El vehículo desde el que los habían seguido Minspert y sus tres sicarios estaba ahora aparcado a unos cincuenta metros, y el cristal de espejo unidireccional les permitía observarlos sin ser vistos desde el exterior.
-¿Está lista esa cámara? -apremió James, volviéndose hacia el agente que estaba tras él.
-Cuando quiera, señor.
El musculoso agente había encendido los monitores y probaba la imagen y el sonido, mascando chicle con parsimonia. En la rumia, su poderosa mandíbula cuadrada subía y bajaba tan metódica como sus preparativos. Minspert se situó junto a él en la parte trasera de la furgoneta, se caló los auriculares que le tendía el intérprete y ajustó el micrófono.
-Enfoca un poco más a la izquierda y habla -ordenó al pelirrojo-... ahora... Recibo imagen y sonido... ¿Me oyes tú a través del audífono?
-Sí, señor.
Examinó el disfraz de turista del agente, sus zapatillas deportivas, el pantalón corto, la gorra de béisbol. Torció el gesto al reparar en su chaleco de fotógrafo.
-Deberías haberte puesto algo más discreto. En fin, podrás llevar la cámara de video a la vista, y eso te dará mayor libertad de movimientos. Y ahora, mira ahí afuera -señaló la explanada del monasterio a través de los cristales semitransparentes de la furgoneta-. Fíjate bien en esos tres.
Se refería a Juan de Maliaño y sus dos acompañantes, que se encaminaban ya hacia la entrada principal del monasterio. Pero antes se detuvieron en el ángulo noreste, frente a la esquina de la torre del colegio, donde el arquitecto pareció explicar algo a David y Raquel, señalando con su bastón hacia el edificio.
En el interior de la furgoneta, James supervisaba ahora las instrucciones que el hombre delgado, de rasgos angulosos y vestido de negro, daba al agente:
-¿Ves al viejo de la barba blanca? -le preguntó aquel individuo, afilando su rostro chupado-. Conoce este lugar como la palma de la mano. Pero tú no. Ese será tu primer problema. Segundo: él cuenta con autorización para moverse dentro del monasterio con total libertad. Tú, no. Deberás utilizar una entrada de pago, como todo el mundo, y ceñirte al recorrido turístico habitual, mucho más restringido. Tercer problema: en los lugares donde ellos estén solos, tú no podrás entrar. Y en los sitios donde te dejen entrar, habrá otros visitantes. De manera que no les abordes hasta que te lo digamos nosotros y estés completamente seguro de que no te ve nadie. Entonces sí, ve a por ellos.
-¿Empleándome a fondo? -preguntó el pelirrojo, dirigiéndose a Minspert.
-Sin contemplaciones -le contestó James-. Tienes que conseguir esos documentos a cualquier precio. ¿Entendido? -el agente asintió, respetuoso-. Habla lo imprescindible, para que no sepan de dónde eres. Ese tipo, Calderón, conoce tu lengua. Cuando te comuniques conmigo, hazlo en inglés. Nunca en tu idioma. Y no utilices nombres propios.
-Muy bien, señor. ¿Algo más?
-Que ellos no te vean demasiado. Procura meterte en algún grupo para pasar desapercibido, pero sin perderlos nunca de vista. Y grabando imagen y sonido aceptables, para que yo pueda darte las indicaciones desde aquí. A mí no deben verme en ningún momento, ni siquiera sospechar que ando por aquí. De manera que tú serás mis ojos y oídos.
El hombre de negro desplegó un plano del conjunto monumental y señaló al agente el suyo, para que hiciera otro tanto.
-Vamos a revisarlo por última vez. Hay dos entradas para el público, donde te vas a encontrar con arcos detectores de metales y con escáneres. Por eso, la cámara lleva integrado el transmisor y el arma.
-Pero recuerda que sólo dispones de dos balas, la que ya está lista para disparar y otra de repuesto -añadió Minspert-. Si las cosas se ponen feas, dispara entre los ojos utilizando la fijación del objetivo por láser. Es segura al cien por cien.
-¿Qué hago cuando entren en una zona reservada, donde no me dejarán seguirles? -preguntó a James.
-Esperarles, hasta que vuelvas a tomar contacto con ellos, sin levantar sospechas en los vigilantes. Ten mucho cuidado con ellos, porque están intercomunicados. Si alguno intenta transmitir tu presencia, debes neutralizarlo de inmediato. No podemos fallar, porque no nos dejarán intentarlo de nuevo.
Tampoco pierdas de vista a David Calderón. Es el más peligroso.
-¿El criptógrafo? -se extrañó el sicario.
-No es un criptógrafo corriente. Ha tenido entrenamiento militar y se conserva en buena forma física. Es fuerte, muy templado, y con mucha sangre fría. Controla bien sus reacciones.
-Y al observar que Maliaño, Raquel y David proseguían su camino hacia la entrada principal, atajó-: ¿Todo claro?
-Creo que sí -concluyó el agente.
-Pues aquí tienes el tique de entrada. Y ahora sal ahí afuera, pégate a ellos y vamos a escuchar lo que dicen. Ésa será la mayor dificultad, que esta visita a El Escorial es improvisada. El traductor y nosotros tendremos que ir deduciendo su plan sobre la marcha, y a medida que lo averigüemos te iremos indicando en el plano tu radio de acción.
El agente bajó de la furgoneta, cruzó la explanada y se unió a un grupo de americanos. Minspert guiaba sus pasos a través del audífono:
-Acércate a ellos, levanta la cámara de video y afina un poco más... Eso es, la imagen del arquitecto está bien. Ahora el sonido... -continuó Minspert-. ¿Qué son esos chillidos que se oyen como ruido de fondo?
-Las golondrinas. Hay cientos de ellas -le informó el agente.
-Pues tendrás que acercarte más.
Al aproximarse, James pudo oír a través del auricular las palabras de Juan de Maliaño, que le fue traduciendo el intérprete:
A tu madre le gustaba El Escorial con locura -aseguraba el arquitecto a Raquel. Decía que para Felipe II era algo así como la Casa Blanca, la Biblioteca del Congreso, el Instituto Tecnológico de Massachussets y el Pentágono, todo en una pieza. La maqueta de un Estado moderno, destinada a perdurar a lo largo de los siglos. Lo cual lo convertía en un candidato idóneo para preservar algo valioso. Sara vino a tomar notas con un propósito muy preciso.
-Podríamos reconstruir exactamente el recorrido que hicieron usted y Sara el lunes pasado? -pidió David.
-Por supuesto. Dejadme que hable primero con el servicio de seguridad, para que nos asignen luego un par de guardias, cuando vayamos a mi oficina.
Al cabo de unos minutos, el arquitecto regresó junto a los dos jóvenes y les condujo hasta la puerta principal. Maliaño se situó en medio de la entrada, bajo el arco de la biblioteca, y señaló al interior, hacia el Patio de los Reyes, cerrado al fondo por la fachada de la iglesia:
-El recorrido que hicimos es el más lógico, siguiendo el eje longitudinal, que divide el edificio en dos mitades más o menos simétricas. Va de las partes públicas al palacio privado. De oeste a este, porque la cabecera da al oriente.
-O sea, hacia Madrid -apuntó Raquel.
-Para ser exactos, hacia Jerusalén, con un pequeño error de medio grado... ¿Lo veis? Aquí a la derecha está el monasterio, a la izquierda el colegio y el palacio público. Y, en medio, el eje longitudinal, que pasa por la biblioteca, aquí encima de nosotros, esta especie de puente sobre el arco de entrada; luego continúa a lo largo del Patio de los Reyes y la basílica, ahí enfrente. Ése será nuestro recorrido.
En el interior de la furgoneta, el hombre de negro y Minspert habían seguido sobre el plano el itinerario previsto por el arquitecto. James acercó el micrófono e indicó a su agente:
-¡Atención, adelántate a ellos! Se dirigen hacia la biblioteca, que está en la segunda planta, encima de la puerta principal. En tu plano es el número 9... A la izquierda... Ojo, que te vas a encontrar con uno de los controles de seguridad. Tendrás que entrar a través de un arco detector de metales y pasar la cámara por un escáner. Pero tranquilo, que no notarán nada... Cuando la hayas recuperado, sube las escaleras.
James esperó hasta que su agente hubo entrado en la biblioteca. Comparada con la gris austeridad del edificio, el recinto era una llamarada de luz y color. El sol entraba a raudales a través de los cinco balcones que daban al Patio de los Reyes, bañaba la estancia y, reflejándose en el solado de mármol blanco y gris, resaltaba la policromía de los frescos que cubrían sus bóvedas. Comprobó con alivio que la imagen era más que aceptable, excepto cuando la cámara se movía con brusquedad o era sometida a cambios súbitos de iluminación. Tan pronto como vio aparecer por la puerta del fondo a David, Raquel y el arquitecto, indicó al sicario:
-¿Me escuchas? No es necesario que hables. Para confirmar que me escuchas, camina hacia la ventana que tienes enfrente... Muy bien. De acuerdo. Cuando entren, acércate a ellos con cuidado, de modo que podamos oír bien sus palabras.
No tardó en captar a través del micrófono del agente las explicaciones de Juan de Maliaño:
-... Es la joya del monasterio, una de las mejores bibliotecas renacentistas del mundo. La primera que construyó ex profeso un rey en España, donde la monarquía no ha sido muy dada a los libros.
Tiene más de cinco mil manuscritos, algunos en árabe, griego, hebreo, chino, persa, turco, armenio, náhuatl... Una verdadera babel de lenguas. Tu abuelo y tu madre adoraban este lugar.
-Se olvida usted de mi padre. Él fue quien pasó más horas aquí -intervino David.
-Lleva razón. Pero en el caso de su padre era sólo por los manuscritos. Creo que a Sara le interesaban más esas pinturas al fresco que cubren la bóveda. Y en especial tres, que fue las que mandó fotografiar para incluirlas en ese ensayo que estaba escribiendo, De Babel al Templo. Esta fue la primera. Como podéis ver, es el arranque de todas las imágenes de la bóveda, y representa el origen del conocimiento.
La pintura a la que aludía el arquitecto mostraba a un rey al pie de una profusa obra de cantería, sobre la que se afanaban los tallistas poniendo orden en un reguero de piedras. Al fondo de la llanura se alzaba hacia los cielos un edificio circular. Sin duda alguna, representaba la construcción de la Torre de Babel, porque debajo una inscripción en latín aludía a la confusión de las lenguas.
-¿Te dijo mi madre por qué le interesaba esta pintura? -preguntó Raquel al arquitecto.
-Tu madre la relacionó con este otro fresco, el que está enfrente. Es el segundo de la serie, y el más difícil de interpretar.
Y señaló una escena ciertamente enigmática. A la izquierda se veía a un anciano en un podio dirigiéndose a un grupo de niños sentados a su alrededor. Al fondo, en el centro, se repetía un asunto similar: otro anciano con otro grupo infantil. Y a la derecha un preceptor mostraba cuatro niños a un rey.
David intentó guiarse por la inscripción latina que figuraba al pie.
-«LINGVA CHALDEOR». ¿Lengua de los caldeos? ¿Qué quiere decir eso?
-Fíjese en la otra inscripción -le sugirió el arquitecto.
-«DANIEL, CAP I».
-Es la historia de Daniel -intervino Raquel-. Cuando Nabucodonosor arrasó el Templo de Salomón, y desterró a los israelitas a Babilonia, mandó que le trajesen a algunos niños de talento de entre las mejores familias judías, para instruirlos en la lengua caldea. Ese rey de la derecha debe ser Nabucodonosor, y los cuatro niños son Daniel y sus tres compañeros. Daniel la aprendió tan bien que pronto supo descifrar los sueños del rey.
-No me extraña que esta pintura interesara tanto a Sara -apuntó David.
-Ella sabía muy bien que en El Escorial nada se ha dejado al azar -continuó el arquitecto-. Esta sala de la biblioteca es, literalmente, un puente tendido entre el colegio, que tenemos aquí detrás, por donde hemos entrado, y el monasterio, ahí delante. De ese modo, podían acceder a los libros tanto los estudiantes como los monjes, cada uno desde su propia ala del edificio. Sobre la puerta que da al colegio está representada la Filosofía, ¿la veis? Aquí encima. Y sobre la puerta que da al monasterio, la Teología. Y entre ambas, en estas bóvedas, están las siete Artes Liberales. El itinerario entre una y otra viene a señalar la idea básica de todo el conjunto: la cristianización de la cultura pagana. Pues bien, la primera de las Artes Liberales corresponde a la gramática, porque se supone que esa escuela adonde acudían Daniel y sus compañeros junto con los niños caldeos es la primera aula de Gramática de que se tiene noticia. ¿Por qué está ligada a Babel? Porque debe reparar los daños causados por la confusión de las lenguas durante la construcción de la famosa torre. Antes de ella no había nada que aprender: la humanidad era una, su lengua la misma), su conocimiento innato.
El agente de Minspert se mantenía a una prudente distancia, fingiendo leer un manuscrito del Ars Magna de Ramón Llull, abierto de par en par en una vitrina para mostrar sus ruedas combinatorias. Pero tenía buen cuidado de que tanto la lente como el micrófono de la cámara de video estuvieran orientados hacia ellos.
-Ya ves, Raquel, tu madre estaba al cabo de la calle -continuó Maliaño-. Y, aun así, le daba otra lectura. Creía que ese fresco alude a la Hermandad de la Nueva Restauración. O al embrión que condujo a ella... La primera gran fraternidad del saber, para remontar la fragmentación del conocimiento humano, debido a la separación de lenguas y a la interposición de las religiones. Ya sabes: antes de Babel, la Biblia habla de la Humanidad, pero después de la torre sólo cuenta la historia de un único pueblo, el supuesto pueblo elegido, el poseedor del Templo. Para Sara, estas dos pinturas hablan de eso.
El arquitecto se llegó hasta el centro de la biblioteca y alzó la vista, señalando el fresco pintado en la bóveda que había sobre el ventanal.
-Ésta fue la tercera escena que mandó fotografiar tu madre -afirmó Juan de Maliaño-. La reina de Saba proponiendo a Salomón una serie de enigmas, para probar su sabiduría. Luego me hizo notar que esta pintura se encuentra exactamente en el centro de la pared más exterior. Y no sólo eso. Venid aquí y asomaros a la ventana que está enfrente del fresco.
Daba al Patio de los Reyes, cerrado al fondo por la imponente fachada de la basílica.
-Mirad ahí. Si unimos esta ventana con el centro de esa fachada, estamos exactamente en el eje longitudinal de todo este conjunto, el vector que lo ordena y le da sentido. ¿Veis aquellas estatuas en el frontispicio de la iglesia? Son las que dan su nombre a ese patio. Representan a los reyes de Judá. ¿Y quiénes están en medio? David y Salornón. Para entenderlo, es mejor que vayamos hasta allí.
El agente bajó la cámara con alivio cuando los vio encaminarse hacia el Patio de los Reyes. En él había gran trasiego, y sería más fácil pasar desapercibido.
Desde abajo, su espacio aún resultaba más ceremonioso. Todo estaba concebido para subrayar la excepcionalidad de aquellas efigies en piedra. Las altas y macizas torres, las cúpulas, arcos y columnas centraban el frontón, otorgando el protagonismo a las estatuas de los monarcas.
-Ahí los tienen -dijo el arquitecto-. Los seis reyes que participaron en la construcción, mantenimiento y restauración del Templo de Jerusalén. Cuando vinimos el lunes pasado, Sara comentó: «Seguimos teniendo a Salomón en el eje del edificio, igual que en la pintura que acabamos de ver en la biblioteca. Él y su padre el rey David sostienen los cetros en la mano, y apuntan con ellos hacia el interior de la basílica. Pero ¿adónde señalan?».
Juan de Maliaño no contestó a la pregunta. La dejó en el aire y se limitó a pronosticar, alzando su bastón para señalar hacia lo alto:
-Ahora lo veréis. Fijaos en esa ventana que está en el centro, entre los dos cetros de David y Salomón, y entremos en la iglesia.
Cuando penetraron en la basílica, se volvieron hacia la bóveda del coro alto, que marcaba el eje exacto del monasterio. Estaba cubierta por un extenso fresco, repleto de figuras, e iluminada por la luz de la ventana que acababan de ver desde el exterior.
-Ése es el lugar adonde apuntan las estatuas de David y Salomón con sus cetros... -indicó Maliaño-. La pintura representa la Gloria. Ahí arriba está la Santísima Trinidad, a la izquierda la Virgen, y a la derecha Felipe II, de rodillas. Y debajo, y a los lados, toda la corte celestial.
-¡Qué extraña!
-Bueno, resulta extraña si se compara con el modelo en el que todos pensamos para un Juicio Final, que es el de la Capilla Sixtina del Vaticano. Es curioso que en la biblioteca hayan tenido tan en cuenta los frescos de Miguel Ángel y aquí no, ¿verdad?
-¿Y a qué crees que se debe?
-Tu madre pensaba que a un deseo de claridad. Algo tan anticuado, tan medieval, sólo se explica si lo que se desea es transmitir algo sin dejar lugar a dudas.
-¿Y qué es ese algo...? -terció David.
-¿Veis eso que hay debajo de la Trinidad?
-Parece un libro abierto -aventuró Raquel.
-En cierto modo es como un libro, y tu madre relacionaba esa pintura con los frescos y volúmenes de la biblioteca. Nadie antes había convertido una biblioteca en el segundo espacio en jerarquía de un monasterio, y Herrera se atrevió a hacerlo. Pero no es un libro. Es una piedra.
-¿Una piedra?
-Un bloque cúbico. Dispuesto de tal modo que la arista coincide exactamente con el eje del edificio. Es más, esa piedra está colocada en el centro de todo él. Es su centro. En la iconografía tradicional ahí debería ir el globo terráqueo. Pero ha sido sustituida por la auténtica Piedra Angular de El Escorial. Tu madre pensaba que Babel y el Templo de Salomón dialogaban a través de ella: la Palabra y la Piedra. Por eso es como un libro abierto. Y Sara llevaba anotada una frase sumamente misteriosa del cronista oficial de El Escorial, fray José de Sigüenza.
-El que tenía entre sus papeles el gajo del pergamino que encontró mi padre precisó David-. El mismo que sostenía en sus manos Felipe II cuando murió. Y que por detrás lleva de su puño y letra la leyenda La Llave Maestra y la palabra ETEMENANKI.
-Eso es. Pues bien, fray José de Sigüenza dice que esa piedra cúbica pintada ahí arriba es «el centro donde concurren las líneas de la circunferencia de esta fábrica, el fin donde todo se ordena, y donde todo se junta y todo se ata». Sara la hizo fotografiar porque la iba a utilizar para la portada de su libro. Cuando la vio dijo esa misma palabra que habéis repetido: ETEMENANKI. Y me explicó que significaba en caldeo Piedra Angular de la Fundación, o Llave Maestra, y que es el nombre original de la Torre de Babel. Lo curioso es que el arquitecto de este edificio y de la Plaza Mayor, Juan de Herrera, también pensaba que esa piedra cúbica es el módulo con el que está hecho el Universo. Incluso escribió un tratado para explicarlo, su Discurso de la figura cúbica.
-Ya nos hablaste de él en tu casa. ¿Ese libro es conocido? -preguntó Raquel.
-No sé qué decirte. Algunos lo citan, pero nadie lo ha conseguido explicar. Según tu madre, daba la impresión de que Herrera pretendía transmitir un secreto de incalculable valor, pero de modo que sólo lo entendieran los iniciados. Leer el Discurso de la figura cúbica es como emprender una excursión a través de un gran salón, en la más completa oscuridad. De vez en cuando, y sin previo aviso, el autor enciende una cerilla, y se puede ver algún dibujo en los muros, el bulto de un mueble aquí, objetos que se está a punto de distinguir... Pero entonces, apaga rápidamente la luz, por temor a revelar misterios que le está prohibido difundir. A lo mejor, lo que contiene ese cubo son los auténticos planos del Templo de Salomón, que Felipe II y Herrera quizá consiguieran, y adoptaron o adaptaron en este edificio.
Se hizo un prolongado silencio, que interrumpió Raquel para decir:
-¿Sabes a lo que me recuerda? Al monolito de aquella película, 2001, una odisea del espacio. Ya sé que es un disparate...
-Pero, ¿por qué la forma cúbica? -preguntó David al arquitecto.
-Porque el cubo es el resultado de una triple operación de la línea o del número sobre sí mismo, como el propio Dios y la Trinidad, de la que el cosmos es reflejo y obra. Ahí están las tres dimensiones del espacio y del tiempo, para demostrarlo. Y porque es el poliedro más perfecto, el módulo con el que está hecho este monasterio. También era el módulo del Templo de Salomón: el sanctasanctórum era cúbico, así como la Kaaba de los musulmanes en La Meca. Para los cristianos es algo parecido: la Jerusalén Celeste del Apocalipsis será un cubo.
-Ya hemos hablado de eso esta mañana. Kaaba quiere decir «cubo» en árabe confirmó David.
-Los dos templos, el de Jerusalén y el de La Meca, se atribuyen a Abraham, y se dice que fueron construidos en el lugar en que Dios le mandó sacrificar a su hijo primogénito. Por lo que Sara me contó, ésa es la esencia de su libro. Y por eso molesta a tanta gente: el acto fundador del monoteísmo se basa en la muerte. En dar la muerte en nombre de Dios. Y en excluir a los demás diciendo: «Sólo nosotros somos el pueblo elegido». Algo que no sucedía antes de Babel.
-Ahora entiendo el interés de mi madre.
-Y de tu abuelo. Cuando Abraham Toledano utilizó el nombre de Fundación para la suya, le daba un sentido añadido. Creo que él se refería también a la Piedra de la Fundación, y por eso la incluyó en su escudo, tomándola del emblema de la Hermandad de la Nueva Restauración. Tanto los judíos como los musulmanes creen que la piedra sobre la que se alzó el Templo de Salomón era la Piedra Angular de la Fundación, donde hoy se levanta la Cúpula de la Roca, a la que debe su nombre. Se suponía que fue lo primero creado por Dios, y que a partir de ahí el mundo se fue expandiendo en todas direcciones. Es, literalmente, el ombligo del mundo. Y también será su sepulcro, el día del Juicio Final.
-Que es lo que se representa en esta pintura.
-Claro, porque esto es un panteón de las dinastías hispánicas, el nuevo Palacio de los Reyes, una prolongación del de Antigua. Ahí abajo, en la cabecera de la iglesia, están enterrados el propio Felipe II y su familia, esperando la resurrección. Todo el monasterio está encaminado a ese fin fundamental.
-Estoy un poco confuso -reconoció David-. Y no acabo de ver la relación con esos gajos del pergamino.
-Es lógico -admitió el arquitecto-. Ya está bien de cháchara. Vamos a ver esos cuatro gajos que parecieron dar a Sara la clave final. Me han prestado un despachito aquí en los sótanos, junto al museo, para preparar la exposición sobre Herrera. Voy a avisar a los de seguridad, para que desconecten la alarma y estén al tanto los dos vigilantes que me habían prometido.
Tan pronto salieron de la iglesia, el sicario de Minspert se retiró a un rincón, acercó su voz al micrófono y susurró:
-¿Qué hago?
-Van a entrar en los sótanos -le puso al tanto James Minspert desde la furgoneta-. Prepara el arma que llevas incorporada a la cámara, quítale el seguro y síguelos. Procura evitar a los guardias de seguridad, pero si alguno te echa el alto has de seguir adelante sin darle tiempo a reaccionar ni a comunicarse con sus compañeros. Evita matar a nadie.
-¿Y si me veo en apuros?
-En ese caso, no te andes con contemplaciones. Recuerda que si te pillan no tendrás ningún tipo de ayuda oficial. Nosotros no existimos.
Desde su escondite, el sicario reparó en el vigilante que se acercaba al arquitecto y sus acompañantes, y sacaba un manojo de llaves para franquearles el paso hasta un pasillo que se abría al fondo.
Le oyó decir, mientras se disponía a cerrar tras ellos:
-Señor Maliaño, cuando hayan terminado, ya me avisarán por el teléfono para que venga a abrirles.
El matón esperó al guardia tras una columna, le tapó la boca con una mano y con la otra lo agarró por el brazo. Tiró de él con fuerza, y lo alzó más y más, hasta oír el chasquido del hueso que se partía. Le arrebató las llaves, abrió una pequeña habitación de servicio, le quitó las esposas que llevaba al cinto y lo ató y amordazó. Se disponía a cerrar tras de sí, cuando oyó una voz a sus espaldas:
-Pero ¿qué hace usted? ¡No se mueva!
No contaba con que otro guardia anduviera tan cerca. Se dio la vuelta, remoloneando, hasta centrar en la frente del recién llegado el visor láser de la cámara. Y disparó. La bala salió con un zumbido sordo, se incrustó entre los ojos del vigilante y lo hizo caer hacia atrás. Apenas había tocado el suelo, lo arrastró junto a su compañero, cerró con llave y se encaminó hacia el sótano.
Tras abrir la puerta y descender la empinada escalera, empezó a calcular el tiempo mentalmente. A partir de ahora, debía mantener un estricto contrarreloj. En el momento en que trataran de comunicarse con los dos guardias que había puesto fuera de combate, sus compañeros acudirían al lugar. Y estaría atrapado.
Se detuvo al doblar un recodo y ver a Raquel, David y Maliaño que se alejaban por un largo y claustrofóbico pasillo. Las paredes estaban flanqueadas por garfios, sogas y poleas que le daban el aspecto de un cadalso. Y sus sombras, alargadas bajo las bombillas, se curvaban al deslizarse por la bóveda, donde el granito adquiría el aire sepulcral de una cripta.
Llegaron ante una puerta de acero de color gris. El arquitecto pidió a Raquel que le sostuviera su bastón, hizo girar la pesada hoja y les cedió el paso. En el interior, tres amplias mesas estaban repletas de planos, papeles y libros. Les hizo sentar bajo el cono de luz de una lámpara que pendía del techo, fue hasta la caja fuerte, compuso la combinación, la abrió y extrajo unos documentos antiguos, que extendió sobre una de las mesas.
-Fijaos en esto -les explicó-. Es de Herrera. Una rareza, porque se sabe que El Escorial generó montañas de planos. Y, sin embargo, apenas si se han encontrado trazas de su propia mano, que la tenía muy buena, por cierto. Esto convierte lo que os estoy enseñando en algo muy valioso. Con otra particularidad: no es un plano destinado a efectos prácticos, para uso de los maestros de obra, sino algo totalmente especulativo, un diseño mental. Está resuelto en módulos cúbicos. Y hay un lugar que ha subrayado varias veces, con una anotación. ¿Lo veis? Es aquí. ¿Podéis leer lo que dice?
-Espere.
-David acercó el plano y le dio la vuelta-. Aquí dice «La Piedra Angular».
-Exacto. Cuando tu madre lo vio llegó a la misma conclusión que yo: es un espacio reservado para algo.
-Evidentemente, para esa Piedra. ¿De dónde pensaban sacarla?
-No lo sé. Pero fijaos en las notas.
La primera de ellas decía: A Jesucristo, Piedra Angular del divino Templo, se dedica. En el mismo círculo, completándolo: A las dos incomparables muestras o dechados de la Piedra de Abraham se consagra. Y unos versos que se pretendía grabar en ella:
Ofendida esta piedra o despreciada, mortal ruina o irremediable herida hará en el ofensor; mas si es temida, será refugio de salud cumplida.
-Tu madre pensó que esto es lo que buscaban en Antigua tanto Herrera como Felipe II. Y que, una vez encontrada, la querían instalar en El Escorial. Sería algo así como su piedra de toque, lo que lo convertiría en el nuevo Templo de Salomón.
Fue otra vez hasta la caja fuerte y regresó con una serie de papeles cuadriculados. Aquellos folios, de evidente antigüedad, llamaron de inmediato la atención de David:
-Se parecen a las hojas milimetradas de mi padre. Sólo que en éstas las cuadrículas son más toscas. ¿Podrían haberlas hecho con la máquina combinatoria que nos envió Sara?
-Probablemente. Ella pensaba que Herrera usó el mismo sistema para la Plaza Mayor. Y esto sería la prueba. Aquí los tenéis, por fin... El arquitecto depositó sobre la mesa cuatro fragmentos de pergamino con aquellos trazos tan familiares para ellos. Sólo que en vez de ser triangulares y cerrarse con una línea plana, parecían configurar cuatro esquinas, como las alas desplegadas de una mariposa.
David y Raquel se quedaron estupefactos. Por muy increíble que pareciese, allí estaban, delante de ellos, las cuatro piezas que faltaban para completar las doce del pergamino. La joven sacó del bolso los ocho gajos que ya obraban en su poder, y compuso con ellos la cruz gótica.
Tomó luego los fragmentos que le tendía el arquitecto y los encajó en las esquinas. La mano le tembló al comprobar que se acoplaban perfectamente, permitiéndoles ver por vez primera el diseño completo del laberinto.
-¡No me lo puedo creer! ¡Por fin tenemos todo el mapa! -exclamó Raquel.
-¿Se da cuenta de que quizá seamos los primeros en ver estos gajos juntos desde hace siglos? -añadió David.
-Bueno... -admitió Maliaño-. Sara sí que los había encajado en su cabeza... Pero lleva usted razón. Eso tiene un valor incalculable.
En ese momento oyeron un ruido a sus espaldas, y el agónico chirrido de las bisagras de la puerta al abrirse lentamente. Al volverse pudieron ver aquella maciza silueta. No se apreciaba el rostro, a contraluz del largo pasillo del sótano. Aún no había entrado lo suficiente en la habitación como para ser iluminado por los conos de luz de las lámparas que colgaban del techo.
Durante un breve instante, David llegó a pensar que era un turista despistado de la manada. Aquel hombre llevaba zapatillas deportivas, pantalones cortos, chaleco de fotógrafo, gorra de béisbol y una cámara de video. Pero era imposible que el guardia de seguridad se hubiese dejado abierto el acceso a los sótanos. Y su comportamiento no era el de alguien extraviado. Cuando cerró la puerta despacio, con un frío y tenso control de la situación, el criptógrafo estuvo seguro de que se trataba de un profesional.
Raquel también se había apercibido, y se apartó hacia el otro costado de la mesa, frente a él, dejando a un lado al arquitecto. Éste fue el último en verlo, y también el último en reaccionar. Alzó la mano, y se dispuso a descolgar el teléfono, pero David le hizo un gesto para que no se moviese ni un centímetro. Conocía demasiado bien a aquella clase de tipos, y su cabeza empezó a trabajar a toda prisa para salir de allí con vida. Si Maliaño intentaba descolgar el teléfono, o activar cualquier alarma o intercomunicador, aquel matón lo eliminaría sin contemplaciones. Y Raquel y él irían después, porque no querría dejar testigos.
Por el modo en que manejaba la cámara de video no le costó mucho deducir que se trataba de un arma. Esperaba que Raquel también hubiese reparado en ello. Pero su temor era que el arquitecto no, y desdeñase el peligro que corrían. O valorase demasiado aquellos documentos como para dejárselos arrebatar sin resistencia. Porque eso era lo que buscaba el intruso, sin lugar a dudas.
El sicario no dijo ni una palabra. Tampoco lo necesitó. El cono de luz de la lámpara que estaba sobre él brilló en la cámara cuando la movió a un lado y a otro para indicar a David y Raquel que se separaran. Se abrieron todavía más, quedando a su derecha.
El intruso siguió moviéndola para que continuaran desplazándose -despacio, muy despacito, las manos en alto, les indicaba por señas- hasta unirse al arquitecto, que estaba a la izquierda junto a la caja de caudales, para tenerlos más a tiro a los tres.
Sólo entonces sacó el matón una bolsa de plástico. Dio varios tirones con la mano libre que le dejaba la cámara, de modo que la bolsa se desplegara, con un ruido seco, cortando el aire. La arrojó sobre la mesa e hizo a Maliaño un gesto inequívoco, para que metiera allí los gajos del pergamino y los planos. El anciano dudó. En su rostro se acusaba el quebranto que aquello le producía. David temió por la vida del arquitecto. Y por la de ellos dos. Buscó su mirada, para advertirle con un leve movimiento de cabeza que no se opusiera. El intruso empezó a dar muestras de impaciencia.
David se dio cuenta de que el tiempo se estaba agotando. El arquitecto parecía haber optado por oponer una resistencia pasiva, ralentizando la operación. Pero su instinto indicaba al criptógrafo que eso resultaría más peligroso aún. Si aquel hombre que les apuntaba era un profesional, sabría que cada segundo contaba. No estaría dispuesto a perder tiempo ni a arriesgar el pellejo. Y en aquel sótano nadie iba a escuchar sus disparos.