Miles y su esposa Ekaterin regresan de un viaje de luna de miel largamente postergado. En casa les espera el nacimiento de sus dos primeros hijos (desarrollados como es contumbre, en un utero artificial, pero el nuevo y flamante Auditor Imperial recibe un mensaje del Emperador Gregor Vorbarra: una flota de Barrayar ha sido detenida en la Estación Graf, un miembro de la escolta ha desaparecido, ha sido asesinado o ha desaparecido, y el conflicto diplomatico no ha hecho más que empezar. Miles debe interrumpir su regreso, acudir a la estación Graf: el mundo de los cuadrúmanos, los seres modificados genéticamente para hacer cuatro brazos y trbajar en condiciones de gravedad cero, a quienes Leo graf, un competente ingeniero de soldadura, ayudó a lograr su emancipación de la explotación y esclavitud a los que les tenia sometidos Galac-Tech.

Por si ello fuera poco, alli se encontraba tambiém el hermafrodita Bel Thorne, viejo conocido e la época de las muchas aventuras de Miles Vorkosigan como Miles Naismish (el apellido de su madre Cordelia), almirante de los Mercenarios Libres Dendarii.

Lois McMaster Bujold

Inmunidad diplomática

1

En la imagen sobre la placa vid, el esperma se rebullía trazando curvas sinuosas y elegantes. Sus sacudidas se hicieron más enérgicas cuando la tenaza invisible del microtractor médico lo agarró y lo guió hacia su objetivo, el óvulo parecido a una perla: redondo, brillante, rico en promesas.

—¡Una vez más, querido muchacho, al ataque… por Inglaterra, Harry, y por san Jorge! —murmuró Miles, animándolo—. O, al menos, por Barrayar, por mí, y tal vez por el abuelo Piotr. ¡Ja!

Con una última sacudida, el esperma desapareció dentro de su paraíso de destino.

—Miles, ¿estás mirando otra vez esas imágenes del bebé? —dijo Ekaterin, divertida, mientras salía del sibarita cuarto de baño de su camarote. Terminó de recogerse el pelo en la nuca, lo aseguró, y se inclinó por encima del hombro de Miles, que estaba sentado delante de la consola—. ¿Es Aral Alexander, o Helen Natalia?

—Bueno, Aral Alexander en todo su esplendor.

—Ah, admirando tu esperma de nuevo. Ya veo.

—Y tu excelente óvulo, mi dama.

Miles miró a su esposa, gloriosa con la túnica de seda roja que le había comprado en la Tierra, y sonrió. El cálido y limpio olor de su piel le hizo cosquillas en la nariz, e inhaló dichoso.

—¿No eran unos gametos monísimos? Mientras duraron, al menos.

—Sí, y unos blastocitos preciosos. Sabes, me alegro de que hiciéramos este viaje. Estoy segura de que estarías allí intentando levantar la tapa del replicador para echar un vistazo, o sacudiendo a los pobrecillos como si fueran regalos de Feria de Invierno para ver cómo reaccionan.

—Bueno, todo esto es nuevo para mí.

—Tu madre me dijo en la última Feria del Solsticio de Invierno que en cuanto los embriones estuvieran implantados te comportarías como si hubieras inventado la reproducción. ¡Y pensar que creí que estaba exagerando!

Él capturó su mano y le dio un beso en la palma.

—¿Eso lo dice la dama que estuvo sentada toda la primavera ante el replicador para estudiarlo? ¿Cuyos encargos de pronto parecieron requerir el doble de tiempo para ser terminados?

—Cosa que, naturalmente, no tiene nada que ver con que su señor apareciera dos veces por hora para preguntar cómo le iba.

La mano, liberada, le acarició la barbilla de manera muy halagadora. Miles pensó en proponer que pasaran por alto el aburrido almuerzo en compañía en el salón de pasajeros de la nave, ordenaran un servicio de habitaciones, se desnudaran de nuevo y volvieran a la cama para el resto de la velada. Sin embargo, Ekaterin no parecía considerar que hubiera nada aburrido en el viaje.

Aquella luna de miel galáctica llegaba tarde, pero quizás así era mejor, pensó Miles. Su matrimonio había tenido un comienzo bastante embarazoso: estaba bien que su acomodamiento hubiera incluido un tranquilo periodo de rutina doméstica. Pero en retrospectiva, le parecía que el primer año desde aquella memorable y difícil boda en el solsticio de invierno había pasado en unos quince minutos de tiempo subjetivo.

Habían acordado hacía tiempo que celebrarían el aniversario dando inicio a los niños en sus replicadores uterinos. El debate nunca fue cuándo, sino cuántos. Miles seguía opinando que su sugerencia de hacerlos todos a la vez resultaba admirablemente eficaz. Nunca había propuesto en serio aquello de que fueran doce; lo había dicho para empezar con esa cifra y quedarse con seis. Su madre, su tía, y lo que parecían ser todas las demás mujeres que conocía se movilizaron para explicarle que estaba loco, pero Ekaterin se limitó a sonreír. Se contentaron con dos, para empezar, Aral Alexander y Helen Natalia. Una doble ración de asombro, terror y deleite.

En el borde de la grabación vid, la Primera División Celular del Bebé fue interrumpida por el parpadeo rojo de un mensaje. Miles frunció el ceño levemente. Estaban a tres saltos del espacio solar, en la profunda ruta interestelar de un trayecto a velocidad subluz entre agujeros de gusano que debía durar cuatro días. En ruta hacia Tau Ceti, donde harían el trasbordo orbital a una nave con destino a Escobar, y de allí a otra en la ruta de salto por Sergyar y Komarr hacia casa. No esperaba ninguna llamada vid.

—Recibe —entonó.

Aral Alexander in potentia desapareció para ser sustituido por la cabeza y los hombros del capitán taucetiano de la nave de pasajeros. Miles y Ekaterin habían cenado en su mesa dos o tres veces durante esa parte del viaje. El hombre dirigió a Miles una tensa sonrisa y un gesto con la cabeza.

—Lord Vorkosigan.

—¿Sí, capitán? ¿Qué puedo hacer por usted?

—Una nave que se identifica como correo imperial de Barrayar nos ha localizado y requiere permiso para equiparar velocidades y abarloar. Al parecer, trae un mensaje urgente para usted.

Miles frunció aún más el ceño, y el estómago se le encogió. Sabía por experiencia que aquella no era la manera en que el Imperio transmitía buenas noticias. La mano de Ekaterin se tensó sobre su hombro.

—Por supuesto, capitán. Pásemelos.

Los oscuros rasgos taucetianos del capitán desaparecieron y, al cabo de un instante, fueron sustituidos por un hombre vestido con el uniforme verde del Imperio de Barrayar, con galones de teniente y la insignia del Sector IV en el cuello. Por la mente de Miles pasaron visiones del Emperador asesinado, de la Casa Vorkosigan arrasada hasta los cimientos con los replicadores dentro o, aún más horriblemente probable, de su padre sufriendo un colapso fatal… Temía el día en que algún estirado mensajero se dirigiera a él como conde Vorkosigan, señor.

El teniente lo saludó.

—¿Lord Auditor Vorkosigan? Soy el teniente Smolyani de la nave correo Kestrel. Tengo que entregarle un mensaje en mano, grabado con el sello personal del Emperador, y se me ordena que después lo traiga a bordo.

—No estamos en guerra, ¿verdad? ¿No ha muerto nadie?

El teniente Smolyani agachó la cabeza.

—No que yo sepa, señor.

El ritmo cardiaco de Miles se normalizó. Tras él, Ekaterin soltó un suspiro de alivio. El teniente continuó.

—Pero, al parecer, la flota de comercio de Komarr ha sido bloqueada en un lugar llamado Estación Graf, Unión de Hábitats Libres. Está clasificado como sistema independiente, cerca del borde del Sector IV. Mis órdenes de vuelo son llevarlo allí a toda velocidad, y esperar a su conveniencia después. —Sonrió un tanto forzadamente—. Espero que no sea una guerra, señor, porque parece que sólo nos envían a nosotros.

—¿Bloqueada? ¿No en cuarentena?

—Supongo que se trata de algún tipo de retención legal, señor.

«Me huele a diplomacia.» Miles hizo una mueca.

—Bien, sin duda el mensaje sellado lo aclara. Tráigamelo y le echaré un vistazo mientras nosotros hacemos las maletas.

—Sí, señor. La Kestrel abarloará en unos minutos.

—Muy bien, teniente.

Miles cortó la comunicación.

—¿Los dos? —dijo Ekaterin en voz baja.

Miles vaciló. No se trataba de cuarentena, según el teniente. Ni, al parecer, de una guerra abierta. «O al menos no todavía.» Por otro lado, no se imaginaba al Emperador Gregor interrumpiendo su largamente aplazada luna de miel por algo trivial.

—Será mejor que vea primero qué tiene que decir Gregor.

Ella depositó un beso en su coronilla y dijo simplemente:

—Bien.

Miles se llevó a los labios el comunicador personal de muñeca, y murmuró:

—Soldado Roic… a mi camarote, de servicio, ahora.

El disco de datos con el Sello Imperial que el teniente le entregó a Miles poco después estaba clasificado como «personal», no como «secreto». Miles envió a Roic, su hombre de armas y guardaespaldas, y a Smolyani a clasificar y preparar el equipaje, pero le indicó a Ekaterin que se quedara. Introdujo el disco en el reproductor seguro que el teniente había traído, colocó éste en la mesita de noche del camarote y pulsó una tecla para que cobrara vida. Se sentó en el borde de la cama junto a Ekaterin, consciente de la calidez y la solidez de su cuerpo. Viendo sus ojos preocupados, le tomó la mano para reconfortarla.

En la placa aparecieron los rasgos familiares del Emperador Gregor Vorbarra, finos, oscuros, reservados. Miles leyó una profunda irritación en el leve frunce de sus labios.

—Lamento interrumpir tu luna de miel, Miles —empezó a decir Gregor—. Pero si este mensaje te llega, es que no has cambiado tu itinerario. Así que de todas formas vienes de regreso a casa.

«No lo lamentaba tanto, entonces.»

—He tenido la buena suerte y tú la mala de que seas el hombre que está físicamente más cerca de este lío. Por decirlo brevemente, una de nuestras flotas de comercio con base en Komarr recaló en una instalación del espacio profundo, cerca del Sector V, para reavituallarse y descansar. Uno (o más de uno, los informes no están claros) de los oficiales de su escolta militar barrayaresa o bien desertó o fue secuestrado. O fue asesinado… Los informes tampoco son claros a ese respecto. La patrulla que el comandante de la flota envió para recuperarlo tuvo problemas con los lugareños. Hubo disparos (cito textualmente), hubo daños en el equipo y las estructuras, y gente de ambos bandos resultó al parecer seriamente herida. No se ha informado aún de ninguna muerte, pero puede que eso haya cambiado cuando tú recibas este mensaje, Dios nos ayude.

»El problema, uno de ellos, al menos, es que recibimos una versión significativamente distinta de los acontecimientos del observador local de SegImp por parte de la Estación Graf, muy distinta a la de nuestro comandante de la flota. Sin embargo, ahora parece que más miembros del personal de Barrayar están retenidos como rehenes, o han sido hechos prisioneros, dependiendo de qué versión creamos. Se han presentado cargos, impuesto multas y generado gastos, y la respuesta local ha sido retener todas las naves atracadas hasta que el lío se resuelva a su satisfacción. Para complicar más las cosas, los consignatarios komarreses nos piden ahora la cabeza de sus escoltas barrayareses. Para tu, ah, deleite, todos los informes originales que hemos recibido hasta ahora, de todos los puntos de vista, están incluidos después de este mensaje. Disfruta.

Gregor sonrió de una manera que hizo que Miles sintiera un escalofrío.

—Para aumentar la gravedad del problema, la flota en cuestión es propiedad de Toscane en un cincuenta por ciento.

La flamante esposa de Gregor, la emperatriz Laisa, era heredera de Toscane y komarresa de nacimiento, un matrimonio político de enorme importancia para la paz de la frágil unión de planetas que era el Imperio. El Emperador continuaba:

—El problema de cómo satisfacer a mis parientes políticos y presentar simultáneamente el aspecto de imparcialidad imperial ante todos sus rivales comerciales komarreses… lo dejo a tu criterio.

La fina sonrisa de Gregor lo decía todo.

—Ya sabes lo que hay que hacer. Te pido y te exijo que, como mi Voz, vayas a la Estación Graf a toda velocidad y con tanta seguridad como sea posible resuelvas esta situación antes de que siga deteriorándose. Libera a todos mis súbditos de las manos de los lugareños y haz que la flota siga su curso. Sin iniciar una guerra, por favor, ni cargarte mi presupuesto imperial.

»Y, ya de paso, averigua quién está mintiendo. Si es el observador de SegImp, es un problema que habrá que pasar a su cadena de mando. Si es el comandante de la flota… que por cierto es el almirante Eugin Vorpatril, entonces tenemos un problema… mucho más problemático.

O, más bien, mucho más problemático para el enviado de Gregor, la Voz de su Emperador, su Auditor Imperial. Es decir, Miles. Miles reflexionó sobre las interesantes pegas inherentes al intento de arrestar, sin apoyo, lejos de casa, a un oficial al mando arropado por sus hombres, todos viejos conocidos y posiblemente fieles a él hasta la muerte. Y además a un Vorpatril, hijo de un clan de la aristocracia barrayaresa con importantes conexiones políticas con el Consejo de Condes. La tía y el primo de Miles eran Vorpatril. «Oh, gracias, Gregor.»

El Emperador continuó:

—En asuntos bastante más cercanos a Barrayar, algo ha agitado a los cetagandeses cerca de Rho Ceta. No hace falta entrar en detalles, pero agradecería que resolvieras esta crisis del bloqueo lo más rápida y eficazmente que puedas. Si el asunto de Rho Ceta se complica, quiero que estés de vuelta en casa. El lapso de comunicaciones entre Barrayar y el Sector V va a ser demasiado largo para que me tengas vigilándote por encima del hombro, pero algún informe de progresos o de situación ocasional sería un detalle simpático, si no te importa.

La voz de Gregor no cambió al lanzar esta ironía. No hacía falta. Miles bufó.

—Buena suerte —concluyó Gregor. La pantalla del visor se convirtió en una muda imagen del Sello Imperial. Miles extendió la mano y lo desconectó. Podría estudiar los informes detallados cuando estuviera en ruta.

¿Él? ¿O los dos?

Miró el pálido perfil de Ekaterin; ella volvió hacia él sus serios ojos azules.

—¿Quieres venir conmigo o continuar camino a casa?

—¿Puedo ir contigo? —preguntó ella, vacilante.

—¡Claro que puedes! La pregunta es: ¿te gustaría?

Ella alzó las oscuras cejas.

—No es la única pregunta, sin duda. ¿Crees que te serviría de algo o sólo te distraería de tu trabajo?

—Hay una colaboración oficial y una colaboración extraoficial. No apuestes a que lo primero es más importante que lo segundo. ¿Sabes cómo habla la gente contigo para intentar hacerme llegar mensajes de forma indirecta?

—Oh, sí —los labios de ella se torcieron de disgusto.

—Bueno, sí, me doy cuenta de que es fastidioso, pero eres muy buena sorteándolos, ¿sabes? Por no mencionar la información que se obtiene sólo con estudiar la clase de mentiras que dice la gente. Y, ah… no-mentiras. Puede que algunas personas que no quieran hablar conmigo lo hagan contigo, por un motivo u otro.

Ella aceptó la justeza de sus argumentos con un pequeño gesto de la mano.

—Y… sería un auténtico alivio para mí tener a alguien con quien poder hablar con total libertad.

La sonrisa de ella se torció un poco.

—¿Hablar o desahogarte?

—Yo… ¡ejem!… sospecho que esto va a implicar un montón de lo segundo, sí. ¿Crees que podrás soportarlo? Podría ser una lata, además de aburrido.

—Sabes, sigues diciendo que tu trabajo es aburrido, Miles, pero se te han puesto los ojos brillantes.

Él se aclaró la garganta y se encogió de hombros, sin dar muestras del más mínimo arrepentimiento.

Ella aparcó la diversión y frunció el ceño.

—¿Cuánto tiempo crees que durará esto?

Él repasó los cálculos que sin duda ella había hecho ya. Faltaban seis semanas, día arriba o día abajo, para los nacimientos previstos. Su plan original de viaje los habría devuelto a la Mansión Vorkosigan con un cómodo mes de antelación. El Sector V estaba en dirección contraria a su situación actual respecto a Barrayar, si es que podía decirse que la red de puntos de salto que la gente empleaba para ir de acá para allá tenía alguna dirección. Varios días para llegar a la Estación Graf, más otras dos semanas de viaje al menos para llegar a casa desde allí, incluso en el más rápido de los correos rápidos.

—Si puedo resolver las cosas en menos de dos semanas, podremos llegar a casa a tiempo.

Ella dejó escapar una risa.

—Por mucho que me empeño en ser moderna y galáctica, me sigue pareciendo algo muy raro. Muchos hombres no están en casa cuando nacen sus hijos, pero eso de «mi madre estaba fuera de la ciudad el día que nací, así que se lo perdió» me parece… bueno, una queja más fundada.

—Si la cosa se retrasa, supongo que podría enviarte a casa sola, con una escolta adecuada. Pero yo también quiero estar presente.

Miles vaciló. «Es mi primera vez, maldición, claro que esto me está volviendo loco», era un comentario obvio que consiguió detener en sus labios. El primer matrimonio había dejado a Ekaterin marcada con cicatrices sensibles, ninguna de ellas física, y aquel asunto rozaba a varias de ellas. «Reformula la frase, oh, diplomático.»

—¿Es… por ser la segunda vez, es más sencillo para ti?

La expresión de ella se volvió introspectiva.

—Nikki fue un parto natural; naturalmente, todo fue más duro. Los replicadores eliminan muchos riesgos… Nuestros hijos pueden corregir todas sus trabas genéticas, no estarán expuestos a daños en el parto… Sé que la gestación en un replicador es mejor, más responsable en todos los aspectos. No se puede decir que los estemos descuidando. Y sin embargo…

Él le tomó la mano y se llevó los nudillos a los labios.

—A mí no me estás descuidando, te lo aseguro.

La propia madre de Miles era una ferviente defensora del uso de replicadores, por buenos motivos. Él se había reconciliado ahora, a la edad de treinta años, con los daños físicos que sufrió en el vientre materno por el ataque con soltoxina. Sólo su traslado de emergencia a un replicador le había salvado la vida. El veneno militar teratogénico lo había dejado pequeñito y con los huesos quebradizos, pero toda una agonía de tratamientos médicos durante la infancia había conseguido que pudiera funcionar casi plenamente, aunque no le había otorgado, ay, la estatura suficiente. La mayoría de sus huesos habían sido sustituidos por piezas sintéticas, literalmente pieza a pieza. El resto de los defectos, lo admitía, eran cosa suya. Que estuviera todavía vivo parecía casi un milagro, igual que haber conseguido ganarse el corazón de Ekaterin. Sus hijos no sufrirían esos traumas.

—Y si crees que vas a tenerlo lujosamente fácil, para sentirte adecuadamente virtuosa —dijo Miles—, bueno, espera a que salgan de esos replicadores.

Ella se echó a reír.

—¡Buen argumento!

—Bueno —suspiró él—. Quería que este viaje te mostrara las glorias de la galaxia, de la sociedad más elegante y refinada. Parece que en cambio me dirijo hacia lo que sospecho es el estercolero del Sector V, y la compañía de un puñado de mercaderes chillones y frenéticos, burócratas airados y militaristas paranoicos. La vida está llena de sorpresas. ¿Vienes conmigo, mi amor? ¿Por el bien de mi cordura?

Ella entornó los ojos, divertida.

—¿Cómo puedo resistirme a una invitación semejante? Por supuesto que iré —se puso seria—. ¿Violaría la seguridad si enviara un mensaje a Nikki diciéndole que nos retrasaremos?

—En absoluto. Pero envíalo desde la Kestrel. Llegará más rápido.

Ella asintió.

—Nunca había estado tanto tiempo sin él. Me pregunto si se habrá sentido solo.

Nikki se había quedado, por la parte familiar de Ekaterin, con cuatro tías y un tío abuelo más las correspondientes tías, un puñado de primos, un pequeño ejército de amigos y su abuela Vorsoisson. Por parte de Miles, con el extenso personal de la Mansión Vorkosigan y sus extensas familias, el tío Iván y el tío Mark y todo el clan Koudelka como refuerzo. A punto de aparecer estaban sus embobados abuelos adoptivos Vorkosigan, que tenían pensado llegar después de Miles y Ekaterin para la fiesta del nacimiento, pero que ahora podrían hacerlo antes que ellos. Ekaterin tal vez tuviera que adelantarse, si Miles no conseguía resolver aquel lío a tiempo, pero desde luego no podría ser por una definición racional de la palabra «solo».

—No veo cómo —dijo Miles sinceramente—. Seguro que tú lo echas más de menos a él que él a nosotros. Si no, nos habría enviado algo más que esa nota con un monosílabo que sólo nos alcanzó cuando llegamos a la Tierra. Los niños de once años suelen estar bastante centrados en sí mismos. Desde luego, yo lo estaba.

Ella alzó las cejas.

—¿Sí? ¿Y cuántas notas le has enviado a tu madre en los dos últimos meses?

—Es un viaje de luna de miel. Nadie espera que… De todas formas, ella siempre echa un vistazo a mis informes de seguridad.

Las cejas permanecieron alzadas. Miles añadió prudentemente:

—Le enviaré un mensaje desde la Kestrel también.

Fue recompensado con una sonrisa maternal. Ahora que lo pensaba, tal vez debería incluir a su padre en la dirección, aunque no podía decir que sus padres no compartieran sus misivas, ni que no se quejaran igualmente por su escasez.

Una hora de leve caos completó su traslado a la nave correo del Imperio de Barrayar. Los correos rápidos ganaban la mayor parte de su velocidad a costa de su capacidad de carga. Miles se vio obligado a renunciar a todo el equipaje que no fuera esencial. Todo lo demás, y era bastante, junto con un sorprendente volumen de objetos de recuerdo, continuaría viaje hasta Barrayar con la mayor parte de su séquito: la doncella personal de Ekaterin, la señorita Pym, y para gran pesar de Miles, los dos soldados de apoyo de Roic. Se le ocurrió demasiado tarde, cuando Ekaterin y él ocuparon su nuevo camarote compartido, que tendría que haber mencionado lo estrechitos que estarían. Había viajado en naves similares tan a menudo durante sus años en SegImp, que no le afectaban sus limitaciones…, uno de los pocos aspectos de su antigua carrera en que la pequeñez de su cuerpo había resultado una ventaja.

Así que, después de todo, pasó el resto del día en la cama con su esposa, principalmente debido a la ausencia de otro tipo de asiento. Plegaron el camastro superior para tener espacio y se sentaron en extremos opuestos, Ekaterin para leer en silencio un visor manual, Miles para zambullirse en la caja de Pandora de informes del frente diplomático que había anunciado Gregor.

No llevaba ni cinco minutos de estudio cuando murmuró un «¡Ja!».

Ekaterin indicó su disposición a ser interrumpida mirándolo con un recíproco «¿Hum?».

—Acabo de darme cuenta de por qué la Estación Graf me sonaba familiar. Nos dirigimos al Cuadrispacio, por Dios.

—¿Cuadrispacio? ¿Es un sitio donde ya has estado?

—No, personalmente no. —Aquello iba a requerir más preparación política de lo que esperaba—. Aunque una vez conocí a una cuadri. Los cuadrúmanos son una raza de humanos desarrollados mediante bioingeniería hace doscientos o trescientos años. Antes de que volvieran a descubrir Barrayar. Se suponía que tenían que ser habitantes en permanente caída libre. Fuera cual fuese el plan original de sus creadores, se fue por la borda cuando se introdujeron las nuevas tecnologías gravitatorias, y acabaron siendo una especie de refugiados económicos. Después de un puñado de viajes y aventuras, acabaron por asentarse como grupo en lo que en aquella época era el confín del Nexo de agujero de gusano. Eran belicosos con las demás razas entonces, así que deliberadamente eligieron un sistema sin planetas habitables, pero con considerables recursos asteroidales y cometarios. Planeaban mantenerse apartados, supongo. Naturalmente, el Nexo explorado ha crecido a su alrededor desde entonces, así que ahora reciben algunos intercambios foráneos con naves de servicio y proporcionan instalaciones de tránsito. Lo cual explica por qué nuestra flota fue a atracar allí, aunque no lo que sucedió después. La ah… —vaciló—. La bioingeniería incluyó un montón de cambios metabólicos, pero la alteración más espectacular fue un segundo conjunto de brazos donde deberían tener las piernas. Lo cual, hum, les viene realmente bien en caída libre. Más o menos. A menudo he deseado tener un par de brazos de más, cuando actuaba en el vacío.

Le pasó el visor y mostró la imagen de un cuadrúmano, vestido con un pantalón corto amarillo chillón y una camiseta, que se abría paso por un corredor a baja gravedad con la velocidad y agilidad de un mono que se mueve por las copas de los árboles.

—Oh —murmuró Ekaterin, recuperando rápidamente el control de sus rasgos—. Qué, uh… interesante. —Al cabo de un instante, añadió—: Parece práctico para su entorno.

Miles se relajó un poco. Fueran cuales fuesen las reacciones de Ekaterin a las mutaciones que estuviera viendo, serían derrotadas por su férreo control de los buenos modales.

Lo mismo, desgraciadamente, no parecía cumplirse con los otros miembros del Imperio ahora retenidos en el sistema de los cuadris. La diferencia entre mutación perniciosa y modificación benigna o provechosa no era admitida fácilmente por los barrayareses del campo. Teniendo en cuenta que un oficial se refería a ellos como «horribles arañas mutantes» en su informe, estaba claro que Miles podía añadir tensiones raciales a la mezcla de complicaciones hacia las que se dirigían a toda máquina.

—Te acostumbras a ellos rápidamente —la tranquilizó.

—¿Dónde conociste a una, si se mantienen apartados?

—Hum… —Tendría que mentir un poco—. Fue en una misión de SegImp. No puedo hablar de eso. Pero se dedicaba a la música, nada menos. Tocaba percusión con los cuatro brazos. —Intentó remedar el gesto y acabó golpeándose dolorosamente los codos contra la pared del camarote—. Se llamaba Nicol. Te habría gustado. La sacamos de un buen apuro. Me pregunto si llegaría a casa. —Se frotó el codo y añadió, esperanzado—: Apuesto a que las técnicas de jardinería en caída libre de los cuadris te resultarán interesantes.

Ekaterin sonrió.

—Sí, desde luego.

Miles regresó a sus informes con la incómoda certeza de que no iba a ser una misión en la que convenía zambullirse sin preparación. Añadió mentalmente revisar la historia de los cuadris en su lista de estudios para los dos días siguientes.

2

—¿Tengo recto el cuello?

Los fríos dedos de Ekaterin trabajaron con profesionalidad el cuello de la camisa de Miles; él reprimió el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Ahora sí.

—El hábito hace al Auditor —murmuró él.

El pequeño camarote carecía de comodidades como un espejo de cuerpo entero; tenía que usar a cambio los ojos de su esposa. Pero no lo consideraba una desventaja. Ella se apartó todo lo que pudo, medio paso hasta la pared, y lo miró de arriba abajo para comprobar el efecto de su uniforme de la Casa Vorkosigan: túnica marrón con el blasón de la familia bordado en plata en el alto cuello, puños bordados de plata, pantalones marrones con una tira de plata, altas botas de montar. En su tiempo, la clase Vor había estado formada por soldados de caballería. Ahora no había caballos en Dios sabía cuántos años luz, eso estaba claro.

Él tocó su comunicador de muñeca, para sincronizarlo con el que ella llevaba, aunque el de Ekaterin era más típico de una dama Vor, con un brazalete ornamental de plata.

—Te haré una señal cuando esté preparado para volver y cambiarme. —Indicó con la cabeza el sencillo traje gris que ella había colocado ya sobre la cama. Un uniforme para las mentes militares, ropa civil para los civiles. Y que el peso de la historia de Barrayar, once generaciones de condes Vorkosigan a su espalda, compensaran su baja estatura, su pose levemente encorvada. No necesitaba mencionar sus defectos menos visibles.

—¿Qué debo ponerme yo?

—Como tendrás que tragarte todo el paseo, algo práctico. —Sonrió perversamente—. Ese vestido rojo de seda será lo bastante atractivo para nuestros anfitriones de la Estación.

—Sólo para la mitad masculina, amor —señaló ella—. ¿Y si el jefe de seguridad es una cuadrúmana? ¿Se sienten los cuadrúmanos atraídos por los planetarios?

—Una sí, al menos —suspiró él—. De ahí el problema… Partes de la Estación Graf están a cero-ge, así que querrás llevar pantalones o calzas en vez de las faldas al estilo barrayarés. Algo con lo que puedas moverte.

—Oh. Sí, ya veo.

Llamaron a la puerta del camarote, y oyeron la tímida voz del soldado Roic.

—¿Milord?

—Ya voy, Roic.

Miles y Ekaterin intercambiaron sus sitios (al encontrarse a la altura del pecho de ella, Miles le robó al pasar un abrazo agradablemente animado), y él salió al estrecho pasillo de la nave correo.

Roic vestía una versión ligeramente más sencilla del uniforme de la Casa Vorkosigan de Miles, como correspondía a su estatus de vasallo y hombre de armas.

—¿Quiere que empaquete sus cosas para trasladarles a la nave insignia barrayaresa, milord? —preguntó.

—No. Vamos a quedarnos en el correo.

Roic casi consiguió ocultar un respingo. Era un joven de impresionante estatura e intimidante anchura de hombros, y había descrito su camastro encima de la sala de máquinas del correo como más o menos igual que dormir en un ataúd, milord, si no fuera por los ronquidos.

—No quiero entregar el control de mis movimientos —añadió Miles—, por no mencionar mi suministro de aire, a ninguno de los bandos de esta disputa. Los camastros de la nave insignia no son mucho más grandes de todas formas, te lo aseguro, soldado.

Roic sonrió con pesar, y se encogió de hombros.

—Me temo que tendría que haber traído a Jankowski, señor.

—¿Por qué? ¿Porque es más bajito?

—¡No, señor! —Roic parecía levemente indignado—. Porque es un auténtico veterano.

La ley restringía a veinte el número de hombres que formaban el cuerpo de guardia de un conde de Barrayar. Los Vorkosigan, por tradición, reclutaban a la mayoría de sus hombres de armas entre los veteranos retirados tras veinte años en el Servicio Imperial. Por necesidad política, durante las últimas décadas habían sido principalmente antiguos hombres de SegImp. Formaban un grupo eficaz pero maduro. Roic era una interesante excepción nueva.

—¿Desde cuándo es eso un problema?

Los soldados del padre de Miles trataban a Roic como un novato porque lo era, pero si lo hubiesen tratado como a un ciudadano de segunda…

—Eh… —Roic indicó de manera un tanto inarticulada la nave correo, por lo que Miles dedujo que el problema estribaba en encuentros más recientes.

Miles, a punto de echar a andar por el estrecho pasillo, se apoyó en cambio contra la pared y se cruzó de brazos.

—Mira, Roic…, apenas hay un hombre en el Servicio Imperial de tu edad o más joven que se haya enfrentado a más acción al servicio del Emperador que tú en la Guardia Municipal de Hassadar. No dejes que los malditos uniformes verdes te asusten. Es una lucha inútil. La mitad de ellos se caerían desmayados si se les pidiera que se enfrentaran a alguien como ese lunático asesino que disparaba en la plaza de Hassadar.

—Yo ya había cruzado media plaza, milord. Es como terminar de cruzar a nado la mitad de un río, pensando que no lo conseguirás, o nadar de vuelta hasta la orilla. Era más seguro saltar sobre él que dar media vuelta y correr. Habría tenido el mismo tiempo para apuntarme hiciera lo que hiciese.

—Pero no para abatir a otra docena de peatones. Las agujas automáticas son un arma sucia. —Miles se enfurruñó.

—Es verdad, milord.

A pesar de su estatura, Roic tendía a ser tímido cuando se consideraba en inferioridad social, cosa que desgraciadamente parecía ser la mayor parte del tiempo al servicio de los Vorkosigan. Como la timidez aparecía en su rostro principalmente como una especie de sombría estolidez, tendía a pasar desapercibida.

—Eres un soldado Vorkosigan —dijo Miles firmemente—. El fantasma del general Piotr está entretejido en ese marrón y plata. Acabarán por tenerte miedo, te lo prometo.

La breve sonrisa de Roic mostró más gratitud que convicción.

—Ojalá hubiera conocido a su abuelo, señor. A pesar de todo lo que cuentan de él en el Distrito, era un gran tipo. Mi bisabuelo sirvió con él en las montañas durante la Ocupación Cetagandesa, según cuenta mi madre.

—¡Ah! ¿Contaba buenas historias sobre él?

Roic se encogió de hombros.

—Murió de radiación después de que destruyeran Vorkosigan Vashnoi. Mi abuela nunca hablaba mucho de él, así que no lo sé.

—Lástima.

El teniente Smolyani asomó la cabeza en la esquina.

—Hemos abarloado junto a la Príncipe Xav, lord Auditor Vorkosigan. El tubo de transferencia está sellado y están esperando que suba usted a bordo.

—Muy bien, teniente.

Miles siguió a Roic, que tuvo que agachar la cabeza para pasar por el óvalo de la puerta, hasta la abarrotada bahía de atraque del correo. Smolyani se colocó junto a la compuerta. La placa de control chispeó y trinó; la puerta se abrió a la cámara estanca y el flexotubo situado más allá. Miles le hizo un gesto a Roic, quien tomó aire y avanzó. Smolyani se preparó para saludar; Miles le contestó con un ademán:

—Gracias, teniente. —Y siguió a Roic.

Un metro de mareante cero-ge en el flexotubo terminó en una compuerta similar. Miles se agarró a los asideros y entró rápida y firmemente de pie por la compuerta abierta. Desembocó en una zona de atraque mucho más espaciosa. A su izquierda, Roic le esperaba, en posición de firmes. La puerta de la nave insignia se cerró deslizándose tras ellos.

Los esperaban tres hombres uniformados de verde y un civil incómodamente envarados. Ninguno cambió de expresión al ver el poco barrayarés físico de Miles. Presumiblemente Vorpatril, a quien Miles recordaba de pasada de algún que otro encuentro en Vorbarr Sultana, lo recordaba a él más vivamente y había avisado prudentemente a su personal de la apariencia mutoide de la Voz más bajita, por no mencionar más joven y nueva, del Emperador.

El almirante Eugin Vorpatril era de mediana estatura, fornido, de pelo blanco, y sombrío. Avanzó un paso y dirigió a Miles un saludo cortante y adecuado.

—Milord Auditor. Bienvenido a bordo de la Príncipe Xav.

—Gracias, almirante.

No añadió «me alegro de estar aquí»; ninguno de aquel grupo parecía contento de verlo, dadas las circunstancias.

—Le presento al comandante de Seguridad de la Flota, el capitán Brun —continuó Vorpatril.

El hombre, esbelto y tenso, posiblemente aún más sombrío que su almirante, asintió cortante. Brun estaba a cargo de la aciaga patrulla cuya facilidad para el gatillo había hecho pasar la situación de altercado legal menor a incidente diplomático de importancia. No, no estaba nada contento.

—El jefe consignatario Molino, del consorcio de la flota komarresa.

Molino era también de mediana edad, y con el mismo aspecto dispéptico de los barrayareses, aunque vestido con una elegante túnica y pantalones oscuros al estilo de Komarr. Un jefe consignatario era el oficial ejecutivo y financiero de la entidad corporativa por tiempo limitado que era un convoy comercial y, como tal, tenía la mayoría de las responsabilidades de un almirante de la flota con una fracción de los poderes de éste. También tenía la poco envidiable misión de ser la conexión entre un puñado de intereses comerciales potencialmente muy dispersos y sus protectores militares barrayareses, lo cual era más que suficiente para provocar dispepsia incluso sin una crisis. Murmuró un educado:

—Milord Vorkosigan.

El tono de Vorpatril pareció ligeramente irritado.

—El oficial jurídico de mi flota, el alférez Deslaurier.

El alto Deslaurier, pálido y descolorido bajo un leve rastro de acné adolescente, consiguió asentir.

Miles parpadeó sorprendido. Cuando, bajo su antigua identidad dedicada a operaciones encubiertas, comandaba una flota mercenaria supuestamente independiente para las operaciones galácticas de SegImp, llevaba los asuntos jurídicos todo un departamento: negociar el tránsito pacífico de naves armadas era un trabajo a tiempo completo de complejidad diabólica.

—Alférez —Miles devolvió el ademán y eligió sus palabras con cuidado—. Usted, ah… parece que tiene una responsabilidad considerable, dados su rango y edad.

Deslaurier se aclaró la garganta y, con voz casi inaudible, dijo:

—Nuestro jefe de departamento fue enviado a casa, milord Auditor. Permiso por luto. Su madre murió.

«Creo que empiezo a comprender qué pasa aquí.»

—¿Es éste su primer viaje galáctico, por casualidad?

—Sí, milord.

Vorpatril intervino, posiblemente con intención compasiva.

—Mi personal y yo estamos enteramente a su disposición, milord Auditor, y tenemos nuestros informes preparados. ¿Quiere seguirme a nuestra sala de reuniones?

—Sí, gracias, almirante.

Después de dar vueltas y agacharse por los pasillos, el grupo llegó a la típica sala de reuniones militar: sillas y equipo de holovid atornillados al suelo, alfombra de fricción ocultando el leve olor mustio de una habitación sellada y poco iluminada que nunca disfrutaba de la luz del sol ni del aire fresco. El lugar olía a militar. Miles reprimió el deseo de inhalar nostálgicamente, recordando los viejos tiempos. A un gesto suyo, Roic montó guardia junto a la puerta, impasible. Los demás esperaron a que Miles se sentara y luego se repartieron por la mesa, Vorpatril a su izquierda, Deslaurier lo más lejos posible.

Vorpatril, con un claro dominio de la etiqueta que requería la situación, o al menos con un poco de sentido de la autoconservación, empezó a hablar.

—Bien. ¿En qué podemos servirle, milord Auditor?

Miles apoyó las manos sobre la mesa.

—Soy Auditor: mi primera tarea es escuchar. Por favor, almirante Vorpatril, descríbame el curso de los acontecimientos desde su punto de vista. ¿Cómo llegaron a esta situación?

—¿Desde mi punto de vista? —Vorpatril hizo una mueca—. Empezó como una simple y común metedura de pata tras otra. Se suponía que debíamos atracar en la Estación Graf durante cinco días, esperando el traslado del cargamento contratado y los pasajeros. Como entonces no había motivos para pensar que los cuadris fueran hostiles, di todos los permisos posibles, ya que es el procedimiento estándar.

Miles asintió. Los propósitos de las escoltas militares barrayaresas a las naves de Komarr oscilaban desde lo explícito pasando por lo sutil hasta lo nunca dicho. Declaradamente, las escoltas disuadían a los piratas de las naves de carga y suministraban a la parte militar de la flota una experiencia que era apenas más valiosa que los juegos de guerra. Más sutilmente, proporcionaban oportunidades para todo tipo de recopilación de inteligencia: económica, política y social, además de militar. Y proporcionaban a montones de jóvenes barrayareses, futuros oficiales y futuros civiles, los contactos necesarios con la amplia cultura galáctica. En la parte que nunca se mencionaba estaban las constantes tensiones entre barrayareses y komarreses, legado de, según el punto de vista de Miles, la conquista plenamente justificada de los segundos por parte de los primeros hacía una generación. Era política expresa del Emperador pasar de una situación de ocupación a otra de plena asimilación política y social entre los dos planetas. Ese proceso era lento y pedregoso.

—La nave Idris de la Corporación Toscane atracó para efectuar unos cuantos ajustes en la impulsión de salto y se encontró con complicaciones cuando desmontó el equipo —continuó Vorpatril—. Las partes reparadas no pasaron las pruebas de calibración cuando fueron reinstaladas y se enviaron a los talleres de la Estación para que volvieran a fabricarlas. Los cinco días se convirtieron en diez, mientras se iban pasando la pelota de unos a otros. Entonces el teniente Solian desapareció.

—¿Entiendo correctamente que el teniente era el oficial de relaciones de seguridad barrayarés a bordo de la Idris? —dijo Miles. El poli de la flota era el encargado de mantener la paz y el orden entre tripulación y pasajeros, echar un ojo a cualquier actividad ilegal o amenazadora o a cualquier persona sospechosa (bastantes actos de piratería se cometían desde dentro) y ser la primera línea de defensa de la contrainteligencia. En segundo plano, tenía que mantener los oídos abiertos en busca de desafectos potenciales entre los súbditos komarreses del Emperador. Estaba obligado a prestar toda la ayuda posible a la nave en emergencias físicas y a coordinar las evacuaciones o rescates con la escolta militar. El trabajo del oficial de enlace podía pasar de ser mortalmente aburrido a letalmente exigente en un abrir y cerrar de ojos.

El capitán Brun habló por primera vez.

—Sí, milord.

Miles se volvió hacia él.

—Uno de los suyos, ¿no? ¿Cómo describiría al teniente Solian?

—Acababan de asignarlo —respondió Brun, luego vaciló—. No tenía una relación personal estrecha con él, pero en todas las evaluaciones previas que se le hicieron le dieron notas altas.

Miles miró al consignatario.

—¿Lo conocía usted, señor?

—Nos vimos unas cuantas veces —dijo Molino—. Estuve casi todo el tiempo a bordo de la Rudra, pero mi impresión es que era amistoso y competente. Parecía llevarse bien con la tripulación y los pasajeros. El anuncio ambulante de la asimilación.

—¿Cómo dice? —Vorpatril se aclaró la garganta.

—Solian era komarrés, señor.

—Ah.

Ah. Los informes no mencionaban este detallito. A los komarreses se les había permitido hacía muy poco acceder al Servicio Imperial de Barrayar; la primera generación de esos oficiales era elegida con sumo cuidado, y hasta la fecha habían demostrado su lealtad y competencia. Los mimados del Emperador, había escuchado Miles decir a un compañero oficial, con claro disgusto. El éxito de esta integración era una prioridad personal de Gregor. El almirante Vorpatril sin duda lo sabía también. Miles subió el misterioso destino de Solian unos cuantos peldaños en su lista mental de prioridades más urgentes.

—¿Cuáles fueron las circunstancias de su desaparición?

—No hubo nada raro, señor —respondió Brun—. Firmó la salida del turno de la manera habitual y nunca volvió a aparecer para la siguiente guardia. Cuando se registró su camarote, faltaban sus efectos personales y su equipaje, aunque quedaban la mayor parte de sus uniformes. No había ningún registro de que hubiera abandonado la nave, pero claro… él sabría mejor que nadie cómo salir sin que nadie lo viera. Por eso lo considero deserción. Registramos la nave a conciencia después de eso. Ha tenido que alterar los registros, o ha escapado con la carga, o algo.

—¿Algún indicio de que no estuviera contento con su trabajo o su puesto?

—No… no, milord. Nada especial.

—¿Algo no especial?

—Bueno, estaban los comentarios habituales de ser komarrés y llevar este uniforme —Brun se señaló a sí mismo—. Supongo que, por su puesto, recibía críticas de ambos bandos.

«Ahora todos intentamos ser un solo bando.»

Miles decidió que aquél no era el momento ni el lugar adecuado para comentar las inconscientes deducciones que implicaban las palabras de Brun.

—Consignatario Molino…, ¿tiene más información al respecto? ¿Estaba Solian sometido a, hum, reproches por parte de sus camaradas komarreses?

Molino negó con la cabeza.

—Por lo que sé, el hombre parecía gozar del aprecio de la tripulación de la Idris. Se dedicaba al trabajo y no se metía en discusiones.

—Sin embargo, ¿deduzco que su primera… impresión, fue que había desertado?

—Parecía posible —admitió Brun—. No es que quiera calumniar a nadie, pero era komarrés. Tal vez le resultó más duro de lo que había pensado. El almirante Vorpatril no estuvo de acuerdo —añadió escrupulosamente.

Vorpatril agitó una mano en gesto de juicioso equilibrio.

—Tanto más motivo para no pensar en deserción. El alto mando ha tenido mucho cuidado con los komarreses que admite en el Servicio. No quiere fracasos públicos.

—En cualquier caso —dijo Brun—, todos pusimos en alerta a nuestra gente de seguridad y empezamos a buscarlo, y pedimos ayuda a las autoridades de la Estación Graf. Cosa que no ofrecieron con demasiado entusiasmo. No dejaron de repetir que no lo habían visto en las secciones de gravedad ni en las de cero-ge, y que no había ningún registro de nadie que escapara con su descripción que hubiera salido de la estación en sus transportes locales.

—¿Y qué sucedió luego?

—Se acabó el tiempo —respondió el almirante Vorpatril—. Las reparaciones de la Idris concluyeron. Hubo presiones —miró a Molino sin afecto—, para que dejáramos la Estación Graf y continuáramos con la ruta planeada. Yo… yo no dejo a mis hombres abandonados si puedo evitarlo.

—Económicamente, no tenía sentido supeditar toda la flota a un solo hombre —dijo Molino, entre dientes—. Podría haber dejado una nave ligera o incluso un pequeño grupo de investigadores para estudiar el asunto, que nos siguieran cuando terminaran, y dejar que el resto continuara.

—También tengo órdenes estrictas de no dividir la flota —dijo Vorpatril, la mandíbula tensa.

—Pero no hemos sufrido ningún intento de piratería en este sector desde hace décadas —argumentó Molino. Miles advirtió que estaba siendo testigo de la enésima ronda de un debate interminable.

—No desde que Barrayar les proporcionó escolta militar gratis —dijo Vorpatril con falsa cordialidad—. Extraña coincidencia, ésa —su voz se hizo más firme—. Yo no abandono a mis hombres. Lo juré en la debacle de Escobar, cuando era un alférez barbilampiño —miró a Miles—. A las órdenes de su padre, por cierto.

Uf… Aquello podía significar problemas… Miles dejó que sus cejas se alzaran, mostrando curiosidad.

—¿Cuál fue su experiencia allí, señor?

Vorpatril hizo una mueca al recordarlo.

—Yo era un piloto inexperto en una lanzadera de combate que quedó huérfana cuando los escobarianos enviaron al infierno a nuestra nave madre en la órbita. Supongo que si hubiéramos conseguido llegar durante la retirada nos habrían volado con ella, pero qué más da. Sin ningún sitio donde atracar, sin ningún sitio al que huir, ni siquiera las pocas naves supervivientes que tenían un punto de atraque abierto se detuvieron por nosotros, con un par de centenares de hombres a bordo incluyendo a los heridos… Fue una auténtica pesadilla, déjeme que se lo diga.

A Miles le pareció que el almirante había estado a punto de añadir un «hijo» al final de la última frase.

—No estoy seguro de que al almirante Vorkosigan le quedaran muchas posibilidades cuando heredó el mando de la invasión tras la muerte del príncipe Serg —dijo Miles con cautela.

—Oh, claro que no —reconoció Vorpatril, haciendo otro gesto con la mano—. No estoy diciendo que el hombre no hiciera todo lo que pudo con lo que tenía. Pero no pudo hacerlo todo, y yo estuve entre los sacrificados. Pasé casi un año en un campamento de prisioneros escobariano antes de que las negociaciones pudieran devolverme por fin a casa. Los escobarianos no hicieron que fueran unas vacaciones, se lo aseguro.

«Podría haber sido peor. Podrías haber sido una prisionera de guerra escobariana en uno de nuestros campamentos.» Miles decidió no sugerirle al almirante este ejercicio de imaginación por ahora.

—Imagino que no.

—Lo único que estoy diciendo es que sé lo que es verte abandonado, y no permitiré que eso les ocurra a mis hombres por cualquier motivo trivial.

Su mirada al consignatario dejó claro que no consideraba que la pérdida de los beneficios corporativos komarreses tuviera el peso suficiente para violar este principio.

—Los acontecimientos demostraron… —vaciló, y volvió a formular la frase—. Durante un tiempo, pensé que los acontecimientos me daban la razón.

—Durante un tiempo —repitió Miles—. ¿Ya no?

—Ahora… bueno… lo que sucedió a continuación fue bastante… bastante preocupante. Hubo un movimiento no autorizado de una compuerta de personal en la bodega de carga de la Estación Graf que está junto al lugar donde estaba atracada la Idris. Sin embargo, no se avistó ninguna nave ni cápsula personal… Los sellos del tubo no estaban activados. Para cuando el guardia de seguridad de la Estación llegó allí, la bodega estaba vacía. Pero había bastante sangre en el suelo y signos de que habían arrastrado algo hasta la compuerta. La sangre, en las pruebas, resultó ser de Solian. Parecía que estaba intentando regresar a la Idris y alguien lo empujó.

—Alguien que no dejó huellas de pisadas —añadió Brun ominosamente.

Ante la mirada inquisitiva de Miles, Vorpatril se explicó:

—En las zonas de gravedad donde viven los planetarios, los cuadrúmanos se trasladan en pequeños flotadores personales. Los manejan con las manos inferiores, dejando libres sus brazos superiores. No hay huellas de pisadas. No tienen pies, tampoco.

—Ah, sí. Comprendo —dijo Miles—. Sangre, pero ningún cuerpo… ¿Se ha encontrado algún cadáver?

—Todavía no —respondió Brun.

—¿Se ha buscado?

—Oh, sí. En todas las trayectorias posibles.

—Supongo que se les habrá ocurrido que un desertor podría intentar simular su propio asesinato o suicidio, para librarse de ser perseguido.

—Podría haber pensado eso —dijo Brun—, pero vi el suelo de la bodega de carga. Nadie podría perder tanta sangre y vivir. Debía de haber tres o cuatro litros como mínimo.

Miles se encogió de hombros.

—El primer paso en una preparación criónica de emergencia es quitarle la sangre al paciente y sustituirla por criofluido. Eso puede dejar fácilmente varios litros de sangre en el suelo, y la víctima…, bueno, vivir potencialmente.

Había tenido una experiencia personal del proceso, o eso le habían dicho Elli Quinn y Bel Thorne después, en aquella misión de la Flota de los Dendarii Libres que salió desastrosamente mal. Cierto, no recordaba esa parte, a pesar de la vívida descripción de Bel.

Brun alzó las cejas.

—No había pensado en eso.

—Se me acaba de ocurrir —dijo Miles, como pidiendo disculpas. «Podría enseñarte las cicatrices.»

Brun frunció el ceño, y luego negó con la cabeza.

—No creo que hubiera habido tiempo antes de que los miembros de seguridad de la Estación llegaran al lugar.

—¿Aunque hubiera una criocámara portátil preparada?

Brun abrió la boca y luego la volvió a cerrar. Finalmente, dijo:

—Es un planteamiento complicado, señor.

—No insisto —dijo Miles tranquilamente. Consideró el otro extremo del proceso de criorresurrección—. Pero me gustaría señalar que hay otras explicaciones para varios litros de sangre fresca de una persona, además del cadáver de la víctima. Como un laboratorio de resurrección o un sintetizador hospitalario. El producto sin duda aparecería en un estudio de ADN. Ni siquiera se podría considerar un falso positivo, exactamente. Pero un laboratorio de bioforenses detectaría la diferencia. Los rastros de biofluido también serían obvios, si a alguien se le ocurriera buscarlos. Odio las pruebas circunstanciales —añadió con tristeza—. ¿Quién hizo la comprobación de la sangre?

Brun se agitó, incómodo.

—Los cuadrúmanos. Les entregamos el escáner del ADN de Solian en cuanto desapareció. Pero el oficial de relaciones de seguridad de la Rudra ya había llegado entonces: estaba allí en la bodega, observando a sus técnicos. Me informó en cuanto el analizador avisó de que la sangre encajaba. Por eso me acerqué a verlo con mis propios ojos.

—¿Recogió otra muestra para hacer una segunda comprobación?

—Yo… creo que sí. Puedo preguntarle al cirujano de la flota si recibió una muestra antes de que, hum, los acontecimientos nos desbordaran.

El almirante Vorpatril parecía desagradablemente sorprendido.

—Pensé que el pobre Solian había sido asesinado. Por algún… —guardó silencio.

—No me parece que esa hipótesis pueda descartarse todavía —lo consoló Miles—. En cualquier caso, usted lo pensó sinceramente en ese momento. Que su cirujano examine las muestras más concienzudamente, por favor, y que me informe.

—¿Y a Seguridad de la Estación Graf también?

—Ah… mejor que no.

Aunque los resultados fueran negativos, la investigación sólo serviría para levantar más sospechas de los cuadrúmanos respecto a los de Barrayar. Y si eran positivos… Miles quería pensárselo primero.

—En cualquier caso, ¿qué pasó luego?

—El hecho de que Solian fuera el encargado de seguridad de la Flota hace que su asesinato… su aparente asesinato, resulte especialmente siniestro —admitió Vorpatril—. ¿Intentaba regresar a la nave con algún tipo de advertencia? No podíamos saberlo. Así que cancelé todos los permisos, pasé a estado de alerta, y ordené que todas las naves se alejaran de los puntos de atraque.

—Sin ninguna explicación del porqué —intervino Molino.

Vorpatril se lo quedó mirando.

—Durante una alerta, un comandante no se para a explicar sus órdenes. Espera que sean obedecidas al instante. Además, por la manera en que ustedes se habían estado comportando, quejándose por los retrasos, no me pareció que tuviera necesidad de repetirme. —Un músculo dio un tirón en su mejilla; inspiró, y regresó a su narración—. En este punto, sufrimos una especie de ruptura de comunicaciones.

«Aquí viene la pantalla de humo, por fin.»

—Teníamos entendido que una patrulla de seguridad compuesta por dos hombres y enviada a reemplazar a un oficial que se retrasaba en presentarse…

—¿El alférez Corbeau?

—Sí. Corbeau. Teníamos entendido, en ese momento, que la patrulla y el alférez fueron atacados, desarmados y detenidos por los cuadris. La verdadera historia, tal como se vio más tarde, fue más compleja, pero eso fue lo que tuve que dilucidar mientras trataba de sacar a nuestro personal de la Estación Graf y prepararme para cualquier contingencia hasta la evacuación inmediata del espacio local.

Miles se inclinó hacia delante.

—¿Creyó que eran unos cuadris cualesquiera los que atraparon a sus hombres o entendió que eran de Seguridad de la Estación?

A Vorpatril no llegaron a rechinarle los dientes, pero casi. A pesar de todo, respondió:

—Sí, sabíamos que eran de seguridad.

—¿Le pidió consejo a su oficial jurídico?

—No.

—¿Ofreció voluntariamente su consejo el alférez Deslaurier?

—No, milord —consiguió susurrar Deslaurier.

—Ya veo. Continúe.

—Le ordené al capitán Brun que enviara una patrulla de asalto en represalia; tres hombres para controlar una situación que consideré letalmente peligrosa para el personal de Barrayar.

—Armados con algo más que aturdidores, tengo entendido.

—No podía pedir a mis hombres que se enfrentaran a tantos sólo con aturdidores, milord —dijo Brun—. ¡Hay un millón de mutantes de esos ahí fuera!

Miles enarcó las cejas.

—¿En la Estación Graf? Creí que la población residente estaba en torno a los cincuenta mil. Civiles.

Brun hizo un gesto impaciente.

—Un millón contra doce, cincuenta mil contra doce… No importa, necesitaban armas de disuasión. Mi patrulla de rescate necesitaba entrar y salir lo más rápidamente posible tras tratar con la mínima resistencia o los mínimos argumentos posibles. Los aturdidores son inútiles como armas de intimidación.

—Un argumento con el que estoy familiarizado. —Miles se echó hacia atrás y se frotó los labios—. Adelante.

—Mi patrulla llegó al lugar donde nuestros hombres estaban siendo retenidos…

—El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf, ¿no es así? —interrumpió Miles.

—¿Sí?

—Dígame… En todo el tiempo que la flota lleva aquí, ¿ninguno de sus hombres de permiso ha tenido ningún encontronazo con los de seguridad de la Estación? ¿Ningún borracho, ningún desorden, ninguna violación de seguridad, nada?

Brun, con cara de que le estuvieran sacando las palabras de la boca con tenazas dentales, dijo:

—Tres hombres fueron arrestados por los agentes de seguridad de la Estación la semana pasada por hacer carreras de sillas flotantes de manera peligrosa mientras estaban borrachos.

—¿Y qué les sucedió? ¿Cómo resolvió el asunto el consejero legal de su flota?

—Se pasaron unas cuantas horas encerrados —murmuró el alférez Deslaurier—, luego me encargué de que pagaran sus multas y me comprometí ante el magistrado de la Estación a que serían confinados a sus habitaciones durante el resto de nuestra estancia.

—¿Entonces estaban familiarizados con los procedimientos estándar para recuperar a los hombres de cualquier contratiempo que pudieran haber tenido con las autoridades de la Estación?

—Esta vez no estaban borrachos ni hubo desórdenes. Se trataba de nuestras propias fuerzas de seguridad cumpliendo con su deber —dijo Vorpatril.

—Continúe —suspiró Miles—. ¿Qué sucedió con su patrulla?

—Sigo sin tener informes de primera mano, milord —dijo Brun, envarado—. Los cuadris sólo han dejado que un oficial médico desarmado los visitara en el lugar donde están confinados. Hubo un intercambio de disparos, fuego de plasma y de aturdidores, dentro del Puesto de Seguridad Número Tres. Los cuadris asaltaron a montones el lugar, y nuestros hombres, superados, fueron hechos prisioneros.

Los «montones» de cuadris incluían, cosa bastante lógica desde el punto de vista de Miles, a la mayoría de las brigadas de bomberos profesionales y voluntarios de la Estación Graf. «Fuego de plasma. En una estación espacial civil. Oh, me duele la cabeza.»

—Bien —dijo Miles en voz baja—, después de disparar contra la central de policía y prender fuego al lugar, ¿qué nos faltaba para rematar la faena?

El almirante Vorpatril apretó los dientes brevemente.

—Me temo que, cuando las naves komarresas atracadas no obedecieron mis órdenes de urgencia para desamarrar y permitieron en cambio quedarse atrapadas, perdí la iniciativa de la situación. A esas alturas ya había demasiados rehenes en manos de los cuadris, los capitanes-propietarios independientes komarreses pasaron por completo de obedecer mis órdenes, y la propia milicia de los cuadrúmanos, tal como suena, consiguió rodearnos. Permanecimos en una situación de equilibrio durante dos días enteros. Luego se nos ordenó que nos retiráramos y esperásemos su llegada.

«Gracias a los dioses.» La inteligencia militar no andaba muy lejos de la estupidez militar. Pero ser medio estúpidos y saber parar era algo realmente raro. Vorpatril merecía algo de crédito por eso, al menos.

—No teníamos muchas opciones a esas alturas —intervino Brun, sombrío—. No podíamos amenazar con volar la estación con nuestras propias naves atracadas.

—No podrían haber volado la estación en ningún caso —señaló Miles con suavidad—. Habría sido un asesinato en masa. Una orden criminal. El Emperador lo habría mandado fusilar.

Brun dio un respingo, y se calló.

Vorpatril apretó los labios.

—¿El Emperador, o usted?

—Gregor y yo habríamos lanzado una moneda al aire para ver quién lo hacía primero. —Se hizo el silencio—. Afortunadamente —continuó Miles—, parece que los ánimos se han enfriado por aquí. Le doy las gracias por eso, almirante Vorpatril. Podría añadir que los destinos de sus respectivas carreras son asunto de ustedes y de su mando de operaciones.

«A menos que consigan que llegue tarde al nacimiento de mis primeros hijos, en cuyo caso será mejor que empiecen a buscar un agujero bien profundo.»

—Mi trabajo es librar de los cuadris a tantos súbditos del Emperador como sea posible, al precio más bajo que pueda. Si tengo suerte, cuando haya acabado, nuestras flotas comerciales podrán atracar de nuevo aquí algún día. Por desgracia, me han dado ustedes una mano de cartas especialmente difícil en esta partida. Sin embargo, veré qué puedo hacer. Quiero copias de todas las transcripciones relacionadas con estos últimos acontecimientos para revisarlas, por favor.

—Sí, milord —gruñó Vorpatril—. Pero —su voz se volvió casi angustiada—, ¡seguimos sin saber qué ha sido del teniente Solian!

—Dedicaré a esa cuestión toda mi atención también, almirante. —Miles lo miró a los ojos—. Se lo prometo.

Vorpatril asintió brevemente.

—¡Pero, lord Auditor Vorkosigan! —intervino con apremio el consignatario Molino—. Las autoridades de la Estación Graf intentan multar a nuestras naves komarresas por los daños causados por las tropas de Barrayar. Tiene que quedarles claro que sólo los militares son responsables de esta… actividad criminal.

Miles vaciló un largo instante.

—Qué suerte para usted, consignatario —dijo por fin—, que en el caso de un ataque auténtico, lo contrario no fuera cierto.

Dio un golpecito a la mesa y se puso en pie.

3

Miles se puso de puntillas para asomarse a la portilla junto a la escotilla de personal de la Kestrel mientras la nave maniobraba hacia el punto de atraque asignado. La Estación Graf era una enorme amalgama, un aparente caos de diseño, cosa que no resultaba sorprendente en una instalación que llevaba tres siglos expandiéndose. Enterrado en el núcleo de la retorcida estructura había un pequeño asteroide metálico, vaciado para conseguir espacio y el material empleado en los edificios del más antiguo de los muchos hábitats de los cuadrúmanos. También en algún lugar de sus secciones más internas todavía podían verse, según las guías-vid, los elementos de la nave de salto desmontada y reconfigurada en la que la primera banda de endurecidos pioneros cuadris había realizado su histórico viaje hasta aquel refugio.

Miles se apartó e indicó a Ekaterin que se asomara a mirar. Reflexionó sobre la astrografía política del cuadrispacio, o más bien, como se denominaba formalmente, la Unión de Hábitats Libres. Desde aquel punto de partida, los grupos de cuadris habían construido colonias en ambas direcciones por todo el interior de los dos anillos de asteroides que hacían el sistema tan atractivo para sus antepasados. Varias generaciones y un millón de esfuerzos más tarde, los cuadrúmanos ya no corrían peligro de quedarse sin espacio, energía ni materiales. Su población podía extenderse tan rápidamente como quisieran construir.

Sólo un puñado de sus muchos hábitats dispersos mantenían zonas con gravedad artificial para los humanos con piernas, ya fueran visitantes o residentes, o para tratar con foráneos. La Estación Graf aceptaba a los galácticos y su comercio, como hacían las arcologias orbitales llamadas Metropolitan, Santuario, Minchenko y Union Station. Esta última era la sede del Gobierno cuadrúmano, una variante de representación democrática de abajo arriba basada, según tenía entendido Miles, en el grupo de trabajo como unidad primaria. Esperó por Dios santo no tener que acabar negociando con un comité.

Ekaterin echó un vistazo y, con una sonrisa nerviosa, indicó a Roic que mirara también. Roic agachó la cabeza y apretó la nariz contra la portilla, lleno de curiosidad. Éste era el primer viaje de Ekaterin fuera del imperio de Barrayar, y la primera aventura de Roic fuera de Barrayar. Miles dio las gracias a sus costumbres levemente paranoicas por haberlos hecho pasar por un cursillo intensivo sobre el espacio y los procedimientos de caída libre y seguridad antes de sacarlos del planeta. Había tirado de los hilos para conseguir acceso a las instalaciones de la academia militar, aunque en una semana libre entre clases, para que recibieran una versión a medida del largo curso que los otros camaradas más viejos de Roic habían recibido como parte de la rutina de su antiguo entrenamiento en el Servicio Imperial.

Ekaterin se sintió enormemente alarmada cuando Miles la invitó (persuadió; bueno, la empujó) para que se uniera al guardaespaldas en la escuela orbital: intimidada al principio, agotada y al borde del motín a medio camino, orgullosa y satisfecha al final. Con los pasajeros, cuando había problemas de presurización, el método habitual era meter a los clientes de pago en burbujas llamadas unicápsulas donde tenían que esperar pacientemente a que llegara el rescate. Miles se había visto atrapado en esas cápsulas alguna que otra vez. Había jurado que ningún hombre, y sobre todo ninguna esposa suya, volvería a verse tan artificialmente indefenso en una emergencia. Todo su grupo viajaba con los trajes especiales siempre a mano. Lamentablemente, Miles había dejado su propia armadura de batalla en el almacén…

Roic se apartó de la portilla, con aspecto especialmente estoico y leves arrugas verticales de preocupación entre sus cejas.

—¿Ha tomado todo el mundo sus píldoras contra el mareo? —preguntó Miles.

Roic asintió inmediatamente.

—¿Has tomado tú las tuyas? —preguntó Ekaterin.

—Oh, sí. —Miles contempló su sencilla túnica civil de color gris y sus pantalones—. Antes tenía un biochip muy útil en el nervio vago que me impedía perder el almuerzo en caída libre, pero lo perdí con el resto de mis tripas en aquel desagradable encuentro con la granada de agujas. Tendría que reponerlo un día de estos…

Miles avanzó un paso y echó otro vistazo. La estación había crecido hasta ocultar la mayor parte de la visión.

—Bien, Roic. Si algún cuadri de visita en Hassadar molestara lo suficiente para ganarse una visita a la cárcel de la Guardia Municipal, y luego un puñado más de cuadris aparecieran e intentaran sacarlos por la fuerza con armas militares, y destruyeran el lugar y quemaran a algunos de tus camaradas, ¿qué pensarías de los cuadrúmanos en ese caso?

—Hum… No los valoraría muy positivamente, milord. —Roic hizo una pausa—. Estaría bastante molesto, en realidad.

—Es lo que me figuraba —Miles suspiró—. Bueno, allá vamos.

Sonaron golpes metálicos mientras la Kestrel se posaba suavemente y las abrazaderas de atraque se situaban con fuerza en su sitio. El flexotubo gimió, buscando su sello, guiado por el jefe de máquinas de la Kestrel en los controles de la escotilla, y luego se selló con un chasquido.

—Todo listo, señor —informó el ingeniero jefe.

—Muy bien, chicos, vamos de desfile —murmuró Miles, e hizo un gesto a Roic.

El guardaespaldas asintió y salió por la compuerta; al cabo de un instante, llamó:

—Listo, señor.

Todo estaba, si no bien, bastante aceptable. Miles recorrió el flexotubo con Ekaterin detrás. Miró por encima del hombro mientras flotaba hacia delante. Ella estaba esbelta y arrebatadora con la túnica roja y las calzas negras, el pelo recogido en una sofisticada trenza. La gravedad cero tenía un efecto encantador en la anatomía femenina bien desarrollada que era mejor no hacerle ver a Ekaterin, según decidió Miles. Como movimiento de apertura, aquel primer contacto con la Estación Graf en la sección de gravedad cero estaba claramente calculado para desequilibrar a los visitantes y recalcar de quién era este espacio. De haber querido ser amables, los cuadris los hubieran recibido en una de las secciones con gravedad.

La compuerta de la Estación se abrió dando paso a una espaciosa bodega cilíndrica cuya simetría radial ignoraba tranquilamente los conceptos de «arriba» y «abajo». Roic flotó con una mano en el asidero situado junto a la escotilla, la otra cuidadosamente apartada de su canana. Miles dobló el cuello para ver la media docena de cuadrúmanos, hombres y mujeres, con semiarmaduras paramilitares y flotando en posiciones de fuego cruzado por toda la bodega. Llevaban las armas al hombro, enmascarando la amenaza con formalidad. Brazos inferiores, más gruesos y más musculosos que los superiores, emergían de sus caderas. Ambos pares de brazos estaban protegidos por deflectores de plasma. A Miles no se le escapó que aquella gente podía disparar y recargar al mismo tiempo. Qué interesante, aunque dos llevaban la insignia de seguridad de la Estación Graf, el resto llevaba uniforme y placa de la Milicia de la Unión.

Impresionante fachada, pero no eran las personas que quería ver. Se dirigió a los tres cuadris y al planetario con piernas que esperaban directamente frente a la escotilla. Sus expresiones levemente molestas, cuando advirtieron su aspecto no demasiado impresionante, fueron rápidamente suprimidas en tres de los cuatro rostros.

El oficial de seguridad de mayor grado de la Estación Graf era rápidamente reconocible por su uniforme, sus armas y su expresión. Otro cuadri varón de mediana edad también llevaba una especie de uniforme estacionario, azul pizarra, de estilo conservador diseñado para tranquilizar a la gente. Una cuadri de pelo blanco iba vestida con un jubón más recargado de terciopelo marrón con las mangas superiores con tajos de los que sobresalía un tejido plateado de seda, bombachos cortos a juego y mangas inferiores estrechas. El planetario también llevaba el uniforme azul pizarra, pero con pantalones y botas de fricción. El pelo corto y grisáceo flotaba alrededor de la cabeza que se volvió hacia Miles.

Miles se atragantó, tratando de no maldecir en voz alta.

«Dios mío. Es Bel Thorne.» ¿Qué demonios estaba haciendo aquí el ex mercenario hermafrodita betano? La contestación llegó por sí sola en cuanto se formuló la pregunta. «Bien. Ahora sé quién es nuestro observador de SegImp en la Estación Graf.» Cosa que, bruscamente, elevó la fiabilidad de los informes a un nivel altísimo… ¿o no? La sonrisa de Miles se congeló, ocultando, esperaba, su súbito desconcierto mental.

La mujer del pelo blanco estaba hablando en un tono muy gélido… Una parte de la mente de Miles la catalogó automáticamente como la persona de rango más alto y más vieja presente.

—Buenas tardes, lord Auditor Vorkosigan. Bienvenido a la Unión de Hábitats Libres.

Miles, guiando todavía con una mano a una parpadeante Ekaterin hacia la bodega, consiguió asentir amablemente como respuesta. Dejó la segunda agarradera para que Ekaterin se sujetara, y consiguió mantenerse en el aire sin dar un giro, el lado derecho hacia arriba en relación con la mujer cuadrúmana.

—Gracias —contestó con voz neutra. «Bel, ¿qué demonios…? Hazme una señal, maldita sea.»

El hermafrodita respondió a su mirada interrogativa con frío desinterés y, como quien no quiere la cosa, alzó una mano para rascarse la nariz, haciendo una señal, tal vez. «Espera…»

—Soy la Selladora jefa Greenlaw —continuó la mujer cuadri—, y he sido asignada por mi gobierno para recibirlo a usted y proporcionar arbitrio entre ustedes y sus víctimas en la Estación Graf. Éste es el jefe Venn, de personal de seguridad de la Estación Graf; el jefe Watts es el supervisor de Relaciones Planetarias de la Estación Graf, y el práctico Bel Thorne.

—Cómo están ustedes, señora, señores, honorable herm —continuó la boca de Miles en piloto automático. Estaba demasiado desconcertado por la presencia de Bel para tomar nota de algo más que de aquel «sus víctimas», de momento—. Permítanme presentarles a mi esposa, lady Ekaterin Vorkosigan, y a mi ayudante personal y hombre de armas, Roic.

Todos los cuadris miraron con mala cara a Roic. Pero ahora le tocó a Bel el turno de sorprenderse al mirar con súbita atención a Ekaterin. Un aspecto puramente personal de toda la situación se abrió paso entonces en la mente de Miles, cuando cayó en la cuenta de que dentro de muy poco, muy probablemente, iba a verse en la desagradable situación de tener que presentar su nueva esposa a su antiguo enamorado. No es que la pasión que Bel tan a menudo había expresado por él hubiera sido consumada, exactamente, para su retrospectivo pesar…

—Práctico Thorne, ah… —Miles advirtió que estaba buscando dónde agarrarse en más de un sentido. Su voz se animó al preguntar—: ¿Nos conocemos?

—Creo que no nos habíamos visto hasta ahora, lord Auditor Vorkosigan, no —contestó Bel; Miles esperó haber sido el único en detectar el leve énfasis en su nombre y título barrayarés en aquel familiar acento agudo.

—Ah —Miles vaciló. «Ahora dame un pie, una frase, algo…»—. Mi madre es betana, ¿sabe?

—Qué coincidencia —dijo Bel tranquilamente—. La mía también.

«¡Bel, maldición!»

—He tenido el placer de visitar la Colonia Beta varias veces.

—Yo no he vuelto más que una vez en décadas —la débil luz del notablemente vil sentido del humor de Bel se difuminó en los ojos marrones, y el herm continuó diciendo—: Me gustaría oír cosas acerca de la vieja caja de arena.

—Será un placer —respondió Miles, rezando para que la conversación pareciera diplomática y no críptica. «Pronto, pronto, joder, Pronto.» Bel le devolvió un cordial gesto con la cabeza.

La mujer cuadrúmana indicó el fondo de la bodega con su mano derecha superior.

—Si nos acompañan, por favor, a la sala de conferencias, lord y lady Vorkosigan, soldado Roic.

—Por supuesto, Selladora Greenlaw.

Miles le dirigió un leve gesto cortés de «después de usted, señora» en el aire y luego se irguió para poner un pie en la pared e impulsarse tras ella. Ekaterin y Roic los siguieron. Ekaterin llegó y frenó en la puerta estanca redonda con gracia razonable, aunque Roic aterrizó de lado, con un golpe audible. Había empleado demasiada energía para impulsarse, pero Miles no podía detenerse para indicarle unos cuantos truquitos. Ya los pillaría pronto, o se rompería un brazo. La siguiente serie de pasillos tenía suficientes asideros. Los planetarios mantuvieron el ritmo de los cuadris, que los precedían y seguían; para secreta satisfacción de Miles, ninguno de los guardias tuvo que detenerse y recoger a ningún barrayarés que girara fuera de control o flotara indefenso a la deriva.

Por fin llegaron a una cámara desde la que se veía una amplia panorámica de un brazo de la estación y del profundo vacío cuajado de estrellas situado más allá. Cualquier planetario que sufriera de un poquitín de agorafobia o de paranoia de presurización sin duda preferiría agarrarse a la pared del lado opuesto. Miles flotó suavemente hasta la barrera transparente, deteniéndose con dos dedos delicadamente extendidos, y contempló el paisaje espacial. Sonrió, contra su voluntad.

—Es muy bonito —dijo sinceramente.

Miró en derredor. Roic había encontrado un asidero en la pared, cerca de la puerta, torpemente compartido con la mano inferior de un guardia cuadri que se lo quedó mirando mientras los dos apartaban los dedos intentando cada uno de ellos no tocar al otro. La mayor parte de la guardia de honor se había desgajado en el pasillo adjunto y sólo quedaban dos hombres, uno de la Estación Graf y otro de la Unión, aunque alerta. En las paredes del extremo de la cámara crecían plantas decorativas en tubos espirales iluminados que envolvían sus raíces en una bruma hidropónica. Ekaterin se detuvo junto a una, examinando con atención las hojas multicolores. Desvió su atención y su breve sonrisa desapareció al observar a Miles, al observar a sus anfitriones cuadrúmanos, al buscar pistas. Su mirada cayó casualmente sobre Bel, quien a su vez observaba a Miles. La expresión del herm era… bueno, cualquiera hubiese dicho que neutra, probablemente. Miles sospechaba que era profundamente irónica.

Los cuadris se situaron en semicírculo alrededor de la placa vid central, Bel cerca de su camarada vestido de azul pizarra, el jefe Watts. Puestos arqueados de diferentes alturas formaban el tipo de control de enlace de comunicaciones que normalmente se encontraba en los sillones de la estación; con aspecto de flores de largo tallo, proporcionaban adecuados puntos de atraque. Miles escogió un puesto de espaldas al espacio. Ekaterin se acercó flotando y se situó detrás de él. Había adoptado su actitud silenciosa y reservada, que Miles había tenido que aprender a no interpretar como infeliz; tal vez sólo significaba que estaba procesando datos con demasiada concentración para acordarse de mostrarse animada. Por fortuna, la expresión tallada en marfil también resultaba aristocrática.

Un par de cuadris más jóvenes, por cuyos atuendos formados por camisa y pantalones cortos de color verde Miles identificó como sirvientes, ofrecieron burbujas con bebidas; Miles tomó algo que decía ser té, Ekaterin zumo de frutas, y Roic, con una mirada a sus homólogos cuadris a los que no ofrecieron nada, declinó. Un cuadrúmano podía agarrarse a un asidero y sostener una burbuja de bebida, y aún le quedaban dos manos libres para desenfundar un arma y apuntar con ella. No parecía equitativo.

—Selladora jefa Greenlaw —empezó a decir Miles—. Debe de haber recibido mis credenciales. —Ella asintió, su pelo corto y fino flotando en un halo revuelto con el movimiento—. Por desgracia, no estoy demasiado familiarizado con el contexto cultural y el significado de su título —continuó Miles—. ¿En nombre de quién habla, y están sus palabras ligadas por un juramento de honor? Es decir, ¿representa usted a la Estación Graf, a un departamento de la Unión de Hábitats Libres o a una entidad aún más grande? ¿Y quién revisa sus recomendaciones o sanciona sus acuerdos?

«¿Y cuánto tiempo tardan?»

Ella vaciló, y Miles se preguntó si lo estaba estudiando con la misma intensidad con que él la había estudiado. Los cuadrúmanos vivían aún más que los betanos, que tenían una media de edad de ciento veinte años estándar, y podían alcanzar el siglo y medio. ¿Qué edad tenía aquella mujer?

—Soy Selladora del Departamento de Relaciones Planetarias de la Unión. Creo que algunas culturas planetarias lo considerarían un ministro plenipotenciario de su Departamento de Estado, o como se llame el cuerpo que administre sus embajadas. He servido al departamento durante los últimos cuarenta años, realizando viajes como consejera aprendiz y experta para la Unión en ambos de nuestros sistemas fronterizos.

Los vecinos cercanos del cuadrispacio se hallaban a unos cuantos saltos de distancia de las rutas más transitadas; estaba diciendo que había pasado tiempo en los planetas. «Y, de paso, que lleva haciendo este trabajo desde antes de que yo naciera.» Si no era de esas personas que piensan que cuando has visto un planeta los has visto todos, aquello era prometedor. Miles asintió.

—Mis recomendaciones y acuerdos serán revisados por mi grupo de trabajo en Union Station… el Consejo de Directores de la Unión de Hábitats Libres.

Bueno, así que había un comité, pero felizmente no estaba allí. Miles la consideró más o menos el equivalente a un ministro barrayarés del Consejo, por encima de su propio peso como Auditor Imperial. Cierto, los cuadris no tenían nada en su estructura gubernamental que fuera equivalente a un conde de Barrayar, aunque no parecían tener nada que perder con ello. Miles reprimió un bufido. A una capa de la cima, Greenlaw tenía un número finito de personas a las que complacer o persuadir. Se permitió el primer atisbo de esperanza ante una negociación razonablemente flexible.

Ella alzó las blancas cejas.

—Dijeron que era usted la Voz del Emperador. ¿De verdad creen los barrayareses que la voz de su Emperador sale por su boca, a través de todos estos años-luz?

Miles lamentó no poder echarse hacia atrás en ninguna silla; en cambio, enderezó un poco la espalda.

—El nombre es un recurso legal, no una superstición, si es eso lo que pregunta. De hecho, ser Voz del Emperador es un apodo para mi trabajo. Mi verdadero título es Auditor Imperial: un recordatorio de que mi primera tarea es siempre escuchar. Respondo por y ante el Emperador Gregor exclusivamente.

Parecía un buen momento para evitar referirse a complicaciones como una potencial moción de censura del Consejo de Condes y otras medidas al estilo de Barrayar. «Como el asesinato.»

El oficial de seguridad Venn intervino.

—Entonces, ¿controla usted o no controla a las fuerzas militares de Barrayar que están aquí, en el espacio de la Unión?

Evidentemente conocía lo bastante a los soldados barrayareses y le costaba imaginar al pequeño ser encorvado que flotaba ante él dominando al tozudo Vorpatril o a sus sin duda grandes y sanos soldados.

«Sí, pero deberías ver a mi padre…» Miles se aclaró la garganta.

—Como el Emperador es el comandante en jefe del Ejército de Barrayar, su Voz es automáticamente el oficial de más alto rango de cualquier fuerza barrayaresa que tenga cerca, sí. Si la emergencia lo requiere.

—Entonces, ¿está diciendo que, si usted lo ordenara, estos tipejos dispararían? —dijo Venn agriamente.

Miles consiguió inclinar levemente la cabeza en su dirección, cosa nada fácil en caída libre.

—Señor, si una Voz del Emperador lo ordenara, se dispararían a sí mismos.

Aquello era una pura baladronada (bueno, en parte), pero Venn no tenía por qué saberlo. Bel continuó con expresión impasible, gracias a los dioses que flotaban por allí, aunque Miles casi pudo ver la risa atragantándosele. «Que no te estallen los oídos, Bel.» Las cejas blancas de la Selladora tardaron un instante en volver a bajar a la posición horizontal.

Miles continuó hablando:

—Sin embargo, aunque no es difícil que un grupo se ponga lo suficientemente nervioso para empezar a disparar, uno de los propósitos de la disciplina militar es asegurar que deja de disparar si se le ordena. Éste no es momento de disparar, sino de hablar… y de escuchar. Estoy escuchando. —Cruzó los dedos delante de lo que había sido su regazo, de estar sentado—. Desde su punto de vista, ¿cuál fue la secuencia de acontecimientos que llevó a este desafortunado incidente?

Greenlaw y Venn empezaron a hablar a la vez; la mujer cuadri abrió una mano superior en gesto de invitación al oficial de seguridad.

Venn asintió y continuó.

—Empezó cuando mi departamento recibió una llamada de emergencia para detener a un par de hombres suyos que habían atacado a una mujer cuadrúmana.

Ah, un nuevo actor en escena. Miles mantuvo la expresión neutral.

—¿Atacada en qué sentido?

—Irrumpieron en sus habitaciones, la sacudieron, la golpearon y le rompieron un brazo. Evidentemente habían sido enviados a perseguir a cierto oficial de Barrayar que no se había presentado al servicio…

—Ah. ¿El alférez Corbeau?

—Sí.

—¿Y estaba en las habitaciones de ella?

—Sí…

—¿Por invitación de ella?

—Sí. —Venn hizo una mueca—. Parece que, hum, se habían hecho amigos. Garnet Cinco es una de las principales bailarinas de la Troupe Memorial Minchenko, que representa ballets en cero-ge para los residentes de la Estación y los visitantes planetarios. —Venn tomó aire—. No está claro del todo quién fue a defender a quién cuando la patrulla barrayaresa vino a recoger a su oficial retrasado, pero degeneró en reyerta. Arrestamos a todos los planetarios y los llevamos al Puesto de Seguridad Número Tres para averiguarlo.

—Por cierto —intervino la Selladora Greenlaw—, su alférez Corbeau ha solicitado hace poco asilo político en la Unión.

Esto también era nuevo.

—¿Hace cuánto de poco?

—Esta mañana. Cuando se enteró de que venía usted.

Miles vaciló. Podía imaginar una docena de motivos para explicar aquello, desde lo siniestro hasta lo estúpido; no pudo evitar pensar en lo siniestro.

—¿Van a concedérselo ustedes? —preguntó por fin.

Miró al jefe Watts, que hizo un gesto poco comprometedor con una mano inferior y dijo:

—Mi departamento lo ha tomado en consideración.

—Si quiere mi consejo, no le haga ni puñetero caso —gruñó Venn—. No necesitamos a esos tipos aquí.

—Me gustaría entrevistar al alférez Corbeau lo antes posible —dijo Miles.

—Bueno, evidentemente él no quiere hablar con usted —contestó Venn.

—Da igual. Considero que la observación de primera mano y las declaraciones de los testigos son cruciales para comprender correctamente esta compleja cadena de acontecimientos. También necesitaré hablar con los otros… —iba a decir «rehenes», pero sustituyó la palabra— detenidos barrayareses, por el mismo motivo.

—No es tan compleja —dijo Venn—. Un puñado de hampones armados entró a saco en mi estación, violó las costumbres, disparó a docenas de transeúntes inocentes y a varios oficiales de seguridad de la Estación que intentaban cumplir con su deber, trató de llevar a cabo lo que únicamente puede ser definido como una fuga de prisión, y destrozó propiedades. Sus delitos (¡documentados en vid!), van de disparar armas ilegales a resistirse al arresto y al incendio premeditado en zona habitada. Es un milagro que no muriera nadie.

—Eso, desgraciadamente, todavía tiene que ser demostrado —replicó Miles al instante—. El problema es que, desde nuestro punto de vista, el arresto del alférez Corbeau no fue el principio de la secuencia de acontecimientos. El almirante Vorpatril había informado de la desaparición de un hombre bastante antes de eso: el teniente Solian. Según sus testigos y los de ustedes, se encontró una cantidad de sangre suficiente para un cadáver entero en el suelo de una bodega de carga de la Estación Graf. La lealtad militar funciona en dos direcciones: los barrayareses no abandonamos a los nuestros. Muerto o vivo, ¿dónde está el resto del teniente?

A Venn casi le rechinaron los dientes.

—Lo buscamos. No está en la Estación Graf. Su cuerpo no está en el espacio en ninguna trayectoria razonable desde la Estación Graf. Lo comprobamos. Se lo hemos dicho a Vorpatril, repetidamente.

—¿Tan difícil, o tan fácil, es que un planetario desaparezca en el cuadrispacio?

—Si puedo responder a eso —intervino tranquilamente Bel Thorne—, ya que ese incidente afecta a mi departamento.

Greenlaw indicó su asentimiento con una mano inferior, mientras se frotaba simultáneamente el puente de la nariz con una superior.

—Subir y bajar de las naves galácticas está plenamente controlado, no sólo por parte de la Estación Graf, sino también en nuestras delegaciones comerciales del Nexo. Si no imposible, al menos sí es difícil pasar por aduanas y zonas de inmigración sin dejar algún rastro, como mínimo en los monitores vid generales de las zonas. Su teniente Solian no aparece en ninguno de los registros visuales ni informáticos de ese día.

—¿De verdad? —Miles dirigió una mirada a Bel. «¿Es ésta la verdadera historia?»

Bel asintió brevemente. «Sí.»

—De verdad. Ahora, viajar dentro del sistema está mucho menos estrictamente controlado. Es más… factible que alguien vaya de la Estación Graf a otro hábitat de la Unión sin ser advertido. Si esa persona es un cuadrúmano. Sin embargo, cualquier planetario destacaría en la multitud. En este caso se siguieron los procedimientos estándar para personas desaparecidas, incluyendo notificaciones a los departamentos de seguridad de otros hábitats. Nadie ha visto a Solian, ni en la Estación Graf ni en ningún otro hábitat de la Unión.

—¿Cómo explica lo de su sangre en la bodega de carga?

—La bodega de carga está en el lado externo de los puntos de control de acceso a la estación. Mi opinión es que quien creó ese escenario vino de una de las naves atracadas en ese sector y regresó a ella.

Miles advirtió la elección de palabras de Bel: quien creó ese escenario, no quien asesinó a Solian. Naturalmente, Bel estuvo presente en cierta espectacular criopreparación de emergencia…

—Todas esas naves eran de su flota —intervino Venn, irritado—. En otras palabras, trajeron ustedes sus propios problemas consigo. ¡Aquí somos pacíficos!

Miles miró a Bel con el ceño fruncido y, mentalmente, cambió su plan de ataque.

—¿Está muy lejos de aquí la bodega de carga en cuestión?

—Está al otro lado de la Estación —dijo Watts.

—Creo que me gustaría verla, y sus zonas asociadas, antes de entrevistar al alférez Corbeau y a los otros barrayareses. ¿Quizás el práctico Thorne sería tan amable de guiarme por esa instalación?

Bel miró al jefe Watts y obtuvo un gesto de aprobación.

—Me sentiré encantado de hacerlo, lord Vorkosigan —dijo.

—¿Ahora mismo, si es posible? Podríamos utilizar mi nave.

—Eso sería muy eficaz, sí —respondió Bel, los ojos brillando de inteligencia—. Podría acompañarlo.

—Gracias. Eso sería muy satisfactorio. «Buena jugada.»

Ansioso como estaba Miles por largarse y exprimir a Bel en privado, tuvo que sonreír mientras pasaba por más formalidades, incluyendo la presentación oficial de la lista de cargos, costes, fianzas y multas que la fuerza de choque de Vorpatril se había ganado.

Tomó el disco de datos que el jefe Watts le envió delicadamente por el aire y dijo:

—Adviertan, por favor, que no acepto estos cargos. Sin embargo, me los llevaré para revisarlos al completo en cuanto me sea posible.

Unos rostros serios recibieron este pronunciamiento. El lenguaje corporal de los cuadrúmanos era una asignatura en sí misma. Hablar con las manos estaba aquí cuajado de posibilidades. Las manos de Greenlaw eran muy controladas, tanto las superiores como las inferiores. Venn cerraba mucho los puños inferiores, pero claro, había ayudado a rescatar a sus camaradas quemados después del incendio.

La conferencia llegó a su fin sin que se llegara a nada parecido a un acuerdo, cosa que Miles consideró una pequeña victoria para su bando. Se marchó sin comprometerse ni comprometer a Gregor, de momento. No veía todavía la manera de desenmarañar aquel desagradable lío a su favor. Necesitaba más datos, mensajes subliminales, a alguien, algún punto de apoyo que no había divisado todavía. «Tengo que hablar con Bel.»

El cumplimiento de ese deseo, al menos, parecía garantizado. Tras la orden de Greenlaw, la reunión se disolvió, y la guardia de honor escoltó a los barrayareses por los pasillos hasta la bodega donde esperaba la Kestrel.

4

Ante la compuerta de la Kestrel, el jefe Watts llevó aparte a Bel para conversar con él en voz baja mientras agitaba ansiosamente las manos. Bel sacudió la cabeza, hizo gestos tranquilizadores y, finalmente, se dio la vuelta para seguir a Miles, Ekaterin y Roic por el flexotubo hasta la diminuta y ahora abarrotada escotilla de la Kestrel. Roic tropezó y pareció un poco aturdido hasta readaptarse al campo gravitatorio y recuperar el equilibrio. Frunció el ceño, receloso del hermafrodita betano con el uniforme cuadri. Ekaterin le dirigió una subrepticia mirada de curiosidad.

—¿De qué demonios iba todo eso? —le preguntó Miles a Bel mientras la compuerta se cerraba.

—Watts quería que me llevara a un guardaespaldas o dos. Para protegerme de los brutales barrayareses. Le dije que no habría espacio a bordo y que, además, era diplomático, no soldado. —Bel, la cabeza ladeada, le dirigió una mirada indescifrable—. ¿Es así?

—Ahora lo es. Hum… —Miles se volvió hacia el teniente Smolyani, que manejaba los controles de la escotilla—. Teniente, vamos a llevar a la Kestrel al otro lado de la Estación Graf, a otra bodega de atraque. Su control de tráfico lo dirigirá. Vaya lo más despacio que pueda sin parecer sospechoso. Haga dos o tres intentos para alinearse con las tenazas de atraque, o algo parecido.

—¡Milord! —dijo Smolyani, indignado. Los pilotos de los correos rápidos de SegImp hacían una religión de sus rápidas y precisas maniobras y de sus suaves y perfectos acoplamientos—. ¿Delante de esta gente?

—Bueno, haga lo que quiera, pero consígame algo de tiempo. Tengo que hablar con este herm. Vamos, vamos. —Indicó a Smolyani que se pusiera en marcha, tomó aire, y añadió para Roic y Ekaterin—. Nos quedaremos en el cuarto de oficiales. Disculpadnos, por favor.

Con eso, les indicó que esperaran en sus camarotes. Apretó la mano de Ekaterin en un breve gesto de disculpa. No se atrevió a decir más hasta que hubiera exprimido a Bel en privado. Había aspectos de seguridad, aspectos políticos, aspectos personales…, ¿cuántos aspectos podían danzar en la cabeza de un alfiler?, y mientras la primera emoción de ver aquel rostro familiar vivo se difuminaba, el acuciante recuerdo de que, la última vez que se vieron, el propósito fue privar a Bel del mando y retirarlo de la flota de mercenarios por su desafortunado papel en la sangrienta debacle de Jackson's Whole. Quería confiar en Bel. ¿Se atrevería a hacerlo?

Roic estaba demasiado bien entrenado para preguntar en voz alta: «¿Está seguro de que no quiere que me quede con usted, milord?» Pero por la expresión de su rostro, hacía todo lo posible por enviar el mensaje telepáticamente.

—Lo explicaré todo más tarde —le prometió Miles a Roic en voz baja, y lo envió a su camarote con lo que esperaba fuese un ligero saludo tranquilizador.

Condujo a Bel hasta la diminuta cámara que hacía las veces de sala de reuniones, comedor y sala de oficiales de la Kestrel, cerró sus puertas y activó el cono de seguridad. Un leve zumbido procedente del proyector del techo y un titilar en el aire que rodeaba la mesa circular para cenas y vids le aseguró que funcionaba. Se volvió para ver que Bel lo observaba, la cabeza un poco ladeada, los ojos interrogantes, los labios torcidos. Vaciló un momento. Entonces, simultáneamente, los dos soltaron una carcajada. Se dieron un abrazo; Bel le dio golpecitos en la espalda, diciendo con voz tensa:

—Maldición, maldición, maldición, pequeño maníaco mestizo…

Miles dio un paso atrás, sin aliento.

—Bel, por Dios. Tienes buen aspecto.

—Más viejo, ¿no?

—Eso también. Pero no creo que yo sea el más indicado para hablar.

—Tienes un aspecto magnífico. Sano. Sólido. Diría que una mujer te ha estado alimentando bien. O haciendo algo bien, al menos.

—¿No estoy gordo? —dijo Miles ansiosamente.

—No, no. Pero la última vez que te vi, justo después de que te descongelaran, parecías un cráneo en un palo. Nos tenías a todos preocupados.

Bel recordaba aquella última reunión con la misma claridad que él, evidentemente. Más, tal vez.

—Me tenías preocupado también. ¿Te… te ha ido bien? ¿Cómo demonios acabaste aquí?

¿Era una pregunta lo suficientemente delicada?

Bel alzó un poquito las cejas, leyendo quién sabía qué expresión en el rostro de Miles.

—Supongo que anduve un poco desorientado al principio, después de separarme de los Mercenarios Dendarii. Entre Oser y tú como comandantes, había servido casi veinticinco años.

—Lo lamenté muchísimo.

—Seguro que ni la mitad que yo, pero fuiste tú quien se murió. —Bel apartó la mirada un instante—. Entre otros. Ninguno de los dos tenía otra elección, en ese momento. No podría haber continuado. Y, a la larga, fue buena cosa. Me había oxidado sin darme cuenta, creo. Necesitaba algo que me sacudiera. Estaba preparado para un cambio. Bueno, preparado no, pero…

Miles, colgado de las palabras de Bel, recordó dónde estaban.

—Siéntate, siéntate —indicó la mesita. Tomaron asiento uno al lado del otro. Miles apoyó el brazo en la oscura superficie y se acercó más para escuchar.

—Incluso me fui a casa durante una temporada —continuó Bel—. Pero descubrí que un cuarto de siglo dando tumbos por el Nexo como herm libre me habían puesto fuera de contacto con la Colonia Beta. Acepté unos cuantos trabajos espaciales, algunos a sugerencia de nuestro mutuo jefe. Entonces recalé por aquí. —Bel se apartó de la frente el flequillo marrón canoso, un gesto familiar; pronto volvió a su sitio, algo aún más enternecedor.

—Ya no estoy a las órdenes de SegImp, exactamente —dijo Miles.

—¿No? ¿Entonces qué es SegImp, exactamente?

Miles vaciló.

—Mi… instrumento de inteligencia —dijo por fin—. Por mi nuevo trabajo.

Bel alzó aún más las cejas.

—Entonces esta historia del Auditor Imperial no es una tapadera para la última actividad encubierta.

—No. Es de verdad. He acabado con las actividades encubiertas.

Bel torció el gesto.

—¿Y a qué viene entonces ese curioso acento?

—Es mi voz real. El acento betano que adoptaba para el almirante Naismith era el falso. Más o menos. No es que no lo aprendiera en las rodillas de mi madre.

—Cuando Watts me dijo el nombre del pez gordo que enviaban los barrayareses pensé que tenías que ser tú. Por eso me aseguré de formar parte del comité de bienvenida. Pero esto de la Voz del Emperador me pareció algo salido de un cuento de hadas. Hasta que leí de qué iba. Entonces me pareció algo sacado de un cuento de hadas realmente horrible.

—Oh, ¿investigaste la descripción de mi trabajo?

—Sí, es sorprendente que aparezca en las bases de datos históricas que tenemos por aquí. He descubierto que el cuadrispacio está repleto de información galáctica. Casi son tan buenos como Beta, a pesar de tener sólo una fracción de su población. Ser Auditor Imperial es un ascenso sorprendente… Quien te tendió en bandeja un poder tan grande tiene que estar casi tan loco como tú. Quiero oír una explicación de eso.

—Sí, pueden hacer falta algunas explicaciones para los que no son barrayareses. —Miles tomó aliento—. Sabes, esa criorresurrección mía salió un poco torcida. ¿Recuerdas los ataques que empecé a tener, después?

—Sí… —dijo Bel con cautela.

—Por desgracia, resultaron ser un efecto secundario permanente. Demasiado incluso para lo que SegImp considera aceptable para un oficial en campaña. Como conseguí demostrar de manera especialmente espectacular, pero ésa es otra historia. Recibí una baja médica, de manera oficial. Así que ése fue el final de mi carrera galáctica como agente encubierto. —La sonrisa de Miles se torció—. Tuve que buscarme un trabajo honrado. Por fortuna, el Emperador Gregor me dio uno. Todo el mundo supone que mi nombramiento fue nepotismo de los Vor a pleno rendimiento, por cosa de mi padre. Con el tiempo, espero demostrar que se equivocan.

Bel guardó silencio un instante, el rostro impasible.

—Bueno. Parece que maté al almirante Naismith después de todo.

—No te eches la culpa. Tuviste un montón de ayuda —dijo Miles secamente—. Incluyendo la mía. —Recordó que aquel momento de intimidad era precioso y limitado—. La sangre nos salpica a ti y a mí por igual. Tenemos otras crisis que tratar hoy. Resumiéndolo rápidamente: desde arriba me han asignado para que resuelva este lío, con el mínimo coste para Barrayar, si no hay beneficio. Si eres nuestro informador de SegImp aquí… ¿Lo eres?

Bel asintió.

Después de que entregara su dimisión de los Mercenarios Libres Dendarii, Miles se había encargado de que el hermafrodita estuviera en nómina de SegImp como informador civil. En parte era el pago por todo lo que Bel había hecho por Barrayar antes del aciago desastre que acabó con su carrera directamente y con la de Miles indirectamente, pero sobre todo para impedir que en SegImp se pusieran mortíferamente nerviosos por tener a Bel deambulando por el Nexo de agujero de gusano con la cabeza llena de importantes secretos barrayareses. Secretos viejos y rancios ya, en su mayor parte. Miles había supuesto que la ilusión de que tenían controlado a Bel había sido tranquilizadora para SegImp, y por eso, al parecer, lo habían aprobado.

—Práctico, ¿eh? Qué trabajo más soberbio para un observador de inteligencia. Datos sobre todo el mundo y sobre todo lo que entra y sale de la Estación Graf al alcance de tus manos. ¿Te colocó aquí SegImp?

—No, encontré este trabajo por mi cuenta. Pero al Sector Cinco le encantó. Cosa que, en ese momento, pareció un valor añadido.

—Para mí que tendrían que estar contentos como unas castañuelas.

—Los cuadris también están contentos conmigo. Parece que soy bueno tratando con todo tipo de planetarios problemáticos sin perder los nervios. No les he explicado que, después de años de seguirte por ahí, mi definición de una emergencia difiere enormemente de la suya.

Miles sonrió e hizo cálculos mentales.

—Entonces tus informes más recientes están todavía probablemente en tránsito en algún punto entre el cuartel general del Sector Cinco y este lugar.

—Sí, eso es lo que me figuro.

—¿Cuáles son las cosas más importantes que necesito saber?

—Bueno, para empezar, es verdad que no hemos visto a tu teniente Solian. Ni su cadáver. Seguridad de la Unión no ha metido la zarpa en su búsqueda. Vorpatril… ¿tiene alguna relación con tu primo Iván, por cierto?

—Sí, lejana.

—Me pareció notar el parecido familiar. En más de un aspecto. Por cierto, cree que estamos mintiendo. Pero no es así. Además, tu gente es idiota.

—Sí. Lo sé. Pero son mis idiotas. Cuéntame algo nuevo.

—Muy bien, aquí tienes una buena: Seguridad de la Estación Graf ha sacado a todos los pasajeros y tripulantes de las naves komarresas retenidas y los ha alojado en hostales junto a la Estación, para impedir cualquier acción y presionar a Vorpatril y a Molino. Naturalmente, no están nada contentos. Los pasajeros no komarreses que sólo iban a hacer el viaje durante unos cuantos saltos, están locos por largarse. Media docena han intentado sobornarme para que les deje sacar sus cosas de la Idris o la Rudra, y largarse de la Estación Graf en cualquier otra nave.

—¿Lo ha, hum, conseguido alguno?

—Todavía no. —Bel sonrió—. Aunque si el precio sigue subiendo a este ritmo, incluso yo podría sentirme tentado. Por cierto, algunos de los más ansiosos me parecieron… potencialmente interesantes.

—Compruébalo. ¿Has informado de esto a tus jefes de la Estación Graf?

—Hice un par de observaciones. Pero son sólo sospechas. Los individuos se han comportado bien, hasta ahora…, especialmente en comparación con los barrayareses. No tenemos ningún pretexto para interrogarlos con pentarrápida.

—Intento de soborno a un oficial —sugirió Miles.

—La verdad es que todavía no he mencionado esto a Watts. —Cuando Miles alzó las cejas, Bel añadió—: ¿Querías más complicaciones legales?

—Ah… no.

Bel hizo una mueca.

—Eso pensaba. —El hermafrodita hizo una pausa, como para reordenar sus ideas—. Volviendo a los idiotas. Tu alférez Corbeau, para empezar.

—Sí. Esa petición suya de asilo político ha hecho vibrar todas mis antenas. Cierto, tenía algunos problemas por presentarse tarde, pero, ¿por qué está intentando desertar de pronto? ¿Qué relación tiene con la desaparición de Solian?

—Ninguna, por lo que he podido saber. Llegué a conocer al tipo antes de que todo se fuera a hacer gárgaras.

—¿Sí? ¿Cómo y dónde?

—Socialmente. ¿Qué pasa con los que tenéis flotas segregadas sexualmente que hace que todos desembarquéis locos perdidos? No, no te molestes en contestar a eso, creo que todos lo sabemos. Pero las organizaciones militares exclusivamente masculinas que tienen esa costumbre por motivos culturales o religiosos llegan a la Estación de permiso como una horrible combinación de niños que salen del colegio y convictos que escapan de la cárcel. Lo peor de ambos, en realidad: el juicio de los niños combinado con la privación sexual de… No importa. Los cuadris se echan a temblar cuando os ven venir. Si no gastarais dinero con tanta despreocupación, creo que las estaciones comerciales de la Unión votarían todas por manteneros en cuarentena a bordo de vuestras naves y dejar que os murierais de asco.

Miles se frotó la frente.

—Volvamos al alférez Corbeau, ¿quieres?

Bel sonrió.

—No lo habíamos dejado. Bueno, pues. Ese paleto barrayarés, en su primer viaje a la deslumbrante galaxia, sale de su nave y, como tiene instrucciones, según entiendo, de ampliar sus horizontes culturales…

—Es correcto.

—Se va a ver el Ballet Minchenko, que es digno de contemplar, en cualquier caso. Deberías verlo mientras estás en la estación.

—¿No es, hum, sólo bailarinas exóticas?

—No en el sentido de anuncio-de-sexo-para-los-trabajadores. Ni siquiera en el ultraclasista sentido sexual del Orbe Beta de formación académica.

Miles consideró, y luego reconsideró, mencionar su encuentro en el Orbe de las Delicias Celestiales con Ekaterin durante su luna de miel, posiblemente la parada más peculiarmente útil de su itinerario… «Concéntrate, milord Auditor.»

—Es exótico, y son bailarinas, pero es arte auténtico, de verdad… Es inenarrable. Una tradición de doscientos años de antigüedad, la joya de esta cultura. El chaval tuvo que haberse enamorado a primera vista. Fue la subsiguiente persecución con todas las armas dispuestas (en sentido metafórico, esta vez) lo que se salió un poco de madre. El soldado de permiso que se encoña locamente de una chica local no es nada nuevo, pero lo que realmente no comprendo es qué vio en él Garnet Cinco. Quiero decir, es un joven mono y tal, pero… —Bel sonrió con picardía—. Demasiado alto para mi gusto. Por no mencionar que es demasiado joven.

—Garnet Cinco es la bailarina cuadri, ¿no?

—Sí.

Era muy curioso que un barrayarés se sintiera atraído por una cuadrúmana: el prejuicio cultural profundamente arraigado contra todo lo que oliera a mutación tendría que haber jugado en contra. ¿Había obtenido Corbeau, por parte de sus compañeros y superiores, menos indulgencia de lo que podía esperar un joven oficial en una situación semejante?

—Y tu relación con todo esto es… ¿cuál?

¿Había hecho Bel un gesto de aprensión?

—Nicol toca el arpa y el dulcémele en la orquesta del Ballet Minchenko. ¿Te acuerdas de Nicol, la música cuadrúmana que rescatamos durante aquella operación que casi se fue al garete?

—Recuerdo a Nicol vivamente.

Y también, al parecer, la recordaba Bel.

—Deduzco que llegó a salvo a casa, después de todo.

—Sí —la sonrisa de Bel se volvió más tensa—. Ella también te recuerda vivamente, lo que no es de extrañar…, almirante Naismith.

Miles se quedó callado un instante. Por fin, dijo cautelosamente:

—¿La, ah… la conoces bien? ¿Puedes persuadirla para que sea discreta u ordenárselo?

—Vivo con ella —dijo Bel sin más—. Nadie necesita ordenarle nada. Es discreta.

«Oh. Eso aclara muchas cosas…»

—Pero es amiga íntima de Garnet Cinco, que está muertecita de pánico con todo esto. Está convencida, entre otras cosas, de que el mando barrayarés quiere fusilar a su novio en cuanto le ponga las manos encima. El par de matones que envió Vorpatril para recoger a vuestra oveja perdida, evidentemente…, bueno, se pasaron de rudos. Fueron insultantes y brutales, para empezar, y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. He oído la versión sin resumir.

Miles hizo una mueca.

—Conozco a mis paisanos. Puedes dar por sabidos los detalles desagradables, gracias.

—Nicol me ha pedido que haga lo que pueda por su amiga y el amigo de su amiga. Le prometí hacer algo. Es esto.

—Comprendo —Miles suspiró—. No puedo prometer nada todavía. Excepto escuchar a todo el mundo.

Bel asintió y apartó la mirada. Al cabo de un instante, el herm dijo:

—Este cargo tuyo de Auditor Imperial… Ahora eres una rueda importante en la maquinaria barrayaresa, ¿no?

—Algo así —dijo Miles.

—La Voz del Emperador; suena importante. La gente te escucha, ¿verdad?

—Bueno, los barrayareses lo hacen. El resto de la galaxia —Miles levantó una comisura de la boca— tiende a pensar que es algo propio de un cuento de hadas.

Bel se encogió de hombros, como pidiendo disculpas.

—Los de SegImp son barrayareses. Bueno. La cuestión es que he llegado a querer este lugar…, la Estación Graf, el cuadrispacio. Y a esta gente. Me gustan mucho. Creo que entenderás por qué, si tengo oportunidad de llevarte a dar una vuelta. Estoy pensando en establecerme aquí de manera permanente.

—Esto está… bien —dijo Miles. «¿Adónde quieres ir a parar, Bel?»

—Pero si hago un juramento de ciudadanía aquí…, y llevo pensándomelo algún tiempo, quiero hacerlo sinceramente. No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas.

—Tu ciudadanía betana nunca se interpuso en tu carrera en los Mercenarios Dendarii.

—Nunca me pediste que actuara en la Colonia Beta.

—¿Y si lo hubiera hecho?

—Yo… me habría enfrentado a un dilema. —Bel extendió la mano en una súplica—. Quiero empezar de cero, sin ninguna atadura secreta que me agarre. Dices que SegImp es tu instrumento personal ahora. Miles…, ¿puedes por favor volver a despedirme?

Miles se echó hacia atrás y se mordió los nudillos.

—Que te aparte de SegImp, quieres decir.

—Sí. De todas las antiguas obligaciones.

Miles resopló. «¡Pero nos eres tan valioso aquí!»

—Yo… no sé.

—¿No sabes si tienes poder? ¿O no sabes si quieres utilizarlo?

Miles contemporizó.

—Este asunto de tener poder ha resultado más extraño de lo que esperaba. Uno podría pensar que más poder te da más libertad, pero he descubierto que en mi caso es al revés. Cada palabra que sale de mi boca tiene un peso que nunca había tenido antes, cuando era el Loco Miles el charlatán, buscavidas de los Dendarii. Nunca tenía que ir con pies de plomo como ahora. Es… puñeteramente incómodo, a veces.

—Pensaba que te encantaría.

—Yo pensaba lo mismo.

Bel se echó hacia atrás, relajándose. No volvería a pedírselo, no de momento, al menos.

Miles tamborileó con los dedos sobre la fría superficie cristalina de la mesa.

—Si detrás de este lío no hay nada más que sobreexcitación y falta de juicio, y no es que con eso no baste, todo se limita a la desaparición del encargado de seguridad de la flota komarresa, Solian…

El comunicador de muñeca de Miles sonó. Se lo llevó a los labios.

—¿Sí?

—Milord —sonó la voz de Roic, en tono de disculpa—. Vamos a atracar de nuevo.

—Bien. Gracias. Vamos para allá. —Se levantó de la mesa—. Tenemos que hablar con Ekaterin antes de volver allí y seguir fingiendo. Roic y ella tienen ambos una autorización de seguridad completa, por cierto; les hace falta para vivir tan cerca de mí. Los dos tienen que saber quién eres, y que pueden confiar en ti.

Bel vaciló.

—¿Tienen que saber que soy de SegImp? ¿Aquí?

—Deberían saberlo, por si hay una emergencia.

—Me gustaría bastante que los cuadris no supieran que he estado vendiendo información a los planetarios, ¿sabes? Tal vez resulte más seguro que tú y yo seamos simples conocidos.

Miles se le quedó mirando.

—Pero Bel, ella sabe perfectamente bien quién eres. O quién eras, al menos.

—¿Qué, le has estado contando a tu esposa batallitas de operaciones encubiertas? —Claramente desconcertado, Bel frunció el ceño—. Una de esas reglas que siempre se aplican a los demás, ¿no?

—Se ganó el derecho a estar informada, no se le dio sin más —dijo Miles, un poco envarado—. ¡Pero Bel, te enviamos una invitación de boda! O… ¿la recibiste? SegImp me notificó que fue entregada…

—Oh —dijo Bel, confundido—. Eso. Sí. La recibí.

—¿Llegó demasiado tarde? Incluía un billete de viaje… Si alguien se lo quedó, lo mandaré despellejar…

—No, el billete llegó también. Hace como año y medio, ¿verdad? Podría haber ido, si me hubiera esforzado un poquito. Llegó en un momento embarazoso para mí. Una especie de momento bajo. Acababa de dejar Beta por última vez y estaba en mitad de un trabajito para SegImp. Buscar un sustituto habría sido difícil. Era un esfuerzo en una época en que más esfuerzos… Pero te deseé lo mejor, con la esperanza de que por fin fueras feliz —sonrió sin alegría—. Otra vez.

—Encontrar a la lady Vorkosigan adecuada… fue la suerte más grande y más rara que nunca tuve —suspiró Miles—. Elli Quinn tampoco vino a la boda. Aunque envió un regalo y una carta. —Ambos inexplicablemente tarde.

—Hum —dijo Bel, con una leve sonrisa. Y añadió, con un poco de picardía—: ¿Y la sargento Taura?

—Ella sí que asistió. —Miles sonrió a su pesar—. Espectacularmente. Tuve un golpe de genialidad y puse a mi tía Alys a cargo de vestirla de civil. Las mantuvo a las dos felizmente ocupadas. Todo el viejo contingente Dendarii te echó de menos. Elena y Baz estuvieron allí, con su nuevo bebé, ¿te lo imaginas? También vino Arde Mayhew. Así que el principio de toda la aventura estuvo muy bien representado. Fue buena cosa que la boda no fuera multitudinaria. Ciento veinte invitados son pocos, ¿no? Era la segunda boda de Ekaterin, ¿sabes?… Ella era viuda.

Y estaba tremendamente nerviosa. Su estado, la noche antes de la boda, recordó a Miles la tensión nerviosa previa al combate que había visto en los soldados que se enfrentaban no a su primera, sino a su segunda batalla. La noche después de la boda… Bueno, eso fue mucho mejor, gracias a Dios.

El anhelo y el pesar habían ensombrecido el rostro de Bel durante esta descripción de viejos amigos alzando una copa por nuevos comienzos. Luego la expresión del herm se endureció.

—¿Baz Jesek, de vuelta en Barrayar? —dijo—. Alguien debió de resolver sus problemillas con las autoridades militares barrayaresas, ¿no?

Y si Alguien podía resolver los problemas de Baz con SegImp, tal vez ese mismo Alguien podría resolver los de Bel. Bel ni siquiera tuvo que decirlo en voz alta.

—Los viejos cargos por deserción resultaban una tapadera demasiado buena cuando Baz estaba activo en operaciones especiales para retirarlos, pero la necesidad de tapadera había quedado obsoleta —dijo Miles—. Baz y Elena están los dos fuera de los Dendarii también. ¿No te has enterado? Todos vamos a ser historia.

«Todos los que salimos con vida, al menos.»

—Sí —suspiró Bel—. Hay una cierta cordura en dejar atrás el pasado y seguir adelante. —El herm alzó la cabeza—. Si el pasado te deja, claro. Así que no compliquemos esto con tu gente, ¿quieres?

—Muy bien —accedió Miles, reacio—. Por ahora, mencionaremos el pasado, pero no el presente. No te preocupes: ellos serán, ah, discretos.

Desactivó el cono de seguridad situado sobre la pequeña mesa de conferencias y abrió las puertas. Tras llevarse la muñeca a los labios, murmuró:

—Ekaterin, Roic, podéis entrar en la sala de oficiales, por favor.

Cuando los dos llegaron, Ekaterin sonriendo expectante, Miles dijo:

—Hemos tenido buena suerte. Aunque el práctico Thorne trabaja ahora para los cuadrúmanos, es un viejo amigo mío de una organización en la que trabajé en mis días de SegImp. Podéis confiar en lo que Bel tenga que decir.

Ekaterin le tendió la mano.

—Me alegro de conocerlo por fin, capitán Thorne. Mi marido y sus viejos amigos me han hablado muy bien de usted. Creo que le echaron mucho de menos.

Con aspecto decididamente desconcertado, pero aceptando el saludo, Bel le estrechó la mano.

—Gracias, lady Vorkosigan. Pero no uso ese viejo rango de capitán aquí. Práctico Thorne, o llámeme sólo Bel.

Ekaterin asintió.

—Y, por favor, llámame Ekaterin. Oh… en privado, supongo —miró a Miles, interrogándolo en silencio.

—Muy bien —dijo Miles. Su gesto incluyó a Roic, que observaba atentamente—. Bel me conoció bajo otra identidad. Por lo que se refiere a la Estación Graf, acabamos de conocernos. Pero nos caemos estupendamente, y el talento de Bel para tratar con planetarios difíciles tiene su compensación.

Roic asintió.

—Comprendido, milord.

Miles los condujo hasta la bodega de atraque, donde el jefe de máquinas de la Kestrel esperaba para llevarlos de vuelta a la Estación Graf. Advirtió que otro motivo más para que el nivel de acceso de seguridad de Ekaterin fuera tan alto como el suyo era que, según los informes históricos de varias personas y su propio testimonio, él hablaba en sueños. Hasta que Bel se tranquilizara con respecto a la situación, decidió que probablemente lo mejor era no mencionar este detalle.

Dos cuadris de seguridad de la Estación les esperaban en la bodega de carga. Como aquélla era la sección de la Estación Graf que contaba con campos gravitatorios generados artificialmente para la comodidad y la salud de sus visitantes y de los residentes planetarios, la pareja ocupaba asientos personales flotantes con el escudo de Seguridad de la Estación en los costados. Los flotadores eran gruesos cilindros, de diámetro apenas mayor que la anchura de los hombros de un hombre, lo que causaba el efecto de que las personas cabalgaran en bañeras levitatorias o, tal vez, en el mortero volador mágico de la Baba Yaga del folklore barrayarés.

Bel hizo un gesto al sargento cuadrúmano y murmuró un saludo mientras desembocaban en la resonante caverna de la bodega de atraque. El sargento devolvió el saludo, evidentemente tranquilizado, y dedicó toda su atención a los peligrosos barrayareses. Como los peligrosos barrayareses miraban tan boquiabiertos como cualquier otro turista Miles esperó que el tipo se mostrara pronto menos receloso.

—Esta compuerta de personal de aquí —Bel señaló el lugar por el que acababan de entrar— fue la que abrió la persona no autorizada. El reguero de sangre acababa aquí, en un charco. Empezaba —Bel cruzó la bodega hacia la pared de la derecha— a unos metros de distancia, no lejos de la puerta de la siguiente bodega. Ahí es donde se encontró el charco de sangre más grande.

Miles caminó detrás de Bel, estudiando la cubierta. La habían limpiado, puesto que habían pasado varios días desde el accidente.

—¿Lo vio usted mismo, práctico Thorne?

—Sí, aproximadamente una hora después de que la encontraran. La multitud se había congregado ya, pero Seguridad se portó muy bien y consiguió mantener la zona sin contaminar.

Miles hizo que Bel le mostrara toda la bodega, detallando todas las salidas. Era un lugar estándar, utilitario, sin decoración, práctico: unos cuantos aparatos de carga permanecían silenciosos en el extremo opuesto, cerca de una cabina de control hermética y oscura. Miles pidió a Bel que la abriera y le permitiera echar un vistazo a su interior. Ekaterin también deambuló por la bodega, visiblemente satisfecha de poder estirar las piernas después de varios días encogida en la Kestrel. Su expresión, mientras observaba el espacio frío y resonante, era pensativamente nostálgica, y Miles sonrió orgulloso.

Regresaron al lugar donde la sangre indicaba que le habían cortado la garganta al teniente Solian, y discutieron los detalles de las manchas y charcos de sangre. Roic observó con vivo interés profesional. Miles hizo que uno de sus guardias cuadris le prestara su bañera flotante; desprovisto de su concha, el cuadri se sentó en la cubierta sobre sus cuartos traseros y sus brazos inferiores, como un sapo grande y enfadado. Contemplar la locomoción cuadrúmana en un campo de gravedad, sin flotador, era algo perturbador. Los cuadris, o bien avanzaban a cuatro manos, sólo algo más ágiles que una persona a cuatro patas, o conseguían un avance irregular, con los codos hacia fuera y caminando erguidos como un pollo sobre sus manos inferiores. Ambas formas parecían extrañas y forzadas, comparadas con la gracia y agilidad que tenían en cero-ge.

Como Miles calculó a ojo que Bel tenía la complexión de un komarrés, le hizo cooperar haciendo de cadáver, y trataron de resolver el problema de una persona en una silla flotante trasladando hasta la compuerta los setenta kilos o más de carne inerte. Bel no estaba tan delgado y atlético como antes, además; las, ah, masas añadidas hicieron que a Miles le resultara más difícil volver a su antiguo hábito inconsciente de pensar en Bel por defecto como varón. Probablemente daba lo mismo. A Miles le resultó extremadamente difícil, con las piernas torpemente dobladas en un asiento que no estaba diseñado para ellas, intentar mantener una mano en los controles de la silla flotadora más o menos a la altura de la entrepierna y agarrar al mismo tiempo la ropa de Bel. El hermafrodita trató de dejar colgando un brazo o una pierna artísticamente por el lado; Miles dejó de verter agua en la manga de Bel para tratar de reproducir las manchas.

Ekaterin lo hizo un poco mejor que él, y Roic, sorprendentemente, peor. Su mayor fuerza quedó contrarrestada por la incomodidad de tener que introducir su tamaño superior en aquel espacio parecido a una tacita, con las rodillas hacia arriba, y tratar de manejar los controles con tantas restricciones. El sargento cuadri lo consiguió sin dificultad, pero luego le lanzó una mirada fulminante a Miles.

Bel explicó que no era difícil encontrar flotadores, pues eran considerados de propiedad pública, aunque los cuadris que pasaban mucho tiempo en la parte con gravedad a veces eran dueños de sus propios modelos personalizados. Los cuadrúmanos tenían filas de flotadores en las puertas de acceso entre las secciones con gravedad y las de caída libre de la estación, para que cualquiera pudiera tomarlos y usarlos, y dejarlos de nuevo al regresar. Estaban numerados para su mantenimiento pero, por lo demás, no se les seguía la pista. Al parecer, cualquiera podía conseguir un flotador simplemente acercándose y tomándolo, incluso los soldados barrayareses borrachos de permiso.

—Cuando llegamos a la primera abrazadera de atraque del otro lado, advertí la presencia de un montón de naves pequeñas en el exterior de la Estación: impulsores, vainas personales, voladores para el interior del sistema… —le dijo Miles a Bel—. Se me ocurre que alguien podría haber recogido el cadáver de Solian poco después de que fuera expulsado por la compuerta, para eliminarlo sin dejar huella. Ahora podría estar en cualquier parte: una compuerta estanca, o en montoncitos de un kilo, o archivado para que se momifique en el hueco de cualquier asteroide. Lo cual ofrece una explicación alternativa de por qué no lo han encontrado flotando por ninguna parte. Pero para ese supuesto harían falta al menos dos personas con un plan previo, o un asesino espontáneo que actuara muy rápidamente. ¿De cuánto tiempo dispondría una sola persona entre el momento de rebanar el cuello y la recogida?

Bel, alisándose el uniforme y el pelo después del último arrastre por la bodega, frunció los labios.

—Puede que transcurrieran cinco o diez minutos entre el momento en que la compuerta cumplió su ciclo y el momento en que el guardia de seguridad llegó para comprobarlo. Tal vez veinte minutos máximo antes de que todo tipo de gente se pusiera a mirar al exterior. En treinta minutos… sí, una persona podría haber arrojado el cuerpo, corrido a otra bodega, saltado a una nave pequeña y dado la vuelta para recogerlo otra vez.

—Bien. Consígame una lista de todo lo que salió por cualquier compuerta durante ese periodo de tiempo. —Por los guardias cuadrúmanos que escuchaban, se acordó de añadir un formal—: Si es posible, práctico Thorne.

—Por supuesto, lord Auditor Vorkosigan.

—Resulta muy raro tomarse todas esas molestias para eliminar el cuerpo para luego dejar la sangre, ¿no? ¿Falta de tiempo? ¿Intentó volver para limpiar pero fue demasiado tarde? ¿Algo muy, muy extraño que ocultar respecto al cadáver?

Tal vez sólo pánico ciego, si el asesinato no había sido planeado con antelación. Miles podía imaginar a alguien que no fuera espacial empujando un cuerpo por una compuerta, y advirtiendo sólo entonces que aquél no era un buen escondite. Pero eso no encajaba exactamente con hacerse rápidamente con una nave y recogerlo otra vez. Y ningún cuadrúmano podía ser considerado no espacial.

Suspiró.

—Esto no nos está llevando a ninguna parte. Vayamos a charlar de nuevo con mis idiotas.

5

El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf se encontraba en la frontera situada entre la sección en caída libre y la sección gravitatoria, con acceso a ambas. Cuadrúmanos obreros, con camisas y pantalones cortos amarillos, y unos cuantos planetarios bípedos, vestidos de la misma forma, trabajaban reparando la entrada principal a la zona gravitatoria. Miles, Ekaterin y Roic fueron escoltados por Bel y uno de sus acompañantes cuadris, pues el otro se había quedado de guardia en la zona de atraque de la Kestrel. Los obreros volvieron la cabeza para ver pasar a los barrayareses, con el ceño fruncido.

Recorrieron un par de pasillos y bajaron un nivel, donde encontraron la cabina de control en la puerta del bloque de detención de la zona de gravedad. Un cuadri y un planetario colaboraban para colocar en su marco una nueva ventana, posiblemente más resistente al fuego de plasma; más allá, otro cuadri vestido de amarillo daba los toques finales a un grupo de monitores mientras un cuadri uniformado en un flotador de Seguridad, los brazos superiores cruzados, observaba sombríamente.

En la zona cubierta de herramientas situada delante de la cabina encontraron a la Selladora Greenlaw y al jefe Venn, ahora con flotadores, esperándolos. Venn se aseguró de indicarle inmediatamente a Miles todas las reparaciones ya finalizadas y las que estaban todavía en progreso en detalle, con el coste aproximado y una crónica adjunta de todos los cuadris que habían resultado heridos en el embrollo, incluyendo nombres, rangos, diagnósticos y la tensión sufrida por sus familiares. Miles fue haciendo ruiditos de reconocimiento, aunque neutros, y contraatacó mencionando al desaparecido Solian y el siniestro testimonio de la sangre en la cubierta de la bodega de carga, con una breve disertación sobre la logística de su cuerpo expulsado y recogido por un posible conspirador exterior. Esto último hizo que Venn se callara, al menos temporalmente; su rostro se contrajo, como el de un hombre con dolor de estómago.

Mientras Venn se encargaba de facilitar la entrada a Miles al bloque de celdas, éste miró a Ekaterin y, un poco menos dubitativo, contempló el lugar, poco apetecible.

—¿Quieres esperar aquí o acompañarme?

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó ella, con una falta de entusiasmo en la voz que incluso Miles notó—. Ya sé que no traes a nadie si no es necesario, pero seguramente no te hago falta para esto.

—Bueno, tal vez no. Pero puede que sea un poco aburrido esperar aquí fuera.

—No padezco tu alergia al aburrimiento, amor, pero para serte sincera, esperaba poder echar un vistazo a la Estación mientras tú trabajas esta tarde. Las cosas que hemos visto por el camino parecían muy atractivas.

—Pero necesito a Roic. —Miles vaciló, dándole vueltas al problema triangular de seguridad.

Ella estudió a Bel, amistosa.

—Admito que me gustaría tener un guía, ¿pero de verdad crees que necesito un guardaespaldas?

Posiblemente alguien la insultara, pero sólo un cuadri que supiera de quién era esposa. En cualquier caso, Miles tenía que admitir que era improbable que nadie fuera a atacarla.

—No, pero…

Bel le sonrió cordialmente.

—Si acepta mi escolta, lady Vorkosigan, me encantaría mostrarle la Estación Graf mientras el lord Auditor lleva a cabo sus entrevistas.

Ekaterin sonrió aún más.

—Me gustaría mucho, sí, gracias, práctico Thorne. Si las cosas salen bien, como cabe esperar que salgan, tal vez no estemos aquí mucho tiempo. Creo que debo aprovechar la oportunidad.

Bel tenía más experiencia que Roic en todo, desde combate cuerpo a cuerpo hasta maniobras con la flota, y era mucho menos probable que se metiera en líos por ignorancia.

—Bueno…, muy bien, ¿por qué no? Disfruta. —Miles tocó su comunicador de muñeca—. Llamaré cuando esté a punto de terminar. Tal vez puedas ir de compras. —Los despidió, sonriente—. Pero no traigas a casa ninguna cabeza cortada. —Alzó la cabeza y vio a Venn y Greenlaw mirándolo con desazón—. Una… broma familiar —explicó débilmente. La desazón no remitió.

Ekaterin le devolvió la sonrisa y se marchó del brazo que alegremente le ofreció Bel. A Miles se le ocurrió demasiado tarde que Bel era notablemente universal en sus gustos sexuales, y que tal vez tuviera que haberle dicho a Ekaterin que no tenía que ser especialmente delicada a la hora de rechazar las atenciones de Bel, si le dedicaba alguna. Pero seguro que Bel no… Por otro lado, tal vez se probarían la ropa por turnos.

Reacio, volvió al trabajo.

Los prisioneros barrayareses estaban hacinados en grupos de tres en celdas previstas para dos ocupantes, una circunstancia de la que Venn medio se quejó medio se disculpó. El Puesto de Seguridad Número Tres, le dio a entender a Miles, no estaba preparado para una invasión tan anormal de planetarios recalcitrantes. Miles murmuró su comprensión, aunque no necesariamente su simpatía, y se abstuvo de comentar que las celdas de los cuadris eran más grandes que los camarotes de la Príncipe Xav, donde dormían cuatro personas.

Miles empezó entrevistando al comandante del pelotón de Brun. El hombre se sorprendió al descubrir que sus hazañas merecían la atención de todo un Auditor Imperial, y como resultado empleó una pesada jerga militar en su relato de los hechos. El panorama que Miles descifró detrás de expresiones tan formales como «penetramos el perímetro» y «fuerzas enemigas concentradas» siguió provocándole escalofríos. Pero, aun admitiendo el distinto punto de vista, su testimonio no contradecía la versión de los estacionarios. Lástima.

Miles comprobó la historia del comandante del pelotón en otra celda llena de tipos, que añadieron detalles desafortunados pero no sorprendentes. Como el pelotón pertenecía a la Príncipe Xav, ninguno de ellos conocía personalmente al teniente Solian, destinado en la Idris.

Cuando salió, Miles intentó razonar con la flotante Selladora Greenlaw.

—Es impropio que sigan ustedes reteniendo a esos hombres. Las ordenes que seguían, desafortunadas tal vez, no eran de hecho ilegales según la definición militar barrayaresa. Si sus órdenes hubieran sido saquear, violar o masacrar a cuadrúmanos civiles, habrían tenido la obligación militar legal de resistirse a ellas, pero de hecho se les ordenó específicamente que no mataran. Si hubieran desobedecido a Brun, se habrían enfrentado a un consejo de guerra. Es un doble peligro, y una verdadera injusticia con ellos.

—Tendré en consideración su observación —dijo Greenlaw secamente. Lo que no dijo fue: «Unos diez segundos; luego la arrojaré por la compuerta más cercana.»

—Y, previsiblemente —añadió Miles—, no querrá tener a esos hombres retenidos aquí indefinidamente. Sin duda sería preferible que al irnos nos los lleváramos.

Greenlaw pareció aún más seca; Venn gruñó, desconsolado. Miles supuso que Venn se habría alegrado de que el Auditor Imperial se los llevara de inmediato, si el asunto no hubiera tenido consecuencias políticas. Miles no presionó, pero tomó nota del detalle para referencias futuras. Fantaseó un instante con la posibilidad de intercambiar a Brun por sus hombres y dejarlo allí para evidente beneficio del servicio del Emperador, pero no lo dijo en voz alta.

Su entrevista con los dos hombres de seguridad enviados inicialmente a recoger a Corbeau fue, a su modo, aún más espeluznante. El rango de auditor los intimidó lo suficiente para que expusieran una versión completa y sincera, aunque entre murmullos, del contratiempo. Pero expresiones tan poco afortunadas como «no intentaba romperle el brazo, intentaba arrancar a la puta muti de la pared y todas esas manos agarrándome me daban escalofríos… era como tener serpientes vivas enroscándose en mi bota», convencieron a Miles de que estaba frente a dos hombres a quienes no querría hacer testificar en público, al menos no en público en el Cuadrispacio. Sin embargo, pudo establecer el detalle significativo de que, en el momento del enfrentamiento, también ellos tenían la impresión de que el teniente Solian acababa de ser asesinado por un cuadri desconocido.

Cuando salió del interrogatorio, le dijo a Venn:

—Creo que será mejor que hable en privado con el alférez Corbeau. ¿Puede buscarnos un sitio?

—Corbeau ya tiene su propia celda —le informó Venn fríamente—. Como resultado de las amenazas recibidas por parte de sus camaradas.

—Ah. Lléveme con él entonces, por favor.

La puerta de la celda se descorrió para revelar a un joven alto, sentado en silencio en un camastro, los codos sobre las rodillas, la cara sobre las manos.

Los círculos de contacto metálicos del implante neural característicos de los pilotos de salto brillaban en sus sienes y en la mitad de su frente, y Miles triplicó mentalmente los recientes costes de formación del joven oficial para el Imperio. Corbeau alzó la cabeza y frunció el ceño, confundido al ver a Miles.

Era un barrayarés típico: moreno, de ojos castaños, con tez olivácea que los meses en el espacio habían vuelto pálida. Sus rasgos regulares le recordaron un poco a Miles a su primo Iván cuando tenía esa misma edad. El enorme moratón que tenía en un ojo estaba remitiendo volviéndose de un verde amarillento. Llevaba la camisa del uniforme abierta, las mangas subidas. Algunas cicatrices pálidas e irregulares zigzagueaban por la piel expuesta, señalándolo como víctima de la plaga de gusanos sergyaranos de hacía algunos años; evidentemente había crecido, o al menos había sido residente, en el nuevo planeta colonia de Barrayar durante la dura época anterior al perfeccionamiento de los pesticidas orales.

—Alférez Corbeau —dijo Venn—, éste es el Auditor Imperial de Barrayar, lord Vorkosigan. Su Emperador lo manda como enviado diplomático oficial para representar a su bando en las negociaciones con la Unión. Desea entrevistarlo.

Corbeau hizo una mueca de alarma, se puso de pie y agitó la cabeza nerviosamente ante Miles. La diferencia de altura entre ambos se puso rápidamente de manifiesto, y Corbeau frunció el ceño, cada vez más confundido.

Venn añadió, no con amabilidad, sino puntilloso:

—Debido a los cargos que se le imputan y a su petición de asilo, todavía pendiente de revisión, la Selladora Greenlaw no le permitirá apartarlo de nuestra custodia en este momento. —Corbeau exhaló un poco de aire, pero siguió mirando a Miles con la expresión de alguien a quien presentan una serpiente venenosa—. Él se ha comprometido a no ordenar que le fusilen —añadió Venn, sarcástico.

—Gracias, jefe Venn —dijo Miles—. Seguiré a partir de aquí, si no le importa.

Venn entendió la indirecta y se marchó. Roic ocupó su silencioso puesto de guardia junto a la puerta de la celda, que siseó al cerrarse.

Miles indicó el camastro.

—Siéntese, alférez.

Él también se sentó en el otro camastro, frente al joven, y ladeó la cabeza estudiándolo brevemente mientras Corbeau volvía a ocupar su sitio.

—Deje de hiperventilar —añadió.

Corbeau tragó saliva.

—Milord —consiguió decir.

Miles entrelazó los dedos.

—Es usted sergyarano, ¿no?

Corbeau se miró los brazos, e hizo un amago de bajarse las mangas.

—No nací allí, milord. Mis padres emigraron cuando yo tenía cinco años. —Miró al silencioso Roic con su uniforme marrón y plata, y añadió—: ¿Es usted…? —Se tragó la pregunta.

Miles prosiguió por él:

—Soy hijo del virrey y la virreina Vorkosigan, sí. Uno de ellos.

Corbeau esbozó un mudo «Oh». Su expresión de terror reprimido no disminuyó.

—Acabo de entrevistar a los dos patrulleros de la flota que fueron enviados a recuperarlo tras su permiso en la Estación. Dentro de un momento, me gustaría escuchar su versión de esos hechos. Pero antes… ¿Conocía usted al teniente Solian, el oficial de seguridad de la flota komarresa a bordo de la Idris?

Los pensamientos del piloto estaban tan claramente concentrados en sus propios asuntos que tardó un instante en comprender la pregunta.

—Lo vi una o dos veces en algunas de nuestras paradas anteriores, milord. No puedo decir que lo conociera. Nunca subí a bordo de la Idris.

—¿Tiene alguna idea o teoría sobre su desaparición?

—No…, en realidad no.

—El capitán Brun piensa que puede haber desertado.

Corbeau hizo una mueca.

—Típico de Brun.

—¿Por qué de Brun especialmente?

Corbeau intentó hablar, se detuvo; parecía aún más desgraciado.

—No sería adecuado que criticara a mis superiores, milord, ni comentara sus opiniones personales.

—Brun tiene prejuicios contra los komarreses.

—¡Yo no he dicho eso!

—Eso ha sido un comentario mío, alférez.

—Oh.

—Bueno, dejémoslo por el momento. Volvamos a sus problemas. ¿Por qué no respondió a la orden de regreso de su comunicador de muñeca?

Corbeau se tocó las muñecas desnudas; sus captores cuadrúmanos le habían confiscado los comunicadores.

—Me lo había quitado, y lo dejé en otra habitación. Debí de quedarme dormido y no lo oí sonar. Lo primero que supe de la orden de regreso fue cuando esos dos… —Se debatió un instante, y luego continuó amargamente—: Esos dos matones vinieron a aporrear la puerta de Garnet Cinco. La hicieron a un lado…

—¿Se identificaron adecuadamente y le entregaron sus órdenes con claridad?

Corbeau hizo una pausa, su mirada se volvió penetrante.

—Admito, milord —dijo lentamente—, que oír al sargento Touchev anunciando: «Muy bien, amante de mutis, se acabó el espectáculo», no me pareció exactamente: «El almirante Vorpatril ha ordenado que todo el personal de Barrayar vuelva a sus naves.» No de entrada, al menos. Acababa de despertarme, ya sabe.

—¿Se identificaron?

—No…, no verbalmente.

—¿Mostraron algún documento?

—Bueno…, iban de uniforme, con sus bandas en el brazo.

—¿Los reconoció usted como miembros de seguridad de la flota, o pensó que era una visita privada…, un par de camaradas llevando a cabo una venganza racial por su cuenta?

—Yo… hum. Bueno…, ambas cosas no son mutuamente excluyentes, milord, según mi experiencia.

«En eso el chico tiene razón, por desgracia.» Miles tomó aire.

—Ah.

—Fui lento, estaba todavía medio dormido. Cuando me empujaron, Garnet Cinco pensó que me estaban atacando. Ojalá no hubiera intentado… No le pegué a Touchev hasta que la tiró de su silla flotante. Llegados a ese punto… todo se fue al garete.

Corbeau se miró los pies, calzados con zapatillas de fricción penitenciarias.

Miles se echó hacia atrás. «Lanza un cabo a este chaval. Se está ahogando.»

—Sabe, su carrera no está necesariamente acabada todavía —dijo con suavidad—. No está, técnicamente, ausente sin permiso mientras esté involuntariamente confinado por las autoridades de la Estación Graf, al igual que la patrulla de Brun. Por el momento, se encuentra en un limbo legal. Su formación como piloto de salto y la cirugía a la que ha sido sometido harían de usted una pérdida costosa, desde el punto de vista del mando. Si hace los movimientos adecuados, podría salir limpio de ésta.

Corbeau torció el gesto.

—Yo no… —Se calló. Miles hizo un ruidito para animarlo—. Ya no quiero mi maldita carrera —estalló Corbeau—. No quiero ser parte de… —hizo un gesto inarticulado para señalar a su alrededor— esto. Esta… idiotez.

Reprimiendo cierta compasión, Miles preguntó:

—¿Cuál es su posición actual…, cuánto tiempo lleva alistado?

—Me alisté para un periodo de cinco años, con la opción de reengancharme o pasar a la reserva para los siguientes cinco. Llevo tres años, me faltan todavía dos.

A los veintitrés años, se recordó Miles, dos años todavía parecían mucho tiempo. Corbeau apenas podía ser más que un aprendiz de piloto en esa etapa de su carrera, aunque su destino en la Príncipe Xav implicara unas cualificaciones superiores.

Corbeau sacudió la cabeza.

—Veo las cosas de modo distinto, últimamente. Actitudes que antes daba por hechas, chistes, observaciones, la manera en que se hacen las cosas… ahora me molestan. Rechinan. Gente como el sargento Touchev, el capitán Brun… ¡Dios! ¿Siempre fue así de horrible?

—No —respondió Miles—. Éramos mucho peores. Puedo asegurárselo personalmente.

Corbeau lo miró de arriba abajo.

—Pero si todos los hombres de mente progresista se hubieran largado entonces, como piensa usted ahora, ninguno de los cambios que he visto en mi vida habrían tenido lugar. Hemos cambiado. Podemos cambiar aún más. No instantáneamente, no. Pero si todos los tipos decentes dimiten y sólo quedan los idiotas para dirigir el espectáculo, no será bueno para el futuro de Barrayar. Cosa que sí me importa.

A Miles le sorprendió lo apasionadamente cierta que se había convertido esa afirmación últimamente. Pensó en los dos replicadores en aquella sala protegida de la Mansión Vorkosigan. «Siempre pensaba que mis padres podían arreglarlo todo. Ahora es mi turno. Santo Dios, ¿cómo ha sucedido esto?»

—Nunca imaginé un lugar como éste. —Corbeau señaló tembloroso a su alrededor, y Miles dedujo que ahora se refería al Cuadrispacio—. Nunca imaginé a una mujer como Garnet Cinco. Quiero quedarme aquí.

Miles tuvo la desagradable impresión de que estaba delante de un joven desesperado que tomaba decisiones definitivas basándose en estímulos pasajeros. La Estación Graf era atractiva a primera vista, cierto, pero Corbeau había crecido en un país a cielo abierto con gravedad real, con aire real… ¿Se adaptaría, o se apoderaría de él la tecno-claustrofobia? Y la joven por quien se proponía arrojar su vida por la borda, ¿merecía la pena, o Corbeau demostraría ser un pasatiempo divertido para ella? ¿O, con el tiempo, un grave error? Demonios, se conocían desde hacía apenas unas semanas… Nadie podía saberlo, menos que nadie Corbeau y Garnet Cinco.

—Quiero dejarlo —dijo Corbeau—. No lo soporto más.

Miles lo intentó otra vez.

—Si retira su petición de asilo político en la Unión antes de que los cuadrúmanos la rechacen, todavía podríamos aprovechar su ambigüedad legal y hacerla desaparecer, sin más consecuencias para su carrera. Si no la retira, el cargo por deserción seguirá adelante y le hará un daño enorme.

Corbeau alzó la cabeza.

—¿Esa pelea que la patrulla de Brun tuvo con la seguridad cuadri no es suficiente? El médico de la Príncipe Xav dijo que probablemente sí.

La deserción ante el enemigo se castigaba con la muerte en el código militar barrayarés. La deserción en tiempo de paz se castigaba con largos periodos de tiempo en puestos extremadamente desagradables. Ambas posibilidades parecían un desperdicio excesivo.

—Creo que haría falta retorcer legalmente las cosas para llamar batalla a ese episodio. Para empezar, definirlo así va directamente en contra del deseo manifiesto del Emperador de mantener relaciones pacíficas con este importante punto comercial. Con todo…, con un tribunal suficientemente hostil y una defensa entregada… Yo no diría que enfrentarse a un consejo de guerra sea una jugada inteligente, si se puede evitar. —Miles se frotó los labios—. ¿Estaba usted borracho, por casualidad, cuando el sargento Touchev fue a recogerlo?

—¡No!

—Hum. Lástima. Estar borracho es una defensa maravillosamente segura. No es política ni socialmente radical, ya ve. ¿Supongo que no…?

Los labios de Corbeau se tensaron, llenos de indignación. Miles advirtió que sugerirle que mintiera sobre su estado etílico no saldría bien. Lo cual le daba una buena opinión del joven oficial, cierto, pero no le facilitaba el trabajo.

—Sigo queriendo dejarlo —repitió Corbeau, testarudo.

—Me temo que los cuadris no sienten mucho afecto por los barrayareses esta semana. Confiar en que le garanticen asilo para resolver su dilema me parece un grave error. Tiene que haber media docena de formas mejores para solucionar sus problemas, si abre la mente a posibilidades tácticas más amplias. De hecho, casi cualquier otra opción sería mejor que ésta.

Corbeau negó con la cabeza, mudo.

—Bien, piénselo, alférez. Sospecho que la situación seguirá siendo pantanosa hasta que descubra qué le pasó al teniente Solian. En ese punto, espero desenmarañar este lío rápidamente, y la posibilidad de que cambie usted de opinión podría acabarse entonces bruscamente.

Se puso en pie. Corbeau, tras un instante de incertidumbre, se incorporó y saludó. Miles le devolvió el saludo asintiendo brevemente y se acercó a Roic, que habló por el intercomunicador de la celda para que les abrieran la puerta.

Salió, el ceño fruncido y pensativo, para encontrarse con el flotante jefe Venn.

—¡Quiero a Solian, maldición! —le dijo Miles, enfurruñado—. Esta desaparición suya no deja en mejor posición su organización de seguridad que la nuestra, ¿sabe?

Venn se lo quedó mirando, pero no rebatió su comentario.

Miles suspiró y se llevó el comunicador de muñeca a los labios para llamar a Ekaterin.

Ella insistió en reunirse de nuevo con él a bordo de la Kestrel. Miles se alegró de tener la excusa de escapar de la deprimente atmósfera del Puesto de Seguridad Número Tres. No podía achacarlo a la ambigüedad moral, ¡ay! Peor, ni siquiera podía llamarlo ambigüedad moral. Estaba claro qué bando tenía razón, y no era el suyo, maldición.

La encontró en su pequeño camarote, colgando en una percha su uniforme marrón y plata de la Casa Vorkosigan. Ekaterin se dio la vuelta y lo abrazó, y él ladeó la cabeza para un beso largo y apasionado.

—Bien, ¿cómo fue tu aventura con Bel por el Cuadrispacio? —preguntó él, cuando pudo volver a respirar.

—Muy bien, creo. Si Bel alguna vez quiere cambiar de trabajo, creo que podría dedicarse a las relaciones públicas de la Unión. Me parece que he visto todas las partes interesantes de la Estación Graf en el poco tiempo que hemos tenido. Vistas espléndidas, buena comida, historia… Bel me ha llevado hasta el sector de caída libre más profundo para ver las partes que se conservan de la vieja nave de salto que trajo a los cuadris a este sistema. La tienen como si fuera una especie de museo… Cuando llegamos estaba llena de pequeños escolares cuadris rebotando en las paredes. Literalmente. Eran increíblemente monos. Casi me recordó un altar de antepasados de Barrayar.

Lo soltó, e indicó una gran caja decorada con brillantes y pintorescas imágenes y esquemas que ocupaba la mitad del camastro inferior.

—Encontré esto para Nikki en la tienda del museo. Es un modelo a escala del Supersaltador D-620, modificado con la configuración de hábitat orbital, la nave en la que escaparon los antepasados de los cuadrúmanos.

—¡Oh, demonios, le gustará!

Nikki, a los once años, todavía no había dejado atrás la pasión por todo tipo de naves espaciales, en especial las naves de salto. Todavía era demasiado pronto para averiguar si el entusiasmo se convertiría en una vocación adulta o caería por la borda, pero desde luego aún no había menguado. Miles miró con más atención la imagen. La vieja D-620 era una nave sorprendentemente extraña, una bestia, y en la versión de este artista parecía más bien un enorme calamar gigante agarrando un puñado de latas.

—Réplica a gran escala, supongo.

Ella la miró, vacilante.

—No mucho. Era una nave grande. Me pregunto si debería haber escogido el modelo más pequeño. Pero no se desmontaba como ésta. Ahora que la tengo aquí, no estoy segura de dónde ponerla.

Ekaterin, en su faceta maternal, era muy capaz de compartir la cama con todas las cosas que fueran encontrando por el camino, todo por el bien de Nikki.

—Al teniente Smolyani le encantará buscar un sitio donde guardarla.

—¿De verdad?

—Tienes mi garantía personal.

Miles le dedicó una breve reverencia con una mano sobre el corazón. Se preguntó si comprar un par de naves más para los pequeños Aral Alexander y Helen Natalia, ya que estaban allí, pero la conversación con Ekaterin sobre juguetes adecuados a la edad, repetida varias veces durante su estancia en la Tierra, probablemente no necesitaba otro ensayo.

—¿De qué hablasteis Bel y tú?

Ella sonrió.

—De ti, principalmente.

El pánico asomó como algo apenas más autoincriminador que una sonriente pregunta.

—¿Sí?

—Bel tenía mucha curiosidad por saber cómo nos habíamos conocido, y obviamente se estaba devanando los sesos para encontrar una manera de preguntármelo sin ser descortés. Me dio lástima y le conté un poco sobre cómo te conocí en Komarr, y sobre después. Dejando aparte todas las partes clasificadas, nuestro noviazgo parece rarísimo, ¿sabes?

Él lo reconoció encogiéndose tristemente de hombros.

—Me he dado cuenta. No se puede evitar.

—¿Es cierto que la primera vez que os visteis le disparaste a Bel con un aturdidor?

Evidentemente, la curiosidad no era sólo unidireccional.

—Bueno, sí. Es una larga historia. De eso hace mucho tiempo.

Los ojos azules de Ekaterin chispearon de diversión.

—Eso tengo entendido. Eras un absoluto lunático cuando eras más joven, según dicen todos. No estoy segura, si te hubiera conocido entonces, de si me habría sentido impresionada u horrorizada.

Miles reflexionó sobre esto.

—Yo tampoco estoy seguro.

Ella volvió a sonreír y lo rodeó para tomar una bolsa de ropa de la cama. Sacó una densa cascada de tela de un tono gris azulado que hacía juego con sus ojos. Se convirtió en un traje de salto de un oscilante material aterciopelado con puños largos abotonados en las muñecas y los tobillos, lo cual daba a las perneras un leve aspecto de mangas. Se lo colocó encima.

—Eso es nuevo —aprobó él.

—Sí, puedes ir a la moda con gravedad y usarlo con eficacia en caída libre… —Soltó el atuendo y acarició su pelusa sedosa.

—Supongo que Bel evitó cualquier impertinencia que pudieran haberte dicho por el hecho de ser barrayaresa mientras habéis estado por ahí.

Ella se enderezó.

—Bueno, no he tenido ningún problema. Bel se encontró con un tipo de aspecto extraño… Tenía los pies y las manos más largos y estrechos que he visto. Había también algo curioso en su pecho, bastante grande. Me pregunté si lo habían alterado genéticamente para algo especial o si era algún tipo de modificación quirúrgica. Supongo que se conoce a todo tipo de gente aquí, tan cerca del Nexo. Le insistió a Bel para que le dijera cuándo se permitiría a los pasajeros subir a bordo, y dijo que había un rumor de que habían permitido a alguien recoger su cargamento, pero Bel le aseguró (¡firmemente!) que no se había dejado a nadie subir a las naves desde que fueron bloqueadas. Sería uno de los pasajeros de la Rudra, preocupado por sus pertenencias, supongo. Dio a entender que los cargamentos retenidos estaban expuestos al pillaje y los hurtos de los estibadores cuadris, cosa que no le sentó nada bien a Bel.

—Me lo figuro.

—Luego quiso saber qué estabas haciendo tú y cómo iban a responder los barrayareses. Naturalmente, Bel no dijo quién era yo. Le dijo que si quería saber qué estaban haciendo los barrayareses, era mejor que se lo preguntara a uno directamente, y que se pusiera en la cola para pedir una cita contigo a través de la Selladora Greenlaw, como todos los demás. Al tipo no le hizo demasiada gracia, pero Bel amenazó con escoltarlo de vuelta a su alojamiento con los de seguridad de la Estación y con confinarlo allí si no dejaba de dar la lata, así que se calló y se fue corriendo a buscar a Greenlaw.

—Bien por Bel. —Miles suspiró y agitó los hombros tensos—. Supongo que será mejor que vuelva a tratar con Greenlaw.

—No, no deberías —dijo Ekaterin con firmeza—. No has hecho más que hablar con comités de gente molesta desde esta mañana a primera hora. La respuesta, supongo, es: no. La pregunta es: ¿te has parado a almorzar o a descansar?

—Hum… Bueno, no. ¿Cómo lo sabes?

Ella simplemente sonrió.

—Entonces el siguiente punto en tu agenda, milord Auditor, es una agradable cena con tu esposa y tus viejos amigos. Bel y Nicol van a llevarnos por ahí. Y después, vamos a ir al ballet cuadri.

—¿Nosotros?

—Sí.

—¿Por qué? Quiero decir, tendré que comer en algún momento, supongo, pero que me vaya por ahí en mitad del caso para, hum, divertirme, no le hará gracia a ninguno de los que esperan que resuelva este lío. Empezando por el almirante Vorpatril y su personal, me atrevo a decir.

—A los cuadris les entusiasmará. Están orgullosísimos del Ballet Minchenko, y que te vean mostrar interés por su cultura sólo puede hacerte bien. La compañía sólo actúa una o dos veces por semana, dependiendo del tráfico de pasajeros y la estación… ¿Tienen estaciones aquí? Bueno, de la época del año. Así que puede que no tengamos otra oportunidad. —Sonrió con picardía—. Todas las entradas estaban vendidas, pero Bel hizo que Garnet Cinco tirara de algunos hilos y nos consiguió un palco. Ella se reunirá con nosotros allí.

Miles parpadeó.

—Quiere contarme algo sobre su relación con Corbeau, ¿no?

—Me imagino que sí.

Al ver la expresión de duda en su nariz arrugada, Ekaterin añadió:

—He averiguado algo más sobre ella. Es una persona famosa en la Estación Graf, una celebridad local. El ataque de la patrulla barrayaresa apareció en las noticias; como es una artista, la fractura del brazo la tiene temporalmente apartada del trabajo, además de ser algo horrible en sí mismo… A los ojos de los cuadris, fue culturalmente extraofensivo.

—¡Oh, magnífico! —Miles se frotó el puente de la nariz. No era sólo su imaginación: le dolía la cabeza.

—Sí. Así que, ¿cuánto vale, en puntos de propaganda, que vean a Garnet Cinco en el ballet charlando cordialmente con el enviado de Barrayar, todo perdonado y amigable?

—¡Ajá! —él vaciló—. Mientras no acabe largándose airada porque no puedo prometerle nada respecto a Corbeau. Es una situación peliaguda, y el chico no está siendo todo lo listo que debería.

—Al parecer ella es una persona temperamental, pero no estúpida, o eso me ha dado a entender Bel. No creo que Bel me haya pinchado para concertar esto para que se convierta en un desastre público… ¿Tal vez tienes motivos para pensar lo contrario?

—No…

—De todas formas, estoy seguro de que sabrás manejar a Garnet Cinco. Sólo demuestra tu encanto habitual.

La visión que Ekaterin tenía de él, se recordó Miles, no era exactamente objetiva. Gracias a Dios.

—Llevo todo el día intentando encantar a los cuadris sin ningún éxito visible.

—Si dejas claro que te cae bien la gente, le resulta difícil resistirse. Y Nicol tocará en la orquesta esta noche.

—¡Oh! Será interesante oírlo.

Ekaterin era muy observadora. Miles no tenía ninguna duda de que se había pasado la tarde captando vibraciones culturales que iban más allá de las modas locales. El ballet cuadri lo era.

—¿Llevarás tu bonito vestido nuevo?

—Por eso lo he comprado. Honramos a los artistas vistiéndonos para ellos. Ahora, ponte el uniforme de la Casa Vorkosigan. Bel vendrá a recogernos pronto.

—Será mejor que me ciña al color gris. Tengo la sensación de que desfilar con uniforme barrayarés delante de los cuadris es ahora mismo una mala idea, diplomáticamente hablando.

—En el Puesto de Seguridad Número Tres, probablemente. Pero no tiene sentido que te vean disfrutando de su arte si parecemos un par de planetarios anónimos. Esta noche, creo que deberíamos parecer lo más barrayareses posible.

El que lo vieran con Ekaterin merecía también unos cuantos puntos, pensó Miles, aunque no tanto por propaganda como por pura exhibición de masculinidad. Se dio un golpecito en la costura del pantalón, donde no colgaba ninguna espada.

—Bien.

6

Bel llegó al cabo de un rato a la compuerta de la Kestrel, después de haberse cambiado el serio uniforme de trabajo por un sorprendente pero alegre jubón naranja con brillantes mangas azules decoradas con estrellas, pantalones con perneras acuchilladas sujetos a la rodilla y calzas y botas de fricción a juego de color azul medianoche. Variaciones por el estilo parecían ser la última moda local masculina y femenina, tuvieran sus usuarios piernas o no, a juzgar por el menos deslumbrante atuendo de Greenlaw.

El hermafrodita los condujo a un apartado y tranquilo restaurante en el lado gravitatorio de la Estación que tenía el habitual ventanal transparente que daba al paisaje estelar. Alguna gabarra o cápsula ocasional pasaba silenciosamente por fuera, añadiendo interés a la escena. A pesar de la gravedad, que al menos mantenía la comida fija en los platos descubiertos, el lugar seguía los ideales arquitectónicos cuadrúmanos al tener mesas fijas sobre columnas a diversas alturas, usando las tres dimensiones de la sala. Los servidores correteaban arriba y abajo utilizando flotadores. El diseño le gustó a todo el mundo menos a Roic, que no paraba de torcer el cuello en todas direcciones, esperando problemas en 3-D. Pero Bel, siempre previsor, además de versado en protocolos de seguridad, había proporcionado a Roic un lugar situado por encima de los otros, desde donde divisaba toda la sala. Roic subió a su extraña atalaya algo más tranquilo.

Nicol los estaba esperando sentada a su mesa, que dominaba toda la pared-ventanal. Su atuendo consistía en unas mallas negras que se ajustaban a su silueta y finos pañuelos de arco iris; por lo demás, su aspecto no había cambiado demasiado desde que Miles la conoció por primera vez hacía tantos años y tantos saltos. Seguía siendo delgada, graciosa de movimientos incluso con su flotador, con la piel de puro marfil y el pelo corto de ébano, y sus ojos aún danzaban. Ekaterin y ella se miraron una a la otra con gran interés, y de inmediato se pusieron a conversar sin que hiciera falta mucha intervención por parte de Bel o Miles.

Mientras la exquisita comida iba apareciendo fluidamente, presentada por el bien entrenado y silencioso personal del lugar, la charla fue tratando de música, jardinería y de las técnicas de bioreciclado de la estación, que llevaron a una discusión sobre la dinámica de la población cuadri y los métodos técnicos, económicos y políticos para poblar el creciente anillo que rodeaba el cinturón de asteroides. Sólo las viejas historias de guerra, por tácito y mutuo acuerdo, no asomaron a la conversación.

Cuando Bel acompañó a Ekaterin al lavabo entre el último plato y el postre, Nicol esperó a que no la oyera y luego se inclinó hacia delante y le murmuró a Miles:

—Me alegro por ti, almirante Naismith.

Él se llevó brevemente un dedo a los labios.

—Alégrate por Miles Vorkosigan. Desde luego, yo me alegro —vaciló, y entonces preguntó—: ¿Debería alegrarme también por Bel?

La sonrisa de Nicol se arrugó un poquito.

—Sólo Bel lo sabe. He dejado de viajar por el Nexo. He encontrado mi hogar, por fin. Bel parece feliz aquí también, la mayor parte del tiempo, pero… bueno, Bel es planetario. Dicen que tiene «pies nerviosos». Bel habla de comprometerse con la Unión, pero… por un motivo u otro, nunca presenta la solicitud.

—Estoy seguro de que Bel está interesado en hacerlo.

Ella se encogió de hombros y apuró su bebida de limón; en previsión de su actuación posterior, no había probado el vino.

—Tal vez el secreto de la felicidad es vivir el hoy y nunca mirar adelante. O tal vez es sólo un hábito que Bel adquirió en su antigua vida. Todo ese riesgo, todo ese peligro… Hace falta fuerza para continuar. No estoy segura de que Bel pueda cambiar su naturaleza, ni cuánto le lastimaría intentarlo. Tal vez demasiado.

—Mm —dijo Miles. «No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas», había dicho Bel. Al parecer, ni siquiera Nicol era consciente de la segunda fuente de ingresos (y peligros) de Bel—. Me parece que Bel podría haber encontrado trabajo como práctico en bastantes sitios. En cambio, vino hasta muy lejos para encontrar éste.

La sonrisa de Nicol se suavizó.

—Así es. ¿Sabes que cuando Bel llegó a la Estación Graf todavía tenía en la cartera ese dólar betano con que os pagué en Jackson's Whole?

Miles consiguió tragarse la pregunta lógica, «¿Estás segura de que era el mismo?», antes de que escapara por su boca y metiera la pata. Un dólar betano era exactamente igual a cualquier otro. Si Bel había dicho que era el mismo cuando volvió a encontrar a Nicol, ¿quién era él para sugerir lo contrario? Un metepatas, seguro.

Después de la cena, Bel y Nicol los guiaron por el sistema de coches-burbuja, cuyas arterias de tránsito habían sido reestructuradas recientemente en el laberinto tridimensional en el que había llegado a convertirse la Estación Graf. Nicol dejó su flotador en un depósito común en el andén de pasajeros. Su coche tardó unos diez minutos en abrirse paso por el entramado de tubos hasta llegar a su destino; el estómago de Miles dio un vuelco cuando entraron en la zona de caída libre, y se apresuró a sacar del bolsillo las píldoras contra el mareo, meterse una en la boca y ofrecérselas discretamente a Ekaterin y Roic.

La entrada al auditorio Memorial Madame Minchenko no era ni grande ni impresionante, pues se trataba sólo de una de las varias puertas estancas accesibles desde distintos niveles de la Estación. Nicol besó a Bel y se marchó. Ninguna multitud abarrotaba todavía los pasillos cilíndricos, pues habían llegado temprano para dar tiempo a Nicol de llegar a los camerinos y cambiarse. Miles, por tanto, no estaba preparado para la vasta sala a la que entraron flotando.

Era una esfera enorme. Casi una tercera parte de su superficie interior era una pared-ventana redonda y transparente, el universo mismo convertido en telón de fondo, repleto de brillantes estrellas en esa parte oscura de la Estación. Ekaterin le agarró bruscamente la mano y Roic emitió un ruidito ahogado. Miles tuvo la sensación de que había entrado en un colmena gigantesca, pues el resto de la pared estaba cubierta de celdas hexagonales, como un panal plateado lleno de joyas multicolores. Mientras flotaban hacia el centro, las celdas se convirtieron en palcos de terciopelo para el público de diversos tamaños: desde cómodos nichos para un solo espectador a unidades lo suficientemente espaciosas para grupos de diez, si los diez eran cuadris y no tenían que usar molestas piernas. Otros sectores, intercalados, parecían ser paneles oscuros y planos de diversas formas, o contener otras salidas. Miles trató al principio de encontrar un arriba y un abajo en el espacio, pero cuando parpadeó, la cámara pareció rotar alrededor del ventanal, y entonces ya no estuvo seguro de si estaba mirando arriba, abajo o de lado con respecto a ella. Abajo era una construcción mental particularmente preocupante, ya que producía la mareante impresión de caer a un vasto pozo de estrellas.

Un acomodador cuadri con un cinturón aéreo los condujo, después de que hubieran babeado hasta hartarse, hasta su hexágono asignado. Estaba recubierto de un acolchado suave que amortiguaba el ruido y tenía asideros convenientes; incluía además sus propias luces, las joyas de colores vistas desde lejos.

Una forma oscura y un destello de movimiento en el palco, de generosas proporciones, se convirtieron, cuando se aproximaron, en una mujer cuadri. Era esbelta y de largos miembros, con bonito pelo rubio ceniza corto de no más de un dedo y que se agitaba en aureola alrededor de su cabeza. A Miles le recordó las sirenas de leyenda. Pómulos para inspirar a los hombres a batirse en duelo, o quizás a escribir mala poesía, o ahogarse en alcohol. O peor, desertar de su brigada. Iba vestida de ajustado terciopelo negro con un lacito blanco en la garganta. La pernera del codo inferior derecho de sus pantalones de terciopelo negro… manga, decidió Miles, no pernera, había quedado sin abrochar para dejar espacio a un inmovilizador médico de un tipo dolorosamente familiar para Miles, dados los frágiles huesos de su infancia. Era la única cosa extraña y carente de gracia en ella, un burdo insulto al resto del conjunto.

No podía ser otra que Garnet Cinco, pero Miles esperó a que Bel los presentara adecuadamente, cosa que hizo al punto. Todos se estrecharon las manos; a Miles su apretón le pareció firme y atlético.

—Gracias por conseguir estos… —asientos no era adecuado—. Este espacio para nosotros con tan poco tiempo —dijo Miles, soltando su esbelta mano superior—. Tengo entendido que vamos a tener el privilegio de ver un trabajo muy hermoso.

Miles ya había comprendido que «trabajo» era una palabra con resonancias añadidas en el Cuadrispacio, igual que «honor» en Barrayar.

—Un placer, lord Vorkosigan.

Su voz era melodiosa; su expresión parecía fría, casi irónica, pero una ansiedad subyacente brillaba en sus ojos verde hoja.

Miles abrió la mano para indicar su brazo inferior derecho roto.

—Le presento mis disculpas por la deplorable conducta de algunos de nuestros hombres. Serán castigados por ello, cuando los recuperemos. Por favor, no juzgue a todos los barrayareses por nuestros peores ejemplos. —«Bueno, no puede hacerlo; no enviamos en nuestras naves a los peores, Gregor sea alabado.»

Ella sonrió brevemente.

—No lo hago, pues también he conocido al mejor. —La ansiedad de sus ojos se marcó en su voz—. Dmitri… ¿qué le va a pasar?

—Bueno, eso depende de Dmitri en gran medida. —Los tiros, advirtió Miles de pronto, podían ir en ambas direcciones—. Podría oscilar cuando sea liberado y vuelva al servicio, entre un pequeño punto negro en su historial… puesto que no podía quitarse el comunicador de muñeca mientras estaba de permiso en la Estación, ¿sabe?, justo por el motivo que desgraciadamente se dio… y un cargo muy serio de intento de deserción, si no retira su solicitud de asilo político antes de que le sea denegada.

Ella apretó un poco la mandíbula.

—Tal vez no se la denieguen.

—Aunque se la concedan, las consecuencias a largo plazo podrían ser más complejas de lo que usted piensa. Llegado ese punto sería claramente culpable de deserción. Sería deportado permanentemente de su hogar y nunca podría regresar ni ver a su familia. Ahora Barrayar puede parecerle un lugar muy distante, en el primer arrebato de… emoción, pero pienso, estoy seguro, de que es algo que podría lamentar profundamente más tarde.

Pensó en el melancólico Baz Jesek, exiliado durante años por un conflicto aún peor llevado.

—Hay otras maneras, quizá menos rápidas, de que el alférez Corbeau pueda acabar aquí, si su deseo de hacerlo es auténtico y no un capricho temporal. Requeriría un poco más de tiempo, pero sería infinitamente menos lesivo… Después de todo, se está jugando con esto el resto de su vida.

Ella frunció el ceño.

—¿No lo harán fusilar los militares de Barrayar, ni lo mutilarán horriblemente, ni lo… asesinarán?

—No estamos en guerra con la Unión.

«Todavía, al menos.» Harían falta más meteduras de pata heroicas para que eso sucediera, pero Miles no debía subestimar a sus compatriotas.

Y no creía que Corbeau fuera lo suficientemente importante desde un punto de vista político para asesinarlo. «Así que vamos a intentar asegurarnos de que no acabe siéndolo, ¿eh?»

—No sería ejecutado. Pero veinte años de cárcel no es mucho mejor, desde nuestro punto de vista. No le hace ningún favor a él, ni se lo hace a usted misma, animándolo a que deserte. Déjele regresar al servicio, cumplir su misión, volver. Si los dos siguen pensando igual entonces, continúen con su relación sin que la no resolución de su estatus legal envenene su futuro juntos.

La expresión de ella se había vuelto aún más sombríamente testaruda. Miles se sintió fatal, como un padre severo reprimiendo a una adolescente llena de angustia, pero ella no era ninguna niña. Tendría que preguntarle a Bel por su edad. Su gracia y el aplomo de sus movimientos podían ser el resultado de su formación como bailarina. Recordó que se suponía que debían parecer cordiales, así que trató de suavizar sus palabras con una sonrisa tardía.

—Queremos ser compañeros. Permanentemente —dijo ella.

«Sólo dos semanas después de conocerse, ¿está segura?» Miles ahogó el comentario en su garganta cuando la mirada de reojo de Ekaterin le recordó cuántos días (¿o fueron horas?) tardó él en enamorarse de ella. Cierto, lo de permanentemente había tardado más.

—Desde luego, comprendo por qué lo desea Corbeau.

Lo contrario era más sorprendente, por supuesto. En ambos casos. Él mismo no encontraba a Corbeau particularmente encantador (su emoción más fuerte hasta ahora era un profundo deseo de darle un golpe al alférez en la cabeza), pero era evidente que aquella mujer no lo veía de la misma manera.

—¿Permanentemente? —dijo Ekaterin, vacilante—. Pero… ¿no cree que podría desear tener hijos algún día? ¿O él?

La expresión de Garnet Cinco se volvió esperanzada.

—Hemos hablado de tener hijos juntos. Los dos estamos interesados.

—Hum, er… —dijo Miles—. ¿Los cuadrúmanos no son infértiles con los planetarios?

—Bueno, hay que tomar algunas decisiones antes de usar los replicadores, igual que un herm que se cruza con un monosexual tiene que elegir si quiere que ajusten su genética para producir un niño o una niña o un herm. Algunas parejas cuadriplanetarias tienen hijos cuadrúmanos, algunas tienen planetarios, otras tienen ambos… ¡Bel, enséñale a lord Vorkosigan las fotos de tus bebés!

Miles giró la cabeza.

—¿Qué?

Bel se sonrojó y rebuscó en el bolsillo de su pantalón.

—Nicol y yo… Cuando fuimos al genetista en busca de consejo, nos pasaron una proyección de todas las combinaciones posibles, para ayudarnos a escoger.

El herm sacó un holocubo y lo conectó. Seis fotos de niños de cuerpo entero cobraron vida sobre su mano, todos en la preadolescencia, cuando los rasgos adultos empiezan a emerger de las redondeces infantiles. Tenían los ojos de Bel, la barbilla de Nicol, el pelo moreno y los rizos familiares. Un niño, una niña y un hermafrodita con piernas; un niño, una niña y un hermafrodita cuadri.

—¡Oh! —dijo Ekaterin, extendiendo la mano—. ¡Qué interesante!

—Los rasgos faciales son sólo una mezcla electrónica de los de Nicol y los míos, no una auténtica proyección genética —explicó Bel, ofreciendo el cubo—. Para eso se necesitaría una célula real de una concepción real, cosa de la que, por supuesto, no dispondrán hasta que se haya producido una para aplicarle las modificaciones genéticas.

Ekaterin giró el cubo a un lado y a otro, examinando los retratos desde diversos ángulos. Miles, mirando por encima de su hombro, se dijo firmemente que, probablemente, no importaba que su holovid de los blastocitos Aral Alexander y Helen Natalia estuviera todavía en su equipaje a bordo de la Kestrel. Tal vez más tarde tuviera una oportunidad de enseñarle a Bel…

—¿Habéis decidido por fin qué queréis? —preguntó Garnet Cinco.

—Una niñita cuadri, para empezar. Como Nicol. —El rostro de Bel se suavizó, y luego, bruscamente, recuperó su habitual sonrisa irónica—. Suponiendo que yo dé el paso y solicite la ciudadanía de la Unión.

Miles imaginó a Garnet Cinco y Dmitri Corbeau con un puñado de guapos y atléticos niños cuadrúmanos. O a Bel y Nicol con una tribu de pequeños músicos. La cabeza le dio vueltas. Roic, que parecía silenciosamente bloqueado, negó con la cabeza cuando Ekaterin le ofreció examinar de cerca los holovids.

—¡Ah! —dijo Bel—. El espectáculo está a punto de comenzar.

El herm recuperó el holocubo, lo apagó, volvió a guardarlo en las profundidades del bolsillo de sus pantalones azules y cerró cuidadosamente la solapa.

El auditorio se había llenado por completo mientras hablaban, y el panal de celdas ahora albergaba a una atenta multitud, incluido un buen puñado de otros planetarios, aunque Miles no habría sabido decir si eran ciudadanos de la Unión o visitantes galácticos. En cualquier caso, no se veía esa noche ningún uniforme verde de Barrayar. Las luces disminuyeron, el murmullo se apaciguó y unos últimos cuadris corrieron hacia sus palcos y los ocuparon. Un par de planetarios que habían calculado mal su impulso y quedaron aislados en el centro fueron rescatados por los acomodadores y conducidos hacia sus palcos, lo que les valió el silencioso desdén de los cuadris que se dieron cuenta. El aire estaba lleno de tensión eléctrica, la extraña mezcla de esperanza y temor típica de toda actuación en directo, con su riesgo de imperfección y su posibilidad de grandeza. Las luces disminuyeron aún más, hasta que sólo el brillo estelar blanquiazul iluminó las celdas ahora abarrotadas de la cámara.

Las luces destellaron, una profusión de rojo y anaranjado y dorado, y los actores aparecieron por todas partes. Entrando al asalto. Cuadrúmanos varones, atléticos y llenos de entusiasmo, con ajustadas mallas que resplandecían. Tambores.

«No me esperaba tambores manuales.» Las otras actuaciones en caída libre que Miles había visto, ya fueran de baile o de gimnasia, habían sido extrañamente silenciosas a excepción de la música y los efectos de sonido. Los cuadris hacían su propio ruido y todavía les quedaban manos de sobra para actuar; los tamborileros se reunieron en el centro, se agarraron, chocaron, intercambiaron impulso, giraron y doblaron siguiendo una pauta siempre cambiante. Dos docenas de hombres en caída libre ocuparon perfectamente su puesto en el centro del auditorio esférico, su movimiento tan controlado como para permitir que nadie vagara hacia un lado mientras la energía de sus giros, piruetas, quiebros y volteretas fluía a través de sus cuerpos, de uno a otro, para empezar de nuevo. El aire latía con el ritmo de sus tambores: tambores de todos los tamaños, redondos, oblongos, dobles; no sólo los tocaba cada tamborilero, pues algunos se los pasaban de unos a otros en un rápido cruce entre música y juego malabar, sin fallar nunca una nota ni un golpe. Las luces danzaron. Los reflejos se esparcieron por las paredes, mostrando en los palcos destellos de manos alzadas, brazos, ropas brillantes, joyas, rostros asombrados.

Entonces, desde otra entrada, una docena de cuadrúmanas vestidas de azul y gris se incorporaron a la creciente pauta geodésica, uniéndose a la danza. Todo lo que Miles pudo pensar fue: «El primero que trajo castañuelas al Cuadrispacio tiene que responder a muchas cosas.» Añadieron una nota risueña a la percusión: tambores y castañuelas, ningún otro instrumento. No eran necesarios. La cámara redonda reverberó, casi estremeciéndose. Miles echó una mirada de reojo: Ekaterin tenía la boca entreabierta, los ojos brillantes y asombrados, absorbiendo todo aquel resonante esplendor sin reserva.

Miles pensó en las bandas de marchas de Barrayar. No era suficiente que los humanos hicieran algo tan difícil como aprender a tocar un instrumento musical. Luego tenían que hacerlo en grupo. Mientras caminaban. Con ritmos complicados. Y luego competían entre sí para hacerlo aún mejor. Para el deseo de destacar nunca se encontraría una justificación económica razonable. Había que destacar por el honor del país, del pueblo, o por la gloria de Dios. Por el disfrute del ser humano.

La pieza duró veinte minutos, hasta que los músicos jadearon y el sudor escapó de ellos en diminutas gotitas que se convirtieron en manchas chispeantes en la oscuridad, y aun así siguieron girando y tronando. Miles tuvo que contenerse para no hiperventilar por simpatía, los latidos del corazón sincronizados con sus ritmos. Entonces, una última descarga de alegre ruido… y de algún modo la rebullente masa de hombres y mujeres de cuatro brazos se dividió en dos cadenas que se perdieron por las mismas salidas de donde habían emergido hacía un rato.

Otra vez oscuridad. El silencio fue como un mazazo; tras él, Miles oyó a Roic exhalar reverente, ansiosamente, como el hombre que vuelve a casa de la guerra y se acuesta en su propia cama por primera vez.

Los aplausos estremecieron la sala. Nadie del grupo barrayarés, pensó Miles, tenía que fingir ahora entusiasmo por la cultura cuadri.

La sala volvió a guardar silencio mientras la orquesta emergía de cuatro puntos y ocupaba posiciones alrededor del gran ventanal. La media docena de cuadris llevaba instrumentos más normales: todos acústicos, le comentó Ekaterin con un susurro fascinado. Localizaron a Nicol, auxiliada por otros dos cuadris que la ayudaron a manejar y asegurar su arpa, que casi tenía la forma normal de un arpa, y su doble dulcémele, que parecía una sosa caja oblonga desde aquel ángulo. Pero la pieza que siguió a continuación incluyó un solo suyo con el dulcémele, su rostro de marfil recortado por las luces, y la música que brotó de sus cuatro manos destellantes fue cualquier cosa menos aburrida. Radiante, etérea, apasionante, electrizante.

Bel debía de haber asistido a aquello docenas de veces, supuso Miles, pero el herm estaba tan absorto como cualquier recién llegado. No era solo una sonrisa de amante la que iluminaba sus ojos. «Sí. No la amarías como es debido si no amaras también su derroche de talento.» Ningún amante celoso, ansioso y egoísta, podría abarcarlo todo; tenía que ser esparcido por el mundo, o había que destruir su fuente. Miró a Ekaterin y pensó en sus gloriosos jardines, que tanto echaba de menos en Barrayar. «No te mantendré mucho tiempo apartada de ellos, mi amor, te lo prometo.»

Hubo una breve pausa, mientras los tramoyistas cuadris colocaban unos misteriosos palos y barras en ángulos extraños en el interior de la esfera. Garnet Cinco, flotando de lado con respecto a Miles, le murmuró por encima del hombro:

—Ahora viene la pieza que yo suelo bailar. Es un extracto de una obra más grande, el ballet clásico de Aljean, La travesía, que cuenta la historia de la migración de nuestro pueblo a través del Nexo hasta el Cuadrispacio. Es el dueto amoroso entre Leo y Silver. Yo hago de Silver. Espero que mi alumna no lo estropee… —terminó de decir mientras empezaba la obertura.

Dos figuras, un planetario y una cuadri rubia, llegaron flotando desde lugares opuestos del espacio, acumularon impulso girando sobre las pértigas tras agarrarse con las manos, y se reunieron en el centro. No hubo tambores esta vez, sólo una melodía dulce y líquida de la orquesta. Las piernas del personaje de Leo se agitaban inútilmente, y Miles tardó un momento en darse cuenta de que lo interpretaba un bailarín cuadri con piernas falsas. El uso de la mujer del movimiento angular, contrayendo o estirando varios brazos mientras giraba o hacía cabriolas, era brillantemente controlado, sus cambios de trayectoria alrededor de las pértigas, preciso. Sólo unos cuantos jadeos y murmullos críticos por parte de Garnet Cinco sugirieron algo menos que perfección a lo que Miles percibía. El tipo de las piernas falsas era deliberadamente torpe, y se ganó unas cuantas risas del público cuadri. Miles se agitó incómodo, advirtiendo que estaba viendo una parodia de cómo veían a los planetarios los cuadris. Pero los encantadores gestos de ayuda de la mujer hacían que fuera más enternecedor que cruel.

Bel, sonriente, se inclinó hacia delante para murmurarle a Miles al oído:

—Tranquilo. Se supone que Leo Graf baila como un ingeniero. Lo era.

El aspecto amoroso quedaba bastante claro. Las relaciones entre los cuadris y los planetarios al parecer tenían una historia larga y honorable. A Miles se le ocurrió que ciertos aspectos de su juventud habrían sido mucho más fáciles si Barrayar hubiera poseído un repertorio de historias románticas protagonizadas por héroes lisiados y bajitos, en vez de por villanos mutantes. Si aquél era un buen ejemplo, quedaba claro que Garnet Cinco estaba culturalmente preparada para hacer de Julieta de su Romeo barrayarés. «Pero no representemos una tragedia esta vez, ¿eh?»

La absorbente pieza llegó a su clímax y los dos bailarines saludaron al entusiasmado público antes de hacer mutis. Se encendieron las luces: el intermedio. El arte teatral estaba constreñido por la biología, advirtió Miles, en este caso por la capacidad de la vejiga humana, fuera planetaria o cuadri.

Cuando todos volvieron a reunirse en el palco, encontró que Garnet Cinco estaba explicándole a Ekaterin las convenciones de los nombres cuadris.

—No, no es un apellido —dijo Garnet Cinco—. Cuando los cuadrúmanos fueron creados por primera vez por la Corporación Galac-Tech, sólo había mil de nosotros. Cada uno tenía un solo nombre, más una designación numérica. Siendo tan pocos, cada nombre era único. Cuando nuestros antepasados huyeron a la libertad, eliminaron el código numérico, pero mantuvieron el sistema de nombres simples y únicos, apuntados en un registro. Con todos los lenguajes de la vieja Tierra en los que basarse, pasaron varias generaciones antes de que el sistema empezara a agotarse. Las listas de espera para los nombres verdaderamente populares eran larguísimas. Así que votaron por permitir la duplicación, pero sólo si el nombre tenía un complemento numérico, para poder distinguir siempre a un Leo de otro. Cuando te mueres, tu nombre-número va de vuelta al registro para ser reutilizado.

—Tengo un Leo Noventa y nueve en las cuadrillas de mis muelles —dijo Bel—. Es el número más alto que me he encontrado hasta ahora. Pero parece que se prefieren los números más bajos, o ninguno.

—Nunca he conocido a ninguna de las otras Garnets —dijo Garnet Cinco—. Había unas ocho más en alguna parte de la Unión la última vez que lo busqué.

—Apuesto a que habrá más —dijo Bel—. Y será culpa tuya.

Garnet Cinco se echó a reír.

—¡Ojalá!

La segunda mitad del espectáculo fue tan impresionante como la primera. Durante uno de los interludios musicales, Nicol tocó una pieza exquisita con su arpa. Hubo dos grupos de danza más, uno abstracto y matemático, el otro narrativo, al parecer basado en un trágico desastre de presurización sufrido por una generación anterior. El final puso a todo el mundo en el centro para un último, vigoroso y deslumbrante giro, con tambores, castañuelas y orquesta combinando un apoyo musical que sólo podía ser descrito como colosal.

A Miles le pareció que la actuación terminaba demasiado pronto, aunque su crono le dijo que habían pasado cuatro horas en aquel sueño. Dio una agradecida pero poco comprometedora despedida a Garnet Cinco. Mientras Bel y Nicol escoltaban a los tres barrayareses de vuelta a la Kestrel en un coche burbuja, Miles reflexionó sobre cómo las culturas se contaban su historia, y sobre cómo se definían. Por encima de todo, el ballet celebraba el cuerpo cuadri. Sin duda ningún planetario podía marcharse del ballet cuadri imaginando todavía al pueblo de cuatro brazos como mutado, lisiado o en desventaja, o inferior. Como Corbeau había demostrado, incluso se podía salir de allí tras haberse enamorado en caída libre.

No todas las deformaciones son visibles. Todo aquel despliegue de atletismo le recordó que debía comprobar sus niveles químicos cerebrales antes de acostarse, para ver cuándo era probable que le sobreviniera el próximo ataque.

7

Miles se despertó de un profundo sueño cuando llamaron a la puerta de su camarote.

—¿Milord? —dijo en susurros la voz de Roic—. El almirante Vorpatril quiere hablar con usted. Está en la comconsola segura de la sala de oficiales.

La inspiración que su cerebelo pudiera haber transmitido a su conciencia en el adormilado interludio entre el sueño y la vigilia escapó sin remisión. Miles gruñó, y se levantó del camastro. Ekaterin le tendió una mano desde la cama superior y se asomó a mirarlo.

—Sigue durmiendo, amor —susurró Miles, acariciándole la mano. Ella rezongó agradablemente y se dio la vuelta.

Miles se pasó las manos por el pelo, recogió su chaqueta gris, se la puso sobre la ropa interior y salió descalzo al pasillo. Mientras la puerta se cerraba tras él, comprobó su crono. Como en el Cuadrispacio no existían las molestas rotaciones planetarias, regía una sola zona horaria en todo el espacio local, a la que Miles y Ekaterin se habían, supuestamente, acostumbrado durante el viaje. Muy bien, así que no era medianoche, sino por la mañana temprano.

Miles se sentó ante la mesa, se alisó la chaqueta y se ajustó el cuello y tocó el control de su asiento. El rostro y el torso del almirante Vorpatril aparecieron sobre la placa vid. Completamente despierto, vestido y afeitado, sostenía una taza de té en la mano derecha, el puñetero bastardo.

Vorpatril sacudió la cabeza, los labios tensos.

—¿Cómo demonios lo sabía? —preguntó.

Miles entornó los ojos.

—¿Cómo dice?

—Acabo de recibir el informe de mi médico jefe sobre la muestra de sangre de Solian. Fue fabricada, probablemente, veinticuatro horas antes de que la derramaran por la cubierta.

—Oh. —«Rayos y centellas»—. Es… una lástima.

—Pero ¿qué significa? ¿Sigue Solian vivo en alguna parte? Habría jurado que era un desertor, pero tal vez Brun tuviera razón.

Como un reloj parado, incluso los idiotas podían acertar a veces.

—Tendré que reflexionar sobre esto. No demuestra que Solian esté vivo o muerto. Ni siquiera demuestra, necesariamente, que no lo mataran allí, aunque no le cortaran la garganta.

Roic, Dios lo bendijera y cuidara por siempre, colocó una taza de humeante café junto al codo de Miles y se retiró a su puesto junto a la puerta. Miles se aclaró la garganta, si no la mente, con el primer sorbo, y dio un segundo sorbo para poder pensar un instante.

Vorpatril llevaba ventaja, tanto con el café como con los cálculos.

—¿Deberíamos informar de esto al jefe Venn? ¿O… no?

Miles hizo un ruido gutural de duda. Su única ventaja diplomática, el único punto en el que apoyarse, como si dijéramos, había sido la posibilidad de que Solian hubiera sido asesinado por un cuadri desconocido. Parecía que todo se complicaba todavía más.

—La sangre tuvo que ser fabricada en alguna parte. Si se tiene el equipo adecuado, es fácil, y si no, es imposible. Encuentre ese equipo en la Estación, o a bordo de las naves atracadas, y tendrá el lugar. El lugar más el momento debería conducirnos a la gente. Proceso de eliminación. Es el tipo de trabajo de calle que… —Miles vaciló, pero continuó—, que la policía local está mejor capacitada que nosotros para realizar. Si es de fiar.

—¿Fiarnos de los cuadris? ¡Difícilmente!

—¿Qué motivo tienen para mentirnos o confundirnos? —«¿Cuál, de hecho?»—. Tengo que actuar por medio de Greenlaw y Venn. No tengo ninguna autoridad en la Estación Graf por propio derecho.

Bueno, quedaba Bel, pero tenía que usar a Bel con cuidado o se arriesgaría a cargarse la tapadera del herm.

Quería la verdad. A su pesar, reconoció que también preferiría tener el monopolio de ella, al menos hasta disponer de tiempo para decidir cómo servir mejor a los intereses de Barrayar. «Pero si la verdad no nos sirve a nosotros, qué dice entonces de lo que somos, ¿eh?» Se frotó la barbilla sin afeitar. Luego añadió:

—Esto demuestra que lo que sucedió en esa bodega de carga, ya fuera asesinato o tapadera, no fue algo casual sino cuidadosamente planificado. Me encargaré de hablar con Greenlaw y Venn al respecto. Hablar con los cuadris es mi trabajo, en cualquier caso. —«Por mis pecados, presumiblemente. ¿A qué dios he fastidiado esta vez?»—. Gracias, almirante, y dele de mi parte las gracias al médico de su flota por un buen trabajo.

Vorpatril asintió, complacido por este reconocimiento, y Miles cortó la comunicación.

—¡Maldición! —se quejó en un murmullo, contemplando el espacio en blanco con el ceño fruncido—. ¿Por qué nadie obtuvo esa información en la primera exploración? No es mi trabajo ser un maldito patólogo forense.

—Eso espero —dijo el soldado Roic, y se calló—. Hum… ¿Era una pregunta, milord?

Miles se volvió en la silla.

—Una pregunta retórica, pero ¿tienes una respuesta?

—Bueno, milord —dijo Roic, obediente—. Es por el tamaño de las cosas de aquí. La Estación Graf es un hábitat espacial bastante grande. En realidad, sin embargo, en Barrayar sería ciudad pequeña. Y todos esos tipos espaciales tienden a ser fieles cumplidores de la ley. Con todas esas reglas de seguridad… No creo que haya muchos asesinatos por aquí.

—¿Cuántos solía haber en Hassadar?

La Estación Graf alardeaba de tener unos cincuenta mil residentes: la población de la capital del Distrito Vorkosigan se aproximaba al medio millón.

—Tal vez uno o dos al mes, de media. No venían seguidos. A veces había unos cuantos, luego un periodo de calma. Más en verano que en invierno, excepto en Feria de Invierno. Entonces había un montón de asesinatos múltiples. La mayoría no eran ningún misterio, por supuesto. Pero ni siquiera en Hassadar los había tan raros como para interesar a nuestros forenses. Nuestros médicos eran interinos del Distrito Universitario, principalmente, de prácticas. Si alguna vez nos encontrábamos con algo realmente extraño, llamábamos a uno de los investigadores de homicidios de lord Vorbohn en Vorbarr Sultana. Allí deben tener un asesinato al día, y de todo tipo, un montón de experiencia. Apuesto a que el jefe Venn ni siquiera tiene un departamento forense, solo un médico cuadri al que llama de vez en cuando. Así que no es de esperar que tengan los niveles de exigencia de, ejem, SegImp a los que usted está acostumbrado. Milord.

—Es… un punto de vista interesante, soldado. Gracias.

Tomó otro sorbo de café.

—Solian… —dijo, pensativo—. Todavía no sé lo suficiente sobre Solian. ¿Tenía enemigos? Maldición, ¿tenía ese hombre al menos un amigo, o una amante? Si lo mataron, ¿fue por razones personales o profesionales? La diferencia es importante.

Miles había echado un vistazo al historial militar de Solian en el viaje de ida, y le había parecido normal y corriente. Si el hombre había estado alguna vez en el Cuadrispacio, había sido antes de unirse al Servicio Imperial, hacía ya seis años. Había realizado dos viajes anteriormente, con diferentes consorcios y diferentes flotas militares; entre sus experiencias no había al parecer nada más excitante que encargarse de algún tripulante beodo o de un pasajero molesto.

De media, más de la mitad del personal militar de cualquier escolta por el Nexo sería nuevo. Si Solian había hecho amigos (o enemigos) en las semanas transcurridas desde que aquella flota saliera de Komarr, tendría que haber sido en la Idris. Si su desaparición se hubiera producido más cerca del momento de la llegada de la flota al Cuadrispacio, Miles habría limitado las posibilidades de problemas en el trabajo a la Idris también; pero diez días atracados era tiempo suficiente para que un hombre de seguridad curioso se metiera en líos en la Estación también.

Apuró la taza y pulsó el número del jefe Venn en la consola. El comandante de la seguridad cuadri había llegado también temprano al trabajo, al parecer. Su oficina personal estaba evidentemente en la parte en caída libre de la estación. Apareció flotando de lado en el visor de Miles, con una burbuja de café en la mano superior derecha.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan —murmuró amablemente, pero minó la cortesía verbal al no enderezarse para estar como Miles, quien tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no doblarse en su asiento—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Varias cosas. Pero primero, una pregunta: ¿Cuándo se cometió el último asesinato en la Estación Graf?

Venn frunció el ceño.

—Hubo uno hace unos siete años.

—¿Y, ah, antes de eso?

—Tres años antes, creo.

Una auténtica ola de crímenes.

—¿Se encargó usted de esas investigaciones?

—Bueno, tuvieron lugar antes de mi época… Me nombraron jefe de seguridad de la Estación Graf hace unos cinco años. Pero no hubo mucho que investigar. Ambos sospechosos eran planetarios en tránsito: uno mató a otro planetario, el otro asesinó a un cuadrúmano con el que se había puesto a discutir estúpidamente por un pago. Su culpabilidad fue corroborada por testigos y confirmada con un interrogatorio con pentarrápida. Los asesinos casi siempre planetarios, se lo advierto.

—¿Había investigado usted alguna vez un asesinato misterioso?

Venn se enderezó, al parecer para poder mirar a Miles con el ceño fruncido de manera más efectiva.

—Mi gente y yo estamos plenamente entrenados en los procedimientos adecuados, se lo aseguro.

—Me temo que prefiero guardarme mi opinión en lo concerniente a eso, jefe Venn. Tengo una noticia bastante curiosa. Hice que el cirujano jefe de la flota de Barrayar examinara de nuevo la sangre de Solian. Parece que la sangre en cuestión se produjo de manera artificial, presumiblemente a partir de una muestra de la sangre auténtica de Solian o de algún tejido suyo. Tal vez quiera que sus forenses, sean quienes sean, comprueben de nuevo las pruebas archivadas de la bodega de carga y lo confirmen.

Venn frunció todavía más el ceño.

—¡Entonces… desertó, no fue asesinado después de todo! ¡No me extraña que no pudiéramos encontrar ningún cadáver!

—Corre… Se precipita usted, creo. Le garantizo que el panorama se ha vuelto más que pantanoso. Le pido, por tanto, que localice todas las posibles instalaciones de la Estación Graf donde pueda llevarse a cabo una síntesis de tejidos, y que compruebe si se está realizando ese tipo de trabajo y para quién, o si podría haberse hecho de tapadillo, ya puestos. Creo que podemos suponer sin temor a equivocarnos que quien lo haya mandado hacer, Solian o alguien desconocido, estaba muy interesado en ocultarlo. El cirujano jefe me ha dicho que la sangre probablemente fue generada apenas un día antes de que fuera derramada, pero la solicitud tuvo que hacerse en el momento en que la Idris atracó, con toda seguridad.

—Yo… le sigo, desde luego. —Venn se llevó a la boca la burbuja de café, la apretó, y luego se la pasó ausente a la mano inferior izquierda—. Sí, desde luego —repitió más débilmente—. Me encargaré yo mismo.

Miles se sintió satisfecho de haber sacudido a Venn lo suficiente para que, avergonzado en el grado justo, se pusiera en marcha sin ponerse a la defensiva.

—Gracias.

—Creo que la Selladora Greenlaw deseaba hablar también con usted esta mañana, lord Vorkosigan —añadió Venn.

—Muy bien. Puede pasarle esta llamada, si quiere.

Al parecer, Greenlaw era una persona madrugadora, o había bebido su café más temprano. Apareció en el holovid vestida con un elaborado jubón, diferente al del día anterior, severa y completamente despierta. Tal vez más por costumbre diplomática que por ningún deseo de complacer, se enderezó para que Miles la viera de manera adecuada.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan. En respuesta a sus peticiones, le he preparado una cita con los pasajeros de la flota komarresa a las 10.00. Puede reunirse con ellos para responder a sus preguntas en el más grande de los dos hoteles donde están albergados en este momento. El práctico Thorne se reunirá con usted en la nave y lo llevará hasta allí.

Miles echó atrás la cabeza. Aquello era abusar de su tiempo y de su atención. Por no mencionar el descarado movimiento de presión. Por otro lado… le ponían en las manos una sala llena de sospechosos, justo la gente que deseaba estudiar. Equilibró la irritación y la ansiedad, para comentar simplemente:

—Es usted muy amable al hacérmelo saber. ¿Qué es exactamente lo que cree que podré decirles?

—Eso se lo dejo a usted. Estas personas vinieron con ustedes los barrayareses; son responsabilidad suya.

—Señora, si así fuera, ya estarían todos de camino. No puede haber responsabilidad sin poder. Son las autoridades de la Unión las que los han colocado en este arresto domiciliario, y por tanto son las autoridades de la Unión quienes deben liberarlas.

—Cuando terminen de abonar las fianzas, costes y multas de su gente, nos alegrará hacerlo.

Miles sonrió débilmente y unió las manos sobre la mesa. Deseó que la única nueva carta que tenía para jugar aquella mañana fuera menos ambigua. No obstante, le repitió a la Selladora Greenlaw la noticia sobre la muestra sanguínea manufacturada de Solian, bien envuelta en la queja de que la policía cuadri no había determinado antes aquel detalle concreto. Ella replicó al instante, como había hecho Venn, que eso era una prueba más que apoyaba la deserción y no el asesinato.

—Bien —dijo Miles—. Entonces, que Seguridad de la Unión encuentre a Solian. Un planetario extranjero deambulando por el Cuadrispacio no debe de ser tan difícil de localizar para una policía competente. Suponiendo que lo esté intentando.

—El Cuadrispacio —replicó ella— no es un Estado totalitario. Y su teniente Solian puede que lo haya observado. Nuestras garantías de libertad de movimiento e intimidad personal podrían haber sido lo que le atrajo para separarse aquí de sus antiguos camaradas.

—Entonces, ¿por qué no ha pedido asilo como el alférez Corbeau? No. Me temo que lo que tenemos aquí no es a un hombre desaparecido, sino un cadáver desaparecido. Los muertos no pueden reclamar justicia; es deber de los vivos hacerlo por ellos. Y ésa sí que es una responsabilidad de los míos hacia los míos, señora.

Concluyeron la conversación en este punto; Miles sólo esperaba haber conseguido chafarle la mañana tanto como ella a él. Cortó la comunicación y se frotó la nuca.

—Ah. Esto me ata para el resto del día, supongo.

Miró a Roic, cuya silenciosa posición de guardia ante la puerta se había relajado un poco y tenía los hombros apoyados contra la pared.

—Roic.

El soldado se enderezó rápidamente.

—¿Milord?

—¿Has realizado alguna vez una investigación criminal?

—Bueno…, yo no era más que un guardia callejero. Pero a veces acompañaba a los oficiales veteranos y los ayudaba en algún caso de fraude y agresión. Y en un secuestro. La recuperamos viva. Varias personas desaparecidas. Oh, y una docena de asesinatos, aunque como dije, apenas eran misteriosos. Y la serie de incendios de aquella vez que…

—Bien. —Miles agitó una mano para cortar aquella amable oleada de recuerdos—. Quiero que te encargues por mí de los detalles del caso Solian. Primero, el horario. Quiero que averigües todas las cosas documentadas que hizo ese tipo. Sus informes de guardia, dónde estuvo, qué comió, cuándo durmió (y con quién, si durmió con alguien), minuto a minuto, o lo máximo que puedas, entre el momento de su desaparición y hasta donde puedas remontarte. Sobre todo cualquier movimiento fuera de la nave y estando de permiso. Y luego quiero su perfil personal: habla con la tripulación y el capitán de la Idris, intenta averiguar lo que puedas sobre el tipo. Supongo que no hace falta que te recuerde la diferencia entre hecho, conjetura y chismorreo.

—No, milord. Pero…

—Vorpatril y Brun cooperarán y no te pondrán impedimentos, te lo prometo. Y si no es así, házmelo saber. —Miles sonrió, un poco ominosamente.

—No se trata de eso, milord. ¿Quién se encargará de su seguridad personal en la Estación Graf si yo estoy husmeando por la flota del almirante Vorpatril?

Miles consiguió tragarse un rotundo «no necesito un guardaespaldas». Según su propia teoría, un asesino desesperado podía estar flotando, tal vez literalmente, por la estación.

—El capitán Thorne me acompañará.

Roic pareció dubitativo.

—No puedo aprobarlo, milord. Él… eso… ni siquiera es de Barrayar. ¿Qué sabe usted realmente del, hum, práctico?

—Muchas cosas —le aseguró Miles. Bueno, las sabía. Colocó las manos sobre la mesa y se puso en pie—. Solian, Roic. Encuéntrame a Solian. O su rastro de miguitas de pan, o algo.

—Lo intentaré, milord.

De vuelta en lo que empezaba a considerar su gabinete, Miles se encontró con Ekaterin, que salía de la ducha, vestida de nuevo con su túnica roja y las calzas. Maniobraron para darse un beso.

—Tengo una cita involuntaria —dijo él—. Tengo que ir a la Estación casi inmediatamente.

—¿Te acordarás de ponerte los pantalones?

Miles se miró las piernas desnudas.

—Pensaba hacerlo, sí.

Los ojos de ella bailaron.

—Ibas distraído. Me ha parecido más seguro preguntártelo.

Él sonrió.

—Me pregunto hasta qué punto podría comportarme de manera extraña antes de que los cuadris dijeran algo.

—A juzgar por algunas de las teorías que mi tío Vorthys me cuenta sobre los Auditores Imperiales de generaciones pasadas, algo mucho más extraño que eso.

—No, me temo que sólo serían nuestros barrayareses leales quienes tendrían que morderse la lengua. —Capturó la mano de ella, y la frotó seductoramente—. ¿Quieres venir conmigo?

—¿Para hacer qué? —preguntó ella, con lógico recelo.

—Para decirles a los pasajeros de la flota comercial que no puedo hacer nada por ellos, que están atascados hasta que Greenlaw cambie de opinión, muchas gracias, que tengan un buen día.

—Eso parece… muy poco prometedor.

—Eso es lo menos que me parece a mí.

—Una condesa es por ley y tradición algo parecido a una ayudante de conde. Sin embargo, la esposa de un auditor no es una ayudante de Auditor —dijo ella con una convicción que le recordó a Miles a su tía: la profesora Vorthys era una esposa de auditor con cierta experiencia—. Nicol y Garnet Cinco acordaron llevarme esta mañana a ver la horticultura cuadri. Si no te importa, creo que me ceñiré a mi plan original.

Ekaterin suavizó su rotunda negativa con otro beso. Un destello de culpa hizo que Miles torciera el gesto.

—Me temo que la Estación Graf no es exactamente lo que tenía en mente para nuestra luna de miel.

—Oh, yo me lo estoy pasando bien. Eres tú quien tiene que tratar con toda la gente difícil. —Hizo una mueca, y él recordó su tendencia a mostrarse extremadamente reservada cuando se sentía dolorosamente abrumada. Cierto que eso sucedía cada vez menos. Durante el último año y medio le había encantado ver cómo adquiría confianza y se sentía progresivamente más cómoda en el papel de lady Vorkosigan—. Tal vez, si estás libre para el almuerzo, podamos reunirnos para que te desahogues conmigo —añadió ella como quien ofrece un intercambio de rehenes—. Pero no si tengo que recordarte que mastiques y tragues.

—Sólo la alfombra.

Esto le valió una sonrisa; un beso de despedida y se encaminó hacia la ducha, tranquilizado de antemano. Aunque podía sentirse afortunado de que ella hubiera accedido a venir con él al Cuadrispacio, todo el mundo en la Estación Graf, desde Vorpatril y Greenlaw hasta el último mono, tenía mucha más suerte.

Las tripulaciones de las cuatro naves komarresas ahora retenidas en sus puntos de atraque habían sido conducidas a un hotel y mantenidas allí bajo arresto. Las autoridades cuadris habían fingido no acusar a los pasajeros, un heterogéneo montón de gente de negocios que, con sus artículos, se habían unido al convoy durante varios segmentos de la ruta, ya que era la manera más económica de viajar. Pero, por supuesto, no podían quedarse a bordo de naves sin tripulación, y por eso habían sido conducidos a la fuerza a otro alojamiento, más lujoso.

En teoría, los pasajeros eran libres para deambular por la Estación sin más requerimiento que firmar sus idas y venidas a un par de guardias de seguridad cuadris (armados sólo con aturdidores, advirtió Miles de pasada) que vigilaban las puertas del hotel. No es que los pasajeros no pudieran abandonar legalmente el Cuadrispacio, pero los cargamentos que la mayoría transportaba estaban todavía inmovilizados a bordo de sus respectivas naves. Y por eso estaban retenidos siguiendo el principio del mono que tiene la mano metida en la jarra de nueces, incapaz de soltar lo que no puede llevarse. El «lujo» del hotel se convertía además en otro castigo cuadri, ya que la estancia obligatoria se cobraba a la corporación de la flota komarresa.

El salón del hotel le pareció grandioso a Miles, con un alto techo abovedado que simulaba una estrella de la mañana con nubes ondulantes que probablemente seguían el ciclo del día con el amanecer, la puesta de sol y la noche. Miles se preguntó qué constelaciones de qué planeta mostrarían, o si podrían variarse para halagar a los inquilinos de paso. El gran espacio abierto estaba rodeado por una balaustrada a la altura del primer piso, que daba a un vestíbulo, un restaurante y un bar donde los clientes podían reunirse, saludarse y comer. En el centro, un conjunto de columnas de mármol de forma aflautada, a la altura de la cintura, sostenía una doble lámina curva de grueso cristal que a su vez sostenía un gran y complejo adorno floral. ¿Dónde cultivaban esas flores en la Estación Graf? ¿Estaba viendo Ekaterin su origen ahora mismo?

Además de los habituales tubos de ascensión, una amplia escalera conducía desde el vestíbulo a la planta de conferencias. Bel guió a Miles hasta una sala de reuniones menos ostentosa de la planta inferior.

Encontraron la sala repleta. Unos ochenta individuos airados de lo que parecía ser cada raza, vestido, origen planetario y género del Nexo estaban allí reunidos. Comerciantes galácticos, con un agudo sentido del valor de su tiempo y ninguna inhibición cultural barrayaresa frente a los auditores imperiales, descargaron varios días de frustraciones acumuladas sobre Miles en el momento en que dio un paso al frente y se volvió hacia ellos. Catorce idiomas eran manejados por diecinueve marcas distintas de autotraductores, varios de los cuales, decidió Miles, debían de haber sido comprados a precio de saldo a unos fabricantes a punto de caer en la bancarrota. No es que sus respuestas a la andanada de preguntas fueran una tarea especialmente difícil para los traductores; el noventa por ciento de ellas fueron: «No lo sé todavía» o «Pregúntenle a la Selladora Greenlaw».

La cuarta vez que repitió esta letanía recibió por fin un gemido, a coro, desde el fondo de la sala.

—¡Pero Greenlaw dijo que se lo preguntáramos a usted! —Aunque el aparatito traductor soltó un segundo más tarde algo así como: «¡Césped legal cazador marino inquiriendo unidad de altitud!»

Miles consiguió que Bel le señalara con disimulo a los hombres que habían intentado sobornar al práctico para rescatar sus artículos. Luego pidió a todos los pasajeros de la Idris que habían llegado a conocer al teniente Solian que se quedaran y le contaran sus experiencias. Esto pareció provocar la ilusión de que las autoridades hacían algo, y los demás se marcharon rezongando simplemente.

La excepción fue un individuo a quien Miles catalogó, después de una pausa dubitativa, como hermafrodita betano. Alto para ser un herm, la edad que sugerían su pelo plateado y sus cejas se contradecía con su postura firme y la fluidez de sus movimientos. Si hubiera sido barrayarés, Miles habría supuesto que el individuo era un sano y atlético sesentón…, lo cual probablemente significaba que había alcanzado un siglo betano. Un largo sarong de color oscuro y conservador, una camisa de cuello alto y chaqueta de manga larga, para protegerse de lo que un betano sin duda interpretaría como el frío de la Estación, y bonitas sandalias de cuero completaban un atuendo de aspecto caro al estilo betano. Los hermosos rasgos eran aguileños, los ojos oscuros, líquidos y agudamente observadores. Tan extraordinaria elegancia era algo que Miles tendría que haber recordado, pero no consiguió ir más allá de una sensación de familiaridad. Maldita criocongelación… No podía decidir si era un recuerdo verdadero, revuelto como tantos otros recuerdos por los traumas neurales del proceso de resurrección, o uno falso, aún más distorsionado.

—¿Práctico Thorne? —dijo el herm con voz aguda y suave.

—Sí.

También Bel, como no era de extrañar, estudió al compatriota betano con especial interés. A pesar de la digna edad del herm, su belleza provocaba admiración. A Miles le divirtió ver que Bel dirigía la mirada al pendiente betano de la oreja izquierda del desconocido. Por desgracia, era de los que significaban: «comprometido sentimentalmente; no busco».

—Me temo que tengo un problema especial con mi cargamento.

La expresión de Bel volvió a ser neutra; se preparaba sin duda para oír otra triste historia, con o sin soborno.

—Soy pasajero de la Idris. Transporto varios cientos de fetos de animales modificados en replicadores uterinos, que requieren atenciones periódicas. Hay que atenderlos otra vez. No puedo posponerlo mucho más. Si no se las cuida, mis criaturas podrían resultar dañadas o incluso morir. —Una mano de largos dedos tiró de la otra, nerviosamente—. Peor, se les termina el plazo. No esperaba un retraso tan largo en mi viaje. Si sigo retenido aquí mucho tiempo, tendrán que ser destruidos, y yo perderé el valor de mi cargamento y de mi tiempo.

—¿Qué clase de animales son? —preguntó Miles con curiosidad.

El alto herm lo miró.

—Cabras y ovejas, principalmente, y algunos otros más especiales.

—Mm. Supongo que podría usted amenazar con soltarlos en la Estación para obligar a los cuadris a vérselas con ellos. Varios centenares de ovejitas correteando por las bodegas de carga… —Esto le valió una mirada extremadamente seca del práctico Thorne. Miles continuó más comedido—: Pero confío en que no haga falta llegar a ese extremo.

—Le trasladaré su petición al jefe Watts —dijo Bel—. ¿Su nombre, honorable herm?

—Ker Dubauer.

Bel hizo una leve reverencia.

—Espere aquí. Vuelvo en un instante.

Mientras Bel se apartaba para hacer una llamada vid en privado, Dubauer, sonriendo levemente, murmuró:

—Muchas gracias por ayudarme, lord Vorkosigan.

—No hay de qué. —Con el ceño fruncido, Miles añadió—: ¿Nos hemos visto antes?

—No, milord.

—Mm. Oh, bien. Cuando estuvo a bordo de la Idris, ¿llegó a conocer al teniente Solian?

—¿El pobre joven que todos pensaban que había desertado, pero que ahora parece que no? Lo vi una vez haciendo su trabajo. Nunca hablé con él, para mi pesar.

Miles pensó en hacer pública la noticia de la sangre sintética, pero luego decidió quedarse la información un poco más. Tal vez hubieran cosas mejores y más inteligentes que hacer con ella que mandarla a hacer compañía al resto de los rumores. Unos seis pasajeros de la Idris se habían acercado durante esta conversación; esperaban para contar sus propias experiencias con el teniente desaparecido.

Las breves entrevistas fueron de un valor dudoso. Un asesino atrevido sin duda mentiría, pero uno listo simplemente no se acercaría. Tres de los pasajeros se mostraron a la defensiva y cortantes, pero diligentemente precisos. Los otros estaban ansiosos y llenos de teorías que compartir, ninguna en consonancia con que la sangre de la bahía de carga hubiera sido un truco. Miles consideró las ventajas de practicar una entrevista con pentarrápida a todos los pasajeros y tripulantes de la Idris. Otra tarea de la que Venn, o Vorpatril, o ambos juntos deberían haberse ocupado ya, maldición. Lástima, los cuadris tenían tediosas reglas sobre esos métodos invasivos. La gente de paso en la Estación Graf estaba fuera del alcance de las más bruscas técnicas de interrogatorio de Barrayar, y los miembros del personal militar barrayarés, a quienes Miles podía tratar como quisiera, estaban muy abajo en su actual lista de sospechosos. La tripulación civil komarresa era un caso más ambiguo: súbditos de Barrayar ahora bajo custodia cuadri.

Mientras tanto, Bel regresó junto a Dubauer, esperó en silencio a un lado con los brazos cruzados y murmuró:

—Puedo escoltarlo personalmente a bordo de la Idris para atender su cargamento en cuanto el lord Auditor haya terminado aquí.

Miles cortó la entusiasta teoría criminal del último komarrés y lo despidió.

—He terminado —anunció. Miró el crono de su comunicador de muñeca. ¿Alcanzaría a Ekaterin para almorzar? Parecía dudoso, a esa hora; por otro lado, ella podía pasarse inimaginables cantidades de tiempo contemplando plantas, así que tal vez hubiera una esperanza.

Los tres salieron juntos de la sala de conferencias y subieron las amplias escaleras hasta el espacioso vestíbulo. Ni Miles ni, supuso, Bel entraban jamás en una habitación sin hacer un barrido visual de todos los posibles puntos de observación desde donde pudieran disparar, un legado de años de experiencias desagradablemente compartidas. Así que divisaron simultáneamente la figura situada en el balcón de enfrente, que sostenía una extraña caja oblonga sobre la balaustrada. Dubauer siguió su mirada, lleno de asombro.

Miles atisbó unos ojos oscuros en un rostro lechoso bajo una mata de rizos rojizos, que lo observaba intensamente. Bel y él, a cada lado de Dubauer, reaccionaron espontánea y simultáneamente: agarraron al betano por los brazos y se abalanzaron hacia delante. Brillantes estallidos brotaron de la caja con un estampido ensordecedor. De la mejilla de Dubauer manó sangre mientras el herm caía: algo parecido a un enjambre de abejas furiosas pasó justo por encima de la cabeza de Miles. Luego los tres se arrastraron boca abajo para parapetarse tras las amplias columnas truncadas de mármol que sostenían las flores. Las abejas parecieron seguirlos; fragmentos del cristal de seguridad explotaron en todas direcciones, y trozos de mármol se desparramaron en una amplia fuente. Una rápida vibración llenó la sala, estremeció el aire, el atronador ruido se mezcló con gritos y lamentos.

Miles trató de alzar la cabeza para echar un rápido vistazo, pero Bel se arrojó sobre el otro betano y lo hizo aplastarse contra el suelo. Sólo pudo oír lo que pasó a continuación: más gritos, el súbito cese del zumbido, un fuerte golpe. Una voz de mujer gemía e hipaba en medio del sorprendente silencio, y luego se ahogó entre espasmódicos sollozos. Miles apartó la mano al sentir un beso suave y frío, pero eran sólo unas cuantas hojas y pétalos de flores desgajadas que revoloteaban lentamente por el aire para posarse alrededor de todos ellos.

8

—Bel, ¿quieres quitarte de encima de mi cabeza? —dijo Miles con voz ahogada.

Hubo una breve pausa. Luego Bel rodó y, cautelosamente, se sentó en el suelo, la cabeza encogida entre los hombros.

—Lo siento —dijo Bel a regañadientes—. Por un momento pensé que iba a perderte. Otra vez.

—No te disculpes.

Miles, con el corazón acelerado todavía y la boca muy seca, se incorporó y se sentó, la espalda contra una columna de mármol ahora más truncada que antes. Extendió los dedos para tocar la fría piedra sintética del suelo. Un poco más allá del estrecho e irregular arco de espacio protegido por las columnas de la mesa, una docena de profundas grietas marcaban el pavimento. Algo pequeño y brillante y metálico pasó rodando; Miles intentó sujetarlo pero apartó la mano al notar su ardiente calor.

El hermafrodita maduro, Dubauer, también se sentó en el suelo, y se tocó la cara allá donde manaba sangre. Miles hizo un rápido inventario con la mirada: no había habido otros impactos, aparentemente. Se dio la vuelta, se sacó del bolsillo el pañuelo con el monograma Vorkosigan y se lo tendió en silencio al sangrante betano. Dubauer tragó saliva, lo aceptó y se frotó la pequeña herida. Contempló su propia sangre en el pañuelo un instante, como sorprendido, y luego volvió a colocarlo en su mejilla lampiña.

En cierto modo, pensó Miles, tembloroso, era bastante halagador. Al menos alguien pensaba que era lo bastante competente y efectivo como para resultar peligroso. «O tal vez estoy sobre la pista de algo. Me pregunto qué demonios será.»

Bel apoyó las manos en la columna destrozada, se asomó con cautela y, luego, muy despacio, se puso en pie. Un planetario vestido con el uniforme del hotel llegó corriendo, un poco encorvado, tras sortear la ex pieza central, y preguntó con voz ahogada:

—¿Están ustedes bien?

—Eso creo —dijo Bel, mirando alrededor—. ¿Qué ha sido eso?

—Llegó desde el balcón, señor. La… la persona que había arriba lo dejó caer y huyó. El guardia de la puerta fue tras él.

Bel no se molestó en corregirlo respecto a su género, un claro signo de distracción. Miles se levantó también, y casi se desmayó. Todavía hiperventilando, se abrió paso entre los fragmentos de cristal roto, lascas de mármol, piezas de metal medio derretidas y ensalada de flores. Bel lo siguió. Al otro lado del vestíbulo, la caja oblonga yacía abierta de lado, notablemente abollada. Los dos se arrodillaron para observarla.

—Un remachador automático —dijo Bel al cabo de un instante—. Tiene que haber desconectado… un montón de mecanismos de seguridad para conseguir esto.

Miles consideró que esa explicación era quedarse un poco corto. Pero explicaba la falta de puntería del atacante. El aparato había sido diseñado para lanzar sus clavos con enorme precisión en un radio de milímetros, no de metros. Con todo…, si el asesino hubiera conseguido apuntar a la cabeza de Miles aunque fuera para una andanada corta… Miró de nuevo el mármol destrozado: ninguna criorresurrección podría haberlo recuperado esta vez.

Dioses, ¿y si no hubiera fallado? ¿Qué habría hecho Ekaterin, tan lejos de casa y sin ayuda, con un marido decapitado en las manos antes de que su luna de miel hubiera terminado siquiera, sin ningún apoyo inmediato más que el del inexperto Roic…? «Si me dispararon a mí, ¿cuánto peligro corre ella?»

Lleno de tardío pánico, conectó su comunicador de muñeca.

—¡Roic! ¡Roic, respóndeme!

Pasaron al menos tres agónicos segundos antes de que Roic respondiera:

—¿Milord?

—Dónde estás… no importa. Deja lo que estés haciendo y ve de inmediato con lady Vorkosigan, y quédate con ella. Llévala a bordo de…

¿La Kestrel? ¿Estaría a salvo allí? A esas alturas, un montón de gente sabía dónde tenía que buscar a los Vorkosigan. Tal vez a bordo de la Príncipe Xav, a buena distancia de la Estación, rodeada de soldados… «Los mejores de Barrayar, Dios nos ayude a todos.»

—Quédate con ella hasta que yo vuelva a llamar.

—Milord, ¿qué está pasando?

—Alguien ha intentado clavarme a la pared. No, no vengas aquí —cortó la incipiente protesta de Roic—. El tipo se escapó y, de todas formas, la seguridad cuadri empieza a llegar.

Dos cuadrúmanos uniformados entraron en el vestíbulo con sus flotadores mientras Miles hablaba. Siguiendo los gestos de un empleado del hotel, uno subió hasta el balcón. El otro se acercó a Miles y su grupo.

—Tengo que tratar con esta gente ahora —dijo Miles—. Estoy bien. No alarmes a Ekaterin. Y no la pierdas de vista. Cierro.

Miles vio cómo Dubauer se incorporaba tras examinar la columna masacrada por los remaches, el rostro muy pálido. El herm, con la mano todavía en la mejilla, estaba visiblemente conmocionado cuando se acercó a mirar el aparato remachador. Miles se levantó.

—Mis disculpas, honorable herm. Tendría que haberle advertido que no permanezca nunca demasiado cerca de mí.

Dubauer miró a Miles. Abrió los labios con asombro y luego dibujó con ellos un pequeño círculo, «Oh».

—Creo que me han salvado ustedes la vida. Yo… me temo que no vi nada. Hasta que esa cosa me alcanzó… ¿Qué era?

Miles se agachó y recogió un remache suelto, uno de cientos, ahora ya frío.

—Uno de éstos. ¿Ha dejado de sangrar?

El herm se quitó el pañuelo de la cara.

—Sí, creo que sí.

—Quédeselo de recuerdo —Miles le tendió el trozo de metal reluciente—. Se lo cambio por mi pañuelo.

Ekaterin lo había bordado a mano, como regalo.

—Oh… —Dubauer dobló el pañuelo sobre la mancha de sangre—. Oh, vaya. ¿Es de valor? Lo haré limpiar y se lo devolveré.

—No es necesario, honorable herm. Mi lacayo se encarga de esas cosas.

El betano parecía apurado.

—Oh, no…

Miles acabó la discusión extendiendo la mano, recuperando la fina tela de entre sus dedos y guardándosela en el bolsillo. La mano del herm intentó seguir el pañuelo, y luego cayó. Miles había conocido a gente amabilísima, pero nunca a nadie que pidiera disculpas por sangrar. Dubauer, desacostumbrado a la violencia física dados los pocos crímenes que se cometían en la Colonia Beta, estaba al borde del colapso.

Una patrullera de seguridad cuadri se acercó con su flotador. Se la veía ansiosa.

—¿Qué demonios ha pasado aquí? —exigió saber, poniendo en marcha una grabadora.

Miles hizo un gesto hacia Bel, quien se encargó de describirle el incidente a la grabadora. Bel se mostró tan calmado, lógico y desapegado como en cualquier evaluación Dendarii, cosa que posiblemente dejó más fuera de juego a la mujer que el puñado de testigos que esperaban ansiosos para intentar contar la historia en términos más excitados. Para intenso alivio de Miles, nadie más había salido herido, a excepción de por algunas pequeñas lascas de mármol al rebotar. La puntería del tipo había sido mala, pero al parecer no pretendía cometer una masacre general.

Eso era bueno para la seguridad pública de la Estación Graf, pero no tanto para Miles… Sus hijos podrían haberse quedado huérfanos antes incluso de haber tenido la oportunidad de nacer. Su testamento estaba al día, del tamaño de una disertación académica completa con bibliografía y notas a pie de página. De repente le pareció completamente inadecuado.

—¿El sospechoso era un planetario o un cuadrúmano? —le preguntó la patrullera a Bel, con cierta urgencia.

Bel negó con la cabeza.

—No pude ver la mitad inferior de su cuerpo tras la balaustrada del balcón. Ni siquiera estoy seguro de que fuera un hombre.

Un transeúnte planetario y la camarera cuadri que le estaba sirviendo su bebida en el vestíbulo declararon que el atacante era un cuadri, y que había huido por un pasillo adyacente en su flotador. El transeúnte estaba seguro de que era varón, aunque la camarera, ahora que se planteó la pregunta, no tanto. Dubauer pidió disculpas por no haber visto siquiera a la persona.

Miles le dio un golpecito con el pie al remachador y le preguntó a Bel en voz baja:

—¿Sería muy difícil pasar algo así por los puestos de control de seguridad de la Estación?

—Sería fácil —respondió Bel—. Nadie parpadearía siquiera.

—¿Fabricación local? Parece bastante nuevo.

—Sí, es una marca de la Estación Santuario. Hacen buenas herramientas.

—Primer trabajo para Venn, entonces. Averigua dónde se vendió esta cosa, y cuándo. Y a quién.

—Oh, sí.

Miles casi se sentía mareado por una extraña combinación de deleite y desazón. El deleite era en parte debido al subidón de adrenalina, una adicción familiar y peligrosa, y en parte porque comprendía que haber sido atacado por un cuadri le daba pie para repeler el implacable ataque de Greenlaw a la brutalidad barrayaresa. Los cuadris también eran asesinos, ¡ja! No eran tan buenos, eso era todo… Recordó a Solian y descartó aquel pensamiento. «Sí, y quién sabe si Greenlaw no me preparó esto ella misma.» Ésa sí que era una bonita teoría paranoica. La descartó para reexaminarla cuando su cabeza se hubiera enfriado. Después de todo, un par de cientos de personas, tanto cuadris como visitantes (incluidos todos los pasajeros de la flota galáctica) tenían que haber sabido que iría allí aquella mañana.

Llegó un equipo médico cuadri y tras sus talo… inmediatamente tras ellos, el jefe Venn. Pusieron en seguida al corriente al jefe de seguridad con nerviosas descripciones del espectacular ataque al Auditor Imperial. Sólo la víctima, Miles, permaneció tranquila, esperando a un lado con cierta diversión sombría.

La diversión era una emoción que, desde luego, no traslucía la cara de Venn.

—¿Ha sido alcanzado, lord Auditor Vorkosigan?

—No. —«Hora de decir unas cuantas palabras amables: tal vez las necesitemos más adelante»—. Gracias a la rápida reacción del práctico Thorne, aquí presente. Si no hubiera sido por este distinguido hermafrodita, tendría usted (y la Unión de Hábitats Libres) un buen lío entre manos.

Un murmullo de asentimiento confirmó este punto de vista y un par de personas describieron sin aliento la generosa defensa que Bel había hecho del dignatario visitante, a quien escudó con su propio cuerpo. Bel miró brevemente a Miles, éste no supo si con gratitud o todo lo contrario. Las modestas protestas del práctico sirvieron sólo para afirmar su imagen heroica a los ojos de los testigos, y Miles contuvo una sonrisa.

Uno de los patrulleros cuadrúmanos que había perseguido al atacante regresó, flotando por encima del balcón, para detenerse ante el jefe Venn e informar, sin aliento:

—Lo he perdido, señor. Hemos puesto en alerta a todo el personal, pero no tenemos ninguna descripción física.

Tres o cuatro personas intentaron remediar esta carencia, en términos apasionados y contradictorios. Bel, al escucharlos, frunció más profundamente el ceño.

Miles le dio un codazo al hermafrodita.

—¿Hum?

Bel negó con la cabeza, y murmuró:

—Por un momento me pareció que se parecía a alguien que he visto recientemente, pero era un planetario, así que… no.

Miles reflexionó sobre su propia impresión. Pelo brillante, piel clara, un poco grueso, edad indefinida, probablemente varón… Podía haber varios cientos de cuadris en la Estación Graf que coincidieran con esta descripción. Actuaba bajo una presión intensa, pero Miles también. Lo había visto una vez, pero a esa distancia, en tales circunstancias, Miles no creía poder reconocerlo en un grupo de similares características físicas. Por desgracia, ninguno de los visitantes había estado grabando en vid el decorado del vestíbulo o cualquier otra cosa para enseñárselo a los amigos en casa. La camarera y su cliente ni siquiera estaban seguros de cuándo había llegado el tipo, aunque les parecía haberlo visto en posición durante unos pocos minutos, las manos superiores apoyadas con desenfado en la barandilla del balcón, como si esperara a que un último rezagado de la reunión de pasajeros terminara de subir las escaleras. Y eso estaba haciendo.

Dubauer, todavía aturdido, rechazó a los tecnomeds, insistiendo en que podía ocuparse él solo de la herida y repitiendo que no tenía nada que añadir a los testimonios y que, por favor, lo dejaran regresar a su habitación para acostarse.

—Lamento todo esto —le dijo Bel a su compatriota betano—. Puede que me entretenga un rato. Si no puedo ir personalmente, haré que el jefe Watts envíe a otro supervisor para que le escolte hasta la Idris y cuide de sus criaturas.

—Gracias, práctico. Le estaré muy agradecido. Llamará a mi habitación, ¿verdad? Es urgentísimo.

Dubauer se retiró rápidamente.

Miles no podía reprocharle que huyera, pues los servicios de noticias cuadris estaban llegando, en grupos de dos ansiosos reporteros con flotadores que mostraban el logotipo de su grupo de trabajo periodístico. Un puñado de pequeñas vidcams flotantes los seguía. Las vidcams revolotearon alrededor, tomando imágenes. La Selladora Greenlaw llegó tras ellas y maniobró con pericia su flotador entre la creciente multitud hasta llegar al lado de Miles. La flanqueaban dos guardaespaldas cuadris con uniforme de la Milicia de la Unión, armados y con armadura por inútiles que fueran contra los asesinos, al menos tuvieron el saludable efecto de hacer que los curiosos se apartaran.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿ha resultado usted herido? —preguntó Greenlaw de inmediato.

Miles le repitió lo mismo que le había dicho a Venn. No apartó la mirada de una de las vidcams robot que flotó hacia él y grabó sus palabras, y no sólo para asegurarse de que lo sacaban por el lado bueno. Pero ninguna vidcam parecía un arma en miniatura disfrazada. Se aseguró de mencionar de nuevo en voz alta la heroicidad de Bel, lo cual tuvo el útil efecto de conseguir que las cámaras persiguieran al práctico betano, ahora situado en el otro extremo del vestíbulo e interrogado con más detalle por la gente de seguridad de Venn.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo Greenlaw, estirada—, reciba mis más profundas disculpas personales por este desagradable incidente. Le aseguro que todos los recursos de la Unión se volcarán en la localización de lo que estoy segura debe de ser un individuo desequilibrado y un peligro para todos nosotros.

«Peligro para todos nosotros, ya.»

—No sé qué está pasando aquí —dijo Miles. Endureció el tono—. Y es evidente que usted tampoco. Esto ha dejado de ser una partida de ajedrez diplomática. Alguien parece que intenta empezar una maldita guerra aquí. Casi han tenido éxito.

Ella inspiró profundamente.

—Estoy segura de que esa persona actuaba sola.

Miles frunció el ceño, pensativo. «Los acalorados siempre están con nosotros, claro.» Bajó la voz.

—Y, ¿por qué? ¿Por desquite? ¿Se ha muerto de pronto alguno de los cuadris heridos por la fuerza de asalto de Vorpatril?

Tenía entendido que todos constaban en la lista de recuperados. Era difícil imaginar a un pariente o un amante o un amigo cuadri vengándose en plan sangriento de algo que no fuera una fatalidad, pero…

—No —dijo Greenlaw, algo dudosa a medida que consideraba esta hipótesis. Lamentablemente, recuperó el aplomo—. No. Me lo habrían comunicado.

Bien, así que Greenlaw deseaba también una explicación sencilla. Pero al menos era lo bastante sincera para no engañarse a sí misma.

Su comunicador de muñeca emitió un agudo pitido de prioridad; lo atendió al momento.

—¿Sí?

—¿Milord Vorkosigan? —era la voz del almirante Vorpatril, apurada.

No eran Ekaterin ni Roic, gracias al cielo. El corazón de Miles volvió a bajarle por la garganta. Intentó no parecer irritado.

—¿Sí, almirante?

—Oh, gracias a Dios. Recibimos un informe diciendo que lo habían atacado.

—Ya ha pasado. Fallaron. Los de seguridad de la Estación ya están aquí.

Hubo una breve pausa. La voz de Vorpatril regresó, cargada de implicaciones:

—Milord Auditor, mi flota está en alerta máxima, dispuesta a seguir sus órdenes.

«¡Oh, mierda!»

—Gracias, almirante, pero tranquilícense, por favor —dijo Miles rápidamente—. De verdad. Está todo bajo control. Volveré con usted en unos minutos. ¡No haga nada sin contar con mis órdenes directas y personales!

—Muy bien, milord —dijo Vorpatril, envarado y todavía receloso.

Miles cortó la comunicación.

Greenlaw lo estaba mirando.

—Soy la Voz de Gregor —le explicó él—. Para los barrayareses, es casi como si ese cuadri le hubiera disparado al Emperador. Cuando dije que alguien había estado a punto de iniciar una guerra, no era una forma de hablar, Selladora Greenlaw. En casa, este lugar estaría ahora mismo a rebosar de los mejores agentes de SegImp.

Ella ladeó la cabeza, el ceño fruncido.

—¿Y qué pasaría en caso de un ataque a un súbdito barrayarés corriente? Habría más indiferencia, supongo.

—No más indiferencia, pero sí un nivel organizativo inferior. Sería cosa de la guardia del conde de su distrito.

—Así que en Barrayar, el tipo de justicia que uno recibe depende de quién sea. Interesante. No lamento informarle, lord Vorkosigan, que en la Estación Graf será usted tratado como cualquier otra víctima: ni mejor, ni peor. Curiosamente, eso no es malo para usted.

—Qué bien —dijo Miles secamente—. Y mientras usted alardea de lo poco que le impresiona mi autoridad imperial, un asesino peligroso sigue suelto. ¿Qué pasará con la encantadora e igualitaria Estación Graf si la próxima vez utiliza un método menos personal para eliminarme, como una bomba grande? Confíe en mí… Incluso en Barrayar, todos morimos igual. ¿Continuamos esta conversación en privado?

Las vidcams, que evidentemente habían terminado con Bel, volvían hacia él.

—¡Miles!

Al escuchar el grito y girar la cabeza, Miles vio a Ekaterin corriendo también hacia él, seguida por Roic. Nicol y Garnet Cinco venían detrás, en flotadores. Pálida y demacrada, Ekaterin se abrió paso por entre los escombros del vestíbulo, le agarró las manos y, al ver su sonrisa, lo abrazó ferozmente. Consciente de las vidcams que giraban a su alrededor, él la abrazó también, asegurándose de que ningún periodista vivo, no importaba cuántos brazos o piernas poseyera, pudiera resistirse a poner aquella imagen en primera plana. Una escena de interés humano, sí.

—Intenté detenerla, milord —se disculpó Roic—, pero ella insistió en venir.

—No importa —contestó Miles con voz apagada.

—Creí que éste era un lugar seguro. Lo parecía —le murmuró Ekaterin con tristeza al oído—. Los cuadris parecían gente pacífica.

—La mayoría indudablemente lo son —dijo Miles. Reacio, se separó de ella, aunque siguió sujetándole con fuerza una mano. Dieron un paso atrás y se miraron el uno a la otra ansiosamente.

Al otro lado del vestíbulo, Nicol corría hacia Bel con la misma expresión que Ekaterin en la cara, y las vidcams corrieron tras ella.

—¿Hasta dónde llegaste en la investigación de Solian? —le preguntó Miles a Roic en voz baja.

—No muy lejos, milord. Decidí empezar por la Idris, y conseguí todos los códigos de acceso de Brun y Molino, pero los cuadris no me permitieron subir a bordo. Estaba a punto de llamarlo a usted.

Miles sonrió brevemente.

—Apuesto a que puedo arreglar eso ahora, maldición.

Greenlaw regresó para invitar a los barrayareses a pasar a la sala de reuniones de la dirección del hotel, preparada rápidamente como refugio.

Miles se colgó del brazo la mano de Ekaterin y la siguieron; sacudió la cabeza con pesar a un periodista que corrió hacia ellos, y uno de los guardias de la Milicia de la Unión de Greenlaw hizo un severo movimiento de advertencia. Chafado, el periodista cuadri se dirigió en cambio a Garnet Cinco. Con reflejos de artista, ella le dio la bienvenida con una sonrisa cegadora.

—¿Has tenido una buena mañana? —le preguntó Miles a Ekaterin animadamente mientras se abrían paso entre los destrozos del suelo.

Ella lo miró, divertida.

—Sí, encantadora. Los cultivos hidropónicos de los cuadrúmanos son extraordinarios. —Su voz se volvió más seca mientras contemplaba los restos de la batalla—. ¿Y tú?

—Deliciosa. Bueno, no si no nos hubiéramos agachado. Pero si no soy capaz de usar este incidente para nuestro provecho, debería entregar mi cadena de Auditor. —Sonrió como un zorro contemplando la espalda de Greenlaw.

—Las cosas que una aprende en la luna de miel. Ahora sé cómo sacarte de tu estado de ánimo cuando estás deprimido. Sólo hay que contratar a alguien para que te dispare.

—Es algo que me da vida —reconoció él—. Descubrí hace años que soy adicto a la adrenalina. También descubrí que acabaría por ser algo tóxico, si no lo controlaba.

—Desde luego.

Ekaterin tomó aire. El ligero temblor de la mano agarrada al hueco del brazo de Miles remitía, y la tenaza sobre sus bíceps permitía que la sangre circulara un poco ya. Su rostro había vuelto a ser engañosamente sereno.

Greenlaw los condujo por el pasillo situado tras la zona de recepción hasta una sala de trabajo. Su pequeña mesa vid central había sido despejada de tazas, burbujas flácidas de bebida y discos de plástico, ahora amontonado sin orden en una silla colocada contra una pared. Miles condujo a Ekaterin hasta un sillón y se sentó junto a ella. Greenlaw colocó su flotador a la altura de sus oponentes. Roic y uno de los guardias cuadris se disputaron la puerta, mirándose con el ceño fruncido.

Miles recordó que tenía que mostrarse indignado y no extasiado.

—Bien —dejó que una clara nota de sarcasmo asomara a su voz—. Éste ha sido un añadido remarcable a mis actividades previstas para la mañana.

—Lord Auditor —empezó a decir Greenlaw—, reciba mis disculpas…

—Sus disculpas están muy bien, señora Selladora, pero las cambiaría alegremente por su colaboración. Suponiendo que no esté usted detrás de este incidente. —Hizo caso omiso al indignado conato de respuesta y continuó tranquilamente—: Y no veo por qué debería estarlo, a pesar de las sugerentes circunstancias. La violencia al azar no me parece el estilo habitual cuadri.

—¡Desde luego que no!

—Bueno, si no es al azar, entonces debe de estar relacionada con el misterio central de todo este embrollo, que sigue siendo la desaparición del teniente Solian, tan descuidada.

—No ha sido descuidada…

—Disiento. La respuesta a ese asunto tendría, ¡debería!, haberse producido hace días, pero el Grupo A parece estar a un lado de una línea divisoria que la separa del Grupo B. Si perseguir a mi atacante cuadri es tarea de la Unión… —hizo una pausa y alzó las cejas; ella asintió, sombría—, entonces perseguir a Solian es sin duda tarea mía. Es el único hilo que tengo en la mano, y pretendo seguirlo. Y si las dos investigaciones no se encuentran en el centro, me comeré mi sello de Auditor.

Ella parpadeó, un poco sorprendida al parecer por este cambio de discurso.

—Posiblemente…

—Bien. Entonces quiero acceso completo y sin restricciones para mí, mi ayudante Roic y todo aquel que yo pueda designar para que investigue cualquier zona o archivo concerniente a esta investigación. ¡Empezando por la Idris, y de inmediato!

—No podemos dar a los planetarios permiso para deambular a placer por las zonas seguras de la Estación que…

—Señora Selladora. Usted está aquí para promover y proteger los intereses de la Unión, igual que yo lo estoy para promover y proteger los intereses de Barrayar. ¡Pero si hay algo en todo este lío que sea bueno para el Cuadrispacio o el Imperio, yo no lo veo! ¿Lo ve usted?

—No, pero…

—Entonces estará de acuerdo en que cuanto antes lleguemos al centro del hilo, mejor.

Ella alzó sus manos superiores, observándolo con los ojos entornados. Antes de que pudiera plantear otras objeciones llegó Bel, que al parecer había escapado por fin de Venn y los medios de comunicación. Nicol flotaba tras él.

Greenlaw sonrió y se aferró al único momento favorable para los cuadris del caos de la mañana.

—Práctico Thorne. Bienvenido. Tengo entendido que la Unión está en deuda con usted por su valor y sus rápidos reflejos.

Bel miró a Miles (con cierta sequedad, le pareció) y le dirigió a Greenlaw un saludo con el que restaba importancia al asunto.

—Lo típico de un día de trabajo, señora.

Miles no pudo dejar de decirse que, en otra época, eso habría sido la pura verdad.

Greenlaw sacudió la cabeza.

—¡Confío en que no en la Estación Graf, práctico!

—¡Bueno, desde luego yo le estoy agradecida al señor Thorne! —dijo Ekaterin cálidamente.

Nicol tomó la mano de Bel y le dedicó una mirada bajo sus oscuras pestañas por la que cualquier soldado con sangre en las venas de cualquier género habría cambiado alegremente sus medallas, lazos de campaña y bonos de combate, y regalado gratis los aburridos discursos del mando. Bel empezó a parecer algo más reconciliado con la idea de haber sido nombrado Persona Heroica de la Hora.

—Por supuesto —coincidió Miles—. Decir que estoy contento con los servicios del práctico es decir poco. Consideraré un favor personal si el honorable herm continúa con su misión durante el resto de mi estancia.

Greenlaw miró a Bel a los ojos y luego asintió en dirección a Miles.

—Desde luego, lord Auditor.

Miles supuso que se sentía aliviada por tener algo que ofrecerle sin que le costara nuevas concesiones. Una sonrisita asomó a sus labios, un acontecimiento raro.

—Aún más —dijo—, le concederé a usted y a los ayudantes que designe el acceso a los archivos y zonas seguras de la Estación Graf… bajo la directa supervisión del práctico.

Miles fingió reflexionar sobre aquella propuesta, frunciendo el ceño artísticamente.

—Esto exige mucho del tiempo y la atención del práctico Thorne.

—Acepto encantado el encargo, señora Selladora, suponiendo que el jefe Watts autorice todas mis horas extra y otro supervisor se encargue de mi trabajo habitual.

—No habrá problemas, práctico. Le indicaré a Watts que añada el aumento de gastos de su departamento a la factura de la flota komarresa atracada —Greenlaw hizo esta promesa con un brillo de sombría satisfacción.

Añadido al sueldo de SegImp, esto le haría ganar el triple a Bel, calculó Miles. Viejos trucos de contabilidad Dendarii, ¡ja! Bueno, Miles se encargaría de que el Imperio invirtiera bien su dinero.

—Muy bien —concedió, permitiéndose parecer picado—. Entonces deseo subir a bordo de la Idris inmediatamente.

Ekaterin no llegó a sonreír, pero una leve luz de apreciación chispeó en sus ojos.

¿Y si ella hubiera aceptado su invitación de acompañarlo aquella mañana? Hubiera subido aquellas escaleras a su lado… La errática puntería de su asaltante no habría pasado por encima de su cabeza. Imaginar los probables resultados creó un desagradable nudo en su estómago y los restos de adrenalina de repente le supieron muy amargos.

—Lady Vorkosigan… —Miles tragó saliva—. Voy a ordenar que lady Vorkosigan permanezca a bordo de la Príncipe Xav hasta que Seguridad de la Estación Graf detenga al asesino y este misterio sea resuelto.

Y le añadió a ella, con un murmullo de disculpas:

—Lo siento…

Ella le dirigió un breve gesto de comprensión.

—No importa.

No era que le gustara, desde luego, pero poseía demasiado buen sentido Vor para discutir sobre temas de seguridad.

—Por tanto —continuó Miles—, solicito un permiso especial para que una lanzadera personal barrayaresa atraque y se la lleve.

¿O mejor la Kestrel? No, no se atrevía a perder acceso a su transporte independiente, agujero y estación de comunicaciones seguras.

Greenlaw se rebulló.

—Discúlpeme, lord Vorkosigan, pero así es como el último ataque barrayarés llegó a la estación. No queremos arriesgarnos a sufrir otro. —Miró a Ekaterin, y tomó aliento—. Sin embargo, comprendo su preocupación. Estaré encantada de ofrecerle a lady Vorkosigan una de nuestras cápsulas y un piloto como transporte de cortesía.

—Señora Selladora —repuso Miles—, un cuadri desconocido acaba de intentar asesinarme. Reconozco que no pienso en realidad que fuera un plan secreto suyo, pero la palabra clave en este asunto es «desconocido». Todavía no sabemos si se trataba de un cuadri o de un grupo de cuadris, que ocupan una posición de confianza. Hay varios experimentos que estoy dispuesto a hacer para averiguarlo, pero éste no es uno de ellos.

Bel suspiró de manera audible.

—Si lo desea usted, lord Auditor Vorkosigan, me encargaré de pilotar personalmente la nave que lleve a lady Vorkosigan a su nave insignia.

«¡Pero te necesito aquí!»

Evidentemente, Bel leyó su expresión, pues el hermafrodita añadió:

—¿O prefiere algún piloto de mi elección?

Con reluctancia no fingida esta vez, Miles accedió. El siguiente paso era llamar al almirante Vorpatril e informarlo acerca de la nueva invitada de su nave. Vorpatril, cuando su rostro apareció sobre la placa vid de la mesa de conferencias, no hizo ningún otro comentario a la noticia más que:

—Por supuesto, milord Auditor. La Príncipe Xav se sentirá honrada.

Pero Miles pudo leer en la mirada suspicaz del almirante su valoración de cómo la gravedad de la situación había aumentado. Miles comprendió que ningún histérico informe preliminar sobre el incidente había llegado todavía al Cuartel General, a varios días de viaje: la noticia y la información de que no había sucedido nada llegarían, afortunadamente, al mismo tiempo. Consciente de que había cuadris escuchando, Vorpatril no hizo comentarios. Se limitó a solicitar que el lord Auditor le informara sobre los acontecimientos cuando mejor le conviniera… En otras palabras, en cuanto pudiera llegar a una comconsola segura.

La reunión terminó. La mayoría de los guardias de la Milicia de la Unión habían llegado ya, y todos salieron al vestíbulo del hotel, bien protegido, demasiado tarde, por patrullas armadas. Miles se aseguró de caminar lo más separado posible de Ekaterin. En el vestíbulo destrozado, técnicos forenses cuadrúmanos, bajo la dirección de Venn, tomaban medidas y escaneos vid. Miles miró el balcón, considerando trayectorias; Bel, que caminaba junto a él y observó su mirada, alzó las cejas.

Miles bajó la voz y dijo de repente:

—Bel, no creerás que ese chalado podría haberte disparado a ti, ¿no?

—¿Por qué a mí?

—Bueno, ¿por qué no? ¿A cuánta gente suele fastidiar un práctico en el curso normal de su trabajo?

Miró alrededor. Nicol no podía oírlos, pues flotaba junto a Ekaterin y charlaba en voz baja con ella, en tono animado.

—¿O algo que no sean negocios? No te habrás estado acostando con la esposa de nadie, ¿no? ¿O con su marido? —añadió conscientemente—. O con su hija, o con lo que sea.

—No —dijo Bel firmemente—. Ni con sus animalitos de compañía, tampoco. Qué visión más típica de Barrayar tienes de las motivaciones humanas, Miles.

Miles sonrió.

—Lo siento. ¿Qué hay de los… viejos asuntos?

Bel suspiró.

—Creo haber dejado atrás y superado todos los viejos asuntos —el herm miró de reojo a Miles—. Casi. —Y añadió, tras reflexionar un momento—: Desde luego vas por delante de mí en ese tema, también.

—Posiblemente.

Miles frunció el ceño. Y estaba también Dubauer. Aquel herm era sin duda lo bastante alto para ser un blanco. Aunque, ¿cómo demonios podía un tratante betano de animales de diseño, que había pasado casi todo el tiempo en la Estación Graf encerrado en la habitación de un hotel, haber molestado lo suficiente a un cuadri para que deseara volarle aquella tímida cabeza suya? Demasiadas malditas posibilidades. Era hora de inyectar algunos datos fehacientes.

9

El piloto cuadrúmano seleccionado por Bel llegó y se llevó a Ekaterin, junto con un par de guardias de la Milicia de la Unión de aspecto severo. Miles la vio partir con un poco de angustia. Mientras ella se volvía a mirar por encima del hombro, al salir por la puerta del hotel, Miles dio un significativo golpecito a su comunicador de muñeca; en respuesta, ella alzó en silencio el brazo izquierdo, donde destellaba el brazalete comunicador.

Como todos iban a ir a la Idris de todas formas, Bel aprovechó el retraso para llamar a Dubauer al vestíbulo. Dubauer, la lampiña mejilla ahora limpiamente sellada con un discreto toque de pegamento quirúrgico, llegó al momento, y contempló alarmado su nueva escolta militar cuadrúmana. Pero el tímido y agraciado hermafrodita parecía haber recuperado la mayor parte de su compostura, y murmuró su sincera gratitud a Bel por acordarse de las necesidades de sus criaturas a pesar de todo el tumulto.

El pequeño grupo caminó o flotó, según cada cual, siguiendo al práctico Thorne por un camino secundario evidentemente cerrado al público, hasta dejar atrás las zonas de aduanas y seguridad y llegar al conjunto de bodegas de carga dedicadas a las naves galácticas. La bodega que atendía a la Idris, abarloada en la parte exterior, estaba tranquila y oscura, despoblada a excepción de dos patrulleros de seguridad de la Estación Graf que protegían las compuertas.

Bel presentó su autorización y ambos patrulleros flotaron a un lado para permitirle acceder a los controles de la compuerta. La puerta que conducía al gran carguero se descorrió hacia arriba y Miles, Roic, y Dubauer subieron a bordo, dejando atrás a su escolta de la Milicia de la Unión para ayudar a proteger la entrada.

La Idris, como su hermana gemela la Rudra, tenía un diseño utilitario sin lugar para la elegancia. Era esencialmente un amasijo formado por siete enormes cilindros paralelos: el central dedicado al personal cuatro de los otros seis destinados a la carga. Los otros dos, uno enfrente del otro en el anillo exterior, albergaban las varas de Necklin de la nave que generaban el campo necesario para plegarse a través de los puntos de salto. Motores para el espacio normal detrás, generadores de masa de escudo delante. La nave rotaba alrededor de su eje central para que cada cilindro externo se alineara con el muelle de la estación para la carga o descarga automática de los contenedores, o la carga manual de artículos más delicados. El diseño no carecía de elementos añadidos de seguridad, pues si se producía una despresurización y se perdían uno o más cilindros, cualquiera de los otros podía servir como refugio mientras se realizaban reparaciones o se procedía a la evacuación.

Mientras recorrían una de las zonas de carga, Miles contempló arriba y abajo el pasillo central de acceso, que se perdía en la oscuridad. Atravesaron otra compuerta para llegar a un pequeño vestíbulo en la sección delantera de la nave. En una dirección se encontraban los camarotes de pasajeros; en la otra, los de personal y las oficinas. Tubos de ascenso y un par de escaleras conducían al nivel dedicado al comedor de la nave, la enfermería y las instalaciones recreativas, arriba y, abajo, a las zonas de soporte vital, motores y otras instalaciones.

Roic miró sus notas y señaló pasillo abajo.

—Por aquí se va a la oficina de seguridad de Solian, milord.

—Escoltaré al ciudadano Dubauer hasta su rebaño y luego os alcanzaré —dijo Bel. Dubauer hizo un amago de reverencia y los dos herms avanzaron hacia la compuerta que llevaba a una de las secciones de carga externas.

Roic contó las puertas hasta llegar a un segundo vestíbulo de conexión y tecleó un código en una cerradura, cerca de la popa. La puerta se deslizó y la luz se encendió para revelar una diminuta cámara vacía apenas ocupada por un interfaz informático, dos sillas y algunas taquillas. Miles conectó el interfaz mientras Roic hacía un rápido inventario del contenido de las taquillas. Todas las armas de seguridad y sus cartuchos estaban en su sitio, todo el equipo de seguridad perfectamente colocado. En la oficina no había objetos personales, ninguna imagen vid de la chica que esperaba en casa, ningún chiste soez (ni político) ni eslóganes pegados dentro de las puertas de las taquillas. Pero los investigadores de Brun ya habían pasado por allí, después de que Solian desapareciera pero antes de que la nave hubiera sido evacuada por los cuadris tras el enfrentamiento con los barrayareses; Miles anotó que tendría que preguntarle a Brun (o a Venn, tal vez) si se habían llevado algo.

Los códigos de anulación de Roic pronto recuperaron todos los archivos y diarios de Solian. Miles empezó por el último turno del teniente. Los informes diarios de Solian eran lacónicos, repetitivos, y decepcionantemente carentes de comentarios sobre asesinos potenciales. Miles se preguntó si estaba escuchando la voz de un muerto. En toda regla, debería haber alguna conexión psíquica. El extraño silencio de la nave estimulaba la imaginación.

Mientras la nave estaba en puerto, su sistema de seguridad hacía continuas grabaciones vid de todo el mundo y todo lo que entraba o salía a través de las compuertas de la Estación o de cualquier otra compuerta que hubiera activada, como precaución rutinaria contra robos y sabotajes. Repasar los diez días de idas y venidas antes de que la nave fuera inmovilizada, incluso en versión resumida, iba a ser una tarea agotadora. Y también habría que explorar la posibilidad de que los registros hubieran sido alterados o borrados, como Brun sospechaba que Solian había hecho para cubrir su deserción.

Miles hizo copias de todo lo que parecía incluso vagamente pertinente, para examinarlo con más detalle, y luego Roic y él hicieron una visita al camarote de Solian, situado apenas unos metros más abajo en el mismo pasillo. Era demasiado pequeño, estaba vacío y resultaba poco revelador. No se podía saber qué artículos personales podría haberse llevado Solian en la maleta que faltaba, pero desde luego no quedaban muchos. La nave había partido de Komarr, ¿cuándo?, ¿hacía seis semanas? Recalaron en media docena de puertos intermedios. Cuando la nave estaba en puerto, era el momento más delicado para su seguridad; tal vez Solian no había tenido mucho tiempo para comprar artículos de recuerdo.

Miles trató de encontrar sentido a lo que quedaba. Media docena de uniformes, unas cuantas prendas de paisano, una chaqueta abultada, algunos zapatos y botas… El traje de presión personalizado de Solian. Aquél era un artículo caro que uno querría conservar para una estancia prolongada en el Cuadrispacio. Pero no era muy anónimo, con sus emblemas militares de Barrayar.

Como no encontraron nada en el camarote que los librara de la tarea de examinar las grabaciones vid, Miles y Roic regresaron a la oficina de Solian y se pusieron manos a la obra. Al menos, se consoló Miles, revisar los vids de seguridad le proporcionaría una imagen mental de las dramatis personæ potenciales… enterradas en alguna parte de la multitud que no tenía nada que ver con nada, seguro. Examinarlo todo era un claro signo de que no sabía qué demonios estaba haciendo todavía, pero era la única manera de detectar esa huidiza pista que todos los demás habían pasado por alto…

Levantó la cabeza, un rato después, al atisbar movimiento en la puerta. Bel había regresado y estaba apoyado contra el marco.

—¿Has encontrado algo ya? —preguntó el herm.

—Hasta ahora no. —Miles detuvo la imagen vid—. ¿Resolvió sus problemas tu amigo betano?

—Todavía está trabajando en ello. Da de comer a los bichitos y acarrea estiércol, o al menos añade un concentrado de nutrientes a las reservas del replicador, y está quitando las bolsas de residuos de las unidades de filtración. Comprendo por qué Dubauer estaba molesto por el retraso. Debe de haber un millar de fetos de animales en esa bodega. Será una pérdida financiera importante, si llega a convertirse en pérdida.

—Ya. La mayoría de la gente envía embriones congelados para cruzarlos —dijo Miles—. Así importó mi abuelo su bonita cuadra de la Tierra. Los implantó en una yegua superior a su llegada, para que terminaran de cocerse. Más barato, más ligero, menos mantenimiento… Los retrasos en el envío no se convierten en un problema, llegado el caso. Aunque supongo que de esta manera se utiliza el tiempo del viaje para la gestación.

—Dubauer dijo que el tiempo era esencial. —Bel se encogió de hombros, incómodo—. ¿Qué dicen los archivos de la Idris de Dubauer y su cargamento, por cierto?

Miles recuperó los archivos.

—Subieron a bordo cuando la flota se agrupó en la órbita de Komarr. Destino a Jerjes…, la siguiente parada después de la Estación Graf, lo cual debe hacer que este lío le resulte aún más frustrante. La reserva se hizo unas… seis semanas antes de que la flota partiera, a través de un consignatario komarrés.

Una compañía legítima. Miles reconoció el nombre. Aquel registro no indicaba de dónde habían salido Dubauer y su cargamento, ni si el herm había intentado contactar en Jerjes con otro transporte comercial, o privado, para dirigirse a otro destino. Miró a Bel, suspicaz.

—¿Algo te revuelve las tripas?

—Yo… no lo sé. Hay algo curioso en Dubauer.

—¿En qué sentido?

—Si pudiera decirlo, no me molestaría tanto.

—Parece un viejo herm apurado… ¿Tal vez algún académico?

La investigación y el desarrollo universitarios, o ex universitarios, encajarían con aquel estilo extrañamente preciso y educado. Y con la timidez personal.

—Eso podría explicarlo —dijo Bel, pero no estaba convencido del todo.

—Curioso. Bien.

Miles anotó que debía observar con especial atención los movimientos de entrada y salida del herm en los archivos de la Idris.

—Por cierto, Greenlaw se ha sentido secretamente impresionada por ti —comentó Bel.

—¿Ah, sí? Desde luego consigue ocultármelo.

La sonrisa de Bel chispeó.

—Me dijo que parecías muy orientado en tu trabajo. Eso es un cumplido en el Cuadrispacio. No le expliqué que considerabas que te dispararan parte normal de tu rutina diaria.

—Bueno, diaria no. A ser posible. —Miles hizo una mueca—. Ni normal, en mi nuevo trabajo. Supongo que ahora estoy un escalón por detrás. Me estoy haciendo viejo, Bel.

La sonrisa de Bel se tiñó de sardónica diversión.

—Hablando desde el punto de vista de alguien que casi te dobla la edad, y por citar tu vieja frase barrayaresa de antaño, Miles: mierda de caballo.

Miles se encogió de hombros.

—Tal vez se deba a la inminente paternidad.

—Te tiene acojonado, ¿eh? —Bel alzó las cejas.

—No, por supuesto que no. Ni… Bueno, sí, pero no como crees. Mi padre fue… Tengo el listón muy alto. Y tal vez incluso unas cuantas cosas que hacer de manera diferente.

Bel ladeó la cabeza, pero antes de que pudiera volver a hablar, sonaron unos pasos en el pasillo. La ligera y cultivada voz de Dubauer preguntó:

—¿Práctico Thorne? Ah, está aquí.

Bel entró en la oficina cuando el alto herm apareció en la puerta. Miles advirtió el parpadeo de Roic antes de que el guardaespaldas fingiera devolver su atención a la pantalla vid.

Dubauer se tiró ansiosamente de los dedos y le preguntó a Bel:

—¿Va a regresar pronto al hotel?

—No. Quiero decir, que no voy a regresar al hotel.

—¡Oh! ¡Ah! —El herm vaciló—. Verá, con cuadris de lo más raro dando vueltas por ahí y disparándole a la gente, no quisiera salir solo a la Estación. ¿Ha oído alguien…? No lo han detenido todavía, ¿verdad? ¿No? Esperaba… ¿Puede alguien acompañarme?

Bel sonrió compasivo ante esta muestra de nervios deshechos.

—Enviaré con usted a uno de los guardias de seguridad. ¿Le parece bien?

—Le estaría enormemente agradecido, sí.

—¿Ha terminado ya?

Dubauer se mordió los labios.

—Bueno, sí y no. Es decir, he terminado de atender mis replicadores, y he hecho lo poco que puedo hacer para refrenar el crecimiento y el metabolismo de sus contenidos. Pero si mi cargamento sigue retenido mucho más, no podré llegar a mi destino antes de que mis criaturas sigan creciendo y no quepan en los contenedores. Si tengo que destruirlas, será desastroso.

—Creo que los seguros de la flota komarresa deberían cubrir también eso —dijo Bel.

—O podría usted demandar a la Estación Graf —sugirió Miles—. Aún mejor, haga ambas cosas y recupere el doble.

Bel le dirigió una mirada exasperada. Dubauer consiguió sonreír dolorosamente.

—Eso sólo cubriría la pérdida financiera inmediata. —Tras una larga pausa, el herm continuó—: Para salvar lo más importante, las alteraciones biológicas del propietario, tendré que tomar muestras de tejidos y congelarlas antes de eliminarlos. También necesitaré equipo para destruir por completo la biomateria. O acceso a los convertidores de la nave, si no se sobrecargan con la masa que debo destruir. Va a requerir un montón de tiempo, y me temo, será una tarea extremadamente desagradable. Me estaba preguntando, práctico Thorne… Si no puede conseguir que liberen mi cargamento de la retención cuadri, ¿podría al menos conseguirme un permiso para permanecer a bordo de la Idris mientras me encargo de la eliminación?

Bel arrugó el entrecejo imaginando la horrible escena que conjuraban las suaves palabras del herm.

—Esperemos que no se vea obligado a tomar medidas tan extremas. ¿Cuánto tiempo tiene, en realidad?

El herm vaciló.

—No mucho. Y si he de eliminar a mis criaturas… cuanto antes, mejor. Preferiría acabar de una vez.

—Comprensible. —Bel resopló.

—Podría haber algunas posibilidades alternativas para ampliar su plazo de tiempo —dijo Miles—. Contratar una nave más rápida y más pequeña que le lleve directamente a su destino, por ejemplo.

El herm negó tristemente con la cabeza.

—¿Y quién pagaría esa nave, lord Vorkosigan? ¿El Imperio de Barrayar?

Miles se mordió la lengua antes de decir «¡Sí, claro!» o señalar a Greenlaw y la Unión. Se suponía que tenía que estar investigando las implicaciones generales del caso, no atascándose con todos los pequeños detalles humanos… o inhumanos. Hizo un gesto poco comprometedor y dejó que Bel acompañara al betano a la salida.

Miles se pasó unos cuantos minutos más sin conseguir encontrar nada excitante en los archivos vid. Bel regresó poco después.

Miles apagó el vid.

—Creo que me gustaría echar un vistazo al cargamento de ese curioso betano.

—En eso no te puedo ayudar —dijo Bel—. No tengo los códigos de los contenedores de carga. Se supone que sólo los pasajeros tienen acceso al espacio que alquilan, por contrato, y los cuadris no se han molestado en conseguir una orden judicial para vaciarlos. Eso disminuye la posibilidad de que haya robos mientras los pasajeros están a bordo, ¿sabes? Tendrás que pedirle a Dubauer que te deje entrar.

—Mi querido Bel, soy Auditor Imperial, y ésta no es sólo una nave registrada en Barrayar, sino que pertenece a la familia de la mismísima emperatriz Laisa. Voy donde quiero. Solian tiene que tener una llave maestra para todas las puertas de esta nave. ¿Roic?

—Aquí estoy, milord. —El soldado dio un golpecito en su anotador.

—Muy bien, pues, vamos a dar un paseo.

Bel y Roic lo siguieron pasillo abajo y a través de la compuerta central que conectaba con la sección de carga. La puerta doble de la segunda cámara cedió ante el cuidadoso teclear de Roic sobre su mampara. Miles asomó la cabeza y encendió las luces.

Era impresionante.

Brillantes hileras de replicadores, en apretadas filas, llenaban el espacio dejando sólo estrechos pasillos intermedios. Cada fila estaba unida a su propia plataforma flotante, en cuatro capas de cinco unidades: veinte por hilera, de la altura de Roic. Bajo los oscuros indicadores de cada una, los paneles de control chispeaban con tranquilizadoras luces verdes. Por ahora.

Miles recorrió el pasillo formado por cinco plataformas, llegó al final, y siguió hasta la siguiente, contando. Más plataformas se alineaban con las paredes. Bel calculó que habría unas mil.

—Y yo que pensaba que las cámaras de placenta serían más grandes. Parecen casi idénticas a las que hay en casa.

Con las que se había familiarizado últimamente. Aquellos aparatos, resultaba evidente, estaban diseñados para la producción en masa. Las veinte unidades apiladas en cada plataforma compartían económicamente reservas, bombas, aparatos de filtrado y el panel de control. Se acercó a observar.

—No veo la marca del fabricante.

Ni un número de serie ni nada que revelara el planeta de origen de unas máquinas que eran, sin duda, muy buenas.

Dio un golpecito a un control para que la pantalla del monitor cobrara vida.

La brillante pantallita no contenía tampoco datos de fabricación ni números de serie. Sólo la estilizada silueta de un pájaro escarlata sobre fondo plateado…

El corazón de Miles se desbocó. ¿Qué demonios estaba esto haciendo allí…?

—Miles —dijo la voz de Bel, como si llegara desde muy lejos—, si vas a desmayarte, pon la cabeza…

—Entre las rodillas, y date un beso de despedida en el culo —rezongó Miles—. Bel, ¿sabes qué es este símbolo?

—No —respondió Bel, con retintín.

—El Nido Estelar de Cetaganda. No los ghem-lores militares, ni sus cultivados (y lo digo en el doble sentido) amos, los lores haut, ni siquiera el Jardín Imperial Celestial. Aún más alto. El Nido Estelar es el núcleo interno del anillo más interno de todo el maldito proyecto de ingeniería genética que es el Imperio cetagandés. El mismísimo banco de genes de las damas haut. Diseñan a sus emperadores allí. ¡Demonios!, diseñan a toda la maldita raza haut allí. Las damas haut no trabajan con genes animales. Eso sería rebajarse. Eso se lo dejan a las ghem-damas. No, adviértelo, a los ghem-lores…

Con manos levemente temblorosas, Miles tocó el monitor y recuperó el siguiente nivel de control. Energía general y de reserva, todo en verde. El siguiente nivel permitía el seguimiento individual de cada ser contenido en cada una de las veinte cámaras de placenta. Temperatura sanguínea humana, masa del bebé, y por si eso no fuera suficiente, diminutas cámaras vid espía individuales insertadas, con luces, para ver los habitantes de los replicadores en tiempo real, flotando pacíficamente en sus bolsas amnióticas. El del monitor agitó los deditos ante el suave brillo rojo, y pareció encoger sus grandes ojos oscuros. Si no estaba desarrollado del todo, aquello (no, ella) estaba bien cerca, dedujo Miles.

Pensó en Helen Natalia y Aral Alexander.

Roic giró sobre sus talones, la boca abierta, y contempló el pasillo lleno de brillantes aparatos.

—¿Quiere usted decir, milord, que todas estas cosas están llenas de bebés humanos?

—Bueno, ésa sí que es una buena pregunta. En realidad, son dos. ¿Están llenos? y ¿son humanos? Si son niños haut, esto último sería un punto a debatir. Para saber lo primero, al menos podemos mirar…

Una docena más de monitores, comprobados a intervalos aleatorios por toda la sala, revelaron resultados similares. Miles respiraba rápidamente cuando lo dio por demostrado.

—¿Pero qué está haciendo un herm betano con un puñado de replicadores cetagandeses? —preguntó Bel, atónito—. Y sólo porque son de fabricación cetagandesa, ¿cómo sabes que dentro hay cetagandeses? Es posible que el betano comprara los replicadores de segunda mano.

Miles, con una mueca en los labios, se volvió hacia Bel.

—¿Betano? ¿Tú crees, Bel? ¿Habéis hablado mucho sobre la vieja caja de arena mientras supervisabas esta visita?

—La verdad es que no hemos hablado mucho. —Bel sacudió la cabeza—. Pero eso no demuestra nada. No soy de los que sacan el tema de casa, y aunque lo hubiera hecho, estoy demasiado desconectado de Beta para detectar imprecisiones en los acontecimientos más recientes. No fue la conversación de Dubauer lo que me pareció raro. Había algo… extraño en su lenguaje corporal.

—Lenguaje corporal. Eso es.

Miles se acercó a Bel, extendió la mano y volvió la cara del herm hacia la luz.

Bel no reaccionó mal a su cercanía, sino que sonrió. En la mejilla y la barbilla brillaba un fino vello. Miles entornó los ojos mientras recordaba el corte en la mejilla de Dubauer.

—Tienes pelusilla, como las mujeres. La tienen todos los hermafroditas, ¿verdad?

—Claro. A menos que usen un depilatorio realmente efectivo, supongo. Algunos incluso se dejan barba.

—Dubauer no.

Miles echó a andar pasillo abajo, se detuvo y permaneció quieto con esfuerzo.

—Ni un pelillo a la vista, a excepción de esas bonitas cejas y el cabello plateado, y te apuesto dólares betanos contra arena a que son unos implantes recientes. Lenguaje corporal, ¡ja! Dubauer no tiene doble sexo en absoluto… ¿En qué estarían pensando tus antepasados? —Bel sonrió divertido—. Es completamente asexuado. Es un auténtico «ello».

—«Ello», en el habla betana —empezó a decir Bel con el tono cansado de quien ha tenido que explicarlo demasiado a menudo—, no tiene la connotación de objeto inanimado como en otras culturas planetarias. Lo digo a pesar de cierto ex jefe de mi lejano pasado, que hizo una muy buena imitación del tipo de mueble grande y torpe del que uno no puede deshacerse ni decorar…

Miles hizo un gesto de fastidio.

—No me lo cuentes… Me soltaron ese sermón en las rodillas de mi madre. Pero Dubauer no es un herm. Dubauer es un ba.

—¿Un qué?

—Para los de fuera, los ba son los servidores del Jardín Celestial, donde el Emperador cetagandés habita en serenidad en un entorno de perfección estética, o eso te hacen creer los lores haut. Los ba parecen ser la leal raza servil definitiva, perros humanos. Hermosos, por supuesto, porque todo dentro del Jardín Celestial debe serlo. Me topé por primera vez con los ba hace diez años, cuando me enviaron a Cetaganda (no como almirante Naismith, sino como teniente lord Vorkosigan) en misión diplomática: para asistir al funeral de la madre del Emperador Fletchir Giaja, nada menos, la vieja emperatriz Lisbet. Vi de cerca a un montón de ba. Los que tenían cierta edad (reliquias de la juventud de Lisbet, un siglo atrás, principalmente) eran todos lampiños. Era una moda, que ha pasado desde entonces.

»Pero los ba no son sirvientes, o por lo menos no son sólo sirvientes, de los haut imperiales. ¿Recuerdas lo que te he dicho de que las damas haut del Nido Estelar sólo trabajaban con genes humanos? Con los ba las damas haut prueban los nuevos compuestos genéticos, las mejoras para la raza haut, antes de decidir si son lo bastante buenos para añadirlos al nuevo modelo haut del año. En cierto sentido, los ba son hermanos de los haut. Hermanos mayores, casi. Hijos, incluso, desde cierto punto de vista. Los haut y los ba son dos caras de la misma moneda.

»Un ba es tan listo y peligroso como un lord haut, pero no tan autónomo. Los ba son tan leales como asexuados, porque los han hecho así, y por algunos de los mismos motivos de control. Al menos eso explica por qué no paro de pensar que he visto a Dubauer antes. Si ese ba no comparte la mayoría de los genes del propio Fletchir Giaja, me comeré…

—¿Las uñas? —sugirió Bel.

Miles se apartó rápidamente la mano de la boca.

—Si Dubauer es un ba —continuó—, y juro que lo es, estos replicadores tienen que estar llenos de… algo cetagandés. Pero, ¿por qué aquí? ¿Por qué transportarlos de tapadillo y en una nave del Imperio que antes fue y en el futuro será su enemigo? Bueno, espero que en el futuro no… Las tres últimas guerras declaradas con nuestros vecinos cetagandeses han sido más que suficientes. Si esto era algo directo y claro, ¿por qué no viajar en una nave cetagandesa, con todas las comodidades? Garantizo que no es por economía. Se trata de un secreto mortal, pero, ¿de quién y por qué? ¿Qué demonios planea el Nido Estelar? —Se dio media vuelta, incapaz de estarse quieto—. ¿Y qué es tan infernalmente secreto para que este ba traiga a estos fetos hasta aquí, pero luego planee matarlos para mantener el secreto antes que pedir ayuda?

—Oh —dijo Bel—. Sí, eso. Es… un poco inquietante, cuando te paras a pensarlo.

—¡Es horrible, milord! —dijo Roic, indignado.

—Tal vez Dubauer no pretende realmente eliminarlos —respondió Bel inseguro—. Tal vez lo dijo para que presionemos más a los cuadris y que éstos le permitan retirar su cargamento de la Idris.

—Ah… —dijo Miles. Ésa sí era una idea atractiva…, lavarse las manos de todo aquel maldito lío—. ¡Mierda! No. Todavía no, al menos. De hecho, quiero que cierres por completo la Idris. Por una vez en mi vida, quiero consultar con el Cuartel General antes de saltar. Y lo más rápidamente posible.

¿Qué era lo que había dicho Gregor…, lo que había dejado en el aire, en realidad? «Algo ha agitado a los cetagandeses cerca de Rho Ceta.» Algo peculiar. «Oh, señor, aquí tenemos algo peculiar ahora.» ¿Conexiones?

—Miles —dijo Bel, molesto—. Me he jugado el cuello persuadiendo a Watts y Greenlaw para que dejaran a Dubauer volver a la Idris. ¿Cómo voy a explicar este súbito cambio? —Bel vaciló—. Si este cargamento y su propietario son peligrosos para el Cuadrispacio, debería informar de ello. ¿Crees que ese cuadri del hotel podría haberle disparado a Dubauer, en vez de a ti o a mí?

—Esa idea se me ha pasado por la cabeza, sí.

—Entonces no está… bien darle esquinazo a la Estación en lo que podría ser un asunto de seguridad.

Miles tomó aliento.

—Tú eres el representante de la Estación Graf aquí, por tanto la Estación lo sabe. Con eso es suficiente. Por ahora.

Bel frunció el ceño.

—Esta justificación es demasiado descarada incluso para mí.

—Sólo te estoy pidiendo que esperes. Dependiendo de la información que reciba de casa, bien podría acabar comprándole a Dubauer una nave rápida para que se largue con su cargamento. Una que no esté registrada en Barrayar, preferiblemente. Retrásalo un poco. Sé que puedes.

—Bueno…, está bien. Un poco.

—Quiero la comconsola segura de la Kestrel. Sellaremos esta bodega y continuaremos más tarde. Primero, quiero echarle un vistazo al camarote de Dubauer.

—Miles, ¿nunca has oído hablar del concepto de la orden de registro?

—Querido Bel, qué tiquismiquis te has vuelto en la vejez. Ésta es una nave barrayaresa, y yo soy la Voz de Gregor. No pido órdenes de registro, las expido.

Miles dio una última vuelta por la bodega de carga antes de dejar que Roic la volviera a sellar. No vio nada diferente, sólo más de lo mismo. Cincuenta plataformas sumaban un montón de replicadores uterinos.

No había ningún cadáver en descomposición oculto en un rincón, lástima.

El habitáculo de Dubauer, en el módulo de personal, no arrojó ninguna luz sobre el asunto. Era un pequeño camarote económico, y los efectos personales que pudiera haber poseído el… individuo de género desconocido, habían sido empaquetados y retirados cuando los cuadris trasladaron a los pasajeros a sus hoteles. Tampoco había ningún cadáver debajo de la cama ni en el armario. La gente de Brun sin duda lo habría registrado todo rutinariamente al menos una vez, el día después de la desaparición de Solian.

Miles decidió que tenía que pedir un examen forense con microscopio más concienzudo, tanto de la cabina como de la bodega con los replicadores. Aunque… ¿a quién se lo encargaba? No quería poner aquel asunto en manos de Venn todavía, pero los médicos de la flota barrayaresa estaban especializados en traumatología. Nunca antes había echado tanto de menos SegImp.

—¿Tienen los cetagandeses algún agente aquí, en el Cuadrispacio? —le preguntó a Bel cuando salieron del camarote y volvieron a cerrarlo—. ¿Nunca te has topado con tus oponentes?

Bel negó con la cabeza.

—La gente de tu zona está muy poco extendida por este brazo del Nexo. Barrayar ni siquiera tiene un consulado a tiempo completo en Union Station, ni Cetaganda tampoco. Lo único que hay es una abogada cuadri de oficio que se encarga del papeleo de una docena de políticas planetarias menores, por si alguien la necesita. Para los visados y permisos de entrada y esas cosas. De hecho, que yo recuerde, se encarga de Barrayar y de Cetaganda. Si hay algún agente cetagandés en la Graf, no lo he localizado. Espero que ellos tampoco me hayan localizado a mí. Aunque, si los cetagandeses tienen espías, agentes o informadores en el Cuadrispacio, probablemente estarán en Union Station. Yo sólo estoy aquí en la Graf por, hum, razones personales.

Antes de abandonar la Idris, Roic insistió en que Bel llamara a Venn para informarse de cómo iba la búsqueda del asesino cuadri del vestíbulo.

Venn, claramente molesto, mencionó los informes de la vigorosa actividad que estaban llevando a cabo sus patrulleros… sin ningún resultado. Roic recorrió alerta el estrecho tramo que separaba la zona de atraque de la Idris del lugar donde se encontraba la Kestrel, vigilando a su escolta cuadri armado casi con la misma intensidad que las sombras y los pasillos. Pero llegaron a la nave sin incidentes.

—¿Le costaría mucho trabajo a Greenlaw ordenar que interroguen con pentarrápida a Dubauer? —le preguntó Miles a Bel, mientras atravesaban las compuertas estancas de la Kestrel.

—Bueno, haría falta una orden judicial. Y una explicación que convenciera a un juez cuadrúmano.

—Mm. Emboscar a Dubauer con una hipospray a bordo de la Idris parece una alternativa mucho más simple.

—Lo sería —Bel suspiró—. Y me costaría el empleo si Watts descubre que te he ayudado. Si Dubauer es inocente y no ha hecho nada, sin duda se quejaría después a las autoridades cuadris.

—Dubauer no es inocente. Como poco, ha mentido sobre su cargamento.

—No exactamente. Dice muy claro: «Mamíferos, genéticamente alterados, diversos.» No se puede decir que no sean mamíferos.

—Transporte de menores para fines inmorales, entonces. Comercio de esclavos. ¡Demonios!, ya se me ocurrirá algo.

Miles indicó a Roic y Bel que esperaran, y se apoderó de nuevo de la sala de reuniones de la Kestrel.

Se sentó, ajustó el cono de seguridad y tomó aliento, tratando de poner en orden sus frenéticos pensamientos. No había otra manera de enviar un mensaje por tensorrayo desde el Cuadrispacio hasta Barrayar, aunque fuera codificado, que a través del sistema de enlaces comerciales. Los rayos de mensajes eran enviados a la velocidad de la luz a través de los sistemas del espacio local entre las estaciones de punto de salto. Los mensajes de una hora, o de un día, eran recogidos en las estaciones y cargados en sus naves dedicadas a comunicaciones, que saltaban de un lado a otro siguiendo un horario regular para llevarlos a la siguiente región espacial local, o a las rutas menos transitadas, o a la nave que saltara a continuación. El viaje de un mensaje enviado desde el Cuadrispacio al Imperio duraría, como mínimo, varios días.

Dirigió el mensaje, por triplicado, al emperador Gregor, al jefe Allegre de SegImp, y al Cuartel General de Operaciones Galácticas de SegImp en Komarr.

Después de hacer un esbozo de la situación hasta el momento y de asegurar que su atacante tenía mala puntería, describió a Dubauer, con tanto detalle como le fue posible, y el sorprendente cargamento que había encontrado a bordo de la Idris. Solicitó información detallada sobre las nuevas tensiones con los cetagandeses a las que había aludido Gregor de manera tan indirecta, y añadió una petición urgente de información, si había alguna, sobre los agentes cetagandeses en activo y sus operaciones en el Cuadrispacio. Pasó los mensajes por el codificador de SegImp de la Kestrel y los mandó.

¿Y ahora qué?

¿Esperar una respuesta que podría ser completamente ambigua? Difícilmente…

Dio un salto en la silla cuando el comunicador de muñeca zumbo. Tragó saliva y lo atendió.

—Vorkosigan.

—Hola, Miles. —Era la voz de Ekaterin; el ritmo del corazón de Miles se calmó—. ¿Tienes un momento?

—No sólo eso, tengo la comconsola de la Kestrel. Un momento de intimidad, si puedes creértelo.

—¡Oh! Entonces espera un segundo… —El canal del comunicador de muñeca se cerró. Un instante después, la cara y el torso de Ekaterin aparecieron sobre la placa vid. Volvía a llevar puesto aquel favorecedor vestido azul pizarra—. ¡Ah! —dijo ella feliz—. Ahí estás. Esto está mejor.

—Bueno, no del todo. —Él se llevó los dedos a los labios, y mandó el simulacro de un beso a la imagen de la pantalla. Frío fantasma, ay, no carne cálida—. ¿Dónde estás? —preguntó. Sola, esperaba.

—En mi camarote, a bordo de la Príncipe Xav. El almirante Vorpatril me ha dado uno muy agradable. Creo que ha echado de aquí a algún pobre oficial. ¿Te encuentras bien? ¿Has cenado?

—¿Cenado?

—Oh, cielos, yo ya conozco esa expresión. Dile al teniente Smolyani que te abra por lo menos una lata antes de volver a ponerte en marcha.

—Sí, amor —le sonrió—. ¿Practicando maniobras maternales?

—Más bien lo considero un servicio público. ¿Has descubierto algo interesante y útil?

—Interesante es decir poco. Útil… Bueno, no estoy seguro —contestó.

Describió su hallazgo en la Idris, aunque en términos algo más pintorescos que los que acababa de enviar a Gregor.

Ekaterin abrió mucho los ojos.

—¡Santo Dios! ¡Y yo que estaba tan contenta porque creía que te había encontrado una buena pista! Me temo que lo mío es sólo un chismorreo, en comparación.

—A ver ese chismorreo, venga.

—Es algo que se comentó en la cena con los oficiales de Vorpatril. He de decir que parecían un grupo bastante agradable.

Apuesto a que se esforzaron en serlo. Su invitada era hermosa, culta, un soplo del hogar, y la primera mujer con la que hablaban desde hacía semanas. Y estaba casada con el Auditor Imperial, ¡ja! «Fastidiaos con jota.»

—Traté de hacerlos hablar sobre el teniente Solian, pero casi ninguno lo conocía. Excepto uno que recordó que Solian había tenido que marcharse de una reunión semanal de oficiales de seguridad de la flota porque le sangraba la nariz. Supongo que Solian estaba más cohibido y molesto que alarmado. Pero se me ocurrió que tal vez sea algo crónico suyo. A Nikki le pasó durante algún tiempo, y a mí un par de años cuando era niña, aunque a mí se me pasó solo. Pero si Solian no acudió al tecnomed de su nave para curárselo, bueno, podría ser así como alguien consiguió una muestra de tejidos para esa sangre artificial. —Hizo una pausa—. De hecho, ahora que lo pienso, no estoy segura de que esto sea una ayuda para ti. Alguien podría haber sacado la gasa manchada de sangre de la basura, o de donde la tirara. Aunque supongo que si le sangraba la nariz, tuvo que estar vivo en ese momento. Me pareció útil, por lo menos. —Frunció profundamente el ceño—. O tal vez no.

—Gracias —dijo Miles sinceramente—. No sé si es útil o no, pero me da otro motivo para ver a los tecnomeds a continuación. ¡Bien! —Le sonrió, y añadió—: Y si se te ocurre alguna idea sobre el cargamento, no dudes en compartirla conmigo. Aunque sólo conmigo, por el momento.

—Comprendo. Es tremendamente extraño. Quiero decir, no es extraño que exista el cargamento. Si todos los niños haut son concebidos y alterados genéticamente, como me describió tu amiga la haut Pel cuando vino como invitada a la boda de Gregor, las mujeres haut geneticistas tienen que estar exportando miles de embriones del Nido Estelar a menudo.

—A menudo no —la corrigió Miles—. Una vez al año. Los envíos anuales de niños haut a las satrapías exteriores se hacen todos a la vez. Eso le da a las damas haut consortes planetarias como Pel, que tienen la misión de escoltarlos, la oportunidad de conocerse y consultar entre sí. Entre otras cosas.

Ella asintió.

—Pero traer este cargamento hasta aquí… y con sólo un cuidador… Si tu Dubauer, sea quien sea, tiene realmente un millar de bebés a su cargo, no me importa si son humanos normales o haut o ghem o qué, yo tendría a varios centenares de amas de cría esperándolo en alguna parte.

—Cierto. —Miles se frotó la frente, que volvía a dolerle, y no sólo por la multitud de posibilidades. Ekaterin tenía razón en lo de la comida, como de costumbre. Si Solian hubiera dejado una muestra de sangre en alguna parte, en algún momento…

—¡Oh, ja!

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó su pañuelo, olvidado desde aquella mañana, y lo abrió por la gran mancha marrón. Una muestra de sangre, desde luego. No tenía que esperar a que el Cuartel General de SegImp le enviara esa identificación. Sin duda, Miles habría recordado aquella prueba accidental sin ayuda. Pero si lo habría hecho antes o después de que el eficaz Roic hubiera lavado sus ropas y se las hubiera devuelto era harina de otro costal.

—Ekaterin, te quiero muchísimo. Y tengo que hablar con el cirujano jefe de la Príncipe Xav ahora mismo.

Hizo frenéticos gestos como si la besara. Ella sonrió de aquella hermosa y enigmática manera suya, y cortó la comunicación.

10

Miles hizo una llamada de urgencia a la Príncipe Xav; se produjo un breve retraso mientras Bel conseguía los permisos para la cápsula de mensajes de la Kestrel. Media docena de naves armadas de la Milicia de la Unión patrullaban el espacio entre la Estación Graf y la flota de Vorpatril, que esperaba en frustrado exilio a varios kilómetros de distancia. A Miles no le habría hecho gracia que algún miliciano cuadri con doble cuota de dedos de gatillo fácil borrara la cápsula del espacio, así que no se relajó hasta que desde la Príncipe Xav le comunicaron que la cápsula había llegado sana y salva a bordo.

Finalmente se sentó en la sala de reuniones de la Kestrel con Bel, Roic y algunas bandejas de raciones militares. Comió mecánicamente, sin apenas saborear la comida caliente no demasiado sabrosa, con un ojo puesto en la pantalla vid que todavía repasaba rápidamente los archivos de la Idris. Dubauer, si aparecía, no había salido ni una vez de la nave para dar un paseo por la Estación durante todo el tiempo que estuvo atracada, hasta que fue obligado a abandonarla junto con los demás pasajeros y llevado al hotel por los cuadris.

El teniente Solian había salido cinco veces, cuatro de ellas en excursiones de rutina para comprobaciones de carga, la quinta, más interesante, después de su turno de trabajo del último día. El vid mostraba su cabeza desde atrás, al partir, y una clara toma de su cara cuando regresó, unos cuarenta minutos más tarde. A pesar de que congeló la imagen, Miles no pudo determinar con certeza que alguna de las manchas o sombras de la camisa verde oscura de Solian fuera producto de una hemorragia nasal, ni siquiera en primerísimo plano. La expresión de Solian era decidida y meditabunda mientras miraba el vid de seguridad, parte de su trabajo, después de todo: tal vez comprobaba automáticamente su funcionamiento.

El joven no parecía relajado, ni feliz, ni a la espera de un permiso para liberarse, aunque debía de tocarle pronto. Parecía… concentrado en algo.

Era la última vez, documentada, que se había visto a Solian con vida. No se había encontrado ningún rastro de su cuerpo cuando los hombres de Brun registraron la Idris al día siguiente, y registraron a conciencia, exigiendo que cada pasajero con cargamento, incluido Dubauer, abriera su cabina y bodega para inspeccionarlas. De ahí la teoría de Brun de que Solian tenía que haberse quitado de en medio sin ser detectado.

—¿Entonces dónde fue, durante esos cuarenta minutos en que estuvo fuera de la nave? —preguntó Miles, fastidiado.

—No cruzó mis puestos de aduana, no a menos que alguien lo envolviera en una alfombra y lo llevara dentro —dijo Bel, convencido—. Y no tengo ninguna grabación de nadie que pasara una alfombra. Lo miramos. Solian tenía fácil acceso a las seis bodegas de carga de ese sector, y a cualquiera de las naves que entonces estaban atracadas. Que eran todas vuestras, en ese momento.

—Bueno, Brun jura que no tiene ningún vid donde se le vea subir a ninguna de las otras naves. Supongo que será mejor que compruebe a todos los demás que entraron o salieron de cualquiera de las naves durante ese periodo. Solian podría haberse sentado sin ser observado a charlar, o hacer algo más siniestro, en cualquiera de los recovecos de esas bodegas de carga. Con o sin hemorragia nasal.

—Las bodegas no se controlan ni se patrullan con demasiado celo —admitió Bel—. Dejamos que la tripulación y los pasajeros utilicen las bodegas vacías para ejercitarse, o celebrar algún juego, a veces.

—Mm.

Desde luego, alguien había usado una para jugar con aquella sangre sintetizada, más tarde.

Después de la cena, Miles hizo que Bel lo llevara al hotel donde se alojaban las tripulaciones de las naves inmovilizadas. Era notablemente menos lujoso y estaba más abarrotado que los de los pasajeros galácticos de pago, y las nerviosas tripulaciones llevaban encerrados varios días sin otra cosa que holovids y los demás tripulantes para entretenerse. Miles fue asaltado al instante por varios oficiales de mando, tanto de las dos naves de la Corporación Toscane como de las dos independientes capturadas en aquel enredo. Exigían saber cuándo iban a conseguir su liberación. Acalló el barullo para solicitar entrevistarse con los tecnomeds asignados a las cuatro naves, en una habitación silenciosa. Al final, tras algún tira y afloja, consiguió un despachito donde llevar al cuarteto de nerviosos komarreses.

Miles se dirigió primero al tecnomed de la Idris.

—¿Sería muy difícil que una persona no autorizada accediera a su enfermería?

El hombre parpadeó.

—En absoluto, lord Auditor. Quiero decir, no está cerrada con llave. En caso de emergencia, la gente puede necesitar entrar inmediatamente, sin localizarme primero. Incluso yo podría tener una emergencia. —Hizo una pausa, y luego añadió—: Naturalmente, algunas medicinas y algún equipo se guardan en armarios con cerradura de código, con controles de inventario más cuidadosos. Pero para el resto no hace falta. Cuando estamos en puerto, la seguridad de la nave controla quién entra y sale, y en el espacio, bueno, eso está resuelto.

—¿No han tenido problemas de robos, entonces? ¿Equipo que sale a dar un paseo, suministros que desaparecen?

—Muy pocos. Quiero decir, la nave es pública, pero no es de ese tipo de nave pública. No sé si me entiende.

Los tecnomeds de las dos naves independientes dijeron que seguían protocolos similares cuando estaban en el espacio, pero estando atracadas ambos mantenían sus pequeños departamentos asegurados cuando no estaban de servicio. Miles se recordó que una de esas personas podría haber sido sobornada para cooperar con quien hubiera hecho la síntesis sanguínea. Cuatro sospechosos, eh. Su siguiente pregunta confirmó que las enfermerías de las cuatro naves tenían sintetizadores portátiles como equipo estándar.

—Si alguien entrara en una de sus enfermerías para sintetizar sangre, ¿podrían saber si han usado su equipo?

—Si lo limpiaran todo después… tal vez no —dijo el técnico de la Idris—. Ni… ¿Cuánta sangre?

—Entre tres y cuatro litros.

El ansioso rostro del hombre se despejó.

—Oh, sí. Es decir, si usaran mis suministros de filopacks y fluidos y no trajeran los suyos propios. De eso me habría dado cuenta.

—¿Cuándo se habría dado cuenta?

—La siguiente vez que mirara, supongo. O en el inventario mensual, si no tuviera ocasión de advertirlo antes.

—¿Lo ha advertido?

—No, pero… Quiero decir, no he mirado.

Claro que un tecnomed adecuadamente sobornado debería ser perfectamente capaz de manipular el inventario de unos artículos tan grandes y tan poco controlados. Miles decidió aumentar la presión.

—El motivo por el que lo pregunto es porque la sangre que se encontró en el suelo de la bodega de carga y que inició esta desagradable (y cara) cadena de acontecimientos, aunque inicialmente fue identificada por su ADN como perteneciente al teniente Solian, más tarde se ha comprobado que es sintética. Los cuadris de aduanas dicen que no tienen constancia de que Solian fuera a la Estación Graf, lo que sugiere, aunque por desgracia no lo demuestra, que la sangre podría haber sido sintetizada al otro lado de los puestos de aduanas. Creo que será mejor que comprobemos sus inventarios de suministros.

La tecnomed de la Rudra, la nave compañera de la Idris, también propiedad de la Toscane, frunció de pronto el ceño.

—Hubo un… —se interrumpió.

—¿Sí? —animó Miles.

—Hubo un pasajero un poco raro, que vino a preguntarme por mi sintetizador sanguíneo. Supuse que era uno de esos viajeros nerviosos, aunque cuando se explicó, también pensé que tenía buenos motivos para estarlo.

Miles sonrió educadamente.

—Hábleme de ese pasajero raro.

—Acababa de iniciar el viaje en la Rudra aquí, en la Estación Graf. Dijo que estaba preocupado por si tenía algún accidente en ruta, debido a su intolerancia a los sustitutos sanguíneos estándar a causa de sus modificaciones genéticas. Cosa que era cierta. Quiero decir que lo creí cuando dijo que tenía problemas de compatibilidad sanguínea. Para eso llevamos los sintetizadores, después de todo. Tenía unos dedos larguísimos… con membranas. Me dijo que era anfibio, cosa que no creí del todo, hasta que me mostró sus branquias. Sus costillas se abrían de una manera sorprendente. Dijo que tiene que rociarse las agallas con un humidificador, cuando viaja, porque el aire de las naves y estaciones es demasiado seco para él.

La tecnomed se detuvo y tragó saliva.

Decididamente, no se trataba de Dubauer. Mm. ¿Otro jugador. ¿Pero en el mismo juego, o en otro distinto?

La tecnomed continuó, con voz asustada:

—Acabé enseñándole mi sintetizador, porque parecía muy preocupado, y no paraba de hacer preguntas al respecto. A mí lo que me preocupaba era qué tipo de tranquilizantes íbamos a darle, si resultaba ser uno de esos tipos que se ponen histéricos ocho días seguidos.

Si él se ponía a dar saltos y a gritar, se dijo Miles convencido, probablemente asustaría igual a la joven. Se enderezó y le dedicó una sonrisa tan alegre que ella se encogió un poco más en su asiento.

—¿Cuándo fue eso? ¿Qué día?

—Hum… dos días antes de que los cuadris nos hicieran evacuar la nave y venir aquí.

Tres días después de la desaparición de Solian. Aquello iba cada vez mejor.

—¿Cómo se llamaba ese pasajero? ¿Podría identificarlo?

—Oh, claro… Quiero decir, con membranas y todo eso. Me dijo que se llamaba Firka.

Fingiendo indiferencia, Miles preguntó:

—¿Estaría dispuesta a repetir su declaración con pentarrápida?

Ella hizo una mueca.

—Supongo que sí. ¿Tengo que hacerlo?

Ni pánico ni ansiedad; bueno.

—Ya veremos. Creo que a continuación haremos inventario. Empezaremos por la enfermería de la Rudra.

Y por si lo estaban llevando a seguir una pista falsa, ordenó a los demás que lo siguieran.

Se produjeron más retrasos, mientras Bel negociaba con Venn y Watts a través de la comconsola para que dieran un permiso temporal a los tecnomeds y se les levantara el arresto domiciliario para que pudieran acudir como testigos expertos. Una vez aprobada la solicitud, la visita a la enfermería de la Rudra fue gratificantemente corta, directa y fructífera.

El suministro base de sangre sintética de la tecnomed se había reducido en cuatro litros. Un filopack, con sus cien metros cuadrados de superficie de reacción almacenada en capas microscópicas en un conveniente envoltorio, había desaparecido. Y la máquina sintetizadora de sangre había sido limpiada de manera inadecuada. Miles sonrió enseñando los dientes mientras guardaba personalmente un fragmento de residuo orgánico y lo pasaba del tubo a una bolsa de plástico para deleite del cirujano de la Príncipe Xav.

Todo parecía suficientemente probado como para que ordenara a Roic recoger las copias de los archivos de seguridad de la Rudra, con particular atención al pasajero Firka, y enviara a Bel con los técnicos a registrar las otras tres enfermerías. Miles regresó a la Kestrel y le entregó su nueva muestra al teniente Smolyani para que la enviara rápidamente a la Príncipe Xav. Luego se puso a buscar el paradero actual de Firka. Lo localizó en el segundo de los dos hoteles de pasajeros retenidos, pero el cuadri de seguridad que había allí le dijo que el hombre había salido antes de la cena y no había regresado todavía. La anterior salida de Firka ese día había sido más o menos a la hora de la reunión de pasajeros: quizás era uno de los hombres del fondo de la sala, aunque desde luego Miles no había advertido ninguna mano membranosa alzada para hacer preguntas.

Miles dejó órdenes al cuadri de seguridad del hotel de que lo llamara a él o a Roic cuando el pasajero regresara, no importaba a qué hora.

Con el ceño fruncido, llamó al primer hotel para ver cómo estaba Dubauer. El herm/ba/lo que fuera betano/cetagandés había regresado sano y salvo de la Idris, en efecto, pero había vuelto a marcharse después de cenar. No era algo extraño: pocos de los pasajeros atrapados se quedaban en el hotel cuando podían evitar el aburrimiento buscando diversión en cualquier lugar de la Estación. Pero ¿no era Dubauer la persona que tenía demasiado miedo para recorrer solo la Estación Graf sin una escolta armada? La preocupación de Miles aumentó, por lo que le dejó la orden al nuevo cuadri de guardia de que le notificara también el regreso de Dubauer.

Repasó los vids de seguridad de la Idris rápidamente mientras esperaba el regreso de Roic. Detuvo las imágenes en primeros planos de las manos de varios visitantes de la nave, por lo demás poco notables, pero ninguna tenía membranas. Era casi medianoche cuando Roic y Bel se presentaron.

Bel bostezó.

—Nada interesante —informó el herm—. Creo que sólo hay pistas en una. Envié a los tecnomeds de vuelta al hotel con una escolta de seguridad. ¿Qué hacemos ahora?

Miles se mordisqueó un dedo.

—Esperar a que el cirujano identifique las dos muestras que he enviado a la Príncipe Xav. Esperar a que Firka y Dubauer regresen a sus alojamientos, o ir a buscarlos por toda la Estación. O, mejor aún, dejar que lo hagan los patrulleros de Venn, pero la verdad es que no quiero que dejen de buscar a mi asesino hasta que crucifiquen a ese tipo.

Roic, que había empezado a alarmarse, se relajó otra vez.

—Buena idea, milord —murmuró agradecido.

—A mí me parece que es una oportunidad de oro para irnos a dormir —opinó Bel.

Miles, irritado, descubrió que los bostezos de Bel se le estaban contagiando. Nunca había llegado a dominar la formidable habilidad de su antiguo colega mercenario, el comodoro Tung, para dormir en cualquier parte, en cualquier momento, cada vez que lo permitía una pausa en la acción. Estaba seguro de que estaba todavía demasiado excitado para dormir.

—Una cabezadita, tal vez —admitió a regañadientes.

Bel, inteligentemente, aprovechó de inmediato la oportunidad de irse a casa con Nicol durante un rato. Sin hacer caso a las protestas del herm, que argumentaba que él era un guardaespaldas, Miles obligó a Bel a ir acompañado de un patrullero cuadri. Lamentándolo, Miles decidió esperar a tener noticias del cirujano para llamar y despertar al jefe Venn; no podía permitirse cometer errores ante los cuadris. Se lavó y se acostó en su diminuto camarote para dormir un poco. Si podía elegir entre una buena noche de sueño ininterrumpido y una buena noticia, prefería la noticia.

Venn, presumiblemente, se lo haría saber de inmediato si Seguridad arrestaba al cuadri de la máquina remachadora. Algunas estaciones espaciales de tránsito estaban deliberadamente diseñadas para que fuera difícil ocultarse. Por desgracia, la Graf no era una de ellas. Su arquitectura sólo podía ser definida como una aglomeración. Tenía que estar llena de rincones ocultos. La mejor oportunidad de atrapar al tipo sería si intentaba escapar; ¿mantendría la serenidad para ocultarse y pasar desapercibido? O, tras haber fallado la primera vez (fuera quien fuese su objetivo), ¿sería lo bastante apasionado para intentarlo de nuevo? Smolyani había desatracado la Kestrel y la había situado a unos pocos metros de la Estación, por si acaso, mientras el lord Auditor dormía.

Sustituir la pregunta de quién podría querer matar a un indefenso herm betano que pastoreaba, bueno, ovejas, por la pregunta de quién podría querer matar a un ba cetagandés que contrabandeaba un cargamento secreto humano (o suprahumano) de valor incalculable, al menos para el Nido Estelar…, abría toda una gama de posibles complicaciones de una manera extremadamente perturbadora. Miles ya había decidido que el tal Firka iba a tener un encuentro con la pentarrápida, con la cooperación de los cuadris, si podía conseguirla, o sin ella. Pero, pensándolo bien, era dudoso que la droga de la verdad le hiciera efecto a un ba. Se entretuvo imaginando los antiguos métodos de interrogatorio. Algo de la época ancestral del emperador Yuri el Loco, tal vez, o de su tatarabuelo el conde Pierre el Sanguinario Vorrutyer.

Se dio la vuelta en su estrecho camastro, consciente de lo solitario que era el silencio de su camarote sin la tranquilizadora y rítmica respiración de Ekaterin arriba. Había ido acostumbrándose a aquella presencia nocturna. Esto del matrimonio se estaba convirtiendo en un hábito, y de los mejores. Tocó el crono de su muñeca y suspiró. Ella estaría dormida ya, probablemente. Demasiado tarde para llamar y despertarla sólo para que escuchara sus chistes. Contó los días que faltaban para el nacimiento de Aral Alexander y Helen Natalia. Su margen de viaje se estrechaba cada día que hacía el tonto aquí. Su cerebro estaba recomponiendo la letra de una antigua nana infantil, algo sobre pentarrápida y rabos de cachorritos por la mañana, cuando por fin se quedó dormido.

—¿Milord?

Miles despertó, alerta, al escuchar la voz de Roic en el intercomunicador del camarote.

—Sí.

—El cirujano de la Príncipe Xav está en la comconsola segura. Le dije que esperara, que quería usted que lo despertase.

—Sí.

Miles miró los brillantes números del crono de pared; había dormido unas cuatro horas. Tiempo suficiente por ahora. Tomó su chaqueta.

—Voy para allá.

Roic, de nuevo (no, todavía) uniformado, esperaba en la cada vez más familiar sala de reuniones.

—Creí haberte dicho que durmieras un poco —dijo Miles—. Mañana… hoy, podría ser un día largo.

—He estado comprobando los vids de seguridad de la Rudra, milord. Creo que he encontrado algo.

—Muy bien. Muéstramelo después, entonces.

Se sentó ante la consola, conectó el cono de seguridad y activó la imagen del comunicador vid.

El cirujano jefe de la flota, capitán según indicaban las insignias de su uniforme verde, parecía ser uno de los jóvenes y animosos Nuevos Hombres del reinado progresista del emperador Gregor; por sus ojos brillantes y excitados, no lamentaba mucho haber perdido una noche de sueño.

—Milord Auditor. Soy el capitán Chris Clogston. He analizado su muestra de sangre.

—Excelente. ¿Qué ha encontrado?

El cirujano se inclinó hacia delante.

—Lo más interesante fue la mancha de ese pañuelo suyo. Yo diría que es sangre haut cetagandesa, sin duda, excepto que los cromosomas sexuales son decididamente extraños. En lugar del par añadido de cromosomas donde suelen desarrollar sus modificaciones genéticas, tiene dos pares añadidos.

Miles sonrió. «¡Sí!»

—Bien. Un modelo experimental. Es un haut cetagandés, en efecto, pero éste es un ba… sin género, y casi con toda certeza procedente del Nido Estelar. Congele una porción de esa sangre, etiquétela como alto secreto, y envíela a los biolaboratorios de SegImp en el primer correo disponible, con mis saludos. Estoy seguro de que querrán tenerla archivada.

—Sí, milord.

No era extraño que Dubauer hubiera intentado quedarse con aquel pañuelo manchado.

Aparte de destruir su tapadera, el trabajo genético de alto nivel del Nido Estelar no era el tipo de cosa que a las damas haut les gustaba que fuera circulando por ahí, no a menos que ellas mismas lo liberaran, filtrado a través de unos cuantos ghem clanes cetagandeses selectos, por medio de sus esposas y madres haut. Cierto, las damas haut reservaban su mayor grado de vigilancia para los genes que atraían a su bien guardado genoma, un trabajo artístico de generaciones. Miles se preguntó qué beneficios económicos podrían obtenerse ofreciendo copias pirata de las células que había recogido inadvertidamente. Tal vez ninguno… Aquel ba no era, evidentemente, su último trabajo. De hecho, casi estaba un siglo pasado de moda.

Su último trabajo se encontraba en la bodega de la Idris. «¡Caray!»

—La otra muestra —continuó Clogston—, era Solian II…, es decir, la sangre sintetizada del teniente Solian. Idéntica a la primera…, de la misma hornada, diría yo.

—¡Bien! Ahora estamos llegando a alguna parte. —«¿Adónde, por el amor de Dios?»—. Gracias, capitán. Su ayuda ha sido de un valor incalculable. Vaya a dormir un poco, se lo ha ganado.

El cirujano, con un gesto de decepción pintado en la cara por ser despedido sin más explicaciones, cortó la comunicación.

Miles se volvió hacia Roic a tiempo de pillarlo sofocando un bostezo. El soldado pareció avergonzado, y se enderezó en el asiento.

—¿Qué tenemos entonces? —le instó Miles.

Roic se aclaró la garganta.

—El pasajero Firka se unió a la Rudra después de la fecha inicial de partida, durante el retraso causado por las reparaciones.

—Ajá. Eso sugiere que no fue un itinerario planeado de antemano, entonces… tal vez. Continúa.

—He sacado unos cuantos registros del tipo entrando y saliendo de la nave, antes de que fuera inmovilizada y los pasajeros retenidos. Usaba su camarote como alojamiento, parece, cosa que hace un montón de gente para ahorrar dinero. Dos de sus salidas coinciden con los momentos en que el teniente Solian estuvo fuera de la Idris… Una coincide con su última inspección rutinaria de la carga, y la otra coincide exactamente con los cuarenta minutos que no podemos explicar.

—Oh, muy bonito. ¿Qué aspecto tiene ese supuesto anfibio?

Roic jugueteó un momento con la consola y recuperó una clara toma de cuerpo entero de los archivos de la Rudra.

El hombre era alto, de cutis pálido con aspecto enfermizo y pelo oscuro rapado a trasquilones sobre el cráneo, como liquen en una roca. Nariz grande, orejas pequeñas, expresión lúgubre en un rostro abotargado…, parecía agotado, en realidad, con ojeras y demacrado. Brazos y piernas largos y flacos; una túnica ancha o un poncho ocultaba los detalles de la parte superior de su gran torso. Sus manos y pies eran especialmente llamativos, y Miles los amplió a primerísimo plano. Una mano estaba medio oculta en un guante de tela, con las puntas de los dedos cortadas, que escondía las membranas, pero en la otra, sin guante y alzada, las membranas se notaban claramente, de un color rosa oscuro entre los dedos larguísimos. Los pies quedaban ocultos por botas suaves o borceguíes, atados en los tobillos, pero tenían el doble de tamaño de un pie normal, aunque no eran más anchos. ¿Podía entonces el tipo extender los dedos de los pies palmípedos, cuando estaba en el agua, como podía hacerlo con los de las manos, para nadar?

Recordó la descripción de Ekaterin del pasajero que se había dirigido a Bel durante su paseo, aquel primer día: «Tenía los pies y manos más largos y estrechos que he visto.» Bel tendría que echarle un vistazo a eso. Miles dejó que el vid avanzara. El tipo tenía una forma de andar un poco desgarbada, alzando y posando aquellos pies casi de payaso.

—¿De dónde vino? —le preguntó Miles a Roic.

—Su documentación dice que es aslundés. —Por el modo en que lo dijo, Roic no se lo creía.

Aslund era uno de los vecinos del Nexo de Barrayar, un empobrecido mundo agrícola en un rincón sin salida de la Rueda Hegen.

—Ja. Casi un paleto local.

—No sé, milord. Sus registros de la aduana de la Estación Graf indican que desembarcó de una nave a la que había subido en Tau Ceti, y que llegó aquí el día antes del señalado para que nuestra flota marchara inicialmente. No sé si es de allí o no.

—Apuesto a que no.

¿Había un mundo acuático en algún lugar de los bordes del Nexo cuyos colonos hubieran decidido alterar a sus hijos en vez de hacerlo con su entorno? Miles no había oído hablar de ninguno, pero tenía que darse el caso alguna vez. ¿O era Firka un proyecto único, un experimento o una especie de prototipo? Se había encontrado con unos cuantos antes. Ninguno era exactamente originario de Aslund. Aunque podría haber emigrado allí… Miles anotó que tendría que pedir a SegImp información sobre el tipo en su próximo informe, aunque cualquier resultado llegaría probablemente demasiado tarde para que le resultara de utilidad inmediatamente. Al menos, esperaba haber resuelto aquel lío antes.

—En un principio trató de encontrar pasaje en la Idris, pero no había plazas —añadió Roic.

—¡Ah! —dijo Miles. Aunque tal vez habría sido más exacto preguntar: «¿Y?»

Miles se acomodó en su asiento, entornando los ojos, siguiendo ya un razonamiento incluso antes de emplear su amada y añorada pentarrápida. Suponiendo que aquel individuo en concreto hubiera tenido algún tipo de contacto personal con Solian antes de que el teniente desapareciera. Suponiendo que hubiera adquirido, de algún modo, una muestra de sangre de Solian, quizá de la misma manera accidental que Miles había conseguido la de Dubauer. ¿Por qué, entonces, en nombre de la razón, se había tomado la molestia de crear una muestra falsa de sangre de Solian para regar con ella toda la bodega de carga y la compuerta?

¿Para encubrir un asesinato en otra parte? La desaparición de Solian siempre se había interpretado como una deserción por parte de sus propios comandantes. No hacía falta ninguna tapadera: si se trataba de un asesinato, ya casi era un crimen perfecto con una investigación a punto de ser abandonada.

¿Un engaño? ¿Pretendían achacar a otro el asesinato de Solian? Interesante, pero, en tal caso, ¿no deberían haberle cargado ya el muerto a un inocente? A menos que Firka fuera el inocente, claro.

¿Para cubrir una deserción? ¿Podría Firka estar colaborando con Solian en su deserción? O… ¿cuándo una deserción podía no ser tal? Cuando era una operación encubierta de SegImp, entonces. Pero Solian pertenecía al Servicio de Seguridad, no a SegImp; era un guardia no un espía ni un agente entrenado. Con todo… un oficial lo suficientemente inteligente, leal, motivado y ambicioso, que se encontrara en un embrollo complicado, tal vez no esperara órdenes de arriba para dar un paso atrevido. Como Miles bien sabía.

Naturalmente, correr un riesgo así terminaba a veces con el oficial muerto. Como Miles bien sabía también.

Aparte de la intención, ¿cuál había sido el efecto del cebo con la sangre? ¿O cuál hubiera sido si el romance de Corbeau y Garnet Cinco no hubiera avivado los prejuicios y la estrechez de miras de los barrayareses?

El escenario ensangrentado de la cubierta de la bodega de carga sin duda habría centrado la atención oficial en la desaparición de Solian: sin duda habría retrasado la partida de la flota, aunque no de manera tan espectacular como habían hecho los acontecimientos reales. Eso suponiendo que el problema de Garnet Cinco y Corbeau hubiera sido accidental, ella era actriz, después de todo, sólo tenían la palabra de Corbeau en lo referido a su comunicador de muñeca.

—Supongo que no tendremos una imagen clara de ese hombre anfibio llevando media docena de jarras de litro por ahí, ¿no? —dijo Miles sin entusiasmo.

—Me temo que no, milord. Pero entró y salió con montones de cajas y paquetes en varias ocasiones: bien podría haber estado ocultando algo.

Uf. La suma de hechos se suponía que tenía que aclarar las ideas, pero aquello se volvía cada vez más y más confuso.

—¿Ha llamado ya alguno de los cuadris de seguridad de alguno de los hoteles? —le preguntó a Roic—. ¿Han vuelto ya Dubauer o Firka?

—No, milord. No ha habido llamadas, quiero decir.

Miles los llamó a ambos para comprobarlo: ninguno de sus pasajeros había regresado todavía. Eran más de las cuatro de la madrugada ya, las 04.20 en el reloj de veinticuatro horas derivado del modelo terrestre que el Cuadrispacio todavía conservaba, generaciones después de que los antepasados no modificados de sus antepasados hubieran abandonado el mundo hogar.

Después de cortar la comunicación, Miles preguntó, quejumbroso:

—Entonces, ¿dónde demonios han ido, toda la noche?

Roic se encogió de hombros.

—Si fuera a lo obvio, yo no los esperaría de vuelta hasta después del desayuno.

Miles simuló no darse cuenta de que Roic se ruborizaba.

—Nuestro hombre anfibio tal vez, pero te garantizo que el ba no fue a buscar compañía femenina.

Miles tendió la mano hacia la tecla de llamada. En vez del jefe Venn, apareció la imagen de una mujer cuadri con el uniforme gris de Seguridad contra el mareante fondo radial del despacho de Venn. Miles no estaba seguro de qué indicaban sus galones, pero parecía sensata, de mediana edad y lo bastante preocupada para ser un mando intermedio.

—Buenos días —empezó a decir amablemente—. ¿Dónde está el jefe Venn?

—Durmiendo, espero. —La expresión de su rostro sugería que iba a hacer todo lo posible para que siguiera así.

—¿A esta hora?

—El pobre hombre tuvo más que un turno doble ayer. —Lo miró entornando los ojos, y pareció reconocerlo—. Oh, lord Auditor Vorkosigan. Soy la supervisora del tercer turno del jefe Venn, Teris Tres. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—La oficial de guardia nocturna, ¿eh? Muy bien. Sí, por favor. Quisiera conseguir la detención y el interrogatorio, a ser posible con pentarrápida, de un pasajero de la Rudra. Se llama Firka.

—¿Hay alguna acusación criminal que desee cursar?

—Es un testigo material, para empezar. He encontrado motivos para sospechar que puede tener algo que ver con la sangre derramada que inició este lío. Quiero saberlo con seguridad.

—Señor, no podemos ir por ahí arrestando y drogando a todo el que queramos. Necesitamos una acusación formal. Y si el transeúnte no desea ser interrogado voluntariamente, tendrá usted que conseguir una orden judicial para la pentarrápida.

Miles decidió que ese problema se lo pasaría a la Selladora Greenlaw. Parecía cosa de su departamento.

—Muy bien, lo acuso de verter basura. La eliminación incorrecta de material orgánico tiene que ser ilegal aquí, en alguna medida.

A su pesar, la boca de la cuadri esbozó una sonrisa.

—Es un delito menor. Sí, eso valdrá —admitió.

—Cualquier pretexto que les venga a ustedes bien me viene bien a mí. Lo quiero, y lo quiero lo más rápidamente que podamos ponerle las manos encima. Por desgracia, salió de su hotel a las 17.00 de ayer y no se le ha visto desde entonces.

—Nuestro equipo de Seguridad está muy ocupado, a causa del… desafortunado incidente de ayer. ¿Puede esto esperar hasta mañana lord Auditor Vorkosigan?

—No.

Por un instante, Miles pensó que ella iba a ponerse burocrática, pero después de fruncir los labios de manera pensativa durante un momento, claudicó.

—Muy bien. Cursaré una orden de detención contra él, pendiente de la revisión del jefe Venn. Pero tendrá que ver al magistrado en cuanto lo detengamos.

—Gracias. Le prometo que no tendrán ningún problema para reconocerlo. Puedo descargar datos de identidad y algunas tomas vid desde aquí, si lo desea.

Ella admitió que eso podía resultar útil, y así se hizo.

Miles vaciló con el problema más preocupante de Dubauer. No había, cierto, ninguna conexión obvia entre los dos problemas. Todavía. Sin embargo, ¿revelaría alguna el interrogatorio de Firka?

Tras dejar a la ayudante de Venn a cargo del asunto, Miles cortó la comunicación.

Se arrellanó en su asiento un instante, y luego recuperó los vids de Firka y los repasó un par de veces.

—Bien —dijo al cabo de un rato—. ¿Cómo demonios consiguió no meter esos pies largos y palmípedos en los charcos de sangre?

Roic miró por encima de su hombro.

—¿Con un flotador? —dijo por fin—. Pero tendría que descoyuntarse para meter esas piernazas dentro de uno.

—Ya parece bastante descoyuntado.

Pero si los dedos de los pies de Firka eran tan largos y prensiles como sugerían los dedos de sus manos, ¿podría haber manipulado los controles, diseñados para manos inferiores de cuadris, con los pies? Con este nuevo panorama, Miles no necesitaba imaginar que la persona del flotador cargara con un cuerpo pesado: solamente tenía que vaciar por la borda sus borboteantes contenedores de sangre y crear algunas manchas artísticas con un trapo.

Después de intentar imaginar la situación unos instantes, Miles metió las tomas vid de Firka en un manipulador de imágenes e instaló al tipo dentro de un flotador. El supuesto anfibio no tenía que doblarse ni romperse los pies para encajar. Suponiendo que la parte inferior de su cuerpo fuera más flexible que la de Miles o la de Roic, se doblaba bastante bien. Parecía un poco doloroso, pero posible.

Miles contempló con atención la imagen sobre la placa vid.

La primera opción que uno tenía en cuenta para describir a una persona en la Estación Graf no era «hombre o mujer», sino «cuadri o planetario». Con este primer descarte, uno eliminaba la mitad o más de las posibilidades.

Imaginó a un cuadri rubio con chaqueta oscura, corriendo por un pasillo dentro de un flotador. Imaginó a los rezagados perseguidores del cuadri, dejando atrás a un planetario de cabeza afeitada con atuendos livianos, que caminaba en dirección opuesta. Todo lo que haría falta sería, con suficiente rapidez, salir del flotador, volver del revés la chaqueta, meterse la peluca en el bolsillo, dejar la máquina junto a las demás, marcharse caminando… Sería mucho más difícil lo contrario, naturalmente: que un cuadri se hiciera pasar por planetario.

Contempló los ojos vacuos y ojerosos de Firka. Rescató del archivo unas imágenes de rizos rubios y los aplicó al feo rostro de Firka.

¿Una buena aproximación al cuadri del remachador? Lo había visto una fracción de segundo, a quince metros de distancia y, a decir verdad, la atención de Miles se había centrado en el objeto oscuro que escupía trozos de metal caliente que tenía en las manos… ¿Eran unas manos con membranas?

Afortunadamente, podía contar con una segunda opinión. Llamó al código de la casa de Bel Thorne desde la comconsola.

Como no era de extrañar a esa hora tan intempestiva, la conexión visual no se estableció cuando la voz adormilada de Nicol contestó:

—¿Diga?

—¿Nicol? Aquí Miles Vorkosigan. Lamento despertarte. Tengo que hablar con tu inquilino. Sácalo de la cama y que se ponga en el vid. Bel ha dormido más que yo.

La conexión visual se estableció. Nicol se enderezó y recogió a su alrededor, con una mano inferior, una combinación de lazos: aquella sección del apartamento que compartía con Bel estaba evidentemente en el lado de caída libre. Estaba demasiado oscuro para distinguir mucho más allá de su forma flotante. Se frotó los ojos.

—¿Qué? ¿No está Bel contigo?

El estómago de Miles entró en caída libre, a pesar de que la gravedad de la Kestrel funcionaba perfectamente.

—No… Bel se marchó hace más de seis horas.

Ella frunció aún más el ceño. El sueño desapareció de su cara para ser sustituido por la alarma.

—¡Pero Bel no ha venido a casa esta noche!

11

El Puesto de Seguridad Número Uno de la Estación Graf, que albergaba la mayor parte de las oficinas administrativas de la policía, incluida la del jefe Venn, se encontraba por completo en la parte en caída libre de la Estación. Miles y Roic, acompañados por un acalorado guardia cuadri de la compuerta de la Kestrel, flotaron hasta la zona de recepción del puesto, desde donde varios pasillos tubulares se extendían en extraños ángulos. El lugar estaba todavía tranquilo, aunque faltaba muy poco para el cambio de turno.

Nicol había llegado antes que Miles y Roic, pero no mucho. Todavía esperaba la llegada del jefe Venn, ante la mirada preocupada de un cuadri uniformado a quien Miles consideró el equivalente del sargento de guardia del turno de noche. La alarma del oficial cuadrúmano aumentó cuando entraron, y una mano inferior se movió para tocar una tecla en su consola; como quien no quiere la cosa, al instante llegó otro oficial cuadri armado flotando desde uno de los pasillos para reunirse con su camarada.

Nicol llevaba una sencilla camiseta azul y pantalones, puestos a toda prisa y sin detalles artísticos. Tenía la cara pálida de preocupación. Sus manos inferiores se entrelazaban. Dirigió un breve gesto con la cabeza a Miles respondiendo a su saludo entre susurros.

El jefe Venn llegó por fin, y miró a Miles con antipatía pero resignado. Aparentemente había dormido, aunque no lo suficiente, y se había vestido de manera pesimista para el día: el hecho de que no tenía ninguna oculta esperanza de volver a dormir se notaba en su atuendo. Despidió al guardia armado y, a regañadientes, invitó al lord Auditor y a su grupo a seguirlo a su despacho. La supervisora del tercer turno con la que Miles había hablado hacía un ratito (bien podía empezar a llamarlo la noche pasada) trajo burbujas de café junto con su informe final del turno. Entregó meticulosamente las burbujas a los planetarios, en vez de lanzarlas al aire y esperar que las atraparan al vuelo como su jefe y Nicol. Miles llevó el control termal de la burbuja al límite de la zona roja y sorbió agradecido el líquido caliente y amargo, igual que Roic.

—Este pánico puede ser prematuro —empezó a decir Venn tras dar un primer sorbo—. La incomparecencia del práctico Thorne puede tener una explicación muy sencilla.

¿Y cuáles eran las explicaciones complicadas que Venn tenía ahora en mente? El cuadri no las compartió, pero claro, Miles tampoco. Bel llevaba desaparecido seis horas, desde que despidió a su guardia cuadri en la parada de coches-burbuja cerca de su casa. A esas alturas el pánico podía ser muy bien póstumo, pero Miles no quiso decirlo en voz alta delante de Nicol.

—Estoy muy preocupado.

—Thorne puede estar durmiendo en cualquier otro lugar. —Venn miró enigmáticamente a Nicol—. ¿Han comprobado si está con algún amigo?

—El práctico declaró explícitamente que se iba a casa con Nicol a descansar, cuando salió de la Kestrel a eso de medianoche —dijo Miles—. Un descanso bien merecido a esa hora, debo añadir. Sus propios guardias deberían poder confirmar la hora exacta en que Thorne salió de mi nave.

—Naturalmente, le proporcionaremos otro oficial de enlace que le ayude en sus investigaciones, lord Vorkosigan. —La voz de Venn era un poco distante; ganaba tiempo para pensar, así era como la interpretaba Miles. Podía además estar haciéndose deliberadamente el tonto. Miles no lo consideraba tonto, no cuando había interrumpido su descanso y llegado hasta allí en cuestión de minutos.

—No quiero otro. Quiero a Thorne. Pierden ustedes a demasiados planetarios por aquí. Está empezando a parecerme un franco descuido. —Miles tomó aliento—. Ya se le tiene que haber pasado por la cabeza, como a mí, que había tres personas en la línea de fuego en el vestíbulo del hotel ayer por la tarde. Todos dimos por supuesto que el objetivo era yo. ¿Y si era algo menos obvio? ¿Y si era Thorne?

Teris Tres hizo un gesto con una mano superior e intervino.

—Hablando de eso, el origen de esa máquina remachadora llegó hace unas horas.

—Oh, bien —dijo Venn, volviéndose aliviado hacia ella—. ¿Que tenemos?

—Se vendió hace tres días, en efectivo, en una tienda de suministros de ingeniería cerca de los muelles en caída libre. Se la llevaron, no fue entregada. El comprador no rellenó ningún formulario de garantía. El empleado no estaba seguro de quién fue, porque había mucha gente.

—¿Cuadri o planetario?

—No pudo decirlo. Parece que pudo haber sido cualquiera de las dos cosas.

Y si ciertas manos palmípedas estaban cubiertas con guantes, como demostraba el vid, bien podrían no haber llamado la atención. Venn hizo una mueca, sus esperanzas de haber conseguido algo claramente frustradas.

La supervisora nocturna miró a Miles.

—También llamó lord Vorkosigan, para solicitar que detengamos a uno de los pasajeros de la Rudra.

—¿Lo han encontrado ya? —preguntó Miles.

Ella negó con la cabeza.

—¿Para qué lo quiere? —preguntó Venn, frunciendo el ceño.

Miles repitió la historia de su interrogatorio a los tecnomeds y el hallazgo de rastros de sangre sintetizada de Solian en la enfermería de la Rudra.

—Bueno, eso explica por qué nosotros no tuvimos suerte en los hospitales y clínicas de la Estación —gruñó Venn. Miles lo imaginó regañando a los agotados cuadris de su departamento por las horas invertidas en la infructuosa búsqueda, y pasó por alto el gruñido.

—También identifiqué a un sospechoso, en el curso de la conversación con la tecno de la Rudra. Hasta ahora no son más que pruebas circunstanciales, pero la pentarrápida es la medicina para curar esas cosas.

Miles describió al extraño pasajero Firka, su insuficiente pero acuciante sensación de reconocimiento, y sus recelos por el creativo uso de un flotador. Venn parecía cada vez más y más sombrío. El hecho de que Venn se resistiera por instinto a dejarse avasallar por un barrayarés comepolvo, decidió Miles, no significaba que no estuviera escuchando. Lo que hiciera con ello, a través de sus filtros culturales cuadris, era mucho más difícil de imaginar.

—¿Pero qué hay de Bel? —La voz de Nicol estaba cargada de angustia reprimida.

Venn era obviamente menos inmune a una súplica de una hermosa compañera cuadri. Miró a su supervisora nocturna y asintió.

—Bueno, ¿qué más da uno más? —Teris Tres se encogió de hombros—. Cursaré una llamada a todos los patrulleros para que empiecen a buscar al práctico Thorne, además de al tipo de las membranas.

Miles se mordisqueó preocupado el labio inferior. Tarde o temprano, aquel cargamento viviente a bordo de la Idris tendría que volver a atraer al ba.

—Bel… el práctico Thorne les dijo anoche que volvieran a sellar la Idris, ¿verdad?

—Sí —dijeron a la vez Venn y la supervisora nocturna. Venn le dirigió a la mujer un breve gesto de disculpa y continuó—: ¿Se encargó de todo ese pasajero betano al que Bel estaba intentando ayudar con sus fetos animales?

—Dubauer. Hum, sí. Están bien por ahora. Pero, ah… Creo que me gustaría que detuvieran a Dubauer, además de a Firka.

—¿Porqué?

—Abandonó su hotel y desapareció ayer por la noche, casi a la misma hora que se marchó Firka, y tampoco ha regresado. Y Dubauer era el tercero de nuestro pequeño triunvirato de blancos de ayer. Llamémoslo custodia preventiva, para empezar.

Venn frunció los labios un instante, reflexionando sobre aquello, y miró a Miles con clara antipatía. Tendría que haber sido menos inteligente de lo que parecía para no sospechar que Miles no se lo estaba contando todo.

—Muy bien —dijo por fin. Agitó una mano hacia Teris Tres—. Adelante, vayamos por todos.

—Bien. —Ella miró el crono de su muñeca inferior izquierda—. Son las 07.00. —Cambio de turno, al parecer—. ¿Me quedo?

—No, no. Yo me encargaré. Que empiece la nueva búsqueda y luego vaya a descansar. —Venn suspiró—. Puede que esta noche no sea mejor.

La supervisora nocturna le dirigió un gesto afirmativo con los pulgares de ambas manos inferiores y salió de la pequeña oficina.

—¿Preferiría esperar en casa? —le sugirió Venn a Nicol—. Estará más cómoda allí, estoy seguro. Nos encargaremos de llamarla en cuanto encontremos a su compañero.

Nicol tomó aliento.

—Prefiero quedarme aquí —dijo con firmeza—. Por si acaso… por si acaso sucede algo pronto.

—Te haré compañía —se ofreció Miles—. Durante un ratito, al menos.

Toma, que Venn intentara mover su masa diplomática.

Por lo menos consiguió sacarlos de su despacho y conducirlos a una pequeña sala de espera, argumentando que era más tranquila. Más tranquila para Venn, al menos.

Miles y Nicol se quedaron mirándose mutuamente en medio de un preocupado silencio. Lo que Miles más quería saber era si Bel tenía algún otro asunto de SegImp en marcha que pudiera haber resurgido de manera imprevista la noche anterior. Pero estaba casi seguro de que Nicol no sabía nada de la segunda fuente de ingresos de Bel… y de riesgos. Además, eso era complicar las cosas innecesariamente. Si algún asunto había rebotado, era probablemente el actual. Y ya era lo bastante lioso para que todos los pelos de Miles se le pusieran de punta.

Bel había escapado de su antigua carrera casi ileso, a pesar de la aureola casi letal del almirante Naismith. Que el herm betano hubiera llegado hasta aquí, tan cerca de conseguir una vida propia y un futuro, para que su pasado lo alcanzara como una especie de destino ciego y lo aplastara ahora… Miles tragó saliva, se guardó su preocupación y se abstuvo de farfullar alguna disculpa inoportuna e incoherente a Nicol. Con algo se había topado Bel la noche anterior, pero Bel era rápido y listo y experimentado; podría enfrentarse a ello. Siempre lo había hecho.

Pero incluso la suerte que uno se labra se agota algunas veces…

Nicol rompió el forzado silencio haciéndole a Roic una pregunta tonta sobre Barrayar, y el soldado contestó torpemente pero con amabilidad para distraerla. Miles miró su comunicador de muñeca. ¿Era demasiado temprano para llamar a Ekaterin?

¿Qué demonios era por cierto lo siguiente en su agenda? Había planeado pasarse la mañana llevando a cabo los interrogatorios con pentarrápida. Todos los hilos que pensaba que tenía en la mano, perfectamente sujetos, habían llegado al mismo preocupante corte final: Firka desaparecido, Dubauer desaparecido, y ahora Bel desaparecido también. Y Solian, no lo olvidemos. La Estación Graf, a pesar de ser como un laberinto, no era un lugar tan grande. ¿Cuántos recovecos podía tener el maldito laberinto?

Para su sorpresa, sus frustrados pensamientos fueron interrumpidos cuando la supervisora nocturna asomó la cabeza por una de las puertas redondas. ¿No se marchaba ya?

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿puede atenderme un momento? —preguntó educadamente.

Miles se excusó ante Nicol y flotó tras ella, seguido diligentemente por Roic. La supervisora los condujo por un pasillo hasta el cercano despacho de Venn, que ponía fin a una llamada por comconsola, diciendo:

—Está aquí, es pesado y lo tengo encima. Es su trabajo encargarse de él.

Miró por encima del hombro y cortó la comunicación. En la placa vid, Miles atisbó las formas de la Selladora Greenlaw, envuelta en lo que podía ser una bata, desaparecer con un chisporroteo.

Cuando la puerta se cerró de nuevo tras él, la supervisora se volvió en el aire y declaró:

—Uno de nuestros patrulleros del tercer turno que acababa de terminar la guardia ha informado de que vio al práctico Thorne anoche.

—¿Después de dejar la Kestrel? —preguntó Miles ansiosamente—. ¿A qué hora, dónde?

Ella miró a Venn, que abría una mano en un gesto de permiso.

—En un restaurante, en la Unión. Es uno de nuestros principales pasillos radiales en la zona de caída libre, con una estación de tránsito de coches-burbuja y un jardín público… Un montón de gente se da cita allí, para comer o hacer lo que sea después de los turnos de trabajo. Vieron claramente a Thorne a eso de la 01.00 tomando una copa, y conversando, con Garnet Cinco.

—¿Sí? Son amigos, creo.

Venn se agitó con lo que Miles catalogó tras un instante como incomodidad, y dijo:

—¿Sabe usted por casualidad hasta qué punto son buenos amigos? No quería discutirlo delante de esa joven tan apurada. Pero se sabe que a Garnet Cinco, hum, le gustan los planetarios exóticos, y el herm betano es, después de todo, un herm betano. Explicaciones sencillas, después de todo.

Media docena de respuestas levemente escandalizadas corrieron por la mente de Miles, para ser rápidamente rechazadas. Se suponía que no conocía tan bien a Bel. Y no es que alguien que conociera bien a Bel se hubiera sorprendido lo más mínimo por la delicada sugerencia de Venn…, no. Los gustos sexuales de Bel podían ser eclécticos, pero el hermafrodita no era de los que traicionaban la confianza de un amigo. Nunca lo había sido. Todos cambiamos.

—Mejor que se lo pregunte al jefe Watts —disimuló. Captó la mirada de Roic y su gesto con la cabeza en dirección a la comconsola de Venn, conectada a la curvada pared del despacho—. Mejor aún —continuó tan tranquilo—, llame a Garnet Cinco. Si Thorne está allí, el misterio queda resuelto. Si no, al menos tal vez sepa adónde se marchó Thorne.

Trató de decidir cuál sería la peor causa de preocupación. El recuerdo de los remaches calientes rozándole el pelo le inclinaba a esperar lo primero, a pesar de Nicol.

Venn abrió una mano superior aceptando la sugerencia, y se volvió a medias para marcar un código de búsqueda en su comconsola con una mano inferior. El corazón de Miles dio un brinco cuando el rostro sereno de Garnet Cinco y su voz clara aparecieron, pero sólo era un programa contestador. Venn frunció el entrecejo; dejó una petición de que contactara con él en cuanto pudiera, y cortó la comunicación.

—Podría estar dormida —dijo esperanzada la mujer del turno de noche.

—Envíen un patrullero a comprobarlo —dijo Miles, un poco tenso. Recordando que se suponía que era diplomático, añadió—: Si les parece.

Teris Tres, con cara de que una visión de su saco de dormir retrocedía ante sus ojos, volvió a marcharse. Miles y Roic regresaron junto a Nicol, quien los miró ansiosa mientras flotaban para entrar en la sala de espera. Miles apenas vaciló antes de contarle lo que había visto el patrullero.

—¿Se te ocurre algún motivo para que se vieran? —le preguntó.

—Montones —respondió Nicol sin reserva, confirmando la secreta valoración de Miles—. Estoy seguro de que ella quería noticias del alférez Corbeau, o de cómo podían afectar a su caso los acontecimientos. Si se encontró con Bel camino de casa, en la Unión, seguro que aprovechó la oportunidad para enterarse de algo. O puede que sólo le hiciera falta alguien con quien desahogarse. A la mayoría de sus otros amigos no les hace demasiada gracia su romance desde el ataque barrayarés y el incendio.

—Muy bien, eso podría explicar la primera hora. Pero no más. Bel estaba cansado. ¿Luego qué?

Ella volvió hacia arriba las cuatro manos, en un gesto indefenso de frustración.

—No puedo ni imaginármelo.

La imaginación de Miles estaba demasiado activa. «Necesito datos, maldición» se estaba convirtiendo en su mantra personal en aquel lugar. Dejó a Roic para que siguiera charlando de nimiedades con Nicol y, sintiéndose un poco egoísta, se dirigió a un lado de la sala para llamar a Ekaterin por el comunicador de muñeca.

Por la voz, Ekaterin parecía adormilada pero alegre, y sostuvo tozudamente que estaba despierta ya y a punto de levantarse. Intercambiaron unas cuantas caricias verbales que no interesaban a nadie más que a ellos, y Miles describió lo que había descubierto como resultado del chismorreo que ella había captado sobre las hemorragias nasales de Solian, cosa que pareció complacerla enormemente.

—¿Dónde estás ahora, y qué has desayunado? —preguntó.

—El desayuno se ha retrasado. Estoy en el Cuartel General de Seguridad de la Estación. —Miles vaciló—. Bel Thorne desapareció anoche, y están buscándolo.

Un pequeño silencio recibió estas palabras, y la contestación de Ekaterin fue tan cuidadosamente neutral como sabía ser Miles.

—Oh. Eso es preocupante.

—Sí.

—Roic te hace compañía todo el tiempo, ¿verdad?

—Oh, sí. Los cuadris tienen guardias armados siguiéndome también.

—Bien. —Ella tomó aire—. Bien.

—La situación se está volviendo bastante pantanosa. Puede que al final tenga que enviarte a casa. Tenemos cuatro días más para decidirlo.

—Bien. Dentro de cuatro días podremos hablar de ello.

Entre su deseo de no alarmarla más y el de ella de no distraerlo, la conversación fue decayendo, y Miles, piadosamente, se apartó del calmante sonido de su voz para dejarla ir a bañarse y vestirse y desayunar.

Miles se preguntó si Roic y él deberían, después de todo, escoltar a Nicol a casa, y tal vez después intentar recorrer la Estación con la esperanza de encontrar a alguien al azar. Eso sí que era un plan táctico destinado al fracaso. Si se lo sugería a Roic, sin duda le daría un ataque plenamente justificado, aunque se comportara con toda educación. Sería como en los viejos tiempos. Pero suponiendo que hubiera algún medio de hacer que fuera menos al azar…

La voz de la supervisora nocturna llegó flotando desde el pasillo. Santo Dios, ¿la pobre mujer no iba a irse a dormir nunca?

—Sí, están aquí, pero ¿no le parece que debería ver al tecnomed primero para…?

—¡Tengo que ver a lord Vorkosigan!

Miles se puso en guardia al identificar la aguda e inquieta voz de Garnet Cinco. La rubia cuadri entró prácticamente rodando por la puerta redonda. Estaba temblorosa y demacrada, casi verdosa, en desagradable contraste con su arrugado jubón carmín. Sus ojos, grandes y ojerosos, observaron al trío que esperaba.

—¡Nicol, oh, Nicol! —Voló hacia su amiga en un feroz abrazo de tres brazos, mientras el cuarto, inmovilizado, temblaba un poco.

Nicol, asombrada, le devolvió el abrazo, pero luego la apartó y preguntó apremiante:

—Garnet, ¿has visto a Bel?

—Sí. No. No estoy segura. Esto es una locura. Creí que nos habían dejado inconscientes juntos, pero cuando me recuperé, Bel ya no estaba. Pensé que tal vez se había despertado primero e ido en busca de ayuda, pero los agentes de seguridad —indicó a su escolta—, dicen que no. ¿No habéis oído nada?

—¿Recuperado? Espera… ¿Quién os dejó inconscientes? ¿Dónde? ¿Estás herida?

—Tengo un horrible dolor de cabeza. Era una especie de droga brumosa. Helada. No olía a nada, pero sabía amarga. Nos la roció en la cara. Bel gritó: «¡No respires, Garnet!», pero naturalmente él tuvo que respirar para gritar. Noté que Bel se quedaba inmóvil, y luego todo se borró. ¡Cuando desperté, estaba tan mareada que casi vomité, uf!

Nicol y Teris Tres sonrieron compasivamente. Miles se dio cuenta de que era la segunda vez que la mujer de seguridad escuchaba aquella historia, pero que seguía atenta.

—Garnet —intervino Miles—, por favor, tome aire, cálmese y empiece por el principio. Un patrullero informó de que la vio con Bel en algún lugar de la Unión anoche. ¿Es eso correcto?

Garnet Cinco se frotó la cara pálida con las manos superiores, tomó aire y parpadeó: un poco de color alivió su tono mortecino.

—Sí. Me encontré con Bel al salir de la parada de coches-burbuja. Quise saber si Bel había preguntado… si usted había dicho algo… si se había decidido algo sobre Dmitri.

Nicol asintió, satisfecha.

—Lo invité a tomar un té de menta de esos que le gustan a Bel en el Kabob Kiosk, esperando que me dijera algo. Pero no llevábamos ni cinco minutos allí cuando Bel se distrajo con otra pareja que llegó. Uno era un cuadri que Bel conocía de las cuadrillas de Muelles y Atraques… Bel dijo que era alguien a quien tenía echado el ojo, porque sospechaba que contrabandeaba con artículos robados de las naves. El otro era un planetario de aspecto muy raro.

—¿Un tipo alto y larguirucho con manos palmípedas y pies largos, y el pecho grande como un barril? ¿Como si su madre se hubiera casado con el Príncipe Rana pero el beso no hubiera funcionado? —preguntó Miles.

Garnet Cinco se sorprendió.

—Vaya, sí. Bueno, no estoy segura de lo del pecho… Llevaba una especie de capa suelta. ¿Cómo lo sabía?

—Es la tercera vez que aparece en este caso. Podríamos decir que ha atraído mi atención. Pero continúe, ¿luego qué?

—No pude conseguir que Bel me dijera nada acerca del tema. Bel me hizo darme la vuelta y sentarme de cara a la pareja, para poder darles la espalda, y me hizo informarle de lo que estaban haciendo. Me sentí como una tonta, como si estuviéramos jugando a los espías. —«No, jugando no»—. Tuvieron una especie de discusión, y entonces el cuadri de Muelles y Atraques localizó a Bel y se marchó a toda prisa. El otro tipo, el planetario raro, se marchó también, y entonces Bel insistió en seguirlo.

—¿Y Bel abandonó el restaurante?

—Salimos los dos juntos. No iba a permitir que me dejara tirada y, además, Bel dijo: «Oh, muy bien, ven, puedes ser útil.» Creo que el planetario debía de tener experiencia en el espacio, porque no era tan torpe como la mayoría de los turistas en caída libre. No parecía que nos viera seguirlo, pero debió de hacerlo, porque se metió por el Corredor Transversal, entrando y saliendo de cualquier tienda que estuviera abierta a esa hora, pero sin comprar nada. Luego se dirigió de pronto al portal de la zona de gravedad. No había ningún flotador aparcado, así que Bel me cargó a su espalda y siguió al tipo. Se metió en un callejón desde donde las tiendas del siguiente pasillo, en la zona de gravedad, meten y sacan cargas y suministros por la puerta trasera. Desapareció aparentemente tras una esquina, pero luego apareció justo delante de nosotros y agitó un tubito ante nuestras caras y nos roció con un spray desagradable. Tuve miedo de que fuese un veneno y que los dos muriéramos, pero evidentemente no lo era. —Vaciló, llena de súbito temor—. Por lo menos, yo me desperté.

—¿Dónde? —preguntó Miles.

—Allí. Bueno, no exactamente allí… Aparecí dentro de un contenedor de reciclado, tras una de las tiendas, en lo alto de un montón de cartones. No estaba cerrado, por suerte. Ese horrible planetario no podría haberme metido dentro si lo hubiera estado, supongo. Lo pasé mal intentando salir. La estúpida tapa seguía resistiéndose. Casi me aplastó los dedos. Odio la gravedad. Bel no estaba por ninguna parte. Lo busqué, y lo llamé. Y luego tuve que caminar a tres manos hasta el corredor principal, hasta que pude encontrar ayuda. Agarré al primer patrullero que encontré, que me trajo hasta aquí.

—Debe de haber estado inconsciente seis o siete horas, entonces —calculó Miles en voz alta. ¿Eran muy diferentes el metabolismo cuadris y el de los herms betanos? Había que tener en cuenta además la masa corporal y la dosis inhalada por dos personas que intentaban esquivarla—. Debería verla un médico ahora mismo, y que le saquen una muestra de sangre mientras haya rastros de la droga en su sistema. Podríamos identificarla, y tal vez discernir su lugar de origen, si no se trata de un producto local.

La supervisora nocturna apoyó con entusiasmo esta idea, y permitió que los visitantes planetarios, además de Nicol, a quien estaba todavía agarrada Garnet Cinco, la siguieran mientras escoltaba a la aturdida cuadri rubia a la enfermería del puesto. Cuando Miles se aseguró de que dejaban a Garnet Cinco en manos competentes, y en bastantes manos por cierto, se volvió hacia Teris Tres.

—Ya no son sólo teorías descabelladas —le dijo—. Tienen una acusación de asalto válida para ese tal Firka. ¿No puede acelerar la búsqueda?

—Oh, sí —respondió ella, sombría—. Voy a pasarlo por todos los canales de comunicación. Atacó a una cuadrúmana. Y liberó gases tóxicos en el aire público.

Miles dejó a las dos mujeres cuadris en la enfermería del puesto de Seguridad. Luego le insistió a la supervisora nocturna para que el patrullero que había traído a Garnet Cinco lo llevara a inspeccionar el escenario del crimen. La supervisora contemporizó, se produjeron más retrasos, y Miles acosó al jefe Venn de manera muy poco diplomática. Pero al final le dieron un patrullero cuadri distinto que los escoltó a Roic y a él hasta el lugar donde Garnet Cinco había sido tan incómodamente arrojada.

El callejón, muy tenuemente iluminado, tenía el suelo plano y paredes en ángulo recto y, aunque no era exactamente estrecho, compartía su sección transversal con una gran tubería, de modo que Roic tuvo que agacharse para evitarla. Tras doblar una esquina, encontraron a tres cuadris, uno con el uniforme de Seguridad y los otros dos con pantalones cortos y camisa, trabajando detrás de una tira de plástico con el logo de Seguridad de la Estación Graf. Técnicos forenses por fin, y en buena hora. El joven varón usaba un flotador con un número de identificación de la escuela técnica. Una mujer de mediana edad y expresión concentrada pilotaba un flotador que llevaba la insignia de una de las clínicas de la Estación.

El hombre de la camisa y los pantalones cortos del flotador de la escuela técnica, gravitando con cuidado, terminó de hacer un escaneo láser en busca de huellas por todo el borde y la tapa del gran contenedor cuadrado de basuras que sobresalía del pasillo a una altura conveniente para golpear las espinillas de los transeúntes despistados. Se apartó, y su colega ocupó su lugar y empezó a repasar las superficies con lo que parecía ser una especie de recolector manual de células de piel y fibras.

—¿Es éste el contenedor donde ocultaron a Garnet Cinco? —le preguntó Miles al oficial cuadri que supervisaba los trabajos.

—Sí.

Miles se inclinó hacia delante, sólo para ser apartado por el técnico del recolector. Después de conseguir que le prometieran que lo informarían de cualquier hallazgo interesante, recorrió el pasillo arriba y abajo, las manos escrupulosamente metidas en los bolsillos, buscando… ¿qué? ¿Mensajes crípticos escritos con sangre en las paredes? O con tinta, o con saliva, o con mocos, o con algo. Comprobó el suelo, el techo y las tuberías también, a la altura de Bel y más abajo, ladeando la cabeza para captar reflejos extraños. Nada.

—¿Estaban cerradas todas esas puertas? —le preguntó al patrullero que lo acompañaba como una sombra—. ¿Las han comprobado ya? ¿Podría alguien haber metido a Bel… al práctico Thorne en una de ellas?

—Tendrá que esperar al oficial encargado, señor —repuso el guardia cuadri, la exasperación asomando a su tono neutral de servicio—. Acabo de llegar con usted.

Miles contempló las puertas y sus cierres de palma, frustrado. No podía ir por el pasillo probándolas todas, no a menos que el hombre del escáner terminara con su trabajo. Regresó al contenedor.

—¿Han encontrado algo?

—No… —La cuadri médico miró al oficial encargado—. ¿Han barrido esta zona antes de que yo llegara?

—No que yo sepa, señora —dijo el oficial.

—¿Por qué lo pregunta? —inquirió Miles al instante.

—Bueno, no hay mucho. Esperaba encontrar algo más.

—Inténtalo un poco más allá —sugirió el técnico del escáner.

Ella le dirigió una mirada divertida.

—Ése no es el tema. En cualquier caso, después de ti.

Indicó el pasillo, y Miles se apresuró a contarle su inquietud acerca de las puertas al oficial encargado.

El equipo lo escaneó diligentemente todo, incluyendo, a insistencias de Miles, las tuberías de arriba, donde el atacante podría haberse agarrado para ocultarse antes de caer sobre sus víctimas. Probaron todas las puertas. Dando golpecitos impacientes en la costura de sus pantalones, Miles los siguió arriba y abajo por el pasillo mientras completaban su búsqueda. Todas las puertas estaban cerradas…, al menos ahora. Una se abrió al pasar ellos, y un parpadeante dependiente con piernas asomó la cabeza; el oficial cuadri lo interrogó brevemente, y el hombre, a su vez, ayudó a despertar a sus vecinos para que cooperaran en la búsqueda. La mujer cuadri recolectó montones de bolsitas de plástico con poca cosa. No encontraron a ningún hermafrodita inconsciente en ningún contenedor, pasillo, armario ni tienda cercana al pasillo.

El callejón se extendía otros diez metros antes de desembocar discretamente en un pasillo transversal más amplio lleno de tiendas, oficinas y pequeños restaurantes. El lugar podría haber estado más tranquilo a mitad del tercer turno de la noche anterior, pero en ningún modo desierto, además estaba bien iluminado. Miles imaginó al larguirucho Firka arrastrando o cargando la forma compacta pero substancial de Bel por el pasillo público… ¿envuelto en algo para ocultarlo? Tendría que haber sido así. Haría falta un hombre fuerte para cargar con Bel. O… alguien con un flotador. No necesariamente un cuadri.

Roic, que caminaba a su lado, olisqueó. Los olores que llegaban al pasillo, procedentes de los tiros de las panaderías, le recordaron a Miles su obligación de alimentar a sus soldados. A su soldado. El antipático guardia cuadri podría apañárselas él solito.

El lugar era pequeño, limpio y acogedor; la clase de cafetería barata donde comen los trabajadores locales. Evidentemente ya había pasado la hora del desayuno y no era todavía la hora de almorzar, porque estaba ocupado solamente por un par de jóvenes bípedos con aspecto de dependientes de alguna tienda cercana y una cuadri en un flotador que, a juzgar por su cinturón de herramientas, era electricista y hacía una pausa en su trabajo. Miraron con disimulo a los barrayareses, más al alto Roic con su uniforme marrón y plata que al pequeño Miles con su ropa de civil gris. El guardia de seguridad cuadri se distanció un poco (con el grupo pero no del grupo) y pidió café en una burbuja.

Una mujer bípeda actuaba como camarera y cocinera, sirviendo comida en los platos con la velocidad que da la práctica. Los sabrosos panes parecían caseros, al parecer una especialidad del lugar, las rebanadas de proteínas normalitas y la fruta fresca sorprendentemente exquisita. Miles seleccionó una gran pera dorada con la piel teñida de un tono rosado; la pulpa, cuando la abrió, demostró ser pálida, perfecta, y rezumaba jugo perfumado. De haber tenido más tiempo, le habría encantado mostrarle a Ekaterin la agricultura local: fuera cual fuese la matriz vegetal de donde había crecido aquella fruta, tenía que haber sido alterada genéticamente para sobrevivir en caída libre. Las estaciones espaciales del Imperio podrían usar esas cepas… si los comerciantes komarreses no se las habían quedado ya. El plan de Miles de guardarse algunas pepitas en el bolsillo para llevarlas a casa cayó en el olvido cuando vio que la fruta no tenía pepitas.

Un holovid en el rincón, con el sonido bajo, murmuraba solo, ignorado por todo el mundo, pero un súbito arco iris de luces cegadoras anunció un boletín oficial de Seguridad. Todos volvieron un momento la cabeza, y Miles siguió las miradas y vio las imágenes del pasajero Firka tomadas de los archivos de la Rudra que él mismo había entregado antes a Seguridad de la Estación. No necesitó el sonido para deducir el contenido del discurso de la severa cuadri: se busca a este sospechoso para interrogarlo, puede ir armado y ser peligroso; si ven a este dudoso planetario llamen a este código de inmediato. Siguieron un par de imágenes de Bel, como posible víctima de un secuestro, presumiblemente; estaban tomadas de las entrevistas del día anterior tras el intento de asesinato en el hotel, que un locutor resumió.

—¿Puede subir el volumen? —preguntó Miles demasiado tarde.

La presentadora se estaba despidiendo; cuando la camarera apuntó con el mando a distancia, su imagen fue sustituida por un anuncio donde se mostraba una impresionante selección de guantes de trabajo.

—Oh, lo siento —dijo la camarera—. Era una repetición de todas formas. Lo pasan cada quince minutos desde hace una hora. —Y le proporcionó a Miles un resumen verbal de la alerta, que coincidió con lo que Miles había supuesto en la mayor parte de los puntos.

Bien, ¿en cuántos holovids de toda la Estación estaba apareciendo el anuncio? Eso le pondría las cosas difíciles a quien quisiera esconderse, ya que habría muchos más pares de ojos buscándolo… Pero ¿lo estaba viendo el propio Firka? En tal caso, ¿se dejaría llevar por el pánico y se volvería más peligroso para quien se lo encontrara? ¿O tal vez se entregaría, diciendo que era un malentendido? Roic, que estudiaba el vid, frunció el ceño y bebió más café. Privado de sueño, aguantaba bien por el momento, pero Miles supuso que estaría peligrosamente agotado a media tarde.

Miles tuvo la desagradable sensación de que se hundía en arenas movedizas y perdía el rumbo de su misión inicial. ¿Cuál era, por cierto? Ah, sí, liberar la flota. Reprimió un comentario interno de: «Que le den a la flota, ¿dónde demonios está Bel?» Pero si había algún modo de servirse de aquel preocupante giro de los acontecimientos para librar sus naves de las garras de los cuadris, no lo tenía nada claro.

Regresaron al Puesto de Seguridad Número Uno y encontraron a Nicol esperándolos en la zona de recepción con aspecto de depredador hambriento ante una charca. Se abalanzó hacia Miles en cuanto lo vio.

—¿Han encontrado a Bel? ¿Ha visto algún rastro?

Miles negó tristemente con la cabeza.

—Ni un pelo, ni una señal. Bueno, tal vez hubiera pelos… Lo sabremos cuando los técnicos forenses hayan terminado sus análisis, pero eso no nos dirá nada que no sepamos ya por el testimonio de Garnet Cinco —del cual Miles no dudaba—. Ahora tengo una idea mejor del posible rumbo de los acontecimientos.

Deseó que tuviera más sentido. La primera parte (que Firka quería retrasar o aturdir a sus perseguidores) era bastante sensata. Era el espacio en blanco de después lo que no encajaba.

—¿Crees que se llevó a Bel para asesinarlo en alguna parte? —preguntó Nicol, con un hilo de voz.

—En ese caso, ¿por qué dejar a una testigo con vida?

Lo dijo para tranquilizarla; tras reflexionar, descubrió que también él se tranquilizaba. Tal vez. Pero si no era un asesinato, ¿qué era? ¿Qué tenía o sabía Bel que pudiera querer otra persona? A menos que, como Garnet Cinco, Bel hubiera recuperado el conocimiento y se hubiera marchado. Pero… si Bel se había ido por ahí en estado de aturdimiento o confundido, ya lo habrían localizado los patrulleros o cualquier solícito estacionario. Y si había ido a perseguir a alguien, tendría que haber informado de ello. «A mí, por lo menos, maldición…»

—Si Bel fue… —empezó a decir Nicol, y se detuvo. Una multitud entró por la puerta principal y se detuvo para orientarse.

Un par de rudos cuadris masculinos, con sus camisas y pantalones cortos de trabajo color naranja de Muelles y Atraques, cargaban por ambos extremos un trozo de tubería de tres metros. Firka ocupaba el centro.

Las muñecas y los tobillos del infeliz planetario estaban atadas a la tubería con trozos de cable eléctrico, lo que lo mantenía doblado en «U», mientras que un rectángulo de cinta le cubría la boca y sofocaba sus gemidos. Tenía los ojos espantados. Tres cuadris más, jadeantes y sudorosos, uno con un hematoma rojo en el ojo, entraron después.

El grupo de trabajo tomó impulso y flotó con su rebullente carga en caída libre hasta detenerse con un golpe en la mesa de recepción. Un cuarteto de cuadris de seguridad uniformados salió de otro portal para ver qué pasaba; el sargento de guardia pulsó su intercomunicador y bajó la voz para hablar rápidamente entre susurros.

El portavoz cuadri del pelotón avanzó con una sonrisa de sombría satisfacción en el rostro magullado.

—Lo capturamos para ustedes.

12

—¿Dónde? —preguntó Miles.

—En la Bodega de Carga Número Dos —respondió el cuadri—. Estaba intentando que Pramod Dieciséis, aquí presente —indicó a uno de los hoscos cuadrúmanos que sostenían un extremo de la tubería, quien asintió confirmando sus palabras—, lo sacara en una cápsula de la zona de seguridad y lo llevara a los muelles de salto galáctico. Así que yo diría que puede añadir a la lista de cargos el intento de soborno de un técnico para que viole las reglas. —«Ajá. Otra forma de evitar las barreras de aduanas de Bel…» La mente de Miles saltó al desaparecido Solian—. Pramod le dijo que iba a arreglar unas cosillas, se escabulló y me llamó. Yo reuní a los chicos y nos aseguramos de que nos acompañara para explicarse ante usted. —El cuadri señaló al jefe Venn, que llegó flotando rápidamente por el pasillo y observaba la escena con clara satisfacción.

El planetario palmípedo hizo un ruido quejumbroso bajo la cinta adhesiva, pero Miles lo interpretó más como una protesta que como una explicación.

—¿Vieron algún rastro de Bel? —preguntó Nicol, apremiante.

—Oh, hola, Nicol. —El cuadri negó tristemente con la cabeza—. Le preguntamos al tipo, pero no conseguimos que dijera nada. Si no tienen ustedes mejor suerte con él, tenemos unas cuantas ideas más que podríamos intentar.

Su ceño fruncido sugería que esas ideas podrían referirse a la utilización ilícita de compuertas, o tal vez a innovadoras aplicaciones del equipo de carga que decididamente no cubría la garantía del fabricante.

—Apuesto a que podríamos conseguir que dejara de gritar y empezara a hablar antes de quedarse sin aire.

—Creo que podemos encargarnos de él a partir de ahora, gracias —le aseguró el jefe Venn. Miró con frialdad a Firka, que se rebullía en el poste—. Aunque tendré en cuenta su oferta.

—¿Conocen al práctico Thorne? —le preguntó Miles al cuadri de Muelles y Atraques—. ¿Trabajan juntos?

—Bel es uno de nuestros mejores supervisores —repuso el cuadri—. El planetario más sensato que hemos conocido. No queremos perderlo, ¿eh? —Hizo un gesto hacia Nicol. Ella inclinó la cabeza en muda gratitud.

El arresto de los ciudadanos fue debidamente registrado. Los patrulleros cuadris que se habían reunido observaron con cautela al larguirucho cautivo, y decidieron llevárselo con poste y todo por el momento. La cuadrilla de Muelles y Atraques, con justificable satisfacción, también presentó la mochila que Firka llevaba.

Así que allí estaba el principal sospechoso de Miles, si no servido en bandeja, al menos en brocheta. Miles se moría de ganas de quitarle aquella cinta de la cara y empezar a apretarle las clavijas.

La Selladora Greenlaw llegó mientras tanto, acompañada por un nuevo cuadrúmano, un hombre de pelo oscuro y aspecto fornido aunque no especialmente joven. Llevaba un atuendo elegante y poco llamativo, muy parecido al del jefe Watts y Bel, pero negro en vez de azul pizarra. Ella lo presentó como el magistrado Leutwyn.

—Bien —dijo Leutwyn, mirando con curiosidad al inmovilizado sospechoso—. Aquí tenemos a nuestra ola de crímenes de un solo hombre. Tengo entendido que también él vino con la flota de Barrayar.

—No, magistrado —dijo Miles—. Se unió a la Rudra aquí, en la Estación Graf, en el último minuto. De hecho, no contrató los servicios a bordo hasta después del momento inicialmente previsto para la partida de la nave. Me gustaría mucho saber por qué. Tengo fuertes sospechas de que sintetizó y derramó la sangre en la bodega de carga, de que intentó asesinar… a alguien, en el vestíbulo del hotel ayer y de que atacó anoche a Garnet Cinco y a Bel Thorne. Garnet Cinco, al menos, lo vio bastante bien, y debería poder confirmar esa identificación en breve. Pero, con todo, la cuestión más urgente es: ¿qué le ha pasado al práctico Thorne? Localizar a una víctima de secuestro en peligro justifica de sobra que se realicen interrogatorios con pentarrápida sin el consentimiento de los sujetos en la mayoría de las jurisdicciones.

—Aquí también —admitió el magistrado—. Pero un examen con pentarrápida es una empresa delicada. He comprobado, en la media docena que he supervisado, que no es la varita mágica que la gente cree.

Miles se aclaró la garganta con falsa modestia.

—Estoy tolerablemente familiarizado con las técnicas, magistrado. He realizado o presenciado más de un centenar de interrogatorios con pentarrápida. Y me la han aplicado dos veces.

No hacía falta mencionar su particular reacción a la droga, que había hecho que aquellos dos acontecimientos fueran ocasiones vertiginosamente surrealistas y notablemente desinformativas.

—¡Oh! —dijo el magistrado cuadri, impresionado a su pesar, posiblemente por este último detalle.

—Soy plenamente consciente de la necesidad de impedir que el interrogatorio sea un grupo de linchamiento, pero también necesitará las preguntas necesarias. Creo que tengo varias.

—Todavía no hemos procesado al sospechoso —intervino Venn—. Yo quisiera ver qué lleva en esa mochila.

El magistrado asintió.

—Sí, adelante, jefe Venn. Me gustaría una clarificación, si es posible.

Grupo de linchamiento o no, todos siguieron a los patrulleros cuadris que condujeron al infortunado Firka, con poste y todo, a una cámara trasera. Un par de patrulleros, después de calzar con esposas adecuadas las huesudas muñecas y los tobillos, registraron pautas retinales y realizaron escaneos láser de los dedos y las palmas. Miles satisfizo una curiosidad cuando le quitaron al prisionero las botas: los largos dedos de los pies, prensiles o casi, revelaban amplias membranas intermedias de color rosado. Los cuadris los escanearon también (naturalmente, los cuadris, por rutina, escaneaban las cuatro extremidades) y luego cortaron el cable eléctrico que sujetaba al prisionero.

Mientras tanto, otro patrullero, ayudado por Venn, vació la mochila e hizo inventario de su contenido. Sacaron un puñado de ropa, casi toda sucia, y encontraron un gran cuchillo de cocina nuevo, un aturdidor con una carga bastante corroída pero ningún permiso de armas, una larga palanqueta y una bolsa de cuero llena de pequeñas herramientas. La bolsa también contenía la factura de un remachador automático de una tienda de suministros de la Estación Graf, junto con los incriminadores números de serie. Fue en este punto cuando el magistrado dejó de parecer tan cuidadosamente reservado y empezó a parecer sombrío. Cuando el patrullero alzó algo que parecía a primera vista una cabellera, pero resultó ser, tras sacudirla, una peluca rubia de mala calidad, la prueba pareció casi redundante.

Más interesante para Miles no fue el documento, sino la docena de documentos de identidad que apareció a continuación. La mitad de ellos identificaban a sus portadores como nativos de Jackson's Whole; los otros eran de sistemas espaciales locales cercanos al Radio de Hegen, un sistema pobre en planetas y rico en agujeros de gusano que era uno de los vecinos más cercanos y estratégicamente más importantes del Imperio de Barrayar. Las rutas de salto desde Barrayar a Jackson's Whole y el Imperio de Cetaganda pasaban, vía Komarr y la política independiente de Pol, por el Radio.

Venn pasó el puñado de documentos por un holovid situado en las paredes curvas de la cámara, el ceño cada vez más fruncido. Miles y Roic maniobraron para mirar por encima de su hombro.

—Bueno —gruñó Venn al cabo de un momento—, ¿quién es en realidad este tipo?

Dos juegos de documentos de «Firka» incluían tomas vid físicas de un hombre de aspecto muy diferente a su quejumbroso cautivo: un varón humano perfectamente normal, grande y fornido, de Jackson's Whole, sin afiliación a ninguna Casa, o de Aslund, otro vecino del Radio de Hegen, dependiendo de qué documento creer, si había que creer alguno. Sin embargo, el tercer documento de Firka, el que el Firka presente parecía haber empleado para viajar desde Tau Ceti hasta la Estación Graf, mostraba al propio prisionero. Finalmente, sus tomas vid encajaban con la identidad de una persona llamada Russo Gupta, también de Jackson's Whole y sin afiliación a ninguna Casa. El nombre, rostro y los escaneos de retina pertinentes concordaban con una licencia de ingeniero de salto que Miles reconoció como originaria de cierta organización jacksoniana propia de la economía sumergida con la que había tratado en su época de operaciones encubiertas. A juzgar por la larga fila de datos y sellos de aduanas, había pasado por auténtica en todas partes. Y recientemente. «¡Un registro de sus viajes, bien!»

—Ésa es casi sin ninguna duda una falsificación —señaló Miles.

Los cuadris reunidos parecieron muy sorprendidos.

—¿Una licencia de ingeniero falsa? —dijo Greenlaw—. Eso sí que sería peligroso.

—Si es del lugar que pienso, podría conseguir también una licencia de neurocirujano a juego. O de cualquier otro trabajo que le interese, sin tener que pasar por todos los estudios y las tediosas pruebas y certificaciones.

O, en aquel caso, la licencia de un trabajo que tenías de verdad…, ésa sí que era una idea preocupante. Aunque trabajar como aprendiz y ser autodidacta llegaba a cubrir las lagunas de conocimiento con el tiempo, porque alguien había sido lo bastante listo para modificar aquel remachador, después de todo.

Bajo ninguna circunstancia, desde luego, aquel pálido y larguirucho muti habría podido hacerse pasar por una recia y agradablemente fea pelirroja llamada Grace Nevatta, de Jackson's Whole (sin afiliación a ninguna Casa), ni por Louise Latour de Pol, dependiendo de qué documentación usara. Ni por un bajito piloto de salto, de pelo rizado y piel caoba, llamado Hewlet.

—¿Quiénes son toda esta gente? —murmuró Venn, molesto.

—¿Por qué no se lo preguntamos? —sugirió Miles.

Firka (o Gupta) había dejado por fin de rebullirse y se quedó quieto en el aire, hinchando las aletas de la nariz por encima del rectángulo azul de cinta que le cubría la boca. El patrullero cuadri terminó de grabar sus últimos escaneos y acercó la mano para levantar una punta de la cinta; luego se detuvo, inseguro.

—Me temo que esto va a doler un poco.

—Probablemente habrá sudado lo suficiente bajo la cinta para aflojarla —sugirió Miles—. Arránquela de un solo tirón. Dolerá menos. Eso es lo que yo querría, si fuera él.

Un ahogado maullido de desacuerdo por parte del prisionero se convirtió en un alarido cuando el cuadri siguió esta sugerencia. Muy bien, vale, así que el Príncipe Rana no había sudado tanto alrededor de la boca como Miles había pensado. Seguía siendo mejor haberse librado de la maldita cinta que llevarla puesta.

Pero a pesar de los ruidos que había estado haciendo, el prisionero, ya con los labios libres, no profirió protestas airadas, juramentos, quejas ni amenazas. Se limitó a jadear. Sus ojos estaban peculiarmente vidriosos; una expresión que Miles reconoció, la de un hombre que ha estado amarrado con fuerza durante demasiado tiempo. Era posible que los leales estibadores de Bel lo hubieran sacudido un poco, pero no había adquirido esa expresión en el ratito que había pasado en manos cuadris.

El jefe Venn alzó ante los ojos del prisionero un doble puñado, a izquierda y derecha, de documentos de identificación.

—Muy bien. ¿Cuál de todos éstos es usted realmente? Más vale que nos diga la verdad. Lo comprobaremos de todas formas.

Con agria reluctancia, el prisionero murmuró:

—Soy Guppy.

—¿Guppy? ¿Russo Gupta?

—Sí.

—¿Quiénes son los demás?

—Amigos ausentes.

Miles no estaba seguro de que Venn hubiera captado la entonación.

—¿Amigos muertos? —dijo.

—Sí, eso también. —Guppy/Gupta miró a una distancia que Miles calculó como años luz.

Venn pareció alarmarse. Miles se moría de ganas por continuar y, al mismo tiempo, sentía el intenso deseo de sentarse y estudiar el lugar y la fecha de los sellos de todos aquellos documentos de identidad, reales y falsos, antes de interrogar a Gupta. Estaba seguro de que allí había todo un mundo de revelaciones. Pero ahora había prioridades más urgentes.

—¿Dónde está el práctico Thorne?

—Se lo dije a esos matones antes. Nunca he oído hablar de él.

—Thorne es el herm betano al que roció usted con bruma aturdidora anoche en el callejón del Corredor Transversal. Junto con una cuadri rubia llamada Garnet Cinco.

La expresión hosca aumentó.

—Nunca los he visto.

Venn volvió la cabeza e hizo un gesto a una patrullera, que se marchó flotando. Unos instantes después regresó a través de uno de los otros portales de la cámara, acompañada de Garnet Cinco. Miles advirtió con alivio que el color de Garnet parecía haber mejorado mucho y, obviamente, se las había apañado para conseguir el maquillaje que usaba para retocarse un poco y recuperar su aspecto habitual.

—¡Ah! —dijo alegremente—. ¡Lo han capturado! ¿Dónde está Bel?

—¿Es éste el planetario que los atacó con productos químicos a usted y al práctico, y liberó gases ilícitos en la atmósfera pública anoche? —preguntó Venn formalmente.

—Oh, sí —dijo Garnet Cinco—. Es inconfundible. Quiero decir, mírenle las membranas.

Gupta apretó los labios, los puños y los pies, pero seguir fingiendo era claramente inútil.

Venn redujo la voz a un gruñido, adecuadamente amenazador.

—Gupta, ¿dónde está el práctico Thorne?

—¡No sé dónde está el maldito herm! Lo dejé en el contenedor junto a ella. No pasaba nada. Quiero decir, que respiraba y todo. Los dos. Me aseguré. El herm estará probablemente durmiendo allí todavía.

—No —dijo Miles—. Comprobamos todos los contenedores del callejón. El práctico ha desaparecido.

—Bueno, pues no sé dónde se fue después.

—¿Estaría dispuesto a repetir esa declaración con pentarrápida para librarse de la acusación de secuestro? —preguntó astutamente Venn, intentando conseguir un interrogatorio voluntario.

El rostro gomoso de Gupta se quedó inmóvil, y sus ojos se rebulleron.

—No puedo. Soy alérgico.

—¿Ah, sí? —dijo Miles—. Vamos a comprobarlo, ¿quiere?

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó la tira de parches de prueba que había conseguido antes de los suministros de SegImp de la Kestrel, en previsión de una posibilidad semejante. Cierto, no había previsto la urgencia añadida de la alarmante desaparición de Bel. Alzó la tira y les explicó a Venn y al magistrado, que lo observaba todo con semblante judicial:

—Prueba de penta-alergia en grado de seguridad. Si el sujeto tiene alguno de los seis tipos de anafilaxis inducidos artificialmente o incluso una leve alergia natural, le salen ronchas en la piel.

Para tranquilizar a los oficiales cuadris, abrió uno de los parches y se lo colocó en el dorso de la mano, e hizo la demostración agitando los dedos. Eso fue suficiente para que nadie, excepto el prisionero, protestara cuando se inclinó hacia delante y colocó otra tira sobre el brazo de Gupta, quien dejó escapar un aullido de horror que sólo consiguió que lo miraran con mala cara; entonces redujo el aullido a un gemido quejumbroso ante los rostros divertidos de todos.

Miles se quitó el parche y descubrió una clara irritación rojiza.

—Como ven, tengo una leve sensibilidad endógena.

Esperó unos instantes más, para dar énfasis al momento, y luego extendió la mano y le quitó el parche a Gupta. El tono de piel enfermizamente natural (los champiñones eran naturales, ¿no?) no había sido afectado.

Venn, captando el ritmo de la situación como si fuera un experto de SegImp, se inclinó hacia Gupta y dijo:

—Ya son dos mentiras hasta ahora. Puede dejar de mentir ya. O puede dejar de mentir dentro de poco. Como prefiera. —Alzó los ojos entornados hacia el oficial cuadrúmano—. Magistrado Leutwyn, ¿considera que tenemos causa suficiente para un interrogatorio involuntario químicamente asistido de este transeúnte?

El magistrado no parecía demasiado entusiasmado, pero asintió.

—A la luz de su admitida conexión con la preocupante desaparición de un valioso empleado de la Estación, sí, no cabe duda. Le recuerdo que someter a los detenidos a su cargo a innecesarias incomodidades físicas va contra las reglas.

Venn miró a Gupta, colgando miserablemente en el aire.

—¿Cómo puede sentirse incómodo? Está en caída libre.

El magistrado arrugó los labios.

—Transeúnte Gupta, aparte de sus ligaduras, ¿siente algún tipo de incomodidad en este momento? ¿Necesita comida, bebida o instalaciones sanitarias planetarias?

Gupta agitó las muñecas contra sus suaves ataduras y se encogió de hombros.

—No. Bueno, sí. Mis branquias se están secando. Si no van a soltarme, necesito que alguien las rocíe. Tengo el líquido en mi bolsa.

—¿Esto? —La patrullera cuadri mostró lo que parecía ser un rociador de plástico perfectamente normal, de los que Miles había visto emplear a Ekaterin para rociar algunas plantas. Lo agitó y borboteó.

—¿Qué hay dentro? —preguntó Venn, receloso.

—Agua, principalmente. Y un poco de glicerina —dijo Gupta.

—Vaya a comprobarlo —le dijo Venn a la patrullera. Ella asintió y se fue flotando. Gupta la observó marchar con un poco de desconfianza, pero ninguna alarma.

—Transeúnte Gupta, parece que va a ser nuestro invitado durante un tiempo —dijo Venn—. Si le quitamos las ataduras, ¿va a darnos problemas o se comportará?

Gupta guardó silencio un instante, y luego dejó escapar un suspiro de agotamiento.

—Me comportaré. Para lo que me va a servir de todas formas…

Un patrullero se adelantó flotando y desató las muñecas y los tobillos del prisionero. Sólo Roic pareció menos que satisfecho con esta innecesaria cortesía. Tensó una mano en un asidero de la pared y plantó un pie en un muro que no estaba ocupado por ningún equipo, dispuesto a abalanzarse hacia delante. Pero Gupta sólo se frotó las muñecas y se agachó para hacer lo mismo con sus tobillos, y parecía agradecido a su pesar.

La patrullera regresó con el frasquito y se lo entregó a su jefe.

—El detector químico del laboratorio dice que es inocuo. Debería ser seguro —informó.

—Muy bien.

Venn le lanzó la botella a Gupta, quien a pesar de sus manos extrañamente largas la asió rápidamente, sin torpeza de planetario, un hecho que Miles estaba seguro que el cuadrúmano había advertido.

—Hum.

Gupta dirigió al grupo que lo observaba una mirada levemente avergonzada, y se subió el poncho. Se estiró e inhaló, y las costillas de su gran torso desnudo se separaron: partes de piel se levantaron para revelar tajos rojos. El tejido de debajo parecía esponjoso, y ondulaba con el rociado como plumas densamente colocadas.

«Dios todopoderoso. Tiene de verdad agallas ahí debajo.» Presumiblemente, el movimiento como de fuelle del pecho ayudaba a bombear el agua cuando el anfibio estaba sumergido. Sistemas duales. ¿Contenía entonces la respiración, o se cerraban sus pulmones involuntariamente? ¿Con qué mecanismo cambiaba su circulación sanguínea de una forma de oxigenarse a la otra? Gupta apretó el frasco y roció los rojos tajos, de atrás hacia delante y de derecha a izquierda, y pareció sentirse algo más cómodo. Suspiró, las rendijas se cerraron y el pecho pareció simplemente irregular y magullado. Volvió a colocarse el ancho poncho en su sitio.

—¿De dónde es usted? —no pudo dejar de preguntar Miles.

Gupta volvió a mostrarse hosco.

—Adivine.

—Bueno, de Jackson's Whole por el peso de las pruebas, pero ¿qué Casa lo creó? ¿Ryoval, Bharaputra, otra? ¿Y fue usted un ejemplar único, o parte de un grupo? ¿Geningeniería de primera generación, o parte de una línea autorreproductora de… de gente acuática?

Gupta abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¿Conoce usted Jackson's Whole?

—Digamos que he hecho varias visitas dolorosamente educativas al lugar.

La sorpresa se tiñó de ligero respeto, y un poco de solitaria ansiedad.

—Me creó la Casa Dyan. Fui parte de un grupo, una vez… Éramos una compañía de ballet subacuático.

Garnet Cinco mostró claramente su sorpresa.

—¿Era bailarín?

El prisionero se encogió de hombros.

—No. Me crearon para ser uno de los tramoyistas sumergibles. Pero la Casa Dyan sufrió una opa hostil por parte de la Casa Ryoval… justo unos años antes de que el barón Ryoval fuera asesinado, lástima que eso no sucediera antes. Ryoval disolvió la compañía para dedicarla a, hum, otras tareas, y decidió que no tenía ningún uso alternativo para mí, así que me quedé sin trabajo y sin protección. Podría haber sido peor. Podría haberme conservado. Vagabundeé y acepté los trabajos de técnico que pude conseguir. Una cosa llevó a la otra.

En otras palabras, Gupta había nacido dentro de la gleba tecnológica de Jackson's Whole, y se había quedado en la calle cuando sus creadores-propietarios originales fueron absorbidos por su implacable rival comercial. Con lo que Miles sabía del difunto y desagradable barón Ryoval, el destino de Gupta fue tal vez más feliz que el de su mer-cohorte. Según se sabía por la fecha de la muerte de Ryoval, aquella última vaga observación sobre una cosa que llevaba a la otra cubría al menos cinco años, tal vez incluso diez.

—No disparó usted ayer contra mí, ¿verdad? —dijo Miles pensativo—. Ni contra el práctico Thorne.

Lo cual dejaba…

Gupta lo miró, parpadeando.

—¡Oh! ¡Ahí es donde lo vi antes! Lo siento, no. —Su ceño se arrugó—. ¿Qué estaba haciendo allí? No era usted uno de los pasajeros. ¿Es otro ocupa estacionario como ese pesado betano?

—No. Mi nombre es Miles. —Tomó la instantánea y casi subliminal decisión de no mencionar todos los cargos—. Me enviaron a encargarme de las preocupaciones barrayaresas cuando los cuadris inmovilizaron la flota komarresa.

—Oh. —Gupta dejó de interesarse.

¿Qué demonios retrasaba la llegada de la pentarrápida? Miles bajó la voz.

—¿Qué le pasó a sus amigos, Guppy?

Eso volvió a captar la atención del anfibio.

—Nos la jugaron. Sometidos, inyectados, infectados…, rechazados. Nos la jugaron a todos. Maldito bastardo cetagandés. Ése no era el Trato.

Algo dentro de Miles se puso a toda máquina. «Aquí está la conexión, por fin.» Su sonrisa se volvió encantadora, y su voz se suavizó aún más.

—Hábleme del bastardo cetagandés, Guppy.

Los oyentes cuadris habían dejado de agitarse, incluso respiraban más despacio. Roic se había retirado a un lugar discreto, al otro lado de Miles. Gupta miró a los estacionarios, y a Miles y a sí mismo, las únicas personas con piernas situadas en el centro del círculo.

—¿Para qué? —El tono de su voz no era un quejido de desesperación, sino una pregunta amarga.

—Yo soy de Barrayar. Tengo cierta inquina especial contra los bastardos cetagandeses. Los ghem-lores de Cetaganda dejaron a cinco millones de muertos de la generación de mi abuelo tras de sí, cuando finalmente se rindieron y fueron expulsados de Barrayar. Todavía tengo una bolsa con cabelleras ghem. Para ciertos tipos de cetagandeses, podría usar un par de cosas que le parecerían interesantes.

La mirada del prisionero se centró en su rostro. Por primera vez, Miles se había ganado la completa atención de Gupta. Por primera vez, había dado a entender que podría tener algo que Guppy realmente quisiera. ¿Quisiera? Se moría de ganas, lo ansiaba, lo deseaba con loca obsesión. Sus vidriosos ojos estaban hambrientos de… tal vez de venganza, tal vez de justicia…, de sangre, en cualquier caso. Pero el Príncipe Rana carecía, evidentemente, de experiencia en temas de venganza. Los cuadris no trataban con sangre. Los barrayareses… tenían una reputación más sanguinaria. Lo cual, por primera vez en aquella misión, tal vez sirviera para algo.

Gupta tomó aire.

—No sé de qué clase era éste. Es. No se parecía a nadie que yo conozca. Bastardo cetagandés. Nos fundió.

—Dígamelo todo —susurró Miles—. ¿Por qué ustedes?

—Vino a nosotros… a través de nuestros habituales agentes consignatarios. Pensamos que no habría problema. Teníamos una nave. Gras-Grace y Firka y Hewlet y yo teníamos esa nave. Hewlet era nuestro piloto, pero Gras-Grace era el cerebro. Yo tenía habilidad para arreglar cosas. Firka llevaba los libros y se encargaba de las reglas y de los pasaportes, y de los oficiales molestos. Gras-Grace y sus tres maridos, nos llamábamos. Éramos un grupo de rechazados, pero tal vez entre los tres éramos un verdadero esposo para ella, no lo sé. Una para todos y todos para una, porque estaba claro que una tripulación de jacksonianos refugiados, sin una Casa ni un barón, no iba a conseguir nada en el Nexo.

Gupta empezaba a sumergirse en su historia. Miles, escuchando con total atención, rezó para que Venn tuviera el buen sentido de no interrumpir. Diez personas flotaban a su alrededor en la cámara, aunque Gupta y él, mutuamente hipnotizados por la intensidad cada vez mayor de su confesión, bien podrían haber estado flotando en una burbuja de espacio y tiempo completamente apartada del universo.

—¿Dónde recogieron a ese cetagandés y su cargamento, por cierto?

Gupta alzó la cabeza, sobresaltado.

—¿Sabe usted lo del cargamento?

—Si es el mismo que ahora está a bordo de la Idris, sí, he echado un vistazo. Me pareció bastante preocupante.

—¿Qué es lo que hay dentro en realidad? Sólo vi el exterior.

—Preferiría no decirlo ahora mismo. ¿Qué les dijo él que era? —Miles prefirió no confundir de momento las cosas con el género del ba.

—Mamíferos alterados genéticamente. No hicimos preguntas. Nos pagaron un extra por no hacer preguntas. Ése era el Trato, pensamos.

Y si había algo que los éticamente elásticos habitantes de Jackson's Whole consideraban casi sagrado era el Trato.

—Un buen negocio, ¿no?

—Eso parecía. Dos o tres encargos más como ése y habríamos podido terminar de pagar la nave y ser libres.

Miles lo dudó, si la tripulación debía la nave a la típica Casa financiera de Jackson's Whole. Pero tal vez Guppy y sus amigos eran optimistas acabados. O desesperados acabados.

—El trabajo parecía sencillo. Recoger esa carga en los aledaños del Imperio cetagandés. Saltamos a través del Radio de Hegen, vía Vervain, y nos acercamos a Rho Ceta. Todos esos arrogantes y recelosos inspectores que nos abordaron en los puntos de salto no encontraron nada que achacarnos, aunque les habría gustado, porque no había nada a bordo más que lo que nuestro archivo manifiesto decía. Eso hizo que el viejo Firka se hartara de reír. Hasta que nos dirigimos al último salto, hacia Rho Ceta a través de esos sistemas vacíos antes de que la ruta se bifurque hacia Komarr. Tuvimos un encuentro en el espacio que no constaba en nuestro plan de vuelo.

—¿Con qué tipo de nave se encontraron? ¿Nave de salto o sólo una reptadora de espacio local? ¿Puede decirlo con seguridad, o iba disfrazada o camuflada?

—Nave de salto. No sé qué otra cosa podría haber sido. Parecía una nave del Gobierno de Cetaganda. Había perdido sus bonitas insignias, de todas formas. No era grande, pero era rápida, nueva, y con clase. El bastardo cetagandés trasladó el cargamento él solito, con plataformas flotantes y tractores manuales, pero desde luego que no perdió el tiempo. En el momento en que las compuertas se cerraron, se marcharon.

—¿Adónde? ¿Podría decirlo?

—Bueno, Hewlet dijo que seguían una trayectoria extraña. Era en ese sistema binario deshabitado a unos pocos saltos de Rho Ceta, no se si sabe…

Miles asintió.

—Iban hacia su interior, más allá del pozo de gravedad. Tal vez planeaban orbitar los soles y acercarse a uno de los puntos de salto desde una trayectoria camuflada, no lo sé. Eso tendría sentido, dado todo lo demás.

—¿Sólo un pasajero?

—Sí.

—Hábleme más de él.

—No hay mucho que decir… No lo había entonces al menos. Se mantenía apartado, comía sus propias raciones en su camarote. No habló nunca conmigo. Sí que habló con Firka, porque Firka estaba manipulando sus documentos. Cuando llegamos a la primera inspección de punto de salto barrayaresa, procedía de un lugar completamente distinto. Y él era otra persona.

—¿Ker Dubauer?

Venn se agitó al oír mencionar por primera vez un nombre familiar, abrió la boca e inhaló, pero la volvió a cerrar sin distraer a Guppy. El triste anfibio estaba ahora lanzado desgranando sus tribulaciones.

—Todavía no, no lo era. Debió de convertirse en Dubauer durante su estancia en la estación de tránsito komarresa, supongo. No lo localicé por su identidad. Era demasiado bueno en eso. Engañó a los barrayareses, ¿no?

«Desde luego.» Un supuesto agente cetagandés del más alto calibre había pasado a través de la encrucijada comercial del Nexo, la clave de Barrayar, como si fuera humo. A SegImp le daría un ataque cuando le llegara el informe de Miles.

—¿Cómo lo siguió hasta aquí, entonces?

La primera expresión parecida a una sonrisa que Miles veía en el rostro gomoso se dibujó como un fantasma sobre los labios de Gupta.

—Yo era el ingeniero de la nave. Lo localicé por la masa de su cargamento. Era bastante delatora, cuando la examiné, más tarde. —La sonrisa espectral se convirtió en un negro ceño—. Cuando lo dejamos junto con sus plataformas en la bodega de carga de la estación de tránsito komarresa, parecía feliz. Muy cordial. Habló con cada uno de nosotros por primera vez, y nos dio personalmente nuestros bonos. Estrechó la mano de Hewlet y de Firka. Pidió ver mi membrana, así que le mostré los dedos, y se inclinó y tomó mi brazo y pareció realmente interesado, y me dio las gracias. Y le dio a Gras-Grace un golpecito en la mejilla, y le sonrió meloso. Sonreía con aire de suficiencia cuando la tocó. Me di cuenta. Como ella tenía en la mano la bonificación, más o menos le devolvió la sonrisa, y no se dio cuenta, pero yo sí. Y luego nos marchamos. Hewlet y yo queríamos tomarnos un descanso y gastarnos algunos bonos en la estación, pero Gras-Grace dijo que podríamos celebrarlo más tarde. Y Firka dijo que el Imperio barrayarés no era un sitio seguro para gente como nosotros.

Una risa distraída que no tenía nada que ver con el humor asomó a sus labios. Bien. Aquel grito de sobresalto cuando Miles colocó el parche de la prueba en la piel de Guppy no había sido exactamente una reacción exagerada. Había sido un flashback. Miles reprimió un escalofrío. «Lo siento, lo siento.»

—Estábamos a seis días de Komarr, más allá del salto a Pol, cuando empezaron las fiebres. Gras-Grace lo dedujo la primera, por la manera en que empezó. Siempre era la más rápida de todos nosotros. Cuatro pinchacitos rosa, como si nos hubiera picado algún bicho, en el dorso de la mano de Hewlet y Firka, en la mejilla de ella, en mi brazo, donde me tocó el bastardo cetagandés. Se hincharon hasta el tamaño de huevos, y nos dolían, aunque no tanto como la cabeza. Sólo en una hora. Me dolía tanto la cabeza que apenas podía ver, y Gras-Grace, que no estaba mucho mejor, me ayudó a llegar a mi camarote para que pudiera meterme en mi tanque.

—¿Tanque?

—Había preparado un gran tanque en mi camarote, con una tapa que podía cerrar desde dentro, porque la gravedad de aquella vieja nave no era muy de fiar. Era muy cómodo para descansar, mi propia especie de cama de agua. Podía estirarme, y darme la vuelta. Buenos sistemas de filtrado en el agua, bonito y limpio, y oxígeno extra borboteando a través de un conducto que yo había preparado, todo con bonitas luces de colores. Y música. Echo de menos mi tanque —suspiró.

—Usted… parece que también tiene pulmones. ¿Contiene la respiración bajo el agua, o qué?

Gupta se encogió de hombros.

—Tengo unos esfínteres de más en la nariz y las orejas y la garganta que se cierran automáticamente cuando mi respiración cambia. Es siempre un momento algo embarazoso, el cambio: mis pulmones no siempre parecen querer parar. O empezar de nuevo, a veces. Pero no puedo permanecer eternamente en mi tanque, o acabaría meándome en el agua que respiro. Eso es lo que sucedió entonces. Floté en mi tanque durante… horas, no estoy seguro de cuántas. No creo que estuviera bien de la cabeza, me dolía tanto… Pero me entraron ganas de mear. Muchas ganas. Así que tuve que salir.

»Casi me desmayé. Vomité en el suelo. Pero pude caminar. Llegué a la puerta de mi camarote, por fin. La nave seguía en marcha, podía sentir las vibraciones adecuadas a través de mis pies, pero todo estaba en silencio. Nadie hablaba ni discutía ni roncaba, y no había música. Ni risas. Yo estaba mojado y tenía frío. Me puse una bata…, una de las batas suyas que Gras-Grace me había dado, porque decía que estar gorda le daba calor, y yo siempre tenía frío. Decía que eso era porque mis diseñadores me dieron genes de rana. Por lo que sé, podría ser cierto.

»Encontré su cuerpo… —Se detuvo. La expresión remota de sus ojos se intensificó—. A unos cinco pasos pasillo abajo. Al menos, creo que era ella. Era su trenza, flotando en el… Al menos, creo que era su cadáver. El tamaño del charco parecía el adecuado. Apestaba como… ¿Qué clase de enfermedad infernal licua los huesos? —Tomó aire y continuó, tembloroso—. Firka había conseguido llegar a la enfermería, pero para lo que le sirvió… Estaba todo flácido, como desinflado. Y goteaba. Junto a la cama. Apestaba peor que Gras-Grace. Y humeaba.

»Hewlet… lo que quedaba de él, estaba en el asiento del piloto. No sé por qué se arrastró hasta allí, tal vez fue un consuelo para él. Los pilotos son así de extraños. Su casco de piloto mantenía el cráneo en su sitio, pero su cara… sus rasgos… estaban resbalando. Pensé que tal vez intentó enviar una señal de emergencia. Ayúdennos. Biocontaminación a bordo. Pero tal vez no, porque nadie llegó nunca. Más tarde pensé que había enviado demasiadas señales y que los rescatadores se mantuvieron alejados a propósito. ¿Por qué iban los buenos ciudadanos a arriesgarse por nosotros? Sólo éramos escoria jacksoniana. Mejor muertos. Eso ahorra el problema y los gastos de perseguirnos, ¿eh?

Ahora no miraba a nadie en concreto.

Miles temió que guardara silencio, agotado. Pero había tanto, tan desesperadamente importante, que saber… Se atrevió a darle una pista.

—Bueno. Increíble, allí estaba, atrapado en una nave a la deriva con tres cadáveres que se disolvían, incluyendo un piloto de salto muerto. ¿Cómo escapó?

—La nave… la nave no me servía para nada ahora, no sin Hewlet. Y los demás. Que se la quedaran los bastardos de la financiera, biocontaminación incluida. Sueños asesinados. Pero pensé que era el heredero de todos. Nadie tenía a nadie más. Yo habría querido que ellos se quedaran con mis cosas, si hubiera sido al revés. Fui y recogí todo lo que pude: dinero suelto, chits de crédito… Firka tenía un buen montón. Claro. Y tenía todos nuestros documentos de identidad falsificados. Gras-Grace, bueno, probablemente regaló su dinero, o lo perdió jugando, o se lo gastó en juguetes, o se le escabulló entre los dedos de alguna forma. A la larga, fue más lista que Firka. Supongo que Hewlet se bebió la mayor parte. Pero había suficiente. Suficiente para viajar a la otra punta del Nexo, si era lo bastante listo. Suficiente para alcanzar al bastardo cetagandés, tarde o temprano. Con aquella pesada carga, pensé que no viajaría muy rápido.

»Lo recogí todo y lo cargué en una cápsula de salvamento. La descontaminé, y a mí también, una docena de veces, tratando de hacer desaparecer aquel horrible olor a muerte. No estaba… no estaba en mi mejor momento, no creo, pero no estaba tan ido. Una vez que estuve dentro de la cápsula, no fue tan difícil. Están diseñadas para llevar a los idiotas heridos a un lugar seguro, siguiendo automáticamente las señales del espacio local… Me recogió tres días más tarde una nave de paso, y les conté una trola, diciendo que nuestra nave se había destruido… Lo creyeron cuando miraron en el registro jacksoniano. Entonces dejé de llorar. —Ahora brillaban lágrimas en la comisura de sus ojos—. No mencioné la biomierda, o me la habría cargado. Me dejaron en la estación de salto poliana más cercana. Allí me escabullí de los investigadores de seguridad y subí a la primera nave que pude encontrar con destino a Komarr. Seguí la carga del bastardo cetagandés por su masa hasta la flota komarresa que acababa de partir. Y busqué una ruta para poder alcanzarlo en el primer sitio posible. Que fue aquí.

Miró alrededor, parpadeando ante su público cuadri como si le sorprendiera que todos estuvieran aún en la habitación.

—¿Cómo se vio envuelto en todo eso el teniente Solian? —Miles había estado esperando con los nervios contenidos para hacer esa pregunta.

—Pensé que podía esperar y emboscar al bastardo cetagandés en cuanto saliera de la Idris. Pero nunca salió. Supongo que se quedó en su camarote. Escoria astuta. No pude pasar por la aduana ni por la seguridad de la nave…, no era un pasajero registrado ni invitado de nadie, aunque traté de comprar a unos cuantos. Me asusté cuando el tipo al que intenté sobornar para que me colara a bordo amenazó con denunciarme. Entonces pensé con la cabeza y conseguí un pasaje en la Rudra, para intentar al menos pasar legalmente a través de las aduanas de esas bodegas de carga. Y para asegurarme de poder seguirlo si la flota se marchaba de pronto, cosa que ya tendría que haber sucedido entonces. Quería matarlo yo mismo, por Gras-Grace y Firka y Hewlet; pero si iba a escaparse, pensé, si lo entregaba a los barrayareses como espía cetagandés, tal vez… sucediera algo interesante. Algo que no le gustaría. No quería dejar mi rastro en el registro de llamadas vid, así que abordé al jefe de seguridad de la Idris en persona cuando estaba en la bodega de carga. Le di el soplo. No estaba seguro de que me hubiera creído, pero supongo que fue a comprobarlo. —Gupta vaciló—. Debió de encontrarse con el bastardo cetagandés. Lo siento. Temo que lo fundió. Como a Gras-Grace y… —Su letanía terminó en un sollozo angustiado.

—¿Eso fue cuando Solian tuvo la hemorragia nasal? ¿Cuando le dio usted el soplo? —preguntó Miles.

Gupta se lo quedó mirando.

—¿Qué es usted, una especie de psíquico?

«Jaque.»

—¿Por qué la sangre falsa en el suelo de la bodega de carga?

—Bueno…, había oído que la flota se marchaba. Estaban diciendo que el pobre diablo que hice fundir había desertado, y que lo iban a degradar como… como si no tuviera una Casa o un barón que se preocupara por él, y a nadie le importara. Pero yo tenía miedo de que el bastardo cetagandés hiciera otro trasbordo en medio del espacio, y yo me quedara atascado en la Rudra, y se me escapara… Pensé que eso devolvería la atención a la Idris y lo que podía haber en ella. ¡No imaginé que esos idiotas militares fueran a atacar la Estación cuadri!

—Fue un cúmulo de circunstancias concatenadas —dijo Miles rápidamente, consciente por primera vez, en lo que parecía una eternidad de horrores evocados, de los oficiales cuadrúmanos presentes—. Cierto que disparó usted los acontecimientos, pero no podía haberlos previsto.

También Miles parpadeó y miró alrededor.

—Er… ¿Tiene alguna pregunta, jefe Venn?

Venn le dirigió una mirada muy peculiar. Negó con la cabeza, lentamente, de un lado a otro.

—Esto… —Un joven patrullero cuadri a quien Miles apenas había advertido durante el soliloquio de Guppy le tendió a su jefe un objeto pequeño y brillante—. He traído la dosis de pentarrápida que pidió, señor…

Venn lo tomó y miró al magistrado Leutwyn.

Leutwyn se aclaró la garganta.

—Impresionante. Creo, lord Auditor Vorkosigan, que es la primera vez que veo un interrogatorio de pentarrápida sin pentarrápida.

Miles miró a Guppy, que se enroscó en el aire, temblando un poco. Rastros de lágrimas todavía brillaban en las comisuras de sus ojos.

—Él… realmente necesitaba contarle a alguien su historia. Lleva semanas muriéndose por contarla. Pero no había nadie en todo el Nexo en quien pudiera confiar.

—Y así sigo todavía —sollozó el prisionero—. No se confunda barrayarés. Sé que nadie está de mi parte. Pero desperdicié mi oportunidad y él me vio. Estaba a salvo mientras creía haberme derretido como a los demás. Ahora soy rana muerta, de un modo o de otro. Pero si no puedo llevármelo por delante, tal vez otro pueda hacerlo.

13

—De modo que… —dijo el jefe Venn—, este bastardo cetagandés del que habla Gupta, el que dice que mató a tres amigos suyos y tal vez a su teniente Solian… ¿Cree de verdad que es el mismo pasajero betano de paso, Dubauer, que quería que detuviéramos anoche? ¿Es un herm, un hombre, o qué?

—O qué —respondió Miles—. Mis equipos médicos determinaron, a partir de una muestra de sangre que recogí ayer por accidente, que Dubauer es un ba cetagandés. Los ba no son masculinos ni femeninos, ni hermafroditas, sino unos siervos sin género…, una casta, supongo que es la mejor palabra para definirlos, de los haut lores cetagandeses. Más específicamente, de las damas haut que dirigen el Nido Estelar, en el núcleo del Jardín Celestial, la residencia imperial de Eta Ceta.

Que casi nunca salían del Jardín Celestial, con o sin sus servidores ba. «¿Entonces qué está haciendo este ba aquí, eh?» Miles vaciló antes de continuar.

—Este ba, por lo visto, transporta un cargamento de un millar de lo que, sospecho, son los últimos fetos haut genéticamente modificados en replicadores uterinos. No sé adónde, no sé por qué, y no sé para quién, pero si Guppy nos está diciendo la verdad, el ba ha matado a cuatro personas, incluido nuestro oficial de seguridad desaparecido, y trató de matar a Guppy para mantener su secreto y cubrir sus huellas.

«A cuatro personas… al menos.»

La expresión de Greenlaw se había vuelto tensa por la inquietud. Venn observó a Gupta, el ceño fruncido.

—Supongo que será mejor que hagamos circular una llamada pública de arresto sobre Dubauer también.

—¡No! —exclamó Miles, alarmado. Venn lo miró, alzando las cejas—. Estamos hablando de un posible agente cetagandés que puede llevar consigo bioarmas sofisticadas —explicó Miles rápidamente—. Los retrasos causados por la disputa con la flota de comercio ya lo tienen en tensión. Acaba de descubrir que cometió un grave error al menos, porque Guppy está vivo. No me importa lo suprahumano que pueda ser, hay que neutralizarlo. Lo último que hace falta es enviar a un puñado de intrépidos civiles contra él. Nadie debería acercarse siquiera al ba sin saber qué está haciendo ni a qué se está enfrentando.

—¿Y su gente trajo a esa criatura aquí, a mi Estación?

—Créame, si alguno de los míos hubiera sabido antes lo que era el ba, nunca habría pasado de Komarr. Estoy seguro de que los de la flota comercial sólo son transportistas inocentes.

Bueno, no estaba tan seguro… Comprobar esa afirmación hecha tan a la ligera iba a ser un problema de alta prioridad para los de contrainteligencia, allá en casa.

—Transportistas… —repitió Greenlaw, mirando duramente a Guppy. Todos los cuadris de la habitación siguieron su mirada—. ¿Podría este transeúnte ser portador… de lo que fuera, de esa infección?

Miles tomó aliento.

—Posiblemente. Pero si es así, ya es demasiado tarde. Guppy lleva días paseándose por toda la Estación Graf. Demonios, si es infeccioso, acaba de extender una plaga en ruta por todo el Nexo, que implica a media docena de planetas. —«Y a mí. Y a mi flota. Y tal vez a Ekaterin también»—. Veo dos cosas esperanzadoras. Una, según el testimonio de Guppy, el ba tiene que administrar la infección por contacto. —Los patrulleros que habían tocado al prisionero se miraron con aprensión—. Y, en segundo lugar —continuó Miles—, si la enfermedad o el veneno es algo bioproducido por el Nido Estelar, es probable que esté muy controlado, posiblemente con unos límites muy definidos y capacidad de autodestruirse. A las damas haut no les gusta dejar la basura por ahí para que nadie la recoja.

—¡Pero yo me libré! —gimió el anfibio.

—Sí —dijo Miles—. ¿Por qué? Obviamente su genética única o su situación derrotó a la enfermedad, o la mantuvo a raya lo suficiente para continuar vivo después de su periodo de actividad. Ponerlo en cuarentena es ya inútil, pero la siguiente prioridad después de detener al ba tendrá que ser someterlo a un examen médico, para ver si lo que tiene o tuvo puede salvar a alguien más. —Miles tomó aire—. ¿Puedo ofrecer las instalaciones de la Príncipe Xav? Nuestros médicos tienen formación específica en las bioamenazas cetagandesas.

Guppy se volvió hacia Venn, lleno de pánico.

—¡No me entregue! ¡Me diseccionarán!

Venn, que había aceptado con alegría esta oferta, dirigió al prisionero una mirada exasperada, pero Greenlaw dijo lentamente:

—Sé algo de los ghem y los haut, pero nunca he oído hablar de esos ba, ni del Nido Estelar.

—Por aquí no suelen venir muchos cetagandeses de ningún tipo —añadió precavido el magistrado Leutwyn.

—¿Qué le hace pensar que su trabajo es seguro, tan restringido? —continuó Greenlaw.

—Seguro, no. Controlado, tal vez. —¿Hasta dónde tenía que llevar la explicación para dejarles claro el peligro? Era vital que los cuadris comprendieran, y creyeran—. Los cetagandeses… tienen esa aristocracia doble que es el asombro de los observadores militares no cetagandeses. En el centro están los haut lores, que son, en efecto, un gigantesco experimento genético para producir la raza posthumana. Este trabajo es llevado a cabo y controlado por las mujeres haut, geneticistas del Nido Estelar, el centro donde se crean y modifican todos los embriones haut antes de ser enviados a sus constelaciones haut (clanes, padres) en los planetas exteriores del Imperio. Contrariamente a la mayoría de las versiones históricas de este tipo de cosas, las damas haut no empezaron asumiendo que ya habían alcanzado la perfección. En este momento, aún no creen que hayan terminado de hacer sus manipulaciones. Cuando lo hagan… bueno, ¿quién sabe qué sucederá? ¿Cuáles van a ser los objetivos y deseos de los posthumanos? Ni siquiera las damas haut tratan de imaginar cómo serán sus tataranietos. Sí diré que es un poco incómodo tenerlos como vecinos.

—¿No intentaron los haut conquistar a los barrayareses? —preguntó Leutwyn.

—Los haut no. Los ghem-lores. La raza puente, si quiere, entre los haut y el resto de la humanidad. Supongo que puede considerarse que los ghem son los hijos bastardos de los haut, excepto que no son bastardos. En sentido estricto, al menos. Los haut filtran líneas genéticas seleccionadas en los ghem a través de esposas haut trofeo… Es un sistema complicado. Pero los ghem-lores son el brazo militar del Imperio, siempre ansiosos por demostrar su valor a sus amos haut.

—He visto a los ghem —dijo Venn—. Pasan por aquí de vez en cuando. Creía que los haut eran, bueno, una especie de degenerados. Parásitos aristócratas, temerosos de ensuciarse las manos. No trabajan. —Hizo un gesto de desprecio muy cuadri—. Ni luchan. Uno se pregunta cuánto tiempo los soportarán los ghem-soldados.

—En apariencia, los haut dominan a los ghem por pura persuasión moral. Los abruman con su belleza, inteligencia y refinamiento, y siendo la fuente de todo tipo de recompensas de estatus, que culminan en las esposas haut. Todo eso es cierto. Pero en realidad… se sospecha que los haut tienen un arsenal biológico y bioquímico que incluso los ghem encuentran aterrador.

—No había oído que se usara nada de eso —dijo Venn, escéptico.

—¡Oh!, apuesto a que no.

—¿Por qué no lo usaron contra los barrayareses, si lo tenían? —dijo Greenlaw lentamente.

—Es un problema muy estudiado en ciertos niveles de mi gobierno. Primero, habría alarmado a los vecinos. Las bioarmas no son las únicas armas. El Imperio de Cetaganda, al parecer, no estaba preparado para enfrentarse a un puñado de pueblos lo bastante asustados para unirse y arrasar sus planetas y esterilizar a todo microbio viviente. Pero creemos que se debió más bien a una discrepancia respecto a los objetivos. Los ghem-lores querían el territorio y las riquezas, el engrandecimiento personal que habría seguido a la conquista. Las damas haut no estaban tan interesadas. No lo suficiente para desperdiciar sus recursos…, no los recursos armamentísticos en sí, sino la reputación, el secretismo, el hecho de poseer una amenaza silenciosa de alcance desconocido. Nuestros servicios de inteligencia se han encontrado tal vez con una docena de casos en los últimos treinta años de uso sospechoso de bioarmas al estilo haut, y en todos los casos fue un asunto interno cetagandés. —Miró el rostro intensamente preocupado de Greenlaw, y añadió con lo que esperaba que no sonara a falsa seguridad—: No hubo dispersión ni biorrebote de esos incidentes, que sepamos.

Venn miró a Greenlaw.

—Entonces, ¿llevamos a este prisionero a un hospital o a una celda?

Greenlaw guardó un momento de silencio.

—A la clínica de la Universidad de la Estación Graf —dijo—. Directamente a la unidad de aislamiento infeccioso. Creo que necesitamos a nuestros mejores expertos en esto, y lo más rápidamente posible.

—¡Pero seré un blanco fácil! —objetó Gupta—. ¡Estaba cazando al bastardo cetagandés y ahora él, o ello, o lo que sea me cazará a mí!

—Estoy de acuerdo con esta evaluación —dijo Miles rápidamente—. Dondequiera que lleven a Gupta, el lugar debe ser mantenido en estricto secreto. El hecho de que ha sido detenido debería ser silenciado… ¡Santo Dios!, este arresto no habrá aparecido ya en el noticiario, ¿no?

Eso habría llevado la noticia del paradero de Gupta a todos los rincones de la Estación…

—No oficialmente —dijo Venn, incómodo.

Miles supuso que apenas importaba. Docenas de cuadris habían sido testigos de cómo traían al hombre, además de todos los que habían visto pasar a la cuadrilla de Bel. Los cuadris de Muelles y Atraques sin duda alardearían de su captura ante todos sus conocidos. El chismorreo estaría en todas partes.

—Les suplico entonces que difundan la noticia de su atrevida huida además de boletines informativos en los que se pida a todos los ciudadanos que sigan buscándolo.

El ba había matado a cuatro personas para mantener su secreto; ¿estaría dispuesto a matar a cincuenta mil?

—¿Una campaña de desinformación? —Greenlaw arrugó los labios con repugnancia.

—Las vidas de todos lo que están a bordo de la Estación dependerán de ello. El secreto es su mejor esperanza de seguridad. También Gupta. Después de eso, los guardias…

—¡Mi gente ya está al límite! —protestó Venn. Dirigió a Greenlaw una mirada suplicante.

Miles hizo un gesto de reconocimiento con la mano abierta.

—No me refiero a patrulleros, sino a guardias que sepan qué están haciendo, entrenados en procedimientos de biodefensa.

—Tendremos que recurrir a especialistas de la Milicia de la Unión —dijo Greenlaw con decisión—. Cursaré la solicitud. Pero tardarán… algún tiempo en llegar aquí.

—Mientras tanto —dijo Miles—, puedo prestarles personal entrenado.

Venn hizo una mueca.

—Tengo un bloque de detención lleno con su personal. No me impresiona mucho su entrenamiento.

Miles contuvo un respingo.

—Ellos no. Cuerpo médico militar.

—Consideraré su oferta —dijo Greenlaw contemporizando.

—Algunos de los médicos veteranos de Vorpatril deben tener experiencia en esta área. Si no nos dejan llevar a Gupta a lugar seguro en una de nuestras naves, por favor, deje que ellos vengan a la Estación para ayudarlos.

Greenlaw entornó los ojos.

—Muy bien. Aceptaremos a cuatro voluntarios. Desarmados. Bajo la directa supervisión y a las órdenes de nuestros expertos médicos.

—De acuerdo —dijo Miles instantáneamente.

Era el mejor acuerdo que podía obtener, por el momento. El aspecto médico de aquel problema, por aterrador que fuera, tenía que quedar en manos de los especialistas; estaba fuera del alcance de Miles. Pero capturar al ba antes de que pudiera causar más daños…

—Los haut no son inmunes al fuego de aturdidor. Yo… recomiendo —no podía ordenar, no podía exigir y, sobre todo, no podía gritar—, que comuniquen sin armar jaleo a todos sus patrulleros que disparen contra el ba, Dubauer, nada más verlo. Una vez que haya sido abatido, podremos resolver las cosas a nuestra conveniencia.

Venn y Greenlaw intercambiaron una mirada con el magistrado.

—Iría contra las reglas emboscar al sospechoso si no es acusado de un crimen, no se resiste al arresto o no huye —dijo Leutwyn con voz forzada.

—¿Y las bioarmas? —murmuró Venn.

El magistrado tragó saliva.

—Asegúrese de que sus patrulleros no fallan el primer tiro.

—Su observación queda anotada, señor.

¿Y si el ba permanecía oculto? Cosa que, ciertamente, había conseguido hacer durante las últimas veinticuatro horas…

¿Qué quería el ba? Liberar su cargamento, y matar a Guppy antes de que pudiera hablar, presumiblemente. ¿Qué sabía el ba, a estas alturas? O qué no sabía. No sabía que Miles había identificado su cargamento, ¿no? «¿Dónde demonios está Bel?»

—Emboscada —repitió Miles—. Hay dos lugares donde podrían preparar una emboscada para el ba. Donde lleven a Guppy…, o mejor aún, donde el ba crea que llevan a Guppy. Si no quieren decir que ha escapado, entonces llévenlo a un lugar oculto y preparen un segundo lugar menos secreto donde poner un cebo. Luego, otra trampa en la Idris. Si Dubauer solicita permiso para volver a subir a bordo, cosa que pretendía hacer la última vez que nos vimos, autoricen la petición. Entonces cierren la trampa cuando entre en la bodega de carga.

—Eso es lo que iba a hacer yo —dijo Gupta resentido—. Si me hubieran dejado hacer, todo habría terminado ya.

Miles estuvo interiormente de acuerdo, pero no podía decirlo en voz alta. Alguien habría podido recalcar quién había presionado para que arrestaran a Gupta.

Greenlaw tenía un aspecto sombrío y pensativo.

—Me gustaría inspeccionar ese supuesto cargamento. Es posible que viole suficientes normas para merecer que lo retengamos aparte del resto de la carga de su nave.

El magistrado se aclaró la garganta.

—Eso podría complicarse mucho legalmente, Selladora. Más todavía. Los cargamentos que no se descargan para ser trasladados, aunque sean cuestionables, tienen normalmente permiso para pasar sin ningún comentario legal. Se considera que son responsabilidad territorial de la política de registro del transportador, a menos que sean un peligro público inminente. Un millar de fetos, si eso es lo que son, constituyen… ¿qué amenaza?

Inmovilizarlos supondría un horrible peligro, pensó Miles. Sin duda atraería la atención de Cetaganda sobre el Cuadrispacio. Hablando por experiencia histórica y personal, eso no era necesariamente buena cosa.

—Yo también quiero confirmarlo por mí mismo —dijo Venn—. Y dar órdenes a mis guardias personalmente, y calcular dónde colocar a mis francotiradores.

—Y me necesitan a mí, para entrar en la bodega de carga —recalcó Miles.

—No, sólo necesitamos sus códigos de seguridad —dijo Greenlaw. Miles sonrió dulcemente. La mandíbula de Greenlaw se tensó. Al cabo de un momento, gruñó—: Muy bien. Vamos, Venn. Usted también, magistrado. Y —suspiró brevemente—, usted, lord Auditor Vorkosigan.

Los dos cuadris que se habían encargado antes de él envolvieron a Gupta en biobarreras; una elección lógica, aunque no fue de su agrado. Le pusieron también guantes y ropa y se lo llevaron sin permitirle que tocara nada más. El anfibio sufrió todo esto sin protestar. Parecía completamente exhausto.

Garnet Cinco se marchó con Nicol al apartamento de ésta, donde las dos cuadris planeaban apoyarse mutuamente mientras esperaban noticias de Bel.

—Llámame —le susurró Nicol a Miles en voz baja mientras se marchaba flotando. Miles asintió, y rezó en silencio para que no tuviera que ser una de esas llamadas difíciles.

Su breve llamada vid a la Príncipe Xav y el almirante Vorpatril fue bastante difícil. Vorpatril se puso casi tan blanco como su pelo cuando Miles terminó de ponerlo al día. Prometió enviar una selección de voluntarios médicos a velocidad de emergencia.

La procesión hacia la Idris, finalmente, estuvo formada por Venn, Greenlaw, el magistrado, dos patrulleros cuadris, Miles y Roic. La zona de atraque estaba tan oscura y silenciosa como… ¿había sido sólo el día anterior? Uno de los dos guardias cuadris, observado con diversión por el otro, se había bajado del flotador y estaba encogido en el suelo. Evidentemente, estaba jugando a un juego de gravedad con trocitos de metal brillante y una pelotita de goma, que consistía al parecer en hacer rebotar la pelota en el suelo, recogerla y conseguir que pasara entre las piezas de metal entre bote y bote. Para hacerlo más interesante, se cambiaba de mano a cada pase. Al ver a sus visitantes, el guardia recogió rápidamente el juego y volvió a montarse en su flotador.

Venn fingió no verlo y preguntó simplemente si había sucedido algo importante durante su turno. No sólo ninguna persona sin autorización había intentado pasar, sino que del comité investigador eran las primeras personas vivas que los aburridos cuadris veían desde que habían relevado al turno anterior.

Venn se entretuvo con sus patrulleros para preparar la emboscada con aturdidores, por si aparecía el ba, y Miles condujo a Roic, Greenlaw y el magistrado a la nave.

Las brillantes filas de replicadores de la bodega de carga alquilada por Dubauer no habían cambiado desde el día anterior. Greenlaw apretó los labios y guió su flotador por toda la bodega para hacer un primer repaso, y luego se detuvo a contemplar los pasillos. A Miles le pareció que casi podía verla multiplicar mentalmente. Leutwyn y ella se acercaron luego a Miles cuando éste activó unos cuantos paneles de control para mostrar el contenido de los replicadores.

Fue casi una repetición de lo del día antes, excepto que… varios indicadores brillaban en ámbar en vez de en verde. Un examen más atento reveló que eran medidores de tensión, que incluían niveles de adrenalina. ¿Tenía razón el ba y los fetos estaban alcanzando algún tipo de límite biológico en sus contenedores? ¿Era el primer signo de un crecimiento peligroso? Mientras Miles observaba, un par de luces volvieron por su cuenta al tono verde más tranquilizador. Miles se dispuso a mostrar las imágenes de vid de los fetos para que las vieran Greenlaw y Leutwyn. La cuarta que activó mostró un fluido amniótico nublado de sangre escarlata cuando se encendió la luz. Miles contuvo la respiración. ¿Cómo…?

Sin duda eso no era normal. La única posible fuente de sangre era el feto mismo. Comprobó de nuevo los niveles de tensión (éste mostraba un montón de señales en ámbar), y luego se alzó de puntillas y observó la imagen con más atención. La sangre parecía brotar de un pequeño corte en la espalda del bebé haut. La luz roja, intentó tranquilizarse Miles, hacía que pareciese peor de lo que era.

La voz de Greenlaw junto a su oído le hizo dar un respingo.

—¿Le pasa algo a éste?

—Parece haber sufrido algún tipo de herida mecánica. Eso… no debería ser posible, en un replicador sellado.

Pensó en Aral Alexander y Helen Natalia, y se le formó un nudo en el estómago.

—Si tienen algún experto cuadrúmano en reproducción por replicador, tal vez no sea mala idea que venga a echar un vistazo.

Miles dudaba que fuera una especialidad en la que los médicos militares de la Príncipe Xav pudieran resultar de mucha ayuda.

Venn apareció en la puerta de la bodega, y Greenlaw repitió la mayor parte de la explicación de Miles.

La expresión de Venn cuando contempló los replicadores reflejó su preocupación.

—Ese hombre rana no mentía. Esto es muy extraño.

El comunicador de muñeca de Venn zumbó, y éste se excusó y se apartó flotando hasta un extremo de la sala y se puso a conversar en voz baja con el subordinado que hacía la llamada. Empezó en voz baja, al menos, hasta que gritó:

—¿Qué? ¿Cuándo?

Miles abandonó su preocupado estudio del niño haut herido, y se acercó a Venn.

—A eso de las 02.00, señor —respondió una voz apurada desde el comunicador de muñeca.

—¡Eso no estaba autorizado!

—Sí lo estaba, jefe, debidamente. El práctico Thorne lo autorizó. Como era el mismo pasajero que había subido a bordo ayer, el que tenía que atender el cargamento viviente, no creímos que fuera nada raro.

—¿A qué hora se marcharon? —preguntó Venn. Su rostro era una máscara de desazón.

—No durante nuestro turno, señor. No sé qué sucedió después de eso. Me fui directamente a casa y derecho a la cama. No vi el boletín de búsqueda del práctico Thorne en las noticias hasta que me levanté para desayunar hace unos pocos minutos.

—¿Por qué no reflejó este hecho en su informe al finalizar el turno?

—El práctico Thorne dijo que no lo hiciera —la voz vaciló—. Al menos… el pasajero sugirió que podríamos querer dejarlo off the record, para no tener que enfrentarnos a otros pasajeros que exigieran tener también acceso si se enteraban, y el práctico Thorne asintió y dijo que sí.

Venn dio un respingo, y tomó aliento.

—Ya no tiene remedio, patrullero. Informó usted en cuanto lo supo. Me alegro de que por lo menos se enterara por las noticias. Continuaremos a partir de aquí. Gracias.

Venn cortó la comunicación.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó Miles. Roic se había acercado y esperaba a su lado.

Venn se sujetó la cabeza con las manos superiores y gruñó.

—Mi guardia nocturno en la Idris acaba de despertarse y vio en el boletín que Thorne había desaparecido. Dice que Thorne vino aquí anoche a eso de las 02.00, y que hizo pasar a Dubauer ante los guardias.

—¿Dónde fue Thorne después?

—Al parecer, escoltó a Dubauer a bordo. Ninguno de ellos salió mientras mi equipo del turno de noche estaba de guardia. Discúlpeme. Tengo que hablar con mi gente.

Venn agarró el control de su flotador y salió bruscamente de la bodega de carga.

Miles estaba anonadado. ¿Cómo podía haber pasado Bel de una incómoda, pero relativamente segura, siesta en un contenedor de reciclaje a esta acción en poco más de una hora? Garnet Cinco había tardado seis o siete horas en despertarse. Su confianza en la declaración de Gupta disminuyó de golpe.

—¿Puede su amigo herm ser un renegado, milord? —preguntó Roic, los ojos entornados—. ¿O haber sido sobornado?

El magistrado Leutwyn miró a Greenlaw, que parecía enferma de inseguridad.

—Antes dudaría de… de mí mismo —dijo Miles. Y eso era decir poco de Bel—. Aunque el práctico puede que haya sido sobornado con el cañón de un disruptor apuntando a su espalda, o algo equivalente. —No estaba seguro de querer imaginar siquiera el equivalente en bioarmas del ba—. Bel estaría intentando ganar tiempo, seguro.

—¿Cómo pudo ese ba encontrar al práctico cuando nosotros no pudimos? —preguntó Leutwyn.

Miles vaciló.

—El ba no estaba persiguiendo a Bel. Perseguía a Guppy. Si el ba estaba cerca cuando Guppy atacó a sus perseguidores… el ba puede haber aparecido inmediatamente después, o incluso haber sido testigo. Y se permitió desviar sus prioridades, o alterarlas, ante la inesperada oportunidad de ganar acceso a su cargamento a través de Bel.

¿Qué prioridades? ¿Qué quería el ba? Bueno, a Gupta muerto, sin duda, y doblemente ahora que el anfibio había sido testigo de su operación clandestina inicial y de los asesinatos que el ba había cometido intentando borrar su pista. Pero el hecho de que el ba hubiera estado tan cerca de su objetivo, y sin embargo se hubiera desviado, sugería que la otra prioridad era abrumadoramente más importante.

El ba había hablado de destruir por completo su supuesto cargamento animal; también había hablado de tomar muestras de tejidos para congelarlos. El ba había dicho una mentira tras otra, ¿pero y si esto era la verdad? Miles se dio media vuelta para contemplar el pasillo lleno de replicadores. La imagen se formó sola en su mente: el ba trabajando todo el día, con implacable velocidad y concentración. Aflojando la tapa de cada replicador, atravesando membrana, fluido y piel suave con una aguja de muestras, guardando las agujas, fila tras fila, en una unidad congeladora del tamaño de una maleta pequeña. Miniaturizando la esencia de su carga genética y convirtiéndola en algo que podía transportar en una mano. ¿Al coste de abandonar los originales? ¿Destruyendo las pruebas?

«Tal vez lo ha hecho, y no podemos ver los efectos todavía.» Si el ba podía hacer que cuerpos adultos se derritieran en cuestión de horas y se convirtieran en charcos viscosos, ¿qué no podría hacer con cuerpos tan pequeños?

El cetagandés no era estúpido. Su plan habría salido bien de no ser por Gupta, que lo había seguido hasta allí, y atraído a Solian…, cuya desaparición había llevado al lío con Corbeau y Garnet Cinco, que había llevado al desordenado asalto del puesto de seguridad cuadri, que había provocado la inmovilización de la flota, incluido el precioso cargamento del ba. Miles sabía exactamente cómo se sentía uno cuando una misión cuidadosamente planeada se iba al garete por una serie de casualidades desafortunadas. ¿Cómo respondería el ba a esa enfermiza y dolorosa desesperación? Miles no había calibrado bien al ba, a pesar de haberlo visto dos veces. El ba era tranquilo y sibilino y controlado. Podía matar con una caricia, sonriendo.

Pero si el ba estaba reduciendo su carga al mínimo, sin duda no lastraría su huida con un prisionero.

—Creo —dijo Miles, y tuvo que detenerse y aclararse la garganta. Bel intentaría ganar tiempo. Pero si el tiempo y la inventiva se le acabaran y no viniera nadie, no viniera nadie, no viniera nadie…—. Creo que Bel podría estar todavía a bordo de la Idris. Debemos registrar la nave. De inmediato.

Roic miró en derredor, con aspecto asombrado.

—¿Toda entera, milord?

Miles iba a gritar: «¡Sí!», pero su cerebro lo convirtió en:

—No. Bel no tenía códigos de acceso más allá del control cuadri de la compuerta. El ba sólo tenía códigos para esta bodega y su propio camarote. Todo lo que estaba cerrado antes, debería estarlo todavía. Como primer paso, comprobemos solamente los espacios no asegurados.

—¿No deberíamos esperar a los patrulleros del jefe Venn? —preguntó Leutwyn, incómodo.

—Si intenta subir a bordo alguien que no haya estado expuesto ya, juro que yo mismo lo aturdiré antes de que pueda atravesar la compuerta. No estoy bromeando. —La voz de Miles sonó ronca de convicción.

Leutwyn pareció arredrarse, pero Greenlaw, después de un momento de silencio, asintió.

—Comprendo lo que quiere decir, lord Auditor Vorkosigan. Estoy de acuerdo.

Se agruparon por parejas, la decidida Greenlaw seguida por el asombrado magistrado, Roic al lado de Miles. El camarote del ba estaba vacío, como antes. Había otros cuatro camarotes sin cerrar, tres presumiblemente porque los habían vaciado de pertenencias, el último al parecer por puro descuido. La enfermería estaba sellada, como lo estaba después de la inspección de Bel con los tecnomeds la noche anterior. El puente estaba completamente asegurado. En la cubierta de arriba, la cocina estaba abierta, así como algunas zonas de esparcimiento, pero no encontraron ningún herm betano ni restos descompuestos de forma antinatural. Greenlaw y Leutwyn informaron de que las otras bodegas del gran cilindro compartido por el cargamento del ba estaban adecuadamente selladas. Descubrieron que Venn había encontrado una comconsola en el salón de pasajeros; cuando se enteró de la nueva teoría de Miles, palideció y se unió al grupo de Greenlaw. Cinco cabinas más que comprobar.

En la cubierta situada bajo la zona de pasajeros, la mayor parte de las zonas de utillaje e ingeniería permanecían cerradas. Pero la puerta del Departamento de Reparaciones Menores se abrió cuando Miles tocó su cerradura de control.

Tres cámaras adjuntas estaban llenas de bancos, herramientas y equipo de diagnóstico. En la segunda cámara, Miles encontró un banco con tres cápsulas de salvamento unipersonales desinfladas marcadas con el logo y los números de serie de la Idris. Aquellos globos de piel dura y tamaño humano estaban equipados con el suficiente equipo reciclador de aire y energía para mantener a un pasajero vivo en una presurización de emergencia hasta que llegara el equipo de rescate. Sólo había que meterse dentro, cerrarlo, y pulsar el botón de encendido. Las unicápsulas requerían un mínimo de instrucción, sobre todo porque no se podía hacer gran cosa una vez estabas atrapado dentro. Las había en cada camarote, bodega y pasillo de la nave, almacenadas en los armarios de emergencia de las paredes.

En el suelo, junto al banco, había una unicápsula completamente hinchada, como si la hubieran dejado allí en mitad de una comprobación cuando los cuadris hicieron evacuar la nave.

Miles se acercó a una de las portillas redondas de la cápsula, y se asomó.

Bel estaba sentado dentro, las piernas cruzadas, completamente desnudo. El herm tenía los labios entreabiertos y los ojos vidriosos y distantes. Tan quieto estaba que Miles temió estar contemplando ya la muerte, pero entonces el pecho de Bel se alzó y bajó, los pechos temblando con los estertores que sacudían su cuerpo. En el rostro inexpresivo el tono rojizo de la fiebre floreció y se desvaneció.

«¡No, Dios, no!» Miles intentó pulsar el sello de la cápsula, pero su mano se detuvo y cayó; apretó el puño con tanta fuerza que las uñas se le hundieron en la palma como cuchillos. «No…»

14

«Primer paso. Sellar la zona biocontaminada.»

¿Estaba cerrada la compuerta de acceso cuando el grupo había entrado en la Idris? Sí. ¿La había abierto alguien desde entonces?

Miles se llevó a los labios el comunicador de muñeca y pronunció el código de contacto de Venn. Roic se acercó a la unicápsula, pero se detuvo cuando Miles agitó una mano: agachó la cabeza y miró más allá del hombro de Miles, y sus ojos se abrieron de par en par.

Los pocos segundos de espera mientras el programa de búsqueda del comunicador de muñeca localizaba a Venn parecieron fluir como aceite frío. Finalmente, se oyó la voz irritada del jefe de personal.

—Aquí Venn. ¿Qué pasa ahora, lord Vorkosigan?

—Hemos encontrado al práctico Thorne. Atrapado en una unicápsula en la sección de ingeniería. El herm parece drogado y muy enfermo. Creo que tenemos un caso urgente de biocontaminación, al menos de Clase Tres y posiblemente de Clase Cinco. —El nivel más extremo, epidemia de guerra biológica—. ¿Dónde están todos ustedes ahora?

—En la Cabina de Carga Número Dos. La Selladora y el magistrado están conmigo.

—¿Nadie ha intentado entrar ni salir de la nave desde que subimos a bordo? ¿No han salido por ningún motivo?

—No.

—¿Entiende la necesidad de permanecer así hasta que sepamos a qué demonios nos estamos enfrentando?

—¿Qué, cree que estoy lo bastante loco para llevar una plaga infernal a mi propia Estación?

Touché.

—Muy bien, jefe. Ya veo que pensamos lo mismo respecto a este asunto.

«Segundo paso. Alertar a las autoridades médicas de tu distrito.» A todas ellas.

—Voy a informar de esto al almirante Vorpatril y solicitar ayuda médica. Supongo que la Estación Graf tendrá sus propios protocolos de emergencia.

—En cuanto deje usted libre mi comunicador.

—Bien. En cuanto sea posible, pretendo romper los tubos de sellado y apartar un poco la nave de su zona de atraque, sólo para asegurarnos. Si usted o la Selladora quieren advertir al control de tráfico de la Estación, además de dar permiso a la lanzadera que envíe Vorpatril, tanto mejor. Mientras tanto… le insto urgentemente a que selle las compuertas entre su cabina y esta sección central hasta que… hasta que sepamos más. Busque los controles atmosféricos de su cabina y pónganse en circulación interna, si pueden. Yo no… he decidido todavía qué hacer con esta maldita unicápsula. Naism… Vorkosigan fuera.

Cortó la comunicación y contempló con angustia la fina pared que lo separaba de Bel. ¿Hasta qué punto sería una barrera anti-biocontaminación eficaz la piel de una unicápsula sellada? Probablemente lo era bastante, aunque no la hubieran fabricado para tal fin. Una nueva y horrible idea de dónde buscar a Solian, o más bien los restos orgánicos del teniente que pudieran quedar, asomó ineludiblemente la imaginación de Miles.

Con esa deducción llegaron una nueva esperanza y un nuevo terror. Solian había sido eliminado hacía semanas, probablemente a bordo de aquella misma nave, en un momento en que pasajeros y tripulación se movían libremente entre la Estación y la nave. No había estallado ninguna epidemia todavía. Si Solian había sido disuelto con el mismo método de pesadilla que los compañeros de Gupta, dentro de una unicápsula, que luego había sido plegada y quitada de en medio… dejar a Bel en la cápsula con los sellos sin romper podría mantener a todo el mundo perfectamente a salvo.

A todo el mundo, por supuesto, excepto a Bel…

No estaba claro si el periodo de incubación o de latencia de la infección era regulable, aunque lo que Miles estaba viendo ahora sugería que sí. Seis días para Gupta y sus amigos. ¿Seis horas para Bel? Pero la enfermedad o el veneno o el artilugio biomolecular, fuera lo que fuese, había matado rápidamente a los jacksonianos cuando se activó, en sólo unas cuantas horas. ¿Cuánto tiempo tenía Bel hasta que la intervención fuera inútil? ¿Antes de que los sesos del herm empezaran a convertirse en una borboteante masa gris por todo su cuerpo…? ¿Horas, minutos, era ya demasiado tarde? ¿Y qué intervención podía ayudar?

«Gupta sobrevivió a esto. Por tanto, es posible sobrevivir.» Su mente se aferró a ese hecho como un pitón se clava en una superficie rocosa. «Agárrate y escala, muchacho.»

Se llevó el comunicador a los labios y llamó por el canal de emergencia al almirante Vorpatril.

Vorpatril respondió casi inmediatamente.

—¿Lord Vorkosigan? El escuadrón médico que solicitó llegó a la estación cuadri hace unos minutos. Deberían presentarse ante usted de un momento a otro para ayudarle con el reconocimiento de su prisionero. ¿No se han presentado todavía?

—Puede que lo hayan hecho, pero ahora estoy a bordo de la Idris, junto con el soldado Roic. Y, por desgracia, junto con la Selladora Greenlaw, el magistrado Leutwyn y el jefe Venn. Hemos ordenado que sellen la nave. Parece que tenemos a bordo un incidente de biocontaminación.

Repitió la descripción de Bel que le había dado a Venn, con unos cuantos detalles más.

Vorpatril soltó una imprecación.

—¿Envío una cápsula personal para recogerlo, milord?

—De ninguna manera. Si hay algo contagioso suelto por aquí…, circunstancia que no está descartada todavía…, ya es, hum, tarde.

—Le enviaré al escuadrón médico de inmediato.

—A todos no, maldición. Quiero que algunos de los nuestros se queden con los cuadris, examinando a Gupta. Es de la mayor urgencia averiguar por qué sobrevivió. Como puede que tengamos que estar aquí durante un tiempo, no comprometa a más hombres de los necesarios. Pero envíeme a los más listos. Con trajes bioprotectores para Nivel Cinco. Puede enviar con ellos todo el equipo que quiera a bordo, pero nada ni nadie saldrá de esta nave hasta que este asunto esté resuelto.

O hasta que la epidemia se los lleve a todos… Miles tuvo una visión de la Idris remolcada y abandonada lejos de la Estación, una tumba intocable para todos los que estaban a bordo. Un sepulcro jodidamente caro, por si servía de consuelo. Se había enfrentado a la muerte antes y, una vez al menos, había perdido, pero la solitaria fealdad de ésta le hizo estremecerse. Sospechaba que no habría posibilidad de hacer trampas con ninguna criocámara, esta vez. No para las últimas víctimas, desde luego.

—Voluntarios solamente, ¿me comprende, almirante?

—Le comprendo —dijo Vorpatril, sombrío—. Me pongo en marcha, lord Vorkosigan.

—Bien. Vorkosigan fuera.

¿Cuánto tiempo tenía Bel? ¿Media hora? ¿Dos horas? ¿Cuánto tiempo tardaría Vorpatril en agrupar aquel nuevo contingente de voluntarios médicos y su compleja carga? Más de media hora, de eso estaba seguro. ¿Y qué podrían hacer cuando llegaran?

Además de haber sido alterado genéticamente, ¿qué tenía Gupta que no tuvieran los demás?

¿Su tanque? Respiraba por branquias… Bel no tenía branquias, de eso no había ninguna ayuda. El agua fría fluyendo sobre el cuerpo de rana, las manos palmípedas, a través de las branquias llenas de sangre, helando su sangre… ¿Era posible que aquel biodisolvente del infierno fuera sensible al calor o lo activara la temperatura?

¿Un baño de agua helada? La visión asomó a su mente y sus labios esbozaron una feroz sonrisa. Una técnica poco sofisticada, pero probablemente rápida para reducir la temperatura corporal, eso seguro. Él podía garantizar personalmente los efectos. «Gracias, Iván.»

—¿Milord? —preguntó Roic, preocupado por su aparente parálisis.

—Tenemos que correr como el diablo. Ve a la cocina y mira a ver si hay hielo. Si no hay, pon en marcha la maquinaria que haya a toda potencia. Luego reúnete conmigo en la enfermería. —Tenía que moverse rápido, ser listo—. Puede que allí tengan trajes bioprotectores.

Por la expresión del rostro de Roic, no entendía nada, pero al menos siguió a Miles, quien salió corriendo pasillo abajo. Subieron en el ascensor los dos pisos hasta el nivel que albergaba la cocina, la enfermería y las zonas de recreo. Más agotado de lo que se atrevía a reconocer, Miles indicó a Roic el camino y corrió a la enfermería situada en el fondo de la cabina central. Una frustrante pausa mientras tecleaba el código de acceso, y entró en la pequeña enfermería.

Las instalaciones eran exiguas: dos pequeños pabellones, aunque ambos con capacidad de biocontención de al menos Nivel Tres, más una sala de reconocimiento equipada para cirugía menor que también albergaba la farmacia. Las intervenciones quirúrgicas importantes y los heridos graves eran trasladados a una de las naves militares de escolta, equipadas con enfermerías mejor equipadas. Sí, uno de los cuartos de baño tenía una bañera esterilizable para tratamientos; Miles imaginó a los infelices pasajeros con infecciones de piel chapoteando allí dentro. Armarios llenos de equipo de emergencia. Los abrió todos. Encontró el sintetizador sanguíneo, un cajón lleno de misterioso y escalofriante instrumental diseñado tal vez para pacientes femeninas y una estrecha plataforma flotante para transporte de pasajeros, de pie, al fondo de un alto armario, con dos trajes bioprotectores, ¡sí! Uno demasiado grande para Miles, el otro demasiado pequeño para Roic.

Podía ponerse el que le quedaba demasiado grande: no sería la primera vez. El otro, imposible. No tenía justificación poner en peligro a Roic, así que…

Roic llegó corriendo.

—He encontrado la nevera, señor. Por lo visto nadie la desconectó cuando evacuaron la nave. Está repleta.

Miles sacó su aturdidor y lo colocó sobre la mesa de reconocimiento, y empezó a meterse en el traje bioprotector.

—¿Qué demonios está haciendo, milord? —preguntó Roic, alarmado.

—Vamos a traer a Bel aquí. O, al menos, lo voy a traer yo. Los médicos querrán ponerlo en tratamiento aquí, de todas formas. —Si había tratamiento—. Tengo una idea. A ver si podemos hacer unos primeros auxilios rápidos y burdos. Creo que Guppy sobrevivió porque el agua de su tanque mantuvo su temperatura baja. Ve a ingeniería. Intenta encontrar un traje de presión que te venga bien. Si… cuando lo encuentres, házmelo saber, y póntelo de inmediato. Luego reúnete conmigo donde está Bel. ¡Vamos!

Roic, el rostro decidido, se puso en marcha. Miles usó los preciosos segundos para correr a la cocina, llenar una bolsa de basura de plástico con hielo, arrastrarla hasta la enfermería en la plataforma flotante. Vertió el hielo en la bañera. Luego fue por una segunda bolsa. Entonces sonó su comunicador de muñeca.

—He encontrado un traje, milord. Me viene justo, creo. —La voz de Roic osciló cuando, presumiblemente, movió el brazo. Un sonido de roce y un leve gruñido indicaron que la prueba había tenido éxito—. Cuando termine de ponérmelo, no podré usar mi comunicador de muñeca, seguro. Tendré que ponerme en contacto con usted a través de un canal público.

—Tendremos que vivir con eso. Contacta con Vorpatril a través de tu traje en cuanto estés sellado; asegúrate de que sus médicos puedan comunicarse cuando traigan su cápsula a una de las compuertas externas. ¡Asegúrate de que no intenten pasar por la misma cabina donde los cuadris se han refugiado!

—Sí, milord.

—Nos vemos en Reparaciones Menores.

—Sí, milord. Me pongo el traje.

El canal quedó mudo.

Lamentándolo, Miles cubrió su comunicador de muñeca con el guante izquierdo del traje bioprotector. Se metió el aturdidor en uno de los bolsillos sellables del muslo, y luego ajustó el flujo de oxígeno con unos golpecitos en el indicador de control de su brazo izquierdo. Las luces del visor del casco le indicaron que estaba aislado de su entorno. La leve presión positiva dentro del traje demasiado grande lo hinchó hasta dejarlo algo gordo. Se dirigió hacia el tubo elevador con aquellas botas demasiado anchas, tirando de la plataforma flotante.

Roic bajaba por el pasillo cuando Miles terminaba de meter la plataforma por la puerta de Reparaciones Menores. El traje de presión del hombre de armas, marcado con los números de serie del Departamento de Ingeniería de la Idris, resultaba tan protector como el atuendo de Miles, aunque sus guantes eran más gruesos y más incómodos. Miles le indicó que se inclinara hacia él, tocando con su visor el casco de Roic.

—Vamos a reducir la presión de la unicápsula para desinflarla en parte, luego subiremos a Bel a la plataforma flotante y lo llevaremos arriba. No voy a abrir la cápsula hasta que estemos en el pabellón con las barreras moleculares activadas.

—¿No deberíamos esperar a los médicos de la Príncipe Xav, milord? —preguntó Roic, nervioso—. Estarán aquí muy pronto.

—No. Porque no sé si es demasiado tarde. No me atrevo a abrir la cápsula de Bel en la atmósfera de la nave, así que voy a tratar de unir un tubo a otra cápsula como desagüe. Ayúdame a buscar cinta aislante, y algo que usar como tubería.

Roic le dirigió un gesto bastante frustrado de obediencia, y empezó a rebuscar en los bancos y cajones.

Miles se asomó de nuevo a la portilla.

—¿Bel? ¡Bel! —gritó a través del visor y la piel de la cápsula. Su voz sonó apagada, sí, pero tendría que haber sido audible, maldición—. Vamos a trasladarte. Aguanta.

Bel permanecía inmóvil, al parecer, desde hacía unos minutos, todavía con la mirada vidriosa y pasiva. Tal vez no fuera la infección, trató de animarse Miles. ¿Con cuántas drogas lo habían atacado la noche anterior para obtener su cooperación? Asaltado por Gupta, estimulado para recuperar la consciencia por el ba, repleto de hipnóticos, posiblemente, para el trayecto hasta la Idris y el engaño a los guardias cuadris. Tal vez pentarrápida después, y algunos sedantes para dejarlo tranquilo mientras el veneno actuaba, ¿quién sabía?

Miles arrojó al suelo otra de las cápsulas. Si el residuo de Solian estaba dentro, bueno, aquello no iba a contaminarla más, ¿no? ¿Habrían pasado desapercibidos los restos de Bel el mismo tiempo que los de Solian, si Miles no hubiera llegado tan pronto? ¿Cuál era el plan del ba? Asesinar y eliminar el cadáver en un solo movimiento…

Se arrodilló junto a la unicápsula de Bel y abrió el panel de acceso a la unidad de control de presurización. Roic le tendió un tubo de plástico y tiras de cinta. Miles envolvió, rezó y giró varias válvulas de control. La bomba de aire vibró suavemente. El contorno redondo de la cápsula se suavizó y arrugó. La segunda cápsula se expandió, después de haber estado flácida y arrugada. Miles cerró válvulas, cortó tubos, selló, deseó tener unos cuantos litros de desinfectante que rociar alrededor. Mantuvo el tejido apartado del bulto que era la cabeza de Bel mientras Roic pasaba al herm a la plataforma.

La plataforma se movió a ritmo rápido: Miles habría deseado correr. Consiguieron llevar la carga a la enfermería, al pequeño pabellón, lo más cerca posible del estrecho cuarto de baño.

Miles indicó a Roic que se acercara de nuevo.

—Muy bien. Tú te quedas aquí. No hace falta que los dos entremos ahí. Quiero que salgas de la habitación y conectes las barreras moleculares. Luego quiero que estés preparado para ayudar en lo que sea necesario a los médicos de la Príncipe Xav.

—Milord, ¿está seguro de que no quiere que lo hagamos al revés?

—Estoy seguro. ¡Vete!

Roic, reacio, salió. Miles esperó hasta que las líneas de luz azul que indicaban que las barreras habían sido activadas cobraron vida en la puerta, y entonces se inclinó para abrir la cápsula y apartarla del cuerpo tenso y tembloroso de Bel. Incluso con los guantes puestos, sintió que la piel de Bel estaba abrasadoramente caliente.

Meter la plataforma y meterse él mismo en el cuarto de baño requirió algunos torpes movimientos pero por fin colocó a Bel sobre la bañera llena de hielo y agua. Empujón, resbalón, inmersión. Maldijo la plataforma y la rodeó para sostener la cabeza de Bel hacia arriba. El cuerpo del herm se estremeció por la impresión; Miles se preguntó si su tembloroso y teórico paliativo le provocaría en cambio a la víctima un ataque al corazón. Empujó la plataforma hasta la puerta, quitándola de en medio con un pie. Bel intentaba encogerse en posición fetal, una respuesta más esperanzadora que el coma con los ojos abiertos que Miles había observado hasta el momento. Miles le sumergió los miembros uno a uno y los mantuvo bajo el agua helada.

Miles sintió que los dedos se le aturdían con el frío, excepto donde tocaban a Bel. La temperatura corporal del herm apenas pareció afectada por aquel brutal tratamiento. Antinatural, en efecto. Pero al menos Bel dejó de estar cada vez más caliente. El hielo se derretía a ojos vistas.

Habían pasado algunos años desde la última vez que Miles viera a Bel desnudo, en una ducha o poniéndose o quitándose la armadura espacial en los vestuarios de una nave mercenaria. Tener cincuenta y tantos años no era ser viejo, para un betano, pero a pesar de todo, la gravedad empezaba claramente a ganarle la partida a Bel. «A todos nosotros.» En sus días Dendarii, Bel había convertido su deseo no correspondido de Miles en una serie de avances medio en broma, rechazados medio en serio. Ahora Miles se arrepintió de su juvenil reticencia sexual. Profundamente. «Tendríamos que haber aprovechado la ocasión entonces, cuando éramos jóvenes y bellos y ni siquiera lo sabíamos.» Y Bel había sido bello, a su propia manera irónica, viviendo y moviéndose con comodidad en un cuerpo atlético, sano y esbelto.

La piel de Bel estaba hinchada, moteada de rojo y pálida; la carne del hermafrodita, que resbalaba y giraba en el baño helado bajo las ansiosas manos de Miles, tenía una textura extraña, por momentos tensa e hinchada o magullada como una fruta aplastada. Miles llamó a Bel por su nombre, probó con su mejor voz de «el almirante Naismith te lo ordena», contó un chiste malo, todo sin lograr penetrar el vidrioso estupor del herm. Era mala idea llorar en un traje bioprotector, casi tanto como vomitar en un traje de presión. No te podías secar los ojos, ni sonar la nariz.

Y cuando alguien te tocaba en el hombro sin que te dieras cuenta, saltabas como si te hubieran pegado un tiro, y te miraban con cara rara a través de su visor y el tuyo.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿se encuentra usted bien? —dijo el cirujano de la Príncipe Xav, enfundado en su traje bioprotector, mientras se arrodillaba junto a él al borde de la bañera.

Miles luchó por controlarse.

—Estoy bien, de momento. Este herm está muy mal. No sé qué le han contado de todo esto.

—Me dijeron que podría encontrarme con una posible arma biológica cetagandesa de alto nivel, que ya ha matado a tres personas y dejado un solo superviviente. El hecho de que hubiera un superviviente me hizo dudar de la primera parte.

—Ah, no ha visto a Guppy todavía, entonces.

Miles tomó aliento, e hizo un breve resumen del relato de Gupta, o al menos de los aspectos biológicos pertinentes al caso. Mientras hablaba, sus manos no dejaron de mantener sumergidos los brazos y piernas de Bel, ni de echar cubos de hielo por la cabeza y el cuello del herm.

—No sé si fue la genética anfibia de Gupta, o algo que hizo, lo que le permitió sobrevivir a esta mierda infernal cuando sus compañeros no lo hicieron. Guppy dijo que su carne muerta humeaba. No sé de dónde viene todo este calor, pero no puede ser sólo fiebre. No puede reproducir la bioingeniería de Jackson's Whole, pero se me ocurrió que al menos podría reproducir el truco del tanque de agua. Empirismo descabellado, pero no me pareció que hubiera tiempo para más.

Una mano enguantada alzó los párpados de Bel, tocó al herm aquí y allá, presionó y sondeó.

—Comprendo.

—Es realmente importante —Miles tomó otra bocanada de aire para serenar su voz—, es realmente importante que este paciente sobreviva. Thorne no es un estacionario cualquiera. Bel fue… —Advirtió que no sabía el grado de seguridad del cirujano—. Si el práctico muere en nuestra custodia será un desastre diplomático. Otro más, quiero decir. Y… y el herm me salvó la vida ayer. Le debo… Barrayar le debe…

—Milord, haremos todo lo posible. Tengo a mi mejor equipo aquí: nos haremos cargo de él ahora. Por favor, milord Auditor, ¿quiere apartarse y dejar que sus hombres lo descontaminen?

Otra figura con traje de aislamiento, doctor o tecnomed, apareció en la puerta del cuarto de baño y le tendió al cirujano una bandeja de instrumental. Miles se vio obligado a apartarse mientras la primera aguja se clavaba en la carne inerte de Bel. Tuvo que admitir que allí dentro no quedaba espacio ni para su pequeña estatura. Se retiró.

La otra cama del pabellón había sido reconvertida en mesa de laboratorio. Una tercera figura ataviada con un traje bioprotector revisaba rápidamente lo que parecía ser una prometedora muestra de equipo que iba sacando de cajas y bolsas apiladas en una plataforma flotante sobre aquella superficie improvisada. El segundo técnico regresó del cuarto de baño y empezó a alimentar con trocitos de Bel los diversos analizadores químicos y moleculares situados en un extremo de la cama, mientras el tercer hombre colocaba más aparatos en el otro.

La alta figura de Roic esperaba junto a las barreras moleculares emplazadas en la puerta del pabellón. En las manos tenía un descontaminador lasersónico de alta potencia, un artículo militar familiar para los barrayareses. Alzó una mano, invitando a Miles, quien devolvió el saludo.

No iba a ganar nada quedándose allí y molestando al equipo médico. Sólo los distraería y entorpecería su trabajo. Reprimió el deseo desbocado de explicarles el derecho superior de Bel a sobrevivir, por su antiguo valor y su amor. Inútil. Bien podría dirigirse a los propios microbios. Ni siquiera los cetagandeses habían diseñado un arma que evaluara la virtud antes de masacrar a sus víctimas.

«Prometí llamar a Nicol. Dios, ¿por qué prometí eso?» Saber el estado actual de Bel sin duda sería más aterrador para ella que no saber nada. Miles decidió esperar un poco más, al menos hasta recibir el primer informe del cirujano. Si había esperanza para entonces, la compartiría. Si no había ninguna…

Atravesó despacio la zumbante barrera molecular, alzando los brazos para girarse ante el aún más fuerte rayo lasersónido del descontaminador de Roic. Hizo que Roic lo frotara y secara por todas partes, incluyendo palmas, dedos, las plantas de los pies y, nerviosamente, el interior de los muslos. El traje lo protegió de lo que de otro modo habría sido una desagradable quemazón que dejaba la piel rosada y el pelo chamuscado. No dejó que Roic parara hasta haberle repasado cada centímetro cuadrado. Dos veces.

Roic señaló el mando de control del brazo de Miles y gritó a través de su visor:

—Tengo el enlace comunicador de la nave en marcha, milord. Debería poder oírme a través del canal doce, si lo sintoniza. Los médicos están en el trece.

Rápidamente, Miles conectó el comunicador del traje.

—¿Puedes oírme?

La voz de Roic resonó junto a su oído.

—Sí, milord. Mucho mejor.

—¿Hemos volado los tubos de sellado y nos hemos apartado ya de las abrazaderas de atraque?

Roic pareció levemente frustrado.

—No, milord. —Cuando Miles alzó la barbilla en gesto interrogativo, añadió—: Hum… Verá, aquí sólo estoy yo. Nunca he pilotado una nave de salto.

—A menos que vayas a saltar, es igual que una lanzadera —le aseguró Miles—. Sólo que más grande.

—Nunca he pilotado una lanzadera tampoco.

—Ah. Bueno, vamos pues. Te enseñaré cómo.

Se marcharon al puente; Roic fue abriendo camino pulsando los cierres en código. Bien, tuvo que admitir Miles, mirando los diversos puestos de mando y sus controles, era una nave realmente muy grande. Sólo iba a ser un vuelo de diez metros. Estaba un poco desentrenado pilotando cápsulas y lanzaderas, pero la verdad, tal como eran algunos de los pilotos que había conocido, no podía ser tan difícil.

Roic lo observó lleno de admiración mientras Miles disimulaba su búsqueda de los controles del tubo de sellado… Ah, allí. Hicieron falta tres intentos para ponerse en contacto con el control de tráfico de la Estación, y luego con Muelles y Atraques. Si Bel hubiera estado allí, habría delegado inmediatamente su tarea en… Se mordió los labios, comprobando los permisos de salida de la zona de carga: sería el remate de las meteduras de pata de aquella misión apartarse de la Estación cargándose las abrazaderas de atraque, descomprimiendo la zona de carga y matando a un número indeterminado de patrulleros cuadri de guardia. Pasó del puesto de comunicación al asiento del piloto, apartó el casco de salto y cerró un instante los puños antes de activar los controles manuales.

Una pequeña presión de los calibradores laterales, un poco de paciencia, y un empujón contrario del lado opuesto dejó la enorme masa de la Idris flotando en el espacio a un tiro de piedra del costado de la Estación Graf. No es que una piedra allí hiciera otra cosa aparte de continuar eternamente…

«Ninguna bioepidemia puede cruzar este abismo», pensó con satisfacción, y luego pensó inmediatamente en lo que los cetagandeses podían hacer con esporas. «Espero.»

Demasiado tarde se le ocurrió que, si el cirujano de la Príncipe Xav retiraba la alerta de biocontaminación, atracar de nuevo iba a ser una tarea bastante más crítica y delicada. «Bueno, si despeja la nave, podremos importar un piloto entonces.» Miró la hora en un crono de pared. Apenas había pasado una hora desde que habían encontrado a Bel. Parecía un siglo.

—¿Es también piloto? —dijo una sorprendida y apagada voz femenina.

Miles se volvió en el asiento del piloto y encontró a los tres cuadris con sus flotadores en la puerta de la sala de control. Todos iban vestidos con trajes bioprotectores para cuadris, de un color verde pálido médico. Los identificó rápidamente. Venn era más grueso, la Selladora Greenlaw un poco más baja. El magistrado Leutwyn venía el último.

—Sólo en una emergencia —admitió—. ¿Dónde han conseguido los trajes?

—Mi gente los envió desde la Estación en una sonda robot —dijo Venn. También él llevaba el aturdidor en la parte exterior del traje.

Miles habría preferido que los civiles se hubieran quedado a salvo en la cabina de carga, pero ahora ya no se podía hacer nada al respecto.

—Que está todavía atracada a la compuerta, sí —dijo Venn, dejando a Miles con la palabra en la boca.

—Gracias —dijo Miles mansamente.

Quería desesperadamente frotarse la cara y los ojos, que le picaban, pero no pudo. ¿Y ahora qué? ¿Había hecho todo lo posible para contener aquella cosa? Vio el descontaminador que colgaba del hombro de Roic. Probablemente sería buena idea volver a ingeniería y esterilizar sus huellas.

—¿Milord? —preguntó Roic, solícito.

—¿Sí, soldado?

—He estado pensando. El guardia nocturno vio al práctico y al ba entrar en la nave, pero nadie informó de que hubieran salido. Encontramos a Thorne. Me estaba preguntando cómo abandonó la nave el ba.

—Gracias, Roic, sí. Y hace cuánto tiempo. Buena pregunta que responder a continuación.

—Cada vez que una de las escotillas de la Idris se abre, los grabadores vid se ponen en marcha automáticamente. Deberíamos poder acceder a los archivos desde aquí, creo, igual que desde la oficina de seguridad de Solian. —Roic dirigió una mirada desesperada a la apabullante colección de controles—. En alguna parte.

—Deberíamos, sí.

Miles abandonó el asiento del piloto y pasó al puesto del ingeniero de vuelo. Tras hurgar un poco entre los controles, y un breve retraso mientras uno de los códigos de anulación de Roic devolvía la calma tras la apertura de los cierres, Miles pudo sacar una copia del archivo de unos registros de seguridad similares a los que habían encontrado en la oficina de Solian y ante los que habían pasado tantas horas de estudio. Configuró la búsqueda para que presentara los datos en orden cronológico inverso.

El uso más reciente apareció primero en la placa vid, una bonita toma de la sonda robot automática atracando en la compuerta de personal externa que atendía a la Cabina de Carga Número Dos. Un Venn de aspecto ansioso asomó en su flotador. Descargó los trajes negros envueltos en bolsas de plástico, más otras cosas diversas: una gran caja con suministros de primeros auxilios, una caja de herramientas, un descontaminador parecido al de Roic y lo que podían ser armas algo más eficaces que los aturdidores. Miles cortó la escena y continuó la búsqueda hacia atrás.

Pocos minutos antes estaba la llegada de la patrulla militar de Barrayar en una pequeña lanzadera de la Príncipe Xav, que entró a través de una de las cuatro compuertas de personal. Los tres oficiales médicos y Roic eran claramente identificables, descargando su equipo con rapidez.

Una compuerta de carga en una de las cabinas de impulsores Necklin se abrió a continuación, y Miles contuvo la respiración. Una figura con un grueso traje de reparaciones extravehiculares marcado con varios números de la Sección de Ingeniería de la Idris pasó ante la cámara y se perdió en el vacío tras un breve estallido de sus jets. Los cuadris que flotaban tras Miles murmuraron y señalaron; Greenlaw sofocó una exclamación y Venn una imprecación.

El siguiente archivo los mostraba a ellos mismos (los tres cuadris, Miles, y Roic) entrando en la nave desde la bodega de carga para realizar su inspección, cualquiera sabía cuántas horas hacía de eso ya. Miles regresó inmediatamente a la figura misteriosa del traje de reparaciones. ¿A qué hora…?

—¡Mire, milord! —exclamó Roic—. ¡Se… se marchó apenas veinte minutos antes de que encontráramos al práctico! ¡El ba debía de estar todavía a bordo cuando llegamos! —Incluso a través del visor, su rostro adquirió un tono verdoso.

¿Meter a Bel en la unicápsula había sido una táctica para hacerles perder tiempo? Miles se preguntó si la sensación de agarrotamiento en el estómago y la tensión de su garganta podían ser los primeros síntomas de una epidemia biofabricada.

—¿Es ése nuestro sospechoso? —preguntó Leutwyn ansiosamente—. ¿Adónde ha ido?

—¿Cuál es el alcance de esos trajes pesados suyos, lo sabe, lord Auditor? —preguntó Venn.

—¿Ésos? No estoy seguro. Sirven para que los hombres trabajen fuera de la nave durante varias horas seguidas, así que supongo que, si estaba lleno de oxígeno, combustibles y energía… debe de tener el alcance de una pequeña cápsula personal.

Los trajes de reparaciones se parecían a las armaduras militares, pero con herramientas en vez de armas. Demasiado pesados para que ni siquiera un hombre fuerte pudiera caminar con ellos, pero con mucha energía. El ba podría haber viajado en uno hasta cualquier punto de la Estación Graf. Peor, podría haberse dirigido a cualquier punto del espacio a que lo recogiera algún otro agente cetagandés, o quizás algún ayudante local sobornado o simplemente engañado. El ba podría estar ya a miles de kilómetros, y la distancia aumentaba por segundos. Dirigiéndose a cualquier otro hábitat cuadri bajo otra identidad falsa, o incluso a un encuentro con una nave de salto de paso en la que escapar del Cuadrispacio.

—Seguridad de la Estación está en alerta máxima —dijo Venn—. Tengo a todos mis patrulleros y a todos los milicianos de la Selladora de servicio buscando al tipo…, a la persona. Dubauer no puede haber regresado a la Estación sin ser visto. —Un temblor de duda en la voz de Venn disminuyó la verosimilitud de esta declaración.

—He ordenado poner la Estación en completa cuarentena por biocontaminación —dijo Greenlaw—. Todas las naves y vehículos que venían de camino han sido desviados a la Unión, y ninguno de los que ahora están atracados tiene permiso para partir. Si el fugitivo ya ha subido a bordo de alguna nave… no se marchará.

A juzgar por la expresión gélida de la Selladora, no estaba segura en modo alguno de que aquello fuera buena cosa. Miles la compadeció. Cincuenta mil rehenes potenciales…

—Si ha huido a otra parte…, si nuestra gente no puede localizar pronto a este fugitivo, voy a tener que extender la cuarentena a todo el Cuadrispacio.

¿Cuál sería la tarea más importante para el ba, ahora que había caído el telón? Tenía que comprender que el férreo secretismo en el que se había basado su protección hasta el momento se había esfumado irremediablemente.

¿Se daba cuenta de lo cerca que le habían estado pisando los talones sus perseguidores? ¿Seguiría queriendo asesinar a Gupta para asegurar el silencio del contrabandista de Jackson's Whole? ¿O abandonaría esa caza, reduciría pérdidas y huiría si podía? ¿En qué dirección intentaría moverse?

Miles contempló la imagen vid del traje de faena, congelado sobre la placa. ¿Tenía ese traje el mismo tipo de telemetría que las armaduras espaciales? Aún más…, ¿tenía el mismo tipo de control remoto de algunas armaduras espaciales?

—¡Roic! Cuando bajaste a esos armarios de la sala de máquinas en busca del traje de protección, ¿viste una estación automática de mando y control para esas unidades de reparación?

—Yo… Hay una sala de control ahí abajo, sí, milord. Pasé de largo. No sabía qué podía ser.

—Tengo una idea. Sígueme.

Se levantó del puesto de control y salió del puente de mando al trote, su traje bioprotector moviéndose ridículamente a su alrededor. Roic corrió tras él; los curiosos cuadris los siguieron en sus flotadores.

La sala de control era poco más que una cabina, pero tenía una estación de telemetría para mantenimiento y reparaciones exteriores. Miles tomó asiento y maldijo a la persona alta que la había fijado a una altura que dejaba sus botas colgando en el aire. En funcionamiento permanente había varias tomas vid en tiempo real de zonas críticas de la anatomía externa de la nave, como las antenas direccionales, el generador de masa de escudo y los principales impulsores de espacio normal. Miles sorteó la asombrosa mezcolanza de datos de los sensores de seguridad repartidos por toda la nave. Finalmente, encontró el programa de control de trajes de faena.

Seis trajes en la muestra. Miles pidió telemetría visual de los vids de sus cascos. Cinco mostraron pantallas en blanco, el interior de sus respectivos armarios. El sexto devolvió una imagen más ligera, pero más sorprendente, de una pared curva. Permaneció tan estática como las vistas de los trajes almacenados.

Miles pidió una descarga telemétrica completa del traje. Estaba conectado pero a bajo nivel. Los sensores médicos eran básicos, sólo el ritmo cardiaco y la respiración…, y estaban apagados. Los lectores de soporte vital indicaban que el respirador funcionaba plenamente, la humedad interior y la temperatura eran exactamente las necesarias, pero el sistema parecía no soportar ninguna carga.

—No puede estar muy lejos —dijo Miles por encima del hombro a su público flotante—. Hay un lapso temporal cero en mi enlace comunicador.

—Eso es un alivio —dijo Greenlaw.

—¿Lo es? —murmuró Leutwyn—. ¿Para quién?

Miles estiró los hombros doloridos por la tensión, y se inclinó hacia los controles. El traje tenía que tener un control de anulación externa por alguna parte; era una medida de seguridad común en estos modelos civiles, por si su ocupante resultaba de pronto herido, se ponía enfermo, o quedaba de pronto incapacitado… ah. Ahí.

—¿Qué está haciendo, milord? —preguntó Roic, inquieto.

—Creo que puedo hacerme con el control del traje a través de los sistemas de anulación de emergencia, y traerlo de vuelta a bordo.

—¿Con el ba dentro? ¿Es eso una buena idea?

—Lo sabremos dentro de un momento.

Agarró los controles, resbaladizos bajo sus guantes, se hizo con el control de los impulsores del traje y trató de tirar suavemente. El traje empezó a moverse muy despacio, rozando la pared y luego apartándose. La desconcertante imagen se aclaró: estaba contemplando el exterior de la propia Idris. El traje estaba oculto en el ángulo entre dos de los cilindros que formaban las cabinas. Nadie dentro del traje intentó contrarrestar aquel secuestro. Un pensamiento nuevo y enormemente preocupante asaltó a Miles.

Con cuidado, Miles hizo que el traje rodeara el exterior de la nave hasta la compuerta más cercana a ingeniería, en el lado externo de una de las cubiertas de varas Necklin, el mismo lugar por donde había salido. Abrió la compuerta, llevó el traje al interior. Sus sistemas automáticos lo mantuvieron derecho. La luz se reflejaba en su visor, ocultando lo que pudiera haber dentro. Miles no abrió la puerta interior de la cámara estanca.

—¿Y ahora qué? —preguntó a los presentes.

Venn miró a Roic.

—Su ayudante y yo tenemos aturdidores, creo. Si controla usted el traje, controla los movimientos del prisionero. Tráigalo y arrestaremos al bastardo.

—El traje tiene también capacidades manuales. Quienquiera que esté dentro… vivo y consciente, tendría que haber podido combatirme. —Miles se aclaró la garganta, seca de preocupación—. Me estaba preguntando si los hombres de Brun buscaron dentro de esos trajes cuando indagaban el paradero de Solian, el primer día de su desaparición. Y, hum… en qué estado podría estar ahora su cuerpo.

Roic hizo un ruidito y emitió un quejumbroso susurro de protesta. «¡Milord!» Miles no estaba seguro de la interpretación exacta, pero le pareció que tenía algo que ver con el hecho de que Roic quería conservar su última comida en el estómago, y no esparcirla por todo el interior de su casco.

Tras una breve y tensa pausa, Venn dijo:

—Entonces será mejor que vayamos a echar un vistazo. Selladora, magistrado…, esperen aquí.

Los dos funcionarios no discutieron.

—¿Quiere quedarse con ellos, milord? —sugirió Roic.

—Llevamos semanas buscando a ese pobre hombre —replicó Miles con firmeza—. Si es él, quiero ser el primero en saberlo.

Pero permitió que Venn y Roic fueran delante de él al entrar en ingeniería y atravesar las compuertas de la cabina del generador de campo Necklin.

En la compuerta, Venn desenvainó su aturdidor y se preparó. Roic se asomó a la portilla de la puerta interior. Luego bajó la mano hasta el control del cierre, la puerta se abrió y entró. Regresó un momento después, arrastrando el pesado traje de faena. Lo colocó boca arriba en el suelo del pasillo.

Miles se acercó y contempló el visor.

El traje estaba vacío.

15

—¡No lo abra! —exclamó Venn, alarmado.

—No pensaba hacerlo —repuso suavemente Miles. Ni por todo el oro del mundo.

Venn se acercó flotando, observó por encima del hombro de Miles y maldijo.

—¡El bastardo ya se había escapado! ¿Pero fue a la Estación o a una nave?

Retrocedió, guardó el aturdidor en un bolsillo de su traje verde, y empezó a manipular el comunicador de su casco. Alertó a Seguridad de la Estación y la milicia cuadri de que se localizara, detuviera y registrara cualquier cosa (nave, cápsula o lanzadera) que hubiera cambiado de zona de atraque en los costados de la Estación en las tres últimas horas.

Miles trató de imaginar la huida. ¿Podría el ba haber llegado en el traje de reparaciones a la Estación antes de que Greenlaw declarara la cuarentena? Sí, tal vez. El margen de tiempo era estrecho, pero resultaba factible. En ese caso, sin embargo, ¿cómo había regresado el traje al escondite en el exterior de la Idris? Tenía más sentido que el ba hubiera sido recogido por una cápsula personal (había bastantes yendo de un lado para otro a todas horas) y hubiera devuelto el traje a su escondite por medio de un rayo tractor, o hubiera sido remolcado por alguien con otro traje de propulsión para ocultarlo.

Pero la Idris, como todas las otras naves de Barrayar y Komarr, estaba vigilada por la milicia cuadrúmana. ¿Tan poco atenta era esa vigilancia exterior? Seguro que no. Sin embargo, una persona, una persona alta, sentada en aquella cabina de control, manipulando los mandos, podía haber sacado el traje por la compuerta y haberlo hecho rodear la cabina, apartándolo de la vista con la suficiente destreza para evitar ser advertido por los milicianos. Luego se había levantado del puesto de control… ¿y?

A Miles le picaban las palmas de las manos, enloquecedoramente por dentro de los guantes, y se las frotó en un inútil intento de conseguir algo de alivio. Habría dado sangre a cambio de poder rascarse la nariz.

—Roic —dijo lentamente—, ¿recuerdas lo que llevaba esto en la mano cuando salió por la compuerta? —Dio un golpecito con el pie al traje de reparaciones.

—Hum… Nada, milord. —Roic se retorció ligeramente y dirigió a Miles una mirada intrigada a través de su visor.

—Eso es lo que pensaba. —«Bien.»

Si Miles no se equivocaba, el ba había descartado el inminente asesinato de Gupta para aprovechar la oportunidad de utilizar a Bel para volver a bordo de la Idris y hacer con su cargamento… ¿qué? ¿Destruirlo? Sin duda el ba no habría tardado tanto tiempo en inocular en los replicadores algún veneno adecuado. Podría incluso haberlo hecho en grupos de veinte, introduciendo el agente contaminante en el sistema de mantenimiento de cada grupo. O, aún más sencillo, si lo único que quería era matar sus cargas, podría haber desconectado todos los sistemas de mantenimiento, un trabajo de apenas minutos. Pero extraer y marcar muestras de células individuales para congelarlas, sí, eso podría haberle llevado toda la noche, y todo el día también. Si el ba lo había arriesgado todo para hacer eso, ¿dejaría entonces la nave sin llevar firmemente en las manos su nevera congeladora?

—El ba ha tenido más de dos horas para llevar a cabo su huida. Sin duda no se entretendría… —murmuró Miles. Pero lo decía sin convicción. Roic, al menos, captó la vacilación de inmediato: su casco se volvió hacia Miles, y frunció el ceño.

Tenían que contar los trajes de presión, y comprobar todas las compuertas para ver si alguno de los monitores vid había sido desconectado manualmente. No, demasiado lento… Aquél era un trabajo de recopilación de pruebas bueno para delegar en alguien de haber tenido en quién, pero Miles estaba dolorosamente escaso de subordinados en aquellos momentos. Y en cualquier caso, ¿qué más daba si descubrían que faltaba otro traje? Perseguir trajes sueltos era algo a lo que ya se estaban dedicando los cuadris de la Estación, por orden de Venn. Pero si no faltaba ningún otro traje.

Y el propio Miles acababa de convertir la Idris en una trampa.

Tragó saliva.

—Estaba a punto de decir que tenemos que contar los trajes, pero tengo una idea mejor. Creo que deberíamos regresar al puente de mando y aislar la nave por secciones desde allí. Recoger todas las armas que haya a nuestra disposición, y llevar a cabo una búsqueda sistemática.

Venn se agitó en su silla flotante.

—¿Qué, cree que ese agente cetagandés podría estar todavía a bordo?

—Milord —dijo Roic con voz extrañamente aguda—, ¿qué les pasa a sus guantes?

Miles se miró las manos. La respiración se le congeló en el pecho. El fino y resistente tejido de los guantes de su traje de bioprotección estaba cayéndose a tiras; bajo el entramado, sus palmas se veían rojas. El picor pareció redoblarse.

—¡Mierda! —Dejó escapar el aire contenido con una mueca feroz.

Venn se acercó, advirtió el daño con unos ojos como platos, y retrocedió.

Miles alzó las manos y las separó.

—Venn. Vaya a recoger a Greenlaw y Leutwyn y llévelos al puente. Pónganse a salvo ustedes y pongan a salvo la enfermería, por ese orden. Roic. Adelántate hasta la enfermería. Ve abriéndome las puertas.

Sofocó un innecesario grito de «¡Corre!»; Roic, con un jadeo audible por el comunicador del traje, ya se había puesto en marcha.

Recorrió la nave medio a oscuras siguiendo las largas zancadas de Roic, sin tocar nada, esperando que cada latido de su corazón se quebrara dentro de él. ¿Dónde había pillado esta contaminación infernal? ¿Había alguien más afectado? ¿Todos los demás?

No. Tenían que haber sido los mandos de control del traje de energía. Los había notado resbaladizos bajo las manos. Los había aferrado con fuerza, concentrado en la tarea de traer el traje a bordo. Había mordido el anzuelo… Ahora, más que nunca, estaba seguro de que el ba había sacado por la compuerta un traje vacío. Y luego había preparado una trampa para cualquier listillo que lo descubriera demasiado pronto.

Atravesó la puerta de la enfermería, dejó atrás a Roic, quien se hizo a un lado, y se fue derecho a la puerta interna iluminada de azul, al pabellón biosellado. Un tecnomed con traje aislante dio un respingo, sorprendido. Miles llamó por el canal trece y gimió:

—Que alguien, por favor…

Entonces se detuvo. Iba a gritar «¡Que alguien me abra el agua!» y a meter las manos bajo el chorro del grifo, ¿pero adónde iba entonces el agua?

—Ayuda —terminó por decir con voz débil.

—¿Qué ocurre, milord Audi…? —empezó a decir el cirujano jefe saliendo del cuarto de baño; entonces vio las manos de Miles—. ¿Qué ha pasado?

—Creo que he caído en una trampa. En cuanto tenga un técnico libre, que el soldado Roic lo lleve a ingeniería y recoja una muestra del controlador remoto de los trajes de reparaciones. Parece que ha sido pintado con un poderoso corrosivo o una enzima y… y no sé qué más.

—Frotador sónico —ordenó el capitán Clogston al técnico que controlaba la improvisada mesa de laboratorio.

El hombre corrió a rebuscar entre los suministros. Volvió, conectando ya el aparato: Miles tendió las dos manos, que le ardían. La máquina rugió mientras el técnico dirigía el rayo de vibración por las zonas afectadas, su poderoso aspirador sorbiendo los detritos sueltos, macroscópicos y microscópicos, y acumulándolos en la bolsa de recolección sellada. El cirujano se acercó con un escalpelo y pinzas, para cortar y quitar los restos de los guantes, que también fueron guardados en el receptáculo.

El frotador resultó efectivo: Miles dejó de sentir que sus manos empeoraban, aunque siguieron doliéndole. ¿Se había quemado la piel? Se acercó las palmas al visor, ahora desnudas, molestando al cirujano, que susurró entre dientes. Sí. Gotas rojas de sangre crecían en las grietas del tejido hinchado. «Mierda. Mierda. Mierda…»

Clogston se enderezó y miró alrededor, con una mueca en los labios.

—Su traje bioprotector ya no sirve de nada, milord.

—Hay otro par de guantes en el otro traje —señaló Miles—. Podría aprovecharlos.

—Todavía no.

Clogston corrió a untar las manos de Miles con un misterioso líquido y las envolvió en barreras bioprotectoras que selló a la altura de sus muñecas. Era como poner mitones a un puñado de mocos, pero el ardiente dolor remitió. Al otro lado de la habitación, el técnico colocaba fragmentos del guante contaminado en un analizador. ¿Estaba el tercer hombre con Bel? ¿Seguía Bel en la bañera helada? ¿Todavía vivo?

Miles tomó aliento profundamente para tranquilizarse.

—¿Tienen ya algún tipo de diagnóstico sobre el práctico Thorne?

—Oh, sí, fue inmediato —dijo Clogston algo ausente, todavía sellando la segunda muñeca—. En el instante en que hicimos el primer análisis de sangre. Qué demonios podemos hacer al respecto no está claro todavía, pero tengo algunas ideas. —Volvió a enderezarse y miró con gesto preocupado las manos de Miles—. La sangre y los tejidos del herm están plagados de parásitos artificiales…, es decir, bioalterados genéticamente. —Alzó la cabeza—. Parece que tienen una fase inicial latente y asintomática, durante la cual se multiplican rápidamente y se extienden por todo el cuerpo. Luego, en algún momento (posiblemente debido a su propia concentración) pasan a crear dos productos químicos en diferentes vesículas con su propia membrana celular. Las vesículas se hinchan. Un aumento en la temperatura corporal de la víctima dispara el estallido de las bolsas, y los elementos químicos a su vez experimentan una violenta reacción exotérmica entre sí…, matan al parásito, dañan los tejidos cercanos del anfitrión y estimulan a más parásitos cercanos para que se disparen. Son bombas diminutas por todo el cuerpo. Es —su tono indicó su admiración a su pesar— enormemente elegante. De una manera horrible.

—¿Mi… mi tratamiento con el baño de agua helada ayudó entonces a Thorne?

—Sí, desde luego. La caída de la temperatura detuvo temporalmente el crecimiento en cascada. Los parásitos casi habían alcanzado la concentración crítica.

Miles cerró los ojos, en un breve gesto de gratitud. Y los volvió a abrir.

—¿Temporalmente?

—Todavía no he descubierto cómo deshacernos de los malditos bichos. Estamos tratando de modificar una derivación quirúrgica en un filtro sanguíneo para eliminar mecánicamente los parásitos de la sangre del paciente, y al mismo tiempo enfriar la sangre hasta un grado controlado antes de devolverla al cuerpo. Creo que podemos conseguir que los parásitos respondan de manera selectiva a un gradiente de electroforesis aplicado al tubo de deriva, y sacarlos de la corriente sanguínea.

—¿No bastará eso entonces?

Clogston negó con la cabeza.

—No llega a los parásitos alojados en otros tejidos, reservas de reinfección. No es una cura, pero podría conseguirnos tiempo. La cura debe matar de algún modo hasta el último de los parásitos del cuerpo, o el proceso volverá a empezar. —Sus labios se retorcieron—. Sería arriesgado usar pesticidas internos. Inyectar algo para matar parásitos ya engordados dentro de los tejidos tan sólo liberará sus cargas químicas. Causará un absoluto caos en la circulación, sobrecargará los procesos de reparación, causará un dolor intenso… Es… es arriesgado.

—¿Destruirá el tejido cerebral? —preguntó Miles, sintiéndose enfermo.

—Con el tiempo. No parece que crucen con facilidad la barrera sangre-cerebro. Creo que la víctima estaría consciente hasta, hum, las últimas fases de la disolución.

—¡Oh! —Miles trató de decidir si eso sería bueno o malo.

—En el aspecto positivo —ofreció el cirujano—, puede que consiga reducir la alarma por biocontaminación de Nivel Cinco a Nivel Tres. Los parásitos necesitan un contacto directo de sangre a sangre para efectuar la transferencia. No parecen sobrevivir mucho tiempo sin un anfitrión.

—¿No pueden viajar a través del aire?

Clogston vaciló.

—Bueno, tal vez no hasta que el anfitrión empiece a toser sangre.

«“Hasta”, no “a menos que”.» Miles advirtió la elección de las palabras.

—Me temo que hablar de reducir el grado de alarma es prematuro de todas formas. Un agente cetagandés armado con bioarmas desconocidas… Bueno, desconocidas menos ésta, que se está haciendo demasiado familiar, anda todavía suelto por ahí. —Inhaló, cuidadosamente, y obligó a su voz a conservar la calma—. Hemos encontrado algunas pruebas que sugieren que ese agente puede estar todavía ocultándose a bordo de esta nave. Tiene usted que asegurar su zona de trabajo ante una posible intrusión.

El capitán Clogston maldijo.

—¿Habéis oído eso, chicos? —llamó a sus técnicos a través del comunicador de su traje.

—¡Oh, magnífico! —fue la disgustada respuesta—. Justo lo que necesitábamos ahora.

—Eh, al menos es algo a lo que podemos disparar —recalcó tristemente otra voz.

«Ah, los barrayareses.» Miles sintió que su corazón se reconfortaba. Eran médicos militares; todos llevaban armas, benditos fueran.

Contempló el pabellón y la sala de enfermería más allá, controlando puntos débiles. Sólo una entrada, ¿pero eso era una debilidad o una fortaleza? La puerta exterior era decididamente la posición que había que defender, pues protegía el pabellón: Roic se había situado allí de manera automática. Sin embargo, los ataques tradicionales con aturdidor, arco de plasma o granada explosiva parecían… insuficientemente imaginativos. El lugar seguía conectado a la circulación del aire y la energía de la nave, pero aquella sección debía de tener sus propias reservas de emergencia de ambas cosas.

Los trajes bioprotectores militares de Grado Cinco que los médicos llevaban también funcionaban como trajes de presión, pues su circulación de aire era completamente interna. Eso no se cumplía en el caso del traje más barato de Miles, ni siquiera antes de que hubiera perdido los guantes; su equipo extraía aire del entorno, a través de filtros y drenajes. En el caso de una pérdida de presión, se convertiría en un globo tieso e incómodo, quizás incluso se rompería por algún punto débil. Había unicápsulas en las paredes, por supuesto. Miles se imaginó atrapado en una unicápsula mientras la acción continuaba sin él.

Teniendo en cuenta a lo que ya había quedado expuesto…, fuera lo que fuese, quitarse el traje bioprotector el tiempo suficiente para ponerse algo más eficaz no iba a empeorar las cosas, ¿no? Se miró las manos y se preguntó por qué no estaba ya muerto. ¿Podría el mejunje que había tocado ser simplemente un corrosivo?

Miles sacó el aturdidor del bolsillo de su muslo, torpemente, con las manos vendadas, y se acercó a las barras azules de luz que marcaban la biobarrera.

—Roic. Quiero que vuelvas a ingeniería y me traigas el traje de presión más pequeño que puedas encontrar. Yo protegeré este punto hasta que vuelvas.

—Milord… —empezó a decir Roic dubitativo.

—Desenfunda el aturdidor; ten mucho cuidado. Todos estamos aquí, así que si ves moverse algo que no vaya de verde cuadri, dispara primero.

Roic tragó saliva con aplomo.

—Sí, bien, pero quédese aquí, milord. ¡No se vaya por ahí sin mí!

—No se me ocurriría —prometió Miles.

Roic partió al galope. Miles reajustó su torpe presa sobre el aturdidor, se aseguró de ponerlo a máxima potencia y se apostó en el lugar, protegido parcialmente por la puerta. Vio cómo su guardaespaldas avanzaba por el corredor central. Frunció el ceño.

«No entiendo esto.»

Algo no encajaba, y si podía disponer de diez minutos seguidos sin que se produjera ninguna nueva crisis táctica letal, tal vez se le ocurriera… Trató de no pensar en el picor de sus palmas y en qué aquel ingenioso ataque a traición microbiano podría estar haciendo ahora por todo su cuerpo, tal vez incluso camino de su cerebro.

Un sirviente imperial ba corriente tendría que haber muerto antes de abandonar un cargamento como aquellos replicadores llenos de haut. Y aunque éste hubiera sido entrenado como una especie de agente especial, ¿por qué perder un tiempo tan vital tomando muestras de los fetos que iba a abandonar o incluso destruir? Todos los niños haut jamás creados tenían su ADN archivado en los bancos genéticos centrales del Nido Estelar. Sin duda podrían crear más. ¿Qué hacía que esta hornada fuera tan insustituible?

Sus pensamientos se desviaron cuando imaginó a los pequeños parásitos artificiales multiplicándose frenéticamente por su corriente sanguínea, blip-blip-blip-blip. «Cálmate, maldición.» No sabía con certeza que hubiera sido inoculado con el mismo mal que Bel. Sí, podría ser algo aún peor. Sin embargo, cualquier neurotoxina de diseño cetagandesa (o incluso un veneno ordinario) actuaba mucho más rápido. «Aunque si es una droga que vuelve paranoica a la víctima está actuando con mucha eficacia.» ¿Era limitado el repertorio de pociones infernales del ba? Si tenía algunas, ¿por qué no muchas? Fueran cuales fuesen los estimulantes o hipnóticos que había usado en Bel no tenían por qué ser nada fuera de lo común, según las normas de las operaciones encubiertas. ¿Cuántos otros biotruquitos tenía guardados en la manga? ¿Iba Miles a demostrar personalmente cuál era el siguiente?

«¿Voy a vivir lo suficiente para despedirme de Ekaterin?» Un beso de despedida quedaba descartado, a menos que apretaran los labios en lados opuestos de un cristal realmente grueso. Tenía tantas cosas que decirle…; era imposible saber por dónde empezar. Aún más imposible expresarlo por un enlace de comunicaciones público. «Cuida de los niños. Bésalos por mí cada noche al acostarlos y diles que los amé aunque nunca llegué a verlos. No estarás sola…, mis padres te ayudarán. Diles a mis padres… diles…»

¿Estaba haciendo efecto ya aquella maldita cosa, o el pánico y las lágrimas que se le atragantaban eran completamente autoinducidas? Un enemigo que te atacaba de dentro afuera… Podías intentar volverte de dentro afuera para combatirlo, pero no tendrías éxito. ¡Sucia arma! «Con canal abierto o no, voy a llamarla…»

En cambio, la voz de Venn resonó en su oído.

—Lord Vorkosigan, pase al Canal Doce. Su almirante Vorpatril quiere hablar con usted. Urgentemente.

Miles siseó entre dientes y pulsó el comunicador de su casco.

—Aquí Vorkosigan.

—¡Vorkosigan, idiota…! —La sintaxis del almirante se había despojado de unos cuantos grados honoríficos en la última hora—. ¿Qué demonios está pasando ahí? ¿Por qué no responde a su comunicador de muñeca?

—Está dentro de mi traje bioprotector y es inaccesible ahora mismo. Me temo que voy a tener que quitarme el traje rápidamente. Tenga en cuenta que este enlace es un canal de acceso abierto y no es seguro, señor.

Maldición, ¿de dónde había salido aquel señor? Costumbre, la pura fuerza de la costumbre.

—Puede pedirle un breve informe al capitán Clogston en su enlace militar por tensorrayo, pero que sea breve. Ahora mismo es un hombre muy ocupado y no quiero que le distraigan.

Vorpatril maldijo (si fue en general o al Auditor Imperial fue algo que quedó ambiguo) y cortó la comunicación.

Por toda la nave llegó el sonido que Miles había estado esperando: los distantes chasquidos y chirridos de las compuertas cerrándose, sellando la nave en secciones estancas. ¡Los cuadris habían llegado al puente, bien! Excepto que Roic no había regresado todavía. El hombre de armas tendría que ponerse en contacto con Venn y Greenlaw y hacer abrir y volver a sellar aquel pasillo para…

—Vorkosigan. —La voz de Venn sonó de nuevo en su oído, forzada—. ¿Es usted?

—¿Soy yo qué?

—El que está sellando los compartimentos.

—No. —Miles trató, y falló, de reducir su voz a un tono menos agudo—. ¿No están ustedes en el puente de mando?

—No, nos desviamos hasta la Cabina Número Dos para recoger nuestro equipo. Estábamos a punto de salir.

La esperanza ardió en el nervioso corazón de Miles.

—Roic —llamó urgentemente—. ¿Dónde estás?

—En el puente no, milord —contestó la voz de Roic.

—Pero si nosotros estamos aquí y él está allí, ¿quién está haciendo esto? —se oyó decir a la triste voz de Leutwyn.

—¿Y usted quién cree? —replicó Greenlaw. Su voz sonó angustiada—. Cinco personas, y a ninguna se le ocurre cerrar la puerta al salir, ¡maldición!

Un pequeño gruñido, como el de un hombre alcanzado por una flecha o que advertía algo, sonó en el oído de Miles: Roic.

—Quien domine el puente tiene acceso a todos los canales de comunicación de la nave, o lo tendrá, dentro de poco —dijo apresuradamente Miles—. Vamos a tener que desconectar.

Los cuadris tenían enlaces independientes con la Estación y con Vorpatril a través de sus trajes; igual que los médicos. Miles y Roic serían los únicos arrojados al limbo de las comunicaciones.

Entonces, bruscamente, el sonido de su casco se apagó. «Ah. Parece que el ba ha encontrado los controles de comunicación…»

Miles saltó al panel de control ambiental de la enfermería, lo abrió y pulsó todos los anuladores manuales. Con aquella puerta exterior cerrada, podrían mantener la presión de aire, aunque la circulación quedaría bloqueada. Los médicos, con sus trajes, no resultarían afectados: Miles y Bel sí que correrían riesgo. Miró con antipatía el armario de unicápsulas. El pabellón biosellado estaba ya funcionando con circulación interna, gracias a Dios, y así continuaría… mientras hubiera energía. ¿Pero cómo podrían mantener frío a Bel si tenían que trasladarlo a una cápsula?

Miles corrió al pabellón. Se acercó a Clogston y gritó a través del visor:

—Acabamos de perder nuestros canales de comunicación con la nave. Usen sólo los canales militares por tensorrayo.

—Lo he oído —gritó Clogston a su vez.

—¿Cómo va con ese filtro enfriador?

—La parte enfriadora está terminada. Todavía trabajamos en el filtro. Ojalá hubiera traído más gente, aunque aquí apenas hay espacio para nadie más.

—Casi lo tengo, creo —llamó el técnico que trabajaba encorvado sobre la mesa—. Compruébelo, ¿quiere, señor? —Indicó uno de los analizadores, un grupo de luces en una pantalla que ahora llamaba su atención.

Clogston sorteó a Miles y se inclinó ante la máquina en cuestión. Tras un instante, murmuró:

—Oh, muy inteligente.

A Miles, que estaba lo suficientemente cerca como para oírlo, no le pareció algo tranquilizador.

—¿Qué es inteligente?

Clogston señaló el indicador de su analizador, que ahora mostraba incomprensibles cadenas de letras y números en animados colores.

—No comprendía cómo los parásitos podían sobrevivir en una matriz de esa enzima que se comió sus guantes biocontenedores. Pero estaban microenclaustrados.

—¿Qué?

—El clásico truco para descargar drogas a través de un entorno hostil, como el estómago, o tal vez el torrente sanguíneo, a la zona blanco. Sólo que esta vez lo usaron para descargar una enfermedad. Cuando lo microenclaustrado pasa del entorno no amistoso a la zona amistosa, químicamente hablando, se abre y libera su carga. No hay pérdida, ni desperdicio.

—¡Oh! ¡Maravilloso! ¿Me está diciendo que ahora tengo la misma mierda que Bel?

—Hum —Clogston miró el crono de la pared—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que quedó expuesto, milord?

Miles siguió su mirada.

—¿Media hora, tal vez?

—Ya podrían ser detectables en su torrente sanguíneo.

—Compruébelo.

—Tendremos que abrir su traje para acceder a una vena.

—Compruébelo ahora. Rápido.

Clogston tomó una aguja; Miles se quitó la venda bioprotectora de la muñeca izquierda y apretó los dientes mientras la solución biocida picaba y la aguja pinchaba. Tuvo que reconocer que, para tratarse de un hombre que llevaba guantes de bioprotección, Clogston era bastante diestro. Observó ansiosamente cómo el cirujano introducía con delicadeza la aguja en el analizador.

—¿Cuánto tiempo tardará?

—Ahora que tenemos el modelo de esa cosa, nada. Si es positivo, quiero decir. Si esta primera muestra es negativa, me gustaría volver a probar cada treinta minutos o así para estar seguro. —Clogston calló y estudió la muestra—. Bueno. Hum. No será necesario volver a hacer ninguna comprobación.

—Bien —rugió Miles. Se abrió el casco y se subió la manga del traje. Se llevó el comunicador de muñeca a la boca y ordenó—: ¡Vorpatril!

—¡Sí!

La voz de Vorpatril respondió al instante. Controlaba sus canales de comunicación: debía de estar de guardia o bien en el puente de mando de la Príncipe Xav, o, tal vez, en su sala de tácticas.

—Espere, ¿qué está haciendo en este canal? Creí que no tenía acceso.

—La situación ha cambiado. Eso no importa ahora. ¿Qué está pasando ahí fuera?

—¿Qué está pasando ahí dentro?

—El equipo médico, el práctico Thorne y yo nos hemos hecho fuertes en la enfermería. Por el momento, seguimos controlando nuestro entorno. Creo que Venn, Greenlaw y Leutwyn están atrapados en la Cabina de Carga Número Dos. Roic puede estar en alguna parte de ingeniería. Y el ba, creo, se ha apoderado del puente. ¿Puede confirmar eso último?

—Oh, sí —gruñó Vorpatril—. Ahora mismo está hablando con los cuadris de la Estación Graf. Profiriendo amenazas y haciendo exigencias. Al jefe Watts le ha tocado la papeleta. Estoy preparando un grupo de asalto.

—Páselo aquí. Quiero oírlo.

Unos segundos y sonó la voz del ba. El acento betano había desaparecido; la frialdad académica se iba perdiendo.

—… nombre no importa. Si quieren recuperar con vida a la Selladora, al Auditor Imperial y a los demás, éstas son mis exigencias. Un piloto de salto para esta nave, enviado inmediatamente. Paso libre y sin impedimentos por su sistema. Si ustedes o los barrayareses intentan lanzar un ataque militar contra la Idris, o bien volaré la nave con todos a bordo o embestiré contra la Estación.

—Si intenta embestir la Estación —contestó la voz del jefe Watts, cargada de tensión—, la volaremos nosotros mismos.

—Como quieran —contestó secamente la voz del ba.

¿Sabía el ba cómo volar una nave? No era precisamente fácil. Demonios, si el cetagandés tenía cien años de edad, ¿quién sabía todo lo que sabía hacer? Pero dar en un blanco tan grande y tan cercano, cualquier profano podría hacerlo.

La tensa voz de Greenlaw intervino; su enlace al parecer estaba conectado con Watts de la misma manera que Miles con Vorpatril.

—No lo haga, Watts. El Cuadrispacio no puede dejar que un transmisor de plagas como éste pase a nuestros vecinos. Un puñado de vidas no justifica arriesgar miles.

—En efecto —continuó el ba tras una breve vacilación, todavía en el mismo tono frío—. Si consiguen matarme, me temo que se encontrarán con otro dilema. He dejado un regalito a bordo de la Estación. Las experiencias de Gupta y el práctico Thorne deberían darles una idea de qué tipo de paquetito es. Puede que lo encuentren antes de que se abra, aunque diría que sus posibilidades son escasas. ¿Dónde están ahora sus miles? Mucho más cerca de casa.

¿Era una verdadera amenaza o un farol?, se preguntó Miles frenéticamente. Desde luego encajaba con el estilo que el ba había demostrado hasta el momento: Bel en la unicápsula, la trampa con los mandos del control del traje… Rompecabezas horribles y mortíferos que el ba dejaba tras de sí para perturbar y distraer a sus perseguidores. «Desde luego, funcionó bien conmigo.»

—¿Cree que el hijo de puta se está tirando un farol, señor? —preguntó Vorpatril por el comunicador de muñeca, en un innecesario susurro, apagando la conversación entre el ba y Watts.

—No importa si es un farol o no. Lo quiero vivo. ¡Dios, cómo lo quiero vivo! Considérelo de máxima prioridad y una orden de la Voz del Emperador, almirante.

—Entendido, milord Auditor —contestó Vorpatril tras una pequeña y reflexiva pausa.

—Prepare su equipo de asalto, sí… —El mejor equipo de asalto de Vorpatril estaba detenido en la cárcel cuadri. ¿Cómo sería el segundo mejor? El corazón de Miles vaciló—. Pero espere. Esta situación es extremadamente inestable. Todavía no tengo claro cómo saldrá. Vuelva a poner el canal del ba.

Miles devolvió su atención a la negociación en curso… No, ¿a su cierre?

—Un piloto de salto —parecía estar repitiendo el ba—. Solo, en una cápsula personal, a la Compuerta Número Cinco B. Y, ah… desnudo. —Dio la horrible impresión de que decía esto último sonriendo—. Por razones obvias.

El ba cortó la comunicación.

16

«¿Ahora qué?»

Dilaciones, supuso Miles, mientras los cuadris de la Estación Graf preparaban a un piloto o corrían el riesgo de perder el tiempo discutiendo si enviar a uno a un peligro semejante, y nadie se ofrecía voluntario. Mientras Vorpatril preparaba su equipo de asalto, mientras los tres cargos cuadris estaban atrapados en la cabina de carga (bueno, no estaban cruzados de manos, apostó Miles). «Mientras esta infección se apodera de mí.» Mientras el ba hacía… ¿qué?

«Las dilaciones no son de mi gusto.»

Pero eran su fuerte. ¿Qué hora era, por cierto? Por la tarde… ¿todavía del mismo día que había empezado tan temprano con la noticia de la desaparición de Bel?

Sí, aunque parecía casi imposible. Sin duda había entrado en alguna distorsión temporal. Miles miró su comunicador de muñeca, inspiró profundamente, aterrado, y marcó el código de Ekaterin. ¿Le había contado Vorpatril algo de lo que estaba pasando, o la había mantenido cómodamente ignorante?

—¡Miles! —respondió ella de inmediato.

—Ekaterin, amor. ¿Dónde, hum… estás?

—En la sala de tácticas, con el almirante Vorpatril.

Ah. Eso respondía a la pregunta. En cierto modo, se sintió aliviado por no tener que contar toda la letanía de malas noticias.

—Has estado siguiendo todo esto, entonces.

—Más o menos. Ha sido muy confuso.

—Apuesto a que sí. Yo… —No podía decirlo, no de aquella forma. Se fue por las ramas, mientras hacía acopio de valor—. Prometí llamar a Nicol cuando tuviera noticias de Bel, y no he tenido oportunidad. Las noticias, como ya sabes, no son buenas; encontramos a Bel, pero lo han infectado deliberadamente con un parásito de fabricación cetagandesa que puede… que puede resultar fatal.

—Sí, eso tengo entendido. Lo he estado escuchando todo, aquí en la sala de tácticas.

—Bien. Los médicos están haciendo todo lo posible, pero es una carrera contra el tiempo y ahora hay otras complicaciones. ¿Quieres llamar a Nicol y cumplir mi promesa por mí? No es que no haya ninguna esperanza, pero… tiene que saber que ahora mismo las cosas no tienen buen aspecto. Usa tu sentido común para suavizar cuanto puedas el golpe.

—Mi sentido común me indica que habría que decirle la pura verdad. La Estación Graf es un clamor ahora mismo, con la cuarentena y la alerta por biocontaminación. Ella necesita saber exactamente lo que está pasando, tiene derecho a saberlo. La llamaré ahora mismo.

—Oh. Bien. Gracias. Yo, hum… sabes que te quiero.

—Sí. Dime algo que no sepa.

Miles parpadeó. Las cosas no se le ponían fáciles. Lo soltó de sopetón:

—Bueno. Cabe la posibilidad de que las cosas estén muy feas para mí aquí. Puede que no salga de ésta. La situación es bastante inquietante y, hum… me temo que los guantes de mi traje bioprotector fueron saboteados por una desagradable trampa cetagandesa que disparé. Por lo visto yo también me he infectado con el mismo bioelemento que ha atacado a Bel, pero parece que no actúa muy rápido.

Al fondo, oyó la voz del almirante Vorpatril maldiciendo con un lenguaje de barracón que no estaba en demasiada consonancia con el debido respeto a uno de los auditores imperiales de Su Majestad Gregor Vorbarra. Por parte de Ekaterin, silencio: él se esforzó por oír su respiración. La reproducción del sonido en aquellos enlaces de alto nivel era tan nítida, que pudo oírla cuando volvió a soltar el aire a través de aquellos exquisitos y cálidos labios que no podía ver ni tocar.

Empezó de nuevo.

—Yo… lamento que… quería darte… esto no era lo que… nunca quise causarte…

—Miles. Deja de farfullar de inmediato.

—Oh… ¿eh?

La voz de Ekaterin se volvió más dura.

—Si te mueres ahí, no me sentiré dolida, me sentiré jodida. Todo esto está muy bien, amor, pero déjame recordarte que no tienes tiempo para regodearte en la angustia ahora mismo. Eres el hombre que solía ganarse la vida rescatando rehenes. No te está permitido no salir de ésta. Así que deja de preocuparte por mí y empieza a prestar atención a lo que estás haciendo. ¿Me estás escuchando, Miles Vorkosigan? ¡No te atrevas a morirte! ¡No lo consentiré!

Eso parecía definitivo. A pesar de todo, Miles sonrió.

—Sí, querida —repuso mansamente, aliviado. Las antepasadas Vor de aquella mujer habían defendido bastiones en la guerra, oh, sí.

—Así que deja de hablar conmigo y vuelve al trabajo. ¿De acuerdo?

Casi consiguió que el estremecido sollozo no se notara en la última palabra.

—Defiende el fuerte, amor —susurró él, con toda la ternura de que fue capaz.

—Siempre. —Miles pudo oírla tragar saliva—. Siempre.

Ekaterin cortó la comunicación. Él lo tomó como una sugerencia.

Rescate de rehenes, ¿eh? «Si quieres hacer algo bien, hazlo tú mismo.» Ahora que lo pensaba, ¿tenía ese ba idea de cuál había sido el antiguo trabajo de Miles? ¿O suponía que no era más que un diplomático, un burócrata, otro civil asustado? El ba no podía saber tampoco qué miembro del grupo había disparado la trampa de los controles remotos del traje de reparaciones. Aquel traje de bioprotección no servía para un asalto en el espacio ni siquiera antes de que lo hubieran hecho papilla. Pero, ¿qué herramientas había en la enfermería que pudieran aplicarse a usos que sus fabricantes nunca hubieran imaginado? ¿Y qué personal?

El equipo médico tenía formación militar, cierto, y disciplina. También estaban metidos hasta las orejas en otras tareas de prioridad superior. Lo último que deseaba Miles era apartarlos de su atestada mesa de laboratorio y del cuidado de su paciente en estado crítico para ponerlos a jugar con él a los comandos. «Aunque puede que tengamos que llegar a eso.» Pensativo, empezó a recorrer la cámara exterior de la enfermería, abriendo cajones y armarios y contemplando sus contenidos. Empezaba a sentir los efectos de la fatiga, y un dolor de cabeza iba en aumento tras sus ojos. Premeditadamente, ignoró el terror que aquello implicaba.

Miró al pabellón a través de las barras de luces azules. El técnico corrió hacia el cuarto de baño con algo en las manos que arrastraba unos tubos.

—¡Capitán Clogston! —llamó Miles.

La segunda figura se volvió.

—¿Sí, milord?

—Voy a cerrar su puerta interior. Se supone que debe cerrarse sola si hay un cambio de presión, pero no me fío de ningún equipo controlado por sistema remoto en este momento. ¿Está preparado para trasladar a su paciente a una unicápsula si es necesario?

Clogston le hizo un ligero gesto de asentimiento con una mano enguantada.

—Casi, milord. Estamos empezando a construir el segundo filtro sanguíneo. Si el primero funciona como esperamos, deberíamos estar listos para tratarlo a usted muy pronto.

Lo cual lo ataría a una cama en el pabellón. No estaba dispuesto a perder la movilidad todavía. No mientras aún pudiera moverse y pensar por su cuenta. «No tienes mucho tiempo entonces. No importa lo que haga el ba.»

—Gracias, capitán. Hágamelo saber.

Miles cerró la puerta con el mando manual.

¿Qué podía saber el ba, desde el puente? Más importante aún, ¿cuáles eran sus puntos ciegos? Miles reflexionó sobre el trazado de la cabina central: un largo cilindro dividido en tres cubiertas. La enfermería se encontraba a popa, en la cubierta superior. El puente estaba delante, en el otro lado de la cubierta central. Las compuertas internas de todos los niveles se encontraban en tres intersecciones equidistantes de las cabinas de carga, dividiendo cada cubierta longitudinalmente.

El puente tenía monitores vid de seguridad en todas las compuertas externas, naturalmente, y monitores de control en todas las puertas internas que sellaban la nave en compartimentos estancos. Destruir un monitor cegaría al ba, pero también le avisaría de que sus supuestos prisioneros se habían puesto en marcha. Destruirlos todos, o todos los que pudieran ser alcanzados, sería más confuso…, pero seguía quedando el problema de la alarma. ¿Hasta qué punto era probable que el ba llevara a cabo su apresurada, quizá loca amenaza de embestir la estación?

«Maldición, hacer algo así es muy poco profesional…» Miles se detuvo, sorprendido por su propio pensamiento.

¿Cuáles eran los procedimientos estándar de un agente cetagandés, de cualquier agente, en realidad, cuya misión encubierta se iba al garete? Destruir todas las pruebas: intentar llegar a una zona segura, una embajada o un territorio neutral. Si eso no era posible, destruir las pruebas y luego sentarse y esperar ser detenido por las autoridades locales, fueran quienes fuesen, y esperar a que tu propio bando pagara por ti o te rescatara a lo grande, dependiendo del caso. Para las misiones críticas de verdad, destruir las pruebas y suicidarte. Esto rara vez se ordenaba, porque en contadísimas ocasiones se cumplía. Pero el ba cetagandés estaba tan condicionado a ser leal a sus amos (y amas) haut que Miles se vio obligado a considerar que en este caso era una posibilidad más realista.

Pero tomar rehenes de manera chapucera entre neutrales o vecinos, transmitir la misión por todos los noticiarios y, sobre todo, el uso público del arsenal más privado del Nido Estelar… Aquél no era el modus operandi de un agente entrenado. Eso era un maldito trabajo de aficionado. Y los superiores de Miles solían acusarlo de ser un bala perdida… ¡ja! Ninguna de sus más inspiradas meteduras de pata había sido tan llamativa como ésa… para ambos bandos, ¡ay! Esta gratificante deducción, desgraciadamente, no hacía que la siguiente acción del ba fuera más predecible.

—¿Milord? —La voz de Roic sonó inesperadamente en el comunicador de muñeca.

—¡Roic! —exclamó Miles encantado—. Espera. ¿Qué demonios estás haciendo por este canal? No tendrías que haberte quitado el traje.

—Podría hacerle la misma pregunta, milord —respondió Roic con cierto descaro—. Si tuviera tiempo. Pero hubiese tenido que quitarme el traje de presión de todos modos para meterme en este traje de trabajo. Creo… sí. Puedo colgarme el comunicador del casco. Ahí. —Un leve chasquido, como el de un visor cerrándose—. ¿Puede oírme todavía?

—Oh, sí. ¿Estás todavía en ingeniería?

—Por ahora. Le he encontrado un traje de presión, milord. Y un montón de herramientas. La cuestión es cómo llevárselo todo.

—Mantente apartado de todas las puertas estancas: están monitorizadas. ¿Has encontrado por casualidad alguna herramienta para cortar?

—Yo, hum… estoy seguro de que es lo que son, sí.

—Entonces dirígete hacia la popa con toda la rapidez que puedas, y abre un agujero en el techo de la cubierta central. Intenta no dañar los conductos de aire y los de control de gravedad y fluidos, por ahora. O a cualquier otra cosa que pueda encender los monitores del puente. Luego hablaremos de por dónde seguir.

—Bien, milord. Estaba pensando en otra cosa que podría hacer.

Pasaron unos minutos en los que sólo se oyó el sonido de la respiración de Roic, interrumpida por algunas obscenidades en voz baja mientras, por el método de prueba y error, descubría cómo manejar el equipo desconocido. Un gruñido, un siseo, un chasquido brusco.

El rudo procedimiento iba a causar un caos en la integridad atmosférica de las secciones, ¿pero empeoraría necesariamente las cosas, desde el punto de vista de los rehenes? ¡Y un traje de presión, qué maravilla! Miles se preguntó si alguno de los trajes de trabajo sería de tamaño extrapequeño. Casi tan bueno como una armadura espacial, desde luego.

—Muy bien, milord —dijo la voz de Roic por el comunicador de muñeca—. He llegado a la cubierta central. Estoy retrocediendo ahora… No estoy seguro de lo cerca que estoy de usted.

—¿Puedes extender las manos para dar un golpecito en el techo? Suavemente. No queremos que reverbere por todos los mamparos y llegue al puente de mando.

Miles se tumbó, abrió el visor, ladeó la cabeza y escuchó. Un leve golpecito, aparentemente en el pasillo.

—¿Puedes moverte más hacia popa?

—Lo intentaré, milord. Es cuestión de apartar estos paneles… —Más jadeos—. Ya. Lo intentaré de nuevo.

Esta vez, el golpe pareció producirse debajo de la mano extendida de Miles.

—Creo que ya está, Roic.

—Bien, milord. Asegúrese de apartarse mientras corto. Creo que lady Vorkosigan se enfadaría conmigo si por accidente le rebano alguna parte del cuerpo.

—Eso creo yo también.

Miles se puso en pie, desgarró una sección de la alfombra de fricción, se apartó a un lado de la cámara externa de la enfermería y contuvo la respiración.

Un brillo rojo en la placa pelada de la cubierta se volvió amarillo, y luego blanco. El punto se convirtió en una línea, que creció, oscilando en un círculo irregular hasta llegar a su principio. Un golpe, mientras la zarpa enguantada de Roic, impulsada por la energía de su traje, atravesaba el suelo, arrancando de su matriz el círculo debilitado.

Miles se acercó y se asomó, y sonrió al ver la preocupada cara de Roic a través del visor de otro traje de reparaciones. El agujero era demasiado pequeño para que él pudiera pasar, pero no lo suficientemente estrecho para el traje de presión que le tendió.

—Buen trabajo —dijo Miles—. Aguanta. Ahora mismo estoy contigo.

—¿Milord?

Miles se quitó el inútil traje de bioprotección y se metió en el de presión en un tiempo récord. El sistema de evacuación era femenino, y lo dejó sin conectar. De un modo u otro, no creía que tuviera puesto el traje demasiado tiempo. Estaba colorado y sudoroso, un momento demasiado acalorado, el siguiente demasiado frío, aunque no sabía si por la infección incipiente o por la tensión nerviosa.

En el casco no había sitio para colgar su comunicador de muñeca, pero un poco de cinta médica resolvió aquel problema en un periquete. Se colocó el casco y lo aseguró, y respiró profundamente un aire que no controlaba nadie más que él. Reacio, bajó la temperatura de su traje.

Luego se deslizó hasta el agujero y asomó las piernas.

—Agárrame. No aprietes demasiado. Recuerda: tu traje está cargado de energía.

—Bien, milord.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo la voz inquieta de Vorpatril—. ¿Qué está haciendo?

—Explorar.

Roic lo asió por las caderas, bajándolo con cuidado exagerado hasta la cubierta inferior. Miles miró pasillo arriba, más allá del gran agujero en el suelo, a las puertas estancas situadas al fondo de aquel sector.

—La oficina de Seguridad de Solian está en esta sección. Si hay algún panel de control en esta maldita nave que pueda monitorizarlo todo sin ser monitorizado a su vez, estará allí.

Recorrió de puntillas el pasillo, seguido de Roic. La cubierta crujía bajo los pies del soldado. Miles marcó el código, ahora familiar, en la puerta de la oficina; Roic apenas cupo tras él. Miles se sentó en el puesto de control del difunto teniente Solian y flexionó los dedos, contemplando la consola. Tomó aire y se inclinó hacia delante.

Sí, podía robar imágenes de todos los monitores vid de todas las compuertas de la nave… simultáneamente, si lo deseaba. Sí, podría conectar con los sensores de seguridad de las puertas estancas. Estaban diseñadas para tomar una buena visual de todo aquel que estuviera cerca (por ejemplo, golpeando frenéticamente) de esas puertas. Nervioso, comprobó una de la sección trasera. La imagen, si el ba estaba siquiera mirando con tantas cosas en marcha, no se extendía hasta la puerta de Solian. ¡Guau! ¿Podría conseguir una imagen del puente de mando, tal vez, y espiar en secreto a su actual ocupante?

—¿Qué está pensando hacer, milord? —preguntó Roic, aprensivo.

—Estoy pensando que un ataque sorpresa que requiera detenerse para abrir agujeros en seis o siete mamparos para llegar al objetivo no va a ser muy sorprendente. Aunque puede que tengamos que llegar a eso. Me estoy quedando sin tiempo.

Parpadeó con fuerza, entonces pensó que al infierno con todo y abrió el visor para frotarse los ojos. La imagen vid se aclaró en su visión, pero aún parecía temblequear por los bordes. Miles no creía que el problema estuviera en la placa vid. Su dolor de cabeza, que había comenzado como un latido sordo entre los ojos, parecía estar extendiéndose a sus sienes, que pulsaban. Estaba temblando. Suspiró y volvió a cerrar el visor.

—Esa biomierda… El almirante dijo que tenía usted la misma biomierda que el herm. La mierda que fundió a los amigos de Gupta.

—¿Cuándo has hablado con Vorpatril?

—Justo antes de hablar con usted.

—Ah.

—Tendría que haber sido yo quien manejara esos controles remotos —dijo Roic lentamente—. No usted.

—Tenía que ser yo. Estaba más familiarizado con el equipo.

—Sí —Roic bajó la voz—. Tendría que haber traído usted a Jankowski, milord.

—Es sólo una suposición, basada en una larga experiencia, te lo advierto, pero… —Miles hizo una pausa, frunciendo el ceño ante la imagen de seguridad. Muy bien, así que Solian no tenía un monitor en cada camarote, pero tenía que tener acceso privado al puente por lo menos—, sospecho que habrá suficiente heroísmo para dar y tomar antes de que termine el día. No creo que vayamos a tener que racionarlo, Roic.

—No me refiero a eso —dijo Roic, digno.

Miles sonrió, sombrío.

—Lo sé. Pero piensa en lo duro que habría sido para Ma Jankowski. Y para todos los no-tan-pequeños Jankowski.

Un suave bufido en el comunicador pegado al casco de Miles le advirtió de que Ekaterin había vuelto y estaba escuchando. Sospechó que no interrumpiría.

La voz de Vorpatril sonó de repente, rompiendo su concentración. El almirante estaba que echaba chispas.

—¡Cobardes! ¡Bastardos de cuatro manos! ¡Milord Auditor! —Ah, Miles había sido ascendido de nuevo—. ¡Los malditos mutantes van a enviarle a ese cetagandés asexuado un piloto de salto!

—¿Qué? —En el estómago de Miles se hizo un nudo todavía más apretado—. ¿Han encontrado un voluntario? ¿Cuadri, o planetario?

No podía haber tantas posibilidades donde elegir. Los neurocontroladores instalados quirúrgicamente del piloto tenían que encajar en las naves que guiaba a través de los saltos de agujero de gusano. Por muchos pilotos de salto que hubiera en aquel momento de paso (o atrapados) en la Estación Graf, lo más probable era que la mayoría fueran incompatibles con los sistemas de Barrayar. ¿Era entonces el propio piloto de la Idris, o el piloto suplente, o un piloto de alguna de las naves komarresas hermanas…?

—¿Qué le hace pensar que se ha ofrecido voluntario? —rugió Vorpatril—. No me puedo creer que estén entregando…

—Tal vez los cuadris tengan preparado algo. ¿Qué dicen?

Vorpatril vaciló, y luego escupió:

—Watts me cortó la comunicación hace unos minutos. Estábamos discutiendo sobre qué equipo de asalto debería entrar, el nuestro o los milicianos cuadris, y cuándo. Y a las órdenes de quién. Ambos a la vez sin ninguna coordinación me parecía una idea espantosamente mala.

—En efecto, se aprecian los riesgos potenciales.

El ba estaba empezando a parecer un poco en desventaja. Pero cuando había bioamenazas de por medio… La naciente simpatía de Miles murió cuando su visión empezó a nublarse de nuevo.

—Nosotros somos invitados en esta historia… Espere. Algo parece que sucede en una de las compuertas externas.

Miles amplió la imagen del vid de seguridad que mostraba la compuerta que había cobrado vida de repente. Las luces de atraque que enmarcaban la puerta exterior ejecutaron una serie de comprobaciones y permisos. El ba, se recordó, probablemente estaba viendo lo mismo. Contuvo la respiración. ¿Estaban los cuadris, fingiendo entregar el piloto de salto exigido, a punto de intentar introducir su propia fuerza de choque?

La compuerta se abrió, ofreciendo un breve atisbo del interior de una diminuta cápsula de una sola persona. Un hombre desnudo, los plateados círculos de contacto del implante neural de un piloto de salto brillando en el centro de su frente y en las sienes, atravesó la compuerta. La puerta volvió a cerrarse. Alto, moreno, guapo a pesar de las pequeñas cicatrices rosadas que serpenteaban por todo su cuerpo. Dmitri Corbeau. Su rostro estaba pálido y tranquilo.

—El piloto de salto acaba de llegar —le dijo Miles a Vorpatril.

—¡Maldición! ¿Humano o cuadri?

Vorpatril iba a tener que trabajar duro con su vocabulario diplomático…

—Planetario —respondió Miles, a falta de otro comentario más agudo. Vaciló, y luego añadió—: Es el alférez Corbeau.

Un silencio incrédulo.

—¡Hijo de puta…! —susurró entonces Vorpatril.

—Calle. El ba está hablando por fin.

Miles ajustó el volumen y abrió de nuevo el visor para que Vorpatril pudiera escuchar también. Mientras Roic mantuviera su traje sellado, era… no era peor que siempre. «Sí, ¿y cómo es eso de malo?»

—Gire hacia el módulo de seguridad y abra la boca —ordenó fríamente la voz del ba, sin más preámbulos, por el monitor del vid—. Más cerca. Ábrala más.

Miles fue invitado a contemplar una buena perspectiva de las amígdalas de Corbeau. A menos que Corbeau llevara un diente lleno de veneno, no había ningún arma oculta dentro.

—Muy bien…

El ba continuó con una serie de gélidas indicaciones para que Corbeau ejecutara una humillante secuencia de giros que, aunque no tan concienzudos como una exploración de cavidades corporales, al menos confirmó que el piloto de salto no llevaba nada allí tampoco. Corbeau obedeció con precisión, sin vacilar ni discutir, su expresión rígida y neutral.

—Ahora suelte la cápsula de las abrazaderas de atraque.

Corbeau se levantó y se acercó a la compuerta. Un chasquido y un chirrido: la cápsula, liberada pero sin energía, se apartó del casco de la Idris.

—Ahora escuche estas instrucciones. Camine veinte metros hacia la proa, gire a la izquierda y espere a que se le abra la siguiente puerta.

Corbeau obedeció, todavía sin expresión ninguna en el rostro, excepto en los ojos. Su mirada parecía estar buscando algo, o intentaba memorizar su ruta. Se perdió del alcance de los vids de la compuerta.

Miles reflexionó sobre la peculiar pauta de viejas cicatrices de gusano que surcaban el cuerpo de Corbeau. Debía de haber rodado, o lo debían de haber hecho rodar, por encima de un nido muy feo. En aquellos ajados jeroglíficos parecía haber escrita toda una historia. Un joven muchacho colonial, tal vez el chico nuevo del campamento o el poblado… ¿Lo engañaron o lo retaron o tal vez lo desnudaron y lo empujaron? Se tuvo que haber levantado del suelo, llorando y asustado, en medio de una burla cruel…

Vorpatril maldijo, repetidas veces, entre dientes.

—¿Por qué Corbeau? ¿Por qué Corbeau?

Miles, que se estaba preguntando lo mismo frenéticamente, aventuró:

—Tal vez se ofreció voluntario.

—A menos que los malditos cuadris lo hayan sacrificado. En vez de arriesgar a uno de los suyos. O… tal vez imaginó que es otra forma de desertar.

—Yo… —Miles contuvo sus palabras mientras reflexionaba un momento, y luego las soltó de sopetón—: Creo que eso sería hacerlo por la tremenda.

No era más que una suposición, pero ¿de quién demostraría Corbeau ser aliado?

Miles detectó de nuevo la imagen del alférez cuando el ba lo obligó a dirigirse hacia el puente de la nave, abriendo y cerrando brevemente puertas estancas. Atravesó la última barrera y salió del alcance del vid, la espalda recta, silencioso, los pies descalzos pisando silenciosamente la cubierta. Parecía… frío.

El destello de otra alarma sensora desvió la atención de Miles. Rápidamente, recuperó la imagen de otra compuerta, justo a tiempo de ver a un cuadri con un traje bioprotector verde golpear con fuerza el monitor vid con una llave de tuerca mientras, más allá, otras dos figuras vestidas de verde pasaban corriendo. La imagen se distorsionó y se apagó. Pero Miles todavía pudo oír el zumbido de la alarma, el siseo de una puerta al abrirse…, pero ningún siseo al cerrarse. Porque no se había cerrado o porque se había cerrado en atmósfera de vacío. El aire y el sonido regresaron cuando la compuerta giró. La puerta, por tanto, había sido abierta al vacío: los cuadris habían huido para saltar a la Estación.

Eso respondía a su pregunta sobre sus trajes bioprotectores: al contrario que el material más barato de la Idris, podían soportar el vacío. En el Cuadrispacio, tenía todo el sentido del mundo. Media docena de compuertas de la Estación ofrecían refugio a poco más de unos cientos de metros; los cuadris escapados podrían elegir la que quisieran, además de las cápsulas o lanzaderas que revolotearan cerca, capaces de recogerlos y llevarlos a bordo.

—Venn, Greenlaw y Leutwyn acaban de escapar por una compuerta —informó Miles a Vorpatril—. Buen momento.

Un momento cojonudo. Escapaban justo cuando el ba estaba distraído por la llegada de su piloto y, con la posibilidad real de una huida ahora a su alcance, menos inclinado a llevar a cabo su amenaza de embestida. Era exactamente el movimiento adecuado, ir liberando rehenes de la presa del enemigo a cada oportunidad. Desde luego, aquel asunto de la llegada de Corbeau había sido calculado al milímetro. Miles no lo lamentaba.

—Bien. ¡Excelente! Ahora esta nave está completamente libre de civiles.

—A excepción de usted, milord —recalcó Roic. Iba a decir algo más, pero captó la sombría mirada que Miles le dirigió por encima del hombro y se tragó las palabras.

—Ja —murmuró Vorpatril—. Tal vez esto haga que Watts cambie de opinión. —Bajó la voz, como si se apartara de su receptor de radio, o se hubiera colocado la mano delante—: ¿Qué, teniente? —Luego murmuró—: Discúlpeme.

Miles no estaba seguro de a quién se dirigía.

Así que ahora sólo quedaban barrayareses a bordo. Y Bel… que estaba en nómina de SegImp, y por tanto era barrayarés honorario a todos los efectos. Miles sonrió un instante a pesar de todo, mientras consideraba la probable respuesta escandalizada de Bel a semejante sugerencia. El mejor momento para introducir un grupo de asalto sería antes de que la nave empezara a moverse, en vez de intentar capturarla en mitad del espacio. En algún momento, Vorpatril iba probablemente a tener que dejar de pedir permiso a los cuadris para mandar a sus hombres. En algún momento, Miles estaría de acuerdo.

Miles devolvió su atención al problema de espiar el puente de mando. Si el ba había destruido el monitor de la misma manera que lo habían hecho los cuadris al escapar, o simplemente había colocado la chaqueta encima del receptor vid, mala suerte… ¡Ah! Por fin. Una imagen del puente se formó sobre su placa vid. Pero ahora no tenía sonido. Miles apretó los dientes y se inclinó hacia delante.

El receptor vid estaba, al parecer, situado sobre la puerta, y proporcionaba una buena panorámica de la media docena de asientos vacíos y sus oscuras consolas. El ba estaba allí, todavía vestido con el atuendo betano de su alias descartado, chaqueta y sarong y sandalias. Aunque cerca había un traje de presión (uno solo) sacado de los suministros de la Idris, colocado sobre el respaldo de uno de los asientos. Corbeau, todavía vulnerablemente desnudo, estaba sentado en el asiento del piloto, y aún no se había colocado el casco. El ba alzó una mano, dijo algo: Corbeau frunció el ceño y dio un respingo mientras el ba apretaba una hipospray contra el antebrazo del piloto, y se retiraba con un destello de satisfacción en el rostro tenso.

¿Drogas? Seguramente ni siquiera el ba era lo bastante loco para drogar a un piloto de salto en cuyas funciones neurales iba a apostar su vida dentro de poco. ¿La inoculación de alguna enfermedad? Planteaba el mismo problema, aunque una latente podría servirle… «Coopera, y más tarde te daré el antídoto.» O un puro farol, una dosis de agua, tal vez. El hipospray resultaba un método de administración de drogas demasiado burdo para los cetagandeses; a Miles se le antojó que era un farol, aunque tal vez a Corbeau no se lo pareciera. Uno no tenía más remedio que entregar el control de una nave al piloto cuando éste se colocaba el casco y enchufaba la nave a su mente, por eso resultaba difícil amenazar eficazmente a los pilotos.

Al ofrecerse voluntario como medio para librarse de la celda cuadri y del resto de sus problemas, Corbeau habría acabado con el temor paranoico de Vorpatril acerca de su probable traición. ¿O no? Si no había acuerdos anteriores o secretos, el ba no se fiaría simplemente cuando pensaba que podía tener la garantía.

En su comunicador de muñeca, ahogado, como procedente de muy lejos, Miles oyó un súbito y sorprendente grito del almirante Vorpatril.

—¿Qué? Eso es imposible. ¿Se han vuelto locos? Ahora no…

Al cabo de unos instantes sin saber nada más, Miles se decidió a preguntar.

—¿Hum, Ekaterin? ¿Sigues ahí?

—Sí.

—¿Qué está pasando?

—El almirante Vorpatril ha sido requerido por su oficial de comunicaciones. Una especie de mensaje prioritario del Cuartel General del Sector Cinco. Parece algo muy urgente.

En la imagen vid que tenía delante, Miles vio cómo Corbeau empezaba a hacer las comprobaciones previas, pasando de un puesto de control a otro bajo los duros y vigilantes ojos del ba. Corbeau se aseguró de moverse con exagerado cuidado: al parecer, por el movimiento de sus labios bastante tensos, explicando cada movimiento antes de tocar ninguna consola. Y lentamente, advirtió Miles. Más lentamente de lo necesario, aunque no lo bastante para que resultara obvio.

La voz de Vorpatril, o más bien la pesada respiración de Vorpatril, regresó por fin. El almirante parecía haberse quedado sin insultos. A Miles eso le pareció muchísimo más preocupante que sus anteriores diatribas cuartelarias.

—Milord —vaciló Vorpatril. Su voz se convirtió en una especie de gruñido de desconcierto—. Acabo de recibir órdenes de Prioridad Uno del Cuartel General del Sector Cinco para que reúna mis naves, abandone la flota komarresa y me dirija a un encuentro en Marilac a la máxima velocidad posible.

«No con mi esposa, ni hablar», fue lo primero que pensó Miles.

Luego parpadeó, petrificado en su asiento.

La otra función de las escoltas militares que Barrayar encomendaba a las flotas comerciales de Komarr era mantener, tranquilamente y sin llamar la atención, una fuerza armada dispersa por todo el Nexo. Una fuerza que podía, en caso de una emergencia verdaderamente importante, reunirse rápidamente para constituir una amenaza militar convincente en puntos estratégicos. En una situación así, podía ser demasiado lento, o incluso diplomática o militarmente imposible, sacar ninguna fuerza de los mundos nativos a través de los agujeros de salto y llevarlos a los lugares en que Barrayar tuviera que actuar. Pero las flotas comerciales ya estaban allí.

El planeta Marilac era un aliado barrayarés situado, desde el punto de vista de Barrayar, en la retaguardia del Imperio cetagandés, en la compleja red de rutas de salto que unían el Nexo. Un segundo frente, con Rho Ceta, la vecina inmediata, amenazando Komarr, pasaba a ser considerado el primero. Desde luego, los cetagandeses tenían líneas de comunicación y logística más cortas entre los dos puntos de contacto. Pero la pinza estratégica todavía dependía de una simple llamada, sobre todo con la adición potencial de las fuerzas marilacanas. Los barrayareses sólo tenían que recurrir a Marilac para amenazar a Cetaganda.

Sólo que, cuando Miles y Ekaterin habían dejado Barrayar en su retrasado viaje de luna de miel, las relaciones entre los dos imperios eran tan (bueno, cordiales no era quizás el término adecuado) poco tensas como siempre. ¿Qué demonios podía haber cambiado, tan profunda y rápidamente?

«Algo ha agitado a los cetagandeses cerca de Rho Ceta», había dicho Gregor.

A unos cuantos saltos de Rho Ceta, Guppy y sus amigos contrabandistas habían sacado un extraño cargamento vivo de una nave gubernamental cetagandesa, uno con montones de símbolos curiosos. ¿El diseño de un pájaro aullando, tal vez? Además de una, sólo una, persona… ¿Un superviviente? Después, la nave se había marchado, siguiendo un peligroso curso hacia los soles del sistema. ¿Y si su trayectoria no pretendía trazar un giro? ¿Y si hubiera sido una zambullida directa, sin retorno?

—Hijo de puta —jadeó Miles.

—¿Milord? —preguntó Vorpatril—. Si…

—Silencio —replicó Miles.

El silencio del almirante fue sorprendido, pero se mantuvo.

Una vez al año, los cargamentos más preciosos de la raza haut salían del Nido Estelar, en el mundo capital de Eta Ceta. Ocho naves con destino a cada uno de los planetas del Imperio tan curiosamente gobernado por los haut. Cada una transportaba la colección de embriones haut del año, los resultados comprobados y genéticamente modificados de todos los contratos de concepción tan cuidadosamente negociados, el año anterior, entre los miembros de las grandes constelaciones, los clanes, las cuidadosamente cultivadas líneas genéticas de la raza haut. Cada carga de un millar aproximado de vidas por nacer iba conducida por una de los ocho damas haut más importantes del Imperio, las Consortes Planetarias, que eran el comité guía del Nido Estelar. Todo lo más privado, lo más secreto, lo que nunca se discutía con extraños.

¿Cómo era posible que un agente ba no pudiera volver por más copias si perdía en tránsito una carga semejante de futuras vidas haut?

Porque no era un agente. Porque era un renegado.

—El delito no es asesinato —susurró Miles, los ojos espantados—. El delito es secuestro.

Los asesinatos se habían sucedido, en una cascada de pánico cada vez mayor, cuando el ba, con fundados motivos, intentaba borrar su rastro. Bueno, Guppy y sus amigos tenían que morir puesto que habían sido testigos del hecho de que una persona no había desaparecido con el resto de la nave condenada. Una nave secuestrada, aunque brevemente, antes de su destrucción… Los mejores secuestros eran trabajos desde dentro, oh, sí. El Gobierno cetagandés tenía que estar volviéndose loco con todo aquello.

—Milord, ¿se encuentra bien…?

—No, no lo interrumpa —dijo la voz de Ekaterin con un feroz susurro—. Está pensando. Hace esos ruiditos raros cuando está pensando.

Desde el punto de vista del Jardín Celestial, una nave cargada con niños del Nido Estelar había desaparecido en lo que tendría que haber sido una ruta segura a Rho Ceta. Todos los agentes de inteligencia y de las fuerzas de rescate del Imperio se habrían implicado en el caso. De no ser por Guppy, la tragedia habría sido considerada un error de funcionamiento que había lanzado a la nave, fuera de control e incapaz de enviar señales, a su feroz tumba. Ningún superviviente, ningún naufragio, ningún cabo suelto. Pero estaba Guppy. Y dejaba un desordenado rastro de pruebas descabelladamente sugerentes a cada paso.

¿Dónde estarían ahora los cetagandeses? Demasiado cerca para la comodidad del ba, obviamente; resultaba increíble que, cuando Guppy apareció en la barandilla del hotel, el ba no se hubiera muerto de un ataque al corazón sin necesidad de la remachadora. Pero la pista del ba, marcada por Guppy con bengalas de señales, conducía directamente desde el escenario del crimen al corazón de un Imperio a veces enemigo: Barrayar. ¿Qué estaban deduciendo los cetagandeses de todo eso?

«Bueno, ahora tenemos una pista, ¿no?»

—Bien —jadeó Miles, más tenso aún—. Bien. Supongo que estará grabando esto. Así que mi primera orden con la Voz del Emperador, almirante, es anular la orden de reunión del Sector Cinco. Eso era lo que iba a pedirme, ¿no?

—Gracias, milord Auditor, sí —dijo Vorpatril, agradecido—. Normalmente, preferiría morir antes que ignorar una llamada semejante, pero… dada nuestra situación actual, van a tener que esperar un poco. —Vorpatril no estaba dramatizando: era una simple declaración de hechos—. No demasiado, espero.

—Van a tener que esperar mucho —dijo Miles—. Ésta es mi siguiente orden con la Voz del Emperador. Copie todo, todo, lo que tenga grabado desde las últimas veinticuatro horas y envíelo por canal abierto, con la prioridad más alta, a la Residencia Imperial, el Alto Mando en Barrayar, al Cuartel General de SegImp y a los Asuntos Galácticos de SegImp en Komarr. Y —tomó aliento, y alzó la voz para anular el escandalizado grito de Vorpatril de «¡Copia! ¿En un momento como éste?»—, con remite del lord Auditor Miles Vorkosigan de Barrayar a la urgentísima y personalísima atención del ghem-general Dag Benin, jefe de Seguridad Imperial, Jardín Celestial, Eta Ceta, personal, urgente, muy urgente, por el pelo de Rian que esto es verdad, Dag. Exactamente esas palabras.

—¿Qué? —gritó Vorpatril, y luego rápidamente bajó la voz y repitió angustiado—. ¿Qué? ¡Un encuentro en Marilac sólo puede significar una guerra inminente con los cetagandeses! ¡No podemos entregarles ese tipo de información sobre nuestra posición y nuestros movimientos… envuelta en papel de regalo!

—Obtenga de Seguridad de la Estación Graf la grabación completa y sin cortes del interrogatorio de Russo Gupta y envíela también, en cuanto pueda. Antes.

Un nuevo terror estremeció a Miles, una visión como un sueño febril: la gran fachada de la mansión Vorkosigan, en la capital barrayaresa de Vorbarr Sultana, bajo una lluvia de fuego de plasma, su antigua piedra fundiéndose como mantequilla; dos contenedores llenos de fluido estallando entre nubes de vapor. O una plaga, dejando a todos los protectores de la mansión muertos y amontonados en los pasillos, o huyendo para morir en las calles; dos replicadores casi maduros desatendidos, congelándose lentamente, sus diminutos ocupantes muriendo por falta de oxígeno, ahogándose en su propio líquido amniótico. Su pasado y su futuro, todo destruido a la vez… Nikki también; ¿sería barrido con los otros niños al intentar un frenético rescate, o desaparecería, sin que nadie lo echara de menos, fatalmente solo? Miles había esperado llegar a ser un buen padrastro para Nikki… Eso estaba por ver ahora, ¿no? «Ekaterin, lo siento…»

Pasarían horas, días, antes de que el nuevo tensorrayo pudiera llegar a Barrayar y Cetaganda. Gente enloquecidamente inquieta podría cometer errores fatales en cuestión de minutos. De segundos…

—Y si suele usted rezar, Vorpatril, rece para que nadie haga ninguna estupidez antes de que los mensajes lleguen. Y para que nos crean.

—Lady Vorkosigan —susurró apremiante Vorpatril—, ¿puede estar delirando por la enfermedad?

—No, no —lo tranquilizó ella—. Está pensando demasiado rápido y saltándose todos los pasos intermedios. Suele hacerlo. Puede ser muy frustrante. Miles, amor, hum… para el resto de los mortales, ¿te importaría explicarte un poco mejor?

Él tomó aliento, dos o tres veces, para detener sus temblores.

—El ba. No es un agente ni está en ninguna misión. Es un criminal. Un renegado. Quizás esté loco. Creo que secuestró la nave anual de niños haut que iba a Rho Ceta, la envió contra el sol más cercano con todos a bordo (probablemente asesinados ya) y se largó con su cargamento. Que pasaba por Komarr, y que abandonó el Imperio de Barrayar en una nave comercial propiedad personal de la emperatriz Laisa… y no quiero ni imaginar cómo considerarán de incriminador ese pequeño detalle ciertas mentes del Nido Estelar. ¡Los cetagandeses creen que nosotros robamos sus bebés, o que fuimos cómplices del robo y, santo Dios, asesinamos a una Consorte Planetaria, y por eso están a punto de declararnos la guerra por error!

—¡Oh! —dijo Vorpatril, aturdido.

—La seguridad del ba se basaba en el secreto, porque en cuanto los cetagandeses se pusieran en la pista adecuada, no descansarían hasta castigar este crimen. Pero el plan perfecto se estropeó cuando Gupta no murió según lo previsto. La frenética actividad de Gupta atrajo a Solian, a ustedes, a mí… —Añadió más despacio—: La pregunta es, ¿para qué demonios quiere el ba a esos niños haut?

—¿Podría estar robándolos para alguien? —sugirió Ekaterin, vacilante.

—Sí, pero se supone que los ba son insobornables.

—Bueno, si no se trata de una compra o un soborno, ¿podría tratarse de un chantaje o una amenaza? ¿Tal vez una amenaza a algún haut a quien el ba sea leal?

—O tal vez a alguna facción del Nido Estelar —conjeturó Miles—. Excepto que… Los ghem-lores tienen facciones, los lores haut tienen facciones. Pero el Nido Estelar siempre se ha movido al unísono. Incluso cuando cometieron una traición indiscutible, hace una década, las damas haut tomaron todas las decisiones conjuntamente.

—¿El Nido Estelar cometió traición? —repitió Vorpatril, asombrado—. ¡No nos enteramos de eso! ¿Está seguro? No me enteré de que se hubieran producido entonces ejecuciones en masa en el Imperio, y debería haberlo hecho. —Hizo una pausa y añadió, en tono más apagado—: ¿Cómo podrían un puñado de damas haut fabricantes de niños cometer traición, en cualquier caso?

—No se hizo público. Por varios motivos. —Miles se aclaró la garganta.

—Lord Auditor Vorkosigan. Éste es su enlace de comunicación, ¿no? ¿Está usted ahí? —intervino una nueva voz.

—¡Selladora Greenlaw! —exclamó Miles feliz—. ¿Han llegado a lugar seguro? ¿Todos ustedes?

—Hemos vuelto a la Estación Graf —repuso la Selladora—. Parece prematuro decir que es segura. ¿Y usted?

—Todavía estoy atrapado a bordo de la Idris. Aunque no totalmente carente de recursos. Ni de ideas.

—Necesito hablar con usted urgentemente. Tiene usted más autoridad que ese testarudo de Vorpatril.

—Ah, mi enlace tiene un canal de audio abierto con el almirante Vorpatril en estos momentos, señora. Puede hablar con ambos a la vez, si lo desea —la cortó Miles rápidamente, antes de que ella se expresara sin ningún tapujo.

Greenlaw vaciló sólo un instante.

—Bien. Necesitamos que Vorpatril contenga, repito, contenga todas sus fuerzas de asalto. Corbeau confirma que el ba lleva encima una especie de control remoto o interruptor aparentemente conectado con la bomba biológica que ha ocultado en la Estación Graf. No es ningún farol.

Miles miró sorprendido el silencioso vid del puente. Corbeau estaba ahora sentado en el asiento del piloto, con el casco de control puesto, el rostro inexpresivo aún más ausente.

—¡Corbeau lo confirma! ¿Cómo? Iba completamente desnudo… ¡El ba lo vigila cada segundo! ¿Un comunicador subcutáneo?

—No hubo tiempo para implantarle ninguno. Hace parpadear las luces de la nave siguiendo un código preacordado.

—¿De quién fue la idea?

—Suya.

Un chico colonial avispado. El piloto estaba de su parte. Oh, era bueno saberlo… Los temblores de Miles se estaban convirtiendo en estertores.

—Todos los cuadris adultos de la Estación Graf que no se ocupan de servicios de emergencia están buscando la biobomba —continuó Greenlaw—, pero no tenemos ni idea de qué aspecto tiene, ni de su tamaño o de si está disfrazada de otra cosa. Ni de si hay más de una. Estamos intentando evacuar a tantos niños como sea posible en las naves y lanzaderas que tenemos a mano, para sellarlas luego, pero ni siquiera podemos estar seguros de ellas… Si lanzan ustedes una fuerza de asalto sin autorización antes de que esa amenaza haya sido hallada y neutralizada… juro que le daré a nuestra milicia la orden de abatirlos en el mismo espacio. ¿Me oye, almirante? Confirme.

—La oigo —dijo Vorpatril, reacio—. Pero señora… el Auditor Imperial en persona ha sido infectado con uno de los bioagentes letales del ba. No puedo… no toleraré… no voy a quedarme aquí sentado sin hacer nada mientras lo escucho morir…

—¡Hay cincuenta mil vidas inocentes en la Estación Graf, almirante… lord Auditor! —Greenlaw calló un segundo y añadió, cohibida—: Lo siento, lord Vorkosigan.

—No estoy muerto todavía —replicó Miles, casi contento. Una nueva y desagradable sensación luchó con el tenso temor que atenazaba su vientre—. Voy a desconectar un momento —añadió—. Ahora mismo vuelvo.

Indicando a Roic que se quedara quieto, Miles abrió la puerta de la oficina de seguridad, salió al pasillo, abrió su visor, se inclinó y vomitó en el suelo. «No lo puedo evitar.» Con un gesto de rabia volvió a conectar la temperatura de su traje. Contuvo el mareo, se secó la boca, volvió dentro, se sentó de nuevo y encendió el comunicador.

—Continúe.

Dejó que las voces de Vorpatril y Greenlaw siguieran discutiendo y estudió con más atención la imagen del puente. Un objeto tenía que estar allí, en alguna parte… ¡Ah! Allí estaba, una pequeña maleta criocongeladora, colocada cuidadosamente junto a uno de los asientos vacíos, cerca de la puerta. Un modelo comercial estándar, sin duda comprado allí mismo, en la Estación Graf, en los últimos días. Todo aquello, aquel lío diplomático, aquella extravagante cadena de muertes que serpenteaba por medio Nexo, con dos imperios tambaleándose al borde de la guerra, se reducían a eso. Miles recordó el viejo cuento barrayarés sobre el malvado mago mutante que guardaba su corazón en una caja para esconderlo de sus enemigos.

«Sí…»

—Greenlaw —interrumpió Miles—. ¿Tiene algún modo de enviarle señales a Corbeau?

—Mediante una de las boyas de navegación que emite a los canales de los pilotos en control ciberneural. Pero no podemos establecer contacto por voz… Corbeau no estaba seguro de cómo lo recibiría en sus percepciones. Estamos seguros de que podemos hacerle llegar algún código sencillo con parpadeos o sonidos.

—Tengo un mensaje sencillo para él. Urgente. Transmítaselo lo antes posible. Dígale que abra todas las puertas estancas internas que hay en la cubierta central de la cabina central. Y que desconecte los vids de seguridad de allí, si puede.

—¿Por qué? —preguntó ella, suspicaz.

—Tenemos personal atrapado allí que va a morir dentro de poco si no lo hace —repuso Miles rápidamente. Bueno, era cierto.

—Bien —contestó ella—. Veré qué puedo hacer.

Miles cortó la comunicación, se giró en su asiento e hizo un gesto a Roic como de cortarse el cuello para que hiciera lo mismo. Se inclinó hacia delante.

—¿Puedes oírme?

—Sí, milord. —La voz de Roic sonaba apagada a través del grueso visor del traje de trabajo, pero resultaba suficientemente audible. Ninguno de los dos tenía que gritar en un espacio tan reducido.

—Greenlaw nunca ordenará ni permitirá que se lance una fuerza de asalto para intentar capturar al ba. Ni suya, ni nuestra. No puede. Hay demasiadas vidas cuadris en juego. El problema es que no creo que esta política vaya a hacer más segura la Estación. Si este ba asesinó de verdad a una Consorte Planetaria, no parpadeará siquiera ante unos pocos miles de cuadris. Prometerá colaborar hasta el final, y luego pulsará el botón de su biobomba y saltará, por si el caos que deja a su paso retrasa o interrumpe la persecución un día o dos más. ¿Me sigues hasta ahora?

—Sí, milord. —Roic tenía los ojos muy abiertos.

—Si podemos acercarnos hasta la puerta del puente sin ser vistos, creo que tenemos una oportunidad de reducir al ba nosotros mismos. En concreto, tú lo reducirás; yo lo distraeré. No tendrás ningún problema. Los disparos de aturdidor y disruptor neural rebotarán en este traje tuyo de trabajo. Las agujas no lo atravesarán tampoco, llegado el caso. Y harán falta más que los segundos que necesitarás para cruzar esa pequeña habitación para que el fuego de plasma lo atraviese.

Roic hizo una mueca.

—¿Y si le dispara a usted? Ese traje de presión no es tan bueno.

—El ba no me disparará. Eso te lo garantizo. Los haut cetagandeses, y sus hermanos los ba, son físicamente más fuertes que nadie, pero no son más fuertes que un traje de energía. Ve por sus manos. Agárralas. Si llegamos hasta ahí, el resto vendrá solo.

—¿Y Corbeau? El pobre hijo de puta está en cueros. Nada va a detener lo que le disparen.

—Corbeau será el último a quien decida disparar —dijo Miles—. ¡Ah! —Sus ojos se ensancharon y se giró en el asiento. Al borde de la imagen vid, media docena de diminutas imágenes empezaban a apagarse—. Vamos al pasillo. Prepárate a correr. Lo más silenciosamente que puedas.

Desde su enlace de comunicación, la voz reducida de volumen de Vorpatril suplicó apasionadamente al Auditor Imperial que volviera a abrir el canal. Instó a lady Vorkosigan a que le pidiera lo mismo.

—Déjelo en paz —dijo Ekaterin con firmeza—. Sabe lo que está haciendo.

—¿Qué está haciendo? —gimió Vorpatril.

—Algo. —La voz de Ekaterin se redujo a un susurro. O tal vez era una oración—. Buena suerte, amor.

Otra voz, algo más remota, intervino: el capitán Clogston.

—¿Almirante? ¿Puede contactar con el lord Auditor Vorkosigan? Hemos terminado de preparar su filtro sanguíneo, y estamos preparados para probarlo, pero ha desaparecido de la enfermería. Estaba aquí hace un minuto…

—¿Oye eso, lord Vorkosigan? —intentó Vorpatril, a la desesperada—. Tiene que presentarse en la enfermería. Ahora.

Al cabo de diez minutos, cinco, los médicos podrían jugar con él. Miles se levantó del asiento de control (tuvo que usar ambas manos) y siguió a Roic al pasillo.

Delante, en medio de la oscuridad, las primeras puertas estancas del pasillo se abrieron despacio para revelar el pasillo transversal que conducía a las otras cabinas situadas más allá. Al otro lado, la siguiente puerta empezó a deslizarse.

Roic empezó a correr. Sus pasos eran inevitablemente pesados. Miles medio trotó detrás. Intentó pensar cuándo había usado por última vez su estimulador de ataques, cuánto riesgo corría ahora de desplomarse con un ataque por la combinación de mala química cerebral y terror. Un riesgo altísimo, decidió. No había armas automáticas para él en ese viaje. No había arma ninguna, más que su inteligencia. Parecía un arsenal algo pobre, en aquel momento.

El segundo par de puertas se abrió para ellos. Luego la tercera. Miles rezó para que no estuvieran metiéndose de cabeza en otra trampa. Pero no creía que el ba tuviera ninguna forma de controlar, ni de imaginar siquiera, aquella secreta línea de comunicación. Roic hizo una pausa, colocándose tras el borde de la última puerta, y se asomó. La puerta que conducía al puente estaba cerrada. Asintió brevemente y continuó hacia delante, con Miles convertido en su sombra. A medida que se acercaban, Miles vio que el panel de control, a la izquierda de la puerta, había sido seccionado por una herramienta cortante, prima hermana, sin duda, de la que Roic usaba. El ba había ido de compras a ingeniería también. Miles señaló; la cara de Roic se iluminó, y una comisura de su boca se levantó. Parecía que alguien se había acordado de cerrar la puerta tras ellos cuando salieron por última vez, después de todo.

Roic se señaló a sí mismo, a la puerta; Miles negó con la cabeza y le indicó que se acercara. Sus cascos se tocaron.

—Yo primero. Tengo que hacerme con esa caja antes de que el ba reaccione. Además, te necesito para que tires de la puerta.

Roic miró alrededor, tomó aire, y asintió.

Miles le indicó que se acercara para que sus cascos se tocaran una vez más.

—Y… ¿Roic? Me alegro de no haber traído a Jankowski.

Roic sonrió. Miles se apartó.

«Ahora.» Las dilaciones no favorecían a nadie.

Roic se inclinó, apoyó las manos enguantadas sobre la puerta, empujó. Los servos de su traje gimieron con fuerza. La puerta se apartó entre crujidos reticentes.

Miles pasó. No miró atrás, ni arriba. Su mundo se había reducido a una meta, a un objeto.

La caja congeladora… allí, todavía en el suelo, junto a la silla de control del oficial de comunicaciones ausente. Saltó, la agarró, la alzó, se la llevó al pecho como si fuera un escudo, como si fuera la esperanza de su corazón.

El ba se estaba volviendo, gritando, los labios contraídos, los ojos espantados, la mano hurgando en el bolsillo. Los dedos enguantados de Miles buscaron los cierres. Si está cerrada, tírale la caja al ba. Si no está cerrada…

La caja se abrió. Miles la sacudió con fuerza, la giró.

Una cascada plateada, la mayor parte de un millar de diminutas agujas de muestras de tejidos crioalmacenados, salió de la caja y se desparramó por toda la cubierta. Algunas se rompieron al chocar, produciendo diminutos sonidos cristalinos como insectos moribundos. Algunas giraron. Algunas resbalaron y desaparecieron tras los asientos y en los huecos.

Miles sonrió ferozmente.

El grito se convirtió en un chillido; las manos del ba se dispararon hacia Miles, como suplicando, como negando, desesperadas. El cetagandés se abalanzaba hacia él, el rostro gris distorsionado por la sorpresa y la incredulidad.

Las manos enguantadas de Roic se cerraron sobre las muñecas del ba y lo detuvieron. Los huesos crujieron y se quebraron; manó sangre entre los dedos. El cuerpo del ba se convulsionó mientras lo levantaban en vilo. El chillido se convirtió en un extraño alarido. Sus pies patalearon inútilmente contra la gruesa coraza de las espinilleras del traje de Roic; las uñas se rompieron y sangraron, sin efecto. Roic aguantó firmemente, con las manos alzadas y separadas, sosteniendo al ba indefenso en el aire.

Miles dejó caer la caja congeladora, que golpeó la cubierta. Con un susurro, anunció por su enlace comunicador:

—Hemos capturado al ba. Envíen tropas de refuerzo. Con trajes bioprotectores. Ya no necesitarán sus armas. Me temo que la nave es un verdadero caos.

Le temblaban las rodillas. Se desplomó en la cubierta, riendo incontrolablemente.

Corbeau se levantaba del asiento del piloto. Miles le indicó que se apartara con un gesto urgente.

—¡A un lado, Dmitri! Voy a…

Abrió el visor justo a tiempo. Casi. Los vómitos y espasmos que sacudieron su estómago fueron esta vez mucho peores. «Se acabó. ¿Puedo por favor morirme ya?»

Pero no se había acabado, no del todo. Greenlaw había jugado por cincuenta mil vidas. Ahora le tocaba el turno a Miles de jugar por cincuenta millones.

17

Miles llegó a la enfermería de la Idris con los pies por delante. Lo llevaron dos hombres de la fuerza de asalto de Vorpatril, que se había convertido rápidamente casi en un equipo de primeros auxilios y, como tal, había obtenido permiso de los cuadris. Sus porteadores casi se cayeron por el agujero que Roic había dejado en el suelo. Miles recuperó el control de sus movimientos lo suficiente para levantarse por su propio pie y apoyarse contra la pared del pabellón bioaislado. Roic los seguía, sosteniendo con cuidado una bolsa bioprotectora con el detonador remoto del ba. Corbeau, el rostro envarado y pálido, cubría la retaguardia vestido con una túnica médica suelta y unos pantalones que le quedaban grandes, escoltado por un tecnomed que llevaba el hipospray del ba en otra bolsa bioprotectora.

El capitán Clogston atravesó las zumbantes barreras azules y contempló la nueva riada de pacientes y ayudantes.

—Bien —anunció, mirando el agujero en la cubierta—. Esta nave está tan sucia ya, que voy a declararla Zona de Biocontaminación de Nivel Tres. Así que bien podemos esparcirnos y ponernos cómodos, muchachos.

Los técnicos formaron una cadena humana para pasar rápidamente el equipo analizador a la cámara exterior. Miles aprovechó la oportunidad para tener unas palabras breves y urgentes con los dos hombres con insignias médicas en los trajes que permanecían apartados del resto: los oficiales de interrogatorios militares de la Príncipe Xav. De hecho no iban disfrazados; eran simplemente discretos. Y Miles tenía que reconocer que habían recibido formación médica.

Declararon el segundo pabellón celda temporal para el prisionero, el ba, que seguía a la procesión atado a una plataforma flotante. Miles frunció el ceño cuando la plataforma pasó a su lado, guiada por un atento y musculoso sargento. El ba estaba amarrado bien fuerte, pero su cabeza y sus ojos se movían de manera extraña, y sus labios salpicados de saliva se agitaban.

Más que ninguna otra cosa, era esencial mantener al ba en poder de Barrayar. Encontrar dónde había ocultado el ba su sucia biobomba era la primera prioridad. La raza haut tenía cierta inmunidad genética a las más comunes drogas de interrogación y sus derivados: si la pentarrápida no funcionaba con aquel tipo, los cuadris tendrían muy poco que hacer que contara además con el permiso del magistrado Leutwyn. En aquella emergencia, las normas militares parecían más apropiadas que las civiles. «En otras palabras, si nos dejan tranquilos, le arrancaremos al ba las uñas por ellos.»

Miles agarró a Clogston por el codo.

—¿Cómo está Bel Thorne?

El cirujano de la flota negó con la cabeza.

—No está bien, milord Auditor. Al principio pensamos que estaba mejorando, cuando los filtros empezaron a funcionar… pareció que recuperaba la conciencia. Pero luego se puso inquieto. Empezó a gemir y a intentar hablar. Creo que se le ha ido la cabeza. No para de llamar al almirante Vorpatril.

«¿A Vorpatril? ¿Por qué?» Un momento…

—¿Dijo Vorpatril? —preguntó Miles bruscamente—. ¿O sólo llamó al almirante?

Clogston se encogió de hombros.

—Vorpatril es el único almirante que hay por aquí, aunque supongo que el práctico puede estar alucinando. Odio tener que sedar a alguien tan enfermo, sobre todo cuando acaba de salir de los efectos de una droga. Pero si el hermafrodita no se calma, tendremos que hacerlo.

Miles frunció el ceño y corrió al pabellón de aislamiento. Clogston lo siguió. Miles se quitó el casco, sacó de dentro el comunicador de muñeca y agarró con fuerza el vital enlace. Un técnico estaba preparando la segunda cama, despejada rápidamente, al parecer para el infectado lord Auditor.

Bel estaba ahora en la primera cama, seco y vestido con una túnica militar verde claro de paciente, lo cual parecía un avance. Pero el hermafrodita tenía la cara grisácea, los labios púrpura, los párpados temblorosos. Una sonda intravenosa, que no dependía de la gravedad potencialmente errática de la nave, inyectaba un líquido amarillo en su brazo derecho. El brazo izquierdo estaba atado a una plancha; un tubo de plástico lleno de sangre corría por debajo de un vendaje hasta conectar con un aparato híbrido sujeto con cinta plástica. Un segundo tubo hacía el viaje inverso, su oscura superficie húmeda de condensación.

—'S bala —gemía Bel—. 'S bala.

Los labios del cirujano de la flota dibujaron una mueca de descontento tras el visor. Se inclinó hacia delante para observar el monitor.

—La presión de la sangre está subiendo también. Creo que es hora de darle un calmante al pobre diablo.

—Espere.

Miles se acercó al borde de la cama para que el herm pudiera verlo y lo miró lleno de descabellada esperanza. Bel sacudió la cabeza. Los párpados se abrieron, los ojos se ensancharon. Los labios azules trataron de volver a moverse. Bel los lamió, inhaló profundamente y lo intentó una vez más.

—¡Alm'nte! Portento. 'S basta'do loscond'o en el bala. Lo' ijo. Sádic basta'do.

—Todavía cree que habla con el almirante Vorpatril —murmuró Clogston, preocupado.

—Con el almirante Vorpatril, no. Conmigo —susurró Miles. ¿Existía todavía aquella inteligente mente en el búnker de su cerebro? Bel mantenía los ojos abiertos, intentando enfocarlo, como si la imagen de Miles se agitara y se nublara ante su vista.

Bel conocía a un portento. No. Bel estaba intentando decirle algo importante. Bel luchaba con la muerte por la posesión de su propia boca para intentar transmitir un mensaje. ¿Bala? ¿Balística? ¿Balalaika? ¡No…, ballet!

—El ba escondió la biobomba en el ballet… ¿En el Auditorio Minchenko? —le preguntó Miles, impaciente—. ¿Es eso lo que estás intentando decir, Bel?

El tenso cuerpo se relajó, aliviado.

—Sí. Sí. Dilo. En las luces, creo.

—¿Había sólo una bomba? ¿O había más? ¿Lo dijo el ba, podrías asegurarlo?

—No sé. Casera, creo. Comprueba. Compras…

—¡Bien, lo tengo! Buen trabajo, capitán Thorne.

«Siempre fuiste el mejor, Bel.» Miles se dio media vuelta y habló por su comunicador de muñeca, exigiendo que le pasaran con Greenlaw, o Venn, o Watts, o alguien que tuviera autoridad en la Estación Graf.

—¿Sí? —preguntó por fin una entrecortada voz femenina.

—¿Selladora Greenlaw? ¿Está usted ahí?

La voz se tranquilizó.

—Sí, ¿lord Vorkosigan? ¿Tiene algo?

—Tal vez. Bel Thorne nos informa de que el ba dijo que ocultó la biobomba en algún lugar del Auditorio Minchenko. Posiblemente detrás de algunas luces.

Ella contuvo la respiración.

—Bien. Concentraremos nuestra búsqueda allí.

—Bel también cree que la bomba la preparó el propio ba, recientemente. Puede que haya hecho compras por la Estación Graf bajo la identidad de Ker Dubauer. Eso podría darles la pista de cuántas puede haber diseñado.

—¡Ah! ¡Bien! ¡Pondré a trabajar a la gente de Venn!

—Comprenda que Bel está en muy mal estado. También que el ba puede haber mentido. Comuníquemelo cuando sepa algo.

—Sí. Sí. Gracias.

Rápidamente, ella cortó la comunicación. Miles se preguntó si estaría encerrada en su bioaislamiento protector también, como iba a estarlo él, tratando de aplazar el momento crítico lo máximo posible.

—Basta'do —murmuró Bel—. Me paralizó. Me metió en la 'dita unicápsula. Me lo dijo. Entonces la cerró. Me dejó para que me muriera, 'maginando… Sabía… sabía lo de Nicol y yo. Vio mi cubo vid. ¿Dónde está mi cubo vid?

—Nicol está a salvo —le aseguró Miles. Bueno, tanto como cualquier otro cuadri de la Estación Graf en aquel momento: si no a salvo, al menos advertida. ¿Cubo vid? Oh, las pequeñas imágenes de los hipotéticos hijos de Bel—. Tu cubo vid está a salvo.

Miles no tenía ni idea de si eso era o no cierto: el cubo podía seguir en el bolsillo de Bel, destruido con las ropas contaminadas del herm, o podía haber sido robado por el ba. Pero la afirmación tranquilizó a Bel. Los agotados ojos del hermafrodita volvieron a cerrarse y su respiración se regularizó.

«Dentro de unas horas voy a tener ese aspecto. Entonces será mejor que no pierdas más tiempo, ¿eh?»

Con enorme disgusto, Miles soportó que un técnico le ayudara a quitarse el traje de presión y la ropa interior… para llevarlos a incinerar, supuso.

—Si van a atarme aquí, quiero una comconsola junto a mi cama inmediatamente. No, no puede quedarse con eso. —Miles esquivó al técnico, que intentaba quitarle el comunicador; luego se detuvo a tragar saliva—. Y algo para las náuseas. Muy bien, póngamelo en el brazo derecho, entonces.

En horizontal apenas se sentía mejor que en vertical. Miles se alisó la túnica gris claro y entregó su brazo izquierdo al cirujano, quien personalmente se encargó de pincharle la vena con una lengüeta médica que parecía del tamaño de una pajita para beber. Al otro lado, un técnico apretó un hipospray contra su hombro derecho…, una poción que contrarrestaría el mareo y los calambres que sentía en el estómago, esperaba. Pero no gritó hasta que el primer borbotón de sangre filtrada regresó a su cuerpo.

—Mierda, está fría. Odio el frío.

—No se puede evitar, milord Auditor —murmuró Clogston para tranquilizarlo—. Tenemos que bajar su temperatura corporal al menos tres grados. Nos conseguirá tiempo.

Miles se calló, al recordar incómodamente que todavía no tenían una cura para aquello. Sofocó un gemido de terror que escapaba bajo la presión del lugar donde lo había mantenido encerrado durante las últimas horas. Ni por un segundo se permitiría creer que no había cura, que esa biomierda se lo llevaría al otro barrio y que esta vez no regresaría…

—¿Dónde está Roic? —Se llevó la muñeca derecha a los labios—. ¿Roic?

—Estoy en la cámara exterior, milord. Tengo miedo de pasar este disparador a través de la biobarrera hasta que sepamos con seguridad que han desarmado la bomba.

—Bien, buena idea. Uno de esos tipos de ahí fuera debería ser el técnico artificiero que solicité. Búscalo y entrégaselo. Luego sé testigo por mí de los de interrogatorios, ¿quieres?

—Sí, milord.

—Capitán Clogston.

El doctor alzó la mirada mientras trabajaba con el filtro sanguíneo.

—¿Milord?

—En el momento en que tenga a un tecnomed…, no, a un doctor. En el momento en que tenga a algún hombre cualificado libre, envíelo a la bodega de carga donde el ba tiene los replicadores. Quiero que tome muestras, e intente ver si el ba los ha contaminado o los ha envenenado de alguna manera. Luego asegúrese de que todo el equipo funciona bien. Es muy importante que los niños haut estén vivos y bien.

—Sí, lord Vorkosigan.

Si los bebés haut habían sido inoculados con los mismos viles parásitos que en ese momento campaban por su cuerpo, ¿podrían reducir la temperatura de los replicadores para congelarlos a todos y detener el proceso de la enfermedad? ¿O afectaría el frío a los niños, dañándolos…? Se estaba buscando problemas, sacando conclusiones anticipadas sin tener datos suficientes. Un agente entrenado, condicionado para hacer la correcta desconexión entre acción e imaginación, podría haber realizado una inoculación semejante, eliminando todo el ADN que pudiera incriminar a los altos haut antes de abandonar el escenario. Pero este ba era un aficionado. Este ba tenía otro tipo de condicionamiento. «Sí, pero ese condicionamiento debe de haber salido mal de alguna manera, o este ba no habría llegado tan lejos…»

—E infórmeme del estado del piloto Corbeau, en cuanto lo sepa —añadió Miles mientras Clogston se volvía. El médico alzó una mano, asintiendo.

Unos minutos después, Roic entró en el pabellón. Se había quitado el pesado traje de trabajo, y ahora llevaba un traje bioprotector militar de Nivel Tres, más cómodo.

—¿Cómo van las cosas ahí fuera?

Roic se encogió de hombros.

—No muy bien, milord. El ba ha entrado en una especie de extraño estado mental. Dice tonterías, pero ninguna relacionada con el tema, y los tipos de inteligencia dicen que su estado psicológico es también parte de su estrategia. Están tratando de estabilizarlo.

—¡El ba tiene que permanecer con vida! —Miles se incorporó a medias mientras se le pasaba por la cabeza la idea de que lo llevaran a la cámara de al lado para encargarse de los interrogatorios—. Tenemos que llevarlo de vuelta a Cetaganda. Para demostrar que Barrayar es inocente.

Se hundió de nuevo en la cama y miró el ronroneante aparato que filtraba su sangre. Expurgaba los parásitos, sí, pero también drenaba la energía que los parásitos le habían robado para crearse. Lo vaciaba de la agilidad mental que tan desesperadamente necesitaba ahora.

Reagrupó sus dispersos pensamientos, y explicó a Roic la noticia que le había dado Bel.

—Regresa al interrogatorio, y cuéntales lo que ha pasado. Mira a ver si pueden confirmar el escondite en el Auditorio Minchenko, y sobre todo si pueden conseguir algo que sugiera que hay más de una bomba. O no.

—Bien —Roic asintió. Contempló el creciente conjunto de aparatos que rodeaban a Miles—. Por cierto, milord. ¿Le ha mencionado ya al doctor el problema de sus ataques?

—Todavía no. No ha habido tiempo.

—Bien. —Roic hizo una mueca pensativa, de un modo severo que Miles decidió ignorar—. Me encargaré yo entonces, ¿de acuerdo, milord?

Miles se encogió de hombros.

—Sí, sí.

Roic salió del pabellón para realizar sus dos encargos.

Llegó la comconsola remota: un técnico colocó una bandeja sobre el regazo de Miles, puso encima la placa vid y lo ayudó a sentarse, colocando más almohadas detrás de su espalda. Miles estaba empezando a temblar otra vez. Muy bien, el aparato era de uso militar barrayarés, no algo que hubieran tomado de la Idris. Ahora volvía a tener un enlace visual seguro. Introdujo los códigos.

El rostro de Vorpatril tardó un par de segundos en aparecer; encargándose de todo desde la sala de tácticas de la Príncipe Xav, el almirante sin duda tenía unas cuantas cosas más que hacer en aquel momento. Apareció por fin con un «¡Sí, milord!». Sus ojos escrutaron la imagen de Miles en su placa vid. Al parecer no se sintió tranquilizado por lo que vio. Su mandíbula se tensó.

—¿Está usted…? —empezó a decir, pero lo cambió sobre la marcha—. ¿Es muy grave?

—Todavía puedo hablar, y mientras pueda hablar, tengo que registrar algunas órdenes. Mientras esperamos los resultados de la búsqueda de la bomba… ¿Está enterado de eso? —Miles puso al corriente al almirante acerca de los datos suministrados por Bel sobre el Auditorio Minchenko, y continuó—. Mientras tanto, quiero que seleccione y prepare la nave más rápida de su escolta que tenga capacidad para la carga que va a llevar. Esa carga seremos yo, el práctico Thorne, un equipo médico, nuestro prisionero el ba y los guardias, Guppy el contrabandista jacksoniano, si puedo arrancarlo de las garras de los cuadris y un millar de replicadores uterinos en funcionamiento, con sus asistentes médicos cualificados.

—Y yo —dijo firmemente la voz de Ekaterin desde un lado. Su cara asomó brevemente en el enlace vid de Vorpatril, mirándolo con el ceño fruncido. Había visto a su marido servido como muerto en bandeja más de una vez con anterioridad; quizá no se preocuparía tanto como el almirante. Ver cómo un Auditor Imperial se derretía hasta convertirse en un moco humeante en el curso de tu misión sería una notable mancha negra en su historial, aunque no podía decirse que la carrera de Vorpatril no estuviera ya hecha polvo por este episodio.

—Mi nave correo viajará en convoy, llevando a lady Vorkosigan. —Cortó la objeción de Ekaterin—. Puede que necesite a un portavoz que no esté en cuarentena médica. —Ella se limitó a emitir un poco convencido «Hum»—. Pero quiero asegurarme de que no nos entretiene nadie por el camino, almirante, así que haga que el departamento de su flota empiece a trabajar rápidamente para conseguir permisos de paso por todos los espacios locales que vamos a tener que atravesar. Velocidad. Velocidad es la clave. Quiero marcharme en el momento en que sepamos que el aparato infernal del ba ha sido retirado de la Estación Graf. Al menos si llevamos la alarma biológica encima, nadie querrá detenernos y abordarnos para hacer inspecciones.

—¿A Komarr, milord? ¿O a Sergyar?

—No. Calcule la ruta de salto más corta posible directamente a Rho Ceta.

Vorpatril sacudió la cabeza, sorprendido.

—Si las órdenes que recibí del Cuartel General del Sector Cinco significan lo que pensamos, difícilmente podrá pasar por ahí. Lo recibirán con fuego de plasma y bombas de fusión en el momento en que aparezca en el agujero de gusano: eso es lo que yo esperaría.

—Suéltalo, Miles —dijo la voz familiar de Ekaterin.

Él sonrió brevemente al notar la familiar exasperación en su voz.

—Para cuando lleguemos allí, habré conseguido el permiso del Imperio de Cetaganda.

«Espero.» O todos iban a tener más problemas de los que Miles podía imaginar.

—Barrayar va a devolverles a sus bebés haut secuestrados. Colgando de un largo palo. Yo voy a ser el palo.

—Ah —dijo Vorpatril, alzando especulador sus grises cejas.

—Ponga al corriente a mi piloto de SegImp. Pienso empezar en el momento en que todo y todos hayan subido a bordo. Puede comenzar por el material.

—Comprendido, milord. —Vorpatril se puso en pie y desapareció de la imagen. Ekaterin se adelantó y le sonrió.

—Bueno, estamos haciendo algunos progresos por fin —le dijo Miles, con lo que esperaba que pareciera buen humor, y no histeria reprimida.

La sonrisa de ella se torció a un lado. Sin embargo, sus ojos eran cálidos.

—¿Algunos progresos? Me pregunto cómo llamas a una avalancha.

—Nada de metáforas árticas, por favor. Ya tengo bastante frío. Si los médicos mantienen esta… infección bajo control en ruta, tal vez me den permiso para recibir visitas. No hará falta la nave correo más tarde, de todas formas.

Un tecnomed apareció, sacó una muestra de sangre del tubo de salida, añadió una intravenosa al conjunto, alzó las barandillas de la cama y luego se inclinó y empezó a atarle el brazo izquierdo.

—Eh —objetó Miles—. ¿Cómo voy a poder desenmarañar todo este lío con una mano atada a la espalda?

—Órdenes del capitán Clogston, milord Auditor. —Firmemente, el técnico terminó de asegurarle el brazo—. Procedimiento estándar si hay riesgo de ataques.

Miles hizo rechinar los dientes.

—Tu estimulador de ataques está en la Kestrel, con el resto de tus cosas —dijo Ekaterin sin ninguna pasión—. Lo buscaré y te lo enviaré en cuanto vuelva a bordo.

Prudentemente, Miles limitó su respuesta a:

—Gracias. Vuelve a conectar conmigo antes de partir… Tal vez haya unas cuantas cosas más que necesite. Comunícamelo también cuando llegues a bordo.

—Sí, amor. —Ella se llevó los dedos a los labios y los alzó, pasándolos a la imagen que tenía delante. Él devolvió el gesto. Su corazón se heló un poco cuando la imagen se apagó. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se atrevieran a tocarse piel a piel de nuevo? «¿Y si es nunca…? Maldición, sí que tengo frío.»

El técnico se marchó. Miles se hundió en la cama. Supuso que sería inútil pedir mantas. Imaginó diminutas biobombas repartidas por todo su cuerpo, chisporroteando como los fuegos artificiales de Medio Verano vistos desde el otro lado del río en Vorbarr Sultana, creciendo en cascada hasta llegar a su apoteósico y letal final. Imaginó su carne descomponiéndose en baba corrosiva mientras él continuaba vivo. Tenía que pensar en otra cosa.

Dos imperios, iguales en grado de indignación, maniobrando para ocupar mejores posiciones, acumulando fuerzas mortíferas tras una docena de puntos de salto, cada salto un punto de contacto, conflicto, catástrofe… Eso no era mejor.

Un millar de fetos haut casi maduros, girando en sus pequeñas cámaras, ajenos a la distancia y a los peligros que habían recorrido, y los peligros aún por venir… ¿Cuándo iban a nacer? La imagen de un millar de niños llorando en los brazos de unos pocos apurados médicos barrayareses casi le habría hecho sonreír, si no hubiera tenido tantas ganas de empezar a gritar.

La respiración de Bel, en la cama de al lado, era lenta y laboriosa.

Velocidad. Por todos los motivos, velocidad. ¿Había puesto en marcha todo y a todos los que podía? Repasó la lista, se perdió, lo intentó de nuevo. Le dolía la cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que durmiera por última vez? Los minutos se arrastraban con tortuosa lentitud. Los imaginó como caracoles, cientos de pequeños caracoles con marcas de clanes cetagandeses tiñendo sus conchas, caminando en procesión, dejando rastros babosos de letal biocontaminación… Un bebé a gatas, Helen Natalia, parloteando y agarrando una de las preciosas y venenosas criaturas, y él estaba atado y cubierto de tubos y no podía cruzar la habitación lo bastante rápido para detenerla…

Un pitido en el comunicador que tenía sobre el regazo, gracias a Dios, lo despertó antes de que pudiera averiguar adónde conducía aquella pesadilla. Pero todavía estaba cubierto de tubos. ¿Qué hora era? Estaba perdiendo la noción del tiempo. Su mantra habitual (ya dormiré cuando esté muerto) parecía un poco demasiado adecuado.

Una imagen se formó sobre la placa vid.

—¡Selladora Greenlaw!

¿Buenas noticias, malas noticias? Buenas. Su rostro arrugado irradiaba alivio.

—La encontramos —dijo ella—. Está contenida.

Miles dejó escapar un largo suspiro.

—Sí. Excelente. ¿Dónde?

—En el Auditorio Minchenko, justo como dijo el práctico. Pegada a la pared, en una de las luces del escenario. Parecía que la habían puesto a la carrera, pero a pesar de todo era muy astuta. Sencilla y astuta. Era poco más que un globo de plástico sellado, lleno de una especie de solución nutriente, según me han dicho. Y una carga diminuta, y el disparador electrónico necesario. El ba la había pegado a la pared con cinta corriente, y la había rociado con un poco de pintura negra. Nadie la habría visto, ni aunque hubiera estado trabajando en las luces, a menos que hubiera puesto una mano encima.

—Casera, entonces. ¿Del lugar?

—Eso parece. Los componentes electrónicos, que eran recién comprados, y la cinta, eran todos de fabricación cuadri. Encajan con las compras registradas en el chit de crédito de Dubauer la tarde posterior al ataque en el vestíbulo del hotel. Todo encaja. Parece que sólo había una bomba. —Se pasó las manos superiores por el pelo plateado, frotándose cansada el cuero cabelludo, y cerró los ojos circundados por oscuras ojeras.

—Eso… concuerda con lo que había pensado —dijo Miles—. Justo hasta que Guppy apareció con el remachador, el ba pensaba, evidentemente, que se había salido con la suya. El robo del cargamento y la muerte de Solian. Todo tranquilo y perfecto. Su plan era pasar sin levantar sospechas ni dejar rastro por el Cuadrispacio. No había tenido ningún motivo antes para montar una bomba. Pero desde aquel intento de asesinato, se asustó y tuvo que improvisar rápidamente. Pecó de falta de previsión. No planeó quedarse atrapado en la Idris como se quedó de hecho, sin duda.

Ella negó con la cabeza.

—Algo planeó. La carga explosiva tenía dos contactos en el disparador. Uno era un receptor para el detonador que el ba tenía en el bolsillo. El otro era un sencillo sensor de sonido. Preparado para un nivel de decibelios alto. El de un auditorio lleno de aplausos, por ejemplo.

Miles apretó con fuerza la mandíbula. «Oh, sí.»

—Para disimular la explosión de la carga y contaminar al mayor número de personas de una sola vez.

La visión fue instantánea, y horripilante.

—Eso pensamos. Viene gente de todas las estaciones del Cuadrispacio a ver las actuaciones del Ballet Minchenko. El contagio se habría extendido por la mitad del sistema antes de que nos hubiéramos dado cuenta.

—¿Es lo mismo…? No, no puede ser lo que el ba nos ha colgado a Bel y a mí. ¿Puede ser? ¿Era letal, o simplemente un agente debilitador o qué?

—La muestra está en manos de nuestros médicos ahora mismo. Deberíamos saberlo pronto.

—Así que el ba preparó su biobomba… cuando ya sabía que los agentes cetagandeses lo perseguían, cuando ya sabía que se vería obligado a abandonar los incriminatorios replicadores y sus contenidos… Apuesto a que preparó la bomba y se largó de allí a toda prisa.

Tal vez fuera una venganza. ¿Se vengaba de los cuadris por todos los retrasos que habían desbaratado su plan perfecto…? Según el informe de Bel, el ba no estaba libre de ese tipo de motivaciones; el cetagandés había demostrado poseer un humor cruel y cierto gusto por las estrategias dobles. Si el ba no hubiera tenido problemas en la Idris, ¿habría retirado la bomba, o la habría dejado para que explotara por su cuenta? Bueno, si los hombres de Miles no podían arrancarle a su prisionero toda la historia, él conocía a unas cuantas personas que sí podrían.

—Bien —suspiró—. Ahora podemos irnos.

Los cansados ojos de Greenlaw se abrieron.

—¿Qué?

—Quiero decir… con su permiso, señora Selladora.

Ajustó la toma de su emisión vid a un ángulo más amplio, para que abarcara su siniestro entorno médico. Demasiado tarde para ajustar el equilibrio de color a un verde más enfermizo. También, posiblemente, sería redundante. La boca de Greenlaw, al verlo, dibujó una mueca de desazón.

—El almirante Vorpatril ha recibido un comunicado militar extremadamente alarmante…

Miles explicó rápidamente su deducción sobre la conexión entre el súbito aumento de tensiones entre Barrayar y su peligroso vecino cetagandés y los recientes acontecimientos en la Estación Graf. Tuvo cuidado al explicar el uso táctico de las escoltas de las flotas comerciales como fuerzas de despliegue rápido, aunque dudó que la Selladora pasara por alto las implicaciones.

—Mi plan es llegar yo mismo, con el ba, los replicadores y tantas pruebas como pueda reunir sobre los crímenes del ba, a Rho Ceta, y presentárselas al Gobierno de Cetaganda para exonerar a Barrayar de toda acusación de connivencia en esta crisis. Lo más rápido posible. Antes de que algún listillo, en cualquier bando, haga algo que, por decirlo bruscamente, convierta las últimas acciones del almirante Vorpatril en la Estación Graf en un modelo de constricción y sabiduría.

Eso arrancó un bufido a la Selladora. Miles continuó.

—Aunque el ba y Russo Gupta cometieron ambos delitos en Graf, los cometieron primero en los imperios de Cetaganda y Barrayar. Considero que tenemos prioridad. Y aún peor: su mera presencia continuada en la Estación Graf es peligrosa porque, se lo prometo, tarde o temprano sus furiosas víctimas cetagandesas los seguirán. Creo que ya han saboreado lo bastante la medicina cetagandesa para que imaginar a los auténticos agentes cetagandeses cayéndoles encima sea realmente desagradable. Entréguennos a ambos criminales, y nos perseguirán a nosotros.

—Hum… —dijo ella—. ¿Y su flota comercial retenida? ¿Sus multas?

—Déjelo… bajo mi responsabilidad. Estoy dispuesto a transferir la propiedad de la Idris a la Estación Graf, en pago de todos los gastos y multas. —Añadió prudentemente—: Tal como está.

Ella abrió los ojos de par en par.

—La nave está contaminada —dijo, indignada.

—Sí. Así que no podemos llevárnosla, de todas formas. Limpiarla podría ser un bonito ejercicio de entrenamiento para sus equipos de biocontrol. —Decidió no mencionar los agujeros—. Incluso con esos gastos, saldrán ganando. Me temo que el seguro de los pasajeros tendrá que cubrir el valor de cualquier cargamento que no pueda ser recuperado. Pero espero que la mayor parte no necesite pasar por cuarentena. Y pueden dejar que se marche el resto de la flota.

—¿Y sus hombres, los que están detenidos?

—Dejaron marchar a uno de ellos. ¿Lo lamentan? ¿No pueden permitir que el valor del alférez Corbeau redima a sus camaradas? Ése ha sido uno de los actos más valientes de los que he sido testigo. Verlo entrar allí desnudo y sacrificándose por salvar la Estación Graf sabiendo lo que le esperaba…

—Eso… sí. Eso fue notable —concedió ella—. Para cualquiera. —Lo miró, pensativa—. Usted fue también por el ba.

—Lo mío no cuenta —dijo Miles automáticamente—. Yo ya estaba… —Se tragó la palabra «muerto». No estaba, maldición, muerto todavía—. Yo ya estaba infectado.

Ella alzó las cejas, con curiosidad.

—Y si no lo hubiera estado, ¿qué habría hecho?

—Bueno… Ése era el momento oportuno. Tengo una especie de don para calcular el momento oportuno.

—Y para el lenguaje ambiguo.

—Eso también. Pero el ba era sólo mi trabajo.

—¿Le ha dicho alguien que está bastante loco?

—De vez en cuando —admitió él. A pesar de todo, una lenta sonrisa asomó a sus labios—. Aunque no mucho desde que me nombraron Auditor Imperial. Es útil.

Ella hizo una mueca, muy suave. ¿Se estaba ablandando? Miles lanzó la siguiente andanada.

—Mi petición es humanitaria, también. Creo… espero, que las damas haut cetagandesas tengan algún tratamiento en sus anchas mangas para su propio producto. Propongo llevar al práctico Thorne con nosotros… corriendo con los gastos, para que comparta la cura que tan desesperadamente busco para mí mismo. Es de justicia. El herm estaba, en cierto sentido, a mi servicio cuando resultó infectado. En mi grupo de trabajo, si le parece.

—Mm. Los barrayareses cuidan de los suyos, al menos. Una de sus pocas cosas positivas.

Miles abrió la mano en un gesto igualmente ambiguo de reconocimiento por aquel leve cumplido.

—Thorne y yo trabajamos ahora con un margen de tiempo que no espera debates de ningún comité, me temo, ni el permiso de nadie. Este paliativo —indicó torpemente el filtro sanguíneo—, nos consigue un poco de tiempo. En este momento, nadie sabe si será suficiente.

Greenlaw se frotó el entrecejo, como si le doliera.

—Sí, desde luego… Desde luego debe usted… ¡Oh, demonios! —Tomó aliento—. Muy bien. Quédese con sus prisioneros y sus pruebas y todo el maldito lote… y con Thorne… y márchese.

—¿Y los hombres de Vorpatril detenidos?

—Ellos también. Lléveselos a todos. Sus naves pueden marcharse, menos la Idris. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto—. Pero discutiremos el importe restante de sus multas y gastos más adelante, cuando la nave haya sido tasada por nuestros inspectores. Más tarde. Su gobierno podrá enviar a alguien para esa misión. No a usted, preferiblemente.

—Gracias, señora Selladora —canturreó Miles, aliviado. Cortó la comunicación y se desplomó contra las almohadas. El pabellón parecía girar a su alrededor, muy despacio, con sacudidas cortas. Al cabo de un momento, decidió que el problema no era de la habitación.

El capitán Clogston, que había estado esperando junto a la puerta a que el Auditor terminara aquella negociación de alto nivel, avanzó para observar un poco más el filtro sanguíneo. Luego trasladó su mirada a Miles.

—Problemas de ataques, ¿eh? Menos mal que alguien me lo ha dicho.

—Sí, bueno, no queríamos que lo confundiera con un exótico síntoma cetagandés. Es bastante rutinario. Si sucede, no se deje llevar por el pánico. Me recupero yo solito en cosa de unos cinco minutos. Normalmente me produce una especie de resaca después, aunque no es que pueda notar la diferencia en este momento. No importa. ¿Qué puede decirme del alférez Corbeau?

—Comprobamos el hipospray del ba. Estaba lleno de agua.

—¡Ah! ¡Bien! Eso pensaba. —Miles sonrió con lobuna satisfacción—. ¿Puede declararlo libre de biohorrores, entonces?

—Teniendo en cuenta que ha estado caminando por esta nave en pelotas, no hasta que estemos seguros de haber identificado todos los posibles elementos que pueda haber soltado el ba. Pero en el primer análisis de sangre y de tejidos que hicimos no apareció nada.

Un signo de esperanza… Aunque Miles trató de no considerarlo demasiado optimista.

—¿Puede enviarme al alférez? ¿Es seguro? Quiero hablar con él.

—Creemos que lo que tienen el hermafrodita y usted no se contagia por contacto ordinario. Cuando estemos seguros de que la nave está limpia de todo lo demás, podremos quitarnos estos trajes, lo cual será un alivio. Aunque los parásitos podrían contagiarse sexualmente… Tendremos que estudiar eso.

—No me gusta tanto Corbeau. Envíemelo, pues.

Clogston dirigió a Miles una mirada extraña y se marchó. Miles no estaba seguro de si el capitán no había entendido el chiste malo o simplemente lo consideraba demasiado penoso para merecer una respuesta. Pero la teoría de la transmisión sexual provocó un nuevo rosario de desagradables especulaciones en la mente de Miles. ¿Y si los médicos descubrían que podían mantenerlo vivo indefinidamente, pero no deshacerse de los malditos bichos? ¿No podría tocar a Ekaterin durante el resto de su vida más que a través de la imagen de holovid…? También le sugería una nueva serie de preguntas que hacerle a Guppy sobre sus recientes viajes…

Bueno, los médicos cuadris eran competentes y recibían copias de las descargas médicas barrayaresas; sus epidemiólogos estaban ya sin duda trabajando en ello.

Corbeau atravesó las biobarreras. Ahora llevaba mascarilla desechable y guantes, además de la túnica médica y las zapatillas de paciente. Miles se sentó, apartó la bandeja y se abrió su propia túnica, dejando que la pálida telaraña de las viejas cicatrices producidas por la granada de aguja sugirieran lo que pudieran sugerir a Corbeau.

—¿Me mandó llamar, lord Auditor? —Corbeau inclinó la cabeza con un gesto nervioso.

—Sí. —Miles se rascó pensativo la nariz con la única mano que tenía libre—. Bien, héroe. Acaba de hacer un movimiento muy bueno para su carrera.

Corbeau se encorvó un poquito, cohibido.

—No lo hice por mi carrera. Ni por Barrayar. Lo hice por la Estación Graf, y los cuadris, y Garnet Cinco.

—Y yo me alegro de ello. No obstante, sin duda que querrán ponerle un par de estrellas de oro. Coopere conmigo y no le obligaré a recibirlas con el uniforme que llevaba cuando se las ganó.

Corbeau le dirigió una mirada atónita y alerta.

¿Qué pasaba hoy con sus chistes?

Iba de mal en peor. Tal vez estuviera violando algún tipo de protocolo del Auditor no escrito, y estropeaba el diálogo de todos los demás.

—¿Qué quiere que haga? —preguntó el alférez, bastante reacio—. Milord.

—Obligaciones más urgentes, por expresarlo con suavidad, me exigen dejar el Cuadrispacio antes de la completa conclusión de mi misión diplomática. Sin embargo, ahora que la verdadera causa y el curso de nuestros recientes desastres han sido finalmente sacados a la luz, lo que sigue debería resultar fácil. —«Además, no hay nada como la amenaza inminente de la muerte para obligarle a uno a delegar»—. Está muy claro que Barrayar hace tiempo que tendría que haber establecido un consulado diplomático en la Unión de Hábitats Libres. Un joven inteligente que… —«esté encoñado por una chica cuadri», no, «casado con», un momento, allí no lo llamaban así, se decía que estaban asociados, «sí, probablemente», pero eso no había sucedido todavía. Aunque Corbeau sería triplemente tonto si no aprovechaba esta oportunidad para resolver las cosas con Garnet Cinco de una vez por todas—. Que aprecie a los cuadris —continuó Miles tranquilamente—, y se haya ganado su respeto y su gratitud gracias a su valor personal, y no ponga ninguna objeción a cumplir una misión larga lejos de casa… Dos años, ¿no era? Sí, dos años. Un joven así estaría particularmente bien situado para defender de manera efectiva los intereses de Barrayar en el Cuadrispacio. En mi opinión.

Miles no podía decir si Corbeau tenía la boca abierta por detrás de la mascarilla médica.

Sus ojos, eso sí, se habían abierto bastante.

—No me imagino —dijo Miles— que el almirante Vorpatril vaya a poner ninguna objeción a destacarlo en este puesto. O en cualquier caso a no tener que tratar con usted en su estructura de mando después de todos estos… complejos acontecimientos. No es que yo hubiera planeado darle un voto betano en mis decretos como Auditor, se lo advierto.

—Yo… no sé nada de diplomacia. Yo recibí formación como piloto.

—Si aprobó los estudios para ser piloto militar de salto, ya ha demostrado que puede estudiar duro, aprender rápido y tomar decisiones veloces y precisas que afectan a las vidas de otras personas. Objeción descartada. Naturalmente, tendrá un presupuesto en el consulado para contratar a personal experto que le ayude en problemas especializados, en asuntos de leyes, de economía, de comercio, de lo que sea. Pero espero que aprenda lo suficiente sobre la marcha para juzgar si sus consejos son buenos para el Imperio. Y si, al final de esos dos años, decide dejarlo y quedarse aquí, la experiencia le daría una buena ventaja en el sector privado del Cuadrispacio. Si hay algún problema con todo esto desde su punto de vista… o desde el de Garnet Cinco, una mujer con la cabeza muy equilibrada, por cierto, no la deje escapar… Si hay algún problema, yo no lo veo.

—Yo… —Corbeau tragó saliva—. Lo pensaré, milord.

—Excelente. —«Y no se amilanaba al momento tampoco, bien»—. Hágalo.

Miles sonrió, y lo despidió; Corbeau se retiró, cauteloso. En cuanto no pudo oírle, Miles murmuró un código en su comunicador de muñeca.

—¿Ekaterin, amor? ¿Dónde estás?

—En mi camarote en la Príncipe Xav. El simpático sobrecargo me está ayudando a llevar mis cosas a la lanzadera. Sí, gracias, eso también…

—Bien. Acabo de zafarnos del Cuadrispacio. Greenlaw se mostró razonable, o al menos, estaba demasiado agotada para seguir discutiendo.

—Tiene toda mi compasión. No creo que a mí me quede ya tampoco un nervio en funcionamiento.

—No te hacen falta los nervios, sólo tu gracia habitual. En el momento en que puedas llegar a una comconsola, llama a Garnet Cinco. Quiero nombrar a ese joven idiota de Corbeau cónsul de Barrayar aquí, y encargarlo de que aclare todo el lío que he tenido que dejar a mi paso. Es justo: él ayudó a crearlo también, ¿no? Gregor me pidió específicamente que me asegurara de que las naves barrayaresas pudieran volver a atracar aquí algún día. El chaval está dudando. Así que díselo a Garnet Cinco, y asegúrate de que ella se encargue de que Corbeau diga que sí.

—¡Oh! Qué magnífica idea, amor. Harían un buen equipo, creo.

—Sí. Ella por su belleza y, hum… ella por su inteligencia.

—Y él por su valor, sin duda. Creo que podría funcionar. Tengo que pensar en qué enviarles como regalo de boda, junto con mi agradecimiento personal.

—¿Un regalo por asociarse? No sé, pregúntale a Nicol. ¡Oh! Hablando de Nicol.

Miles miró la figura cubierta por sábanas de la cama de al lado. Mensaje crucial entregado, Thorne se había sumido en lo que Miles esperaba que fuera sueño y no un coma incipiente.

—Estoy pensando que Bel debería tener alguien que lo acompañara y cuidara de él. O de sus cosas. Una especie de soldado de apoyo, vaya. Espero que el Nido Estelar tenga una cura para su propia arma… Tendrían que tenerla, contando con los accidentes de laboratorio y esas cosas. —«Si llegamos allí a tiempo»—. Pero parece que esto va a requerir cierta cantidad de desagradable convalecencia. No es que me haga mucha gracia a mí tampoco… —«Pero considera la alternativa»—. Pregúntale si está dispuesta. Podría viajar en la Kestrel contigo, y hacerte compañía, en cierto modo.

Y si ni él ni Bel salían vivos de ésta, se ofrecerían consuelo mutuo.

—Desde luego. Voy a llamarla desde aquí.

—Vuelve a llamarme cuando estés a salvo a bordo de la Kestrel, amor. —«Más y más a menudo.»

—Por supuesto. —La voz de ella vaciló—. Te quiero. Descansa un poco. Parece que lo necesitas. Tu voz tiene ese sonido de fondo de pozo que adquiere cuando… Ya habrá tiempo.

La determinación destelló en su propia y audible fatiga.

—No me atrevería a morir. Hay una feroz dama Vor que amenazó con matarme si lo hacía.

Miles sonrió débilmente, y cortó la comunicación.

Se sumergió durante un rato en un mareado cansancio, combatiendo el sueño que trataba de adueñarse de él, porque no podía estar seguro de que no fuera la enfermedad infernal del ba que le ganaba la partida, y podría no despertarse.

Advirtió un sutil cambio en los sonidos y voces que llegaban desde la cámara exterior, mientras el equipo médico pasaba a modo de evacuación. Pasó un rato, y un técnico se llevó a Bel en una plataforma flotante. Pasó otro rato, y la plataforma regresó, y el propio Clogston y otro tecnomed subieron a bordo al Auditor Imperial y su incipiente grupo de trampas de soporte vital.

Uno de los oficiales de inteligencia se presentó ante Miles, durante una breve pausa en la cámara exterior.

—Finalmente encontramos los restos del teniente Solian, milord Auditor. Lo que queda de ellos. Unos cuantos kilogramos de… Bueno. Dentro de una unicápsula, doblada y guardada en su taquilla en el pasillo, justo ante la bodega de carga donde estaban los replicadores.

—Bien. Gracias. Tráiganlo. Tal como está. Como prueba, y como… El hombre murió cumpliendo con su deber. Barrayar le debe… una deuda de honor. Entierro militar. Pensión, familia… Lo resolveré todo más tarde…

La plataforma volvió a elevarse, y los techos de los pasillos de la Idris pasaron ante su nublada mirada por última vez.

18

—¿Hemos llegado ya? —murmuró Miles, adormilado.

Abrió unos ojos que, extrañamente, no estaban pegajosos ni irritados. El techo sobre él no se agitaba y se doblaba ante su visión como si fuera un espejismo visto a través del calor del desierto. El aliento entraba fresco por su nariz, sin impedimentos. No había flema. Ni tubos. ¿No había tubos?

El techo era desconocido. Rebuscó en su memoria. Bruma. Ángeles y demonios en biocontenedor, atormentándolo; alguien exigiéndole que orinara. Indignidades médicas, piadosamente vagas ahora. Intentar hablar, dar órdenes, hasta que una hipnospray de oscuridad lo abatió.

Y antes de eso: casi desesperación. Enviar mensajes frenéticos por delante de su pequeño convoy. La llegada de informes de varios días con agujeros de gusano bloqueados, extranjeros internados por ambos bandos, cargamentos confiscados, concentración de naves, todo contaba su propia historia a Miles, con sus peores detalles. Sabía demasiados detalles. «¡No podemos librar una guerra ahora, idiotas! ¿No sabéis que hay niños casi presentes?» Su brazo izquierdo se sacudió, y no encontró más resistencia que una suave colcha bajo sus dedos atenazados.

—¿… llegado ya?

El hermoso rostro de Ekaterin se inclinó sobre él desde un lado. No medio oculto tras el atuendo bioprotector. Miles temió por un momento que sólo fuera una proyección holovid, o alguna alucinación, pero el cálido y real beso de su boca le reafirmó de su presente solidez antes incluso de que su mano vacilante le tocara la mejilla.

—¿Dónde está tu mascarilla? —preguntó, inquieto. Se apoyó en un codo, combatiendo una oleada de náuseas.

Desde luego no estaba en la abarrotada y utilitaria enfermería de la nave militar de Barrayar donde lo habían trasladado desde la Idris. Su cama se encontraba en una cámara pequeña pero elegante que olía a estética de Cetaganda, desde los adornos de plantas vivas a la serena iluminación o la vista de la costa desde la ventana. Las olas lamían suavemente una playa de arenas claras vista a través de extraños árboles que proyectaban delicados dedos de sombra. Casi con toda certeza era una proyección vid, ya que los detalles subliminales de la atmósfera y los sonidos de la habitación también le susurraban camarote de nave espacial. Llevaba un atuendo suelto de seda de suaves tonos grises, y sólo sus extraños cierres indicaban que era una bata de paciente. Sobre la cabecera de su cama, un discreto panel mostraba indicadores médicos.

—¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando? ¿Detuvimos la guerra? Esos replicadores que encontraron en su… es un truco, lo sé…

El desastre final: sus rápidas naves interceptaron noticias de Barrayar por tensorrayo que anunciaban que las charlas diplomáticas se habían roto tras el descubrimiento, en un almacén en las afueras de Vorbarr Sultana, de un millar de replicadores vacíos robados al parecer del Nido Estelar, con sus ocupantes desaparecidos. ¿Supuestos ocupantes? Ni siquiera Miles estaba seguro. Una aturdidora pesadilla de implicaciones. Naturalmente, el Gobierno de Barrayar había negado conocer cómo llegaron allí, o dónde estaban ahora sus contenidos. Y no lo creyeron…

—El ba… Guppy, prometí… Todos esos bebés haut… Tengo que…

—Tienes que tumbarte y quedarte quieto. —Una firme mano sobre su pecho lo empujó hacia la cama—. Todos los asuntos más urgentes han sido atendidos.

—¿Por quién?

Ella se ruborizó un poco.

—Bueno…, por mí, principalmente. El capitán de la nave de Vorpatril no debería de haberme dejado intervenir, técnicamente, pero decidí no recordárselo. Ejerces una mala influencia sobre mí, amor.

«¿Qué? ¿Qué?»

—¿Cómo?

—Tan sólo repetí tus mensajes, y exigí que los transmitieran a la haut Pel y el ghem-general Benin. Benin estuvo brillante. En cuanto recibió tus primeros despachos, comprendió que los replicadores hallados en Vorbarr Sultana eran señuelos, sacados del Nido Estelar por el ba poco a poco hace un año, mientras preparaba todo esto. —Frunció el ceño—. Al parecer fue un plan premeditado del ba, con la idea de causar este tipo de problema. Un plan de apoyo, por si alguien descubría que no todo el mundo murió a bordo de la nave de los niños, y seguía la pista hasta Komarr. Casi funcionó. Podría haber funcionado, si Benin no hubiera sido tan concienzudo y sereno. Imagino que las circunstancias políticas internas de su investigación eran ya entonces extremadamente difíciles. Desde luego, puso su reputación en juego.

Y posiblemente incluso su vida, si Miles interpretaba bien aquellas sencillas palabras.

—Tanto más honor para él, entonces.

—Las fuerzas militares… las de ellos y las nuestras, han retirado la alerta y se están dispersando. Los cetagandeses han declarado que es un asunto civil e interno.

Miles se echó hacia atrás, enormemente aliviado.

—Ah.

—Creo que no podría haber contactado con ellos sin el nombre de la haut Pel. —Ekaterin vaciló—. Ni el tuyo.

—El nuestro.

Ella sonrió al oír eso.

—Lo de lady Vorkosigan pareció hacer efecto. Contuvo a ambas partes. Eso, y gritar la verdad una y otra vez. Pero no podría haber aguantado sin el nombre.

—¿Puedo sugerir que el nombre no podría haber aguantado sin ti? —Su mano libre se tensó sobre la de ella. Ekaterin le devolvió el apretón.

Miles se incorporó de nuevo.

—Espera… ¿No deberías ir vestida con un traje bioprotector?

—Ya no. Acuéstate, maldición. ¿Qué es lo último que recuerdas?

—Mi último recuerdo claro es estar en la nave de Barrayar a unos cuatro días del Cuadrispacio. Y el frío.

La sonrisa de Ekaterin no cambió, pero sus ojos se ensombrecieron al recordar.

—El frío, sí. Los filtros sanguíneos no hicieron efecto, ni siquiera funcionando los cuatro a la vez. Podíamos ver cómo se te escapaba la vida: tu metabolismo no podía soportarlo, no podía sustituir los recursos que se extraían ni siquiera con las intravenosas y los tubos nutrientes y las múltiples transfusiones de sangre. Al capitán Clogston no se le ocurrió otra manera de contener a los parásitos que poneros a ti y a Bel en estasis. Una hibernación fría. El siguiente paso habría sido la criocongelación.

—Oh, no. ¡Otra vez no…!

—Era el último recurso, pero no fue necesario, gracias al cielo. Una vez que Bel y tú estuvisteis sedados y lo suficientemente helados, los parásitos dejaron de multiplicarse. Los capitanes y tripulaciones de nuestro pequeño convoy fueron muy buenos y conseguimos llegar lo más rápido posible, quizás incluso un poco más. Oh… sí, estamos aquí; llegamos a la órbita de Rho Ceta… ayer, creo.

¿Había dormido ella desde entonces? No mucho, sospechó Miles. Su rostro, aunque alegre ahora, estaba tenso por la fatiga. Él extendió de nuevo la mano, para tocar levemente sus labios con dos dedos, como hacía habitualmente con su imagen holovid.

—Recuerdo que no quisiste decirme adiós adecuadamente —se quejó.

—Supuse que eso te daría más motivos para regresar a mí. Aunque sólo fuera para decir la última palabra.

Él reprimió una risa y dejó que su mano cayera de nuevo sobre la colcha. La gravedad artificial probablemente no llegaba a dos ges en aquella cámara, a pesar de que sentía el brazo como si estuviera cargado de pesos de plomo. Tenía que admitir que no se sentía exactamente… bien.

—Bueno, qué, ¿me he librado de todos esos parásitos infernales?

Ella sonrió de nuevo.

—A la perfección. Bueno, es decir, esa terrible doctora cetagandesa que trajo consigo la haut Pel dijo que estabas curado. Pero sigues muy débil. Se supone que tienes que descansar.

—¡Descansar, no puedo descansar! ¿Qué más está pasando? ¿Dónde está Bel?

—Chis, chis. Bel está vivo también. Podrás verlo pronto, y a Nicol también. Están en un camarote, pasillo abajo. Bel sufrió… —Ella frunció el ceño, vacilante—. Sufrió más daños que tú, pero esperan que se recupere, en su mayor parte. Con el tiempo. —A Miles no le gustó cómo sonaba eso. Ekaterin siguió su mirada—. Ahora mismo estamos a bordo de la propia nave de la haut Pel…, es decir, su nave del Nido Estelar, que la trajo desde Eta Ceta.

»Las mujeres del Nido Estelar os trajeron a Bel y a ti para trataros aquí. Las damas haut no dejaron que ninguno de nuestros hombres subiera a bordo para protegeros, ni siquiera al soldado Roic al principio, lo cual causó una discusión de lo más estúpida; me dieron ganas de abofetearlos a todos, hasta que al final decidieron que Nicol y yo podríamos acompañaros. Al capitán Clogston le molestó mucho que no le permitieran ayudar. Quería impedir que les entregaran los replicadores hasta que cooperaran, pero puedes apostar a que me opuse a esa idea.

—¡Bien!

Y no sólo porque Miles quisiera que aquellas pequeñas bombas de tiempo estuvieran lejos de Barrayar lo antes posible. No podía imaginar un plan diplomáticamente más desastroso ni psicológicamente más repugnante, a esas alturas.

—Me acuerdo de que intenté calmar a ese idiota de Guppy, que estaba histérico porque volvía con los cetagandeses. Hice promesas… Espero no haberle mentido entre dientes. ¿Es cierto que todavía tenía una reserva de parásitos encima? ¿Lo han curado también? ¿O… no? Juré por mi nombre que si cooperaba y declaraba, Barrayar lo protegería, pero esperaba estar consciente cuando llegáramos…

—Sí, la doctora cetagandesa lo trató también a él. Dice que el residuo latente de parásitos no se habría disparado otra vez, pero la verdad es que no creo que estuviera segura. Al parecer, nadie ha sobrevivido antes a esta bioarma. Me dio la impresión de que el Nido Estelar quiere a Guppy para investigarlo más de lo que la Seguridad Imperial de Cetaganda lo quiere por sus cargos criminales, y si tienen que luchar por él, el Nido Estelar ganará. Nuestros hombres ejecutaron tu orden: está todavía en la nave de Barrayar. A algunos de los cetagandeses no les hace ninguna gracia, pero les dije que tendrían que tratar el asunto contigo.

Miles vaciló, y se aclaró la garganta.

—Hum… también me parece recordar que grabé algunos mensajes. Para mis padres. Y para Mark e Iván. Y para los pequeños Aral y Helen. Espero que tú no… No los enviaste, ¿verdad?

—Los aparté.

—Oh, bien. Me temo que no estuve muy coherente.

—Tal vez no —admitió ella—. Pero me parecieron muy conmovedores.

—Lo pospuse demasiado, supongo. Puedes borrarlos ya.

—Jamás —dijo ella firmemente.

—Pero estaba farfullando.

—Aun así. Voy a conservarlos. —Se acarició el pelo, y su sonrisa se torció—. Tal vez puedan ser reciclados algún día. Después de todo… la próxima vez, puede que no tengas tiempo.

La puerta de la cámara se abrió, y dos mujeres altas y espigadas entraron. Miles reconoció de inmediato a la mayor de ellas.

La haut Pel Navarr, Consorte de Eta Ceta, era quizá la número dos en la extraña jerarquía secreta del Nido Estelar, después de la mismísima Emperatriz, la haut Rian Degtiar. Apenas había cambiado de aspecto desde la primera vez que Miles la vio hacía una década, excepto quizá por su peinado. Su inmensamente largo pelo rubio estaba hoy recogido en una docena de trenzas que colgaban desde su nuca de una oreja a otra, sus decorados extremos oscilando alrededor de sus tobillos junto con el borde de su falda y otros adornos. Miles se preguntó si el inquietante aspecto de Medusa era intencionado. Su piel seguía siendo pálida y perfecta, pero no podía, ni siquiera por un instante, ser considerada joven. Demasiada calma, demasiado control, demasiada fría ironía…

Fuera de los santuarios más internos del Jardín Celestial, las altas haut normalmente se movían en la intimidad y la protección de burbujas de fuerza personales, protegidas de ojos indignos. El hecho de que entrara aquí sin velo era suficiente para decirle a Miles que ahora se encontraba en una reserva del Nido Estelar. La mujer morena que la acompañaba era lo bastante mayor para tener vetas de plata en el pelo que la envolvía junto con sus largas túnicas, y una piel que, aunque inmaculada, estaba claramente suavizada por la edad. Fría, remota, desconocida para Miles.

—Lord Vorkosigan. —La haut Pel le dirigió un gesto con la cabeza relativamente cordial—. Me alegro de encontrarlo despierto. ¿Vuelve a ser usted mismo?

«¿Por qué, quién era antes?» Miles temió adivinarlo.

—Eso creo.

—Fue toda una sorpresa que nos volviéramos a encontrar de esta forma, aunque, dadas las circunstancias, no es una sorpresa desagradable.

Miles se aclaró la garganta.

—También fue una sorpresa para mí. Los bebés de los replicadores… ¿los han recuperado? ¿Están todos bien?

—Mi gente terminó de examinarlos anoche. Todo parece ir bien con ellos, a pesar de sus horribles aventuras. Lamento que no pueda decirse lo mismo de usted.

Hizo un gesto a su compañera; la mujer resultó ser una doctora que, con bruscos murmullos, terminó un breve reconocimiento medico de su huésped barrayarés. Completando su trabajo, supuso Miles. Sus veladas preguntas sobre los parásitos artificiales recibieron corteses evasivas, y entonces Miles se preguntó si era médico… o diseñadora de cañones. O veterinaria, excepto que la mayoría de los veterinarios que Miles había conocido mostraban signos de apreciar a sus pacientes.

Ekaterin se mostró más decidida.

—¿Pueden darme una idea de qué efectos secundarios a largo plazo podemos esperar de esta desafortunada exposición para el lord Auditor y el práctico Thorne?

La mujer indicó a Miles que volviera a abrocharse la bata, y se volvió para hablar por encima de su cabeza.

—Su marido —en su boca, el término sonó completamente extraño—, sufre microcicatrices musculares y circulatorias. El tono muscular debería recuperarse gradualmente con el tiempo hasta alcanzar sus niveles anteriores. Sin embargo, añadido a su anterior criotrauma, esperaría una mayor concurrencia de problemas circulatorios más adelante en su vida. Aunque, dado lo poco que viven ustedes, quizás unas cuantas décadas de diferencia no parezcan significativas.

«Todo lo contrario, señora.» Colapsos, trombosis, obstrucciones sanguíneas, aneurismas, Miles supuso que eso era lo que quería decir. «Oh, qué alegría. Añádelas a la lista, junto con las pistolas de aguja, las granadas sónicas, el fuego de plasma y los rayos disruptores neurales. Y los remachadores y el duro vacío.»

Y los ataques. ¿Qué interesantes sinergias podían esperarse cuando sus microcicatrices circulatorias se cruzaran en el camino con sus ataques? Miles decidió guardar esa pregunta para su propio médico, más tarde. Les vendría bien un desafío. Iba a convertirse otra vez en un maldito proyecto de investigación. Militar además de médico, advirtió con un escalofrío.

La mujer haut continuó dirigiéndose a Ekaterin.

—El betano sufrió muchos más daños internos. Puede que nunca recupere el pleno tono muscular, y necesitará estar preparado contra problemas circulatorios de todo tipo. Un entorno en gravedad baja o cero-ge podría ser lo más seguro durante su convalecencia. Por su compañera, la hembra cuadri, deduje que puede que eso sea fácil de proporcionar.

—Lo que Bel necesite se conseguirá —juró Miles. Por recibir una herida tan grave al servicio del Emperador, ni siquiera haría falta un Auditor Imperial para librar a Bel de SegImp y arrancar una pequeña pensión médica en el trato.

La haut Pel hizo un pequeño gesto con la barbilla. La médico dirigió a la Consorte Planetaria una reverencia obediente, y se excusó.

Pel se volvió hacia Miles.

—En cuanto se sienta suficientemente recuperado, lord Auditor Vorkosigan, el ghem-general Benin ruega tener la oportunidad para hablar con usted.

—¡Ah! ¿Dag Benin está aquí? ¡Bien! Yo también quiero hablar con él. ¿Tiene ya al ba bajo custodia? ¿Ha quedado claro como el agua que Barrayar fue un peón inocente en los viajes ilícitos de su ba?

—El ba pertenecía al Nido Estelar; el ba ha sido devuelto al Nido Estelar —repuso Pel—. Es un asunto interno, aunque, por supuesto, estamos agradecidas al ghem-general Benin por su ayuda al tratar con todas las personas externas que puedan haber ayudado al ba en su… loco vuelo.

Así que las damas haut habían recuperado a su oveja descarriada. Miles reprimió un leve arrebato de piedad hacia el ba. El tono de voz de Pel no invitaba a que un bárbaro extranjero siguiera haciendo preguntas. «Vale.» Pel era la más arrojada de las consortes planetarias, pero las posibilidades de que Miles volviera a encontrarse con ella a solas, cara a cara, después de aquel momento eran escasas, y la probabilidad de que ella discutiera del asunto francamente delante de otra persona más escasas todavía.

—Finalmente deduje que el ba debía de ser un renegado y no, como pensé al principio, un agente del Nido Estelar —continuó Miles—. Siento una gran curiosidad por los mecanismos de este extraño secuestro. Guppy (el contrabandista jacksoniano, Russo Gupta) sólo pudo darme una visión externa de los hechos, y tan sólo desde su primer punto de contacto, cuando el ba descargó los replicadores de lo que supongo que era la nave de niños enviada anualmente a Rho Ceta, ¿verdad?

Pel inhaló, pero reconoció, envarada:

—Verdad. El crimen fue planeado y preparado desde hace tiempo, según parece. El ba mató a la Consorte de Rho Ceta, sus doncellas y la tripulación de la nave envenenándolos después de su último salto. En el momento del encuentro todos estaban muertos. Luego fijó el piloto automático de la nave para que se estrellara contra el sol del sistema. En beneficio del ba, parece que pretendió que fuera una especie de pira honoraria —concedió a regañadientes.

Dada su anterior exposición a los ritos funerarios de los haut, Miles casi pudo comprender este razonamiento en favor del prisionero sin devanarse los sesos. Pero Pel hablaba de la intención del ba como un hecho, no como una conjetura: por tanto, las damas haut ya habían tenido más suerte en una sola noche de interrogatorio que los miembros de seguridad de Miles en todo el viaje. «La suerte —sospecho—, no tiene nada que ver con eso.»

—Pensaba que el ba tendría que llevar consigo una gama de bioarmas mucho más amplia, si tuvo tiempo de saquear la nave de los niños antes de abandonarla y destruirla.

Pel era normalmente bastante abierta para tratarse de una Consorte Planetaria, pero esta observación hizo que frunciera gélidamente el ceño.

—Esos asuntos no son para discutirlos fuera del Nido Estelar.

—Idealmente, no. Pero por desgracia, sus… asuntos privados consiguieron llegar bastante más allá del Nido Estelar. Como puedo testificar personalmente. Se convirtieron en fuente de gran preocupación pública para nosotros, cuando detuvimos al ba en la Estación Graf. En el momento en que salía para acá, nadie estaba seguro de que hubiéramos identificado y neutralizado el contagio.

—El ba había planeado robar todo el conjunto —admitió Pel, reacia—. Pero la dama haut a cargo de los… suministros de la consorte, aunque moribunda, consiguió destruirlos antes de morir. Como era su deber. —Los ojos de Pel se entornaron—. Ella será recordada entre nosotras.

¿La equivalente a la mujer morena, quizás? ¿Protegía la fría doctora un arsenal similar en beneficio de Pel, quizás a bordo de esa misma nave? Todo el conjunto, eh. Miles archivó en silencio aquella admisión tácita, para compartirla más tarde con los más altos cargos de SegImp, y reencaminó rápidamente la conversación.

—Pero ¿qué intentaba hacer el ba? ¿Actuaba solo? Si es así, ¿cómo venció su programación de lealtad?

—Eso es también un asunto interno —repitió ella, sombría.

—Bueno, voy a decir lo que yo creo —continuó Miles, antes de que ella pudiera darse la vuelta y poner fin a la conversación—. Creo que este ba estaba muy relacionado con el emperador Fletchir Giaja, y por tanto con su difunta madre. Supongo que este ba fue uno de los confidentes íntimos de la vieja emperatriz Lisbet durante su reinado. Su biotraición, su plan para dividir a los haut en subgrupos competidores, fue derrotada tras su muerte…

—No traición —objetó la haut Pel débilmente—. No como tal.

—Rediseño unilateral no autorizado, entonces. Por algún motivo, este ba no fue purgado con los otros miembros de su camarilla interna después de la muerte de la Emperatriz… O tal vez sí, no lo sé. ¿Degradado, tal vez? Sea como fuere, imagino que toda esta escapada fue un esfuerzo equivocado por completar la visión de su ama… o de su madre muerta. ¿Estoy cerca?

La haut Pel lo miró con extremo disgusto.

—Bastante cerca. En cualquier caso, ya se ha terminado. El Emperador se sentirá satisfecho con usted… otra vez. Una prenda de su gratitud podría ser entregada en la ceremonia de aterrizaje de la nave de los niños, mañana, a la cual están invitados usted y su dama-esposa. Los primeros extranjeros en ser honrados… jamás.

Miles ignoró esta pequeña distracción.

—Cambiaría todos los honores por un poco de comprensión.

Pel hizo una mueca.

—No ha cambiado nada, ¿eh? Sigue siendo insaciablemente curioso. Hasta el cansancio —añadió.

Ekaterin sonrió secamente.

Miles ignoró la pulla de Pel.

—Sopórtelo conmigo. Creo que no he terminado todavía. Sospecho que los haut (y los ba) no son tan posthumanos aún como para estar a salvo de autoengaños, tanto más peligrosos por su sutileza. Vi el rostro del ba cuando destruí esa nevera de muestras genéticas delante de sus narices. Algo se quebró. Algo último, definitivo… Algo.

Él había matado hombres y llevaba la marca, y lo sabía. No creía haber matado antes un alma y dejado el cuerpo respirando, acongojado y acusador. «Tengo que entenderlo.»

Estaba claro que Pel no quería continuar, pero comprendía el alcance de una deuda que no podía pagarse con trivialidades como medallas y ceremonias.

—Parece que el ba —continuó lentamente—, deseaba algo más que la visión de Lisbet. Planeaba un nuevo Imperio… consigo mismo como Emperador y emperatriz. Robó los niños haut de Rho Ceta no sólo como población nuclear para la nueva sociedad que planeaba, sino como… parejas. Consortes. Aspiraba incluso a más que el puesto genético de Fletchir Giaja, que, aunque es parte del objetivo de los haut, no se considera completo. Soberbia —suspiró—. Locura.

—En otras palabras —susurró Miles—, el ba quería hijos. De la única forma que podía… concebir.

La mano de Ekaterin, que se había posado sobre su hombro, apretó.

—Lisbet… no debería haberle contado tanto —dijo Pel—. Hizo una mascota de su ba. Lo trató casi como a un hijo, en vez de como a un servidor. Su personalidad era poderosa, pero no siempre… acertada. Tal vez… se dejó llevar también por la vejez.

Sí: el ba era hermano de Fletchir Giaja, quizás el cuasiclón del Emperador cetagandés. El hermano mayor. Una prueba, y la prueba fue considerada válida. Y décadas de observador servicio en el Jardín Celestial después, con la pregunta siempre flotando: ¿Por qué no se concedía al ba, en vez de a su hermano, todo el honor, el poder, la riqueza, la fertilidad?

—Una última pregunta. Si quiere. ¿Cuál era el nombre del ba?

Los labios de Pel se tensaron.

—Ahora carecerá de nombre. Para siempre.

«Borrado. Que el castigo esté a la altura del crimen.»

Miles se estremeció.

El lujoso vehículo revoloteó sobre el palacio del gobernador imperial de Rho Ceta, un enorme complejo que titilaba en la noche. Empezó a descender hasta el enorme jardín oscuro, veteado de venas de luces en sus caminos y senderos, que se encontraban al este de los edificios. Miles contemplaba fascinado desde su ventanilla, mientras bajaban y luego remontaban una pequeña cordillera, tratando de adivinar si el paisaje era natural, o tallado artificialmente sobre la superficie de Rho Ceta. Tallado en parte, en cualquier caso, pues en el lado opuesto del promontorio había un anfiteatro al socaire de la pendiente, ante un sedoso lago negro de un kilómetro de diámetro. Más allá de las colinas al otro lado del lago, la capital de Rho Ceta hacía que el cielo nocturno brillara en ámbar.

El anfiteatro estaba iluminado solamente por tenues globos brillantes que se esparcían por su contorno: un millar de damas haut en sus burbujas de fuerza, fijas en blanco de luto, reducidas a la menor luminosidad visible. Entre ellas, otras figuras pálidas se movían suavemente, como fantasmas. El piloto del vehículo de transporte hizo virar la nave y la posó suavemente a unos pocos metros de la orilla del lago, en uno de los bordes del anfiteatro.

Las luces internas del transporte brillaron un poco, con longitudes de onda rojas diseñadas para ayudar a mantener la adaptación a la oscuridad de los pasajeros. En el pasillo, frente a Miles y Ekaterin, el ghem-general Benin se apartó de su ventanilla. Era difícil leer su expresión bajo los formales contornos de pintura facial blanca y negra que lo identificaban como ghem-oficial imperial, pero Miles lo interpretó como pensativo. Bajo la luz roja, su uniforme brillaba como sangre fresca.

En conjunto, e incluso teniendo en cuenta su súbita introducción personal a las bioarmas del Nido Estelar, Miles no estaba seguro de si se habría atrevido a intercambiar sus recientes pesadillas con Benin. Las pasadas semanas habían sido agotadoras para el responsable de la seguridad interna del Jardín Celestial. La nave de los niños, que transportaba personal del Nido Estelar que estaba a sus órdenes personales, se desvaneció en ruta sin dejar rastro; informes confusos que se remontaban a la complicada pista de Guppy no sólo apuntaban a un impresionante robo, sino a la posible biocontaminación de los contenidos más secretos del Nido; la desaparición de la pista en el corazón de un Imperio enemigo.

No era extraño que cuando llegó anoche a la órbita de Rho Ceta para interrogar a Miles en persona (con exquisita cortesía, ciertamente) pareciera tan cansado, incluso bajo la capa de pintura, como se sentía el propio Miles. Su pugna por la posesión de Russo Gupta había sido breve. Sin duda Miles comprendía el fuerte deseo de Benin, ya que el Nido Estelar le había arrancado de las manos al ba, de tener alguien en quien descargar sus frustraciones… Pero, primero, Miles había dado su palabra de Vor, y segundo, descubrió que, al parecer, no podía hacer nada malo en Rho Ceta aquella semana.

No obstante, Miles se preguntó dónde dejar a Guppy cuando todo aquello terminara. Alojarlo en una cárcel barrayaresa era un gasto inútil para el Imperio. Dejarlo suelto en Jackson's Whole era una invitación a que volviera a las andadas: ningún beneficio para los vecinos y una tentación para la venganza cetagandesa. Se le ocurría un lugar seguro y lejano donde depositar a una persona de pasado tan irregular y talentos tan erráticos, ¿pero era justo hacerle eso a la almirante Quinn…? Bel se había echado a reír, malignamente, al oír la sugerencia, hasta que tuvo que detenerse a respirar.

A pesar de que Rho Ceta era un lugar estratégico para las tácticas y estrategias de Barrayar, Miles nunca había puesto un pie antes en aquel mundo. No lo hizo tampoco ahora, al menos no de momento. Sonriendo, permitió que Ekaterin y el ghem-general lo ayudaran a pasar del transporte a un flotador. En la ceremonia por venir, planeaba ponerse en pie, pero un pequeño experimento le había demostrado que sería mejor que conservara sus fuerzas. Al menos no estaba solo en su necesidad de ayuda mecánica. Nicol flotaba ayudando a Bel Thorne. El hermafrodita se incorporó y manejó los controles de su propio flotador; sólo el tubo de oxígeno en su nariz traicionaba su extrema debilidad.

El soldado Roic, con su uniforme de la Casa Vorkosigan planchado y pulido, se colocó detrás de Miles y Ekaterin, silencioso y firme. Asustado de muerte, supuso Miles. No podía reprochárselo.

Decidiendo que representaba todo el Imperio de Barrayar y no sólo su propia Casa esa noche, Miles había decidido llevar sus sencillas ropas grises de civil. Ekaterin parecía alta y graciosa como una haut con un ondulante vestido negro y gris; Miles sospechó que había recibido algún tipo de ayuda femenina por parte de Pel, o de una de las muchas servidoras de Pel. Mientras el ghem-general Benin guiaba al grupo, Ekaterin se situó junto al flotador de Miles, la mano apoyada ligeramente sobre su brazo. Su ligera y misteriosa sonrisa era tan reservada como siempre, pero a Miles le pareció que caminaba con una nueva y firme confianza, sin miedo en medio de la oscuridad.

Benin se detuvo ante un grupito de hombres que destacaban en la oscuridad como espectros y esperaban a unos pocos metros del vehículo de transporte. El aire húmedo traía los complejos perfumes que emanaban de sus vestidos, intensos, pero no molestos. El ghem-general presentó meticulosamente cada miembro del grupo al actual gobernador haut de Rho Ceta, perteneciente a la constelación Degtiar, primo de algún modo de la actual Emperatriz. También el gobernador iba vestido, como todos los haut presentes, con la túnica blanca suelta y los pantalones blancos de duelo, además de una sobretúnica blanca de muchas capas que le llegaba hasta los talones.

El antiguo titular de su cargo, a quien Miles había conocido una vez, había dejado claro que los bárbaros extranjeros apenas eran soportables, pero aquel hombre hizo una reverencia profunda y aparentemente sincera, las manos colocadas formalmente delante de su pecho. Miles parpadeó, sorprendido, pues el gesto se parecía más a la reverencia de un ba a un haut que al saludo de un haut a un extranjero.

—Lord Vorkosigan. Lady Vorkosigan. Práctico Thorne. Nicol de los cuadrúmanos. Soldado Roic de Barrayar. Bienvenidos a Rho Ceta. Mi casa está a su servicio.

Todos devolvieron murmullos de agradecimiento adecuadamente civilizados. Miles consideró las palabras: mi casa, no mi gobierno, y recordó que lo que estaba viendo aquella noche era una ceremonia privada. El gobernador haut se distrajo momentáneamente con las luces de una lanzadera que abandonaba la órbita en el horizonte, y sus labios se abrieron cuando contempló el cielo nocturno, pero la nave se dirigió al extremo opuesto de la ciudad. El gobernador se volvió, frunciendo el ceño.

Unos cuantos minutos de cháchara amable entre el gobernador haut y Benin (deseos formales para la continuada salud del Emperador de Cetaganda y sus emperatrices, y preguntas algo más espontáneas sobre conocidos comunes) fueron interrumpidos cuando las luces de otra lanzadera aparecieron en la oscuridad previa al amanecer. El gobernador se volvió a mirar de nuevo. Miles miró por encima de la silenciosa multitud de hombres haut y burbujas de damas haut esparcidos como pétalos de flores blancas sobre el hueco de la colina. No emitieron ningún grito, apenas parecían moverse, pero Miles sintió más que oyó un suspiro recorrer sus filas, y la tensión de su espera aumentó.

Esta vez la lanzadera se hizo más grande, sus luces aumentaron cuando revoloteó sobre el lago, que espumeó en su estela. Roic dio un paso atrás, nervioso, y luego avanzó para acercarse de nuevo a Miles y Ekaterin, mientras la masa de la nave se alzaba casi sobre ellos. Las luces de sus costados dejaban ver en el fuselaje el dibujo de un pájaro aullando, esmaltado en rojo, que brillaba como una llama. La nave aterrizó sobre sus patas extendidas con la suavidad de un gato, y se posó, mientras los chasquidos y chirridos de sus calientes costados al contraerse resonaban con fuerza en mitad del silencio.

—Hora de levantarnos —le susurró Miles a Ekaterin, y depositó en tierra su flotador. Ekaterin y Roic lo ayudaron a levantarse, dar un paso al frente y ponerse firmes. La hierba recién cortada, bajo las suelas de sus botas, parecía una alfombra hermosa y gruesa; su olor era húmedo y rico.

Se abrió una enorme compuerta y una rampa se extendió sola, iluminada desde abajo por un brillo pálido y difuso. Lo primero en descender fue una burbuja de dama haut: su campo de fuerza no era opaco, como los otros, sino transparente como una gasa. Dentro, se podía ver que su silla flotante estaba vacía.

—¿Dónde está Pel? —le murmuró Miles a Ekaterin—. Creía que esto era su… criatura.

—Es para la Consorte de Rho Ceta que se perdió con la nave secuestrada —susurró ella—. La haut Pel será la siguiente, cuando conduzca a los niños en lugar de la consorte muerta.

Miles había conocido a la mujer asesinada, brevemente, hacía una década. Para su pesar, apenas podía recordar más que una nube de cabello marrón chocolate que la rodeaba, una belleza sorprendente camuflada en un grupo de otras mujeres haut de igual esplendor, y una furiosa dedicación a su deber. Pero la silla flotante pareció de pronto aún más vacía.

Otra burbuja la siguió, y otra más, y ghem-mujeres y servidores ba. La segunda burbuja se acercó al grupo del gobernador haut, se volvió transparente y luego se apagó. Pel, con su túnica blanca, estaba sentada regiamente en su silla flotante.

—Ghem-general Benin, ya que está usted al mando, por favor comunique el agradecimiento del Emperador, el haut Fletchir Giaja, a estos extranjeros que nos han devuelto las esperanzas de nuestras Constelaciones.

Hablaba en tono normal, y Miles no llegó a ver los registradores de voz, pero un leve eco desde el anfiteatro le dijo que sus palabras estaban siendo transmitidas a toda la asamblea.

Benin llamó a Bel. Con palabras de ceremonia, presentó un alto honor cetagandés al betano: un papel envuelto en un lazo, escrito por la Propia Mano del Emperador, con el extraño nombre de Orden de la Casa Celestial.

Miles conocía a ghem-lores cetagandeses que habrían cambiado a sus propias madres por pertenecer a la lista de Órdenes del año, excepto que no era nada fácil tener los méritos necesarios. Bel hizo descender su flotador para que Benin le colocara el rollo en las manos, y aunque sus ojos brillaban de ironía, murmuró su agradecimiento al lejano Fletchir Giaja, y por una vez mantuvo su sentido del humor bajo control. Probablemente algo tuvo que ver que el herm estuviera tan agotado que apenas podía mantener la cabeza erguida, una circunstancia que Miles nunca habría creído tener que agradecer.

Miles parpadeó, y contuvo una amplia sonrisa cuando el ghem-general Benin llamó a continuación a Ekaterin y le otorgó un honor semejante. El obvio placer de Ekaterin tampoco carecía de gracia, pero contestó con elegantes palabras de agradecimiento.

—Milord Vorkosigan —dijo Benin.

Miles dio un paso adelante, un poco aprensivo.

—Mi Amo Imperial, el Emperador, el haut Fletchir Giaja, me recuerda que la verdadera delicadeza de dar regalos tiene en cuenta los gustos del receptor. Por tanto me encarga sólo que le comunique su agradecimiento personal, por su propio Aliento y Voz.

Primer premio, la Orden Cetagandesa de Mérito, y qué embarazosa habría sido esa medalla, hacía una década. Segundo premio, ¿dos Órdenes Cetagandesas de Mérito? Evidentemente no. Miles dejó escapar un suspiro de alivio, sólo ligeramente teñido de pesar.

—Dígale a su Amo Imperial de mi parte que ha sido un placer.

—Mi Ama Imperial, la Emperatriz, la haut Rian Degtiar, Primera Dama del Nido Estelar, también me encargó que le comunicara su propio agradecimiento, por su propio Aliento y Voz.

Miles hizo una reverencia aún mayor.

—Estoy a su servicio.

Benin dio un paso atrás; la haut Pel avanzó.

—En efecto. Lord Miles Naismith Vorkosigan de Barrayar, el Nido Estelar lo convoca.

Lo habían advertido sobre aquello, y lo había hablado con Ekaterin. Como asunto práctico, no tenía sentido rechazar el honor: el Nido Estelar debía de tener un kilo de su carne archivada en privado ya, recogida no sólo durante su tratamiento allí, sino de su memorable visita a Eta Ceta todos aquellos años atrás. Así que con sólo un leve encogimiento de estómago dio un paso al frente, y permitió que un servidor ba le subiera la manga y presentara a la haut Pel la bandeja con la brillante aguja.

Los largos dedos blancos de Pel hundieron la aguja en el antebrazo de Miles. La aguja era tan fina que apenas la sintió: cuando la retiró, una gota ínfima de sangre se formó en su piel. El servidor la limpió. Pel depositó la aguja en su propia caja congeladora, la alzó un momento para mostrarla públicamente, la cerró y la guardó en el brazo de su silla flotante. El leve murmullo de la multitud del anfiteatro no pareció escandalizado, aunque hubo, tal vez, un atisbo de sorpresa. El más alto honor que ningún cetagandés podía alcanzar, más alto aún que la concesión de una esposa haut, era que su genoma fuera llevado formalmente al banco del Nido Estelar: para desentrañarlo, examinarlo y probablemente insertar de manera selectiva las partes aprobadas en la siguiente generación de la raza haut.

Miles, mientras se bajaba la manga, le murmuró a Pel:

—Probablemente sea cosa de la alimentación, no de la naturaleza, ya sabe.

Los exquisitos labios de ella resistieron una sonrisa para formar la silenciosa sílaba, «Chis».

La chispa de oscuro humor en sus ojos se oscureció de nuevo cuando reactivó su escudo de fuerza. El cielo al este, al otro lado del lago y más allá de la cordillera, palidecía. Jirones de bruma se formaban sobre las aguas del lago, cuya suave superficie se volvía de un gris acerado al reflejar la luz que precede el amanecer.

Un silencio aún más profundo cayó sobre los haut reunidos mientras de la lanzadera salían flotando bastidor tras bastidor de replicadores, guiados por las ghem-mujeres y los servidores ba. Constelación tras constelación, los ba fueron llamados por la consorte en funciones, Pel, para recibir sus replicadores. El gobernador de Rho Ceta dejó al grupito de dignatarios/héroes de visita para unirse a su clan, y Miles advirtió que su humilde reverencia de antes no había sido ninguna ironía, después de todo.

Los hombres y mujeres cuyos hijos eran entregados aquí podían tal vez no haberse tocado o visto unos a otros hasta este amanecer, pero cada grupo de hombres aceptaba de las manos del Nido Estelar los niños que se les entregaban. Dirigieron flotando los bastidores hasta las burbujas blancas que transportaban a sus compañeras genéticas. A medida que cada constelación se reagrupaba alrededor de sus replicadores, las pantallas de fuerza pasaban de un sombrío blanco de luto a colores brillantes, un arco iris luminoso. Las burbujas irisadas salieron del anfiteatro, escoltadas por sus compañeros varones, mientras el horizonte montañoso al otro lado del lago se recortaba contra el fuego del amanecer, y en el cielo las estrellas se difuminaban en el azul.

Cuando los hauts llegaran a sus enclaves, dispersos por todo el planeta, los niños serían entregados de nuevo a sus amas de cría y asistentes ghem para extraerlos de los replicadores. Y pasarían a los nidos nutrientes de sus diversas constelaciones. Padre e hijo podrían no volver a verse. Sin embargo, esta ceremonia parecía algo más que un mero protocolo haut. ¿No se nos pide a todos que entreguemos a nuestros hijos al mundo, en el fondo? Los Vor lo hacían, en sus ideales al menos. «Barrayar devora a sus hijos», había dicho su madre una vez, según su padre, mirando a Miles.

«Bueno —pensó Miles, cansado—. ¿Somos héroes aquí hoy, o los más grandes traidores de la historia?» ¿En qué se convertirían con el tiempo aquellos diminutos haut? ¿En grandes hombres y mujeres? ¿En enemigos terribles? ¿Había salvado, sin saberlo, a alguna futura némesis de Barrayar, enemigo y destructor de sus propios hijos aún por nacer?

Y si algún cruel dios le hubiera vaticinado tan oscura precognición o profecía, ¿podría haber actuado de forma diferente?

Tomó la mano de Ekaterin con su propia mano fría: los dedos de ella envolvieron los suyos con calor. Ya había luz suficiente para ver su rostro.

—¿Te encuentras bien, amor? —murmuró ella, preocupada.

—No lo sé. Vámonos a casa.

EPÍLOGO

Se despidieron de Bel y Nicol en la órbita de Komarr.

Miles había acudido a las oficinas de la estación de tránsito de Asuntos Galácticos de SegImp para el último informe de Bel, en parte para añadir sus propias observaciones, en parte para encargarse de que los chicos de SegImp no fatigaran al hermafrodita de manera indebida. Ekaterin los acompañó a ambos, tanto para testificar como para asegurarse de que Miles no se fatigaba. Miles fue despedido antes que Bel.

—¿Estáis seguros de que no queréis venir a la Mansión Vorkosigan? —preguntó Miles ansiosamente, por cuarta o quinta vez, mientras se reunían para una última despedida en un salón superior—. Os perdisteis la boda, después de todo. Podríamos pasarlo muy bien. Mi cocinera sola ya merece el viaje, os lo prometo.

Miles, Bel, y por supuesto Nicol, viajaban en flotadores. Ekaterin permanecía de pie con los brazos cruzados, sonriendo levemente. Roic patrullaba un perímetro invisible, como si odiara tener que ceder su trabajo a los guardias de SegImp. El soldado llevaba en alerta continua tanto tiempo, pensó Miles, que había olvidado cómo descansar. Comprendía la sensación. Decidió que Roic se merecía al menos dos semanas seguidas de descanso cuando regresaran a Barrayar.

Nicol alzó las cejas.

—Me temo que molestaríamos a vuestros vecinos.

—Los caballos saldrían de estampida, sí —dijo Bel.

Miles, sentado, se inclinó: su flotador osciló levemente.

—Os gustaría mi caballo. Es enormemente amistoso, por no mencionar que es demasiado viejo y perezoso para irse de estampida a ninguna parte. Y garantizo personalmente que con un lacayo Vorkosigan a tu espalda, ni el más palurdo del lugar se atrevería a insultarte.

Roic, que pasaba cerca en su órbita, asintió, confirmando sus palabras.

Nicol sonrió.

—Gracias igualmente, pero creo que prefiero ir a algún sitio donde no necesite un guardaespaldas.

Miles hizo tamborilear los dedos en el borde de su flotador.

—Estamos trabajando en ello. Pero mirad, de verdad, si…

—Nicol está cansada —dijo Ekaterin—, probablemente siente añoranza de su hogar, y tiene un hermafrodita convaleciente que cuidar. Supongo que se alegrará de volver a su propio saco de dormir y a su propia rutina. Por no mencionar a su música.

Las dos intercambiaron una de esas miradas de la Liga de Mujeres, y Nicol asintió, agradecida.

—Bien —dijo Miles, claudicando reacio—. Cuidaos, entonces.

—Y tú también —lo reprendió Bel—. Creo que es hora de que dejes esos jueguecitos de operaciones encubiertas, ¿no? Ahora que vas a ser padre y todo eso. Entre esta vez y la última vez, el Destino ha tenido que medirte bien la distancia de tiro. Creo que es mala idea darle una tercera oportunidad.

Miles se miró involuntariamente las palmas de las manos, plenamente curadas ya.

—Tal vez. Dios sabe que Gregor tendrá probablemente esperándome una lista de tareas domésticas tan larga como todos los brazos de los cuadris juntos. La última fue encargarme de una serie de comités que venían, ¿te lo imaginas?, con una propuesta de bioleyes para que el Consejo de Condes la aprobara. Duró un año. Si empieza otra vez con eso de «eres medio betano, Miles, eres el hombre adecuado…», creo que me daré la vuelta y echaré a correr. —Bel soltó una carcajada—. Échale un ojo por mí al joven Corbeau, ¿quieres? —añadió Miles—. Cuando lanzo así a un protegido para que se hunda o nade, normalmente prefiero estar cerca con un salvavidas.

—Garnet Cinco me envió un mensaje, después de que le comunicara que Bel iba a sobrevivir —dijo Nicol—. Dice que de momento les va bien. En cualquier caso, el Cuadrispacio no ha declarado a todas las naves de Barrayar non gratas para siempre ni nada por el estilo todavía.

—Eso significa que no hay ningún motivo para que vosotros dos no podáis regresar algún día —señaló Bel—. O, en cualquier caso, permanecer en contacto. Ahora somos libres para comunicarnos abiertamente, si me permites el comentario.

Miles sonrió.

—Si es discretamente. Sí. Es verdad.

Intercambiaron unos cuantos abrazos muy poco barrayareses; a Miles no le importó qué pudieran pensar sus vigilantes de SegImp. Flotando y agarrado de la mano de Ekaterin, Miles vio cómo la pareja se perdía de vista camino de los puntos de embarque de naves comerciales. Pero incluso antes de que rodearan la esquina sintió que su rostro era atraído, como por una fuerza magnética, hacia la dirección contraria: hacia el brazo militar de la estación, donde los esperaba la Kestrel.

El tiempo se marcó en su cabeza.

—Vamos.

—Oh, sí —dijo Ekaterin.

Tuvo que acelerar su flotador para mantener el ritmo de sus zancadas.

Gregor esperaba para recibir a su regreso al lord Auditor y a lady Vorkosigan, en una recepción especial en la Residencia Imperial. Miles esperaba que la recompensa que el Emperador tuviera en mente fuera menos preocupante y rara que la de las damas haut. Pero la fiesta de Gregor iba a tener que ser pospuesta un día o dos. La noticia que el tocólogo de la Casa Vorkosigan había enviado era que la estancia de los niños en el replicador se había extendido casi al máximo de sus posibilidades. Había suficiente reprimenda médica en el tono del mensaje que ni siquiera hicieron falta los nerviosos chistes de Ekaterin sobre gemelos de diez meses y cuánto se alegraba de que existieran los replicadores para que Miles apuntara en la dirección correcta, sin más malditas interrupciones.

Había pasado por esos regresos a casa un millar de veces, sin embargo aquél parecía distinto a todos. El vehículo de tierra del espaciopuerto militar, que conducía el soldado Pym, aparcó bajo el porche de la Mansión Vorkosigan. Ekaterin salió primero y miró anhelante hacia la puerta, pero se detuvo para esperar a Miles.

Al abandonar la órbita de Komarr, hacía cinco días, Miles había cambiado el despreciable flotador por un bastón algo menos despreciable, y se pasó el viaje cojeando incesantemente arriba y abajo de los limitados pasillos de la Kestrel. Recuperaba las fuerzas, le parecía, aunque más despacio de lo que esperaba. Tal vez podría conseguir un bastón de estoque como el del comodoro Koudelka mientras tanto. Se puso en pie, hizo girar el bastón con un breve gesto de desafío y le ofreció el brazo a Ekaterin. Ella depositó suavemente la mano sobre él, dispuesta a agarrarlo con disimulo si era necesario. Las dobles puertas se abrieron, dando paso al gran vestíbulo de entrada pavimentado de blanco y negro.

Una multitud los estaba esperando, encabezada por una mujer de cabello rojizo y sonrisa complacida. La condesa Cordelia Vorkosigan abrazó primero a su nuera. Un hombre fornido y de pelo blanco avanzó desde la antecámara situada a la izquierda, el rostro iluminado de placer, y se colocó en fila para tener su oportunidad de abrazar a Ekaterin antes de volverse hacia su hijo. Nikki bajó corriendo las escaleras y se lanzó a los brazos de su madre, y le devolvió el fuerte apretón con sólo un atisbo de rubor. El chico había crecido al menos tres centímetros en los dos últimos meses. Cuando se volvió hacia Miles, copió el apretón de manos del conde con asombrosa resolución propia de adultos; Miles descubrió que tenía que mirar hacia arriba para verle la cara a su hijastro.

Una docena de hombres de armas y sirvientes esperaban sonrientes: Ma Kosti, la cocinera sin igual, entregó a Ekaterin un espléndido ramo de flores. La condesa entregó un mensaje de felicitación por su próxima paternidad, torpemente redactado pero sincero, de parte de Mark, el hermano de Miles, que estaba en la Universidad de la Colonia Beta, y otro más fluido de parte de su abuela Naismith. El hermano mayor de Ekaterin, Will Vorvayne, inesperadamente presente, sacó vids de todo.

—Enhorabuena —le estaba diciendo a Ekaterin el virrey conde Aral Vorkosigan—, por un trabajo bien hecho. ¿Te gustaría otro? Estoy seguro de que Gregor podría encontrarte un puesto en el Cuerpo Diplomático después de esto, si lo quieres.

Ella se echó a reír.

—Creo que ya tengo al menos tres o cuatro trabajos. Pregúntamelo otra vez, oh, digamos dentro de veinte años. —Su mirada se dirigió a la escalera que conducía a los pisos superiores, y a la habitación de los niños.

La condesa Vorkosigan captó la mirada.

—Todo está preparado y esperando a que estéis listos —dijo.

Después de un ligero aseo en su suite del segundo piso, Miles y Ekaterin consiguieron atravesar el pasillo repleto de sirvientes para encontrarse de nuevo con el resto de la familia en el cuarto de los niños. Con la presencia del equipo médico (un tocólogo, dos tecnomeds, y un bio-mecánico), la pequeña sala que daba al jardín trasero estaba llena hasta los topes. Parecía un nacimiento tan público como los que habían soportado aquellas pobres esposas de monarcas en las viejas historias, excepto que Ekaterin tenía la ventaja de estar de pie, vestida y de mantener la dignidad. Todo era alegre excitación, nada de sangre ni dolor ni miedo. Miles decidió que lo aprobaba.

Los dos replicadores, libres de sus bastidores, permanecían el uno al lado de otro sobre una mesa, llenos de promesas. Un tecnomed terminaba de aplicar una cánula a uno.

—¿Continuamos? —preguntó el tocólogo.

Miles miró a sus padres.

—¿Cómo lo hicisteis vosotros, entonces?

—Aral alzó un cierre —dijo su madre—, y yo alcé el otro. Tu abuelo, el general Piotr, se mantuvo cerca y acechante, pero cambió de modo de pensar más tarde.

Sus padres intercambiaron una sonrisa privada, y Aral Vorkosigan sacudió la cabeza tristemente.

Miles miró a Ekaterin.

—A mí me parece bien —dijo ella. Sus ojos brillaban de alegría. El corazón de Miles se animó al pensar que él le había producido toda esa felicidad.

Avanzaron hasta la mesa. Ekaterin la rodeó, y los técnicos se apartaron; Miles enganchó su bastón en el borde, se apoyó en una mano y alzó la otra para copiar el gesto de Ekaterin. Un doble chasquido sonó en los cierres. Se apartaron y repitieron el gesto con el segundo replicador.

—Bueno —susurró Ekaterin.

Luego fueron ellos quienes tuvieron que apartarse, y observaron con irracional ansiedad cómo el tocólogo abría la primera tapa, apartaba el tubo de intercambio, rompía el amnios y alzaba a la luz a la criatura rosada y resbaladiza. Unos cuantos momentos de tensión mientras despejaba sus vías respiratorias, secando y cortando el cordón; Miles respiró de nuevo cuando lo hizo también el pequeño Aral Alexander y tuvo que parpadear porque los ojos le ardían. Se sintió un poco menos en evidencia cuando advirtió que su padre se secaba los ojos también. La condesa Vorkosigan se agarró las faldas, obligando a sus ansiosas manos de abuela a esperar su turno. La mano del conde sobre el hombro de Nikki se tensó, y Nikki, situado en el centro, en un puesto inmejorable, alzó la barbilla y sonrió. Will Vorvayne revoloteó alrededor tratando de conseguir mejores ángulos vid, hasta que su hermana menor adoptó su mejor voz de lady Ekaterin Vorkosigan y acabó con sus intentos de convertirse en director de escena. Él pareció sobresaltarse, pero se retiró.

Siguiendo un acuerdo tácito, Ekaterin fue la primera en sostener a su nuevo hijo mientras observaba cómo el segundo replicador entregaba a su primera hija. Miles se apoyó en su bastón, devorando con los ojos la sorprendente visión. Un bebé. Un bebé de verdad. Suyo. Había pensado que sus hijos parecían bastante reales cuando tocaba los replicadores donde crecían. Eso no era nada comparado con esto. El pequeño Aral Alexander era tan pequeño… Parpadeó y se desperezó. Respiraba, respiraba de verdad, y hacía chasquear plácidamente sus diminutos labios. Tenía una notable cantidad de pelo negro. Era maravilloso. Era… aterrador.

—Tu turno —dijo Ekaterin, sonriéndole.

—Yo… creo que será mejor que me siente, primero.

Miles casi se desplomó en un sillón que le acercaron rápidamente. Ekaterin depositó el bultito envuelto en sábanas sobre sus atemorizados brazos. La condesa se asomó desde detrás del sillón como una especie de buitre maternal.

—Parece tan pequeño…

—¡Qué, cuatro kilos cien! —exclamó la madre de Miles—. Es un hombretón. Tú tenías la mitad de su tamaño cuando te sacaron del replicador.

Continuó haciendo una poco halagadora descripción de Miles en ese momento, que Ekaterin no sólo se tragó, sino que animó.

Un fuerte aullido desde la mesa del replicador hizo que Miles diera un respingo; alzó ansiosamente la cabeza. Helen Natalia anunciaba su llegada sin ningún tipo de miramientos, agitando los puños libres y aullando. El tocólogo completó su examen y la entregó con cierta premura a los brazos de su madre. Miles estiró el cuello. Los rizos oscuros y mojados de Helen Natalia iban a ser tan rojizos como se había prometido, cuando se secaran.

Con dos bebés para repartir, todo el mundo puesto en fila para tenerlos en brazos tendría su oportunidad muy pronto, decidió Miles, mientras aceptaba a Helen Natalia, que todavía hacía ruiditos, de brazos de su sonriente madre. Podían esperar unos instantes más. Contempló a los dos bultos que más que llenaban su regazo con una especie de sorpresa cósmica.

—Lo hicimos —le murmuró a Ekaterin, ahora encaramada al brazo del sillón—. ¿Por qué no nos detuvo nadie? ¿Por qué no hay más reglas para este tipo de cosas? ¿Qué loco en su sano juicio me pondría a mí a cargo de un bebé? ¿De dos bebés?

Ella frunció el ceño, en burlona mueca de compasión.

—No te apures. Estoy aquí sentada pensando que once años parece de pronto más tiempo del que creía. No recuerdo nada de cómo son los bebés.

—Estoy seguro de que lo recordarás todo. Será, hum, como pilotar un volador.

Miles se había considerado el punto máximo de la evolución humana. En aquel momento se sentía más como el eslabón perdido. Creía que lo sabía todo. Sin duda no sabía nada. ¿Cómo se había vuelto su vida una completa sorpresa para él, tan completamente desorganizada? Su cerebro había bullido con un millar de planes para estas vidas diminutas, visiones de un futuro a la vez esperanzado y ominoso, gracioso y temible. Por un instante, todo pareció detenerse. «No tengo ni idea de cómo van a ser estas dos personas.»

Luego les tocó el turno a todos los demás: Nikki, la condesa, el conde. Miles observó con envidia cómo su padre sostenía con seguridad al bebé sobre su hombro. Helen Natalia dejó de llorar allí, reduciendo el nivel de ruido a una queja más generalizada e inconexa.

Ekaterin deslizó su mano en la suya y apretó con fuerza. Fue como zambullirse en caída libre hacia el futuro. Miles devolvió el apretón, y voló.

Título original: Diplomatic Immunity

Traducción: Rafael Marín

1.a edición: septiembre 2003

© 2002 by Lois McMaster Bujold

© Ediciones B, S.A., 2003

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