Capítulo 20

—Hace años que Lexie desapareció. ¿Por qué están sucediendo estas cosas precisamente ahora? Algo tiene que haberlas precipitado — le dijo Jake a Pops.

Eran poco más de las siete y media de la mañana. Jake, remolcando a Cielito, acababa de regresar de dar un paseo con éste, cosa que parecía estar convirtiéndose ya en costumbre, cuando Pops hizo rugir su moto. Jake casi se estremeció al verlo: el sábado por la mañana, tras salir del edificio pensando en todo aquello que tenía que hacer durante el día, Jake se había percatado, al ver que su coche faltaba del garaje, de que no tenía medio de desplazamiento. Pops se había ofrecido para llevarlo con su moto a recoger el coche, un trayecto que le había erizado el pelo y que Jake se había prometido no repetir jamás salvo en caso de pena de muerte (la suya). Pops entró también con él mientras Jake le refería la llamada de «Lexie» que Sarah había recibido el día anterior.

—No olvides que fue ascendida en el trabajo — comentó Pops.

La camiseta de aquel día era la de la última gira de los Stones: unos labios grandes y rojos con la lengua colgando. Si a eso se añadían los vaqueros, las botas y la calva reluciente, Pops era una vez más la viva imagen de un tipo a la moda.

—De eso hace ya tres meses. — Jake cerró cuidadosamente la puerta a sus espaldas. Después del encontronazo que Cielito había tenido con Molly, Jake procuraba sacar al perro sólo por la parte delantera de la casa—. Le he preguntado a Sarah, pero a ella no se le ocurre quién puede querer hacerle daño.

El problema, a la hora de discutir con su amiga sobre aquello, es que ambos lo hacían desde dos perspectivas diferentes: Jake buscaba a alguien que tratase de perjudicar a Sarah, mientras que ésta intentaba dilucidar quién había raptado a Lexie. Y ambas líneas de investigación no necesariamente se cruzaban. Jake pensaba que quienquiera que estuviese atormentando a Sarah podía no tener nada que ver con la desaparición de la niña y que, simplemente, se estaba valiendo de aquello para sacarla de sus casillas. En opinión de Sarah, en cambio, todos los caminos conducían a Lexie. Tan sencillo como eso.

—¿Algún enfrentamiento con alguien o algo semejante?

Jake negó con la cabeza.

—Nada que ella pueda recordar, en cualquier caso.

Ambos se encontraban ya en el despacho principal del piso de abajo. Pops se dejó caer sobre la silla de Dorothy mientras que Jake, con Cielito a su lado, controlaba que la doble puerta de cristal estuviese cerrada a cal y canto. Así era. La terraza estaba, además, libre de caimanes y el sol que en esos momentos empezaba a ascender desde el canal por el cielo azul era tan redondo y amarillo como una yema de huevo. A esas horas hacía ya calor, y la perspectiva era que hiciese aún más, mientras que la humedad se iba espesando como una salsa al cocer en el fuego. Como cualquier otra mañana de agosto, la situación era de status quo, exceptuando el hecho de que alguien ajeno a ellos odiaba a Sarah lo suficiente como para infligirle la tortura más cruel que ella podía soportar. Y tal vez la odiase hasta el punto de querer matarla.

Jake estaba dispuesto a encontrarlo, aunque ello le llevase toda la vida.

—Tal vez te equivocas buscando la razón en el pasado — dijo Pops, meditabundo mientras se balanceaba hacia atrás en la silla—. Puede que lo que haya encolerizado a ese individuo no sea algo que ya ha sucedido sino algo que esté a punto de suceder. Ese tipo, quienquiera que sea, está tratando de impedir que Sarah haga algo, consiga algo, o tome parte en algo, no sé.

—Ya he pensado en eso. — Jake se apartó de la ventana y miró a su abuelo—. Y también he hecho algunas averiguaciones al respecto. El problema es que ahora está metida en un montón de cosas. La más importante de ellas es el caso Helitzer. Pero luego está también la acusación de violación contra esos dos policías. Por si fuera poco, anda asimismo detrás de un par de atracadores de bancos, un importante traficante de drogas con el que se niega a llegar a un acuerdo, un profesor acusado de mantener relaciones sexuales con un menor y, bueno..., la lista es interminable. Además está esa clase de Mujeres Contra las Agresiones Sexuales en la que ayuda, lo que constituye un nuevo grupo de personas a considerar. Luego hay que pensar en la gente con la que trabaja, no sé, tal vez haya alguien que quiera deshacerse de ella por algún motivo. Las posibilidades son tantas que es como buscar una aguja en un pajar.

—En cualquier caso, sea quien sea, sabe perfectamente que el mejor modo de herirla es a través de esa niña — dijo Pops—. Lo que reduce algo la lista. La desaparición de Lexie se produjo hace siete años, mucha de esa gente puede que ni siquiera sepa que ella tenía una hija.

Jake negó con la cabeza.

—No creo que eso cambie las cosas. Por aquel entonces, se hizo mucha publicidad sobre el caso. Y es fácil encontrar datos sobre la desaparición. Basta buscar en Google.

—¿Google? — preguntó Pops con el desdén propio de alguien para quien Internet sigue siendo un misterio—. ¿Qué demonios es eso? Dime, ¿qué tipo de mundo es éste en el que basta teclear un nombre para...?

El ruido de unos pasos que bajaban suavemente por las escaleras lo interrumpió y le hizo girar los ojos en aquella dirección. Jake se volvió también. Cielito, que hasta ese momento había permanecido tumbado en el suelo mirando con nostalgia por el cristal, alzó la cabeza, miró en derredor y, a continuación, se puso de pie. Pocos instantes después, Sarah, vestida con un traje de chaqueta suelto gris marengo, una camisa de seda blanca y un par de zapatos de plataforma (la absoluta carencia de atractivo de su indumentaria no hizo sino confirmar a Jake la opinión que éste ya tenía sobre su modo de vestir), apareció de repente camino, a todas luces, de la entrada.

Pese a que había dormido plácidamente la noche anterior — Jake lo sabía porque él mismo había ido a comprobarlo varias veces—, seguía estando pálida y parecía cansada y... la palabra que con toda probabilidad Jake le habría aplicado para describirla era acosada. Pese a ello, estaba preciosa y Jake no pudo impedir que el corazón le diese un vuelco al mirarla.

«Idiota», se dijo a sí mismo. Porque eso era lo que pensaba en privado sobre los hombres que perseguían a las mujeres que los rechazaban. Jake había conocido a multitud de ellos durante su trabajo como detective privado, hombres que estaban a punto de divorciarse y que seguían enamorados de sus mujeres, hombres que apenas podían creer que la monada a la que hacían arrumacos estaba por encima de sus posibilidades económicas, o que, simplemente, se dedicaba a hacer arrumacos a otro, todo tipo de imbéciles que se emperraban en mujeres que, según pensaban, eran suyas. A quienes Jake le hubiera encantado decirles que el mar estaba lleno de peces. Que bastaba soltar la presa y buscar otra.

Y ahora, aquella falta de comprensión y sentido de la camaradería volvía a irritarlo.

Si bien era cierto que el mar estaba lleno de peces, él sólo deseaba uno.

«Es mía», pensó mientras Sarah se detenía en el umbral y le dedicaba una rápida sonrisa. «Y no sólo es mi mejor amiga.»

Pero ella no parecía ofrecerle más.

—Eh — le dijo ella—. Gracias por sacar a Cielito.

—De nada. — Jake miró al perro, quien permanecía a su lado mirando esperanzado a su ama. El problema era que Sarah no lo podía sacar por sí misma ya que corría el riesgo de que le dispararan. Y, si bien aquella posibilidad se iba reduciendo a medida que pasaban los días, Jake no tenía ganas de correr ningún riesgo. Lo cual significaba que él y Cielito estaban condenados a convertirse en uña y carne—. Creo que empezamos a llevarnos bien. Ni siquiera me gruñe ya.

—Ya te dije que acabaría por tomarte cariño — le respondió su amiga mirando a Pops—. Hola, Pops — añadió mientras entraba en la habitación y acariciaba la cabeza de Cielito.

—Buenos días, Sarah. ¿Adónde vas tan pronto?

—A trabajar — le contestó ella, posando sus ojos en Jake. Su actitud demostraba que no estaba dispuesta a dejarse vencer por las circunstancias, y Jake la admiraba por ello—. ¿Habéis acabado de interrogar a los testigos del caso Helitzer?

—Sí, y no hemos encontrado nada de interés. Charlie te entregará el informe esta mañana.

—Estupendo. ¿Y tú? ¿Te veré hoy?

—Es probable. — «Por supuesto. Nadie podrá impedírmelo», pensó Jake, pero se abstuvo de decirlo. En lugar de eso, la miró ceñudo—. Espero que te limites a ir al despacho y al tribunal, ¿de acuerdo? No me traigas cosas raras a casa.

—Te lo prometo — le tranquilizó Sarah, porque ambos habían hablado ya sobre las precauciones que ésta debía tomar en tanto aquel asunto siguiese por resolver. Jake no le dijo que, a pesar de que le había asegurado que no lo haría, tenía pensado hacer que alguien la siguiese durante el día—. Tengo que marcharme. Nos vemos luego — añadió mientras se disponía a salir.

—Hasta luego.

—Adiós, Pops.

—Adiós, Sarah.

Cuando se encontraba ya a punto de entrar de nuevo en la recepción, Sarah volvió la cabeza para mirar a Jake.

—Por cierto, ¿quién tienes pensado que me siga hoy? Lo digo para saber a quién buscar.

Era evidente que su amiga lo conocía como la palma de su mano. Jake no pudo por menos que sonreír.

—Esta mañana lo hará Charlie, ya que, de todas formas, tiene que pasarse por tu despacho.

—Dile que lo más probable es que me pare a tomar un café — dijo Sarah—. Te he pillado.

Acto seguido se marchó. Sus pisadas quedaron ahogadas por la moqueta y, al salir, cerró la puerta con cuidado.

Jake sólo se dio cuenta de que seguía sonriendo como un idiota al encontrarse con la maliciosa mirada de su abuelo.

—¿Qué? — le preguntó, mientras su sonrisa se desvanecía.

—Nada. — Pops se encogió de hombros—. Nada nuevo, al menos. Por todos los demonios, colega, supuse que estabas enamorado de ella al ver cómo te enfrentabas a ese caimán.

—Yo no... — empezó a decir Jake, pero se interrumpió al ver llegar a Dorothy. La secretaria, que lucía un veraniego vestido amarillo pálido, entró ruidosamente en el despacho, lo saludó inclinando la cabeza, lanzó una mirada de desaprobación a Cielito e ignoró olímpicamente a Pops, quien se había apresurado a dejarle libre la silla.

—He visto a Sarah al entrar — dijo, colocando el bolso bajo la mesa y alisándose la falda para sentarse en la silla que Pops acababa de abandonar—. Esa pobre chica parece exhausta. Necesita unas vacaciones. ¿Sabe que Charlie la está siguiendo? Porque me pareció ver cómo lo saludaba con la mano.

—Lo sabe — asintió Jake.

—Por lo visto, a nuestro colega le cuesta mantener las cosas en secreto. — Pops se acercó a Jake.

Cuando Jake se disponía a replicarle, Dorothy intervino.

—Hablando de mantener las cosas en secreto — dijo con la mirada clavada en Pops con expresión de creciente irritación—, ¿puedes explicarme qué norma de la empresa impide que los empleados salgamos juntos? Porque llevo cuarenta años trabajando aquí, y cuando Dave me contó lo de esa regla, bueno, lo único que pude decirle fue que era la primera vez que oía hablar de ella.

Pops parecía avergonzado. Sus ojos se posaron en su nieto con una mirada que Jake, gracias a innumerables años de experiencia, supo interpretar como: «Ayuda, necesito que me eches un cable.»

—Jake...

—Yo no tengo nada que ver con eso — dijo Jake alzando una mano—. Eso es...

... asunto vuestro. Estuvo a punto de decir, sólo que lo interrumpió... el timbre de su móvil. Tras extraerlo de su bolsillo, controló la pantalla, frunció el ceño y se apartó de ellos para responder.

—Hola... esto... soy Doris Linker. — Mientras Jake trataba de recordar aquel nombre, la persona que llamaba se identificó—. Eh... La hermana de Maurice Johnson. Usted nos dijo que nos pagaría mil dólares si le llamábamos tan pronto como Maurice se despertase. Bueno, pues acaba de hacerlo.

—¿Cómo puede ser, señorita Letts, que usted haya tenido casi un año para preparar este caso, la señora Mason haya tenido... cuánto... tres, cuatro meses... y ella ya esté lista para iniciar el proceso y usted no?

Sarah trató de que no se notase hasta qué punto estaba disfrutando con la agria reprimenda que el juez Schwartzman echaba a Pat Letts, quien aquel día se había presentado al tribunal con un traje rojo lo suficientemente sugerente como para despertar la envidia de Sarah. No obstante, no estaba causando en el juez la reacción que la abogada había esperado. O tal vez sí, sólo que los dos periodistas que garabateaban en sus cuadernos en la parte posterior de la sala estaban actuando como antídoto. En cualquier caso, las cosas no iban viento en popa para la defensa.

Letts parecía cohibida, pero no tardó en recuperarse con admirable sangre fría.

—El caso es tan complejo, señoría, que...

—No siga, señorita Letts. Llevo ya bastantes años de magistrado como para no reconocer una táctica dilatoria por mucho que me argumenten en contra. — El juez la miró frunciendo el entrecejo. A continuación, mientras Sarah hacía lo posible por no sonreír y Pat Letts por no parecer abatida, el juez Schwartzman se inclinó hacia ellas y les dirigió una mirada severa desde detrás de sus lentes—. Les recuerdo a las dos que el juicio preliminar empieza el miércoles que viene. No quiero más retrasos. Propuesta denegada.

Acto seguido dio un golpe con su maza, se levantó y abandonó la tarima, sacudiendo su túnica negra al echar a andar. La bandera de Estado Unidos y la del estado de Carolina del Sur, que se encontraban detrás de la tarima, se agitaron a su paso. El alguacil se dirigió hacia el taquígrafo, que se balanceaba hacia atrás en su silla, y un murmullo recorrió la sala indicando que había llegado la hora de comer. Sarah exhaló un silencioso suspiro de alivio. Aquel día no se sentía al máximo de sus fuerzas, era consciente, y, además, no se podía quitar de la cabeza la llamada de Lexie, o de quienquiera que fuese. Pero no iba a permitir que aquello le alterase, bueno, no en la medida en que pudiese evitarlo. Estaba allí para hacer su trabajo, para pelear en favor de las víctimas por cuya defensa le pagaban, y todo ello sin cejar. Si bien le costaba un esfuerzo enorme mantener el control de sí misma, lo estaba consiguiendo, y eso era lo que contaba.

—Pedazo de mierda — murmuró Letts entre dientes mientras ella y Sarah se encaminaban a recoger sus pertenencias de la mesa de los letrados.

Sarah la miró sorprendida. Pero si pensaba que aquel aparte tan poco profesional iba a cambiar sus relaciones con la defensa se equivocaba ya que Letts, tras coger su bolso y sus carpetas, salió dando zancadas de la sala limitándose a mirar a Sarah como único gesto de despedida. Una ayudante de la abogada, una joven a quien Sarah no conocía, echó a correr en pos de ella. Aquel día Helitzer no había aparecido por la sala, cosa que Sarah no pudo por menos que agradecer.

—Ha sido increíblemente fácil — le dijo Duncan en voz baja al llegar junto a Sarah.

Dado que una vez que empezase el proceso éste iba a colaborar con Sarah en la acusación, su presencia en la sala aquel día estaba más que justificada. Aun así, y dado que la oficina del fiscal del distrito estaba prácticamente abrumada de trabajo, ésta procuraba mandar a uno solo de sus miembros cuando se trataba de asuntos menores como la audiencia de aquel día. Por eso Sarah se había sorprendido al ver aparecer a Duncan dos minutos antes de que se iniciase.

—¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó.

Duncan caminaba a su lado por el pasillo mientras la sala se iba vaciando a su alrededor. Los periodistas que habían estado sentados en los bancos del fondo se habían marchado ya.

—Morrison dijo que viniese. — Duncan se encogió de hombros—. Pregúntale a él, yo no sé nada.

Sarah pensó que lo haría, por descontado. Tan pronto como llegase al despacho. Todos los lunes, a las tres de la tarde, se celebraba una reunión a la que todos los empleados estaban obligados a asistir. Aquel día era lunes, de forma que Morrison estaría en la oficina.

Ambos empujaron a la vez la doble puerta que daba acceso a la sala.

Letts estaba apoyada contra la pared revestida de madera oscura que había junto a las escaleras y en esos momentos hablaba por teléfono. Pese a que la multitud que se arrastraba por el pasillo los separaba, su vestido de mujer fatal destacaba como un rubí en un montón de grava, por lo que era imposible no verla. Sarah se imaginó que debía de estarle contando a alguien lo sucedido durante la audiencia: a uno de sus socios o al mismísimo Mitchell Helitzer.

—¿Quieres comer algo? — le preguntó Duncan, mientras bajaban juntos por las escaleras.

Sarah lo miró de refilón. Duncan le sonreía, arrugando al hacerlo las comisuras de los ojos con un aire de niño bueno que, Sarah estaba segura, muchas mujeres habrían considerado enormemente atractivo. A Sarah le gustaba Duncan, ambos trabajaban muy bien juntos y la comida que habían compartido el sábado anterior había sido tanto amistosa como productiva. Aun así, algo en su manera de comportarse le hacía pensar que tal vez Jake tuviese razón: puede que su interés hacia ella fuese más allá de lo estrictamente profesional. Y Sarah no estaba dispuesta a alentarlo.

Tal y como le había dicho antes, ella no se citaba con nadie.

—Gracias, pero tengo que trabajar — le respondió sin faltar a la verdad.

Duncan asintió con la cabeza. Al llegar a la primera planta se separaron y, en tanto que él se encaminaba hacia los detectores de metales, Sarah se dirigía al baño de señoras. Tras acabar de lavarse las manos, y mientras se disponía ya a abrir la puerta del aseo para volver a salir, Letts entró en él.

Sus hombros casi chocaron al hacerlo. La abogada se detuvo y la fulminó con la mirada.

—Quiero que sepas que mi cliente es inocente — le dijo a Sarah—. Y que voy a disfrutar probándolo ante el jurado.

—¿Sabes?, el problema es que ambas tenemos una percepción muy diferente de los hechos. — Sarah le dedicó una fría y breve sonrisa—. Creo que tu cliente es culpable, vaya si lo es, y voy a disfrutar clavando su culo en la pared.

Acto seguido, empujó la puerta y salió al vestíbulo.

—Me encanta cuando te expresas con esa vulgaridad — le dijo Jake al oído. Sarah se dio media vuelta y vio que él le sonreía con sorna. Era evidente que había presenciado el rifirrafe que acababa de tener con la abogada—. ¿A quién te estabas dedicando a incordiar?

Sarah se lo dijo.

—¿Qué haces tú aquí? — añadió acto seguido.

—Te lo diré mientras comemos. ¿Estás libre?

—¿Para ti? Por supuesto — dijo ella—, pero sólo podré dedicarte unos cuarenta y cinco minutos.

—Eso será más que suficiente.

Jake la cogió por un brazo y la arrastró hacia los detectores de metales. Jake llevaba puesta una cazadora de verano marrón y un par de pantalones azul marino, una camisa blanca y una corbata también azul. A Sarah le bastó mirarlo para que la tensión que se había acumulado alrededor de su cuello desapareciera.

—¿Qué prefieres? ¿McDonald's, Arby's...?

Sarah resopló.

Al final acabaron en el Marco's que había al otro lado de la calle, donde Sarah pidió una sopa de tallarines con pollo y Jake un enorme bocadillo de carne con ración extra de queso y patatas fritas. Por el bien de su salud.

—Te estaban siguiendo — le dijo Jake cuando se sentaron con la comida en una mesita que había en el rincón. Marco's era muy popular entre la gente que frecuentaba el tribunal, los jueces, los empleados, los abogados y los oficiales que trabajaban allí, por lo que el restaurante estaba abarrotado. Antes de sentarse, Sarah saludó con la mano a algunos conocidos, lo mismo que Jake—. Maurice Johnson y Donald Coomer. Estaban apostados fuera de tu casa, te vieron salir y te siguieron hasta el Quik-Pik. Al verte entrar en él se les ocurrió lo del robo. Parece ser que la novia del hermano de Johnson trabajaba allí y les había dicho que en el establecimiento siempre había mucho dinero.

—¿Qué? — Sarah dejó de comer, con la cuchara suspendida a medio camino de su boca, mientras lo miraba—. ¿Quién te lo ha dicho?

Jake parecía muy satisfecho de sí mismo.

—Maurice Johnson. Ha recuperado el conocimiento y habla. Al menos lo hacía cuando salí del hospital.

Sarah lo miraba boquiabierta. Al ver que estaba derramando la sopa se apresuró a colocar la cuchara en el cuenco. Con todas aquellas novedades, no sabía por dónde empezar.

—¿Cómo te enteraste de que había recuperado el conocimiento?

—Le dije a su familia que, en caso de que se despertase y pudiese articular palabra, yo quería ser la primera persona en hablar con él, que si me avisaban les pagaría mil dólares. Me llamaron esta misma mañana.

—¿Eso es legal? — Sarah lo seguía mirando pasmada, mientras limpiaba el mantel con una servilleta de papel que había sacado del servilletero, encima de la mesa—. Sé que no es ético.

—Eh, recuerda que soy un detective y no un abogado. Tus reglas no son las mías. — Sin dar muestras de que su apetito se hubiese visto afectado por la bomba que había hecho caer sobre ella, Jake dio un nuevo mordisco a su bocadillo, masticó y se tragó el bocado—. Mi lema es: hacer el trabajo a toda costa.

—¿Qué trabajo? — Sarah seguía dándole vueltas a las implicaciones de lo que su amigo le acababa de decir.

—Que no corras ningún peligro. Descubrir al que te disparó y averiguar la razón. Identificar a la persona que te está haciendo esas llamadas. Y dilucidar en qué modo está relacionado todo ello. No me lo puedo quitar de la cabeza.

—¿Crees que el disparo tiene que ver con las llamadas? — Sarah había olvidado ya por completo su sopa y Jake miraba ceñudo y de forma significativa el cuenco blanco y todavía humeante que su amiga tenía delante.

—Come — le dijo y, al ver que Sarah cogía la cuchara de nuevo, prosiguió—: Johnson me dijo que la idea de ir a tu casa fue de Coomer. Claro que podría estar mintiendo para protegerse, pero asegura que no sabe por qué su amigo quiso hacerlo. Afirma que llegaron justo en el momento en que tú te metías en el coche y que te siguieron hasta el Quik-Pik. Permanecieron sentados fuera por unos minutos, observando el interior del supermercado por el escaparate, y entonces a Coomer se le ocurrió entrar a robar.

—Pero vamos a ver, ¿por qué me siguieron?

Sarah trató de no estremecerse cuando las imágenes de lo acontecido se sucedieron veloces por su mente como en un caleidoscopio: el Niño Esqueleto acorralándola junto a las neveras, Duke amenazando y disparando acto seguido a Mary, Angie que salía aullando de debajo de la mesa, la huida frenética del supermercado, el impacto de la bala al entrar en su cabeza.

—Johnson dice que no lo sabe. Asegura que sólo había salido con Coomer para dar una vuelta con el coche.

—Entonces, ¿qué crees que fue lo que pasó?

Sus miradas se cruzaron por encima del bocadillo que Jake sostenía con las manos. Los ojos de Jake oran sombríos, penetrantes, serios. Los ojos de un antiguo agente del FBI.

—Creo que alguien los contrató o los obligó, tal vez sólo a Coomer, tal vez, a los dos, para asustarte, para desconcertarte. Puede que incluso para herirte, o para matarte, todavía no estoy seguro. En cualquier caso, las cosas tomaron un rumbo inesperado cuando tú decidiste ir al Quik-Pik y ellos decidieron improvisar, un estúpido error de críos, y la situación se les fue completamente de las manos.

—El Niño Esqueleto pronunció el nombre de Duke — recordó Sarah.

—¿Qué?

—Johnson llamó a Coomer «Duke», su apodo callejero, justo antes de que éste disparase a Mary.

—Sí — le dijo Jake por toda respuesta mientras seguía dando buena cuenta de su bocadillo—. Entiendes lo que quiero decir.

—¿Piensas que mataron a Mary por mi culpa? — Sarah se sintió mal de repente.

Jake la miró.

—A Mary la mataron por encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado y por haber tenido la mala suerte de toparse con dos desalmados estúpidos y violentos.

«Que estaban en el supermercado por mi culpa», pensó Sarah de forma inevitable, y elevó una oración al cielo pidiendo a Mary que la perdonase. Después miró de nuevo a Jake.

—Entonces, ¿quién crees que me disparó?

—Esa — sus ojos tenían de nuevo la dureza de las ágatas — es la pregunta del millón de dólares. Todavía no lo sé, pero puedes estar segura de que lo averiguaré.

Permanecieron en silencio unos momentos. Al notar que Jake miraba enfurruñado su cuenco de sopa, Sarah se apresuró a volver a coger la cuchara. No comió, le resultaba imposible probar bocado en esos momentos; pero removió la sopa ayudándose de la cuchara, con la esperanza de que eso distrajera la atención de Jake.

—¿Qué relación tiene con las llamadas? — preguntó.

—Todavía estoy considerando las diferentes posibilidades, de forma que esto no es, con toda probabilidad, seguro al cien por cien; supongo que lo entenderás, pero creo que cuando esos dos depravados llevaron a cabo el robo-paliza-violación asesinato-o lo que fuese de manera distinta a como se esperaba la persona que los contrató, esta última decidió actuar de modo creativo. Y entiendo por creativo valerse de una niña que habla como tu hija para llamarte y decirte cosas patéticas.

«Lexie.» El mero recuerdo de su voz en el teléfono hizo que Sarah sintiese un vahído. ¿De verdad sería otra niña cuya voz se parecía a la de su hija la que llamaba?

—Pero ¿por qué? — Sarah se había agitado hasta el punto de soltar de nuevo la cuchara.

Jake sacudió la cabeza.

—Aún estoy tratando de averiguarlo. Como también estoy intentando identificar a quien lo hizo. Y si no quieres quedarte en los huesos y salir volando antes de que lo descubramos, será mejor que comas.

Sarah volvió a coger la cuchara. Con los ojos de Jake clavados en ella, dio un sorbo a su caldo. Por un momento, ninguno de los dos habló, mientras Jake acababa su bocadillo y ella seguía haciendo como que comía su sopa.

—¿Por qué te dijo todo eso? — preguntó Sarah a continuación, al sentir que la mano de acero que había aferrado su corazón lo apretaba aún más—. Johnson, quiero decir.

Tras haber acabado de dar buena cuenta de sus patatas, Jake se limpió las manos en una servilleta.

—Le dije que, si hablaba, conseguiría un acuerdo para él: ningún cargo por asesinato, nada de pena de muerte, tan sólo diez años en la cárcel.

Sarah abrió los ojos como platos.

—No tienes autoridad alguna para cerrar un trato como ése.

Jake se encogió de hombros y sonrió.

—Mentí.

Mientras Sarah seguía tratando de encontrar las palabras adecuadas para responderle, un movimiento cercano llamó su atención. Alzó la mirada distraída y, al hacerlo, vio que Duncan hacía una señal para pedir la cuenta desde una mesa cercana en la que había estado comiendo con otro hombre. Sus miradas se cruzaron por un momento y Sarah, al recordar que le había dicho que tenía intención de trabajar durante la pausa para comer, se sintió ligeramente avergonzada. Duncan le saludó con un ademán de la cabeza a lo que ella le respondió moviendo los dedos.

—¿Qué pasa? — preguntó Jake al ver su gesto y la expresión de su cara.

—Duncan está en aquella mesa. Me pidió que comiésemos juntos y le dije que tenía que trabajar.

—Y recibiste una oferta mejor.

Sin importarle, a todas luces, que Duncan se pudiese haber enfadado o no, Jake hizo una señal para pedir la cuenta. En un abrir y cerrar de ojos, la misma camarera a la que Duncan llevaba ya varios minutos tratando de atraer en vano hasta su mesa con el mismo objeto se la trajo. De no haber sabido que era nieta de Dorothy y que, al igual que su abuela, adoraba a Jake, Sarah se habría sentido impresionada.

—¿A qué hora piensas volver a casa? — le preguntó Jake, mientras salían del restaurante.

—Sobre las siete — le respondió Sarah automáticamente, porque era lunes y ese día solía volver a casa más o menos a esa hora para poder sacar a Cielito antes de ir al gimnasio. De repente cayó en la cuenta de que cuando hablaba de casa ahora se refería al apartamento de Jake y que, con toda probabilidad, él la estaría esperando en su interior. El corazón le dio un pequeño vuelco al pensarlo. El modo en que Jake había pronunciado la palabra «casa» sonaba bien.

—Allí estaré. — Jake la ayudó a cruzar la calle y la contempló mientras entraba en el edificio del tribunal, donde la había dejado. Antes de despedirse, le dijo—: Por cierto, has de saber que Dave estará aquí fuera esta tarde.

Más tarde, ese mismo día y después de la reunión del personal, Sarah acorraló a Morrison en su despacho. La reunión se había alargado, como, por otra parte, solía suceder siempre, por lo que eran ya casi las seis y media y Morrison estaba de pie detrás de su escritorio ocupado en meter ordenadamente las cosas en su cartera, cuando Sarah llamó a la puerta y entró en su despacho. En su calidad de fiscal del distrito, a Morrison le había correspondido el mejor de los despachos del anodino edificio de los años setenta, situado en las proximidades del Tribunal, en el que todos trabajaban, lo que, a fin de cuentas, no significaba tampoco gran cosa. Al igual que los demás, el de Morrison era poco más o menos que un cubículo con un escritorio metálico, unas estanterías también de metal y llenas a rebosar de libros y documentos cubriendo las paredes, una silla giratoria detrás de su mesa, y dos vulgares sillas de oficina delante de ella. El único aspecto de su despacho que lo hacía más deseable que los demás era que estaba situado en una esquina del edificio, lo que le procuraba una espléndida vista de la bahía de Beaufort, al este, y del centro histórico, al norte.

Pero el hecho de tener un doble ventanal le causaba a Morrison constantes problemas con el aire acondicionado.

—¿Sí? — Tras acabar de cargar su cartera, Morrison la cerró de golpe y miró a Sarah con curiosidad.

—¿Por qué enviaste a Duncan a la audiencia sobre el aplazamiento del caso Helitzer? — le preguntó Sarah sin más preámbulos.

El semblante de Morrison se ensombreció.

—Porque pensé que tal vez necesitarías ayuda.

—Jamás la he necesitado, y menos aún para una audiencia cualquiera.

Morrison pareció vacilar. Acto seguido le indicó con un ademán una de las sillas para visitas que había ante su escritorio.

—Siéntate, ¿quieres, Sarah?

«Ay, ay, aquello no podía significar nada bueno. Morrison nunca pedía a sus subalternos que se sentasen.»

Sarah lo miró resuelta e hizo caso omiso de la invitación.

—Sea lo que sea, me lo puedes decir mientras permanezco de pie. Te prometo que no me desmayaré.

Morrison apretó los labios. Aquellos ojos castaños parecieron sopesarla a través de las gafas sin montura que llevaba puestas y que los agrandaban un poco, lo que lo asemejaba a uno de esos insectos depredadores de grandes ojos como la Mantis Religiosa.

—Me contaron lo de la llamada del domingo por la tarde y pensé que tal vez te costaría concentrarte después de eso.

—Sabes que siempre estoy preparada para trabajar.

—Y lo haces muy bien, Sarah. Lo reconozco. — Morrison se dio la vuelta para mirarla y Sarah se preparó para el pero que se veía venir—. Me han llamado algunas personas. Dicen que pareces agotada, que te tambaleas, que ya no eres la misma. Y para comprobarlo me basta mirarte. Por todos los demonios, has tenido unos días muy duros. Lo entiendo. Y créeme, lo siento por ti. Pero tenemos por delante algunos juicios muy importantes, mucho que hacer, y Duncan está a la altura de todo ello. Quiero que lo pongas al día, por si acaso...

—Por si acaso ¿qué? ¿Por si me hundo definitivamente? ¿Por si me derrumbo?

A Morrison aquello no pareció hacerle ninguna gracia.

—En caso de que necesites tomarte algún tiempo libre — le dijo suavemente—. En nuestro trabajo nos vemos sometidos a muchas presiones y, por si fuera poco, en tu vida personal se están produciendo últimamente muchos sucesos. Y yo tengo que procurar que las cosas funcionen en la oficina.

—¿Me estás diciendo que puedo perder mi trabajo porque alguien me disparó y porque un imbécil se está dedicando a hostigarme? — Sarah estaba enojada, pero también un poco aturdida. Perder el trabajo... Se quedó helada al pensar que sin él se iba a sentir perdida. ¿Qué iba a hacer sin un trabajo que le ocupase todos los minutos, todas las horas, toda su vida?

Morrison alzó una mano pidiéndole calma.

—Lo único que he dicho es que quiero que Duncan esté al corriente de todo.

—Para que pueda sustituirme si es necesario. Si eso no significa que mi trabajo corre peligro, dime tú cómo debo interpretarlo.

Sus miradas se cruzaron por un momento. La de Sarah era iracunda para ocultar su miedo. La de su jefe, en cambio, parecía conciliadora y llena de buenos sentimientos.

Morrison suspiró.

—Lo que quiero decir es que tal vez puedas tener ganas de ausentarte por un tiempo o...

Unos golpes en la puerta, que seguía abierta, los interrumpieron. Al mirar hacia ella, Sarah vio que Lynnie, su asistente de veintiséis años, esbelta, atractiva y de origen chino, la miraba con aire de disculpa.

—Lamento interrumpirles — dijo con la dulzura que la caracterizaba—, pero tienes una llamada urgente, Sarah.

—¿Podemos acabar de discutir esto más tarde? — Sarah empleó un tono interrogativo con la única intención de respetar el protocolo jefe-empleado. Porque lo que realmente quería decir, y estaba segura de que a Morrison no se le escapaba el matiz, era que ambos acabarían aquella discusión más tarde.

—Por supuesto. — Morrison suspiró y Sarah, mirando de nuevo furibunda a su jefe, salió del despacho para contestar al teléfono.

—¿La señora Mason? — Sarah reconoció el acento hispano de la voz que hablaba al otro lado del auricular antes de que Rosa Barillas se identificase—. Disculpe si la llamo al trabajo, pero no sabía qué hacer. Angie ha desaparecido. Le ruego que me ayude.