Augusto está limpiando el parabrisas del Cebojet con mucho cuidado, porque hay una niebla muy espesa. Esta mañana la visibilidad será un problema.

—Subid, chicos —les ordena Champignon—. No podremos correr mucho con esta niebla, así que mejor salir con tiempo.

Los Cebolletas meten sus bolsas en el portaequipajes del autobús y suben a bordo.

—Ojalá el árbitro suspenda el partido —dice Sara con un suspiro—, así podremos recuperar a Fidu, Pavel e Ígor.

—Pues yo prefiero jugar —rebate Pedro—. Al menos esta vez estoy seguro de que saldré como titular.

Eva también ha subido a bordo. Se ha sentado al lado de Tomi, en una de las últimas filas del Cebojet, y le está contando los progresos de la función de Navidad:

—Ya casi estamos listas. Es un ballet precioso y en el agua nos divertimos de lo lindo.

—¿Cómo se encuentra el ciervo? —pregunta Tomi con una sonrisita.

—Vicente ha mejorado mucho —responde Eva—. No te burles de él, estoy segura de que te sorprenderá. Vendrás a ver la representación, ¿verdad?

—Claro —asiente Tomi—. Irán todos los Cebolletas.

La bailarina sonríe y mira por la ventana.

—¿A ti te gusta la niebla? —pregunta.

—No demasiado —contesta el delantero.

—A mí sí —prosigue Eva—. Es como andar entre las nubes. Tienes la sensación de volar.

A Tomi la bailarina también le gusta porque dice a menudo cosas extrañas y poéticas. Pero, sin querer, en cuanto ve los faros de un autobús que atraviesan el muro gris de la niebla, descubre que está pensando en los ojos verdes de Kasi.

Dos filas por delante, Fidu interroga a Nico:

—¿La capital de Madagascar?

—Antes no no arribo… ¡Antananarivo! —responde con seguridad el número 10—. ¡Al fin he conseguido que me entre en la cabeza! ¡Ahora ya no me volveré a equivocar!

Cuando el Cebojet se detiene en el campo del Virtus B, la niebla es todavía más espesa que antes.

El árbitro, un señor con unos mostachos negros extravagantes y una barriga notable, controla la visibilidad acompañado por los dos capitanes.

—No se ve la portería contraria, así es imposible jugar… —comenta Nico, con la esperanza de que se aplace el partido para poder contar con los Cebolletas ausentes.

—No cuenta que no se vea la otra portería —explica el árbitro—. Lo importante es que desde el centro del campo se vean las dos metas. Vamos a comprobarlo…

Van hasta el círculo donde se hacen los saques iniciales y, en efecto, se entrevén los postes de las dos porterías, aunque a duras penas.

—Se puede jugar —decide el árbitro.

Los equipos se alinean en el terreno de juego.

¿Te acuerdas de Tití, la chiquilla que defiende la portería del Virtus B? Sale corriendo a saludar a Augusto, que está en el banquillo, y a Fidu, que está al borde del campo, y luego se coloca entre los palos.

—¡Estad muy atentas! —grita Nico en dirección a sus dos defensas.

En cuanto pita el árbitro, el número 6 del Virtus B cede al número 8, que levanta el balón y dispara un cañonazo en dirección al cielo, mientras todos sus compañeros se lanzan al ataque.

Becan, que esperaba ese disparo, ha retrocedido para ayudar a las defensoras y entre los tres alejan el peligro.

—Qué lástima… —murmura en el borde del campo Pablo, el joven entrenador del Virtus.

—Me acordaba perfectamente de vuestro «plan mosquito»… —le dice Champignon acariciándose el lado derecho del bigote—. ¡Esta vez no hemos caído en la trampa!

Pablo sonríe y se pone a animar a sus jugadores, que son un año más jóvenes que los del resto de los equipos del campeonato. El Virtus A, la formación de los mayores, disputa el campeonato en el otro grupo, en el que también están los Tiburones Azules, el antiguo equipo de Pedro.

El partido es disputado desde el principio. Los chiquillos del Virtus B demuestran que están en gran forma, a pesar de lo que parecen indicar los cero puntos que llevan en la clasificación, aunque se ven obligados sobre todo a defender, porque los Cebolletas han subido a atacar en masa, gracias al ímpetu de Becan y João que, como el campo está seco, pueden recurrir a sus regates favoritos.

Pedro parece estar fresco. Ya ha disparado dos veces a puerta y, al tercer intento, tras un pase de Becan, ha pegado un tremendo cabezazo y la pelota ha chocado contra el travesaño.

En tribuna se ha oído el ruido sordo de la madera, «¡toc!», pero no se ha visto nada, porque la niebla se ha hecho todavía más densa. Los espectadores solo pueden distinguir las jugadas que se producen en el centro del campo, pero no logran distinguir las porterías.

—¿Qué ha pasado? —grita Tomi en cuanto reconoce a João, que ha bajado a defender.

—¡Pedro le ha pegado al larguero! —responde el extremo izquierdo.

—Pedro… —repite orgulloso Charli, mirando a su alrededor.

Carlos aporrea su tambor brasileño y vocifera:

—¡Ánimo, Cebolletas, al ataque!

Es un partido realmente extraño. Los chicos, metidos en el área del Virtus B, oyen ruido de tambores, pero no ven ni las gradas ni los espectadores. Se diría que el sonido llega de un país lejano. La atmósfera es un poco inquietante.

El número 8 del Virtus B se acerca en determinado momento a la línea lateral y lo primero que ve asomar entre la niebla es un esqueleto que sonríe… El chaval lanza un grito de terror.

—No te preocupes, no es más que nuestra mascota. Se llama Socorro —lo tranquiliza Nico.

—¡Exactamente lo que estaba a punto de gritar: socorro! —comenta el número 8.

El árbitro acude resoplando:

—¿Todo en orden? ¿Podemos continuar?

Es bastante probable que el colegiado se haya arrepentido de no haber aplazado el partido. Está agotado. Tiene que estar en todo momento al lado del balón si no quiere verlo desaparecer entre la niebla. Por eso tiene que correr como los jugadores. Y con el barrigón que luce no le resulta fácil…

Augusto también va corriendo como él. Sigue todas las jugadas corriendo junto a la línea lateral y luego se las comunica a Gaston, que está sentado en el banquillo. Pero el chófer sigue en plena forma y no resopla.

Cuando está a punto de acabar la primera parte, Dani tiene una duda: «¿No será que han vuelto todos al vestuario a tomar un té bien calentito y se han olvidado de avisarme?».

No ve a ningún jugador en su mitad del campo, no oye gritos procedentes de las gradas. Así que sale de su área y se dirige hacia la portería contraria.

En realidad, todos los Cebolletas, incluidas Sara y Lara, están asediando al Virtus B en su área de penalti. Pero justo en ese momento los números 9 y 10 acaban de recuperar el balón y echan a correr a contrapié, a toda velocidad.

El árbitro, que con un gran esfuerzo ha logrado seguir la jugada, pita penalti y saca una tarjeta roja: ¡Lara ha sido expulsada! Luego se saca un pañuelo y, resoplando, se seca la frente empapada.

El número 10 mete el penalti y, seguido por sus compañeros, corre hacia la tribuna.

—¿Qué ha pasado? —preguntan los hinchas.

—¡Gol! —gritan los chavales del Virtus B—. ¡Ganamos por 1 a 0!

El árbitro pita para indicar el fin del primer tiempo.

Nada más entrar en el vestuario, Pedro le espeta a Dani:

—Pero ¿qué narices hacías en el centro del campo? ¿Habías salido de compras?

—Perdonadme… como ya no veía a nadie… —se excusa el andaluz, extendiendo los brazos.

—¡Siempre es culpa tuya! —continúa Pedro—. En el partido anterior nos metieron un gol las chiquillas del Rosa Shocking, y ahora nos pasa lo mismo con los niñatos del Virtus…

—Si realmente son unos niñatos, ¿por qué todavía no les has marcado un gol, campeón? —le pregunta Sara, molesta.

—Porque he tenido muy mala suerte —rebate el exdelantero de los Tiburones Azules—. Le he atizado al larguero…

—¡Dejemos de discutir y pensemos en el segundo tiempo! —tercia Gaston Champignon—. Podemos darle la vuelta al marcador aunque contemos con un jugador menos. Becan bajará a defender con Sara. João y Nico se quedarán en medio del campo con Pedro. ¿Estáis de acuerdo?

El cocinero ve a sus pupilos demasiado nerviosos, por lo que añade:

—Y, por favor, ¡no os olvidéis de divertiros! Con esta niebla es como jugar al escondite… Dani, si te aburres en la portería, date otro paseíto. ¡Si nos meten otro gol no será el fin del mundo!

—Gracias, míster —contesta Dani, sonriente.

João y Becan «chocan la cebolla» al guardameta, que siente así que sus compañeros confían en él y vuelve al campo reanimado.

Pedro también se acerca a Dani y le susurra algo al oído. Quizá una jugada de estrategia, porque el portero responde:

—Entendido.

Los Cebolletas empiezan el segundo tiempo a lo grande, como si fueran uno más, y no uno menos.

—¡A lo mejor hemos empatado! —exclama Armando, que oye gritos entre la niebla.

Los Cebolletas rodean a su delantero para felicitarlo «chocándole la cebolla», pero Pedro recoge el balón y lo lleva al centro del campo:

—¡Ahora pensemos en marcar el 1-2 y luego ya lo celebraremos a vuestra manera estúpida!

—¡Nuestro saludo no es ninguna estupidez! —replica Nico, enfadado.

João se acerca a la valla y grita a Tomi:

—¡Pedro ha empatado!

—Siempre Pedro: todo lo tiene que hacer mi hijo… —comenta Charli con orgullo.

Después del empate, los Cebolletas bajan el ritmo, para recuperar un poco las fuerzas y preparar el asalto final en busca de la victoria. Pero el Virtus B lo aprovecha para subir de nuevo al ataque y hacerse con un saque de esquina.

Pedro charla otra vez con Dani y se aleja hacia medio campo. Desaparece entre la niebla, seguido por un defensa.

Dani aferra el balón lanzado desde el banderín y lo arroja inmediatamente lo más lejos que puede. El pobre árbitro lo ve desaparecer entre la niebla y, resoplando como una vieja cafetera, trata de llegar hasta la portería contraria.

Llega justo a tiempo para ver a Pedro disparar a puerta y batir a Tití. Pita el gol: ¡1-2!

El delantero centro asoma por entre la niebla con los brazos levantados. Los Cebolletas, que no han visto la jugada, comprenden lo que ha ocurrido y lo abrazan para celebrarlo.

João sale corriendo para comunicárselo a Tomi.

—¡Otra vez mi hijo! ¡Es un verdadero campeón! —estalla de alegría Charli.

Pero Tití y el defensa que ha perseguido a Pedro no dejan de protestar en torno al árbitro.

Y tienen razón.

Augusto, que también ha seguido la jugada, ha visto lo que ha ocurrido y se lo cuenta a Champignon:

—Pedro ha blocado con las manos el despeje de Dani, ha corrido como un jugador de rugby hasta el área enemiga, ha dejado el balón en el suelo y ha disparado.

El cocinero se acaricia el extremo izquierdo del bigote y entra en el terreno de juego. Va junto al árbitro para darle una explicación:

—En realidad, mi jugador ha utilizado las manos. El gol hay que anularlo.

—¡No es verdad! —protesta Pedro.

—Ven, Pedro, voy a reemplazarte —dice el cocinero-entrenador—. Vete a dar una ducha.

El árbitro anota el cambio en su bloc y pregunta:

—¿Quién entra en lugar del número 9?

—Nadie —responde Champignon, que vuelve al banquillo.

—Esto no hay quién lo entienda… —farfulla el árbitro secándose la frente.

Tití describe a Nico y a los demás adversarios la jugada del gol anulado.

El partido se reanuda con el resultado de 1 a 1.

—¡Ánimo, chicos, intentémoslo de todas formas! —les anima el capitán de los Cebolletas.

Pero, como solo son cinco contra siete, lo único que pueden hacer los chicos de Champignon es defenderse, y les meten dos goles más. El partido acaba con el resultado de 3 a 1, favorable al Virtus B.

Segunda derrota consecutiva. Si pierden el próximo partido contra los Diablos Rojos, los Cebolletas se quedarán descolgados de nueve puntos, lo que equivaldría a renunciar a jugar la gran final. Y eso solamente a la mitad del campeonato.

El domingo siguiente no podrán jugar ni Lara, que estará descalificada, ni Fidu, al que todavía le duele la muñeca. Y no está garantizado que Pavel e Ígor puedan saltar al terreno de juego después de su gripe.

En estas cosas van pensando los Cebolletas durante el viaje de regreso con el Cebojet. Nadie habla. Todos miran por la ventana: están en una situación todavía más gris que la niebla.