Tras doblar la esquina del hotel a toda velocidad, chirriando rueda, un coche les arrancó el espejo retrovisor del conductor. Victoria blasfemó, pero a pesar de todo, con paciencia y siguiendo las instrucciones del GPS, consiguieron entrar en la autopista de peaje M-90 hasta Perth, donde repostaron gasolina.
Al salir de allí Bárbara se empeñó en coger el coche, y aunque al principio Victoria, histérica, gritó que se estaba jugando la vida, al final Bárbara consiguió que se callara y relajara, mientras conducía por la autopista.
Una vez pasado Pitlochry el cielo se encapotó de horrorosas nubes grisáceas, y la carretera sin motivo alguno se estrechó, algo que a Victoria le horrorizó, pero que a Bárbara, en contra, le encantó. Enormes montañas comenzaron a rodearlas de tal forma que había momentos en los que parecían haberse perdido en la película Braveheart. Todo lo que las rodeaba estaba lleno de tonos verdes y violetas. Los árboles y las flores de cientos de colores parecían vivir en perfecta armonía con las vacas peludas que con tranquilidad pastaban por los prados. Tras un largo trecho por aquellos paisajes idílicos se desviaron por la carretera A-889. Fue entonces cuando Bárbara leyó un cartel y gritó.
–Ostras Vicky. ¿Has visto lo que ponía ahí?
–Pues no -respondió levantándose sus carísimas gafas de Prada por primera vez en todo el día.
–Vamos directas al Lago Laggan. ¡Madre mía! ¡Tenemos que parar! ¡Tenemos que parar para que me hagas alguna foto!
Su hermana la miró de arriba abajo antes de contestar.
–Ni lo sueñes -dijo. Miró el reloj. Eran las 11:00 de la mañana-. La reunión es dentro de dos horas y no quiero llegar tarde. Además, Bárbara, ¿es que no ves que está diluviando?
El mohín de disgusto que apareció en sus labios indicó que le daba exactamente igual el agua que caía del cielo. Aun así continuó el camino, aunque sin dejar de farfullar. Pero cuando se desviaron por la A-82 y vieron el siguiente cartel, el del Lago Lochy, entonces sí que no entró en razón.
–Mira Vicky -si no estuviera conduciendo se habría puesto en jarras-. Me importa un pimiento del padrón lo que digas. No he parado en el Lago Laggan por no escucharte. Pero aunque digas misa en arameo, voy a parar en el Lago Lochy. Sólo será un minuto para hacerme una foto. Una foto que será un recuerdo único para toda mi jodida vida.
Pero parecía que su hermana no la miraba. Llevaba unos segundos intentando identificar algo que se movía por el interior del coche. Algo que zumbaba y se desplazaba lentamente cerca de sus cabezas. Algo…
–Ah…¡No!…¡No!-gritó de pronto Victoria dando manotazos al aire-. ¡Una avispa! ¡Una avispa!
Las avispas, arañas, mosquitos, perros, gatos, camellos o dromedarios, y todo el reino animal en sí, asustaban a Victoria. Tenía un miedo terrible a todo aquello que se considerase un insecto o un animal. Solo las plantas, aunque no las carnívoras, le daban cierta tranquilidad.
–Tranquila… tranquila-dijo Bárbara sin estarlo demasiado-. Bajaré la capota para que salga.
Dando al botoncito dorado, la capota de lona color crema del Audi comenzó a bajar. Pero al igual que la avispa desapareció, la lluvia comenzó a entrar al instante.
–Cierra. ¡Cierra la capota! – gritó Victoria histérica al notar cómo el agua la empapaba-. Me estoy calando. Mi traje ¡Oh Dios, mi traje de Versace!
–Joder Vicky. Joder. Dame tiempo -vociferó Bárbara dando al botón de la capota que con mucha más lentitud de la que se había abierto comenzó a cerrarse.
Cuando llegaron al Lago Lochy estaba diluviando, pero Bárbara no transigió. A pesar de las protestas de Victoria, se desvió de la carretera y se adentró por un camino tortuoso en dirección al lago.
–Préstame atención -dijo Bárbara echando el freno de mano a una hermana demasiado preocupada por el estado de su Versace como para escucharla-. Toma mi cámara y hazme una foto. Sólo es necesario que pongas tu dedito de diseño en mi indocumentada cámara, y hagas ¡clic! ¿Crees que podrás?
–Pero ¡tú estás loca! – protestó Victoria-.Te vas a empapar.
–Sí -asintió sonriendo- Me voy a empapar. Me voy a mojar. Me voy a calar. Pero no me importa, porque este recuerdo será para mí algo muy especial.
Bárbara, abrió la puerta del coche muerta de risa, corrió hacia el lago y, dejando a su hermana petrificada, comenzó a posar bajo el aguacero.
«Está como una regadera», pensó Victoria mientras le tiraba varias fotos.
–Venga, Cindy Crawford -le ordenó-. Entra en el coche de una vez. Tengo prisa.
Sonriente, Bárbara volvió hacia el vehículo, pero cuando fue a sentarse en el asiento del conductor fue Victoria quién habló.
–Ahora conduciré yo.
Sin decir nada, Bárbara corrió hacia la otra puerta y, una vez cerró, Victoria metió primera y aceleró de tal manera que el coche se salió del camino, hundiéndose en el barro.
–¡Cojonudo! – masculló Bárbara.
Victoria intentó manipular con todos los botones a su alcance, Pero las ruedas solo chirriaban en el lodo.
–Esto no se mueve -protestó Victoria.
–¿Quizá será porque la has cagado? – preguntó su hermana secándose la cara.
Al meter el coche en el barro se había quedado clavado, como una sandía en un frutero.
Bárbara, quién a diferencia de su hermana recibía la vida de otra manera, intentó buscar soluciones, pero ninguna resultó. Angustiada, Victoria veía cómo pasaban los minutos. Apenas faltaba media hora para la reunión con el conde McKenna y allí estaba ella, sin poder hacer nada, rodeada de montañas, de agua y de un grupo de vacas que cada vez estaban más cerca. Más cerca.
–¡Maldita sea! – gritó Victoria-. ¿Por qué todo me tiene que ocurrir a mí?
–Lo siento de verdad -aseguró Bárbara.
–¡Encima no tengo cobertura! – chilló como una posesa.
Su hermana la miró de soslayo.
–Vicky. Piensa en tu vena y relájate. Algo se nos ocurrirá.
–¿Algo se nos ocurrirá? ¿Algo? – vociferó angustiada-. ¿Qué es ese algo?
–Mira, chata -se mofó Bárbara-. Si fueras gamba, con esa cabeza que tienes, serías todo desperdicio. ¡Por Dios! Qué mujer más negativa.
–Cállate y deja de decir tonterías.
Bárbara, hastiada de escuchar a su hermana, salió del coche. A pesar de que la lluvia la empapaba y el barro le salpicaba, buscó algún trozo de madera para poner bajo las ruedas e intentar sacar el coche del barrizal. Pero fue inútil. Lo único que consiguió fue hundirle más y pringarse de barro.
–Creo que de aquí sólo nos saca la grúa -se resignó Bárbara entrando de nuevo en el coche.
–Claro. La grúa -ladró, viendo las vacas peludas acercarse cada vez más-. ¿Y cómo demonios llamamos a la grúa? Estamos incomunicadas.
–No las mires, Vicky -le indicó Bárbara sintiéndose un poco ridícula al ver cómo las vacas comenzaban a rodearlas-. Ellas no te harán nada. ¡Son sólo vacas! Inofensivas y cariñosas vacas.
–¡Dios! ¡Dios! No puede estar ocurriéndome esto -murmuró Victoria golpeándose la cabeza con el volante-. Necesito ese contrato. Necesito ese contrato.
Una de las vacas escocesas acercó su enorme cara peluda a la ventanilla de Victoria, y al levantar ésta la cabeza y ver aquella enorme cara tras el cristal, dio un grito de pavor echándose sobre Bárbara, que no pudo dejar de carcajearse.
–Vicky por Dios. ¡Basta ya! – se mofó, al ver a su hermana enloquecida-. Vas a conseguir asustarme a mí
Pero la situación empeoró cuando aquella peluda y marroncita vaca, comenzó a chupar la capota de lona del coche y, enganchándola primero con un cuerno y luego con la boca, comenzó a tirar.
–¡La está rompiendo! – chilló Victoria-. ¡Ay Dios! Se está comiendo la capota. ¡La está rompiendo! ¡Van a atacarnos!
Su hermana empezó a preocuparse, pero no por las vacas, sino por si habían hecho o no seguro al coche.
–Joder Vicky. Te dije que no era buena idea alquilar un jodido descapotable. ¡Pero no! Tus ansias de impresionar al cliente te llevaron a alquilar ¡lo mejor para andar por Escocia! ¿Verdad? – protestó Bárbara.
Al no obtener respuesta de la aterrorizada Victoria, abrió la puerta del coche y salió dando palmadas para intentar alejar a las vacas quienes, como es lógico, se asustaron y se fueron a pastar a otra parte.
Cuando volvió a entrar su hermana estaba más recuperada, Tanto que de nuevo comenzó a mandar.
–Toma y calla -vociferó Victoria entregándole el móvil-. Aléjate unos metros a ver si coges cobertura y podemos avisar a la policía.
Bárbara, con infinita paciencia, se alejó del coche, pero era inútil. Ni su móvil, ni el de su hermana tenían cobertura allí, y para rematar la situación la pesada vaca volvió de nuevo al coche y comenzó a tirar con fuerza de la capota.
De pronto sonó ¡craggggg!
La capota entera se rajó, momento en que Victoria comenzó a aullar como una posesa. Bárbara al ver aquello y tras poner los ojos en blanco corrió hacia el coche.
–¡Toca el claxon! – gritó-. ¡Toca el puñetero pito!
Victoria obedeció la orden de su hermana y empezó a tocarlo enloquecida. Aquello dio resultado, aunque de forma discreta.
Cuando parecía que las vacas se habían alejado un poco, Bárbara, empapada, se sentó en el coche tiritando.
–Qué podemos hacer ¡oh Dios! – increpó Victoria, allí sentada en el Audi, sin capota y lloviendo a mares-. ¿Qué vamos a hacer?
–No tengo ni idea -respondió su hermana, quitándose con la mano el agua que, como un río, corría por su cara.
–¡Oh! El conde debe estar mosqueado -se quejó Victoria lloriqueando-. Ya es la una y media. Lleva esperando media hora. Dios mío. ¡Mi traje está empapado! Y yo estoy hecha un adefesio.
–No me extraña. Con la que nos está cayendo encima es para eso y para más.
–Y todo es culpa tuya. ¡Todo!
–Sí hombre, y lo de la capa de ozono también -se mofó Bárbara-. ¡Tía lista! Te recuerdo por si lo has olvidado que has sido tú, tú, la que has clavado el coche en el barrizal.
–Te dije que no te desviaras. Te lo dije.
–¡Que no! – respondió Bárbara harta de escucharla-. Que no me vas a culpar a mí de esto, porque no me da la gana. Tú has sido la culpable. Sólo tú. ¡Asúmelo!
–¡No! Maldita vaca. ¡No! – gritó con desesperación Victoria sin referirse a su hermana que tenía una talla menos que ella-. ¡Eso no! ¡Eso no!
Bárbara, incrédula por la situación, vio a su hermana salir del coche tan deprisa, que las punteras de sus glamorosos botines Gucci, se clavaron en el barro haciéndola caer de bruces. Sin poder contenerse, soltó una risotada que Victoria no debió de oír. La vaca llevaba el maletín con el portátil en su boca, y Victoria, hecha un auténtico adefesio de barro, corría como podía tras ella.
–¡Ay, que me da! – se dobló Bárbara de risa-. Por tu portátil supermegaguay eres capaz de hacerle frente a esa pobre vaca.
–¡Cállate, imbécil! – gritó Victoria.
–Y tú gilipollas. No te digo -susurró apoyándose en el coche.
–Vaca. Ven aquí, ¡Devuélveme mi portátil! – gritó Victoria rebozada en barro.
La vaca, asustada por los aullidos de Victoria, comenzó a correr. Pero cansada de llevar a una loca aullándole en el culo soltó el maletín. Con la mala suerte de que cayó en el centro de un enorme charco.
–¡No! ¡No! ¡El portátil no! – gritó desesperada Victoria.
Bárbara intentaba sin éxito parecer impasible y Victoria, en su afán de recuperar el maletín, metió un pie en el charco, y al sacarlo sólo salió el pie. Sin botín.
–¡Maldita sea, Bárbara! Es mi botín de Gucci. Quieres hacer el favor de venir aquí y ayudarme.
–¡Ainsss, Vicky, que me va a dar algo! – se guaseó acercándose dolorida de tanto reír-. No te enfades. Pero este momento es para inmortalizarlo -dijo sacándole una foto con su cámara indocumentada.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Victoria, olvidándose del botín Gucci, del portátil, de las vacas, y de todo, se lanzó contra su hermana y las dos cayeron al charco.
–¡Maldito sea el momento en que te dije que me acompañaras! – berreó Victoria con rabia.
–Vicky ¡basta ya! Que no quiero currarte. Pero como sigas así no me va a quedar otro remedio -gritó Bárbara inmovilizando a su hermana, mientras la lluvia hacía resbalar el barro por sus cuerpos.
Victoria, cansada y agotada, se dio por vencida. Nada podía hacer. Estaban allí. En medio de la nada. Cubiertas de barro de pies a cabeza. Sin cobertura. Sin móviles. Con el portátil encharcado y el GPS inundado.
A las cinco de la tarde dejó de llover. Pero el problema era que comenzaba a anochecer y tiritaban de frío. En todo el tiempo que llevaban allí nadie había pasado por aquel camino. ¿Qué podían hacer?
–Deberíamos intentar llegar a algún pueblo -sugirió Bárbara.
–¡No me hables!
–Vicky ¡Por Dios! Yo estoy tan calada como tú. Deja de hacer el idiota.
–¡Que no me hables! – volvió a gritar tocándose el pie congelado.
No había sido capaz de recuperar su botín de Gucci, y toda aquella cara tecnología mojada no servía para nada.
–Eres de lo que no hay -se quejó Bárbara-. Eres la persona más egocéntrica que he conocido en mi vida. Tú nunca te confundes ¿verdad? Culpas a todo el mundo, sin pensar en que alguna pequeña parte de culpa la puedes tener tú.
–Te dije que no pararas. Te dije que continuaras hasta nuestro destino. ¡Pero no! La señorita tenía que parar, y hacerse una ridícula foto en este horrible lago.
En ese momento un ruido captó su atención. Parecía un motor por lo que moviéndose con rapidez casi gritaron al ver las luces de un vehículo a lo lejos.
Histéricas, comenzaron a saltar moviendo los brazos. Era un vehículo azul. Su única oportunidad de salir de allí. No podía pasar de largo.
–Déjame hablar a mí -dijo Bárbara mirando a su hermana-. Con lo borde que puedes llegar a ser nos jugamos que quien sea se marche y nos deje aquí.
–Ni hablar. Hablaré yo.
Una destartalada y vieja furgoneta azul paró ante ellas con las luces encendidas. Su salvación. Era su salvación. Cuando la puerta se abrió, el gesto de Victoria cambió. ¡Qué diablos hacía él allí!
–Niall -gritó Bárbara al reconocerlo-. Gracias a Dios que nos has encontrado.
Al verlas, Niall se relajó. Llevaba buscándolas horas. Algo que no reveló.
–Pero ¿qué hacéis aquí? ¡Madre mía! – se mofó Niall al verlas en aquel estado-. A vosotras qué os pasa ¿os gusta estar todo el santo día mojadas?
–¡Bastante te importará a ti, paleto! – respondió Victoria con altivez.
–Pero vamos a ver, niñata caprichosa -gritó Bárbara en español-. Que te calles. ¡Que cierres el pico!
–¡Por todos los santos! – murmuró Niall, que contuvo la risa al ver el coche-. ¿Qué le habéis hecho al coche?
La imagen del coche era deplorable. Nada tenía que ver con el lujoso Audi con el que salieron del hotel por la mañana. Estaba sucio, medio hundido en un barrizal, sin capota e inundado de agua. ¡Increíble! Lo habían hecho en sólo unas horas.
–Mira, Niall -sonrió Bárbara, entendiéndole-. Si te lo cuento, no te lo crees.
–Será interesante escucharlo -sonrió él abriendo la portezuela trasera, de donde salió un Border Collie que rápidamente Bárbara saludó con afecto.
–¡No! – gritó Victoria al ver cómo este se le acercaba- ¡Que no se acerque a mí! ¡No! ¡No!
–Stoirm -llamó Niall-. Ven aquí.
El perro le obedeció sentándose junto a él, momento en el que Niall se percató del miedo con que Victoria miraba a Stoirm.
–¿Cómo nos has encontrado? – preguntó Bárbara.
–Ha sido casualidad -explicó sin profundizar demasiado-. Voy a visitar a mis abuelos y siempre suelo parar en el lago Lochy.
–Ah… -recordó Bárbara-. Es cierto. Esta mañana lo comentaste.
Niall, sin poder apartar sus ojos de Victoria, observó cómo sus ojos asustados miraban a Stoirm, que era el perro más tranquilo que había conocido en su vida.
–No le tengas miedo -señaló preocupado por Victoria-. Stoirm es un buen perro.
–Si no te importa -aclaró Victoria-. Preferiría que guardáramos las formas.
–¡Que me aspen! – masticó él al escucharla-. Perdona, señorita, pero no soy yo quien necesita ayuda. Te recuerdo que en este momento no trabajo para nadie. Por lo tanto, ten cuidado, guapa, no te vayas a quedar aquí.
–Vicky ¡cierra el pico! – regañó Bárbara-. O te juro que me piro con Niall y te dejamos aquí por borde y antipática.
Tras un silencio incomodo por parte de todos, fue Victoria la que habló.
–¡Tengo frío! ¿Podrías llevarnos a algún lugar donde podamos llamar a una grúa y volver al hotel?
–Pues… va a ser que no -sonrió Niall-. Lo siento, pero no.
–¡¿Cómo?! – gritó Victoria andando hacia él.
En ese momento Niall se dio cuenta de que cojeaba.
–Te falta una bota -preguntó a punto de carcajearse. ¿Qué había pasado allí?
–¿Qué pretendes? – gritó Victoria encarándose con él-. ¿Dejarnos tiradas aquí y marcharte con tu asquerosa furgoneta?
–Mi asquerosa furgoneta es lo único que tienes para salir de aquí. Por lo tanto, será mejor que te calles antes de que me suba en ella, y te deje aquí tirada a merced de las inclemencias del tiempo. ¡Dame tu bota!
–Ni lo sueñes -gritó mirándole con altivez-. Sólo tengo una y no te la voy a dar.
Aburrido de aquella mujer, se agachó e izándola en su hombro dijo a Bárbara.
–¿Serías tan amable de quitarle la botita a la princesita?
Bárbara, tras abrir la cremallera del botín, se lo entregó, momento en que Niall la posó en el suelo. Pero la rabia de Victoria la hizo acabar con su culo en el barro.
–¡Bruto! – ladró ella-. Te juro que me las vas a pagar. ¡Estúpido!
Sin hacerle caso Niall llamó a Stoirm, que tras oler el botín, comenzó a ladrar.
–Busca Stoirm. ¡Busca! – animó él.
El animal comenzó a olisquear y en menos de dos minutos, tras meterse en un charco, apareció con el botín. Cogido en su boca lo llevó hasta Niall, quién con palmadas en el lomo y un beso en la cabeza se lo agradeció.
–Aquí tienes tus botines, princesita -dijo, tirándoselos de malos modos.
Con la rabia anidada en el cuerpo, Victoria los cogió, se puso el seco y el otro empapado y lleno de barro lo dejó en su mano.
–Vicky -susurró Bárbara-. Mamá te enseñó educación ¿no crees?
–No te preocupes Bárbara -gritó Niall sacando de la trasera del vehículo dos mantas y tras darle una a Bárbara dijo-. A partir de este momento, si la princesa quiere algo se lo va a tener que ganar. Me tiene harto con sus tonterías, con sus malos modos y sus terribles modales. ¡Eres insoportable, mujer!
–Lo llevas claro, paleto escocés -retó Victoria, mientras observaba la cara de Niall-. Por mí, te puedes ir al diablo.
Tras decir aquello Victoria se sintió fatal. Sabía que su comportamiento estaba siendo ridículo. Pero a veces su carácter la dominaba a ella, y esta vez, era una de ellas.
–Muy bien -asintió Niall dejando la otra manta atrás-. Vamos Stoirm. Nos vamos a casa. Pronto comenzará de nuevo a llover.
El perro, sin dudarlo, de un salto montó en la furgoneta. Bárbara permaneció al principio dudosa pero ante una señal de Niall se montó en el asiento del copiloto. En aquel momento solo estaba a la intemperie Victoria, quien con el reto en los ojos les miró.
–¿Vais a dejarme aquí?
–Eso depende de ti -indicó Niall sentado al volante de vehículo-. Si quieres subir a mi asquerosa furgoneta, utiliza las palabras mágicas.
–¡Antes muerta! – gritó, haciendo que Bárbara maldijera en voz baja y Niall apretara con sus manos el volante.
Tras unos segundos de silencio, fue Niall quien ladró.
–¡Estoy esperando! Y no voy a esperar mucho más.
Callada, Victoria les observaba. Su cara reflejaba la rabia que sentía.
–Niall -susurró Bárbara bajito al oír cómo éste arrancaba al fin el coche-. No puedo irme y dejarla aquí sola. Mi madre me mataría y yo no podría vivir a causa de los remordimientos.
–Tranquila. Si es lista -respondió mirándola-, y creo que lo es, sabrá reaccionar a tiempo.
Victoria sonrió. Nunca se atreverían a dejarla sola y desamparada. Pero al ver que comenzaban a moverse su seguridad se resquebrajó. ¿Se atrevían a abandonarla allí, en un lugar repleto de vacas?
–Niall. ¡Para, que me bajo! – rogó Bárbara-. Mi hermana es muy cabezona. ¡No la conoces!
–Psss, calla-indicó él mientras observaba el espejo retrovisor.
–¡Maldita sea! – gritó Victoria tirando el botín Gucci contra la furgoneta-. ¡Por favor! Para. ¡POR FAVOR!
En ese momento Niall frenó en seco, y Bárbara respiró.
–Menos mal, aún le queda cordura -dijo en voz baja.
Apeándose del vehículo, Niall le pidió a Bárbara que se mantuviera ahí. Aquella española no podría con él.
–No viajaré junto a ese bicho -gruñó Victoria volviendo al ataque.
Al escuchar aquello Niall no supo si reír o arrancar y marcharse. Aquella mujer era peor que un dolor de muelas. Nunca se rendía.
–Stoirm no bajara -sentenció Niall clavándole la mirada-. Si quieres venir con nosotros tienes dos cosas que hacer. La primera es volver a usar las palabras mágicas. Y la segunda viajar junto a Stoirm.
La lluvia había comenzado de nuevo a caer y les calaba. Tenía frío. Pero la mirada ceñuda de aquel hombre la hacía estremecer. Aquellos ojos verdes, y esa boca carnosa y sinuosa, que la había besado, la confundían. Por lo que apartando la mirada murmuró.
–Por favor. ¿Puedes llevarme?
Aquel tono de voz, tan diferente al que continuamente usaba, hizo que Niall se ablandara. Aquella mujer era la misma que le había besado y le había casi abierto su corazón, mientras estuvieron encerrados en el ascensor. Aquella mujer era quien le estaba quitando el sueño desde el día que la conoció. Aquella mujer le gustaba demasiado, y eso le molestaba.
–Por supuesto que te llevaré -asintió Niall, deseando abrazarla-. Cuando quieras puedes entrar. Stoirm estará encantado de tener compañero de viaje.
–Escucha, Niall. Yo me cambiaré de sitio -gritó Bárbara-. A Vicky le dan pánico los animales -señaló, intentando excusar a su hermana, quién continuaba bajo la lluvia.
–De acuerdo, Bárbara -asintió Niall, y volvió su mirada a Victoria-. Hazme un favor, princesita. Entra y mantén tu boca cerrada, si no quieres que de una patada te saque de mi asquerosa furgoneta.
Cogiendo el botín del suelo, Niall se lo tiró a Victoria que lo cazó en el aire y, contuvo sus enormes ganas de tirárselo a la cabeza. ¿Quién se había creído ese tipo que era?
Con la poca dignidad que le quedaba y cojeando por la falta del botín, rodeó la furgoneta. Abrió la portezuela, se sentó y cerró de un portazo. Momento en que Niall le tiró encima una manta, que ella tomó para abrigarse, murmurando apenas un audible ¡gracias!
Pasados unos segundos se abrió la puerta. Una pequeña mujer de ojos claros les saludó desde el umbral
–Esperad aquí un momento -indicó Niall con voz profunda.
Bajándose del coche, con una encantadora sonrisa, fue hasta la mujer que sin dudarlo le abrazó con cariño.
–Dichosos los ojos que te ven, mi amor -saludó la anciana de rostro ajado por los años, años que habían respetado una tierna mirada.
–Hola, abuela -saludó Niall tan efusivamente como lo había recibido.
–¿Por qué no avisaste de que venías? – le regañó, señalándole con el dedo-. Tu abuelo dirá que podríamos haber calentado la casa antes de tu llegada, y llenar la nevera.
–No sabía que iba a venir hasta hace poco. ¿Cómo está el abuelo?
–Delicado, pero bien -asintió sonriente-. Ya sabes, luchando como un oso.
–Lo que me imaginaba -sonrió, y tomándola de las manos dijo-. Necesito hablar con vosotros. Aparte de Rous, ¿hay alguien más en la granja?
–¡Por todos los demonios, Niall! – susurró la mujer, asustada-. No iras a darme un disgusto. Mira que no tengo ganas de sermones.
–No, Ona, tranquila -sonrió al ver su cara.
–En este momento sólo está Rous -y fijándose en la furgoneta preguntó-. Pero mi amor ¿quiénes son esas muchachas que esperan en la furgoneta? ¿Traes novia?
–De eso precisamente quería hablarte -sonrió al verla emocionada-. Pero Ona, no te emociones que nada tiene que ver con lo que estás pensando.
Niall, tras mirar hacia la furgoneta, entró en la casa con la mujer. Necesitaba su ayuda.
Desde el coche, Victoria, arropada con la manta, continuaba callada.
–Vale. De acuerdo. Cargo con todas las culpas que quieras -dijo Bárbara-. Si quieres mañana llamo al conde y le cuento lo ocurrido.
–No, Bárbara -respondió su hermana-. Ya has hecho bastante. Por lo tanto, ¡cállate! Antes de que…
En ese momento la puerta de la casa se abrió. Apareció Niall, la anciana de antes y una muchacha joven.
–Bárbara -susurró Victoria-. Dime que no nos vamos a quedar aquí.
Pero Niall, acercándose hasta ellas con una extraña sonrisa, abrió la puerta de Victoria y les dio la bienvenida.
–Bienvenidas a mi hogar, señoritas.
La cara de Victoria era un auténtico poema. ¿Cómo se iba a quedar allí?
En ese momento Stoirm saltó desde la parte trasera de la furgoneta y, pasando por encima de ella que gritó asustada, saltó al suelo.
–Qué lugar más alucinante -exclamó Bárbara, mientras un rayo cruzaba el cielo. Con cuidado bajó de la furgoneta y saludó a las dos mujeres, quienes con amabilidad la acompañaron al interior.
–¿Piensas dormir en el coche? – preguntó Niall dirigiéndose a Victoria.
–Quiero volver al hotel -dijo hundiéndose en el asiento de la furgoneta.
–Creo que eso de momento va a ser imposible -le respondió él.
–Pero yo no puedo dormir ahí -no pudo evitar señalar la casa en tono despectivo-. No conozco a esas personas, no me gusta la casa. Es vieja, y parece sucia.
–Disculpa, princesita -respondió Niall, molesto-. La casa de mis abuelos es vieja, pero por tu bien, omite decir delante de mi abuela que crees que su casa está sucia, porque te aseguro que como digas eso te arrepentirás.
–No pienso moverme de aquí.
–De acuerdo -asintió Niall, y alejándose añadió-. Que pases buena noche. Ah… y abrígate, con lo empapada que estás no dudo que tendrás frío.
Victoria lo vio alejarse cargado con un pequeño trolley color azul. Le llamó la atención la marca Victorinox. Una marca suiza bastante cara. Aquella maleta era muy parecida a una que le regaló a Charly. Pero no le cabía la menor duda que sería una mala imitación de mercadillo. Segundos después salió Bárbara, que dando unos golpecitos a la ventanilla le indicó que la bajara.
–Vicky. ¿A qué coño estás esperando para entrar?
–No pienso hacerlo.
–¡Dios, qué cruz! – gritó Bárbara-. Vamos a ver Vicky; estás empapada y con barro hasta en las orejas. Tienes frío. Hambre. Y aún así ¿vas a quedarte aquí?
–Qué parte de la palabra no, no entiendes. ¿Acaso crees que voy a entrar a esa horrorosa casa, y voy a confraternizar con esas dos mujeres rurales?
–Eres… eres… -suspiró Bárbara regresando a la casa-. ¡Que te den morcillas so pija! Congélate mientras yo estoy calentita, limpia y cenadita.
Verla desaparecer le molestó. Pero según pasaban los minutos, la noche caía y el motor de la furgoneta se enfriaba, comenzó a dudar. ¿Debería de entrar?
En el interior de la casa Bárbara se había duchado y cambiado de ropa. Ona, la abuela de Niall, se había desvivido por hacerle agradable su estancia allí y Rous, la muchachita de aspecto masculino, la observaba muy callada. En dos ocasiones Ona intentó salir en busca de Victoria, pero Niall no la dejó. Si quería entrar sería ella la que tendría que llamar a la puerta.
Sobre las doce de la noche, el viento era frío y la lluvia torrencial. Niall comenzó a incomodarse. ¿Cómo podía ser tan testaruda aquella mujer? Por lo que, maldiciendo, salió al exterior y tras abrir la puerta de la furgoneta, agarró a Victoria, que estaba dormida, y despertándola de malos modos la hizo andar delante de él hasta el interior de la casa.
Tan sorprendida estaba por aquella intromisión en su sueño que cuando quiso reaccionar el calor de la chimenea la envolvía y la cara sonriente de Ona le ofrecía un caldito caliente que ésta aceptó sin dudar. Estaba congelada.
Bárbara, al ver a su hermana allí, se relajó, y Ona, viendo el cansancio de aquella pobre muchacha le indicó que la siguiera para mostrarle dónde podía dormir. Detrás de ella, como una sonámbula, se fue Bárbara, que estaba deseando meterse entre sábanas calientes.
En el salón, el fuego de la chimenea comenzó a calentar el cuerpo de Victoria, que con disimulo observaba cómo Rous no dejaba de mirar por la ventana y cómo Niall no paraba de echar leña en la chimenea.
–Esta miel casera te hará bien.
Dijo Ona, acercándose con un bote en una mano y una cuchara llena de miel en la otra.
–No, gracias -rechazó-. No me apetece.
Victoria, con gesto altivo miró hacia Niall, que con ojos graves había visto cómo Ona dejaba la cuchara y el tarro de miel sobre la mesa.
–Deberías quitarte el barro del cuerpo -señaló Ona volviéndose hacia ella-. Puedes ducharte si quieres.
–¿Tienen ducha? – preguntó incrédula.
–Claro, hija mía -asintió Ona sonriendo mientras agarraba a su nieto para que no soltara alguna insensatez.
Esa muchacha parecía bonita a pesar de la costra de barro seco que cubría su cuerpo.
–Me llamo Victoria -dijo en un perfecto inglés mirando a la mujer.
–Soy muy mala para los nombres, hija mía-señaló Ona-. La cabeza, ya sabes…
A sus 80 años, y a pesar de la vitalidad que en ella había, olvidaba los nombres, en especial, los que no le interesaban. Algo que no le importaba mucho, pero preocupaba a los que la querían.
–No te preocupes, Ona -señaló Niall dándole un cariñoso beso en la mejilla-. Yo tengo cuarenta y también los olvido -y volviéndose hacia Victoria dijo-. ¿Acaso crees que todavía nos bañamos una vez al año y en el río? – increpó, ganándose una recriminadora mirada de su abuela.
–Ah… ¿Pero tú conoces el jabón? – señaló Victoria para jorobarlo.
–Y tú -siseo Niall-. ¿Conoces la amabilidad?
–¡Eres un garrulo!
–Y tú una pija insufrible.
–Ven conmigo, muchacha -sonrió Ona-. Te daré ropa limpia y podrás ducharte.
Sin mirar ni contestar a Niall, Victoria se levantó y siguió a la anciana. Tras subir por unas estrechas escaleras de madera, le indicó la habitación donde dormiría. Posteriormente fueron hasta un baño limpio, arreglado, pero sin grandes lujos.
–Este jabón es muy bueno -dijo la anciana-. Lo trae mi Niall de Edimburgo. Aquí tienes un albornoz limpito, unos calcetines y un par de toallas. Como le he dejado un pijama a tu hermana, he cogido uno de Niall para ti.
–No se preocupe -asintió horrorizada mirando lo que había encima del pijama.
–Ah… siento tener que dejarte ropa interior de la mía. No es bonita, pero sí práctica. Rous utiliza calzoncillos, dice que está más cómoda. ¿Necesitas algo más?
–No, gracias.
Al cerrar la puerta en la que no había pestillo y quedarse sola en el baño, miró a su alrededor. Todo era viejo y sin marca. Demasiado usado para su gusto. Cogió la braga con las puntas de los dedos, y horrorizada la examinó. ¿Acaso creía esa anciana que se iba a poner aquellas bragas de cuello alto?
Mirando los botecitos de jabón, sonrió con maldad. Aquel jabón era del hotel, al igual que el albornoz.
«Te voy a aplastar por ratero», pensó Victoria.
Tras quitarse el sucio traje, y casi llorar al ver cómo estaba, se metió con cuidado en la ducha. No quería rozarse con nada, aunque poco después tuvo que contener un suspiró de placer al notar el agua caliente recorrer su piel. Poder quitarse el barro seco del pelo y del cuerpo en aquel momento era un auténtico placer.
De pronto sintió que la puerta del baño se abría y que alguien entraba en el baño acompañado por una ráfaga de aire frió.
–¡Estoy yo! – gritó Victoria molesta.
–Lo siento -dijo una débil voz masculina-. Será un segundo.
Acto seguido escuchó vomitar a alguien. Algo que le repugnó.
¿Qué más podía ocurrir?
Pero al escuchar los jadeos de angustia de ese alguien, los recuerdos acudieron a su mente como una montaña de arena. Odiaba recordarlo, por lo que quitándose lo más deprisa que pudo el jabón del cuerpo se puso el albornoz, y al abrir la cortina, se quedó paralizada con lo que encontró.
Sentado en el suelo, junto al WC, un enorme anciano con un pijama a rayas respiraba con dificultad.
–No se preocupe -jadeó el hombre-. Le prometo, muchacha por San Fergus, que no la miraré.
Victoria observó cómo el hombre tapaba sus ojos con la mano. Aquello, a pesar de lo extraño y grave de la situación, le hizo sonreír tímidamente. Pasados unos segundos el gigante de barbas blancas intentó levantarse, pero estaba pálido y sus grandes manos le temblaban tanto que le era inútil. ¿Qué le ocurría?
–¿Está usted bien? – preguntó Victoria, agachándose junto a él.
–Eso creía -murmuró el anciano desviando la mirada-. Lo siento muchacha. Creí que no había nadie.
Victoria observó algo conocido para ella en los ojos de aquel hombre. Aquellos ojos reflejaban tristeza, humillación y, si cabe, dolor. Sin pensárselo, se agachó junto a él y con el esfuerzo de los dos consiguieron que éste se sentara en la taza de WC. Después, tomando una toalla y mojándola con agua, Victoria, se la pasó al hombre con cuidado por la cara, momento en que por primera vez el hombre la miró y sonrió.
–Lo siento, muchacha -volvió a repetir-. De verdad que lo siento.
–No se preocupe, por favor -aquel hombre le gustaba. No sabía por qué, pero le gustaba-. ¿Está usted mejor? ¿Quiere que avise a alguien?
–Eres una de las españolas ¿verdad?
–Sí -sonrió-. Veo que Niall le ha informado de que tiene invitadas. Aunque le agradecería que no me contara lo que le ha dicho de mí, así me evitaré decirle lo que pienso yo de él.
–Es un buen muchacho -sonrió el anciano, orgulloso-. Algo testarudo, pero un hombre de provecho.
–Es su nieto ¿verdad?
–Sí -asintió con rotundidad, y extendiendo la mano dijo- Mi nombre es Tom Buttler.
–Encantada señor Buttler, mi nombre es Victoria Villacieros.
–¿Victoria? Qué nombre más positivo -sonrió el anciano-. Pero no me llames de usted que me hace mayor. Soy el marido de Fiona, y sólo te diré una cosa respecto a mi nieto. No saques conclusiones aceleradas. Te equivocarás.
–Encantada de conocerle -sonrió y cogió aquella temblorosa mano-. En cuanto a su nieto. Tranquilo. Espero perderle de vista pronto para no equivocarme.
–Me encantaría continuar está charla contigo -indicó el anciano-. Pero tengo que volver a la habitación. Como Ona se entere de que he venido al baño sin avisarla se enfadará.
–Será nuestro secreto. Le ayudaré a volver sin que su mujer se entere -sonrió Victoria.
Abriendo con sigilo la puerta del baño, Victoria sacó su empapada cabeza y tras comprobar que todo estaba tranquilo agarró de la cintura al gigante y con pasos cortos pero seguros llegaron hasta la habitación que había al fondo del pasillo. Al entrar en aquella cálida estancia Victoria se sorprendió y, tras ayudarle a entrar en la cama, observó la habitación con curiosidad. Aquella cama tallada con dosel era una maravilla. ¡Era preciosa! El gran hogar encendido estaba bordeado por madera tallada de roble. A un lado un gran ventanal, ahora cerrado, tenía una deslumbrante cortina veneciana en color Burdeos. Al otro lado del hogar, una bonita librería, junto a un sillón orejero también burdeos y una mesita de lectura daban un toque de distinción a la habitación, que podía haber estado en cualquier lado menos en esa casa perdida en el campo.
–Tom -dijo sorprendida-. Tienes una habitación preciosa.
–Gracias -asintió mirando su alrededor-. Todo lo que ves lo ha hecho mi Niall para nosotros.
–¿En serio? – murmuró más que preguntó Victoria, incrédula, admirando el fino tallaje del dosel.
–Mi nieto es un artista -añadió Tom con orgullo.
–De la cuerda floja -señaló Victoria haciéndole sonreír.
El anciano la miró con ojos llenos de ternura.
–¿Qué hace una mujer como tú en tierras escocesas?
–Vine por trabajo -dijo ella sin dejar de observar la habitación.
–Si yo tuviera cuarenta años menos y fueras mi mujer -indicó haciéndola sonreír-, no te permitiría viajar sola. Y menos a Escocia.
–No estoy casada, Tom. Soy una mujer trabajadora, libre de compromiso y eso me da derecho a elegir dónde quiero ir.
–¿Y cómo es posible que sigas soltera? No entiendo a los hombres de hoy en día.
–Los tiempos cambian, Tom -señaló sin profundizar en el tema.
–¿En España no valoran lo que es una mujer?
–No sabría qué responderte a eso -dijo acercándose-. En España, como en el resto del mundo, una mujer libre, lista e independiente, asusta.
En ese momento se escucharon risas, y a alguien subiendo por las escaleras.
–Tom, me marcho -susurró ella, yendo hacia la puerta-. Si no al final te descubrirán.
–Victoria ¿volverás para charlar conmigo?
–Mañana me marcharé. Pero prometo venir antes a despedirme de ti.
Cuando se quedó sólo en la habitación, Tom sonrió. Niall no tenía un pelo de tonto. Su nieto era más listo de lo que él pensaba.
De nuevo en el baño, se miró en el espejo. Estaba horrorosa y lo peor de todo, no tenía su crema antiarrugas Christian Dior con ácido ascórbico.
¡Dios qué orejas tengo! Murmuró ahuecándose el pelo.
Debía llamar al Hospital Montepríncipe en cuanto regresara a España. El doctor Zurriniaga de Vascongrelos, el cirujano que le hizo la liposucción, tenía que hacerle una otoplastia ¡urgente! Odiaba sus orejas.
Hastiada y aburrida de su imagen al natural, cogió la parte de arriba del pijama y estuvo a punto de chillar al ver el dibujo.
–¡Tomates! – murmuró incrédula-. ¡Me voy a poner un pijama con tomates!
Acostumbrada a utilizar maravillosos pijamas de Moschino, DKNY o Armani, normalmente de seda, aquel pijama de franela indocumentado, plagado de tomates rojos, era peor que ponerse una copia barata de mercadillo.
–Pensaré que son tomatitos Cherry -murmuró con un gemido-. Eso me hará sentir mejor.
Convencida de que aquello era su única opción, se puso la parte de arriba. Le llegaba hasta la mitad de los muslos. Solo eso le valía de camisón. Eso sí. De tomates Cherry.
–Oh, Dios mío… Oh, Dios mío. Ni mi madre lleva esto -susurró escandalizada, mientras cogía con cuidado la enorme braga blanca de algodón.
–¿Cómo voy a ponerme esto?
Pero al final, a pesar de que le chirriaban los dientes, se la puso. No podía andar por el mundo sin bragas. El problema era que igual que se las ponía, se le caían. Le estaban enormes, al igual que el pantalón, por lo que, acordándose de los apaños que siempre hacía su madre, se quitó la goma del pelo que llevaba en la muñeca y le hizo un gurruño -palabra oriunda del pueblo de su madre- se sujetó las bragas.
Con valor, y tras contar hasta cuarenta consiguió mirarse al espejo. ¿Aquella era ella? Estaba patética. Cualquier que la viera en ese instante, pensaría que era una pueblerina profunda en vez de la jefa de publicidad de la prestigiosa empresa R.C.H.
¿Cómo había podido llegar a aquella situación?
La imagen de su hermana se cruzó en su mente. ¡Ella era la culpable de todo!
Necesitaba con urgencia volver a Edimburgo para conseguir ropa en condiciones y localizar al conde. ¿Qué habría pensado por el desplante? Si en su empresa se enteraban de lo ocurrido, sería el fin de su carrera.
–Princesita -dijo la voz de Niall golpeando la puerta-. ¿Te falta mucho?
–No -respondió avergonzada.
¿Cómo iba a salir así?
Estaba horrible con aquel enorme y horroroso pijama de tomates, por muy Cherry que fueran. Eso sin comentar las tremendas bragas de cuello alto.
–Me gustaría darme una ducha antes de que amanezca. ¿Sería posible?
Aquel odioso hombre sólo quería provocarla. Y no. Aquella noche no iba a conseguirlo.
–Si me metes prisa -respondió apoyándose en la pared-. Puede que consigas ducharte para las navidades del 2020.
–Ah, sí. ¡Esas tenemos! – siseó Niall, y son pensarlo dos veces abrió la puerta a lo bestia-. Entonces permíteme que mire el espectáculo hasta el 2020. Por lo menos me divertirá el payaso contratado para el evento.
–¡Cromañón! – espetó intentando no gritar. Tom estaba cerca-. ¡Sal de aquí inmediatamente! Tu abuela puede venir y pensar lo que no es.
–No te preocupes -respondió y cerró la puerta tras de sí-. Mi abuela me conoce, y sabe que tú no eres mi tipo de mujer.
–Déjame salir -pidió Victoria cogiendo la ropa sucia del suelo.
–¿Ahora tienes prisa? O quizás tienes miedo de estar a solas conmigo como el otro día en el ascensor.
Ella hizo como que no le había oído.
–¿Dónde puedo guardar mi ropa? Todo es de marca y necesitará pasar por el tinte cuando volvamos a Edimburgo.
Ahora el sordo era él.
–Vaya. Qué curioso… ese pijama de tomates me suena.
Estaba preciosa. Sin pizca de maquillaje, y con el pelo mojado retirado de la cara, era un espectáculo muy sexy.
Vista así no parecía la agresiva mujer que había conocido.
–Me lo dejó tu abuela -se defendió-. Y no son simples tomates. Son tomates Cherry.
Aquello le hizo sonreír. ¡Tomates Cherry! Era tan pija que necesitaba catalogar la clase de tomate que llevaba el pijama para justificar su valía.
–¿Sabes? – dijo dando un paso hacia ella-. Ese pijama me lo regaló Ona, hace años para Navidad. Mi deber moral me hace decirte que no es de marca, a pesar de que los tomates sean Cherry.
–Déjame salir -dijo, sintiéndolo demasiado cerca.
–Te dejaré salir cuando pagues el alquiler del pijama.
Al escuchar aquello Victoria estuvo a punto de gritar. Aquel tipo era un prepotente engreído. Por lo que dando un paso hacia atrás, se alejó todo lo que pudo de él, mientras Niall, divertido, observaba cómo ella cambiaba de color. Le gustaba rabiosa.
–Mira, hombre de las cavernas -resopló, deseando matarlo allí mismo-. Daría lo que fuera por no estar aquí. Daría lo que fuera por no llevar tu horroroso pijama. Daría lo que fuera incluso por un cepillo de dientes, pero…
–Yo daría lo que fuera porque te callaras y me besaras -dijo interrumpiéndola. Sin moverse, Victoria vio cómo Niall le quitaba la ropa sucia de las manos y la atraía hacia él. Consciente de cómo el tacto y el sabor de los besos de aquel idiota comenzaban a hacerle perder fuerza, intentó resistirse, pero no lo consiguió. Le gustaban sus besos. No sabía por qué. Pero le gustaban, y eso comenzaba a asustarla.
Ajeno a los pensamientos de Victoria, Niall devoraba con pasión aquellos sabrosos labios. A pesar de la resistencia que ella opuso al principio, era consciente de cómo poco a poco comenzó a mover su lengua junto a la de él. Notó cómo le mordía el labio inferior y soltando un gruñido de satisfacción él se lo mordió a ella. Niall llevaba deseando besarla desde que la vio partir por la mañana del hotel, y tenerla allí, tan preciosa e indefensa, lo había hecho irresistible.
Inclinándose sobre ella, puso sus manos bajo sus hombros, y alzándola la colocó contra la puerta, momento en el que Victoria le miró tan extasiada que le hizo arder de deseo. Niall la sujetó contra la puerta, y con cuidado metió sus fuertes manos bajo la camiseta del pijama, y pronto sus manos toparon con la tela sobrante de las bragas haciéndole sonreír, mientras Victoria respondía a sus besos con verdadero ardor.
Con una sonrisa de lobo hambriento en su boca, la separó de él. Le apetecía seguir seduciéndola, pero aquello sólo le traería más quebraderos de cabeza. Su propósito no era aquel. Por lo que recuperando su autocontrol a pesar de tenerla ante él cómo una gatita mansa, se preparó para un nuevo ataque.
–Con esto me doy por satisfecho, princesita.
Al escucharlo, Victoria abrió los ojos.
¡¿Cómo?! Estuvo a punto de gritar.
Pero al ver su sonrisa profidén, lo entendió. Sólo pretendía humillarla. Así que cogiendo con rabia la ropa del suelo, le señaló con el dedo.
–No vuelvas a hacer lo que has hecho.
–¿Por qué? Parecía que te gustaba -susurró divertido-. Mi habitación es la segunda de la derecha. Si te apetece un rato de buen sexo, estaré encantado de hacerte un hueco en mi cama.
Victoria, rabiosa como una leona que ha perdido a sus cachorros, iba a responderle cuando notó cómo algo le resbalaba por las piernas hasta caerle a los pies.
«Oh Dios mío, que bochorno», pensó al ver la mirada divertida de Niall y las horrorosas bragas hechas un gurruño a sus pies.
–¡Uau… princesita! – rió a carcajadas-. Nunca a nadie se le habían caído las bragas al suelo tan rápido ante una invitación a mi cama.
Ella notó cómo la cólera y el bochorno le tintaban la cara de rojo.
–Antes se congela el infierno que acostarme yo contigo -bufó avergonzada y agachándose, sacó los pies y las cogió.
Se sentía como una caldera a punto de estallar, y así se dirigió hacia la habitación que le había indicado Ona. Por todo el camino le persiguieron las carcajadas de aquel idiota, que no dejó de oír hasta que una vez dentro cerró la puerta. Allí vio a Bárbara dormida en una enorme cama. Sin querer pensar ni mirar a su alrededor se puso de nuevo las bragas, se hizo el gurruño, se metió en la cama, y tapándose hasta las orejas, se durmió.
Se sentó en la cama y comenzó a restregarse los párpados mientras se despejaba. Fue entonces cuando notó que algo pastoso y húmedo chocaba con su mano. Al abrir los ojos vio pegada a ella la cabeza peluda de Stoirm, el maldito perro de Niall, que al escuchar el gritó desesperado de Victoria, saltó al suelo algo incómodo.
–¡Fuera de aquí, bestia salvaje! – volvió a gritar, mientras el animal, sentado a los pies de la cama, la observaba.
–Buenos días, hermanita -la saludó Bárbara, entrando por la puerta, mientras Stoirm decidía que estaba aburrido y salía de la habitación- ¿Por qué has gritado?
–Esa bestia. Estaba a punto de atacarme -su tono de voz no conseguía ser normal.
–¿Stoirm? – se sorprendió Bárbara-. Pero si ése es del pelaje tranquilo de Óscar. Por Dios, Vicky, si les miraras a los ojos te darías cuenta de cómo son.
Pero la cara de susto y de asco de su hermana decía que no pasaba por su cabeza dedicarse a ver qué había en las pupilas de aquellos monstruos peludos y babosos.
–Toma -desistió y le tendió la ropa-. Aquí tienes ropa limpia y seca. Vístete y baja a desayunar. Ona hace unas tostadas con mantequilla que te van a dejar muerta.
A su vez Bárbara se puso un peto vaquero enorme, una camisa verde y un jersey rojo, además de unas botas de plástico azul
–¿De qué vas vestida? – preguntó Victoria, horrorizada por el aspecto de su hermana.
–De granjera -sonrió Bárbara-. Me encanta. Estoy calentita y me encuentro bien. Por cierto. Muy chulo tu pijama de tomates. ¡Es divertido!
–Son tomates cherry -aclaró.
–Si tú lo dices -se carcajeó al escucharla. Era irremediable.
Con horror, Victoria miró lo que su hermana le había puesto encima de la cama. Tras ver que eran una falda azul de pana, un jersey verde de ochos y unas botas como de pocero preguntó.
–¿Qué es esto?
–Ropa limpia -respondió Bárbara.
–¿De qué temporada?
–Sin duda del Medievo -le ponía los sarcasmos a huevo-. ¡Joder Vicky! Vístete y punto.
–¿Pero de quién es esa ropa?
–No sé -contestó Bárbara-. Oí algo de una difunta.
–¿Difunta? ¿Dónde está mi ropa? – gritó Victoria apretando los puños.
Si su hermana y los demás pensaban que se iba a poner aquella horterada de mala calidad y con más años que Tutankamon, lo llevaban claro.
–Vicky -suspiró Bárbara-. No te quejes. Nuestra ropa está en la lavadora y Ona nos ha dejado lo que ha podido.
–¿En la lavadora? – gritó Victoria al pensar en su traje-. Mi traje Versace y la camisa de Carolina Herrera… ¿Están en la lavadora?
–Cómo diría el Fiti de los Serrano ¡Mayormente!
Levantándose como un resorte, sin importarle la pinta que llevaba, salió disparada escaleras abajo. No podía ser. No podía creer que la única ropa que tenía estuviera dando vueltas y vueltas dentro de un bombo de metal.
Sin saludar a nadie entró en la cocina, y clavando su mirada en la lavadora, pudo ver cómo su traje de Versace se retorcía en un mar de espuma blanca.
–Esto es una pesadilla -gimió a punto de llorar, sin percatarse de cómo la miraban todos-. Primero el coche. Luego el móvil. Más tarde el portátil. Ahora el traje. ¿Qué más puedo perder? ¿Qué más me puede pasar?
–Princesita -tosió Niall conteniendo la risa-. Creo que acabas de perder otra vez las bragas.
–¿Otra vez? – Bárbara tenía curiosidad por saber a qué se había referido.
–¡Oh, Dios! – gritó Victoria horrorizada y, agachándose sin decir nada más, las cogió e hizo un gurruño dentro de su mano, para que no se vieran.
Niall, que almorzaba junto a su abuelo y un par de mozos, dejó de reír a carcajadas. Aquella muchacha cuanto más desastrosa y enfadada estaba, más preciosa se ponía.
«Algo no me funciona bien», pensó Niall concentrándose en su desayuno.
–Buenos días, Victoria -saludó Tom tras dar a su nieto un empujón, pero la muchacha estaba tan furiosa que no le oyó.
–Buenos días, hija mía -saludó con cariño Ona-. ¿Has dormido bien?
–¿Cómo se le ocurre meter mi traje en la lavadora? – gritó a la anciana-. Ese traje se lava en seco.
–¡Ay, Dios! No lo sabía -se disculpó la anciana.
–¿Sabe cuánto cuesta ese traje? – volvió a gritar Victoria.
–Vicky -intervino Bárbara-. Basta ya.
–Pero… pero… ¿Aquí todo el mundo está chalado? – gritó Victoria sin hacerle caso-. Ese traje cuesta mil quinientos euros, que en libras serán más de mil.
–¡Por todos los santos! – susurró asustada Ona, mientras apagaba la lavadora-. Hija mía, no lo sabía.
–Fui yo quién le dijo a Ona que lo lavara -aclaró la voz de Niall a su espalda.
Volviéndose hacia él, mientras echaba humo por las orejas, vio un atisbo de diversión en sus ojos. ¿Qué le pasaba a ese hombre?
–Muchacha -intervino Tom-. Estoy seguro de que Niall lo hizo sin maldad.
–Vicky -susurró Bárbara en español-. Controla la vena del cuello y tu lengua de víbora, que estoy temiendo lo peor. Recuerda que esta gente nos ha dado cobijo gratis sin pedir nada a cambio.
Por desgracia aquellas palabras llegaron tarde.
–Eres un maldito… un maldito cabronazo -ladró Victoria mirando a Niall, quién con una tranquilidad pasmosa volvía a sentarse en la silla-. Eres retorcido y prepotente. Y te juro que antes de que yo vuelva a España vas a pagar por todo lo que estás haciendo.
–Princesita. No jures lo que nunca cumplirás -indicó Niall.
Ona miró a su marido, quien con un gesto divertido no perdía prenda de lo que sucedía entre su nieto y la española.
–Te voy a aplastar como a un gusano -siseó Victoria señalándole.
–¡Por todos los santos! Qué genio tiene la española -susurró Tom a su nieto.
–Lady Dóberman -se mofó Niall y señalándola dijo-. Ten cuidado con tus movimientos si no quieres mostrarnos también tu precioso trasero.
Con la poca dignidad que le quedaba, se bajó la camiseta y alzando la barbilla como una princesa, salió de la cocina, donde continuaban las carcajadas. ¡Había sido bochornoso!
Unas horas después el hambre comenzó a hacerle temblar las manos. Victoria llevaba metida en aquella habitación casi tres horas. Se negaba a bajar, y por supuesto se negaba a utilizar la ropa que la esperaba encima de la cama. Desde la ventana de la habitación vio a Niall salir acompañado por dos hombres y por su hermana, cuando unos golpes en la puerta llamaron su atención.
–¿Se puede? – preguntó Tom
–Sí. Por supuesto -asintió Victoria.
–Te he traído un vaso de leche con galletas. ¿No tienes hambre muchacha?
–No mucha -mintió agarrando la bandeja-. Pero te lo agradezco Tom.
–Anda, anda, come algo o enfermarás -animó el anciano sonriendo.
–La leche ¿es desnatada?
–No muchacha. Es leche de vaca, concretamente de mi Geraldine.
–¡Oh, Dios! – dijo Victoria soltando la taza-. Esta leche ¿ha pasado las normas de sanidad e higiene?
Al decir aquello y ver la cara del anciano, se arrepintió y cogiendo de nuevo la taza dio un trago que le supo a gloria.
–Esta exquisita, Tom. Gracias.
–Oye muchacha. Ona y yo sentimos lo del traje, y queremos que no te preocupes, nosotros te lo pagaremos.
–¡Por favor… Por favor! – se alarmó al escucharle-. Eso no lo voy a consentir. Me he comportado cómo una estúpida e iba a pediros disculpas por cómo me he puesto.
–Y luego está este nieto mío.
–¡Oh, no me lo menciones! – gruñó Victoria al recordarlo. Sin darse cuenta dio otro trago de leche que le estaba resultando exquisita.
«Estáis hechos el uno para el otro», pensó Tom sonriendo, pero levantándose dijo,
–Muchacha, mis tripas dicen que tengo que dejarte. Hasta luego.
–Hasta luego, Tom -sonrió al verle desaparecer.
Sobre las dos de la tarde un olor a estofado de carne comenzó a llegar hasta ella. Eso hizo que sus tripas gritaran amenazando con torturarla si no las alimentaba. Tras coger de malos modos aquella ropa, decidió ponérsela. Pero cuando vio unos calzoncillos dentro del montón su humillación creció y los tiró contra la pared. ¡No pensaba ponérselos!
Pero el hambre aumentó, por lo que cogiendo los calzoncillos se quitó las enormes bragas de Ona, y se los colocó bajo el resto de la ropa. Con cautela fue hacia el baño, donde se lavó los dientes con el dedo y se cogió con la goma una coleta alta. Mirándose en el espejo puso un puchero. La cara le tiraba. Necesitaba su crema Dior reafirmante de día, el contorno de ojos y su maquillaje de Elizabeth Arden. Pero convencida de que en aquella casona no conocerían nada de eso, suspiró y bajó.
–Hola, hija mía -saludó Ona al verla entrar-. No creo que tarden mucho en llegar los hombres para comer.
Sin decir nada, Victoria se sentó. El hambre la mataba, pero no estaba dispuesta a confesarlo.
–Veo que la ropa que encontramos para ti te sienta bien -y mirándola preguntó-. ¿Estás más tranquila ahora?
–Sí señora -respondió molesta y avergonzada.
–En referencia al traje -confesó la anciana-. No fue Niall fui yo. Lo vi tan sucio que…
–No se preocupe, señora. No pasa nada.
–Oh sí… sí pasa -insistió Ona-. Ganar mil libras cuesta mucho esfuerzo y trabajo, hija. No te preocupes. Le diré a Niall que el próximo día que vaya al pueblo, saque esa cantidad de mi cuenta. Yo te lo pagaré.
Al volver a escuchar aquello Victoria se sintió mal. Aquella mujer, sin conocerla, le había abierto las puertas de su casa y no se merecía que ella se lo hubiera pagado así.
–Señora…
–Llámame Ona -susurró, dándole unas palmaditas en las manos.
–Ona, antes hablé con Tom y le dije que no voy a aceptar vuestro dinero, pero sí necesito que aceptes mis disculpas por cómo te he hablado está mañana. No tengo excusa, lo sé. Pero no sé qué pasa, todo me sale mal.
–¿Por qué dices eso, hija? – señaló la mujer sentándose a su lado.
–Porque sí. Los días que estuve en Edimburgo han sido un completo desastre -omitió contar los episodios con Niall-. Ayer tenía una reunión el conde Colum McKenna. ¿Lo conoces?
–Sí hija -asintió, sintiéndose una traidora-. Por estas tierras todos lo conocemos.
–A esa reunión no llegué por culpa de mi hermana -prosiguió angustiada-. Luego el maldito coche se hundió en el barro. Las vacas nos atacaron, y todas mis herramientas de trabajo, el móvil, el portátil, el GPS… Todo se perdió.
–¿Las vacas os atacaron? – preguntó Ona sorprendida.
–Sí -asintió con un puchero-. Se comieron el techo del coche y…
–No creas nada de lo que te dice, Ona -dijo Niall entrando en la cocina, seguido por Rous y Tom-. Conociéndola seguro que fue ella quién atacó primero a las pobres vacas.
Al escucharle se tensó.
Los sentimientos que estaban aflorando junto a Ona la habían dejado demasiada tocada, y sin poder remediarlo, posó su cabeza encima de la mesa comenzando a golpearse y a gimotear.
Ona, con un gesto serio, regañó a su nieto, mientras Niall perdió su sonrisa, incrédulo por lo que estaba viendo. ¡La mujer de hierro estaba llorando! Entonces… ¿Tenía corazón?
En ese momento entró Bárbara junto a Doug y Set, quienes se quedaron clavados en la puerta al ver la estampa.
–Vicky -corrió Bárbara junto a su hermana-. ¿Qué ha pasado?
–No te preocupes, hija mía -señaló Ona tranquilizándola-. La tensión de lo ocurrido ayer y de no llegar a una reunión con un tal conde McKenna la ha desbordado.
Al escuchar aquel nombre con disimulo todos se miraron.
–Ese conde es un buen jefe y tiene un particular sentido del humor -se mofó Doug, quién junto a Set estaban al tanto del engaño.
–Y un cabezota -asintió Tom sonriendo.
–Mi hermana tenía ayer una reunión de negocios con ese tipo -aclaró Bárbara-. Pero por mi culpa no llegó.
–Hola a todo el mundo -saludó Robert, entrando para sorpresa de Bárbara y de todos en la cocina.
–Hola Robert, corazón mío -saludó Ona, feliz de verle.
–¡Por San Fergus! Mi otro hombretón -sonrió Tom dándole un abrazo. Después, miró a las muchachas y añadió-. Este es Robert, mi otro nieto.
–¿Sois hermanos? – preguntó Bárbara.
–Oh…, no -sonrió Tom- pero como si lo fueran. Niall es hijo de nuestra hija Isolda y de Colum… -tras carraspear ante la mirada de advertencia de Niall, terminó- y Robert lo es de nuestra hija Isabella y de Patrick.
–¿Pero qué ven mis ojos? – sonrió Robert para cortar el tema-. ¿Qué hacéis vosotras aquí?
–Chico -señaló Bárbara encantada con aquella aparición- eres como el kétchup, estás en todas las salsas.
–¿Os conocéis? – disimuló Tom ante los gestos de Ona.
–Sí abuelo -sonrió Robert.
Encantado, Tom guiñó un ojo a Ona quien con una sonrisa le ordenó callar mientras Victoria continuaba dándose pequeños golpes contra la mesa.
–Pues a mí el conde me parece una buena persona -prosiguió Set.
–Sí -asintió Doug-. Además de un rompecorazones.
–¿En serio? – se mofó Niall al escucharle-. Esa faceta del jefe no la conocía.
–Le encantan los Brownies -asintió con timidez Rous.
–¿De quién habláis? – preguntó Robert.
–Del conde McKenna -informó Ona, y al ver su cara intuyó que estaba tan metido en el ajo como Niall.
–Ufff…, no me digas más -silbó Robert mirando a Niall-. ¿Recuerdas la última vez que estuvimos de pesca con él?
–Sí. Lo recuerdo -asintió Niall advirtiéndole con la mirada.
Cuantas más cosas oía del conde más se desesperaba Victoria.
–Tengo que marcharme -dijo Victoria, secándose las lagrimas con el pañuelo de Ona-. Necesito volver al hotel. Seguro que el conde ha dejado algún aviso para mí. Tengo que conseguir hablar con él antes de que se enteren en mi empresa -miró a Niall y preguntó-. ¿Podrías llevarme hasta el pueblo más cercano?
Al escuchar aquello, el escocés la miró. Deseaba perderla de vista, pero un extraño sentimiento le hacía retenerla.
–No. Imposible -respondió con rotundidad, ganándose una sonrisa de su abuelo.
–Pero yo necesito regresar a Edimburgo -protestó Victoria.
–Pues ya sabes, princesita -señaló Niall-. Búscate la vida.
Las chispas que saltaron entre aquellos dos iban a producir un cortocircuito. Todos los miraron, pero nadie dijo nada hasta que Ona, incomoda, rompió el silencio.
–Robert, pensé que no regresarías hasta el viernes.
–Y yo Ona. Y yo -asintió con una sonrisa-. Pero traigo una nota del conde.
–¿Para mí? – preguntó Victoria al escuchar aquel nombre.
–No -respondió Robert-. Para Niall.
–¿Para Niall? – exclamó Bárbara.
–Me tiemblan las piernas, muchacho -se mofó Tom mirando a Robert-. Déjame que me siente.
Victoria cada vez entendía menos. ¿Qué tenía que ver Niall con el conde?
Sin quitarle el ojo de encima vio cómo éste abría la carta, y tras leer unas breves líneas, maldijo en voz alta.
–¿Qué pasa, tesoro? – preguntó Ona, deseando tirarle el cucharón a la cabeza.
–Otra vez se ha marchado de viaje -respondió cogiendo un vaso de agua-. Quiere que me ocupe de todo hasta su vuelta.
–Este conde -asintió Tom, con una sonrisa-, vive como un príncipe.
Sin saber de lo que hablaban, Victoria se acercó a Niall y arrancándole la carta de las manos, la leyó.
Estimado Niall,
Las fábricas de plata de México han reclamado mi presencia. Estaré fuera un tiempo. No sé si será una semana, un mes o tres días. En todo caso, y como siempre, quedas al mando de todo.
Un saludo
Conde C. N. McKenna
Tras mirar a su hermana y verla tan sorprendida como ella, suspiró. Aquello no podía estar ocurriendo. Aquel idiota con cara de merluzo que llevaba días amargándole la existencia era la única persona que podía convencer al conde para que firmara el contrato.
–No me lo puedo creer -susurro Victoria-. ¿Tú conoces al conde?
–Son íntimos -se mofó Tom, ganándose una mirada de disgusto de su mujer.
–Trabajo para él -respondió Niall alejándose, pero ella le siguió- y si mal no recuerdo, es tu amigo también ¿verdad?
–Sí, claro -asintió Victoria avergonzada. No pensaba decir la verdad.
–¿Conoces al conde McKenna, Victoria? – preguntó incrédulo Tom.
–Sí -añadió ella rascándose la cabeza-. Digamos que somos viejos amigos.
–Estos jóvenes, cada día están más locos -protestó Ona alejándose.
–Pues Niall -aclaró Robert-, es la mano derecha del conde. Cuando él no está, mi primo es el jefe.
«Tierra trágame», pensó Victoria.
La sonrisa de Niall, y sus ojos divertidos, lo confirmaron todo. Se sentía con poder.
Cada vez que alguno de aquellos trogloditas apoyaba la chapa de la cerveza contra la mesa, y daba un golpe seco para abrirla, les hubiera gritado y hasta asesinado. Lo hacían adrede. Lo sabía. Todas las cervezas se abrían en su lado de la mesa.
«Esto me costará una úlcera», pensó Victoria.
Niall, ajeno a sus pensamientos, parecía contento. Se reía a carcajadas ante los comentarios de su abuela, mientras Robert disfrutaba charlando con Bárbara. Ni una sola vez la miró ni se dirigió a ella. Ahora tenía él la sartén por el mango y lo iba a utilizar.
A pesar de los instintos asesinos que sentía hacia él cada vez que hablaba en gaélico para que ella no se enterara, intentó no matarlo. Si lo asesinaba el contrato nunca se firmaría y eso, una mujer como ella, no lo iba a consentir.
Era una experta en conseguir los mejores tratos. Sabía cuándo tenía que reírles las gracias a los clientes para conseguir lo que ella quería. Debía tener tacto, por lo que al acabar la comida y ver que Niall se disponía a marcharse junto a Set y Doug, sin pensárselo, le detuvo.
–¿Podríamos hablar un segundo?
–No tengo tiempo, guapa -respondió pasando por su lado.
–Niall -dijo cogiéndole del brazo. Eso sí le paró-. Necesito hablar contigo.
–¿Niall? – repitió sorprendido.
Era la primera vez que lo llamaba por su nombre, y cómo sonaba en su boca, le gustó. Pero su reacción le sorprendió a sí mismo.
–Me has ascendido de categoría. Ya no soy «el bufón» «el payaso» o «el cromañón» -reprendió viendo cómo ella se contenía- Puedo continuar, pero prefiero no hacerlo, porque me dan ganas de meterte en la furgoneta y dejarte tirada donde te encontré.
Escuchar aquello, y sobre todo escucharlo mientras todos miraban, era bastante humillante. Mirándole a los ojos vio cómo se desfogaba. Aquella sensación no le gustó. Por primera vez en su vida Victoria fue consciente de su forma de hablarle a los demás y en especial de la impotencia que les hacía sentir.
–Niall. Necesitaría hablar de negocios contigo.
–Lo siento, princesita -dijo alejándose malhumorado-. De negocios no hablo. Tendrás que esperar al conde.
–De acuerdo -gritó perdiendo la paciencia-. ¿Cuándo volverá tu jefe?
–No lo sé -se dio la vuelta para mirarla-. Quizá una semana. Tres como mucho. El conde es un hombre responsable. No creo que esté mucho tiempo alejado de sus deberes.
–Lo esperaré -gritó dándose la vuelta-. Lo esperaré y hablaré con él.
–¿Habéis terminado de copular verbalmente? – susurró Robert, pasando por su lado.
Niall lo miró extrañado, pero al volver su mirada hacia ella y verla marchar con aquel genio, le hizo sonreír.
¿Era masoquista? No. No lo creía.
Pero la fuerza que aquella mujer irradiaba le tenía tan fascinado y malhumorado que estaba comenzando a no saber en realidad qué quería.
El claxon de la furgoneta llamó su atención. En aquel momento Robert se despedía de Bárbara y subía a la furgoneta con los muchachos. Él también se encaminó hacia allí. Tenían cosas que hacer.
Rous, que estaba junto a la puerta, vio a Victoria acercarse.
–¿Y tú qué miras? – gritó Victoria de malos modos.
–Nada -susurró la muchacha, desapareciendo de su vista.
Con la vena del cuello a punto de estallar, Victoria subió las escaleras de dos en dos cuando se encontró con Ona.
–¿Qué te pasa hija mía? – preguntó la mujer al verla alterada.
–Ona. No te enfades por lo que te voy a decir. Pero a veces cogería a tu nieto y lo ahogaría.
–Te entiendo -asintió la mujer-. A veces yo misma me he arrepentido de no haberlo hecho cuando era un bebé.
Aquello les hizo sonreír.
–¡Ona! – llamó Rous desde la cocina.
–Dime, hija -gritó desde la escalera.
–¿Ha venido ya el cartero?
–No. Aún no. Pero no creo que tarde en llegar.
Al escuchar aquello Victoria sonrió. ¡El cartero! Debía estar alerta. Con un poco de suerte quizás aquel hombre podría sacarlas de allí.
Una hora después, mientras charlaba con Ona y con Bárbara, sentadas en la cocina, el cartero apareció. Victoria estuvo a punto de gritar de alegría al verlo aparecer con un coche. Aquello la podría alejar de aquel mundo rural.
–Ona. ¿Crees que el cartero nos puede llevar hasta el pueblo más cercano? – preguntó Victoria.
–Me imagino que sí -asintió la mujer-. Pero… ¿para qué quieres ir al pueblo?
–Necesito volver a Edimburgo. Esperaré al conde allí.
–¿No podríamos quedarnos unos días más aquí? – protestó Bárbara.
–No -bufó Victoria.
–Oh, qué pena -se decepcionó Ona-. ¿Por qué te quieres marchar tan pronto?
–Es una aburrida aguafiestas -protestó Bárbara.
Victoria, con una dura mirada, ordenó callar a su hermana quién sacando la mano derecha le hizo un gesto con el dedo que no le gustó.
–Creo que deberíais esperar a que Niall regresara -señaló la anciana.
–Ona. No lo tomes a mal. Pero yo no tengo que esperar a nadie -respondió Victoria con su habitual gesto de superioridad.
–Venga, Vicky. Un par de días, mujer -gimió Bárbara.
–Mira, Bárbara, quédate tú. Yo necesito volver al hotel.
Acostumbrada a los suspiros de su hermana, Victoria miró a la anciana.
–Ona. ¿Podrías preguntarle al cartero si nos puede llevar?
La anciana, tras mirarla, asintió. Sabía que aquello a Niall no le gustaría, pero no podían retener allí a las muchachas contra su voluntad. Por lo que levantándose se alejó.
–¡La madre que te parió! – protestó en español Bárbara-. Con lo bien que estamos aquí. No entiendo por qué narices tenemos que volver al hotel.
–¡Mírame! – gruñó Victoria-. ¿Has visto la pinta que tengo? Sí ¿verdad? Pues perdona hermanita, pero no estoy dispuesta a que el conde regrese y me encuentre así. Además. Necesito un baño caliente, y alejarme de ese cromañón antes de que termine con mi paciencia y cometa un asesinato.
–¿Sabes, Vicky? – indicó su hermana canturreando-. Creo que te gusta Niall.
–Oh… sí -asintió incrédula-. Y a la boda asistirán Goofy y Pluto.
–¡Quién sabe, hermanita! puede que hayas encontrado a tu hombre ideal.
–No voy a hablar de algo que no merece la pena hablar -respondió Victoria cortando el tema. Ona se acercaba.
Apenas habían sido dos días, pero cuando se despidió de Ona y de Tom, a Victoria se le encogió el corazón. No estaba acostumbrada a mostrarlo, pero aquellas personas se lo habían arrebatado.
–Creo que a Niall no le gustará que no estés cuando vuelva -señaló Tom.
–Mira, Tom -indicó Victoria tras besarlo-, lo que le guste o no a tu nieto, es lo que menos me importa.
–Que tengáis buen viaje, tesoros -sonrió Ona.
–Adiós -se despidieron las muchachas alejándose hacia el coche.
Ona y Tom se miraron, y cuando creyeron que estaban lo suficientemente lejos fue el anciano quién habló.
–Esa española, con esa fuerza y ese carácter, es la mujer de Niall.
–No comiences, viejo cascarrabias, con tus planes casamenteros -sonrió Ona, pero mirándole con una sonrisa dijo-. ¿Y qué te parece la otra para Robert?
–¡Son magníficas! – asintió emocionado-. Dios me ha dado vida para conocerlas.
–Dios te ha dado vida para eso y para mucho más -sonrió Ona dando un cariñoso beso a su marido.
Sacando la mano por la ventanilla del coche del cartero ambas se despidieron y éste las llevó hasta el pueblo de Dornie, donde tras hablar el cartero con la mujer de la tienda, avisó a un taxista vecino que sin dudarlo las llevó hasta Edimburgo.
Al anochecer Niall y Robert regresaban cansados. Tras una dura tarde de trabajo Robert había conseguido convencerlo. Debía escuchar a la española, y dejar que el conde tomara una decisión.
Cuanto antes solucionara el problema, antes se marcharía. Pero al llegar y saber que se habían ido, su convencimiento se nubló.
–Lo siento, chicos -protestó Ona al escucharlos-. Esas muchachas querían marcharse, y yo no soy nadie para retenerlas aquí. Además -dijo señalando a Niall-. Tú dijiste con muy malos modos que se buscara la vida.
–Podrías habernos avisado -indicó Robert decepcionado. Saber que Bárbara estaba allí le había alegrado el día. Aunque le había fastidiado la noche.
–Niall -dijo Tom, tomando la mano de su mujer-, si yo tuviera cuarenta años menos y mi amada Fiona no existiera, esa española no se me escapaba.
–Esa mujer es una bruja -respondió Niall malhumorado-. Una tirana sin educación.
–Pues quién lo diría, hijo -sonrió Ona a su marido-. Para ser una tirana que no tiene educación te estás preocupando demasiado por su ausencia. De todas formas, Niall, ella se marchó a Edimburgo hasta que el conde regrese. Contigo, cariño mío, no tiene más que hablar.
–¿Sabes, Ona? – respondió Niall cogiendo las llaves de la furgoneta-. El problema para ella es que yo aún no he dicho mi última palabra.
–¡Ése es mi chico! – sonrió Tom viéndolo salir. Había acertado. La española le gustaba.
Tras pagar al taxista, se dieron una ducha y durmieron encantadas, disfrutando del lujo y el confort que el hotel les ofrecía.
Al día siguiente, tras despertarse pasadas las cuatro de la tarde Victoria comenzó a hacer balance de todo lo perdido, mientras tomaban unas cervezas.
–Necesito con urgencia un portátil y un móvil.
–Son casi las cinco de la tarde Vicky. Creo que lo tienes difícil.
–Para eso tengo una secretaria -dijo marcando el número de Susana, que con rapidez tomó nota de todo lo que su jefa pedía y se encargaría personalmente de que llegara a Escocia al día siguiente.
–¡Qué nivel, Maribel! – se mofó Bárbara.
–Necesito reemplazar lo perdido -insistió tras colgar, cogiendo el vaso de cerveza-. Menos mal que suelo tener copia de seguridad de todos mis documentos. Y sobre todo ¡menos mal, que la copia se quedó aquí!
–¡Ostras, Vicky!
–¿Qué pasa?
–Esta noche juega el Atlético de Madrid contra el Liverpool.
–¡Qué emoción! – se mofó al escucharla.
–¡No me lo puedo creer! – dijo divertida-. Tú eras la mayor colchonera de la peña.
–Eso fue hace tiempo -respondió con desgana.
–No me jodas, Vicky -y llevándose las manos a la cabeza gritó-. No te habrás hecho del Madrid ¿verdad?
–Eso nunca -sonrió al ver el gesto de su hermana-. Mi vida ha podido cambiar en muchas cosas. Pero papá me enseñó a adorar al Atlético de Madrid y eso es inamovible
–Ufff… menos mal. Por unos segundos temí lo peor. El relamido era del Madrid ¿verdad?
–Sí, pero nunca supo que yo era del Atlético.
–Entonces, qué -se mofó Bárbara- ¿sufriendo en silencio, como las hemorroides?
–Más o menos -se carcajeó Victoria al escucharla-. Oye por cierto, fue una pena que Torres se marchara al Liverpool.
–Calla… Calla… Que menudo disgusto tuvimos en la peña. ¿Cómo lo pudieron consentir?
–Poderoso caballero… ¡Don dinero!
–Pues yo estoy convencida de que Torres volverá. Creo que lleva los colores del Atlético de Madrid grabados en el corazón -asintió Bárbara, golpeándose el pecho-. Sería genial verlo jugando con Agüero, Pernia, Forlán, Perea, Camacho… ufff… ¡Sería la leche!
–¿Sabes, Bárbara? Nunca le haría eso a papá -dijo dando un trago de cerveza.
Su padre había sido el mayor colchonero del mundo. El mayor indio y el mayor hincha del Atlético de Madrid.
–Hoy juegan en el Vicente Calderón. Seguro que estaría allí -asintió Bárbara mirando a su hermana-. Oye ¿podríamos ir a verlo?
–Seguro que lo ponen por la tele -indicó Victoria con su elegante pijama de Moschino, mientras cogía el mando.
–Por qué no vamos al pub de la otra noche -sugirió Bárbara-. Seguro que allí es más divertido. Habrá más ambiente.
–¿Tú quieres que nos linchen? El Liverpool es un equipo inglés, bonita.
–Sí. Pero estamos en Escocia, princesita -respondió Bárbara.
–¿Sabes? Llevo tiempo sin disfrutar de un partido como Dios manda -murmuró Victoria.
Durante los años que había sido novia de Charly, nunca se le ocurrió decir que era del Atlético. Era su secreto, y más cuando bajaron a segunda.
–Pues ya es hora ¿no crees? – animó Bárbara-. Vamos a pasarlo bien. Y, por favor, sé una hincha rojiblanca como papá te enseñó. Olvídate de clases, marcas y categorías por unas horas y disfruta del espectáculo.
Al escuchar aquello Victoria sonrió.
¡A la porra convencionalismos!
Era del Atlético de Madrid y aquel partido lo iba a disfrutar, por lo que calzándose sus vaqueros de Dolce y Gabanna, una camiseta blanca de Moschino y la sobrecamisa que días antes Niall le dejó, entre risas, las dos se dirigieron hacia el pub.
El ambiente aquella noche en el Mclean era animado. Victoria, al entrar, volvió a arrugar la nariz, olía a cebada. Ver un partido rodeada de gigantes escoceses al principio las intimidó. Pero cuando el Liverpool marcó gol en el minuto 14 y comprobaron que la gran mayoría de los asistentes iban con el equipo español, Bárbara y Victoria camparon a sus anchas.
Con el corazón en un puño, suspiraron aliviadas al ver cómo el Liverpool fallaba un posible gol, y aceptaron la invitación de dos pintas de Guinnes por parte de dos hombres.
–No me gusta nada el ritmo del partido. – Se quejó Bárbara.
–Pero vamos a ver -gritó Victoria, quién tras tres pintas comenzaba a estar chisposa-. ¿Por qué no sacan a Agüero? ¿Qué hace ahí sentado?
–Pobre Simao -suspiró Bárbara-. Por Dios ¡no dejan de agobiarlo!
A punto del infarto estaban cuando Forlán casi mete un gol. Eso hizo sonreír a los hombres que las habían invitado y que las observaban desde la barra.
–¡La madre que parió al arbitro! – gritó Bárbara-. ¿Cómo nos puede sacar tarjeta amarilla?
–Se la merecía tu jugador -respondió uno de aquellos tipos acercándose hasta ella-. Se la merecía por tirarse en el área.
–Yo que tu cerraría el pico, amigo -señaló Victoria molesta por aquello-. Si no quieres tener problemas con nosotras.
–De acuerdo, española -rió al escucharla, levantando las manos-. De acuerdo.
Segundos después aquellos hombres se presentaron. Sus nombres eran Quentin Spike y Joseph Lindelt. Dos ejecutivos de la General Motors que estaban de viaje de negocios en Escocia pero vivían en Londres.
El primer tiempo terminó, sacando el Liverpool la ventaja de un gol. Victoria, que se había desinhibido gracias a las cervezas, fue al baño, la vejiga le iba a explotar. Y tras mirarse en el espejo y ver que parecía una salvaje apenas sin pintar, en vaqueros y con aquella enorme sobre camisa militar sonrió.
«¡Si la vieran en el trabajo alucinarían!»
Sin saber por qué, pensó en Niall. Le hubiera gustado ver su cara.
«Maldito prepotente», pensó, aunque sintió una pequeña punzada al cavilar que no lo volvería a ver.
A su vuelta, Quentin se acercó hasta ella. Le atraía esa española y no pensaba desaprovechar la oportunidad.
La segunda parte del partido comenzó.
–Hombre. ¡Gracias a Dios! – aplaudió Bárbara al ver a Agüero en el terreno de juego-. Menos mal que Aguirre ha despertado.
–No tenéis nada que hacer. El Liverpool como equipo es superior -le susurró Joseph a Bárbara.
Pero antes de poder contestarle el Liverpool metió otro gol.
–¿Lo ves? No tenéis nada que hacer -asintió aquel tipo ganándose una oscura mirada de las dos hermanas.
Aunque segundos después, para satisfacción del Atlético de Madrid, el gol se anuló. Algo que hizo saltar a todo el pub de alegría, y en especial a ellas.
–¡Toma! Eso por listo -gesticuló Bárbara con el dedo mirando a Joseph.
Tras decir aquello los cuatro comenzaron a reír. Daba igual que no defendieran al mismo equipo. Aquella velada estaba siendo divertida, y Victoria estaba disfrutando del partido como llevaba tiempo sin hacer.
–¿Os apetece otra pinta de Guinness? – preguntó Quentin.
–Sí -asintió Victoria-. La verdad es que estoy muerta de sed.
–Iré contigo -Joseph le guiñó un ojo a Bárbara-. Así traeremos cuatro.
Sin apenas moverse, les vieron alejarse hacia la barra.
–Qué morbazo tienen estos ingleses -se guaseó Bárbara-. Y yo que pensaba que eran sosos y desnataos.
–Son agradables y correctos -asintió Victoria, sin dejar de mirar el partido-. Una estupenda compañía masculina.
Aquellos hombres, al igual que ellas, estaban de negocios en Escocia. Se les veía cultos y educados. Quentin era alto, moreno y con unos impresionantes ojos color avellana. Mientras Joseph era más bajo y con unas pestañas que quitaban el sentido. Ninguno era una belleza. Eran tipos normales. Pero tenían ese algo caballeroso que a las mujeres gustaba.
–¿Has visto qué sonrisa tiene Quentin? – preguntó Victoria a su hermana.
–Es igualita a la de alguien que tú y yo conocemos.
–¡Ni de coña! – respondió Victoria con la lengua más suelta de lo normal-. No le llega ni a la suela del zapato. Quentin es un caballero.
–Vicky… Vicky… ¡Que no me engañas! – sonrió al ver cómo aquella intentaba disimular-. No he dicho a quién se parece su sonrisa. Pero tú me has entendido. ¿En quién piensas?
–¡Gollllllll! – gritó Victoria sin poder contestar, comenzando las dos a saltar y el pub a vibrar.
Momentos después, el gol se anuló.
–¡A ése le han untado pero bien! – ladró Victoria incrédula por aquello.
–¡Joder, joder! – gritó Bárbara enfadada.
Quentin y Joseph regresaron con las pintas.
–Chicas, ¡lo siento! – susurró Quentin al ver sus caras de decepción.
–¡Tú! – señaló Bárbara a Joseph, que rió-. No se te ocurra decir nada o te juro que te tragas la pinta.
Estaban tan entretenidas con aquellos dos hombres, y en especial con el partido, que no se percataron de que desde hacía más de veinte minutos dos pares de ojos ceñudos las observaban. Niall y Robert frente a ellas en la oscuridad, apenas si podían mover un músculo sin pensar qué hacían con aquellos tipos.
–¡Qué curioso! – susurró Victoria con la voz un poco gangosa-. ¿Eso es un trébol?
–En Escocia es costumbre -aclaró Quentin cerca de su oído-. Dibujar en la espuma de las pintas de Guinnes un trébol. Y en mi familia se dice que quien sorprende con un trébol a una mujer, será bendecido con una estupenda noche de placer.
Victoria al escuchar y sentir el aliento de Quentin tan cerca, se encogió. Llevaba meses de abstinencia, sin tener sexo con nadie. A excepción de los besos de Niall. ¡Cómo besaba ese hombre!
Quentin creyendo que aquel gesto confirmaba su noche de placer, agarró a Victoria por la cintura y plantó un seco beso en su cuello, que la hizo estremecer, aunque no precisamente de pasión.
Bárbara, incrédula, miró la cara de su hermana. Estaba borracha, y tenía claro que si pasaba la noche con aquel tipo al día siguiente se arrepentiría. No lo permitiría. Así que con disimulo, grito y miró la televisión.
–¿Qué coño les pasa hoy a estos? No hacen más que perder balones y destrozar jugadas.
–Hoy no es vuestro día, española, dad gracias a que Torres está lesionado. Os hubiéramos metido cinco goles -señaló Joseph a Bárbara, quién consciente de cómo la miraba, supo que buscaría en ella algo más.
–Danos tiempo ¡desnatao! – respondió haciéndole reír-. Verás de lo que somos capaces los del Atlético. Además, te voy a decir una cosa. Si mi Torres está en el banquillo, es porque tiene lesionado el corazón. ¿Y sabes por qué?
–No. Dime -susurró acercándose a Bárbara, que no se retiró. Ante ella tenía el típico polvo de una noche, algo divertido y sin complicaciones.
–En Madrid hay un dicho que dice: «De Madrid al cielo, siendo del Atlético de Madrid, primero». ¡No lo olvides!
–No lo olvidaré -murmuró Joseph leyendo los pensamientos de aquella.
De pronto, sin necesidad de hablar, y conscientes de las necesidades y el deseo de cada uno, se creó algo extraño. Algo que a los dos pares de ojos que observaba entre las sombras no gustó.
–Vamos Forlán ¡vamos! – gritó Victoria descontrolada al verle disputar un balón por lo alto.
Y el momento más esperado y ansiado por fin llegó.
–¡GOLLLLLLLL! – gritaron Victoria y Bárbara, junto con el resto del pub, al ver a Simao batir a Reina en un tiro cruzado.
Pletóricas de alegría comenzaron a saltar. El Atlético de Madrid había empatado. Aquel acontecimiento se convirtió en una marea humana. La gente se abrazaba y felicitaba, momento en el que Quentin abrazó a Victoria y la besó. Pero apenas había plantado los labios en ella, cuando un nuevo tirón los separó.
«Qué asco de beso», pensó mareada, cayendo en brazos de otro hincha.
Pero no pasaron ni tres segundos cuando sintió que aquellos brazos que la sujetaban, no la dejaban respirar.
Tras pestañear y percatarse de quién la sujetaba, no supo que decir. Allí estaba el payaso, de nuevo mirándola con su gesto insolente.
Niall, que llevaba parte de la noche observando la chispeante alegría de Victoria con aquel tipo, no dijo nada. Los celos le consumían y cuando vio cómo el tipo plantaba sus labios en ella, lo hubiera matado. Así que agarró a Victoria de la mano y la alejó de allí para atraerla hacia él. Y ahora que la tenía desconcertada entre sus brazos, atrapó su boca y la devoró sin piedad hasta que ella, a punto de asfixiarse, lo empujó.
–Suéltame, bruto, que me ahogas. ¿Qué haces aquí? – peleó Victoria.
–Tengo que hablar contigo -bufó Niall molesto, ansiando algo más que ese beso-. Y tú, ¿qué haces dejándote manosear por ese imbécil?
–No tengo que darte explicaciones -contestó muy digna.
–¡Eres insoportable! – susurró Niall y sin poder detener su impulso, la volvió a besar, hasta que Victoria de nuevo lo retiró. Esa española le estaba volviendo loco.
–No vuelvas a besarme -dijo sin mucha convicción sintiendo que deseaba más. ¿Dónde estaba Bárbara?
Pero pronto la respuesta llegó hasta sus ojos. Dos pasos más atrás, su hermanita estaba besándose como una desesperada con Robert que, entregado a la pasión, la cogió en brazos y caminaba hacia la salida del pub…
–¿Quiénes son esos tipos? – preguntó Niall con gesto serio.
Quentin y Joseph les miraban con curiosidad. Pero no se acercaron. Algo que Niall agradeció. Bastante tenía con pelear con ella.
–Unos amigos -respondió Victoria pensando que su hermana y Robert se iban a asfixiar.
–Despídete de tus amigos. ¡Nos vamos!
–Pero vamos a ver ¿tú eres tonto? – gritó, intentando zafarse de la garra que le sujetaba-. ¡Suéltame! Yo no voy a ningún sitio contigo
–Escúchame -dijo atrayéndola hacia él-. Vas a salir conmigo de aquí.
–Ni lo sueñes. Y menos contigo.
Niall la miró desafiante. Estaba bebida, no borracha. Pero en sus ojos, sus mejillas, y sus palabras, se notaban algunas copas de más.
–Estoy viendo el partido con mi hermana y mis amigos -señaló Victoria retándole con las palabras-. Por lo tanto, suéltame ¡payaso!
–El partido ha terminado y yo no voy a marcharme de aquí sin ti.
Al escucharle decir aquello, su cuerpo entero se estremeció. No sabía qué le provocaba aquel hombre, pero su voz y su presencia conseguían que no dominara su propia voluntad. Su tacto y su mirada la excitaban, le calentaba todos sus instintos a unos límites tan insospechados, que se estaba comenzando a asustar. Era tal la lujuria que provocaba en ella, que si no hubiera sido porque él de nuevo habló, allí mismo le habría besado.
–O sales de aquí por tu propio pie -ordenó con voz ronca-, o te saco de aquí como tú ya sabes.
Aquello la despertó.
Adiós lujuria.
¡Hola enfado!
Provocaciones como aquélla la hacían reaccionar. No consentía que nadie le hablara así y menos aquel tipo que ya la había humillado varias veces. ¡Ni hablar!
–De acuerdo, princesita -asintió Niall con una sonrisa triunfal.
Antes de que ella pudiera hacer nada se la echó al hombro provocando de nuevo aplausos en el pub. Aquello se estaba convirtiendo en un ritual. Horrorizada, Victoria cerró los ojos y no los abrió hasta que el aire fresco de la noche golpeó su cara. Aunque está vez Niall, antes de soltarla, se aseguró de no recibir ninguna patada.
–¡Estúpido engreído! – gritó dando un traspiés.
En ese momento Victoria se percató de lo borracha que estaba. Todo giraba a su alrededor.
–¿Estás bien? – preguntó Niall agarrándola, pero ella de un manotazo se soltó.
–Estaré bien el día que te pierda de vista.
Con un incomodo silencio, Niall clavó la mirada en Victoria, mientras ella, con la boca abierta, miraba cómo su hermana y Roben aún continuaban besándose en la esquina de la calle.
–He pensado lo que ayer comentaste -intervino Niall.
–¿Has pensado? ¿De verdad? ¿Tú piensas? – se mofó, pero rindiéndose preguntó-. Vale ¿qué has pensado?
–Sobre el negocio que le quieres proponer al conde.
Al escuchar aquello Victoria rápidamente le miró.
¡Una pequeña luz! Sí. Sí.
Eso era lo que ella necesitaba oír y con rapidez su mente comenzó a trazar estrategias. Pero la pesadez de las pintas Guinnes le dificultaban pensar con claridad.
–Mañana hablaré con él -prosiguió Niall sin apartar sus ojos de ella-. Quizá pueda saber el tiempo que estará fuera. Explícame lo que quieres y yo se lo comentaré.
–¿Harías algo así por mí? – preguntó sorprendida.
–No lo hago por ti -aclaró Niall sus motivos-. Simplemente cuido los intereses de mi jefe, los intereses del conde.
–¿Dices que no volverá en tres o cuatro semanas? – gritó Victoria al escuchar las noticias de Niall.
–Si comienzas a chillarme -respondió Niall-, me levanto y me voy.
–Vale, vale -Victoria intentó calmarse.
Schirtufedo, el presidente de TAG Veluer, le había dado casi dos meses. Todavía había tiempo.
–Éste es el contrato ¿verdad? – Niall había cogido los documentos que descansaban sobre la mesa.
Victoria asintió.
–Necesito conseguir ese contrato para comenzar a rodar un anuncio publicitario.
–Pues creo que no lo vas a tener nada fácil -indicó Niall revisando las cláusulas.
–¿Por qué? – preguntó Bárbara, que hasta el momento había estado taciturna sentada junto a Robert.
–Voy a ser sincero contigo -señaló Niall dejando el contrato sobre la mesa-. La última vez que rodaron en el castillo, ocurrieron cosas.
–¿Cosas? – interrumpió Victoria-. ¿Qué cosas?
–Hubo varios desperfectos en el edificio y la productora no quiso hacerse cargo de ellos -señaló Robert.
–Pero nosotros podemos incluir una cláusula que recoja la subsanación y reparación de desperfectos durante el rodaje -insistió, apuntándose aquello en un papel.
–Lo intentaré -aunque la expresión de Niall no era de buen agüero-. Pero repito, no lo vas a tener fácil. El conde cree que la gente que se dedica a la publicidad, al cine, no valora las genuinas cosas de la vida. Piensa que vosotros utilizáis como si fuera de usar y tirar aquello que la gente respeta y cuida toda su vida, sin daros cuenta del trabajo, el esfuerzo y el tesón que hay detrás. Su obsesión es que el castillo de Eilean Donan perdure en el tiempo. Mi jefe está convencido que sois personas superficiales y sin escrúpulos, que con tal de conseguir lo que necesitáis sois capaces de vender vuestra alma al diablo.
–Prefiero no opinar -respondió Victoria, consciente de la verdad que encerraban aquellas palabras.
–Entiendo que no quieras opinar -prosiguió Niall-. Tu trabajo es comerle el cerebro a la gente a través de anuncios consumistas y sexistas, que luego son tan falsos como las propias vidas que lleváis.
–Te estás pasando -canturreó Bárbara al darse cuenta de la cara de su hermana.
–Seamos sinceros, princesita -indicó Niall clavándole la mirada-. Tú quieres conseguir algo que el conde tiene. ¿Verdad?
–Sí -Victoria se sintió de pronto acalorada con aquella mirada.
–Entonces debes ser lista y demostrarle que sabes valorar lo que él tiene y adora. Así él, podrá valorar tu empeño y tu trabajo.
Al escuchar aquello Victoria se tensó.
¿Qué le estaba proponiendo exactamente?
Porque ni loca. Ella no pensaba arrastrarse para conseguir el contrato. ¿O sí?
–¿Sabes la diferencia que existe entre vosotras y nosotros? – preguntó Robert entrando al trapo.
–No. Dímela tú -retó Victoria.
–¡Un momento! – intervino Bárbara-. Cuando dices diferencias. ¿Te refieres a que nosotras vivimos en una ciudad y vosotros en el campo?
–Más o menos -añadió Niall mientras, divertido, observaba la manera como Victoria se retiraba el pelo de la cara. Estaba preciosa y deseaba besar de nuevo aquellos labios tentadores con la misma pasión que los besó la noche anterior.
–La diferencia radica en las formas -respondió Robert.
–Y en la humildad y adaptación a cualquier medio -finalizó Niall.
Bárbara y Victoria al escuchar aquello se miraron.
–¿Qué cono están diciendo estos cromañones? – ahora fue Bárbara quien habló en español, con ganas de tirarles el vaso a la cabeza.
–Nada bueno -respondió Victoria, a quien le estaban entrando ganas de salir corriendo, pero necesitaba el contrato. Ella lo había prometido a sus clientes y a sus jefes.
–Nada de trampas, chicas -regañó Niall al oírlas hablar en español.
–¿Acaso crees que yo no podría hacer lo que tú haces? – preguntó Bárbara mirando a un esquivo Robert, quien al verla aparecer aquella mañana en lugar de saludarla con uno de los tórridos besos de la noche anterior, se había limitado a saludarla con la mano.
–Por supuesto que no -respondió Robert, dejando volar su imaginación.
–¿Me estáis queriendo decir que vosotros dos -se mofó Victoria-, sois capaces de hacer lo que yo hago, pero que yo no soy capaz de hacer lo que vosotros hacéis? ¡Qué estupidez!
–Te lo estoy demostrando ahora mismo -señaló Niall-. No creo que mi comportamiento sea diferente del de cualquier otra persona que ahora mismo esté sentada en el hotel.
–¿Vosotras podríais comportaros igual en nuestro medio? ¿En el campo?
–Sois patéticos -gruñó Victoria.
–Lo corroboro -asintió Bárbara gesticulando.
–¿Sabes, princesita? – prosiguió Niall-Años de trabajo me ha costado obtener el puesto que tengo junto al conde. Como podrás imaginar seguramente estoy acostumbrado a tratar con más gente y quizás de más alto nivel que tú.
–No me hagas reír -se mofó Victoria.
–A pesar de tu trabajo como alta ejecutiva y temerario tiburón en el mundo publicitario… ¿Serías capaz de ordeñar vacas, cuidar del ganado, sacar adelante con tus propias manos una granja o valorar una sonrisa? Tú, princesita ¿serías capaz de eso? – preguntó Niall sin dejar de mirarla.
«No. Creo que no», pensó Victoria horrorizada.
–Por supuesto que sí -señaló Bárbara dando un codazo a su hermana.
–Tampoco tiene que ser tan difícil -corroboró Victoria consciente de que mentía como una bellaca-. A ver si te crees que es fácil encontrar un eslogan para que una campaña sea líder de ventas. O ganar un premio Adwords de publicidad.
–Permíteme que me ría -sonrió Robert.
–En referencia a lo que dices -intervino Bárbara- imagino que hacer cualquiera de esas cosas es como todo, se aprende y punto.
–Acabas de dar con la solución para que el conde valore tu trabajo -indicó Robert con una sonrisa en los labios.
–¿Cómo? – preguntó Victoria algo confusa.
–Demuéstrale al conde que además de ser una eficaz publicitaria, eres capaz de hacer lo que él tanto valora -señaló Niall-. Demuéstrale que debe confiar en ti y firmar ese contrato.
Victoria, al escuchar a Niall, no supo si reír o llorar. Tras años trabajando en la publicidad había tenido que ingeniárselas de muchas maneras para conseguir la firma de contratos. Como la vez que necesito contratar el Circuito del Jarama para un anuncio y el promotor se empeñó en que ella tenía que darse una vuelta con él en aquella pista y en su potente Ferrari. Lo hizo. Aunque provocó que durante una semana no subiera en ningún coche. Si había conseguido sobrevivir a aquello, podría sobrevivir a esto también. Con la diferencia que esta vez serían varias semanas. Pero mejor valía eso que volver a España y tener que enfrentarse a los asociados con las manos vacías.
–¿Qué decides, princesita? – preguntó Niall al verla tan pensativa.
–Dos cosas que espero escuches bien -respondió Victoria cuadrándose en la silla-. La primera; no vuelvas a besarme ni a llamarme princesita. ¡Lo odio! Y la segunda, acepto el reto.
–¡Que Dios nos pille confesados! – susurró Bárbara, haciendo reír a Robert.
–En respuesta a lo primero que has planteado -señaló Niall disfrutando de aquel reto de miradas-. Lo siento, princesita, pero no estás en condiciones de exigir nada. Pero teniendo en cuenta que no eres la mujer de mis sueños sino más bien de mis pesadillas, tranquila. Tengo verdaderas preciosidades deseosas de besarme sin yo pedirlo. Y en referencia a lo segundo. Eres valiente y eso me agrada.
–No intento agradarte a ti, tío listo -respondió, consciente de lo que había aceptado y furiosa por lo que había escuchado-. Intento agradar al conde.
En cierto modo Niall le gustaba, algo que también le molestaba, y más teniendo en cuenta que con seguridad trataría de incordiarla una vez llegara a la granja.
Cuando se marchó Bárbara y se quedó sola, puso música en el equipo plateado que había en la suite y llamó al servicio de habitaciones pidiendo una ensalada y un agua sin gas. Pero segundos después volvió a llamar. Cambió el agua sin gas por una cerveza. La necesitaba.
Pasados quince minutos llamaron a la puerta. Era la cena. Como no tenía mucha hambre cogió la cerveza y un cigarrillo y decidió darse un baño. Eso la relajaría. Pero no fue así. Sólo podía pensar en Niall, en sus ojos y en su impertinente sonrisa.
Una vez salió del baño con el albornoz del hotel puesto, abrió la tapa de la ensalada y para su sorpresa, aquello no era una ensalada, sino un bistec con patatas.
¿Volvería a estar Niall tras aquella confusión?
Por lo que cogió el teléfono con una patata frita en la otra mano, llamó a recepción e informó del error.
Cuando colgó se miró en el espejo. Tenía el pelo aceptable y su imagen con el albornoz era sexy. Dos minutos después unos toques en la puerta le hicieron sonreír. Allí estaba él, por lo que abriendo la puerta con una sonrisa seductora se quedó petrificada cuando el camarero le pedía disculpas y le cambiaba el plato.
Cuando cerró la puerta no sabía qué le había molestado más. Si que él no hubiera provocado el error, o su absurdo deseo por verle.
En ese momento sonó el teléfono del hotel.
–Dígame.
–Hola, peluche.
Al escuchar aquello, la patata que tenía en la mano y que aún no había llegado hasta su boca cayó a la moqueta. Era Charly, ese alguien aparcado en su memoria a quien todavía dolía recordar, pero reponiéndose con rapidez contestó.
–Te he dicho mil veces que no vuelvas a llamarme así. Que te olvides de mí.
–Lo sé -asintió con voz tranquila-. Pero te echo de menos.
–Yo a ti no -respondió mientras cogía un cigarrillo. Hablar con Charly le tensaba.
–¿Cuándo vas a volver?
–No lo sé. Pero aunque lo supiera no te lo diría -se sentó y encendió el cigarrillo-. Aunque daría igual. Tu zorra particular te mantendrá informado ¿verdad?
–Victoria, cariño -susurró Charly-. No he vuelto a ver a Beth. Tienes que creerme. Aquello que ocurrió en el hotel, fue algo que…
–¡Basta! – gritó malhumorada-. ¡Basta ya! No quiero volver a escuchar tu patética explicación. ¿Cuándo vas a aceptar que lo nuestro se acabó? Que no quiero saber nada de ti.
–Te quiero, peluche -susurró haciéndole daño. En todos los años que estuvieron juntos, podía contar con los dedos de una mano las veces que le había escuchado aquella romántica palabra-. No puedo remediarlo. Te hecho de menos. Te necesito y…
–No quiero escucharte. Adiós.
Una vez colgó el teléfono, sus ojos se inundaron de lágrimas. ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿No se daba cuenta del daño que le hacía?
De nuevo sonó el teléfono. Aquello la enfureció.
–¿Sabes, Charly? – gritó al coger el aparato-. No quiero escucharte. No quiero oírte. Sólo quiero que te olvides de mí. Eres un mal nacido. ¡Déjame en paz! Olvídate que existo y que.,…
–Ehhhhh, Vicky. ¡Para el carro! – gritó una voz desde el otro lado del teléfono-. Soy Víctor. ¿Qué ocurre cariño?
–Hola, Víctor -aquella voz la hizo suspirar. Una voz amiga. Las lágrimas aún corrían por sus mejillas.
–Por lo que veo, el cretino de tu ex sigue dando la plasta.
No pudo responder. Un puchero contrajo su cara, y de su garganta salió un gemido seguido por el llanto. ¿Por qué lloraba? Aquello ya estaba superado. Ya no pensaba en él. Pero cuando creía estar fuerte, Charly atacaba y su parte sensiblera la destrozaba.
–Venga, Vicky. Odio encontrarte así y no poder hacer nada -se quejó Víctor sintiéndose inútil en la distancia-. Venga, cariño. Respira. Inspira. Respira. Inspira. Conmigo puedes llorar, gritar y maldecir, lo sabes ¿verdad?
–Sí -susurró Victoria secándose las lágrimas.
–Ahora sé buena y dile a Víctor qué ha hecho que estés llorando como un sobao pasiego, cuando tú eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida.
–Ya lo sabes.
–Victoria Villacieros Zúñiga -insistió Víctor-. Sabes que no nado en la abundancia, pero no voy a colgar el teléfono hasta saber qué te pasa. Hace un momento hablé con Marga y me contó una rocambolesca historia sobre vacas, pérdida de móviles, etc.
–Es verdad -susurró. Sentía nuevas ganas de llorar-. Todo lo que mamá te contó nos ha ocurrido. Pero mañana a primera hora me llegan dos móviles, y un portátil. Por cierto, tendremos los mismos números, díselo a mamá.
–Estoy esperando -canturreó Víctor.
A partir de ese momento Victoria relató punto por punto lo ocurrido desde su llegada a Escocia. Le habló de Niall y de Robert, y de su particular relación con ellos. Tentada estuvo de colgarle el teléfono al escuchar las carcajadas de aquel, mientras le contaba el episodio de las vacas comiéndose la capota, o del pijama de tomates cherry y las bragas de cuello vuelto.
–¡Por Dios, Vicky! – se secaba las lágrimas Víctor-. Lo que me estás diciendo es lo más divertido que me has contado nunca. Y dices que mañana os iréis a la granja hasta que llegue el conde.
–No tengo otro remedio. Niall dice que si quiero que el conde se fíe de mí eso es lo único que puedo hacer.
–¿Bárbara está cenando ahora con Robert?
–Sí. Se pondrá furiosa cuando sepa que has llamado y no ha hablado contigo. Quería contarte un montón de cosas.
–Ya imagino. Ya -sonrió al escucharla-. Oye. Por curiosidad. ¿Cómo es el cromañón ese de Niall? ¿Es guapo?
–Pssssss -susurró Victoria-. Nada del otro mundo
–¡Por dios, Vicky! – se mofó Víctor al escucharla tan dudosa-. Desde aquí veo cómo tu nariz comienza a crecer.
Al escuchar aquello Victoria sonrió tocándose la nariz. Víctor, al igual que Bárbara, la conocía bien. Por lo que decidió sincerarse.
–Lo que te voy a contar es top secret, y si alguien dice que ha salido de mi boca, lo negaré hasta la saciedad. ¿Entendido?
–¡Palabrita de Niño Jesús!
–Pues bien, Niall es el típico hombre en el que yo no me hubiera fijado en mi vida. Es alto, fuerte y algo rudo en ocasiones. Tendrá unos cuarenta años y es la mano derecha del conde. Creo que le gusta trabajar en el campo y es muy familiar. Tiene buen físico, pero no tiene pinta de ir al gimnasio. Su pelo es corto y castaño, con alguna canita que le proporciona personalidad.
–Por Dios, Vicky… ¡que interesantote lo pintas!
–Tiene unos ojos verdes de un color tan intenso que a veces parece que te traspasan. Sus labios son carnosos y suaves y tiene una bonita sonrisa seductora -sonrió al recordarle-. A todo ese cóctel de desbordante testosterona masculina añádele que es arrogante, prepotente, mandón, exigente, seguro de sí mismo, y un machote que presume de tener una enorme lista de mujeres deseosas de sus besos y de sus atenciones.
–¡Uau, qué morbazo! – exclamó Víctor.
Cuando terminó de describir a Niall, se dio cuenta de que era todo lo opuesto a Charly; un niño de bien, cuidado entre algodones por su mamá que le habían dado todo masticado. Nunca se había preocupado por nadie excepto por el mismo. Era un hombre que prefería gastarse dos mil euros comprándose una camisa de marca, pero a la hora de cooperar con cualquier causa buscaba dos mil razones para no ayudar. Le gustaban los buenos vinos, los restaurantes caros, el diseño, el lujo, presumir de coches de alta gama y vacaciones en islas paradisíacas. Definitivamente Niall y Charly nada tenían que ver.
–Ahora entiendo tus lágrimas -se mofó Víctor-. Te has dado cuenta de que el que creías que era el hombre perfecto durante todos estos últimos años, no le llega a ese cromañón ni a las suelas de los zapatos ¿verdad? Por eso llorabas.
–Anda ya. ¿Estás loco? – se quejó Victoria al escucharle.
–Joder, Vicky. ¡Qué pena que no sea gay! Yo estaría encantado de explorar esos labios carnosos y ese cuerpo musculado por el trabajo en una granja. Por cierto, ¿el cromañón de Bárbara es igual?
–Más o menos -sonrió al responder.
–Me has convencido. Mañana mismo cojo el primer vuelo que salga para Escocia. Seguro que yo encuentro algo igual, pero en gay.
–Cómo está mamá -rió Victoria y cambió de tema-. Esta mañana, cuando hablé con ella, parecía tener prisa.
–Bueno -titubeó Víctor-. Nuestra Diane Lane particular está bien. Yo diría que maravillosamente bien.
–Oh… Oh… -se alertó Victoria al escucharle-. Cuéntamelo todo ahora mismo. O la que se coge el primer avión de vuelta a Madrid soy yo. ¿Qué le pasa?
–Mira que eres exagerada, Vicky -susurró, sintiendo que la voz le había traicionado-. Está bien. Sólo que creo que está conociendo a alguien. Pero nada serio. No te preocupes.
–¿Cómo? ¿Mamá sale con alguien?
__Creo que sí -asintió-. Pero déjame unos días para confirmarlo. Óscar y yo le estamos haciendo un seguimiento de cerca.
–Quiero estar al tanto de todo, Víctor -señaló con seriedad-, por favor, vigílamela que la veo muy sola y no quiero que se junte con ningún pinta del barrio.
Al escuchar aquello Víctor tuvo que hacer esfuerzos por no carcajearse. Marga tenía un gusto excelente y eso no se lo negarían sus hijas cuando supieran quién era su pretendiente.
–Tranquila, Vicky. Óscar y yo la cuidamos muy bien. Por cierto, dile a Bárbara que Oscar la echa de menos. Y yo os hecho de menos a las dos.
–Oye, tonto, nosotras te echamos mucho de menos a ti. Un beso y hasta pronto.
Tras colgar se quitó el albornoz del hotel, se puso su pijama de seda de Armani y se sentó ante la ensalada. Pero no tenía hambre. Por lo que, cansada, se acostó en la enorme cama Queen Size, pensando en las torturas que le traería el nuevo día.
Por mensajería urgente le había llegado el móvil y el portátil desde España. Algo que le alegró, volvía a estar informatizada y eso la hacía sentirse mejor.
Cuando Robert y Niall aparcaron frente al hotel para recogerlas, por unos instantes Victoria estuvo a punto de salir huyendo. ¿Qué iba a hacer ella en una granja? Pero al final, tras suspirar y pensar en el contrato, con paso seguro y custodiando su trolley de Versace, llegó hasta la furgoneta.
–Buenos días -saludó Niall con gesto taciturno.
–Buenos días -respondió Victoria.
Bárbara estaba ocupada meneando la lengua dentro de la boca de Robert.
Una vez en la carretera, Robert y Bárbara se encargaron de llenar con sus risas y sus conversaciones el espacio para relajar la tensión.
–¿Sabes, Vicky? Anoche coincidimos con Niall y una de sus amigas en un pub.
Al escuchar aquello Victoria se tensó, aunque segundos después se relajó. No quería que nadie se diera cuenta de cómo aquello le afectaba. Debía de recordar por qué estaba allí, y punto.
–Me alegro -respondió al ver cómo Niall la miraba a través del espejo retrovisor.
–¿Por qué os fuisteis tan pronto? Tu amiga parecía pasarlo bien -volvió a preguntó Bárbara.
–Teníamos cosas que hacer -respondió Niall molesto.
–No lo dudo -asintió Bárbara-. Lavinia estaba como loca por meterse en la cama contigo. Vicky, hubieras alucinado. No veas qué pulpo de mujer.
–Hoy parece que hará un día estupendo -señaló Robert para cambiar de tema.
–Era una azafata italiana ¿verdad? – insistió Bárbara.
–Sí -Niall estaba viendo la mala leche de aquella mujer. Igualita a la de su hermana.
–Sería alguna de esas preciosidades que guardan su turno para besarte ¿verdad? – señaló Victoria molesta.
–No lo dudes -respondió él con un gesto hosco.
La noche anterior, Niall había quedado con Lavinia, una amiga. Estaba harto de pensar en Victoria, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Tras la cena, se encontraron con Robert y Bárbara en un pub, y fue consciente de cómo Bárbara lo miró. No le preguntó. Pero supo lo que pensaba sólo con mirarle los ojos. Lavinia, una azafata italiana que cuando volaba a Escocia lo llamaba, aquella noche estuvo especialmente cariñosa, y eso le molestó. No le dejaba respirar. Por lo que, aburrido, se despidió de Robert y de Bárbara y se marcharon hacia el hotel de Lavinia. Una vez allí, tras inventarse un problema de última hora, Niall salió escopetado para el hotel. Allí comprobó que la llave de Victoria no estaba en su casillero, y se marchó a dormir. Necesitaba descansar.
El resto del camino transcurrió sin ningún comentario mordaz. Y cuando llegaron a la granja, los ladridos de Stoirm y los aplausos de Ona, Rous y alguno de los jornaleros llenaron el ambiente.
«Dios santo. Mi pesadilla ha comenzado», pensó Victoria.
Todos las recibieron con alegría aunque el más feliz era Tom, quién al verlas las abrazó con cariño. Niall subió los equipajes hasta la habitación. Ocuparían la misma que días antes. Al marcharse coincidió con Victoria en la puerta, y tras cerrarla se apoyó en ella para mirarla.
–¿Qué haces? – preguntó Victoria, dejando el portátil encima de la cama.
–Quería tener unos momentos a solas contigo.
–¡Qué emoción!
–Sólo quería decirte que me parece muy valiente lo que vas a hacer, y que no olvides que cualquier cosa que necesites, estoy aquí.
–¿Algo más?
«Insolente», pensó Niall al mirarla.
–Tendrás que cambiarte de ropa. No creo que con esos tacones puedas moverte por la granja -dijo mirando los zapatos rojos tan sexy que llevaba.
–Ese será mi problema, no el tuyo. ¿No crees?
–¿Qué te pasa? – preguntó Niall, que dio un paso hacia ella.
–No me pasa nada.
–Mentirosa -continuó acercándose-. No te he dicho nada hoy para que tengas que tener esa cara de enojo conmigo. En ningún momento me he dirigido a ti con ningún nombre que no fuera el tuyo. Incluso cuando has sido una borde en referencia a mis amistades, he intentado no discutir. ¿Debo pensar que estás celosa?
–¿De ti? – se mofó Victoria-. Antes lo estaría de una vaca.
Niall, al escucharla tuvo que sonreír. Era tan diferente del tipo de mujer que frecuentaba, que eso era lo que llamaba su atención.
–Mira, cromañón -indicó al ver su sonrisa profidén-. Me importa un bledo con quién te acuestes, y con quién salgas. ¿Por qué voy a estar celosa de ti? – gritó levantando las manos. Aunque antes de bajarlas, ya tenía a Niall poseyendo su boca como sólo él sabía y a ella le gustaba. Sin darse cuenta bajó sus manos y las posó con suavidad sobre aquel pelo sedoso y rebelde que tantas veces deseaba acariciar.
–Oye, princesita -susurró, echándole para atrás la cara-. Me alegro que no estés celosa. Porque entre tú y yo nunca habrá más que esto.
–Te he dicho mil veces que no me beses -indicó sin demasiada convicción-. Por qué te empeñas en continuar haciéndolo.
–Mmmm… Eres irresistible cuando te enfadas -murmuró Niall rozándole con la punta de su caliente lengua el cuello-. Me encanta ver está venita tuya latir con furia.
–Suéltame ahora mismo -susurró cerrando los ojos. Ese hombre la mataba.
–Un beso más, preciosa. Uno más -rogó Niall.
Posando sus labios con delicadeza sobre los de ella, disfrutaron de un beso lento y seductor, cargado de deseo y altas dosis de pasión.
–Ejem… ejem -tosió una voz a sus espaldas que hizo que ambos se separaran.
Ante ellos estaban Ona, Robert, Bárbara, Rous y Tom, quienes con unas sonrisas divertidas entraron en la habitación sin hacer ningún comentario al respecto. Momento en el que Niall, tras mirarla durante unos segundos, se marchó.
Aquella noche Ona preparó unos exquisitos filetes de pollo acompañados por verduras. A pesar de que Victoria en un principio con gesto agrio se negó a comer más de un filete, estaba tan rico que al final su voluntad se rindió y comió dos. Hecho que hizo sonreír a Niall, a quien verla allí sentada y comiendo con apetito le gustó.
–Un ratito más, Ona -se quejó Bárbara volviéndose a tapar.
A Ona las muchachas le daban pena. No llegaba a entender todavía por qué Robert y Niall las habían traído allí de nuevo.
–Pero si todavía es de noche -protestó Victoria bostezando.
–Venga, venga, perezosas -regañó cariñosamente la mujer-. El trabajo en una granja comienza muy temprano.
A duras penas Victoria se levantó. Y como una autómata se dirigió hacia el baño donde permaneció media hora y salió con la crema puesta en la cara, los dientes lavados y el pelo peinado. Bárbara seguía en la cama.
Después abrió el pequeño armario donde la noche anterior guardó su equipaje y miró su ropa. Allí tenía dos vaqueros, uno de Dolce y Gabanna y otro de Moschino; un traje de chaqueta color negro Chanel; dos camisetas de manga corta, una de Custo y otra de Armani; dos de manga larga de Guru en rosa y azul y la chaqueta que se había comprado en Edimburgo de Carolina Herrera en forma de ochos en color beige, más el abrigo de cuero negro de Yves Saint Laurent.
Victoria optó por los vaqueros de Moschino, la camiseta de manga corta celeste de Armani y la chaqueta de Carolina Herrera.
Miró los zapatos. Los botines oscuros de Gucci. Los zapatos rojos de Manolo Blahnik y las botas de piel vuelta de Versace. Finalmente opto por estás últimas.
Se recogió el pelo en una coleta alta, y cogió las gafas de Prada. Cuando estuvo lista volvió a despertar a Bárbara, quién al verla vestida saltó de la cama, disculpándose por su pereza.
Bárbara, cuando se lavó la cara y volvió al cuarto, la miró extrañada.
–¿Dónde vas tan elegante?
–Esto es lo único que tengo de sport -señaló, pintándose los labios.
En ese momento se abrió la puerta. Era Rous. Aquella desastrosa y masculina chica de cejas pobladas y pelos tiesos como escarpias.
–Que guapa. ¿Te marchas?
–Te lo dije -se burló Bárbara al pasar junto a su hermana.
–Esto va a ser un desastre -gimió Victoria sentándose en la cama-. ¡Oh Dios! Pero qué hago yo aquí. ¿A quién quiero engañar?
–Yo te veo muy guapa -la consoló Rous, acercándose a ella-. Pero si no quieres estropear tu ropa yo puedo dejarte algo mío, aunque no es tan bonito como lo que llevas.
«Antes muerta que con tu pinta», pensó Victoria, pero se guardó mucho de decirlo.
Nunca había conocido a una muchacha tan dejada como aquélla. Parecía tener unos ojos claros, pero aquellas tupidas cejas a lo cepillo de los zapatos eran todo un desastre. Su pelo estaba seco, quebradizo y mal cortado. Las uñas, o lo que quedaban de ellas, parecían las de un camionero. Todo eso sin contar su desastrosa forma de vestir.
–¡No! No quiero dejarte sin ajuar -casi gritó Victoria-. Con mi propia ropa me vale.
Quince minutos después bajaron. Allí estaba Ona, trajinando en una cocina de leña, algo que Victoria no había visto excepto en películas antiguas.
Junto a ella estaban desayunando Tom, Niall, Robert, Set y Doug.
–Ya era hora -se quejó Robert al verlas aparecer-. Se supone que habéis venido para ayudar en las labores de la granja, no para estar dos horas poniéndoos potingues en la cara.
Al escucharle Bárbara lo miró. Estaba cansada y muerta de sueño. Apenas se había arreglado y aquel idiota la recibía así.
–Mira, chato -señaló con el dedo-. Sólo te lo diré una vez. Ten cuidado por las mañanas conmigo, si no quieres tener problemas.
–¡Por San Fergus! – sonrió Tom
Al escuchar aquello, Set y Doug prorrumpieron en carcajadas. Las mujeres de aquellos lugares no hablaban así, por lo que Robert, enfadado y sin decir nada, se levantó y se marchó.
–Eso, como los burros. Sin decir adiós -se quejó Bárbara al verle salir.
–¿Dónde vas tan elegante? – preguntó Niall, mirando a Victoria.
«Tierra trágame» pensó Victoria al escucharlo.
Aquel paleto provocador no iba a hacerle fáciles los días. Así que tenía dos opciones: a) mandarlo a paseo, con lo cual comenzaría mal el día, o b) hacerse la tonta, con lo que se provocaría una úlcera, pero seguramente la dejaría en paz. Eligió la b.
–Voy vestida de sport. No tengo otra cosa que ponerme -y tonando una taza de leche que Ona le daba preguntó-. ¿Es desnatada o semi?
Al escuchar aquello la anciana extrañada la miró.
–Es de vaca -señaló la mujer.
–¡Vicky por dios! – murmuró Bárbara en español-. Pilla la maldita taza y cierra el pico.
Victoria, fabricando una de sus sonrisas, cogió la taza y oyó que Ona murmuraba mientras volvía a la lumbre.
–Esa ropa no volverá a ser lo que era tras un día en la granja.
Niall también la escuchó.
–Rous seguro que estará encantada de dejarte algo de su ropa -propuso, intentando no sonreír.
–No hace falta, tendré cuidado -señaló Victoria, mirando con recelo la leche.
–El que avisa no es traidor, princesita -murmuró Niall.
–Tómate el vaso de leche, muchacha -animó Tom- te dará las energías necesarias par enfrentarte a una manada de lobos.
Victoria, cerrando los ojos, recordó técnicas de Tai-chi. Necesitaba relajarse, o su carácter de víbora iba a prorrumpir en la cocina de un momento a otro. Al abrir los ojos miró el reloj de cocina. Las cinco y media de la mañana ¿Qué hacía ella despierta a esas horas? Pero echándole valor, se repitió; «tres semanas, máximo cuatro y contrato conseguido».
–Muy bien -señaló Niall levantándose y mirando a Bárbara y a Victoria-. Mañana procurad ser más puntuales, ya deberíamos estar haciendo cosas, y no perdiendo el tiempo aquí.
Ona, al ver el gesto divertido de su marido movió la cabeza. No estaba conforme con aquello, pero poco podía hacer. Los muchachos así lo habían decidido y ella sólo tenía que callar y observar.
–¡Vámonos! – indicó Niall poniéndose una cazadora marrón.
–¿Dónde vamos con el frío que hace? – se quejó Victoria.
–Al campo. Debemos arreglar la valla de los caballos y luego echar de comer a las vacas -indicó Rous calándose un gorro de lana hasta las orejas.
«Oh Dios mío, caballos y vacas ¡voy a morir!», pensó Victoria a punto de desmayarse. Pero sin decir nada salió temblando.
–¿Has visto que pinta lleva esa muchacha para trabajar en el campo?-sonrió Tom.
–¡Calla! No quiero hablar de ello -protestó Ona.
–Esa muchacha se congelará -se carcajeó Tom al ver cómo huía de Stoirm.
–Si le pasa algo será gracias a vosotros -Ona estaba enfadada con todo aquello, así que salió de la cocina y lo dejó a solas.
Cuando paró el coche, Victoria está pálida. A punto del desmayo. Algo que no pasó desapercibido por nadie. Pero todos callaron.
–Bajad del coche -apremió Robert, quién por sus modos parecía no estar de muy buen humor-. No podemos perder más tiempo.
–Hoy no es tu día ¿verdad simpático? – preguntó Bárbara molesta, pero Robert no le contestó. Se limitó a mirarla y a callar.
Al poner el pie en el suelo. Victoria sintió cómo los tacones se hundían en el barro, pero sin decir nada, siguió a Rous, que se movía con tranquilidad por aquel lugar.
–¡Ah, un bicho! ¡Un bicho! – gritó Victoria al ver un escarabajo a sus pies.
–Sólo es un escarabajo -Rous lo cogió para enseñárselo.
–¡No! ¡No! Aléjalo de mí -volvió a gritar como una loca.
–¡Basta ya! Para de gritar -Niall apenas podía contener la risa.
Bárbara intervino.
–Vicky, relájate. Estamos en el campo y muchos insectos viven aquí.
–Princesita, por tu bien familiarízate con ellos, el campo está lleno. Tomad -Niall les dio unos guantes-. La valla está medio rota. Tenéis que repararla. Ahí encontraréis alambre y las herramientas necesarias para tensar y asegurar. Poneos los guantes, y comenzad a traer aquellos palos -indicó hacia el árbol-. Iré a dejar a los muchachos en sus puestos, y dentro de un rato volveré para ver qué tal vais.
–¿Vas a dejarnos solas… aquí? – preguntó Victoria, tiritando de frío. Su ropa era escasa, pero ya no había remedio.
–Rous y Stoirm se quedarán con vosotras -indicó conteniendo la risa. Era patética al tiempo que encantadora.
Una vez dijo eso, se montó en el coche y arrancó, dejándola sin palabras.
–Apuesto cien libras a que antes de dos horas están llorando -se carcajeó Doug.
–Te doblo la apuesta -contestó Set dándole la mano.
–La triplico -se carcajeó Robert, observándolas por el espejo retrovisor.
–Muchachos -se mofó Niall-. Doblo todas a que esta noche quieren volver a su casa.
Una vez la furgoneta azul se marchó, Rous fue la primera en hablar.
–Creo que deberíamos repartir el trabajo -indicó rascándose el cuello-. Una que vaya a por el alambre, otra que traiga las estacas y la tercera que clave con el mazo -y se tocó la barriga-. Tengo que ir al baño. Vuelvo enseguida.
–¿El baño? – susurró Victoria mirándola-. ¿Dónde está el baño?
A su alrededor había campo, bichos, árboles y bosque. Nada más, por lo que Rous, ocultándose tras un árbol no muy lejano, se abrió el mono y ante la mirada incrédula de Victoria su cuerpo comenzó a soltar unos ruidos sospechosos mientras la oía apretar.
–¡Por favor! – exclamó Victoria arrugando la nariz-. Esto es lo más asqueroso que he visto en mi vida.
–Vicky -sonrió Bárbara ante la naturalidad de Rous-. Cuando la cosa aprieta, ya sabes. O vacías la cañería o revientas.
–¡Bárbara! – regañó horrorizada-. No seas vulgar. Y tú, perro -gritó mirando a Stoirm-. Aléjate de mí si no quieres tener problemas.
Una vez finalizó Rous, volvió hacia donde estaban ellas, y poco tiempo después, tras varias crisis de nervios de Victoria por los escarabajos, comenzaron la tarea con la ayuda de aquella extraña mujercita.
Pasadas dos horas, habían conseguido clavar seis estacas y poner varios trozos de alambre, el cielo se despejó, y un sol espléndido las calentó.
Los vaqueros y la chaqueta de Victoria estaban hechos una pena. Pero lo peor eran las botas de piel vuelta. Ona tenía razón. Aquella ropa no volvería a ser lo que era.
Sobre las nueve de la mañana, como nadie había vuelto a dar señales de vida, estaban sedientas y hambrientas, Rous se ofreció voluntaria para ir en busca del almuerzo, ella conocía las tierras, por lo que dejando solas a Victoria y Bárbara con Stoirm, se alejó.
–No sé qué hago aquí -se quejó Victoria quitándose los guantes-. ¡Oh, Dios mío! Mira qué ampollas tengo. Mis manos necesitan crema con urgencia.
–Joder, Vicky -respondió Bárbara mirándose las suyas-. Yo no las tengo mejor que tú, pero no soy tan alarmista.
–¡Perro! aléjate de mí -gritó Victoria a Stoirm.
De pronto un coche comenzó a acercarse hacia ellas y Stoirm comenzó a ladrar.
–Hola, señoritas -saludó un hombre de gesto agradable bajando del coche-. ¿Se han perdido?
–Ojalá eso fuera verdad -susurró Victoria.
–No -sonrió Bárbara-. Estamos esperando a Rous.Trabajamos con ella.
–Vaya -se acercó el hombre hasta ellas-. Ustedes deben ser la visita de Tom y Ona. Encantado. Mi nombre es Greg. Soy el médico de Dornie, Keppoch e Inverinate.
–Encantada. Mi nombre es Bárbara -saludó levantando la mano.
Victoria estaba demasiado ensimismada en el drama de sus manos como para prestarle atención.
–¿Qué le pasa a usted? – preguntó el médico al ver cómo Victoria se miraba la manos.
–Tengo unas horribles ampollas que me están matando -suspiró,tan deprimida que aquel hombre sonrió.
–Eso lo soluciono yo en un periquete -dijo sacando del coche una caja de pomada-. Déjame ver dónde tiene esas ampollas. ¡Vaya! – La verdad es que no eran nada pequeñas-. Te estás destrozando las manos.
Primero echó suero en la mano para limpiarla y con una gasa aplicócon cuidado la pomada, repitiendo la misma operación en las de Bárbara. Una vez finalizó la cura las miró con una sonrisa.
–Guardaos está pomada. Esta noche os la volvéis a aplicar y veréis cómo en un par de días habrán desaparecido.
–Mi nombre es Victoria Villacieros sonrió-. Gracias por tu ayuda.
Al decir aquella palabra, Victoria se sorprendió. ¡Estaba dando las gracias!
–Encantado de conocerte -asintió mirándola a los ojos-. Pero vosotras no sois inglesas -indicó interesado en ellas. Sobre todo en la morena-. ¿De dónde sois?
–Españolas -señaló Victoria.
–¡Vaya! Me encanta España. Sobre todo la tortilla española y la paella. Es exquisita.
–Típico de guiris -sonrió Bárbara al escucharle.
–Hummmm -Victoria estaba hambrienta-. No hables de comida en estos momentos que estamos muertas de hambre.
–Vosotras no sois mujeres de campo. ¿Qué hacéis aquí? – preguntó con curiosidad.
–Es una historia muy larga -Victoria sabía que no había forma de explicarla-. Y algo complicada para explicar con el hambre que tengo.
–Vaya. Lo siento -sonrió al escucharla y acercándose a ella dijo-. Déjame ver cómo está tu mano.
Le tomó la mano para colocarle un apósito, y viendo lo delicada que era, se preguntó qué hacía una mujer como aquella arreglando una valla.
El sonido de un motor llenó el ambiente. Era Niall con Rous, y al ver a Greg tomándole la mano a Victoria aceleró.
–Vaya -susurró Greg al ver la furgoneta acercarse-. Creo que os traen provisiones, se acabó vuestra hambre.
–Menos mal -Bárbara ya no sabía qué hacer con su estómago-. Estaba ya por morder un trozo de la valla.
Bajándose del coche con la gorra puesta, Niall se dirigió hacia ellos con una falsa sonrisa en la boca.
–Hola Greg -saludó poniéndose al lado de Victoria-. ¿Qué haces por aquí?
–Voy camino de Keppoch -respondió sin apartarse un milímetro de donde estaba- y como verás he tenido que hacer un par de curas de urgencia en el camino.
–Has sido muy amable -señaló Niall nada cortés-. Pero ya puedes continuar tu camino.
–Greg ha sido tremendamente cortés con nosotras -protestó Victoria, sin entender por qué aquellos dos se miraban de aquella manera.
–Se me hace tarde -dijo al fin el médico caminando hacia su coche-. Encantado de haberte conocido Bárbara.
–Lo mismo digo Greg. Gracias por tu amabilidad.
–Victoria, ha sido un placer. Quizás nos volvamos a ver -la sonrisa que le lanzó el joven molestó a Niall.
–Seguro -asintió Victoria con maldad- por estos lugares conozco a pocas personas tan educadas como tú.
–Este fin de semana un amigo organiza una fiesta en honor de su nuevo hijo. Sería maravilloso que vinierais.
–¿No le importará que nos presentemos? – preguntó Victoria con curiosidad.
–O'Brien es como de la familia -contestó Niall entregándole la chaqueta-. Póntela o cogerás frió.
–¡Qué divertido! – sonrió Bárbara.
–No quiero ponérmela. Tengo calor -no le estaba prestando el más mínimo interés a Niall. Era más divertida la fiesta-. Quizás vayamos.
–De acuerdo -al fin Greg se montó en el coche-. Entonces allí nos veremos. Hasta pronto.
Cuando se alejó, Bárbara estaba sonriendo, mientras Victoria cogía una botella de agua para beber. Estaba sedienta.
–No iréis a esa fiesta -señaló Niall consiguiendo al fin que le miraran.
–¿Por qué? – preguntó Victoria dejando de beber.
Había sido consciente de cómo aquellos dos se retaban con la mirada y con las palabras. Entre ellos había algo que Victoria desconocía, pero de lo que no se pensaba preocupar.
–Porque lo digo yo, y basta -respondió Niall, mientras Rous se sentaba encima del barro a comer.
–Buenoooo -suspiró Bárbara intuyendo lo que ocurriría.
–Ah, no… -sonrió Victoria-. Eso no te lo crees tú ni con diez Cosmopolitan de más. ¿Qué es eso de «porque lo digo yo»? ¿Pero tú en que mundo vives, cromañón?
–Vivo en el mundo real, princesita. Estás en mis tierras, bajo mi mando y mi techo. No pienso dejar que el idiota de Greg se inmiscuya en mis asuntos.
–Pero ¿de qué hablas? – bufó Victoria-. Ese hombre sólo nos ha invitado a una fiesta. Le he dicho que estaremos aquí varios días y ha intentado ser amable con nosotras. Y ahora me vienes tú en plan macho-man y nos montas esta escenita.
Niall levantando una ceja, la miró.
–He dicho que no, y no quiero discutir -finalizó dándoles la espalda.
–Oye, idiota -espetó Victoria, dándole un empujón que fue perfecto para atraer su atención-. Estoy aquí para intentar agradar al conde. No estoy aquí para intentar agradarte a ti. ¡No te confundas!
–¿Sabes? – dijo tirando con rabia al suelo una botella mientras se montaba en la furgoneta-. Intenta no enfadarme mucho o te juro que el conde sólo escuchará lo que yo quiera. No lo olvides
Tras aquello, derrapando, se marchó, dejando a Victoria malhumorada por algo que no entendía.
–Mi madre, ante un caso así, diría -murmuró Bárbara sentada junto a Rous-. «Amores reñidos, son siempre los más queridos».
–¡Vete al infierno, Bárbara! – gritó Victoria alejándose.
–Ona, ante un caso así, diría -murmuró Rous-. «Los amantes que se pelean, se desean».
Cuatro horas después la furgoneta volvió, únicamente ocupada por Doug y por Set. Regresaron a casa de Ona para comer, aunque Bárbara y Victoria no se pudieron ni mover una vez se tumbaron en la cama.
Sobre las siete de la tarde, ataviadas con los mejores vaqueros que tenían, Victoria y Bárbara se subían al coche de Doug, mientras la muchacha rezagada las miraba.
–Rous -llamó Bárbara-. ¿Quieres venir?
–No me han invitado.
–No me extraña -se mofó Victoria-. Con la pinta que tiene quién la iba a invitar.
–¡Cállate, bruja! – regañó Bárbara, mientras Victoria se miraba en el espejo del coche y se repasaba los labios con el perfilador.
La realidad de Rous en cuanto a su aspecto físico era nefasta. Nada en ella la hacía resaltar. Su forma de vestir era desastrosa, sus modales vulgares y su apariencia siniestra. La sensación que la gente tenía de ella era de un animalillo retraído y asustado.
–Venga, mujer, anímate -sonrió Bárbara abriéndole la puerta del coche-. Vente. Seguro que nos lo pasaremos bien.
–Ve, tontuela -animó Ona con una sonrisa-. Más tarde iré yo, seguro que lo pasas estupendamente.
Ona sabía que Rous era retraída y poco comunicativa. Pero se había fijado que desde que aquellas muchachas habían llegado, algo en Rous estaba cambiando.
La había pillado un par de veces mirándose en el espejo, algo raro en ella Y aunque nadie se percatara del cambio, Ona se había fijado en que su descontrolado pelo, ahora estaba incluso un poco más peinado.
–¡Por Dios, Bárbara! – se quejó Victoria en español-. No me digas que al final viene con nosotras la niña del exorcista.
–Vicky, ¿por qué no te bajas del coche y te vas volando en tu escoba?
Al final arrancaron y el coche se perdió entre caminos agrestes llenos de barro.
Cuando llegaron a la casa de los O'Brien, Greg, el médico, se sorprendió. Estaba convencido de que no aparecerían, en especial por la actitud de Niall.
Greg, encantado con su presencia, les presentó a Mary y Jonas O'Brien, los dichosos padres de Curt, un gordito bebé de cinco meses.
–¡Qué monada! – sonrió Bárbara mirándole-. Es precioso, cuchichichi.
–Y comilón -señaló Mary tomando al bebé en brazos-. No para de comer.
–Se le ve gordo -puntualizó Victoria sin mucha emoción.
–¿Quieres cogerlo? – le preguntó Mary.
–Oh, no… no… -se disculpó algo incómoda-. No me gusta coger bebes tan pequeños.
–Yo sí quiero cogerlo -a Bárbara le encantaban-. ¿Puedo?
–Claro que sí -Mary se lo pasó con cuidado-. Es muy bueno, ya lo verás.
–Voy por algo de beber -indicó Greg-. ¿Qué os traigo?
–Cerveza -pidió Bárbara embobada con el bebé -. Cucú tras, cucú tras…
–Voy contigo -Victoria prefirió alejarse de aquel lugar. No soportaba a los bebes y menos cuando los adultos comenzaban a gorgotear tonterías como su hermana.
La casa de los O'Brien estaba a las afueras de Inverinate. Era una casa heredada de padres a hijos y contaba con el privilegio de estar junto al lago Duich.
–Qué lugar más bonito, ¿verdad? – indicó Greg señalando las aguas tranquilas del lago.
–Buff… -asintió Victoria-. No está mal.
–¿Puedo hacerte una pregunta?
–Por supuesto.
–¿Qué hacéis tu hermana y tú trabajando en la granja de Tom?
–Uff… -sonrió al escucharlo-. Para acortar todo el rollo que te podría contar, digamos que lo hacemos por negocios. Pero Greg ¿tan raro es ver gente extraña por estos alrededores? – preguntó Victoria, que se había sentido el centro de atención desde que llegó.
–Si te soy sincero, no es normal ver a mujeres como vosotras arreglando cercados -sonrió cuando empezaron a sonar las primeras gaitas.
–En eso te doy la razón -asintió Victoria-. Eso… no es normal.
Dos horas después, Bárbara y Victoria bailaban con Greg y un amigo a los sones de las canciones de aquella tierra, cuando de pronto Bárbara, tocó el brazo de su hermana, y habló.
–Oh… oh… -dijo señalando mientras se reía-. Creo que llega la caballería.
Al seguir la mirada de su hermana vio a Niall, a Ona y a Robert bajar de la furgoneta azul, y a Rous corriendo hacia ellos. Jonás O'Brien, al verlos entrar, les estrechó la mano con cariño y beso a Ona. Pocos segundos después la mirada divertida de Victoria, se encontró con la de Niall, que la miró ceñudo.
–¿Niall es tu novio? – preguntó Greg al ver aquel cruce de intenciones.
«Qué guapo está» había pensado Victoria al verlo llegar vestido con un vaquero oscuro, una camisa blanca, y un tres cuartos de piel en color camel. Le gustara reconocerlo o no, aquel tipo tenía estilo; palabras que nunca iban a salir de su boca.
–¡Ja! – le contestó a Greg apartando la mirada del cromañon- Ya quisiera ese paleto.
–¿Paleto? – repitió Greg divertido.
Si algo tenía claro Greg era que Niall no tenía nada de paleto. Su enemistad se había ocasionado años atrás a causa de una mujer. La mujer de Robert. Desde entonces la rivalidad entre ambos era patente. No se soportaban, aunque intentaban respetarse, y aun siendo familia procuraban no cruzarse en sus caminos. Pero el día que Greg había visitado a Tom y supo que había dos muchachas extranjeras allí alojadas, la curiosidad le pudo, y a pesar de la rivalidad existente, Ona le hizo participe del secreto de Niall, algo que no compartía, pero que por honor a la familia, debía guardar.
–Oh… -murmuró Victoria con despecho-, es el tipo más irritante que he conocido en mi vida. Entre tú y yo. No veo el momento de perderlo de vista. Es arrogante, estúpido, y un prepotente al que hace falta que le bajen los humos.
–Cada vez entiendo menos -sonrió Greg consciente de que pensaba como él.
–No intentes entenderlo -sonrió Victoria-. ¡Es imposible!
La pieza de música acabó, y detrás comenzó otra más rápida. Victoria y Bárbara intentaron descansar, pero aquellos bulliciosos escoceses no se lo permitieron.
–Buenas noches, Niall -saludó Greg acercándose hasta él.
–¿Qué quieres? – preguntó apretando los puños.
–Tranquilizarte…, aunque ella me ha dicho que está libre.
Niall, al escucharlo, se volvió hacia él, momento que aprovechó Robert para interponerse entre ellos.
–¿Podemos tener la fiesta en paz? – y señalando a Greg con gesto duro indicó-. Haz el favor de no tocar las narices, si no quieres que te las toquen a ti. ¿Vale? – después se volvió hacia Niall-. Y tú cambia ese gesto hosco porque aquí nadie pertenece a nadie ¿vale?
–Voy a por otra cerveza -contestó Niall alejándose.
Niall en ningún momento se acercó a Victoria, aunque se sorprendió al ver que todos conocían el secreto que debían guardar. Se dedicó a bromear con algunas de las muchachas que revoloteaban delante de él, mientras con disimulo observaba a Victoria que parecía divertirse con Greg y sus cultivados amigos ingleses. Sabía que aquella quejicosa pero interesante malcriada no era mujer para él. Había demasiadas cosas de ella que lo desquiciaban, pero sentía una atracción hacia ella que no llegaba a comprender.
Victoria disfrutaba hablando con Greg, pero un extraño nerviosismo le hacía buscar con la mirada a Niall más veces de las que ella quisiera. Tenía que reconocer que era un hombre atractivo, e intuía que las mujeres pensaban lo mismo, y más cuando vio cómo una de aquellas jóvenes se tiraba parcialmente encima de él, algo que la molestó.
A media noche, las más ancianas entre las que estaba Ona, iniciaron un rito exclusivamente familiar, emparejar a los jóvenes solteros para bailar una antigua pieza celta. Aquel rito se repetía cada vez que se celebraba la llegada de una nueva vida. Las ancianas observaban a las parejas bailar y una vez concluida la pieza elegían a la que, según ellas, tendría un feliz futuro juntos. Con picardía las ancianas comandadas por Ona emparejaron a Niall con Victoria, y a Robert con Bárbara.
–Ona, no quiero bailar con él -protestó Victoria.
–Pues tienes que hacerlo, hija mía -le contestó la anciana, divertida.
–Sabes que yo no creo en estas cosas -Niall intentaba mantenerse al margen de aquello.
–No me importa, tesoro -dijo sin más Ona-. Pero recuerda que tu abuelo y yo, sí.
Después la música comenzó.
Niall tuvo que ponerle las manos en la cintura a Victoria, que resopló contrariada al apoyar sus manos en aquellos hombros anchos. Sin dirigirse la palabra ni mirarse, comenzaron a moverse al compás de la música. Poco a poco y gracias a la dulzura de la pieza que sonaba, la rigidez se fue alejando, y sus cuerpos, atraídos cómo por un imán, se acercaron. Sin entender por qué, Victoria subió lentamente sus manos hasta rodearle el cuello, momento en que Niall la pegó más a él, estrechándola por la cintura.
Los nervios que comenzaron a florecer en el estómago de Victoria al sentir el cálido aliento de Niall contra su cuello, le hicieron cerrar los ojos y apoyar la frente sobre los hombros de aquel grandullón. Niall, por su parte, al sentir cómo la suave respiración de Victoria le cosquilleaba a través de la camisa, notó cómo el vello de su cuerpo se erizaba, y olvidando donde se encontraban comenzó a acariciarle con suavidad la espalda.
Victoria, que disfrutaba de aquel mágico momento, involuntariamente soltó un gemido que hizo sonreír a Niall.
–Tranquila, princesa -le susurró al oído-. Nadie te ha escuchado.
–Ehh -tosió, confundida por aquella sensual voz-. No sé a qué te refieres.
–No importa -endureció la voz separándose de ella-. Gracias a Dios acabó este maldito baile.
Pero no fue así. Aquello fue el principio de una dulce tortura. Las ancianas, por unanimidad, decidieron que la mejor pareja eran ellos, por lo que tuvieron que continuar con el ritual.
–¿Qué tengo que hacer ahora? – gritó Victoria al escuchar a la anciana.
–Abuela -protestó Niall-. No pienso continuar con esta tontería.
Bárbara y Robert, no pudieron remediar reír a carcajadas cuando Ona, con una picara sonrisa, les guiñó el ojo y entregó a Niall una pequeña cajita azul.
–Escuchadme un momento muchachos -en aquella sociedad, los designios de la abuela eran casi sagrados-. Ahora tú -dijo señalando a Niall- tienes que regalarle algo en señal de tu buena voluntad, y por supuesto tú -miró a Victoria-, lo tienes que aceptar.
–¡Esto es ridículo! – masculló Victoria intentando alejarse-. Nunca me han gustado estás chorradas.
–Venga, Vicky -se mofó Bárbara-. Deja de gruñir y disfruta el momento.
–Así es la tradición -animó la anciana-. Ahora id a refrescar un poco vuestras gargantas. Cuando llegue el momento os avisaré.
–¡Vaya con Ona! – se mofó Robert al ver a su primo tan abrumado-. Nunca la había visto tan bruja -y acercándose a Niall le susurró-. Debe ser que todo se pega.
Tomando una cerveza del cubo con hielo, Niall la abrió con un golpe seco. Le gustara o no, tenía que reconocer que la fiereza que ella mostraba se convertía en dulzura y sensualidad cuando estaba entre sus brazos, y que prefería ser él quien la abrazara y no el idiota de Greg o algunos de sus amigos.
Media hora más tarde las ancianas reunieron a todos ante la fogata. El segundo paso del ritual, como marcaba la costumbre, se debía de cumplir. Por lo que Victoria y Niall, más contrariados que otra cosa, se plantaron ante todos sin saber qué decir. La situación era tan ridícula que al final fue Niall quien habló.
–Princesita, sígueme el juego.
–Eh… -susurró Victoria confundida.
–Bueno amigos, gracias a mi adorada abuela y sus compinches -señaló Niall, haciendo reír a las ancianas- voy a tener que hacer esto me guste o no -y volviéndose hacia Victoria, que horrorizada no sabía a dónde mirar, dijo tomándole la mano-. Cumpliendo una tradición familiar, te entrego este regalo en señal de mi maravillosa voluntad. Ábrelo y dame lo que en su interior hay.
–¿Ahora? – preguntó Victoria avergonzada.
–Si quieres que esto acabe -siseó Niall-. Cuanto antes lo abras, mejor.
Tras mirar a Bárbara, que disfrutaba emocionada de aquella absurdez, Victoria abrió la pequeña cajita azul y desconcertada sacó dos argollas procedentes de las latas de Coca-Cola. Con cuidado, como si fuera algo muy frágil, se las entregó.
–Victoria -dijo tomándole la mano-. Prometes ante todos que nunca -recalcó aquella palabra- te casarás conmigo.
«Antes muerta, creído» pensó Victoria enarcando las cejas, mientras las ancianas, y en especial Ona, les miraba con el ceño fruncido.
–Sí. Lo prometo -respondió con gesto de contrariedad.
Ahora le tocaba a Victoria coger la argolla que Niall con amabilidad le ofrecía.
–Cromañón -sonrió cogiéndole la mano-. Promete ante todos que nunca te casarás conmigo.
–Por supuesto -se carcajeó al responder-. Sí que lo prometo.
Ona, incrédula por la jugada de aquellos dos, protestó.
–¡Eso no vale!
–Ona -sonrió Niall-. Tú dijiste que yo debería regalarle algo a Victoria en prueba de mi buena voluntad y ella debía aceptarlo. ¿Qué parte no hemos cumplido?
–El beso -retó la anciana con la mirada-. Aún falta el beso. Pero no un beso cualquiera. Queremos un beso en condiciones
–¡De tornillo! – gritó Robert aplaudiendo.
–Si… sí… de película -le siguió Bárbara.
Con resignación, Victoria, para sorpresa de todos, cogió a Niall por el cuello y deseando terminar con aquello, le besó en los labios con rapidez.
–¡Ea! – gritó tras aquello-. Ya está el rito cumplido.
Pero Niall con un brillo especial en los ojos que hizo aplaudir a Ona, miró a Victoria. Sus labios mostraban una sonrisa peligrosa, que se acentuó al darse cuenta de que Greg no sonreía. Después la sujetó para que no se marchara, y poniéndole la carne de gallina le susurró al oído.
–Lady Dóberman, tú me has besado como se besa en España. Ahora, si me lo permites, te besaré yo como se besa en Escocia, y como manda la tradición -y atrayéndola hacia él, la besó dulcemente en la boca sin que Victoria pudiera poner resistencia, mientras todos a su alrededor chillaban y aplaudían.
–Más sabe el zorro por viejo que por zorro -se carcajeó Robert al ver cómo su abuela, encantada, aplaudía.
–¿Estás seguro de que Ona no es española? – comentó Bárbara divertida.
Tras el beso, que duró más de lo que debía, los dos se separaron. No se volvieron a dirigir la palabra el resto de la noche, pero ambos fueron conscientes de que aquella pieza de música celta y lo que sintieron con el beso sería difícil de olvidar.
El miércoles tenía tan mala cara que Ona le indicó que debía quedarse en la cama. Tenía fiebre, pero no quería darle el gusto a Niall, por lo que se vistió y bajó a la cocina.
–¡Por todos los santos, muchacha! – dijo la anciana-. ¿Qué haces aquí?
–¡Vicky! – Bárbara se mostró tajante-. Te hemos dicho que te quedes en la cama.
–Estoy mejor -dijo con voz tomada-, no os preocupéis.
–Pero por Dios, pero si respiras igual que Darth Vader -se mofó Robert.
–Sí, claro, y tú eres Chewaka -a pesar de lo mal que se sentía, Victoria tenía el cargador lleno.
–Pero Vicky. Si estás mas caliente que la parrilla del McDonald un domingo -gritó Bárbara al ponerle la mano en la frente.
–Qué graciosos estáis hoy -puntualizó la enferma.
–Tómate esta leche calentita -Ona le entregó un vaso humeante-, y sube a la cama a dormir.
–Muchacha -sonrió Tom por aquellos comentarios-, creo que lo más acertado es que te metas en la cama y sudes. Si no te cuidas puedes empeorar.
–Basta ya -apenas tenía fuerzas para imponerse- He dicho que estoy mejor y punto.
Niall, que hasta el momento había intentado no hacer ningún comentario, pensó lo mismo que todos. Victoria no tenía buena cara. Sus ojos estaban vidriosos, y por las ojeras que mostraba, se veía que no había pasado una buena noche.
–Victoria -la llamó.
–¡Oh, por Dios! – grito volviéndose hacia él-. No iras tú darme el sermón también.
–No. Yo directamente te voy a llevar a la cama -y sin darle tiempo a reaccionar se la echó al hombro.
–¡Suéltame! – gritó, enfadada- ¡Suéltame ahora mismo!
–Muy bien, Skywalker -rió Robert- Lleva a la princesita a su trono.
Al salir de la cocina Victoria sintió deseos de llorar. ¿Por qué todos la trataban como si fuera una idiota? Pero sin fuerzas para luchar contra ello y humillada se dejó llevar.
Al entrar en la habitación, Niall, con cuidado de no recibir un golpe, la soltó.
–Eres un energúmeno -gritó Victoria molesta-. ¿Por qué has hecho esto?
–Porque estás enferma. Hoy llueve, y en tu estado no serías de mucha utilidad.
–¡Maldita sea! – gritó, pero el arranque de furia le hizo toser.
–Deja de hacerte la valiente y métete en la cama de una vez -le indicó Niall.
–No me da la gana -estaba caprichosa, y se plantó cruzando los brazos.
–Esa cabezonería tuya es odiosa -dijo Niall acercándose a ella-. Tienes cinco minutos para quitarte esa ropa, ponerte el pijama y meterte en la cama.
–¿O qué? – retó ella echando fuego por los ojos.
–Si no lo haces, me veré obligado a desnudarte yo mismo.
Al escucharlo y ver su mirada, y en especial su sonrisa, se quedó sin aliento.
–No lo harías ¿verdad? – susurró en un hilo de voz.
Niall, deseoso de tomarla en sus brazos, se acercó más a ella, y tras rozar con su calloso dedo la vena del cuello, dijo erizándole la piel.
–Sí, princesita. Me temo que sí lo haría -su voz no dejaba lugar a dudas.
Con un rápido movimiento Victoria se separó de él. Debía hacerlo mientras le quedara algo de cordura. Volver a besarlo era lo que más le apetecía, pero era lo que menos le convenía.
–De verdad -dijo sacando el pijama de debajo de la almohada- a veces me da la sensación de estar en el salvaje oeste.
–¿Por qué?
–Por tus modales.
–Creo que no eres la mas apropiada para hablar de modales -dijo acercándose de nuevo a ella, momento en que ésta le notó a su espalda y cerró los ojos.
–No sé qué pretendes, Niall -suspiró dándose la vuelta para mirarlo de frente- pero no estoy dispuesta a que sigas comportándote conmigo como lo haces. Soy una mujer del siglo veintiuno, que toma sus propias decisiones, no una virgen del siglo pasado a la que tienen que cuidar como si fuera de porcelana.
–Para mí eres todo lo que tú quieras, menos una virgen, te lo aseguro.
Al escucharle apretó los puños y cerró los ojos, e intentó contener su gran apetencia de plantarle un derechazo en toda la cara.
Niall, divertido por cómo ella pasaba por todos los colores del arco iris, dio un pequeño paso hacia adelante, acercándose más, tanto que lo dejó literalmente encima.
–Victoria.
–Sí.
–Abre los ojos y mírame.
Haciéndole caso, Victoria abrió los ojos. Al verlo tan cerca y sentir cómo una de sus manos se deslizaba con suavidad por la espalda, soltó un suspiro.
Estaba aterrorizada por la reacción física que su cuerpo sentía.
–¿Te asusta estar a solas conmigo?
–No -mintió mientras observaba aquellos carnosos labios, tan deseables.
–¿Estás segura?
–Por supuesto que sí -nada iba a dejar que perdiera su porte altivo-. Ahora, si eres tan amable, sal de la habitación, para que pueda desnudarme y meterme en la cama.
–Mmmmm -se separó apenas un paso de ella-, sería una pena no ver ese delicioso momento. ¿Te importa si me quedo? Quiero ver si realmente eres Darth Vader.
–Pero ¡habrase visto semejante bestia! – gritó acercándose a él-. Sal ahora mismo de la habitación. ¡Pervertido!
–Un poquito de sentido del humor como el de tu hermana te vendría muy bien, princesa -al final abrió la puerta para marcharse a trabajar-. Métete en la cama, y suda ese constipado o si no te perderás el viernes tu fiesta.
–¿Qué fiesta?
–La noche de brujas -respondió riéndose-. Una buena bruja como tú no se la puede perder. ¿No crees?
Incrédula por lo que le había oído, tiró un cojín contra la puerta, pero Niall sonriendo, cerró antes de que le diera. Sin poder evitar una sonrisa, Victoria se desnudó. Todo era tan absurdo a veces, que tenía que sonreír, pensó antes de quedar profundamente dormida.
El viernes treinta y uno de octubre todos se preparaban para la tradicional noche de brujas. Victoria al principio estaba reacia a participar de aquella estúpida fiesta pero al ver cómo poco a poco la casa se llenó de gente extraña, la mayoría disfrazada, no le quedó más remedio.
Bárbara, con la ayuda de Ona y de Rous, se había disfrazado de bruja, formando un terceto perfecto con las otras dos. Sobre las diez de la noche varios de los jóvenes que habían llegado encendieron un par de hogueras, mientras Ona y sus amigas sacaban la comida de la alacena y la gente comenzaba a beber y a bailar.
Victoria, sentaba junto a Tom, le escuchó contar que el día treinta y uno de octubre era el último día del viejo calendario celta, llamado «Samhain» y como la tradición mandaba todos debía disfrazarse. Incrédula se quedó al escuchar que los antiguos celtas tenían miedo a la oscuridad y al invierno, y que se disfrazaban la noche del treinta y uno de octubre, para que los fantasmas llegados del pasado los confundieran con otros fantasmas.
Tuvo que sonreír cuando oyó que, para alejar a los fantasmas de sus casas, los celtas colocaban comida fuera de ellas.
–Por eso Ona está poniendo toda esa comida ahí -señaló Victoria.
–Muchacha -asintió el anciano-, lo manda la tradición.
Momentos después, mientras Tom hablaba con un par de amigos, mucha gente comenzó a bailar y Victoria, con un ridículo gorro de bruja calado en la cabeza, observó a su hermana bailar con un tipo disfrazado de gato negro. Era Robert. Aquellos pelos rojos no pasaban desapercibidos.
–¿Quieres bailar?
Al volverse se encontró con Niall, vestido de vampiro, que le tendía la mano.
–Yo no sé bailar esta música -dijo mirándolo.
–Yo tampoco -bromeó Niall, y la tomó de la mano-. Por lo tanto, hagamos como todos, demos vueltas alrededor de la hoguera.
Sin saber por qué, Victoria accedió y durante las tres horas siguientes no paró de reír, de bailar y de bromear con Niall, quien se había manifestado como un excelente bailarín y una buena compañía.
–¿Te diviertes en el «Samhain»? – preguntó Niall bebiendo de su cerveza.
–Sí. Es la primera vez que asisto a una fiesta de disfraces.
–¿En tu glamorosa vida nunca has ido a ninguna?
–Nunca -respondió mirándolo-. No me gustan.
–Pues tu disfraz de bruja es de lo más real -su comentario era malvado-. Tus ojos oscuros, y ese pelo negro, son de lo más demoníaco.
–No pienso enfadarme por nada de lo que me digas hoy ¡drácula!
–Mmmmm… esa venita tuya del cuello -dijo haciéndola reír- cuando late me encanta.
En ese momento un chico se puso ante ellos.
–¿Quieres bailar? – preguntó mirando a Victoria.
–No, muchacho -respondió Niall-. No quiere.
–Pues claro que quiero bailar -intervino Victoria y antes de que Niall pudiera decir nada, salió junto a las fogatas y comenzó a girar y a reír con aquel joven.
Apoyado en el tronco del árbol Niall la observó. Verla reír era algo a lo que estaba poco acostumbrado y cuando la pieza de música acabó y vio que otro chico la tomaba del brazo y comenzaba de nuevo a bailar con ella, no le gustó. Pero manteniendo a raya su disciplina, esperó a que la pieza acabara para llegar hasta ella y recuperarla.
–UHF -suspiró Victoria-. ¡Estoy agotada!
–¿Quieres que vaya a por una cerveza? – se ofreció Niall.
–No, déjalo -dijo tomando la de él-. Si me das de la tuya me vale.
Dio un trago mientras el sudor corría por su frente, sin saber lo sexy que estaba en ese momento. Niall no podía apartar los ojos de ella.
–Por cierto -dijo Victoria-. Te recuerdo que puedo bailar con quien yo quiera. No soy tu novia ni la de nadie.
–¿Quién es nadie? – y deseando probar algo le entregó su botella-. Sujétame la cerveza, princesita, ahora vuelvo.
Con una sonrisa en la boca, Victoria la cogió, pero cuando vio que una muchacha de unos veintipocos años caminaba hacia él, lo besaba en la mejilla, y ambos se ponían a bailar, deseó estamparle la cerveza en la cabeza.
«Pero bueno. Tendrá morro» pensó molesta, bebiéndose el resto de cerveza que quedaba.
–¿Estás escaneando a Niall con la mirada? – preguntó Bárbara acercándose a ella.
–Pues no va el cretino, y me dice que le sujete la cerveza y se va a bailar con esa muchacha -bufó molesta.
–Hace unos segundos estabas tú bailando con otro tipo.
Cansada de verlo sonreír mientras bailaba con aquella joven, se levantó.
–Ven. Vayamos a bailar -animó Victoria arrimándose a un par de chavales. Estos rápidamente las invitaron a entrar en el corro.
Victoria respiraba con dificultad por la ajetreada música, pero intentó sonreír a su acompañante hasta que por fin terminó la pieza de música.
–¡Qué fuerte, hermanita! – sonrió Bárbara acercándosele.
–¿El qué? – preguntó Victoria agotada.
–La mirada laxante que te ha echado tu highlander.
–¿Laxante? – repitió Victoria divertida.
–Sí, chica. Laxante, porque cuando te mira te cagas. ¡Dios! Porque no lo has visto, si no te habrías dado cuenta de lo furioso que estaba.
–¿Bailas conmigo, preciosa bruja? – preguntó Robert cogiendo a Bárbara de la mano.
–Anda, ve a bailar con Chewaka -animó Victoria haciéndole sonreír.
Sola, se encaminó hacia el cubo de las bebidas, y tras meter la mano entre los hielos, sacó una cerveza fresquita. Paseando la mirada por la mesa buscó un abridor, cuando de pronto sintió que le quitaban la cerveza. Era Niall, que la abrió dando un golpe seco contra la mesa.
–Gracias, Drácula.
–De nada, bruja -respondió él, y tomándola por el brazo empezó a caminar con ella hacia la oscuridad.
–¿Dónde me llevas?
–A ningún lugar.
Pero cuando estaban lo suficientemente lejos de las miradas de todos, la apoyó contra el tronco de un árbol, cogió con sus manos su cara y la besó.
Al principio se sintió tan sorprendida por aquel acto, que no supo reaccionar. Pero la cercanía de Niall y su olor a hombre, tardaron poco en volverla loca. Soltando la cerveza, que se derramó en el suelo, levantó las manos y apretó su cuerpo contra el de él. Comenzó a jugar con su lengua, y sintió cómo todo su ser se estremecía de placer.
Victoria lo besó de tal manera que Niall notó que le roba el aliento, la voluntad y la cordura. Así que antes de hacer una locura, tras darle un suave y último beso en los labios, se apartó de ella.
–¿Por qué has hecho eso? – preguntó Victoria, que respiraba con dificultad.
–Necesitaba besarte -no podía dejar de mirarla.
–Me creas una tensión enorme, Niall. ¿Por qué no te limitas a alejarte de mí y no volver a acercar tu boca ni tus manos a mi persona? ¡Dios, qué tensión!
–¿Sabes, princesita? – dijo con rabia, alejándose de ella-. Para acabar con la tensión lo mejor es un buen revolcón. Aunque me temo que una bruja como tú necesita demasiados.
Al escucharlo, Victoria se quedó sin habla, pero aún podía atacar.
–¿Sabes, Niall? Follar es como jugar al mus. Si no tienes una buena pareja, por lo menos que Dios te dé una buena mano.
Niall la miró sorprendido por su rapidez en buscar algo hiriente, y tras mirarla unos segundos más, dándose la vuelta, se alejó. La fiesta para él había terminado.
Después de comer Victoria miraba con tristeza por la ventana y recordó a su padre. Qué diferente hubiera sido todo si él no hubiera enfermado y muerto. Pero tras secarse las lágrimas, decidió dejar de pensar en el pasado y volver a la realidad.
Y en ese momento la realidad de su vida era que se encontraba en Escocia, en medio del campo, rodeada de bichos, viviendo como una humilde granjera, esperando a que llegara un conde, y sintiendo algo que no debía por un hombre que podía haber protagonizado el anuncio de la Coca-Cola Light.
Tras el encontronazo que Victoria y Niall tuvieron la noche de Brujas, no habían vuelto a acercarse el uno al otro. Pero por extraño que pareciera, siempre coincidían con sus miradas. Ona, sin decir nada, era testigo de todo, algo que la alegraba. Ella pensaba que su nieto había encontrado su media naranja. Estaba segura.
El día cuatro de noviembre, cuando regresaban en la furgoneta azul para comer, mientras Niall conducía, Robert, Doug y Set no paraban de hablar.
–¿Vendréis hoy a Inverate a ver el partido? – preguntó Doug.
–Yo paso -a Robert no le gustaba el fútbol.
–¿A qué hora empieza el partido? – dijo Set.
–A las ocho menos cuarto -indicó Doug mirando a las mujeres-. Hoy juega un equipo español en Andfield.
–¡Ostras! – exclamó Bárbara llevándose las manos a la cabeza-. Pues claro, hoy juega de nuevo el Atlético de Madrid.
–Sí -Victoria no quería mostrar sus emociones delante de Niall-. El partido de vuelta.
–Nosotros iremos a verlo con unos amigos a un pub de Inverate.
–¿Podemos acompañaros? – preguntó Bárbara.
–Eh… ¿dónde vas tú sin mi? – dijo Robert al escucharla.
–Vamos a ver -Bárbara no iba a dejar pasar un comentario machista-. El que yo vaya a ver un partido con mi hermana y unos amigos no tiene que…
–Os llevaremos nosotros -finalizó la conversación Niall.
A las siete y cuarto de la tarde entraban en «Chester», un pub de la localidad.
Allí Doug y Set, se encargaron de presentarlas al numeroso grupo de amigos. Todos hombres, mientras Niall y Robert pedían las bebidas en la barra y observaban a las muchachas relacionarse con los otros.
–Niall, ¿qué hacemos tú y yo aquí si no nos gusta el fútbol? – sonrió Robert.
–Contéstamelo tú. Porque aún yo me lo estoy preguntando -respondió con una sonrisa mientras miraba a Victoria.
Cuando comenzó el partido el pub estaba a reventar. El 80% deseaba que ganara el Atlético de Madrid y el 20% el Liverpool. Al poner la pelota en juego el Atlético de Madrid los aplausos retumbaron en el pub.
En los diez primeros minutos el Liverpool monopolizó casi por completo el balón.
–¡Corner! – gritó Bárbara al ver la jugada, mientras Victoria bebía de su cerveza, y comenzaba a gritar como todo el pub y la aflicción rojiblanca del televisor ¡Kun, Kun, Kun!
–¡Ay Dios, que no lo quiero ver! – gritó Victoria al ver correr al jugador del Liverpool Robbie Keane.
–¡Fuera! – abucheó Set al ver cómo tras meter Leo Franco la mano la despejaba de la banda.
–¿Pero el arbitro está ciego? – viéndola así nadie pensaría que era una alta ejecutiva de una empresa de publicidad.
–¡Joder! ¡Joder! – Bárbara estaba nerviosa-. Qué peligro tiene el Liverpool.
Pero tras un par de minutos, el pub gritó.
–¡GOLLLLLLLLLLLLL!
Y la marea humana vivida días antes en el pub de Edimburgo volvió allí, aunque esta vez Victoria se lo tomó de otra manera, sonriendo de tal manera que Niall, desde la barra, tuvo que sonreír.
–¡Gol! El Atlético de Madrid ha metido un ¡GOL! – gritó Bárbara mientras Robert le hacía la señal de Victoria desde la barra.
–A tu zanahorio no le va mucho esto del fútbol, ¿verdad? – señaló Victoria al ver cómo aquellos dos hablaban de sus cosas sin mirar el televisor.
–A tu highlander tampoco.
Y tapándose la boca ambas sonrieron y comenzaron a brindar con sus cervezas junto al resto de los forofos.
–No lo puedo entender -Robert y Niall las miraban con una mezcla se asombro y diversión. Nunca había conocido a dos mujeres que se lo pasaran tan bien viendo a su equipo jugar.
–Son españolas, primo -rió Niall-. ¿Qué esperabas?
Tras acabar el primer tiempo, Victoria y Bárbara se acercaron hasta ellos dando saltos como dos crías.
–Oe, oe, oe, oe -cantaban al unísono.
–¿Has visto, Robert? – señaló Bárbara, abrazándolo-. ¿Has visto qué equipo más bueno tengo?
–Anda, ven aquí -Robert la tomó por la cintura- y bésame.
–¿No te gusta el fútbol, Niall?– le preguntó Victoria.
–Prefiero otras cosas -sonrió sin dejar de mirarla.
–¿Como qué?
–Como acabar con la tensión.
Al escuchar aquello Victoria no supo si debía reír o no. Aún recordaba la ordinariez que le había dicho del mus, la noche de Brujas. Iba a contestarle pero Bárbara, cogiéndola de la mano, se la llevó. Comenzaba el segundo tiempo del partido.
–¡Madre mía! ¡Madre mía! – gritó Bárbara-. Esos ingleses atacan como cosacos.
Victoria apenas se enteró de la segunda parte del partido. Las palabras de Niall le rondaban por la cabeza y su mirada al otro lado del pub le estaba alterando el cuerpo a un ritmo muy, muy acelerado.
Incapaz de continuar mirando el partido Victoria se acerco hasta Niall, y para su sorpresa lo agarró de la mano, lo alejó un poco de Robert, y sin decirle nada, se tiró encima de él comenzando a devorarle la boca con auténtica pasión.
–¿Qué estás haciendo? – preguntó Niall separándola un poco.
–Lo que me apetece -susurró Victoria.
–¿Por qué?
–Porque me fío de ti.
–Pero yo de ti no, princesita -murmuró Niall, que ardía de deseos por sentirla entre sus piernas.
–Bien. Bien -ronroneó, pasándole la lengua por la comisura de los labios-. Así me gusta. Que no te fíes de mí.
Sin entender nada, Niall, tras sonreír, le preguntó.
–¿Cuánto tiempo llevas sin disfrutar del sexo?
–Demasiado -suspiró mordiéndole en labio inferior.
–Entonces habrá que buscar un remedio ¿no crees?
–Sí. Lo creo.
Besando con pasión aquellos labios tentadores, Niall se dejó llevar por la pasión del momento. Semiocultos por la poca luz del pub, Victoria se atrevió a bajar la mano hasta tocar la entrepierna de Niall, que al sentir su tacto se endureció aún más.
–No me hagas esto -sonrió apretándola contra él-. Si no quieres pagar aquí y ahora el calentón que llevo desde hace días.
De pronto se oyó ¡GOLLLLLLLLLLLLLLLLL! Y dos segundos después Bárbara llegó hasta ella muy enfadada.
–¡Mierda, Vicky! El partido ha acabado y esos ingleses han empatado. ¡Qué vergüenza de partido, por Dios!
Al ver con qué cara la miraban los dos, Bárbara se dio cuenta de su indiscreción y con una tonta sonrisa dijo antes de marcharse.
–Bueno, yo como siempre interrumpiendo en el mejor momento. Adiós.
–Niall -gritó Doug-. ¡Niall!
–¡Joder! Podrán olvidarse de nosotros un rato -susurró Victoria, harta de tanta interrupción.
Eso le hizo sonreír.
Tener a Victoria a su merced de pronto, sin esperárselo, había sido la mejor de las sorpresas, por lo que sin hacer caso a Doug, continuó besándola. La noche pintaba muy, muy bien.
–¡Niall, tío! – dijo Doug acercándose hasta ellos- Ha llegado Claire.
–¿Claire? – preguntó, apartándose un segundo de Victoria-. ¿Quién es Claire?
–¡Niall! – gritó Set mientras llegaba hasta él-. Acaba de llegar la stripper de la despedida de soltero de William. Ha preguntado por ti. ¡Dios, qué buena está!
–¡Vaya, qué emoción! – murmuró Victoria molesta, intentando separarse de él, algo que no le permitió.
–Eh… Eso ocurrió antes de conocerte -dijo muy serio, mirándola a los ojos.
–¡Niall! Joder…joder… -se carcajeó Robert acercándose a él-. Cuando te diga quién ha llegado…
–Bueno. ¡Basta ya! – gritó Victoria.
–¿Por qué te enfadas? – preguntó Niall mirándola, mientras sus tres amigos se alejaban.
–¡Joder! – gritó apartándose- No estoy dispuesta a que media Escocia se entere de que tú y yo… bueno, intimamos. Ahora entiendes por qué me enfado.
–¿Pero qué dices? – le contestó, incrédulo.
–Mira, lo mejor que podemos hacer es olvidar lo que aquí ha estado a punto de ocurrir y punto -lo empujó para liberarse de su abrazo-. Quédate aquí con esa tal Claire que ya me ocuparé yo de que alguien me lleve hasta la granja.
Niall echaba chispas por los ojos.
–Señorita española -bufó-. Eres mi problema. Yo te traje aquí y yo te llevaré de vuelta a casa.
–Cómo quieras, pero no deseo ser el motivo de que pierdas una estupenda noche con Claire, la stripper -asintió muy digna, alejándose de él.
Con la mirada fija en ella, Niall vio cómo tras despedirse de los amigos que le habían presentado aquella noche salía del pub sin mirar atrás. Caliente como un horno, Niall la siguió, consciente de la mala noche que iba a pasar.