XIX
-
EL REY ADÁN
María la Peluquera llevó a Jesús a la puerta y luego, más allá de la entrada de la caverna de Machpelab, hasta un sitio rocoso cerca del cual se arrojaban las entrañas de las víctimas sacrificadas. Una manada de perros parias que husmeaba entre los huesos y la carne podrida dirigieron a la mujer un aullido de bienvenida y se sentaron, en hilera sobre sus patas traseras. Ella les ordenó silencio: los perros dejaron de aullar y gimieron suavemente. Luego se abrió paso entre los desperdicios hasta la pared rocosa y allí pronunció una plegaria propiciatoria en un lenguaje que Jesús desconocía, aunque sabía muy bien a quién invocaba. María tenía el oído junto a la roca, como sí aguardara respuesta. De pronto empujó con el hombro un saliente y una gran puerta de piedra giró sobre sus goznes. La luna brillaba de lleno sobre una pequeña cámara cuadrada, desde la cual una escalera curva descendía hacia las tinieblas.
Entraron juntos y la piedra se cerró con ruido a sus espaldas. María sacó de debajo del manto una lámpara encendida e indicó a Jesús que la siguiera. El aire olía bien, y los escalones, bajos y bien cortados, les condujeron, tras un largo descenso en espiral, a una nueva pared ciega. La mujer pronunció la misma plegaria y, después de escuchar y aguardar y repetir la plegaria, empujó la piedra que giró sobre sus goznes.
Estaban ahora en una cámara construida, en forma de colmena, de grandes losas de caliza sin tallar, con pinturas en rojo y ocre de espirales, dobles espirales, cruces gamadas, gamadas invertidas y relámpagos bifurcados. En el centro había un pilar de forma fálica y a su lado un par de esqueletos agazapados, uno sin cráneo, y entre ambos la cornamenta dorada de un antílope. De los tres nichos de la cámara, en el de la derecha no había nada; en el de la izquierda había dos vasijas rayadas de sacrificio, un trípode de marfil, y la máscara de un hombre pálido y barbado de mejillas hundidas; en el del centro se veía un arcón pequeño, con anillos para ser transportado con dos varas, chapado en oro y rematado por querubines dorados. Al frente se abría un túnel largo y estrecho que se alejaba hacia la oscuridad. Había dos estrechas tabletas de piedra apoyadas contra la pared, cerca de la entrada; una de sardo rojo edomita y otra de mármol dorado númida, que tenían grabadas a ambos lados numerosas imágenes pequeñas.
Sangre negra cubría el fondo de las vasijas rayadas. Jesús dijo a María en tono de acusación:
—Es sangre de toro.
Ella le preguntó burlonamente:
—¿No has leído que Moisés elevó un círculo de doce pilares, y un decimotercero en el centro, a manera de altar, y que sacrificó toros, y que recogió la sangre en estas mismas vasijas?
—He leído lo que he leído. Pero esta sangre no es aquélla. Tú vienes aquí a lamer la sangre de toro de las vasijas y a profetizar por la boca de esa máscara de muerte en que está enclavada la quijada de Adán.
—Hago lo que hago obedeciendo a mi señora.
—¡La desafío en su propia casa!
—Cuídate de la gangrena en el muslo así como de la lepra en el labio.
—Tu señora no tiene poder alguno sobre mí. Jamás he buscado la compañía de una de sus hijas, y ni siquiera he pronunciado su nombre. Por lo tanto, vuelvo a solicitar tu ayuda contra su amante.
—Me niego, rebelde. ¿Por qué no te humillas ante los querubines? ¿No reconoces el arca sagrada del pacto, que el profeta Jeremías entregó a mi señora para que la custodiara antes de huir a Egipto?
—El profeta Jeremías obró bien cuando alejó ese objeto de la vista de la congregación. Santo como fue en un tiempo, las hijas de Aarón lo habían profanado con sus abominaciones. Se había convertido en un objeto mortal, e hizo bien en colocarlo en la casa de la muerte.
—Toma mi lámpara y lee las imágenes de las dos tabletas, la roja y la dorada. Estaban depositadas en el arca, junto a la redonda piedra negra del trueno que tus antepasados hacían rodar para conjurar la lluvia. Mira: allí está la piedra, al pie del arca. Era la antigua piedra goteante de Miriam, que (como se dice) rodó y siguió a Israel; Moisés la golpeó y por eso perdió su vida.
Jesús tomó la lámpara y estudió las tabletas con aire indiferente.
—¿Qué pueden significar para mí, bruja? ¿Acaso no he leído las Escrituras? Aquí, representados en orden confuso, están los anales de los reyes, príncipes y profetas de Israel.
—La confusión está en tu propio corazón. Aquí hay sólo una historia. Corre en la forma del bustrófedon, como cuando se ara alternativamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Cuando termina la tableta dorada, comienza la roja. Es la historia del antiguo pacto que da su nombre al arca: el pacto establecido por juramento entre mi señora y los reyes gemelos de Hebrón. Ella compartirá por igual entre ellos su amor y su furia mientras obedezcan su voluntad. Aquí comienza —tomó la lámpara de manos de Jesús y señaló con el dedo.
Luego hubo un gran debate entre María y Jesús acerca de la interpretación de las imágenes: ninguno de ambos quedó nunca sin argumentos para contradecir al otro.
María dijo:
—Mira a mi señora, la primera Eva, sentada en el taburete del parto debajo de la palmera. La gente espera un gran acontecimiento, porque ya siente dolores.
Rápidamente, Jesús respondió:
—No, bruja, ésa no es la primera Eva: es Débora juzgando a los israelitas bajo su palmera. Porque así está escrito.
—No es así: aquí mi señora ha parido gemelos engendrados por distintos padres, es decir Adán, hijo del terebinto, y Azazel, hijo del coscojo. Ella ata una hebra roja alrededor de la muñeca de Azazel para distinguirlo de su hermano Adán.
—No, es Tamar, la nuera de Judá, que pare a sus bastardos Zara y Farez y ata la hebra alrededor de la muñeca de Zara. Porque así está escrito.
—No es así porque aquí el niño Azazel es presentado a su padre el rey, y aquí ponen a Adán en el arca de juncos y mimbres y lo confían a las aguas del arroyo de Esheol, para que el rey no lo mate.
—No, se presenta a Eli el niño Samuel en el tabernáculo de Siloe, y el niño Moisés es confiado a las aguas del Nilo. Porque así está escrito.
—No es así porque aquí la esposa del pastor alza y amamanta a Adán mientras mi señora, la primera Eva, se mantiene aparte, mirando.
—No; la hija de Faraón ha encontrado a Moisés entre los juncos y lo pone al cuidado de Jochebed, su propia madre: Porque así está escrito.
—No es así; aquí mi señora, la primera Eva, recupera su virginidad bañándose en la piscina de Hebrón y se convierte en la hija del rey, mi señora, la segunda Eva.
—No; el rey David, desde el terrado de su palacio de Jerusalén ve a la esposa de Urías Hetheo mientras se baña y la codicia. Porque así está escrito.
—No es así porque aquí continúa la historia de Adán. Adán, ahora un joven, mata a un oso y un león que amenazan su rebaño, y aquí es presentado a su tío el rey, que ignoraba su parentesco.
—No; el joven es David, hijo de Isaí, y el rey es Saúl. Porque así está escrito.
—No es así: a petición del rey, Adán estrangula también a una terrible serpiente que había matado con su terrible aliento a miles de súbditos del pueblo del rey, y la muestra a todos.
—No; Moisés muestra al desierto el serafín de bronce para detener la pestilencia. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí el rey lleva a su casa a Adán; por un tiempo, él y su hermano Azazel estarán unidos por amorosa camaradería.
—No: David y Jonatán, el hijo de Saúl, se convierten en hermanos de sangre. Porque así está escrito.
—No es así; pues aquí Adán toma una pica para bueyes y cae sin aviso sobre la guardia del rey.
—No: Shamgar, el hijo de Anath, blande la pica contra los filisteos. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí mata a su tío el rey, y corta su cabeza con su propia espada.
—No: David mata a Goliat el filisteo. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Adán llora a su tío en los robles de Mamre.
—No: David llora a su enemigo Abner. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Adán se prepara para la realeza. Mira, descansa bajo una retama antes de su vigilia.
—No: es Elías quien allí reposa. Porque así está escrito.
—No es así; aquí Adán, durante su vigilia, domestica a las bestias salvajes que vienen contra él.
—No: Adán las domestica en el Edén. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Adán es ungido rey de Hebrón.
—No: Samuel unge a David rey de Israel. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí se hacen los preparativos para la fiesta del matrimonio de Adán con mi señora, la segunda Eva.
—No: se llevan como regalo a David, en Manahaim, provisiones de trigo y centeno y harina y guisantes y miel y manteca y cordero y queso y ternera, junto con camas, ollas y vasijas. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí se llevan a la fiesta de matrimonio de Adán otras provisiones que faltaban.
—No: Ziba, el criado de Mefiboset, lleva a David pan, pasas de uva, frutas de verano y vino. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí se muestra el combate matrimonial. Adán lucha toda la noche con sus enemigos hasta que queda cojo, y al alba vacila sobre su pierna izquierda, con el pie deformado.
—No: nuestro padre Jacob combate toda la noche con un ángel en Penuel y sufre esa herida. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí, en Beth-Hoglah, en la glorieta matrimonial del cojo, mimos con voces de buey llaman al novio Adán, para que acuda corriendo con su pie deforme.
—No; los sacerdotes de Baal del Carmelo bailan su saltarín pesach, se hieren con cuchillos e invocan vanamente a Baal. Porque así está escrito.
—No es así, pues Adán se acerca a la carrera a su novia, mi señora, la segunda Eva, que baila con sus cincuenta hijas junto al estanque de los peces, cubierto de juncos.
—No: Miriam y sus doncellas bailan triunfalmente junto al mar de los Juncos después de que el ejército de Faraón ha sido devorado por las aguas; y Aarón, su hermano, se une a la danza. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí la fiesta matrimonial de Adán ha comenzado y él está sentado a la mesa, con su pie deforme apoyado en un escabel.
—No: el cojo Mefiboset es invitado a comer en la mesa del rey David. Porque así está escrito.
—No es así, pues cuando la fiesta termina, Adán aparece en público con mi señora, la segunda Eva, y con las cincuenta hijas de mi señora.
—No: el rebelde Absalón se presenta en público con Abigaíl de Carmelo y con las demás esposas y concubinas del rey David, su padre. Porque así está escrito.
—Ha terminado la tableta dorada, y ha triunfado el rey dorado. Aquí empiezan la tableta roja, y el triunfo del rey rojo. Mira cómo Adán, inventor de la lira, toca melodías y canta honrándose a sí mismo. Su gemelo Azazel, hijo del rey asesinado, lo mira con furia, jabalina en mano, planeando la venganza.
—No: David toca y canta sus salmos para calmar la melancolía de Saúl. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Azazel baila desnudo ante el arca del pacto, implorando a mi señora que cumpla su promesa. Ella, que usa la toca con los cuernos de la luna, le sonríe en señal de favor.
—No: David danza ante el arca, y su esposa Michal, conocida por otro nombre como Eglas, «la ternera», lo mira burlonamente oculta tras una celosía. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí mi señora, la segunda Eva, fiel a su compromiso, invita a Azazel a su lecho.
—No: Amnón viola a su hermana Tamar. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí mi señora ata el pelo de Adán a un pilar de la cama para que Azazel lo corte.
—No: la embustera Dalila ata el pelo de su marido Sansón a la viga del telar. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Azazel entra por la noche en la alcoba de Adán con unas tijeras, para cortar su cabello sagrado.
—No: David encuentra dormido en una caverna al rey Saúl, pero le perdona la vida y sólo corta el ruedo de su manto. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí le cortan el cabello a Adán, y el ruedo sagrado de su manto con sus cinco borlas azules. Y aquí Azazel y sus compañeros lo insultan y apedrean mientras sube por la colina, donde morirá.
—No: Shimei y sus compañeros insultan y apedrean a David en Bahurim. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Azazel ciega a Adán.
—No: los filisteos ciegan a Sansón en Gaza. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Azazel, con verdes ramas cortadas del sauce de Hebrón, ata a Adán al terebinto de Hebrón, y lo despoja de su virilidad.
—No: Josué, en Ai, cuelga de un árbol al rey de Ai. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí Azazel eleva un círculo de doce pilares, mientras el decimotercero constituye el altar. Se dispone a sacrificar a Adán en honor de mi señora, la segunda Eva; aquí están listas para recibir la sangre las vasijas rayadas.
—No: Moisés eleva los doce pilares al pie del Sinaí, que es el monte Horeb: uno para cada una de las tribus de Israel. Y las vasijas son para recoger la sangre de los bueyes sacrificados. Porque así está escrito.
—No es así; aquí el mutilado Adán entra cojeando en el círculo, y aquí lo cortan en trozos.
—No: el rey Agag entra delicadamente en el círculo de Gilgal, donde el profeta Samuel lo corta en trozos. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí doce hombres de Hebrón comen la carne de Adán; pero reservan la articulación del hombro para Azazel.
—No: Samuel reserva al rey Saúl la articulación del hombro del buey durante el banquete de Mizpeh. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí un mensajero anuncia a mi señora, la segunda Eva; «Ya está hecho». Ella se envuelve en su manto y se convierte en la tercera Eva, con su perro, su búho y su camello.
—No: Rebeca desmonta de su camello y se vela cuando nuestro padre Isaac se acerca para pedirla en matrimonio. Porque así está escrito.
—No es así, pues aquí la gente de Hebrón llora a Adán. ¿No sabes dónde estás, necio? Ésta es la cámara interior de la caverna de Machpelah. Josías, ese rey malvado, cerró su entrada; pero nosotros los kenitas hemos guardado el secreto de su otra puerta. Mira a mi señora, la tercera Eva: trae los huesos desnudos de Adán hasta esta misma caverna, para ponerlos en una urna sepulcral.
—No: los hijos de Israel lloran a Moisés en Pisga; el Señor, velado para que ningún hombre vea su rostro y muera, lo entierra secretamente en un valle de Moab. Porque así está escrito.
—No es así, y en esto no podrás refutarme. Aquí puedes ver finalmente a mi señora en la trinidad. Mi señora, la primera Eva, blanca como la lepra; mi señora, la segunda Eva, negra como las tiendas de mi pueblo; mi señora, la tercera Eva, con su cabeza letal piadosamente velada. Y mira el espíritu de Adán se prosterna ante mi triple señora y le recuerda su pacto, mientras Azazel mira aterrorizado.
—No, y te refuto: Moisés se queja al Señor de su hermana Miriam y de su hermano Aarón, que se han burlado de su esposa etíope. Aarón se postra ante el Señor, que castiga a Miriam con la lepra. Porque así está escrito.
—No es así, y tus prevaricaciones de nada te servirán. Porque mira: mi señora ha concedido su ruego a Adán. El espíritu de Adán se eleva de los huesos secos de la urna sepulcral y, profiriendo amenazas contra Azazel, vuelve una vez más a la rueda de la vida. Nacerá de nuevo, será el hijo de mi señora, la primera Eva, y el hermano gemelo del hijo de Azazel.
—No, y te refuto: el rey Saúl consulta a la pitonisa de Endor, que ha evocado el espíritu de Samuel de sus huesos secos. Porque así está escrito.
—No es así y termina, en nombre de la Madre. Aquí termina la tableta roja y la tableta dorada continúa nuevamente la historia con mi señora, la primera Eva, sufriendo dolores de parto debajo de su palmera.
—Ya has oído mis respuestas. ¿Es necesario que las repita?
—No son aceptables para mi triple señora.
—El Dios vivo en quien confío es incomensurablemente más poderoso que tu señora. Puede crear lo que es de lo que no es. Puede hacer que lo que es sea como sí nunca hubiera sido. Sus antiguas tablas recuerdan un pacto de muerte que el Señor Dios revocó e hizo a un lado en el pozo de Kadesh cuando juró un nuevo pacto de vida con su siervo Moisés. Los Libros de Moisés recuerdan ese pacto: están guardados en el arca sagrada de todas las sinagogas de la judería, y escritos en las tabletas de todo corazón leal.
—Por poderoso que sea, ¿cómo podrá tu Dios vivo rescatarte de esta casa de muerte situada en el valle de la muerte? Ningún hombre, hasta ahora, ha desafiado a mi señora en su propia casa y escapado con vida. Necio, este lugar es el fin de todos los tontos aventureros. El túnel cegado está lleno de sus huesos.
—Está escrito: «Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré ningún mal porque tú, Señor, estás conmigo». Por lo tanto, mi destino será el que ordene el Padre, y no tu señora. Estoy libre de la jurisdicción de la Hembra; he venido a destruir su obra.
María la Peluquera empezó a peinar su largo cabello blanco con un peine de marfil; mientras lo hacía, invocaba uno por uno a los antiguos poderes del mal para que atacaran a Jesús y lo destruyeran. Llamó a Shedim, de pies escamosos y a Ruhim de largo hocico y a los Mazzikim, los hechiceros, y a Seirim de los acantilados, semejante a una cabra, y a los Lilim de grupas de asno, habitantes de los desiertos arenosos y a Shabiri, el demonio de la ceguera que acecha en las piscinas de agua descubiertas, y a Ruah Zelachta, el demonio de la catalepsia, y a Ben Nefilim, el demonio de la epilepsia, y a Ruah Kezarit, el demonio de las pesadillas, y a Ruah Tegazit, el demonio del delirio, y a Ruah Kardeyako, el demonio de la melancolía, y a Shibbeta, el demonio de los calambres, y a Ruah Zenunim, el demonio de la locura sexual, y a Deber, el demonio de la peste y finalmente a Pura, el insidioso demonio de la pereza y la negligencia, el más temido por los judíos temerosos de Dios.
Todos estos poderes lo rodearon en montón con furia, terror, rechinamientos, tratando de desgarrar las bandas sagradas de sus vestiduras, y las filacterias de su brazo y su frente. Él se mantuvo tranquilo, sin temor; sus labios repetían incesantemente el «Oye, oh, Israel»; tres veces contra la primera Eva, tres veces contra la segunda Eva, tres veces contra la tercera Eva. Cuando concluyó, dijo:
—En el nombre del sagrado Dios de Israel, bendito sea, iros, criaturas de la noche y la muerte, a las desoladas regiones que os ha asignado Él que de todo dispone.
Se desvanecieron murmurando incoherentemente, una por una.
María gritó de pronto:
—¡Te conozco, adversario de mi señora! ¿Así que has venido por fin, hijo de David, Adán apóstata?
Él le ordenó silencio, pero ella cubrió sus oídos y volvió a gritar:
—El apóstata fue expulsado del paraíso del Edén, que está en Hebrón. Fue empujado como un vagabundo por la faz de la tierra, pero se ha profetizado que volverá a Hebrón para ajustar sus cuentas con la gran Diosa. El apóstata puede negar a su madre, la primera Eva; y a su novia, la segunda Eva; pero la tercera Eva, su abuela, lo reclamará inexorablemente para sí.
—Si se niega a la primera Eva el amor del Dios vivo, y si la segunda Eva es apartada del amor del Dios vivo, ¿hallará la tercera Eva huesos para enterrar?
María rasgó la carne de su antebrazo con sus dientes de perro y sorbió golosamente la sangre. Luego tomó la máscara mortal del antiguo Adán de su percha en el nicho, se la puso en la cabeza y empezó a profetizar en ásperos hexámetros, en voz quejosa y aflautada:
Adán hijo del terebinto, Adán sólo engendrado, |
nacido al morir el año en el banco de parir de Miriam, de ojos verdes, |
salvado de la furia de Azazel por pastores errantes de Hebrón: |
Tus primeras proezas diseminaron el asombro en una |
región de maravillas. |
Nadie podía adivinar tu secreto; habías absorbido toda |
la sabiduría de Salomón. |
Adán hijo del terebinto, soportaste bien tu vigilia. |
Cuarenta días en Horeb desafiando a los poderes bestiales. |
Ahora el profeta siempre joven volverá otra vez a ungirte. |
Serás el señor de las tierras, entrarás a la alcoba de Miriam. |
Pisarás el camino de Adán y |
cumplirás las tablas de los pactos |
hasta que estés colgado, |
traicionado por amigos y parientes, |
atado al terebinto con fuertes ramas verdes de sauce, |
sufriendo allí como conviene, angustiado por odiosos tormentos. |
Doce osados pastores beberán de tu sangre, |
comerán de tu cuerpo. |
Eva, nuestra madre, reirá; y en sueños ordenará a su pitonisa |
que se recobren los huesos de Adán, |
allí donde su cráneo está enterrado. |
Mientras croaba los últimos espondeos, la llama de la lámpara crepitó y vaciló. Una viscosa gota cayó desde la bóveda a los pies de Jesús, y otra, después de una breve pausa.
Él dijo:
—¿Qué tengo yo que ver con el viejo Adán que habla en voz baja desde el polvo? Ha llegado un nuevo Adán, en nombre del Altísimo, para poner un fin, para atar a la Hembra con sus largos cabellos y engrillar al adversario de Dios con cadenas de adamante. En el viejo Adán todos mueren; en el nuevo, todos vivirán.
—¡Cuidado! Las bestias que entraron en el círculo que dibujaste debajo del espino de Horeb eran cuatro. A tres pudiste domesticar; pero ¿acaso la cuarta no abrió el suelo a zarpazos?
Temblando, Jesús oró:
—Señor, ¿quién puede entender sus errores? Purifícame de mi defecto secreto.
Ella se arrancó la máscara, rió y blasfemó contra Jehová. Jesús la aferró por el pelo, aunque ella se debatía como una hiena.
—En el nombre de aquél que es el Señor de las alturas y las profundidades, ¡salid de ella! —gritó.
Uno por uno y de mala gana, los espíritus impuros salieron de su boca. Él los nombraba y les prohibía que volvieran a entrar en ella: el primero fue Alukah la sanguijuela; el segundo, Zebub el moscardón; el tercero, Akbar la rata; el cuarto, Atalef el murciélago; el quinto, Tinshemet el lagarto; el sexto, Arnebet la liebre, y el séptimo y último, Shaphan el conejo. A cada expulsión, la lucha de la mujer se hacía menos violenta, y finalmente quedó temblorosa, extraviada y sin poder, con la boca abierta.
Jesús la dejó libre y le dirigió las palabras de la paz:
—Ven, María. Vamos nuevamente a la tierra de la vida. Basta ya de villanías.
Ella le abrió la puerta y subió por la escalera, delante de él, vacilando como mareada de lado a lado. Abrió la segunda puerta y el viento de la noche apagó su lámpara; juntos salieron a la luz de las estrellas, porque las nubes ocultaban la luna.
María recorrió con Jesús una pequeña parte del camino a Jerusalén luego se dejó caer al costado de la carretera y se echó a llorar con gruesas lágrimas. En voz débil dijo a Jesús que seguía andando:
—De todos modos, señor, aún no ha llegado el fin; y cuando la Madre me convoque a su servicio, no le fallaré.
—¡El fin será como lo desee el Dios vivo!
Faltaban pocos días para el verano. Jesús había llegado a un vado en el Alto Jordán, donde el río corre entre altos riscos. Aguardaba serenamente en la costa oriental. Juan, con una túnica de lino ceñida a la cintura, estaba en mitad de la corriente, y en el lado opuesto del vado se habían reunido nueve testigos.
—¡Ven, señor! —gritó Juan—. Está escrito: «El espíritu del Señor descenderá sobre ti, y serás convertido en otro hombre».
Desnudo, Jesús entró en el agua. Juan llenó dos vasijas, una de oro y otra de blanca arcilla modelada en espiral. Derramó el doble chorro sobre la cabeza y el cuerpo de Jesús y canturreó la antigua fórmula preservada, casi sin alteraciones, en el segundo salmo:
Yo publicaré el decreto que el Señor ha puesto en mi boca: Mi hijo eres tú; y yo te engendré hoy. |
Te he puesto en mi sagrada ciudadela en el desierto de Zin. |
Pídeme, y te daré por heredad las gentes y por posesión tuya los términos de la tierra. |
Quebrantarlos has con vara de hierro; como vaso de alfarero los desmenuzarás. |
Luego rugió en éxtasis:
—Alza la vista, señor, porque tu Ka desciende sobre ti en la forma de una paloma.
Jesús miró hacia lo alto. En ese momento, el sol ascendía por encima del risco oriental e iluminaba brillantemente el agua. El Ka es el cuerpo astral o el doble de un rey; y en la coronación de los faraones egipcios se lo representa descendiendo sobre él en la forma de un halcón; pero Jesús no derivaba su título real de la diosa halcón.
Glorificado, pasó a la margen opuesta. Juan lo siguió, tomó un frasco de aceite de terebinto y lo derramó sobre su cabeza:
—En nombre del Señor Dios de Israel, te unjo rey de todo Israel.
Algunos testigos tocaron trompetas, otros exclamaron:
—¡Dios salve al rey!
Judas de Kerioth se adelantó con una túnica de lino sin costuras, de las reservadas a los sumos sacerdotes, y dijo:
—Antes de morir, mi antiguo maestro me indicó que te pusiera esto después de la unción —y vistió con ella a Jesús.
Juan instaló a Jesús en una litera cubierta y los nueve testigos lo llevaron al norte, hacia Galilea, turnándose en las varas. El segundo día llegaron a las empinadas laderas del monte Tabor. Juan abría la marcha entre los macizos de coscojo, terebinto, mirto y olivo silvestre, mientras las bestias salvajes huían a su paso, hasta que llegaron a la plataforma rocosa de la cima. Allí se encuentra el pequeño pueblo de Atabyrium, que había sido antes el mercado y el santuario común de tres tribus: Isacar, Zebulón y Naftalí.
En los días de los Jueces, las tres tribus se habían reunido en Atabyrium al mando de Barak y la sacerdotisa Débora antes de cargar contra los carros de Sísara en el valle de Kishon; y allí, en tiempos posteriores, se dedicaron becerros dorados —esas «trampas para cazar a los engañados», como los llamó el profeta Osías— a Atabyrius, el dios de la montaña. Los hombres de Tabor identifican a Atabyrius con Jehová; los mitógrafos griegos lo describen como uno de los Telchines, es decir, un dios de los pelasgos; y para los esenios Atabyrius es un título de su semidiós Moisés. Otro santuario montañés del mismo dios se encuentra en Atabyris, en la isla de Rodas, donde una pareja de toros de bronce mugen fuertemente, según se dice, cada vez que está a punto de ocurrir algo extraordinario. Se acredita a Atabyrius el poder de adoptar la forma que elija, como Dionisos, o como el Proteo pelásgico, o como el dios de Horeb, que se apareció a Moisés entre las acacias de Kadesh y le dijo que su nombre era «Soy cualquier cosa que elijo ser».
En los tiempos antiguos, Tabor no era su único santuario en Israel: en su viaje de coronación, Saúl se detuvo en el terebinto de Atabyrius, en el monte Efraím. Todavía se celebra anualmente una feria en Tabor, y en la época de Jesús los galileos patriotas se referían a Jehová como «el Señor de Zebulón», diciendo: «Nada impedía que la ciudad santa se construyese en el Tabor, aparte de que el Señor decidiese otra cosa». «Nada» era una exageración. No hay en Tabor agua de manantial, y sus habitantes dependen, para todos los fines, de la lluvia.
Juan fue hasta la casa del centinela esenio de Tabor, cuyo nombre era Nikki, es decir, Nicanor, y lo despertó del sueño.
—Llega el rey, centinela, ¿oyes? Llega el rey, el único hijo de Michal cuyo padre era un rey.
Nicanor, todavía confuso, respondió:
—Vete, hombre, dices locuras.
—Soy Juan de Ain-Rimmon, el profeta que lo ha ungido, y declaro que es legítimo. En la infancia escapó de la espada de Arquelao en Bethlehem de Judea, y los hijos de Rahab lo llevaron a la seguridad en Egipto.
—¿Están sobre él los signos de la realeza?
—Falta añadir el octavo. Ya ha soportado la vigilia y domesticado a las bestias salvajes de Horeb. Ya la nueva heredera de Michal ha sido llamada a la Piedra del Talón. El contrato entre el rey y el custodio de ella, Lázaro de Betania, está atestiguado y sellado.
—¿Dónde está este rey?
—Viene más atrás.
—Llévalo al bosquecillo sagrado y veremos cómo se conduce.
Amanecía; Juan guió a los portadores de la litera hasta el lugar, situado en un claro del bosque, donde Nicanor aguardaba ya a Jesús. Depositaron la litera en el suelo, y Jesús salió de ella.
Había siete árboles en un espacio circular cubierto con arena del mar: eran una retama, un sauce, un coscojo, un almendro, un terebinto, un membrillo, un granado. Jesús rodeó el bosquecillo, bendiciendo a cada árbol mientras Nicanor lo miraba fijamente. Jesús canturreó:
Bendito sea el sol, en el nombre del creador, y el primer día de la semana, que es del ángel Rafael. Bendita sea en su nombre la retama, bajo la cual el profeta Elías descansó y fue alimentado. |
Bendita sea la luna, en el nombre del creador, y el segundo día de la semana, que es del ángel Gabriel. Bendito sea en su nombre el sauce, cuyas ramas, enamoradas del agua, adornan el gran altar el día de los sauces. |
Bendito sea el planeta Nergal en el nombre del creador, y el tercer día de la semana, que es del ángel Sammael. Bendito sea en su nombre el coscojo, cuyo rojo tiñe las vestiduras del rey ungido y lo defienden de la Hembra, la leprosa. |
Bendito sea el planeta Nabu, en el nombre del creador, y el día intermedio de la semana, que es del ángel Miguel. Bendito sea en su nombre el almendro, cuya vara floreció en manos del sabio Aarón y cuyo fruto imita cada lámpara del candelabro de siete brazos. |
Bendito sea el planeta Marduk, en el nombre del creador, y el quinto día de la semana, que es del ángel Izidkiel. Bendito sea en su nombre el terebinto, a cuya sombra se prometió a Abraham y a su mujer Sara que se multiplicarían como la arena de la playa. |
Bendito sea, en el nombre del creador, el planeta Ishtar, y el sexto día de la semana, que es del ángel Hanael. Bendito sea en su nombre el membrillo, cuyo excelente fruto endulza la Fiesta de los Tabernáculos. |
Bendito sea, en el nombre del creador, el planeta Ninib, y el séptimo día da la semana, que es del ángel Kefarel. Bendito sea en su nombre el granado, en cuya rama se empala el cordero pascual y cuyo fruto es el único que puede traerse a presencia del Dios viviente. |
Bendito sea por encima de todo el creador de todas las cosas, que es el candelabro de estas siete lámparas y las protege con su sabiduría, y que ha plantado el árbol de siete ramas de la vida. |
Sea concedido al sol el poder de entibiar o abrasar. |
Sea concedido a la luna el poder de nutrir o marchitar. |
Sea concedido al planeta Nergal el poder de fortalecer o debilitar. |
Sea concedido al planeta Nabu el poder de tornar sabio o necio. |
Sea concedido al planeta Marduk el poder de fructificar o esterilizar. |
Sea concedido al planeta Ishtar el poder de conceder o negar el deseo del corazón. |
Sea concedido al planeta Ninib el poder de tornar santo o maldito. |
Bendito sea el dispensador de los poderes, el Señor del Sabbath. Sólo a Él adoro. |
Nicanor deseaba ver debajo de cuál de los siete árboles se sentaba Jesús. Se preguntó por qué evitaba el árbol de la realeza, el del poder, el de la sabiduría, el de la prosperidad, el de la santidad, y se quedaba al fin humildemente, de rodillas, bajo el árbol del amor.
Jesús, leyendo sus pensamientos, preguntó:
—¿Acaso no dijo Salomón el sabio de este árbol en su alegoría del amor de Dios por Israel: «Me senté a su sombra con gran regocijo, pues su bandera sobre mí era amor»?
Nicanor se inclinó reverentemente y preguntó:
—Señor, ¿estás preparado para sufrir las cosas necesarias para la realeza? ¿Estás listo para ser estropeado?
—Estoy dispuesto. Está escrito: «He aquí que el Siervo del Señor prosperará. Será exaltado y alabado. Muchos se sorprendieron, Señor, ante tu obra, porque su cara estaba más dañada que la de cualquier otro hombre, y también su cuerpo. Así estropeado, asperjará muchas naciones con su rama lustral. Los reyes enmudecerán ante él. Verán lo que no se les ha dicho y aprenderán lo que no han oído antes».
El tercer día, justamente antes del alba, lo condujeron a la luz de las antorchas hasta la Piedra del Talón, anteriormente el altar oriental de un gilgal, o círculo de piedra, desaparecido mucho antes. María de Betania, hija de José llamado Cleofás, una hermosa muchacha emparentada con María la madre de Jesús, estaba a un lado de la piedra, acompañada por ella. Una tercera mujer salió de la oscuridad del bosque y se reunió con las otras dos en silencio, con el rostro velado por un chal.
Nicanor ató a los hombros de Jesús las alas de paloma ceremoniales.
—No temas, gran señor, porque nuestro Dios hará que sus ángeles se ocupen de ti, para que tu pie sagrado no golpee contra una roca.
Al amanecer, Jesús subió a lo alto de la piedra y María, la hija de Cleofás, gritó:
—¡Vuela, paloma de palomas, vuela!
Ante esa señal, los kenitas empezaron a arrojarle piedras, palos e inmundicia hasta que su rostro quedó lastimado y desfigurado; Jesús cayó de la piedra, como el alado Ícaro cae del cielo en la famosa pintura de Zeuxis. Pero siete notables de Tabor, cuyos nombres eran los de los arcángeles Rafael, Gabriel, Sammael, Miguel, Izidkiel, Flanael y Kefarel, aguardaban al pie de la roca y lo sostuvieron antes de que sus pies tocaran el suelo.
Ahora bien: he leído que el mismo gran rey de Babilonia se somete, durante la coronación, a las bofetadas de un sacerdote, y que el rey Herodes sufrió la misma indignidad al ser coronado rey de los judíos, ocasión en que recordó las proféticas bofetadas del padre Manahem en Bozra. Pero el ataque ritual al rey Jesús por los siete notables de Tabor era mucho más cruel y más antiguo: se ejecutaba nuevamente después de mil años en cumplimiento de la profecía.
Lucharon contra él, siete contra uno, hasta que lo obligaron a arrodillarse con las piernas abiertas. Entonces, el más alto y robusto de los siete trepó a la piedra y saltó sobre él: con ese acto de violencia se completó la lesión. El muslo izquierdo de Jesús quedó desarticulado; la cabeza del hueso se desplazó, alojándose en los músculos; la pierna izquierda se estiró en un espasmo y se torció, de modo que a partir de ese momento sólo pudo andar con lo que se llama la cojera sagrada. Se había añadido así el octavo signo de la realeza, y él no había lanzado un grito ni una palabra de queja. María la mayor y María la menor lloraban de compasión. Pero de pronto la mujer alta y anciana que estaba con ellas se quitó el velo, besó en ambas mejillas a María de Betania, rió horriblemente y retornó al bosque.
Los kenitas atendieron tiernamente a Jesús e imploraron su perdón. Lavaron su rostro, pusieron ungüento en sus heridas, y hacia el atardecer lo condujeron en su litera a una espaciosa glorieta adornada con ramas de cedro y de pino preparada en el jardín de Nicanor. Cuando él entró, todos los presentes, a quienes se había pedido el sagrado juramento de secreto, se pusieron de pie.
En el extremo oeste de la glorieta había un trono cubierto de púrpura. María, hija de Cleofás, estaba ya sentada en él, vestida como una reina con una túnica bordada en oro; llevaba también un collar de ámbar y conchillas y una diadema de estrellas. Los siete notables se adelantaron para asistir a Jesús. Kefarel puso en sus pies los rojos zapatos reales con tacones de oro de altura trágica; los cuatro ángeles siguientes de la jerarquía lo vistieron con las ropas sagradas; Rafael le puso su corona de oro y Gabriel le tendió el cetro de caña.
Cuando estuvo listo, la reina sonrió graciosamente, descendió con mesura del trono y le tendió su mano. Dolorido, él dio tres pasos por la rampa y se sentó junto a ella, porque el sentido de la coronación es la boda con la heredera de la tierra.
Sonaron cuernos de carnero, la concurrencia profirió aclamaciones y comenzó el banquete de bodas. Se había sacrificado en honor del rey y la reina un buey blanco sin mancha, y los presentes, ávidos de carne asada después de una noche y un día de ayuno, esperaron a que Jesús inaugurara la fiesta probando el sagrado trozo de carne de la paletilla reservado para él.
Jesús puso a un lado el plato y dijo:
—Quienes me aman, se abstendrán como yo. Esta costumbre ha terminado.
Nadie se atrevió a comer, y se llevó a enterrar el cuerpo del buey. Sin embargo, aceptó un vaso de vino rojo de Nazaret, la antigua casa del vino anexa al altar de Tabor, y lo compartió con su reina. Incluso los kenitas bebieron vino, dispensados de la prohibición nazarena. También aceptó un trozo de pan de Bethlehem de Galilea, la antigua casa del pan, y lo compartió con su reina hasta la última migaja.
Luego, con música de flautas y tambores los kenitas cantaron en antífonas la bendición de Raquel al pueblo de Israel. Ésa era su canción mística del año sagrado y contenía los nombres de las catorce tribus originales, incluyendo la de Dina; empezaba con Rubén y terminaba con Benjamín:
Ved al Hijo, arrojado al agua, |
en el vigor y la excelencia del poder, |
descansando en paz entre dos proezas |
—ha pagado al barquero la cuenta justa—, |
habitando seguro la cóncava nave |
hasta que los vientos lo impulsen al hogar. |
¡Oíd cómo ruge cual cachorro de león! |
¡Oíd cómo sus hermanos alaban su nombre! |
Porque sus ojos están enrojecidos por el vino de Eshcol |
y sus dientes, blancos de leche. |
Es feliz; su pan es grande, |
hay manjares reales en su plato. |
Aunque una tropa de invasores lo derribe, |
él los destruirá en su momento mejor. |
Está apartado de todos sus hermanos, |
y unido en matrimonio a la reina de Canaán. |
Su palabra es aguda, su furia bravía; |
el mundo entero escucha sus órdenes. |
Él hace fructificar con sus justas obras, |
y las gentes abundan como peces. |
De este modo su simiente se tornará una multitud. |
Otorga el olvido del dolor; |
es sabio como la serpiente, no se deja engañar, |
su juicio muerde como colmillo de culebra. |
Nadie osa murmurar ante el trono |
en que juzga junto a su reina. |
Con sabia boca lucha contra el enemigo |
que huye al alba como una cierva suelta… |
Ved al Hijo de mi Mano Derecha, |
distribuidor del despojo nocturno. |
Luego los notables, que eran los acompañantes del novio, cantaron la primera mitad del salmo 45, el himno matrimonial del rey David, en que el rey es invitado a ceñir su espada junto al muslo y cabalgar majestuosamente a la batalla, al ver que Dios ha establecido su trono para siempre colocando en su mano el cetro legítimo y ungiéndolo con el aceite de la buena disposición.
Las parientas de María, encabezadas por su hermana Marta, que eran las doncellas de la novia, cantaron la segunda parte del salmo, donde aparecen los versos:
Hijas de reyes entre tus ilustres; la reina a tu diestra con oro de Ophir. |
Oye, hija, y mira, e inclínate; y olvida tu pueblo y la casa de tu padre; |
Deseará el rey tu hermosura, e inclínate ante él, pues es tu Señor. |
Toda ilustre es la hija del rey: de brocado de oro es su vestido. |
Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes en |
pos de ella: sus compañeras serán traídas a ti. |
Entraron atropelladamente los enmascarados, disfrazados de aves y bestias; bailaron y se regocijaron hasta que llegó el momento de que Jesús y María se retiraran a la cámara nupcial, detrás de la cortina. Pero él se volvió hacia su reina y sus palabras parecieron a la concurrencia mucho más terribles incluso que su rechazo de la paletilla reservada.
Dijo en voz clara:
—Soy tu rey, y no he venido a renovar sino a poner un fin. Bienamada, no haremos el acto de la oscuridad, que es el acto de la muerte. ¡Eres mi hermana! ¡Eres mi hermana! ¡Eres mi hermana!
Con estas palabras, le negó castamente la consumación del matrimonio. Un silencio como de muerte cayó sobre la asombrada concurrencia, mientras María, la reina, enrojecía y luego palidecía.
María la madre de Jesús fue quien habló primero. Se puso de pie y preguntó severamente:
—Hijo mío, ¿así tratas a tu novia virgen? ¿Qué habría ocurrido si el rey, tu padre, hubiese hecho vergonzosamente lo mismo?
Él respondió:
—Mujer, el poder de Michal ha pasado de ti a tu parienta. El asunto está ahora solamente entre ella y yo.
Lázaro el esenio, hermano de la reina, que había sido su custodio desde la muerte del padre de ambos, José Cleofás, la consoló:
—El rey tu marido ha obrado sabiamente al pisotear las vestiduras de la vergüenza. Sólo por ese camino podremos andar juntos con amor puro. Seca tus lágrimas, María. Seca tus lágrimas, por amor al Dios viviente.
Ella respondió:
—¿Es mi señor el rey más sabio que el rey Salomón, cuya hermana era también su esposa? Porque Salomón pasó toda la noche, con ojos de paloma, entre sus pechos; y como una paloma exploró las hendeduras de la roca. ¿Pero quién soy yo para juzgar? Quito para el rey el velo de mi rostro, y su palabra es mi ley.