El primer relato[36]

El 10 de febrero de 1911 comenzamos nuestra marcha hacia el Sur, estableciendo depósitos de víveres hasta el 11 de abril. Construimos tres, y almacenamos en cada uno de ellos una tonelada de provisiones, entre ellas veintidós quintales[37] de carne de foca. Al no presentar el terreno marcas que nos sirvieran de orientación, dejamos indicado el lugar de cada depósito con banderas colocadas sobre postes, separados unos nueve kilómetros formando una línea de este a oeste. La primera barrera presentaba una buena superficie para la marcha, especialmente para los trineos tirados con perros. Así, el 15 de febrero llegamos a recorrer unos doscientos kilómetros. Cada trineo pesaba unos trescientos kilogramos, y era arrastrado por seis perros. La barrera superior era suave y lisa. Había algunas grietas aquí y allá, pero únicamente las encontramos peligrosas en uno o dos lugares. También presentaba ondulaciones muy regulares. El tiempo era favorable, con viento totalmente en calma o ligeras brisas. La temperatura más baja registrada en la estación fue de -45° C, tomada el 4 de marzo.

Cuando regresamos al cuartel de invierno el 5 de febrero, después del primer viaje, nos encontramos con que el Fram ya había zarpado. De boca de los que habían permanecido junto a nuestro valiente capitán, escuchamos con orgullo y alegría que habían conseguido llegar con éxito más al sur que cualquier otro barco. De manera que el bueno del viejo Fram había enarbolado la bandera de Noruega en los puntos más extremos al norte y al sur del planeta. La mayor latitud austral alcanzada por el Fram fue de 78° 41’.

Antes de que el invierno llegase, ya teníamos sesenta toneladas de carne de foca en nuestro cuartel de invierno; era suficiente para nosotros y para nuestros 110 perros. Habíamos levantado ocho perreras y varias tiendas conectadas unas con otras, además de cabañas de hielo. Cuando guardamos provisiones para los perros, también pensamos en nosotros mismos. Nuestra pequeña casa estaba casi enteramente cubierta de nieve. Hasta mediados de abril no nos decidimos a instalar iluminación artificial en la cabaña. Lo hicimos con la ayuda de una lámpara Lux de 200 candelas, que proporcionaba una iluminación excelente, al mismo tiempo que mantenía la temperatura a unos 20° C durante el invierno. La ventilación era buena y proporcionaba suficiente aire fresco. La cabaña estaba conectada directamente, por medio de trincheras subterráneas, con el taller, la despensa, el almacén y la bodega, junto con el único baño y el observatorio. Así teníamos todo dentro y a mano, en el caso de que el tiempo fuese demasiado frío y tormentoso como para aventurarse al exterior.

El sol nos abandonó el 22 de abril y no volvimos a verlo en cuatro meses. Empleamos el invierno en reformar todo nuestro equipamiento, que en nuestros viajes de aprovisionamiento había demostrado ser muy pesado y tosco para la suave superficie de la barrera. En esa misma estación aprovechamos para llevar a cabo todo el trabajo científico, pues disponíamos de ocasión para ello. Tomamos varias observaciones meteorológicas sorprendentes. Había muy poca nieve a pesar de estar cerca de mar abierto. Esperábamos registrar temperaturas más altas durante el invierno, pero el termómetro se mantuvo muy bajo. Durante cinco meses se midieron temperaturas que variaban entre -50 y -59° C. La más baja (-59° C) fue el 13 de agosto, con tiempo en calma. El 1 de agosto anotamos -58° C, con vientos de 21 kilómetros por hora. La temperatura más alta de todo el año fue de -26 ° C. Esperábamos una ventisca tras otra, pero sólo tuvimos dos tormentas de carácter moderado. Hicimos excelentes observaciones de la aurora austral ocupando todo el firmamento. Durante todo el invierno nuestro estado de salud fue magnífico. Cuando el 24 de agosto volvió a salir el sol, brilló de nuevo sobre unos hombres que se encontraban fuertes de cuerpo y mente, preparados para comenzar la tarea a la que estaban destinados.

El día antes de la marcha hacia el Sur llevamos los trineos hasta el punto de partida. A comienzos de septiembre la temperatura subió; fue entonces cuando se decidió comenzar el viaje. El 8 de septiembre un equipo de ocho hombres se puso en marcha con siete trineos y noventa perros, con provisiones para tres meses. La superficie del hielo estaba en perfectas condiciones y la temperatura no tan mala como podría haber sido. Pero en los días siguientes nos dimos cuenta que habíamos comenzado demasiado pronto. Las temperaturas cayeron y permanecieron durante algunos días entre -50 y -59° C. Personalmente no sufrimos mucho, pues teníamos buenas ropas de piel, pero con los perros era otra cosa. Iban desmejorando día a día, y pronto comprendimos que no iban a ser capaces de aguantar un camino tan largo. Al llegar al almacén que teníamos situado a 80° de latitud sur, acordamos regresar y esperar a que llegase la primavera. Dejamos allí almacenadas las provisiones y nos volvimos a casa. Salvo la pérdida de algunos perros y síntomas de congelación en uno o dos talones, todo se desarrolló bien. No fue hasta mediados de octubre cuando llegó la primavera de manera clara. Comenzamos a ver focas y aves. La temperatura se mantuvo estable entre -20,5 y -30° C.

Entre tanto, decidimos abandonar el plan original que habíamos ideado para llegar al Sur. Cinco hombres se dedicarían a llevarlo a cabo, y los otros tres realizarían un viaje hacia el este para visitar la tierra del Rey Eduardo VII. En realidad, este viaje no formaba parte de nuestro programa, pero como los ingleses no lograron alcanzar esa zona el último verano, como había sido su intención, estuvimos de acuerdo en intentar nosotros este viaje añadido.

El 20 de octubre partió el equipo en dirección sur. Estaba formado por cinco hombres con cuatro trineos y cincuenta y dos perros, con provisiones para cuatro meses. Todo estaba perfectamente controlado y preparamos nuestras mentes para realizar la primera parte del viaje con la mayor tranquilidad posible, de manera que ni nosotros ni los perros terminásemos fatigados, con lo que decidimos hacer un pequeño alto después de 22 días de viaje en el depósito situado a 80° de latitud sur. Con todo, perdimos la orientación debido a una espesa niebla, pero después de tres o cuatro kilómetros de marcha volvimos a encontrar de nuevo el camino.

Tras descansar y dar a los perros toda la carne de foca que fueron capaces de comer, retomamos la marcha después de veintiséis jornadas. La temperatura permanecía estable entre -20,5° C y -30° C.

En un principio habíamos pensado hacer etapas de entre veinte y treinta kilómetros diarios como máximo; comprobamos que eran distancias muy pequeñas, gracias a nuestra fortaleza y a la disposición de nuestros animales. A partir de la latitud 80° comenzamos a erigir montículos de nieve, de la altura de un hombre, para dejar indicado nuestro camino de vuelta a casa.

Tras el día treinta y uno de viaje alcanzamos el depósito situado a 81°. Nos detuvimos durante un día y alimentamos a nuestros perros con pemmican. El 5 de noviembre llegamos al depósito en la latitud 82°, donde los perros tuvieron toda la carne que desearon por última vez.

El día 8 reemprendimos nuestro viaje hacia el Sur, con un recorrido diario de unos cincuenta kilómetros. Para aliviar la pesada carga de los trineos, fuimos construyendo pequeños depósitos en cada uno de los paralelos que alcanzábamos. La etapa desde la latitud 82° a 83° fue un puro viaje de placer, pues tanto la superficie como la temperatura eran tan favorables como podíamos desear. Todo marchaba sobre ruedas hasta el día 9, cuando divisamos la tierra de Victoria del Sur y la prolongación de la cadena montañosa, indicada por Shackleton en su mapa, que discurría en dirección sudeste desde el glaciar Beardmore. Ese mismo día llegamos a la latitud 83°, donde organizamos el cuarto almacén.

El día 11 hicimos un interesante descubrimiento: la barrera de Ross terminaba en una elevación en su parte sudeste, formada por una cadena montañosa que discurría en dirección sudeste desde la tierra de Victoria del Sur, y otra cadena en el lado opuesto, en dirección sudoeste a continuación de la tierra del Rey Eduardo VII.

El día 13 llegamos a la latitud 84°, donde volvimos a instalar otro depósito. Y el día 16, otro en la latitud 85°. Desde nuestro cuartel de invierno en Framheim habíamos marchado directamente hacia el sur de forma continua.

El 17 de noviembre, latitud 85°, llegamos a un punto donde la barrera, al encontrarse con tierra firme, presentaba un tramo difícil de cruzar y que se interponía en nuestra ruta, aunque para entonces eso no presentaba ninguna dificultad. La barrera se levantaba en forma de ola a una altura de unos 90 metros, y en su parte final presentaba unas largas grietas. Aquí establecimos nuestro almacén principal. Cargamos en los trineos provisiones para sesenta días y dejamos tras nosotros las suficientes para otros treinta.

La tierra que teníamos ante nosotros y que íbamos a atacar parecía totalmente inaccesible, con cimas que alcanzaban alturas entre 600 y 3.000 metros. Más al sur descubrimos otras cumbres superiores a 4.500 metros.

Al día siguiente comenzamos a subir. La primera parte era tarea fácil, ya que el terreno ascendía de manera suave, con pequeñas laderas de nieve justo debajo de la montaña. Nuestros perros trabajaban bien y no nos llevó demasiado tiempo atravesar estas laderas.

Lo siguiente con lo que nos encontramos fueron unos pequeños glaciares, aunque con pendientes empinadas; aquí tuvimos que poner veinte perros en cada trineo y llevarlo todo en dos viajes. En algunos puntos había tanta inclinación que era difícil hasta usar nuestros esquís. Varias veces profundas grietas nos obligaron a volver atrás.

El primer día ascendimos 600 metros. Al siguiente, cruzamos glaciares más pequeños y acampamos a una altitud de 1.400 metros. El tercer día nos vimos obligados a descender el gran glaciar de Axel Heiberg, que separa las montañas de la costa en su parte más austral.

Al día siguiente comenzó la parte más larga de nuestra ascensión. Tuvimos que hacer muchos rodeos para evitar grandes fisuras y grietas abiertas. La mayoría de ellas estaban cubiertas, pues probablemente hacía mucho tiempo que el glaciar no se movía; de todas formas, tuvimos que andar con mucho cuidado ya que nunca sabíamos el grosor de la nieve que las cubría. Esa noche instalamos nuestro campamento en un entorno pintoresco, a una altura de 1.500 metros.

El glaciar se encontraba aprisionado entre dos montañas de 4.500 metros, a las que nombramos más tarde Fridtjof Nansen y Don Pedro Christophersen.

Al final del glaciar podíamos ver el gran cono de hielo de Ole Engelstad levantándose en el aire 5.800 metros. El glaciar estaba mucho más descompuesto en esta parte más estrecha; enormes grietas parecía como si quisieran detener nuestra marcha pero, afortunadamente, el camino no estaba tan mal como aparentaba.

Nuestros perros, que durante los últimos días habían cubierto una distancia cercana a los setecientos kilómetros, hicieron un buen trabajo ese día recorriendo treinta y cinco kilómetros sobre un terreno que ascendía hasta 1.760 metros. Era un récord aparentemente imposible. Tan sólo nos llevó cuatro días llegar desde la Barrera hasta la inmensa llanura interior. Acampamos a 2.300 metros de altitud. Aquí tuvimos que sacrificar a veinticuatro de nuestros valientes perros, quedándonos con dieciocho —seis por cada uno de nuestros tres trineos—. Y aquí nos vimos obligados a detenernos durante cuatro días debido al mal tiempo. El 25 de noviembre estábamos cansados de esperar y nos pusimos en marcha de nuevo. El día 26 nos sorprendió una tremenda ventisca. Entre tanta nieve era imposible ver absolutamente nada; pero sentimos que, contrariamente a lo que habíamos esperado —a saber, otra subida—, nos encontramos con un rápido descenso colina abajo. El altímetro nos mostró ese día un descenso de más de ciento ochenta metros. Continuamos nuestra marcha al día siguiente con un fuerte viento y una espesa nevada. Nuestras caras estaban heladas, pero esto no era lo peligroso; el problema era que no podíamos ver nada. Al día siguiente, según nuestros cálculos, habíamos alcanzado la latitud 86°. El altímetro mostraba un descenso de doscientos cuarenta metros de desnivel. El siguiente día transcurrió en las mismas condiciones. El tiempo se aclaró a eso del mediodía y ante nuestros atónitos ojos apareció una enorme cadena montañosa hacia el este, y no muy lejana. Esta visión duró sólo unos instantes y desapareció de nuevo entre la ventisca. El día 29 el tiempo se calmó y el sol volvió a brillar —una agradable sorpresa—. Nuestro camino pasaba por un gran glaciar, que discurría en dirección sur. A su lado este se extendía una cadena montañosa en dirección sudeste. No teníamos visión de su parte oeste, oculta bajo una espesa niebla. A los pies del glaciar del Diablo colocamos un almacén en la latitud 86° 21’, con provisiones para seis días. El altímetro marcaba 2.400 metros sobre el nivel del mar. El 30 de noviembre comenzamos a ascender el glaciar. La parte inferior se presentaba quebrada y peligrosa y los delgados puentes de nieve sobre la grietas se partían frecuentemente a nuestro paso. Esa tarde, desde nuestro campamento tuvimos una magnífica vista de las montañas situadas al este. El monte Helmer Hansen destacaba entre todas ellas, con sus 3.660 metros de altitud y cubierto de glaciares tan escarpados que probablemente sería imposible escalarlo. También podíamos ver los montes Oskar Wisting, Sverre Hassel y Olav Bjaaland, espléndidamente iluminados por los rayos del sol. Desde la distancia apenas era visible entre la neblina el monte Thorvald Nilsen, con su cumbre de 4.570 metros. Todo esto era lo único que podíamos ver desde donde estábamos situados. Nos llevó tres días ascender el glaciar del Diablo, durante los cuales siempre estuvimos rodeados de una intensa neblina.

El 1 de diciembre dejamos atrás el glaciar con buen ánimo. Nuestra ascensión había superado innumerables grietas y agujeros. En este momento nos encontrábamos a 2.860 metros. Entre la neblina y la nieve parecía que ante nosotros se abría un lago helado, pero resultó ser una llanura inclinada de hielo, cubierta de bloques helados. Nuestra travesía por este lago helado no fue muy agradable. El suelo bajo nuestros pies evidentemente estaba hueco y nuestros pasos sonaban como si caminásemos sobre toneles vacíos. Primero se hundió un hombre, y después dos perros, pero consiguieron salir sanos y salvos. Nos era imposible usar nuestros esquís sobre este hielo tan pulido, pero los trineos no iban mal. A este lugar le llamamos la Pista de Baile del Demonio. Esta parte de nuestro viaje fue la más pesada de todas. El 2 de diciembre alcanzamos nuestro punto más alto. Según el altímetro y nuestro barómetro, nos encontrábamos a una altitud de 3.375 metros —y a una latitud de 87° 51’—. El 8 de diciembre desapareció el mal tiempo, el sol brilló sobre nosotros una vez más y pudimos reemprender nuestras observaciones. Comprobamos que las observaciones y nuestros cálculos de la distancia cubierta daban el mismo resultado —a saber, 88° 16’ latitud sur—. Ante nosotros se extendía una llanura completamente lisa, interrumpida por algunas pequeñas grietas. Por la tarde pasamos los 88° 23’, el punto más al sur alcanzado por Shackleton. Instalamos nuestro campamento a 88° 25’ y construimos nuestro último depósito —el número 10—. Desde 88° 25’ la llanura descendía lenta y enteramente plana. Alcanzamos los 88° 29’ el 9 de diciembre; el 12 de diciembre, los 89° 30’, y el 13 de diciembre, los 89° 45’.

A partir de este momento, las observaciones y nuestros cálculos mostraban una sorprendente coincidencia. Calculamos que deberíamos estar en el polo el 14 de diciembre. Por la tarde tuvimos un tiempo radiante —un ligero viento del sudeste con una temperatura de -23° C—. Los trineos marchaban perfectamente. El día pasó sin que ocurriera nada reseñable y a las tres en punto de la tarde nos detuvimos: según nuestros cálculos habíamos alcanzado nuestra meta.

Nos reunimos en torno a la bandera de Noruega —una hermosa bandera de seda—, la izamos entre todos y pusimos el nombre de llanura del Rey Haakon VII a la inmensa planicie donde se encontraba el polo Sur.

Era una vasta llanura con la misma apariencia en todas direcciones, kilómetro tras kilómetro. Durante la tarde recorrimos la zona donde habíamos instalado el campamento y al día siguiente, al tener un buen tiempo, nos dedicamos a realizar mediciones desde la seis de la mañana hasta las siete de la tarde; estas nos dieron el resultado de 89° 55’. Con el fin de hacer las comprobaciones lo más cerca del Polo como nos fuera posible, seguimos avanzando, tan cerca del verdadero Sur como pudimos, los nueve kilómetros restantes. El 16 de diciembre montamos nuestro campamento bajo un sol radiante, con las mejores condiciones para hacer las observaciones. Cuatro de nosotros tomamos datos cada hora durante todo el día —veinticuatro horas en total—. El resultado de todas estas anotaciones lo someteríamos al examen de los expertos.

De esta forma tomamos todas las mediciones tan cerca del Polo como humanamente se podía hacer con los instrumentos de que disponíamos. Teníamos un sextante y un horizonte artificial calculado para un radio de ocho kilómetros.

El 17 de diciembre ya estábamos preparados para regresar. Pusimos en este punto una pequeña tienda circular y sobre ella la bandera de Noruega, así como el gallardete del Fram. El campamento noruego en el polo Sur fue bautizado con el nombre de Polheim. La distancia recorrida desde nuestro cuartel de invierno hasta el Polo fue de unos 1.400 kilómetros, con lo que alcanzamos una media de veinticinco kilómetros diarios.

Ese mismo día comenzamos el viaje de regreso. El tiempo fue favorable en líneas generales, con lo que la vuelta fue mucho más fácil. Llegamos a Framheim, nuestro cuartel de invierno, en enero de 1912, con dos trineos y once perros, todos en buenas condiciones. Cubrimos el viaje de regreso a una media de treinta y seis kilómetros diarios. La temperatura más baja registrada fue de -31° C, y la más alta de -5° C.

El principal resultado —además de alcanzar el Polo— era determinar la extensión y características de la barrera de Ross. Junto con esto, el descubrimiento de una probable conexión entre las tierras de Victoria del Sur y del Rey Eduardo VII a través de la enorme cadena montañosa que discurre hacia el sudeste y que podíamos ver aún desde la latitud de 88° 8’; continuaba, con toda probabilidad, cruzando el continente antártico. Dimos el nombre de montañas de la Reina Maud a todo el sistema montañoso recién descubierto, de unos ochocientos cincuenta kilómetros de longitud.

La expedición a la tierra del Rey Eduardo VII, bajo el mando del teniente Prestrud, consiguió excelentes resultados. Confirmaron el descubrimiento de Scott y el reconocimiento de la bahía de las Ballenas y de la barrera de hielo llevados a cabo por el grupo, esto ha sido de gran interés. Hemos conseguido una buena colección de material geológico de las tierras del Rey Eduardo VII y Victoria del Sur.

El Fram llegó a la bahía de las Ballenas el 9 de enero; se retrasó en los «cuarenta rugientes» a causa de los vientos del este.

El 16 de enero la expedición japonesa llegó a la bahía de las Ballenas[38] y desembarcó cerca de nuestro cuartel de invierno.

El 30 de enero abandonamos la bahía de las Ballenas. Tuvimos un largo viaje por culpa de los vientos contrarios.

Todos gozábamos de buena salud.

ROALD AMUNDSEN

Hobart, Tasmania, 8 de marzo de 1912.