La paja en el ojo de Dios
El blog de Iván el Terrible
Si los hombres crean sus dioses (y por tanto sus religiones) a su imagen y semejanza, no cabe duda de que hay un hiato importante entre la forma de ver el mundo de los occidentales y de los orientales. Las mentes paren las ideas pero éstas, a su vez, dan forma a las mentes y acaban generando una visión del mundo concreta y precisa.
Y en ese aspecto podríamos decir que Oriente y Occidente no habitan del todo en el mismo universo.
Podemos trazar una frontera arbitraria (o no tanto, en realidad) en el valle del Tigris y el Éufrates, y considerar que las religiones que se extendieron al oeste de ese lugar son dogmáticas, mientras que las que nacieron a su oriente son filosóficas.
Las religiones occidentales rechazan la razón como herramienta (los intentos de Tomás de Aquino de usar la lógica aristotélica para demostrar la existencia de Dios van de lo ridículo a lo directamente insultante) y se apoyan en un grupo de dogmas inamovibles que deben aceptarse como axiomas. No se exige comprensión, sólo obediencia. Todas parten de que existe un rebaño y uno o varios pastores que lo guían.
Las orientales, por el contrario intentan construir un sistema ético y filosófico basado en la razón y la lógica que sirva como punto de partida para que cada cual encuentre su propio camino personal. Cada individuo mantiene una relación personal e intransferible con su religión y su sistema propio de creencias.
No es de extrañar, por tanto, que las religiones occidentales acaben desembocando en el monoteísmo. Y lo es menos aún que las orientales lo hagan en el ateísmo.
He simplificado, claro.
Incluso las religiones orientales tienden a volverse dogmáticas con el paso del tiempo, a medida que del tronco original van surgiendo distintas sectas, cada una de ellas convencida de que su interpretación de las creencias del fundador es la correcta. Y está el caso de Japón que, al fin y al cabo, es una cultura insular, con todas las peculiaridades que eso conlleva.
Sin embargo, donde más injusto he sido es a la hora de calificar de «occidentales» a las tres principales religiones dogmáticas, las llamadas Religiones del Libro (judaísmo, cristianismo e islam). En realidad, las tres nacen en una zona no muy extensa alrededor del Mediterráneo Oriental, y tienen de occidentales (en el sentido de «europeas») más bien poco.
Las religiones de Europa, hasta la llegada del cristianismo, tendían más bien hacia un politeísmo de corte animista (los dioses representaban distintos aspectos de la naturaleza, ya fuese de la naturaleza del mundo o de la humana, cuando no de ambas) que, lentamente, iba degenerando hacia un ateísmo desganado que conservaba por pura inercia social el ritual de la religión.
Eso cambió con la llegada del cristianismo.
Y el responsable de ese cambio fue el Imperio romano, quien construyó una infraestructura tan desoladoramente eficaz que el virus del cristianismo se extendió por ella como una plaga. Cambió al hacerlo y se europeizó (tendencia que estaba implícita desde sus inicios, con los claros elementos helenizantes que habían contaminado el cristianismo), apoderándose de buena parte de los ritos y las estructuras de poder de la antigua religión romana.
Lo que Juliano no comprendió, en su intento de regresar al paganismo, es que para que sus propósitos hubieran sido eficaces tendría que haber destruido primero la estructura del Imperio. E incluso así, es posible que ya hubiera sido demasiado tarde.