellera para que acabara de aceptar la invasión. Ella tenía el rimel y el lápiz de ojos completamente corridos hasta el mentón.

—Aguanta.

Sentía las arcadas subir por la garganta de la mujer, sus manitas menearse nerviosas en el colchón.

—No, no, no.

Rechistó. Juntó ambas manos tras la cabeza de Ashley para empujarla hacia abajo y así enterrárse en lo más hondo de su garganta. Gruñó manteniéndola allí por unos segundos... Finalmente le echó la cabeza hacia arriba y hacia atrás vaciándole la boca.

—Ya, y, ya, —canturreó acariciándole la goteante barbilla —ven aquí.

La ayudó a subir y le besó los labios. Rápidamente ella se acomodó en sus caderas y al ritmo marcado lo guió a su cálido interior. Vale, estaba dentro. ¡Estaba dentro! El cabello caramelo de Ashley caía por su espalda completamente despeinado. Nathan colocó sus manazas sobre el par de nalgas regordetas, salvo por un instante cuando ambas manos tiraron de las pinzas en los perlados pezones.

—Muévete —demandó con un ronquido. Lo apretaba tanto que le iba a cortar la circulación. Los pechos llenos y blanquecinos se meneaban de forma diabólica conforme lo cabalgaba adaptándose a los cachetes recibidos en sus nalgas que le conminaban a aumentar o disminuir el ritmo.

Ashley recostó sus manos en el amplio pecho para tener un punto de apoyo. Ahora subía y bajaba, se inclinaba hacia delante o hacia atrás dependiendo de lo que él deseara y a nalgadas le ordenara. El sonido húmedo de los sexos acoplándose resonaba en toda la estancia.

Ya no se trataba de un deseo, un sueño, esta vez ya era real. Impulsando a la mujer hacia delante y sin llegar a abarcar aquel bendito trasero con ambas manos, presionó su boca contra la de ella. Clavó la planta de los pies en el colchón e hizo fuerza hacia arriba metiéndose completamente en el calor de ella.

—Escandalosa —rió a mitad del grito que Ashley profirió.

Dejó esta vez que la boca de ella vagara por su mentón, cuello, esternón y se perdiera en la espesura del vello que le salpicaba el torso. En el instante en que la lengua se embrolló en el piercing que adornaba su pezón izquierdo él se relamió los labios y ella tiró un poquito del arete con los dientes.

—Basta. —No quería correrse tan pronto. La alzó, saliendo de su sexo que protestó al quedarse vacío. La colocó sobre rodillas y palmas y él se movió hacia atrás.

Ashley le siguió con la mirada. Su sexo le dolía de verdad, su matriz se tensaba a causa del vacío, de la lacerante soledad.

—Por favor, por favor, Señor.

Tenía la impresión de que la cifra de noventa veces diarias podría aumentar. De vez en cuando la presión en sus pezones la hacían tiritar y morderse el interior de los carrillos.

Las nalgas suplicaban ser azotadas. Así que él dio unos cuantos cachetes a ese trasero tan redondo que se ofrecía.

—Sí cariño, me encanta como suena ese por favor.

¿Cariño? ¡Eh, eh, eh! ¿Acababa de llamarla cariño?

Abriéndole las nalgas apuntó al interior del dilatado sexo y... dentro de una sola estocada. Nathan, aferrándose a las amplias caderas comenzó a pujar pero recordó algo. Alargó la mano hasta la almohada y sacó de debajo de ella lo que sus dedos buscaban. Apartó con el dorso de la mano la larga cabellera de Ashley y rodeó el blanco cuello con el collar. Este tenía anillas de dispares tamaños y colores, plateados y rosas. En un principio había pensado en una simple base de cuero con una anilla central, sin embargo al ver éste supo que era perfecto para Ashley.

—¿Sabes lo que significa esto? —cuestionó tirando del collar.

Ella sentía la boca de él contra uno de sus oídos y el frío metal alrededor de su cuello.

—No Señor —respondió tratando de controlar el orgasmo que amenazaba en su útero avisándola de que pronto arrasaría con ella.

—Símbolo de sumisión y entrega. —Mordió la punta de la pequeña orejita. —¿Entiendes lo que eso significa?— añadió rodeando con la palma la garganta de Ashley. Apretó a la par que su otra mano se ocupaba en azotar la misma nalga una y otra vez. —¿Lo sabes?— Conforme ella sollozaba, más dura caía su palma en la piel. —¡Responde!

Las embestidas, las nalgadas, el apretón en el cuello y para colmo su clímax, todos en guerra contra ella, contra su voluntad. —No Señor...no, no lo sé. —Ahora mismo sólo sabía que si no controlaba su orgasmo lo iba a pagar muy caro y él no ayudaba a que lo mantuviera a raya.

—Significa que eres... mía. —Sin apartar su mano del cuello retrocedió hasta casi salir del prieto sexo para luego empujar de nuevo de tal forma hacia dentro que tuvo que sostenerla para que Ashley no cayera de bruces en el colchón. Otra embestida y otra más y con cada una de ellas repetía el “Mía”.

¡Oh no! nada de eso, aún no, un último esfuerzo.

Salió de ella, la giró y tumbándola boca arriba regresó al acogedor y, para él, jodidamente perfecto interior.

—Mírame. —Quería sus ojos chocolate fijos en los suyos.

Le costó Dios y ayuda no venirse antes de tiempo. Le miró atenazándole las caderas con sus piernas tal como las manos del hombre le indicaban. Una de ellas se clavó en su cuello encima del collar y la otra al lado de su cabeza.

McNamara acometió, se estrelló una y otra vez, y otra y otra contra las anchas caderas.

—Mía y solo mía.

El “Sí Señor” por parte de ella, por más que saliera en un ronco sollozo, fue suficiente para que él abriera la presa. El esperma estallando en sus testículos subió por todo su venoso tallo.

—Acaba, ahora —roncó enviando con el último empujón todo su lechoso calor. No se movió cuando empezó a eyacular. Se drenó de una forma como nunca había acontecido antes pues ella apretaba como si quisiera asfixiarlo conforme su propio orgasmo la acalambraba.

El hercúleo cuerpo cubría completamente el suyo, la cabeza de Nathan descansaba sobre uno de sus hombros. La noción de tiempo y espacio dejó de existir. Su peso la retenía contra la cama mas no molestaba, sentaba bien a su exhausto ser. Ashley entreabrió los ojos al notar las yemas de los dedos que acariciaban su cuello y las piezas redondeadas de metal que por un momento se incrustaron dolorosamente en su piel.

—Simboliza que te...pertenezco, Señor. —susurró juntándo su nariz con la de él. —Enteramente.

Justamente algo semejante es lo que él quería oír y Ashley había encontrado las palabras perfectas en el momento adecuado. Soltó las pinzas de los doloridos pezones y pasó la palma por ellos para calmarlos. Asintió volteándola en sus brazos pero sin salir del cálido y acogedor recoveco. Nathan, boca arriba en la cama la dejó sobre sí. Tenía la respiración aun acelerada y el cuerpo recubierto de una fina y resbaladiza capa de sudor que se mezclaba con la que brillaba en la pálida piel de Ashley.

—Eso es cariño. —Apoyó sus labios en la delicada frente, la besó y rodeó el pequeño cuerpo con ambos brazos. —Eso es.