Introducción

por FRIDTJOF NANSEN

Cuando el explorador vuelve a casa victorioso, todo el mundo sale a vitorearle. Todos se sienten orgullosos de sus hazañas, orgullosos de su nación y de la humanidad. Creemos que nos ponemos una medalla y, alguno, en el fondo, que nos ha costado poco.

¿Cuántos de los que se reúnen para aclamarle estaban allí cuando la expedición se estaba organizando, cuando escaseaba incluso lo imprescindible, cuando se buscaba ayuda y asistencia de manera urgente? ¿Había entonces una competición por ser los primeros en echar una mano? En tal situación el líder casi siempre se encuentra solo; con demasiada frecuencia ha tenido que confesar que las mayores dificultades a superar han surgido en su propia casa antes de poder zarpar. Así ocurrió con Colón, y así ha ocurrido con otros muchos desde entonces.

Y así ocurrió también con Roald Amundsen, no sólo la primera vez, cuando se embarcó en el Gjøa con el doble objetivo de descubrir el polo Norte magnético y abrir el paso del Noroeste, sino también en 1910, cuando dejó el fiordo en su gran expedición con el Fram, para dejarse llevar a la deriva a través del mar del polo Norte. ¡Cuántas preocupaciones hubo de sufrir, y cuántas se hubiera ahorrado si hubiese sido más apreciado por quienes tenían en sus manos la posibilidad de facilitarle las cosas! Y eso que Amundsen les había demostrado la pasta de la que estaba hecho: los dos objetivos marcados para la expedición del Gjøa se habían alcanzado. Navegando con su pequeño velero por todo el océano Ártico, rodeando el norte de América, en la ruta que había sido buscada en vano durante cuatrocientos años, este hombre siempre había alcanzado la meta que se había señalado. Si él arriesgaba su vida y su talento, ¿no hubiera sido natural sentirse orgulloso de ayudar a semejante hombre?

¿Pero ocurrió así?

Durante mucho tiempo pasó apuros para completar su tripulación. Carecía de dinero y nadie demostraba el más mínimo interés por su trabajo, a excepción de los pocos que siempre le ayudaban tanto como podían. Él mismo aportó todo lo que poseía. Esta vez, sin embargo, se hizo a la mar cargado de deudas e inquietudes y, como en la anterior ocasión, zarpó silenciosamente una noche de verano.

El otoño se acercaba a su fin. Un día llegó una carta suya. Para conseguir el dinero que necesitaba para su expedición al polo Norte, no pensaba volver a casa sin haber ido antes al polo Sur. La gente se quedó atónita. No sabían qué decir. ¡Era algo inaudito, alcanzar el Polo Norte por la ruta del Polo Sur! ¡Añadir tal inmensa e imprevista empresa a sus planes, sin haber contado con nadie! A algunos les pareció grandioso; a la mayoría, incierto; hubo muchos que decían a gritos que era algo inadmisible, incluso desleal: no, incluso hubo algunos que quisieron detenerle. Pero nada de esto le afectó. Él dirigiría su trabajo según su propio criterio, sin mirar atrás.

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Fridtjof Nansen (1861-1930), célebre explorador polar, premio Nobel de la paz en 1922. Autor de Hacia el Polo (diario del viaje que emprende en 1893 con el objetivo de llegar al Polo Norte).

Poco a poco se hizo el olvido, y cada uno continuó con sus propios asuntos. Las brumas se cernieron sobre nosotros día tras día, semana tras semana…, esas brumas que amparan a los hombres pequeños y devoran todo lo que es grande y lo aprisionan.

De improviso, un hermoso día de primavera disipó el banco de niebla. Hay un nuevo mensaje. La gente se detiene y mira de nuevo hacia arriba. Muy por encima de ellos brilla una hazaña, un hombre. Una ola de júbilo inunda los corazones de los hombres; sus ojos brillan como las banderas que ondean sobre ellos.

¿Por qué? ¿Es por la importancia de los hallazgos científicos, por los grandes descubrimientos geográficos? No, eso vendrá más tarde, y para unos pocos especialistas. Esto es algo que todos podemos entender. Es una victoria del ánimo y la fortaleza del hombre sobre el dominio de las fuerzas de la naturaleza; una hazaña que nos eleva por encima de la gris monotonía de la vida diaria; un panorama de luminosas planicies con altivas montañas rozando el frío azul del cielo y tierras cubiertas de capas de hielo de una extensión inconcebible; una visión de tiempos glaciales desaparecidos hace mucho tiempo; el triunfo de la vida sobre la dureza de un reino de muerte. Es una llamada a armarse de valor, la determinación del deseo humano de atravesar los hielos glaciales, las tormentas de nieve, la muerte.

Pero la victoria no sólo se debe a los grandes inventos de hoy en día, ni a las nuevas y diferentes herramientas de las que disponemos. Los medios ya se venían usando desde la antigüedad, ya eran conocidos por los nómadas hace miles de años, cuando se abrieron paso a través de las llanuras cubiertas de nieve de Siberia y el norte de Europa. Lo importante era que cada cosa, grande o pequeña, tenía que ser estudiada profundamente y el plan ejecutado de manera exacta. Al final, como siempre, lo importante es el hombre.

Las grandes hazañas siempre parecen así de fáciles y simples. Y, por supuesto, así es como pensamos que tendría que ser.

Además de los descubrimientos y experiencias de los primeros exploradores —que, como es lógico, es necesario tener presentes para alcanzar el éxito—, tanto el plan como su ejecución son el atrevido fruto de la vida y experiencia de los noruegos desde tiempos remotos hasta hoy en día. La vida de los noruegos en un invierno cotidiano de nieve y hielo, nuestros lugareños con su continuo uso de esquís y trineos tanto en el bosque como en la montaña, nuestros marineros año tras año cazando ballenas y focas en el mar polar, los viajes de nuestros exploradores a las regiones árticas… todo ello, con el perro como animal de tiro, adoptado de primitivas razas, hizo posible tanto el diseño del plan como su posterior ejecución cuando el hombre apareció.

Por eso, cuando el hombre aparece, el plan le conduce a través de todas la dificultades como si no existieran; cada una de ellas ha sido prevista y afrontada con antelación. Que nadie venga a hablarnos de suerte y casualidad. La suerte de Amundsen es la de un hombre fuerte que mira siempre hacia adelante.

Como él mismo y el resto de la expedición dijeron en el telegrama que enviaron a casa: tan fácil y sencillo como si fuera una excursión de vacaciones por las montañas. Aunque se hablaba sólo de los logros y no de las penurias. Cada palabra era una palabra de hombre. Esa es la marca de la persona honrada, tranquila y fuerte.

Aún es demasiado pronto para medir el alcance de los nuevos descubrimientos, pero el cablegrama ya ha disipado las brumas tan lejos que los detalles están comenzando a tomar forma por sí solos. Esa helada tierra mágica, tan diferente a otras, poco a poco está emergiendo de entre las nubes.

En este maravilloso mundo de hielo, Amundsen ha encontrado su propio camino. Desde el principio hasta el fin, él y sus compañeros han atravesado regiones enteramente desconocidas con sus esquís, y no hay muchas expediciones en la historia que hayan dejado su huella en tantos territorios que el ser humano no hubiera visto hasta entonces. La gente pensaba que su ruta discurriría por el glaciar Beardmore, anteriormente descubierto por Shackleton, o por la ruta ya conocida de la meseta alta, cerca del polo, desde allí estaría seguro de poder avanzar. Los que conocíamos a Amundsen pensábamos que su opción preferida sería evitar lugares que por muchas razones ya habían sido pisados por otros. Felizmente, estábamos en lo cierto. Por nada del mundo sigas el camino por el que ha pasado un inglés —excepto por el polo mismo—.

Esto es una gran ventaja a la hora de realizar nuevas investigaciones. Cuando después de un año el capitán Scott volvió sano y salvo con todas las observaciones y descubrimientos realizados en su viaje, las conclusiones de Amundsen se acrecentarían de forma considerable, una vez que sus resultados estuvieran iluminados por otros puntos de vista. El avance conjunto hacia el polo desde dos lugares separados fue el logro más afortunado desde la perspectiva científica. La región investigada llegó a ser mucho más grande, se hicieron muchos más descubrimientos y la importancia de las observaciones se multiplicó por dos, y a menudo por más. Tomando por ejemplo las condiciones meteorológicas: no hay duda de que una simple serie de observaciones desde un único lugar tiene mucho valor, pero si conseguimos, simultáneamente, observaciones desde otro punto de la región, el valor de ambas llega a ser mucho más grande, ya que podemos llegar a tener la oportunidad de entender el comportamiento de la atmósfera. Y lo mismo ocurre con otras muchas investigaciones. La expedición de Scott nos trajo ricos e importantes resultados en muchas áreas de la ciencia, pero el valor de sus observaciones aumentará cuando se correlacionen con las de Amundsen.

La expedición de Amundsen al polo se completa con la valiosa expedición con trineos del teniente Prestrud y sus dos compañeros hacia la inexplorada tierra del Rey Eduardo VII, que Scott descubrió en 1902. Parece más bien como si este territorio estuviera conectado con las masas de terreno e inmensas cadenas montañosas que Amundsen encontró cerca del polo. Ésta es una nueva incógnita a despejar.

Pero no sólo estos viajes sobre capas de hielo y cadenas montañosas se llevaron a cabo de manera magistral; también les debemos gratitud al capitán Nilsen y a sus hombres. Ellos condujeron al Fram de ida y vuelta, y dos veces, a través de las aguas del sur repletas de hielos —que muchos suponían tan peligrosas que el Fram no sería capaz de cruzarlas—, y en ambos viajes se hizo con la rapidez y puntualidad de un barco en ruta regular. El excelente constructor del Fram, Colin Archer, tenía motivos para estar orgulloso por la forma en que su «criatura» había desempeñado su última empresa: este velero había viajado de un extremo a otro del planeta. Pero el capitán Nilsen y la tripulación del Fram habían hecho más que eso; habían llevado a cabo un trabajo de investigación con un valor científico comparable al realizado por sus camaradas en el desconocido mundo del hielo, aunque muchas personas no serán capaces de reconocerlo. Mientras Amundsen y sus compañeros estaban pasando el invierno en el sur, el capitán Nilsen, en el Fram, investigaba el océano entre Sudamérica y África. En no menos de sesenta puntos tomó temperaturas, muestras de agua y especies de plancton de estas regiones aún desconocidas, todo ello a profundidades de 3.600 metros y más. Ellos dividieron por vez primera en dos zonas el Atlántico sur para estudiar las desconocidas profundidades del océano y añadirlas al conocimiento humano. Estas zonas que estudió el Fram son las más extensas y completas de todas las conocidas del océano.

¿No hubiera sido razonable que quienes han sufrido y conseguido tanto volvieran a casa a descansar? Sin embargo, Amundsen señala hacia adelante en busca de más: ahora, a por el objetivo final. El próximo año seguirá su rumbo por el estrecho de Bering sobre la nieve y el hielo y la oscuridad del Norte, dejándose llevar a la deriva para atravesar el mar del polo Norte; cinco años, por lo menos. Parece casi sobrehumano, pero él es el hombre destinado para ello. Fram es su barco, «adelante» su lema, y él lo conseguirá. Llevará adelante su principal expedición, la única que tiene ahora ante sí, de forma tan firme y segura como la que acaba de realizar.

Pero mientras esperamos, alegrémonos por lo que ya se ha conseguido. Sigamos la estrecha pista de los trineos y las pequeñas huellas que hombres y perros han dibujado en la interminable superficie blanca del Sur —como si fuera un ferrocarril que nos lleva a explorar en el corazón de lo desconocido—. El viento en su interminable lucha barre estas huellas en el desierto de nieve. Pronto estarán todas borradas.

Pero los raíles de la ciencia están tendidos; nuestro conocimiento es ahora más rico que antes.

Y la luz de la hazaña brilla para siempre.

FRIDTJOF NANSEN

Lysaker, 3 de mayo de 1912