CAPÍTULO 4

El color del cristal con que se mira

Maxwell había superado con éxito su paso por Cambridge y veía que ya era hora de retomar sus investigaciones. Su estancia en la universidad le había dado serenidad, claridad de ideas y metodología, y ya estaba dispuesto a aplicarlas a los retos que tenía pendientes. De esta época data una de sus contribuciones científicas más interesantes y no por ello bien conocida: su teoría de clasificación de los colores. Con ella se labró una excelente reputación de físico experimental con una buena base matemática.

A mediados del siglo XVII, un joven científico inglés quiso averiguar por qué vemos las hojas de los árboles verdes, el cielo azul y el algodón blanco. Para ello, miraba directamente al Sol hasta que los colores cambiaban ante sus ojos. Le puso tanta dedicación que se tuvo que encerrar durante varios días en su habitación, totalmente a oscuras, hasta dejar de ver miríadas de puntitos luminosos que flotaban permanentemente ante sus ojos. Este «inconsciente» investigador era el gran Isaac Newton.

Años más tarde volvió a la carga, esta vez con algo más de precaución. Entonces, la teoría en boga en el círculo académico era que los colores eran una mezcla de luz y oscuridad. Había incluso una escala, que iba del rojo brillante, pura luz blanca con una cantidad mínima de oscuridad, hasta el azul apagado, paso previo al negro, que era la completa desaparición de la luz en la total oscuridad. A Newton no le convencía esta explicación: si se escribe con tinta negra sobre un papel blanco, la escritura no aparece coloreada…

Newton comenzó a experimentar lo que se conocía como «el celebrado fenómeno de los colores». Los científicos utilizaban el prisma para sus trabajos y pensaban que había algo en él que era el culpable de la coloración de la luz. El problema radicaba en que colocaban la pantalla sobre la que incidía la luz que salía del prisma muy cerca de él, de manera que solo veían una mancha de colores. Newton se dio cuenta de que la clave estaba en separar la pantalla todo lo que pudiera del prisma… y surgió el arcoíris. Pero aún debía hacer un experimento crucial. A la pantalla donde llegaba la luz descompuesta en colores le hizo una pequeña rendija justo a la altura a la que llegaba el haz verde, y detrás puso otro prisma. Newton comprobó que la luz que emergía de este segundo prisma no se descomponía, sino que seguía siendo verde. Acababa de demostrar que la luz blanca no era otra cosa que una mezcla de colores y el prisma únicamente los separaba. Ahora su siguiente paso era averiguar cuáles eran las reglas que gobernaban la mezcla de colores. Para ello, Newton ideó lo que se conoce hoy en día como el círculo de color de Newton (véase la figura).

círculo de color de Newton

Con este diagrama Isaac Newton quiso establecer una teoría de la mezcla de los colores, donde a partir de los colores espectrales pudiera generarse cualquier otro.

La circunferencia la dividió en arcos proporcionales al tamaño que en el arcoíris tienen las bandas de los siete colores espectrales. La circunferencia representa los tonos saturados de cada uno, mientras que el centro del círculo, O, representa la mezcla de los colores espectrales, como sucede en la luz blanca del Sol. De este modo, la distancia entre O y la circunferencia representa la gama de colores no saturados, apagados, que observamos en el mundo real. Newton acababa de establecer un método geométrico para calcular la cromaticidad (esto es, el tono y la pureza) de un color dado.

Como puede verse en el ejemplo de la figura de esta página, en el centro de cada arco Newton colocó un pequeño círculo cuyo tamaño (o peso) era proporcional al número de rayos de ese color particular que entran a formar parte de una mezcla determinada y el punto Z representa el centro de gravedad común de todos los círculos pequeños e indica cuál es el color que se ha compuesto a partir de esa mezcla de los colores espectrales; en este caso un rojo anaranjado.

Para cerrar su razonamiento, Newton observó que:

Si el punto Z cayera en, o cerca de la línea OD, los principales ingredientes serían rojo y violeta, y el color compuesto no sería ninguno de los colores prismáticos [los que aparecen al atravesar un prisma un rayo de luz], sino un púrpura que tiende al rojo o violeta; por consiguiente, el punto Z se encontraría en el lado de la línea DO hacia E o hacia C, y en general el violeta compuesto es más brillante y más encendido [saturado] que el no compuesto.

«La ciencia del color debe ser considerada, en esencia, como una ciencia de la mente».

— JAMES CLERK MAXWELL.

Sin embargo, Newton conocía las limitaciones de su construcción: había un incómodo punto de discontinuidad en el lugar donde se encontraban los dos colores de los extremos del espectro, el rojo y el violeta. Además, ¿qué sucedía si mezclaba a partes iguales dos colores que se encontraran diametralmente opuestos en el círculo? En puridad, caería en el centro (O) y debía obtenerse el color blanco pero, como el mismo Newton reconoció, «no sería un blanco perfecto, sino algún color débil y anónimo [diluido e innombrable]». También admitió no haber conseguido producir el blanco a partir de dos colores, a pesar de que el físico holandés Christiaan Huygens (1629-1695) afirmaba que podía hacerse mezclando luz azul y amarilla. Eso sí, aceptaba la posibilidad de que pudiera hacerse con «una mezcla de tres colores tomados a distancias iguales de la circunferencia». No obstante, tuvo cuidado en diferenciar entre el blanco que se producía al mezclar algunos de los siete colores del arcoíris, del «blanco de la luz inmediata del Sol»: a su juicio, se trataba de dos blancos diferentes.

Newton cometió diversos errores en su teoría del color que se mantuvieron con el tiempo por obra y gracia de su tremendo prestigio. Como a la hora de explicar sus experimentos no diferenció claramente entre la luz y los pigmentos, los científicos posteriores supusieron que mezclar luz o pigmentos era lo mismo. También dio por sentado que el color de un pigmento era equivalente al color de la luz que refleja (esto es, que un pigmento amarillo refleja luz amarilla, una equivocación que aún perdura). En la época de Maxwell, la teoría de Newton seguía siendo la mejor disponible.

UNA PEONZA COLOREADA

Mientras tanto, los artistas y las empresas textiles estaban a años luz de distancia de los científicos en la comprensión de la mezcla de colores. Desde el siglo XVII, sabían perfectamente cómo generar el color que querían a partir del rojo, el azul y el amarillo, la tríada de colores «primarios». Pero, ¿por qué tres? El físico y médico inglés Thomas Young (1773-1829) razonó en su Course of Lectures on Natural Philosophy (1807) que podía haber una causa fisiológica en todo ello. Quizá en el ojo teníamos «tres tipos de sensaciones en la retina», diferentes receptores, y la mezcla de sus señales en el cerebro daba lugar al color percibido.

«El color que percibimos es una función de tres variables independientes, por lo menos son tres las que yo creo suficientes, pero el tiempo dirá si prosperan».

— MAXWELL, EN UNA CASTA A WILLIAM THOMSON.

James había empezado a interesarse por el problema de los colores desde sus días en el laboratorio de Forbes en Edimburgo. Su mentor pensaba que podía generarse cualquier color usando la clásica rueda de colores (véase la figura) convenientemente modificada.

rueda colores

La primera rueda de color que muestra las relaciones existentes entre los primarios, secundarios, complementarios… es obra de Isaac Newton. Aquí reproducimos dos que aparecen en el Traité de la Peinture en Mignature (1708), atribuido al francés Claude Boutet. A la derecha se ve el ejemplo más antiguo de la rueda de color de doce tonalidades.

Como al ponerse a girar con rapidez, nuestro ojo es incapaz de resolver cada uno de los colores pintados en la rueda, lo que acabamos viendo es una mezcla de todos ellos. Esta es una característica del ojo, pero no del oído: al poder separar los sonidos en sus componentes más simples, somos capaces de escuchar una melodía y no una mezcla única de todas las notas.

Siguiendo la propuesta de Young, Forbes pensaba que podía producir cualquier color, incluyendo el blanco, colocando de manera apropiada los tres colores primarios en la rueda. De este modo, buscó obtener el blanco a partir del rojo, el amarillo y el azul, distribuyéndolos por la rueda en sectores de diferentes tamaños. Fue en vano. Intentó producir el verde a partir del azul y el amarillo, como hacían los pintores en sus paletas, pero no lo consiguió: sorprendentemente, obtenía el rosa.

Forbes estaba perplejo. Hoy sabemos que no es lo mismo mezclar luz que pigmentos: la primera es una mezcla de colores aditiva, la segunda es sustractiva: vemos el color amarillo en las paredes porque es la componente de la luz visible que no absorbe la pintura. Esto es lo que encontró Maxwell: descubrió que jugando con una rueda de colores que contenía el rojo, el verde y el azul como primarios, todo funcionaba a la perfección.

James Clerk Maxwell comenzó su investigación de los colores en el momento oportuno, cuando había un gran interés por ellos. El físico óptico escocés David Brewster (1781-1868) acababa de formular una teoría sobre la sensación de color, y el alemán Hermann von Helmholtz (1821-1894) había publicado en 1852 su primer artículo sobre el tema. Según Brewster, los tres colores primarios eran el rojo, el azul y el amarillo, y correspondían —siguiendo a Young— a tres tipos de luz objetiva. Pero Von Helmholtz señalaba una inconsistencia de fondo: los experimentos realizados hasta la fecha se habían llevado a cabo mezclando pigmentos, con excepción de aquellos pocos hechos con la rueda de colores, y era necesario mezclar luz de diferentes colores para poder comparar resultados. Para ello, Von Helmholtz construyó un dispositivo, una caja capaz de mezclar la luz de dos colores espectrales que podía mezclar con cualquier valor de intensidad. De estos experimentos había obtenido unos resultados sorprendentes, pues de la mezcla de rojo y verde había obtenido amarillo, y del verde y el violeta había obtenido azul.

Maxwell tomó nota de las consideraciones del alemán y construyó su propia caja de color en 1852. Pero antes de eso debía realizar sus propias investigaciones con la rueda de colores.

comp

FOTO SUPERIOR: Un bosquejo de Newton de uno de sus experimentos con los colores. Entre las aportaciones a la ciencia del físico y matemático inglés, encontramos la teoría de los colores y las primeras ideas sobre la atracción gravitatoria.

FOTO INFERIOR: James Clerk Maxwell a los veintitrés años, sosteniendo una rueda de color en el Trinity College de Cambridge. Maxwell se basó en la teoría del color de Newton y fue el primer científico en ofrecer una teoría cuantitativa del color, que le valió el reconocimiento de sus colegas.

GIRA, GIRA, RUEDECITA

Lo primero que había que hacer era obtener medidas cuantitativas de la mezcla de colores. Para ello, Maxwell modificó la rueda de manera que pudiera escoger la cantidad de cada color que iba a utilizar, que medía gracias a un círculo graduado. En sus experimentos encontró que con blanco, negro, rojo, verde, amarillo y azul podía obtener cualquier color. Pero había que afinar más los resultados e incluyó una segunda rueda más pequeña, que colocó encima de la primera. De este modo, en la inferior ponía tres colores, digamos negro, amarillo y azul, y en la superior, el rojo y el verde. Para cuantificar la proporción de cada color que había en ambas ruedas solo tenía que mirar la escala que llevaban impresa. ¿Podía generar el mismo color en ambas ruedas? Así fue. En uno de sus experimentos encontró que obtenía el mismo color, un amarillo sucio, con 46,8 partes de negro, 29,1 de amarillo y 24,1 de azul, y con 66,6 partes de rojo y 33,4 partes de verde. Ahora bien, el negro no es un color: Maxwell lo incluyó para controlar el brillo y la tonalidad de la mezcla de azul y amarillo. Luego, lo que realmente tenía es que 29,1 partes de amarillo y 24,1 de azul producen el mismo color que 66,6 partes de rojo y 33,4 de verde. Llamando A, B, C y D a los colores y a, b, c y d a las cantidades de cada color, podemos generalizar este resultado diciendo que:

cC + dD = aA + bB,

donde el símbolo + significa «combinado con» y el símbolo = «coincide en tinta». Del mismo modo, podemos decir que:

dD = aA + bB - cC.

En este caso, el símbolo - indica que para igualar los colores debemos combinar el C con el D, y entonces coincide con una mezcla de A y B. Por tanto, se podía afirmar que, para un color cualquiera X, existía una mezcla de tres colores tal que:

xX = aA + bB + cC.

Si el signo de alguna de las cantidades a, b o c era negativo, quería decir que ese color debía combinarse con X para coincidir en tinta con una mezcla de los otros dos. Solo bastaba con escoger adecuadamente esos colores primarios. ¿O no? En enero de 1855, Maxwell escribió:

No es necesario especificar ningún color como típico de estas sensaciones. Young ha escogido el rojo, el verde y el violeta, pero podía escogerse cualquier otro grupo de tres colores, que proporcionarán el blanco si se combinan apropiadamente.

Young había incluido en su teoría un triángulo de color en el que mostraba que todos los colores, incluso el blanco, se podían generar a partir de sus primarios: rojo, verde y violeta. A esta ruptura con la tríada de los pintores, en 1849 Forbes la había tildado como «una opinión singular». Aquel mes de enero, Maxwell había adoptado el planteamiento de Young, pero enfatizando que el punto crucial en la selección de los primarios era su combinación, en las debidas proporciones, para formar el blanco. Gracias a sus experimentos, se sentía preparado para formular una teoría de la clasificación de los colores. Para ello, partió de la propuesta hecha por el alemán Hermann Grassmann (1809-1877) en su artículo «Sobre la teoría de la mezcla de los colores» («Über die Theorie der Farbenmischung»), publicado en 1853, en el que decía que había tres variables en la visión de los colores: tono o color espectral, brillo o intensidad del color y brillo del blanco. A partir de ellas, introdujo dos cantidades derivadas, el brillo total, que es la suma de los brillos del color y del blanco; y el grado de saturación, la razón del brillo del color sobre el total. Grassmann demostró que cada color podía representarse mediante su posición y un determinado «peso» en el círculo cromático de Newton, de modo que, por ejemplo, el producto del brillo total por la distancia al centro daba como resultado la intensidad del color.

Con todo este bagaje, Maxwell mostró que estas variables se podían representar en un diagrama que incorporaba el esquema triangular de Young, el círculo de color de Newton y la clasificación de los colores de Grassmann. Su representación geométrica del color se conoce como el «triángulo de Maxwell».

UN TRIÁNGULO DE COLOR

triángulo

Un determinado color puede definirse en este triángulo por las distancias a cada uno de sus lados, como se explica en el texto. El centro geométrico del mismo corresponde al blanco.

Los tres colores primarios, rojo, verde y azul (en realidad eran bermellón, verde esmeralda y azul ultramar), están representados por los lados de un triángulo equilátero (véase la figura). Cada punto del triángulo representa un color que se puede obtener por una mezcla determinada de estos tres colores y el punto central representa el color blanco. Cada punto del triángulo corresponde a una solución de la ecuación:

Color = %R + %V + %A,

donde %R es el porcentaje de rojo definido como 100 r/(r + v + a), %V el de verde, 100 v/(r + v + a) y %A el de azul, 100 a/(r + v + a), donde r, v y a son las distancias a un punto del triángulo. Además, el color espectral venía dado por la posición angular de la recta al centro de gravedad, el blanco, y el nivel de saturación por la distancia al mismo.

No obstante, Maxwell era consciente de que no todos los colores podían generarse como una combinación de esos tres primarios: en su representación geométrica había algunos que se encontraban fuera de los límites del triángulo. ¿Cuáles? Aquellos que, como hemos visto, aparecían al restar un primario, o lo que es lo mismo, los que tenían un valor de a, v o r negativo.

El sistema de Maxwell era robusto, pues no dependía de la elección de los colores primarios, pero James encontró que su personal elección de esos colores era muy cercana a la tríada ideal, dado que la inmensa mayoría de los colores caían dentro del triángulo.

Podemos resumir la contribución original de Maxwell en una síntesis (geométrica) de la teoría del color que publicó en 1855 en la revista de la Royal Society de Edimburgo bajo el título «Experiments on Colour, As Perceived by the Eye». En la actualidad, todos comprobamos diariamente la potencia de la teoría de los tres componentes del color cada vez que encendemos el televisor.

Ahora bien, y como él mismo explicó en una carta a Forbes en noviembre de 1857:

Los papeles coloreados y los trompos, aunque son mucho más precisos que la mayoría de los experimentos espectrales, no proporcionan ningún hecho absoluto sobre la definición de los colores.

La razón ya la había expresado en su artículo de 1855:

Los colores en los discos no representan de ningún modo los colores primarios, sino que son simples especímenes de diferentes tipos de pinturas.

Por tanto, las ecuaciones que encontró no eran otra cosa que relaciones «entre los colores de determinados pigmentos».

Por este motivo, en 1852 ya había diseñado —siguiendo a Von Helmholtz— su particular «caja de color» con una serie de prismas y rendijas para mezclar y comparar colores espectrales (véase la figura, abajo). En aquel momento, la mayor dificultad estaba en conseguir tomar medidas directas, y eso exigía pulir la óptica de su caja. En 1855 construyó una con la que fue capaz de observar mezclas de dos colores puros y, a partir de ella, al año siguiente ideó otra portátil «para mostrar el fenómeno, aunque sea toscamente, a otras personas».

caja de color

Esquema de la «caja de color» diseñada por Maxwell con los rayos de luz trazados en línea discontinua.

Con su caja perfectamente calibrada y con las ideas de Grassmann, Young y Newton como marco teórico, Maxwell fue capaz de dibujar las curvas de distribución de la luminosidad de cada color estándar en función de su longitud de onda, representando el mecanismo de respuesta fisiológica del ojo. Esto le llevó a interesarse por el funcionamiento del ojo, ya fuera animal o humano. Pero no había instrumental para hacerlo, así que tuvo que construirlo: el oftalmoscopio, inventado por Von Helmholtz un año antes y del cual James no tenía idea de que existiera. Maxwell dedicó mucho tiempo a mirar en el interior de los ojos de los perros y de las personas, aunque para convencer a estas últimas tuvo que dejar que ellas miraran en el interior de los suyos primero.

Con los pies asentados en suelo firme, y con la ayuda de su mujer —se casó, como veremos, en 1858—, pudo demostrar que cuando se combinaba cualquier color espectral entre el rojo y el verde, con una pequeña parte de azul, coincidía con una determinada mezcla de rojo y verde. Del mismo modo, cualquier color entre el verde y el violeta, mezclado con una pequeña cantidad de rojo, podía ajustarse a una mezcla apropiada de verde y violeta. De esta manera, pudo sustituir el círculo cromático de Newton por una curva en su triángulo. Obviamente, la forma de esta curva dependía del ojo del observador, pero Maxwell descubrió que para la mayoría de la gente los resultados obtenidos en sus ojos y los de su mujer se ajustaban bastante bien. Caso aparte era el de aquellas personas con algún tipo de discromatopsia o ceguera a algún color: si no veían el rojo, prácticamente todos los colores encajaban con una mezcla de verde y violeta. En 1860, James publicó su último gran trabajo sobre el color, donde incluyó todos estos resultados: «On the Theory of Compounds Colours».

El trabajo de Maxwell en la teoría del color había introducido medidas exquisitamente precisas y ecuaciones matemáticas, lo que agradó profundamente al establishment científico de la Universidad de Cambridge, especialmente a Stokes, que ocupaba la prestigiosa cátedra lucasiana de matemáticas —la que había ocupado el mismísimo Isaac Newton—, y del rector del Trinity, Whewell. En junio de 1859 lo nominaron para la Royal Medal de la Royal Society «por su teoría matemática de la composición de colores, verificada por experimentos cuantitativos», lo que constituía el reconocimiento público a la creación de una teoría matemática basada en medidas cuantitativas. Pero no se la concedieron. La que sí ganó fue la medalla Rumford (especialmente creada para estudios sobre la luz y el calor), conseguida el año siguiente, justo cuando enviaba su artículo, no a la revista de la Royal Society de Edimburgo, donde había publicado las investigaciones anteriores, sino a la de la Royal Society de Londres, a petición del propio Stokes, secretario de la sociedad. De este modo, su trabajo sobre los colores convirtió a Maxwell en una figura en el mundo de la ciencia británica, y le dio una reputación a los ojos de sus colegas de físico experimental de Edimburgo con los valores de las matemáticas de Cambridge.

DE REGRESO A ESCOCIA

Mientras todo esto ocurría tras la puerta del laboratorio de Maxwell, al otro lado muchas otras cosas estaban sucediendo. En las vacaciones de Navidad de 1854, su padre enfermó gravemente por culpa de una infección pulmonar, de manera que James abandonó su trabajo para cuidarle. No pudo regresar a Cambridge hasta el último trimestre de curso. En una carta a su padre expresaba su alegría porque William Thomson «empezaba a creer en mi teoría de que todos los colores se pueden referenciar a tres estándar», al tiempo que se lamentaba de que en Cambridge se sentía aislado.

«Es difícil mantener el interés en temas intelectuales cuando tus amigos del mundo intelectual escasean».

— PALABRAS DE MAXWELL EN UNA CARTA A SU PADRE REFIRIÉNDOSE A SU ESTANCIA EN CAMBRIDGE.

Maxwell superó con éxito el examen para ser fellow del Trinity y fue oficialmente nombrado como tal el 10 de octubre de 1855. Inmediatamente pidió dar clases de hidrostática y óptica en el college a los alumnos de tercer curso, al tiempo que declinó convertirse en tutor de algún alumno: quería dedicar todo su tiempo a las clases, a los alumnos y a las investigaciones. En febrero de 1856 recibió una carta de su mentor y amigo Forbes informándole de una vacante de profesor de Filosofía Natural en el Marischal College de Aberdeen, al norte de Escocia, y sugiriéndole que debería optar por ella. James decidió que se presentaría si su padre lo aprobaba. «Por mi parte —escribió— pienso que cuanto antes tenga un trabajo fijo será mejor y la mejor forma de conseguirlo es optando por una plaza de profesor». Su padre estaba entusiasmado por la oportunidad y empezó a cabildear por Edimburgo en apoyo de su hijo. Cuando James regresó a Escocia a mediados de marzo, todo estaba ya preparado. Ambos regresaron a Glenlair tras pasar unos días en Edimburgo cuando, el 2 de abril, su padre falleció de repente:

Mi padre ha muerto de pronto a las doce en punto. Había estado dando instrucciones en el jardín, tras lo cual dijo que se iba a sentar un poco para descansar, como era habitual. Después de unos minutos, le dije que se tumbara en el sofá, pero no me hizo caso; entonces le llevé algo de éter, pues sabía que ya le había ayudado a mejorar en otras ocasiones. Antes de que pudiera tomarlo, dio un pequeño respingo y todo terminó.

Justo tras la muerte de su padre, Maxwell fue elegido para la plaza de profesor, a la que se incorporó en noviembre tras pasar un triste verano en Glenlair llevando a cabo los planes que para la hacienda tenía previsto hacer su padre.

Una vez instalado se llevó la primera sorpresa: con veinticinco años, era el profesor más joven del college, y aunque esperaba encontrarse con colegas de edad parecida, el siguiente más joven tenía cuarenta años y la media de edad rondaba los cincuenta y cinco. La segunda fue el caluroso recibimiento que le hicieron sus compañeros. De hecho, todos eran muy amigables y muy pronto se encontró cenando más veces fuera de casa que en ella. Aunque había un pero:

Aquí nadie entiende ningún chiste. No he contado ninguno en dos meses y en cuanto noto que uno quiere salir por mi boca me tengo que morder la lengua.

El Marischal College fue la segunda universidad escocesa, fundada después de la de Edimburgo. Su titulación principal era el Master of Arts (MA) y las asignaturas obligatorias eran griego, latín, historia natural, matemáticas, filosofía natural, filosofía moral y lógica. La mayoría de los estudiantes vivían en la ciudad o en sus alrededores y provenían fundamentalmente de familias de comerciantes, aunque también de granjeros, clérigos, maestros y abogados. Los hijos de los dos primeros no solían seguir el negocio paterno y buscaban una salida profesional como médicos, clérigos, profesores o abogados.

Como mandaba la tradición, todo nuevo profesor debía impartir una lección inaugural a la que asistía toda la comunidad universitaria en la que debía explicar cuál iba a ser la política que pensaba seguir como jefe del departamento. Maxwell se la preparó a conciencia. Dejó muy claro que no solo iba a explicar ciencia, sino que también la usaría para que sus alumnos aprendieran a pensar correctamente por sí mismos:

Confío que gracias al estudio cuidadoso y diligente de las leyes naturales seamos capaces de huir de los peligros de las formas de pensamiento vagas e inconsistentes y adquiramos el sano hábito del pensamiento enérgico que nos permita reconocer el error en todas sus formas.

Y añadió que iba a romper con ese hábito académico de desprecio hacia la experimentación: el laboratorio iba a ser una pieza fundamental de sus clases. Por suerte, su predecesor era un entusiasta de la investigación y había dejado un laboratorio bien provisto.

Maxwell tenía muy claro qué quería hacer en sus clases, pero era necesario que lo detallara por escrito, pues debía presentar un completo plan de estudios. Sus días estaban bastante cargados de trabajo: preparar las clases y las sesiones de prácticas e impartir una vez por semana una clase en la Aberdeen Mechanics Institution, un centro que abrió sus puertas en 1824 como respuesta a las nuevas necesidades derivadas de la Revolución industrial de dar formación técnica a los trabajadores. Durante tres décadas sus predecesores se habían encargado de proporcionar conocimientos científicos a los asistentes una tarde por semana, y Maxwell estaba encantado de continuar con esa tradición. De este modo, acabó teniendo una carga lectiva semanal de quince horas, a lo que había que sumar el tiempo que debía dedicar a los trámites administrativos y burocráticos de su departamento, la preparación de las clases… Y además quería dedicar tiempo a sus investigaciones.

James se había instalado en una ciudad única: si en toda Escocia había cinco universidades, Aberdeen tenía dos: Marischal y el King’s College. Era algo inusual y se había creado una comisión para unir ambos centros. Se trataba de una tarea bastante complicada, pues existía una rivalidad malsana entre ambos: James, de naturaleza cordial, pronto se hizo amigo de los miembros más jóvenes del King’s, pero enseguida se dio cuenta de que entre los profesores y sus familias de los dos college lo que verdaderamente existía era una glacial cortesía: nadie tenía tratos con los del «otro lado».

Así las cosas, James empezó a sentirse solo. Era un recién llegado a una sociedad que en apariencia se mostraba amigable, pero que en realidad era bastante cerrada, donde tenía que vivir durante el año académico, de noviembre a abril. En Glenlair vivía solo, atendiendo la hacienda y recibiendo las visitas ocasionales de sus amigos. Solía ir a ver a sus familiares, pero su relación con aquellas personas con las que se sentía más cercano era fundamentalmente epistolar; sus cartas de esa época muestran a un hombre emocionado con su trabajo, que valoraba en muy alto grado la amistad, pero al que le costaba manejar el dolor y la soledad.