Presupuesto de la bioética

La Bioética parte de un presupuesto básico para su reflexión moral, la promoción de la vida como condición sin la cual, la dignidad de la existencia del ser humano y su mundo carecen de sentido. Este supuesto apodíctico[44] toma vigencia ante la desvalorización del ser humano que se vive en el siglo XXI. Esto conlleva a diversas consecuencias éticas, entre estas, las relativas a la libertad de investigación, el cuestionamiento sobre la verdad y el propósito humano de la ciencia. Obviamente, esto trae a colación la reflexión moral sobre: ¿Qué es lo que el ser humano debe hacer para garantizar el futuro de la humanidad? ¿Qué es lo que la ciencia debe hacer para ser más humana? Tal vez estas interrogantes nos lleven a la consecución del primer criterio ético digno de tenerse en cuenta. Se trata del papel del hombre y de la humanidad, de la valoración de la persona y de su realización histórico-social y de ver si tal conocimiento la lleva a humanizar o no el futuro del ser humano en el planeta tierra.

Partiendo del paradigma antropoético, la Bioética se presenta como el arte de enseñar a vivir con dignidad y libertad a todo ser humano en su mundo, para promover la salud, la justicia y la armonía con sus congéneres y con el ecosistema, a través de un diálogo plural y holístico. Por ello, una de las grandes motivaciones de esta neodisciplina es la «supervivencia de la humanidad» (Cf. Potter, 1971; Sgreccia, 1987) y la calidad de vida, cuyas tareas primordiales son asegurar un futuro vivible para todo hombre, que promueva la investigación, las actividades didácticas y la formulación de criterios justos sobre los límites de licitud en la intervención del hombre sobre la vida en general.

Edgar Morin (2000) plantea que la antropo-ética supone la decisión consciente y clara:

  • De asumir la humana condición individuo-sociedad-especie en la complejidad de nuestra era.
  • De lograr la humanidad en nosotros mismos y en nuestra conciencia personal
  • De asumir el destino humano en sus antinomias y su plenitud.

La antropo-ética nos pide asumir la misión antropológica del milenio:

  • Trabajar para la humanización de la humanidad.
  • Efectuar el doble pilotaje del planeta: Obedecer a la vida, guiar la vida.
  • Lograr la unidad planetaria en la diversidad.
  • Respetar en el otro, a la vez, tanto la diferencia como la identidad consigo mismo.
  • Desarrollar la ética de la solidaridad.
  • Desarrollar la ética de la comprensión.
  • Enseñar la ética del género humano.

La antropo-ética conlleva, entonces, la esperanza de lograr la humanidad como conciencia y ciudadanía planetaria. Comprende, por consiguiente, como toda ética, una aspiración y una voluntad pero también una apuesta a lo incierto. Ella es la conciencia individual más allá de la individualidad.