Capítulo 3
—¿Estás despierta?
Aquella voz rezongona le resultaba familiar: Jake. Los músculos de Sarah se relajaron y el aire que hasta entonces había retenido salió por su boca con un suspiro. Durante los últimos siete años, Jake se había ido convirtiendo gradualmente en lo más parecido a una familia para Sarah. Jake había permanecido a su lado durante la peor época de su vida y le había procurado consejos, apoyo moral y ayuda práctica cuando ella más lo necesitaba. Desde entonces había constituido un hombro fuerte en el que sostenerse mientras trataba primero de sobrevivir y, después, de recomponer su persona. A cambio, ella le había ayudado durante su divorcio, durante una restructuración en el trabajo, y en el curso de varias crisis más, la mayor parte de las cuales se debían a la obstinación de Jake por buscar siempre su propio beneficio. Ambos conocían casi todos los secretos del otro, compartían el mismo gusto por la pesca, los Gamecocks de la Universidad de Carolina del Sur y alguna que otra estúpida película de terror; y, en general, se divertían las pocas veces que por aquel entonces ya salían juntos. Dado que la agencia de detectives de Jake trabajaba mucho para la oficina del fiscal del distrito, ambos se movían en los mismos círculos profesionales y también se guardaban mutuamente las espaldas en ese terreno. A su relación contribuía además el hecho de que, en las pocas ocasiones en las que ella necesitaba un acompañante masculino para acudir a una cita, solía contar con Jake para que le prestase ese servicio. El punto flaco era que él era alérgico al teléfono y a los centros comerciales, por lo que el hueco correspondiente a las amistades femeninas seguía todavía por llenar.
—Hola. — Sarah apenas pudo oír su propio saludo. Sentía la lengua hinchada y tuvo que tragar dos veces antes de poder pronunciar esas dos sílabas. Además, o ella se estaba moviendo, o era la habitación la que lo hacía. O algo fallaba realmente en su cabeza.
Lo más probable es que se tratase de esta última posibilidad.
—Gemías de lo lindo. ¿Te duele?
La lámpara que había encima de la cama se encendió. Sarah parpadeó e hizo una mueca ante aquel repentino resplandor. Por un momento, sólo pudo vislumbrar la silueta de Jake. Su metro ochenta y sus casi cien kilos le procuraban un amplio campo de visión. Tenía el pecho abultado y las espaldas anchas, la complexión que correspondía a la estrella del fútbol que había sido durante el bachillerato; aunque ahora estuviese algo echado a perder. Si a sus treinta y nueve años se había reblandecido un poco en la cintura, ésta era, no obstante, la única parte de su cuerpo que podía resultar flácida. Sus rasgos eran muy masculinos, su mandíbula era ancha y agresiva como la de un bulldog; sus ojos marrón oscuro y sus labios finos transmitían firmeza aun cuando no los movía. La sangre cherokee que corría por algún lugar de sus venas se podía apreciar en la severidad de su perfil aguileño, en la negrura de cuervo de su pelo hirsuto y en lo atezado de su piel.
—Un poco. — Aquellas palabras se tornaron graznido al salir de la garganta que sentía seca como papel de lija. Sarah se sentía desorientada, angustiada, dolorida, y sus procesos mentales eran tan lentos que casi podía oír el chirrido de los engranajes de su cerebro. Sabía que una de las razones por las que no podía pensar con claridad era que seguía atrapada en las telarañas aún colgantes del sueño. «Lexie...» No. No iba a caer en aquello otra vez. Al menos, no de forma consciente. No si lo podía evitar. Otra vez, no—. Nada que no pueda soportar.
—Valiente la muchacha, ¿eh? — El tono de su voz era seco. Su mano, grande y cálida, envolvía la de Sarah. Ella no había notado lo fría que estaba la suya hasta que percibió el agradable calor que emanaba de la de Jake.
—No empieces, ¿vale? — Movió los dedos de la mano para probar; luego, por simple precaución, trató de hacer lo mismo con los de los pies. Al menos, todo parecía funcionar.
—Si te duele algo deberías decirlo. Para eso se han inventado los médicos. Y los analgésicos.
Sarah no replicó. El rechazo que ella parecía mostrar ante cualquier intento de ayuda por su parte, incluso cuando, en opinión de Jake, Sarah necesitaba desesperadamente su auxilio, era, desde hacía ya tiempo, una causa de irritación para él. No obstante, en ese momento lo único que Sarah pretendía era no volver a oír las consabidas quejas de su amigo. Se sentía demasiado mal. Al comprobar que la cara de Jake se desdibujaba, Sarah se percató de que no podía ver con claridad. Para enfocar adecuadamente trató de mirar en derredor con el ceño fruncido; pero al hacerlo le dolía, de forma que desistió y sustituyó el gesto por un prudente bizqueo que resultó ser algo más eficaz. Con una mezcla de alarma y sorpresa comprobó que se encontraba en una habitación de hospital, acostada en una cama estrecha con algo parecido a un casco de futbolista atado a la cabeza. El resplandor verde que antes había notado provenía de la luz que irradiaba el monitor colocado junto a la cabecera de la cama. Para verlo, tuvo que volver ligeramente la cabeza. El incesante pitido procedía de otro monitor. A su izquierda había un poste de intravenoso del que colgaba una bolsa medio vacía de suero. A su derecha, en el rincón más alejado de la pequeña estancia, había un sillón reclinable en vinilo negro. Su posición le indicó que Jake debía de haber estado sentado en él hasta que el dolor de ella lo había arrastrado hasta su cama. Allí había también una ventana cubierta por unas cortinas de color beige, una mesita de noche con un teléfono, una jarra, vasos y una unidad de control remoto sobre ella, además de una televisión apagada y colgada de la pared con un brazo metálico. Lo típico en un hospital, sólo que al menos ella se las había arreglado para conseguir una habitación privada.
Lo que todavía no tenía muy claro era cómo ni por qué.
—¿Qué ha pasado?
—¿No te acuerdas? — Jake frunció las oscuras y pobladas cejas mientras le miraba a la cara.
—No..., la verdad es que no. — Lo único que recordaba vivamente era a Lexie junto a su cama, a Lexie que se alejaba...
El corazón le dio a Sarah un lastimoso vuelco antes de que ésta obligara a sus pensamientos a regresar al presente. Sin embargo, una vez en él constató con pesar que tenía los párpados ardientes y cargados, la nariz taponada y las mejillas aún mojadas. Jake le podría contar que había estado llorando. No hacía mucho tiempo, le había prometido a su amigo que no volvería a despertarse llorando, y casi lo había logrado. Con un poco de suerte, quizá pensase que aquellas lágrimas se debían al dolor de cabeza.
Jake soltó su mano y le acarició la mejilla aún empapada con el dedo índice.
—¿Has tenido una pesadilla, cariño? — Su voz rebosaba ternura.
Muy bien, estaba claro que ella nunca era afortunada en eso y él tenía, además, uno de sus raros momentos de perspicacia. Por si fuera poco, la conocía a la perfección.
—Sí. — Sarah pronunció aquella única sílaba de mala gana.
—¿Lexie?
—Sí. — Sarah inspiró profundamente al reconocerlo y después, tratando de cambiar de tema, se llevó con cuidado la mano a la sien derecha, donde lo peor de su dolor parecía haberse concentrado. Pero fue un gran error. Al hacerlo, sintió una enorme punzada en la cabeza, la habitación empezó a darle vueltas y, de no haber sido porque dejó caer la mano y cerró los ojos casi de inmediato, sin duda habría perdido el conocimiento—. Me siento muy rara.
—No me sorprende.
Sarah pensó que quizás había añadido algo; pero, fuese lo que fuese, ella no alcanzó a oírlo porque volvió a desvanecerse, pese a todos sus esfuerzos.
La siguiente vez que entreabrió los ojos, los rayos de sol tanteaban con delicadeza los bordes de las cortinas aún echadas. Las luces estaban apagadas y la habitación estaba en penumbra; aunque Sarah alcanzaba a identificar todo cuanto la rodeaba: aquella parte era bastante real, estaba en el hospital. Por un momento permaneció completamente inmóvil en la cama, casi temerosa de hacer cualquier movimiento, respirando en medio del olor a antisépticos que antes la había dejado perpleja, escuchando los diferentes zumbidos y pitidos que emitía el equipo médico que la rodeaba. Pero ahora la sensación de haber sido arrollada por un camión ya no le sorprendió, como tampoco el par de zapatillas Nike del número cuarenta y cuatro que reposaban con las suelas hacia arriba sobre la colcha azul que cubría su cama. Al otro lado de las zapatillas, Jake estaba tumbado en el sillón reclinable con las mismas bermudas arrugadas de color caqui y la misma camiseta azul oscuro que llevaba puestas la última vez que lo había visto. Tenía las piernas cruzadas por los tobillos y los pies apoyados en el borde de la cama, los brazos morenos cruzados sobre el pecho y la cabeza echada hacia detrás, apoyada sobre el borde superior del sillón de manera que la parte inferior de su barba de varios días quedaba a la vista. En un primer momento Sarah pensó que se había ausentado del mundo, pero luego se percató de que sus ojos estaban entornados y de que la miraban.
—Bueno, ¿qué?, ¿de vuelta entre los vivos? — le dijo.
Con cautela, Sarah abrió los ojos por completo y comprobó aliviada que nada malo sucedía.
—Eso parece.
El pie de Jake golpeó el suelo mientras éste se sentaba, bostezando y estirando los músculos.
—¿Cómo te encuentras?
—Hecha una mierda. — Lo cual no dejaba de ser una descripción incompleta de su estado. La cabeza le retumbaba como si alguien tratase de entrar en ella con una taladradora. Sentía dolores de los tipos y grados más variados en las rodillas, en los codos, en la barbilla y en la cadera izquierda. Tenía la garganta reseca y la impresión de tener la boca llena de bolas de algodón—. ¿Hay agua?
—Por supuesto. — Jake se levantó, le llenó un vaso de agua, añadió una pajita y se lo tendió.
—Gracias.
El agua fría la alivió un poco. El estado de su cabeza y de prácticamente el resto de su cuerpo permaneció inalterado; pero al menos su garganta ya no estaba seca y ya no tenía algodón en la boca, que ya era algo. Pese a seguir sintiéndose un poco aturdida mientras su mente luchaba por emerger de las capas de niebla que envolvían sus procesos mentales, se le ocurrió que la presencia de Jake en el hospital era cuando menos sorprendente. Lo último que había sabido de él era que estaba buceando en las islas de Florida con su último bomboncito..., mejor dicho, novia.
—¿Tú no estabas de vacaciones? — le preguntó, mientras él volvía a colocar el vaso en la mesa y se echaba de nuevo en el sillón con un amplio bostezo—. ¿Qué haces aquí?
—Morrison me llamó.
Morrison era Larry Morrison, fiscal del distrito en el condado de Beaufort y jefe de Sarah. También era el compañero de pesca de Jake. Eso tenía su lado bueno, aunque también su lado malo. En ciertas ocasiones permitía, por ejemplo, que Sarah se enterase de la opinión de Morrison sobre algunas cuestiones sin necesidad de preguntársela directamente; lo cual no dejaba de ser una ayuda para su carrera en el departamento, si bien a veces tenía la impresión de que ambos conspiraban contra ella, y eso no le gustaba.
—¿Qué hora es? — Una repentina idea la había asaltado y trató de incorporarse sobre los codos. Al comprobar que la cabeza le daba vueltas y que la habitación parecía dar una lenta voltereta lateral, desistió, cerró los ojos y volvió a dejarse caer sobre la cama con un gruñido—. Tengo que levantarme. Tengo que estar en el tribunal a las nueve. El caso Parker.
—No, hoy no tienes que hacer nada. Yo de ti no me preocuparía por ello; estoy seguro de que Morrison ha dispuesto ya lo necesario para que alguien te sustituya. — Jake miró su reloj—. En cualquier caso, son ya las nueve menos cuarto.
Lo que traducido quería decir que Sarah tenía la misma posibilidad de llegar a tiempo al tribunal que de volar hasta la luna. Sarah se llevó la mano a la cabeza, que sentía tan pesada como si estuviese revestida con media tonelada de cemento. Sus dedos se toparon con varias capas de un tejido áspero y, tras explorar un poco más, le indicaron que tenía la cabeza envuelta en un turbante de gasa sorprendentemente grueso.
Un flash de memoria le hizo abrir los ojos por completo.
—Me dispararon — dijo desconcertada.
—Así es — le respondió Jake con cierta preocupación en la voz—. Por fortuna, sólo tienes una pequeña herida y la ligera conmoción cerebral que te produjo la caída al suelo. Has perdido también algo de sangre. Y de pelo.
Sarah abrió aún más los ojos.
—Oh, Dios mío, si Morrison te llamó a Florida fue porque debían de pensar que me iba a morir.
—Estaba en casa. De hecho, regresé ayer por la tarde.
—Pero... — Aunque fuese a sacudidas y con un incesante martilleo mental, volvía a funcionar a pleno rendimiento—. Pero hoy es jueves. ¿No tenías pensado volver el domingo?
Jake se encogió de hombros.
—Surgió algo en el trabajo y tuve que acortar el viaje.
—Apuesto que a Donna — el nombre de la veinteañera le vino a la mente justo a tiempo — le habrá encantado.
—Danielle, y se mostró muy comprensiva.
Sarah perdió de repente el interés por las novias de Jake. A medida que iba recuperando la memoria, los ojos se clavaban en los de su amigo con una intensidad casi dolorosa.
—Mary... la cajera... no ha sobrevivido, ¿verdad?
—No. — Jake cogió la cuerda de la cortina que colgaba junto a él y empezó a juguetear con ella. Sarah se había percatado ya antes de aquel genio: cuando Jake quería ocultar la gravedad de una respuesta tendía a mover con nerviosismo sus manos. Bueno, lo cierto era que por mucho que la hubiese encallecido el oficio de fiscal, la muerte de Mary no dejaba de afectarle. La mujer había sido una víctima inocente y su muerte, un sinsentido. Si le asignaran el caso, lo cual era bastante improbable, dado que Sarah era también testigo y un encargo como aquél podía crear toda una serie de conflictos de intereses, pediría la pena máxima. Y la conseguiría. Mary no se merecía menos.
—La niña que estaba conmigo en el supermercado. ¿Qué ha sido de ella? — La ansiedad que había experimentado la noche anterior regresaba ligeramente atenuada, pensaba ella, por el pasar del tiempo y los narcóticos que le suministraban por vía intravenosa.
Jake frunció el entrecejo.
—¿Qué niña?
—Estaba escondida debajo de una mesa. Cuando dispararon a Mary salió de allí chillando y yo la agarré antes de echar a correr. Seguía sujetándola cuando me pegaron el tiro.
Jake dejó de jugar con la cuerda y la sopesó con una prologada mirada que a Sarah no le costó interpretar. Ella le devolvió la mirada.
—¿Qué? ¿Ahora resulta que estoy chiflada? Estaba allí.
—No te lo he negado. — Su tono era conciliador—. Sólo que es la primera vez que oigo hablar de ella.
Sarah se crispó.
—¿Puedes comprobarlo?
Jake inclinó la cabeza y asintió lentamente con ella.
—Nada más fácil.
Jake se levantó, se estiró y se dirigió hacia la puerta flexionando los músculos de la espalda, aparentemente entumecidos, y haciendo girar la cabeza. Mientras Sarah lo contemplaba con creciente sorpresa, su amigo abrió la puerta, asomó la cabeza por ella y mantuvo una conversación en voz baja con alguien que estaba en el pasillo y que Sarah no podía ver. Cuando por fin volvió a cerrar la puerta y regresó a su lado, Sarah le habría mirado con ceño de no haber sido porque, tal y como ya había podido constatar, su cabeza no agradecía aquel gesto.
—¿Con quién hablabas? — El inexpresivo semblante de su amigo le indicaba ya que quienquiera que fuese, no sabía nada de la niña.
—Morrison ha apostado un policía junto a la puerta hasta que resolvamos este asunto.
Sin pensar en el dolor, Sarah frunció el ceño, luego hizo una mueca que aumentó ulteriormente el daño y, por fin, consiguió relajar la cara en contra de lo que era su reacción más espontánea.
—¿Qué es lo que tenéis que resolver?
—Identificar al hombre que te disparó.
Jake permanecía de pie junto a la cama tamborileando con los dedos de la mano izquierda sobre el colchón mientras la miraba. Tenía los ojos inyectados en sangre, el pelo enmarañado y necesitaba urgentemente un afeitado. Sarah cayó en la cuenta de que, al margen de los breves momentos que podía haberle robado al sueño en el sillón, no había dormido en toda la noche. En ese momento parecía cansado, irritable y sin ganas de enfrentarse al nuevo día. Algo parecido a como se sentía ella, dejando aparte el enorme turbante blanco y el dolor.
—Tuvo que ser Duke o el Niño Esqueleto — le respondió impaciente—, y casi me atrevo a asegurar que fue el primero de ellos. El mismo que disparó a Mary. Sin embargo, a efectos legales da igual. Ambos se enfrentarán a una acusación por asesinato sin que importe demasiado quién fue el que apretó el gatillo. Olvídalos. Lo que quiero saber es dónde está la niña.
Al ver que su amigo apretaba los dientes y entornaba los ojos, lo entendió. No hacía falta que hablase: a Sarah le bastaba con mirarlo para saberlo. Su amigo dudaba de la existencia de aquella niña.
Sarah frunció los labios.
—Escucha, había una niña. Calculo que debe de tener unos seis o siete años, poco más de un metro de estatura, delgada, con el pelo, los ojos y la piel oscuros. Puede que sea sudamericana. — Al ver que los ojos de su amigo vacilaban, se vio obligada a añadir—: No se parece en nada a Lexie.
—¡Humm! — La respuesta no era, lo que se dice, una enérgica confirmación de su salud mental. Mientras Sarah trataba de reunir la energía suficiente para enfadarse, él añadió—: Según me contaron, cuando te dispararon estabas fuera de la tienda, mientras que esos dos delincuentes seguían dentro y detrás de ti. ¿Correcto?
Sarah se paró a pensar durante unos segundos. Su mente iba recordando cada vez con mayor claridad los momentos previos al disparo. Como si se tratase de la secuencia de una película de miedo, Sarah podía ver la cara destrozada de Mary y oír los aterrorizados gritos de la niña. Casi podía experimentar nuevamente el pánico con que había aferrado la muñeca de la niña y la había obligado a salir corriendo.
Asintió cuidadosamente con la cabeza, dado el precario estado de la misma.
—Acababa de salir por la puerta y sujetaba todavía a la niña por la muñeca.
—En ese caso, a menos que volvieses la cara hacia la tienda en el último momento, ninguno de esos dos gamberros pudo haber apretado el gatillo. Los médicos del hospital y los de la ambulancia, que vinieron aquí anoche para examinarte y asegurarse después de que la cuestión fuese planteada, afirman que el disparo lo hizo alguien que se encontraba delante de ti.
—¿Qué? — Sorprendida, Sarah frunció el entrecejo; pero corrigió el gesto casi de inmediato. «Ay»—. No me di la vuelta en ningún momento. Salí corriendo de la tienda con la niña y no miré hacia atrás. — Mientras repasaba mentalmente la secuencia de acontecimientos, entornó los ojos para concentrarse. «Mierda, esto también duele. Está bien, el lema para, al menos, las próximas horas es: poner cara de póquer»—. El escaparate se hizo añicos después de que yo recibiera el tiro, estoy casi segura. Recuerdo que oí el estallido.
Jake asintió con la cabeza como si las palabras de su amiga no hiciesen sino confirmar lo que ya pensaba.
—La hipótesis que estamos barajando es que el robo lo cometieron tres personas. Una se encuentra en la cárcel en estos momentos; otra recibió un disparo y está en la UVI de este hospital en estado crítico y vigilada las veinticuatro horas del día por un agente de la policía; y la tercera, la que te disparó a ti, sigue en libertad. Supongo que era el encargado de vigilar la escena y que se asustó al ver que el robo empezaba a ir mal. Si ese tercero existe, lo cogerán tarde o temprano.
Esta vez, Sarah evitó fruncir el entrecejo, abrir desmesuradamente los ojos o hacer cualquier gesto que implicase mover cualquiera de los músculos que se encontrara por encima de la punta de su nariz. Su capacidad para aprender rápidamente las cosas había sido siempre motivo de orgullo para ella.
—¿Qué quiere decir eso, si él existe? Si me dispararon de frente, eso significa que existe. — Al ver la expresión de Jake, su voz expresó una leve vacilación—: ¿O no?
—Cabe la posibilidad de que el tiro lo hiciese otra persona.
«No poner ceño. ¿Ha costado o no?»
—¿Como quién?
Jake se encogió de hombros.
—Todavía no lo sabemos, puede que alguien que te guarda rencor.
—¿Rencor? — La idea era, cuando menos, sorprendente—: Debes de estar bromeando. ¿A mí? ¿A la señorita Dulzura y Alegría?
Aquellas palabras le valieron una sonrisa de ironía casi imperceptible.
—Cualquier fiscal tiene enemigos. Incluido tú, Maximum Mason.
El mote, cortesía de algunos abogados defensores con los que se había topado en el curso de su carrera, no consiguió irritarla.
—De forma que merezco una demanda por hacer todo cuanto está en mis manos para limpiar la calle de criminales.
—Sólo trataba de decirte que no todo el mundo te quiere como yo.
—Las víctimas me quieren. Los criminales me temen — dijo, mofándose de la frase que figuraba en una de las gorras de béisbol de su amigo: «Las mujeres me quieren. Los peces me temen», y consiguió que Jake volviese a esbozar una sonrisa.
—Muy gracioso.
Sarah habría fruncido completamente el entrecejo si hubiese tenido la posibilidad de hacerlo. Caramba, recibir un disparo en la cabeza era mejor que el Botox para mantener las arrugas a raya. Tal vez pudiese embotellar la solución y amasar una fortuna con ella.
—Si se trata de alguien que alberga rencor contra mí, entonces debe de haberme perseguido y esperado a que se presentase la oportunidad de dispararme. O... — su voz se arrastró como si se le estuviese ocurriendo una idea. Jake arqueó las cejas curioso. Sus miradas se cruzaron—. Brian McIntyre fue uno de los primeros policías en llegar a la escena del crimen.
Sus palabras estaban cargadas de significado.
Jake hizo una mueca.
—Bueno, sin ánimo de resultar pesado, enfrentarte al departamento de policía como lo hiciste puede que no haya sido la decisión más inteligente de tu vida.
La indignación hizo que la espalda de Sarah se agarrotara, lo cual le hizo levantar la cabeza y esto, a su vez, sentir un golpe de desagravio en su fuero interno mientras la habitación se inclinaba a su alrededor. Acto seguido, se desplomó sobre el almohadón, derrotada.
—Yo no he desafiado al departamento de policía. Sólo a dos agentes que están acusados de violación.
—Por una prostituta que fue contratada para una fiesta de solteros en la que algunos se pasaron de la raya.
—Ya sabes cómo es eso de ser fiscal, nosotros no elegimos a nuestros clientes. Nos limitamos a aceptar lo que nos llega. Puede que Crystal Stumbo no sea una virgen vestal. ¿Y qué? La hirieron. Sangraba. Le dieron una paliza. ¿Qué se suponía que tenía que hacer cuando vino a verme, decirle que la ley no se aplicaba en su caso? En lo que a mí concierne, se aplica a cualquiera. — Sarah tomó aliento y, al darse cuenta de que, según sus propias palabras, estaba soltando otra vez, uno de sus sermones, prosiguió en un tono de voz más suave—: En cualquier caso, la contrataron para bailar en la fiesta.
—Striptease. La contrataron para hacer striptease. Y tiene una condena previa por prostitución.
—Eso fue en Atlanta. Vino a Beaufort para comenzar una nueva vida.
—Sarah. — Sus miradas se cruzaron, Jake se detuvo de golpe, sacudió su cabeza y se guardó para sí mismo lo que estaba a punto de decir. Era evidente que no quería seguir con aquella discusión. Ya la habían tenido en el pasado y la volverían a tener en el futuro. Él abrigaba su opinión al respecto y ella la suya, lo que equivalía a decir, la equivocada y la correcta—: En cualquier caso, no creo que fuese Brian McIntyre quien disparó, por la sencilla razón de que sabe que no tienes ninguna posibilidad de acusar ni a su compañero ni al otro tipo. — Sarah abrió la boca, pero él levantó la mano para acallar su protesta antes de que ella tuviese tiempo de expresarla—. Puede que no le gustes al departamento de policía, pero no creo que ninguno de sus miembros sea lo bastante estúpido como para dispararte. Seguramente había alguien vigilando. Seguramente la respuesta sea sencillamente ésa. De ser así, cuando lo cojan el problema quedará resuelto.
De forma que le convenía archivarlo como algo de lo que preocuparse si tenía necesidad y cuando la tuviese. Mientras tanto, Sarah tenía otras prioridades. Un desgarrador sentimiento de apremio aguzó su voz.
—Jake, quiero encontrar a la niña.
Sarah no supo interpretar la mirada de su amigo.
—¿Se trata de un nuevo encargo?
—Sí. — Jake colaboraba a menudo con la oficina del fiscal del distrito, por lo que también trabajaba mucho para ella; de manera que, en la práctica, Sarah podía asignarle oficialmente aquella tarea, y remunerarlo por ella. Pero dadas las dificultades presupuestarias, dado el hecho de que Morrison consideraba el hecho de que Jake se pusiese a buscar a la niña como un uso de los recursos del departamento para fines privados, y dado, por último, que una minúscula parte de su mente empezaba a temer que efectivamente se había imaginado a la niña, prefería no relacionar aquel asunto con el departamento de manera oficial—: Esto... No. Hazlo por mí, ¿quieres, Jake?
—Quieres que trabaje gratis — coligió Jake con acierto, y suspiró. Aceptaba, y ella lo sabía—. El supermercado tenía cámara de seguridad, por lo que debe de existir una cinta. En un mundo perfecto, el departamento de policía debería tenerla ya a buen recaudo. La buscaré y le echaré un vistazo.
Sarah descubrió que sonreír también era doloroso, por lo que enseguida abandonó el intento.
—Jake, viejo amigo, eres el mejor.
—Sí — le respondió su amigo en tono seco—. Mira, si quieres, yo...
Un repentino golpe en la puerta lo interrumpió. Antes de que ninguno de los dos pudiese pronunciar una palabra, Morrison asomó la cabeza por ella.
—Hola, ¿estás despierta? ¿Estás visible? — Tras cruzar el umbral comprobó que sí, que Sarah estaba despierta y que ella y Jake lo miraban. Lo de estar visible era otro cantar. Sarah se percató entonces de que sólo llevaba puesto un camisón verde de hospital sin nada debajo. Moviéndose con cuidado, en deferencia a su cabeza, echó un rápido vistazo a su cuerpo para asegurarse de que estaba tapada y tiró de la colcha hacia arriba cubriéndose hasta el cuello. En su opinión, que su jefe la viese en aquel estado no le iba ayudar a ascender un peldaño más en su carrera—. ¿Cómo está nuestra heroína?
Jake frunció el entrecejo y Sarah estuvo a punto de imitarlo antes de recordar: movimiento erróneo. «Nueva punzada.»
—¿Heroína? — Ambos repitieron la palabra casi al unísono.
—Eso es lo que dicen. — Morrison era un hombre esbelto de poco más de cincuenta años. Sonrió a Sarah con jovialidad. Al hacerlo, su cara huesuda e inteligente se hundió a ambos lados de su boca y las arrugas que tenía alrededor de los ojos se expandieron como rayos. Estos eran castaños, engrandecidos cuando menos por unas gafas sin montura que tenían tendencia a deslizarse por su nariz aquilina. Era calvo, elegante, tenía buenos contactos políticos y — el rasgo que Sarah prefería por encima de todos — guiaba un barco a la deriva. En ese momento, su principal objetivo era ser elegido como gobernador del estado en dos años, lo cual en la práctica significaba que su ayudante debía ocuparse del abrumador volumen de trabajo al que la oficina del fiscal se enfrentaba cotidianamente. El trabajo duro era recompensado con más trabajo duro, y eso suponía una continua rotación de personal. De hecho, Sarah había sido ascendida como jefa interina del Departamento de Delitos Graves cuando su jefe, John Carver, sufrió un infarto en el despacho a mediados de mayo. En el departamento todavía esperaban que John volviese al trabajo; en caso de no ser así, Morrison le había asegurado a Sarah que el cargo sería definitivamente suyo. Morrison sabía que podía contar con su subordinada para realizar el trabajo; mientras que Sarah, por su parte, sabía que él no se metería nunca en sus asuntos, y ambas cosas convenían a los dos. A la hora de conseguir sus objetivos, él era como un tiburón, despiadado y agresivo; pero como entonces concentraba ese aspecto de su personalidad paredes afuera del despacho, Sarah lo adoraba. En aquel momento, cuando se dirigía a la televisión dando zancadas, vestido con un traje azul marino de corte impecable, una reluciente camisa blanca y una corbata roja, recordaba a uno de sus propios pósteres de campaña—. Lo he visto en la zona de enfermería nada más entrar. Mira esto.
Morrison encendió la televisión. Una serie de dibujitos animados ocupó la pantalla. Por un momento, Sarah los miró desconcertada. ¿Qué trataba de decirle? ¿Que era como una de las «Supernenas»? Aquélla no era, desde luego, la imagen a la que aspiraba.
—Coge el mando a distancia — le apremió Morrison. Jake hizo lo que le decía—. Busca el Canal 5.
La pantalla parpadeó y Sarah se vio a sí misma contemplando cómo se llevaban a Duke esposado hacia un coche patrulla. Era de noche, el Quik-Pik quedaba al fondo, y la multitud de luces rojas que resplandecía alrededor de la escena indicaba la presencia de muchos más vehículos de emergencia en las proximidades.
Era evidente que un equipo de televisión había llegado a la escena a tiempo de captar, cuando menos, uno de los sucesos de la noche anterior.
—... ha sido identificado como Donald Duke Coomer, un joven de veintidós años — dijo desde el aparato Hayley Winston, la rubia pizpireta de Canal 5, al tiempo que Duke era arrojado sin demasiadas contemplaciones al asiento trasero del coche patrulla — que, como ustedes mismos pueden ver, acaba de ser arrestado. Y ahora, damos paso a otras noticias...
—Demasiado tarde, nos lo hemos perdido. — Morrison parecía decepcionado—. Pasa al Canal 3, deprisa.
Jake obedeció y Sarah tomó aire con fuerza al verse repentinamente enfrentada a una granulosa imagen de sí misma empujando a Duke y volviéndose después para coger a la niña, tan real y sólida como Sarah juraría que era.
«Gracias a Dios, no estaba loca. Debería haberlo sabido desde un principio.»
La cinta — a todas luces, la cinta de seguridad del supermercado que el departamento de policía no había puesto a buen recaudo — carecía de sonido y las imágenes no resultaban muy claras, pero la mente de Sarah suplió de inmediato los detalles que faltaban. Acababan de disparar a Mary, la niña gritaba...
—... con un audaz gesto, la ayudante del fiscal del distrito del condado de Beaufort, Sarah Mason, salvó su propia vida y la de una niña sin identificar durante el robo a mano armada que se produjo anoche en Quik-Pik, una franquicia ubicada en la esquina entre Lafayette Street y la autopista 21...
La pantalla mostraba a Duke corriendo hacia el Niño Esqueleto, mientras éste bailaba convulsivamente sobre la punta de sus pies. Ambos apuntaban muy serios con sus pistolas. Sarah y la niña desaparecían de la pantalla; debían de haber salido ya por la puerta. La cinta solo recogía lo que sucedía en el interior del supermercado...
—Algunas fuentes nos han informado que la policía fue alertada por la llamada al 911 que efectuó la señorita Mason desde su propio móvil y que a continuación le siguieron la pista, primero hasta su casa y después hasta su coche, que se encontraba aparcado junto a la franquicia próxima al lugar donde reside. Los agentes llegaron justo cuando se estaba produciendo el robo...
En la pantalla, el escaparate del supermercado estallaba en mil pedazos casi al mismo tiempo que un resplandor de luz hacía explosión en el cañón de la pistola de Duke.
—Tenemos que conseguir esa cinta. — Jake miró a Sarah—. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Sarah lo entendía: el lapso de tiempo entre el resplandor en la boca de la pistola del que acababan de ser testigos y la explosión del escaparte era inexistente, o incluso inverso: aunque se tratara de nanosegundos, parecía que el escaparate hubiera reventado antes. Pero también cabía la posibilidad de que dicho resplandor se hubiese producido después del disparo. ¿Quién podría decirlo? Desde luego, Sarah no. En cualquier caso, el lapso de tiempo parecía demasiado breve como para que la bala de Duke hubiese sido la causa de la rotura del escaparate, pensó. Pero ella no era técnico forense. Tenían que consultárselo a uno...
La cara de Mary apareció de repente en la pantalla. La fotografía parecía haber sido sacada de un permiso de conducir o algo por el estilo, Al verla, Sarah sintió que se le encogía el estómago.
—Mary Jo While, de cincuenta y siete años, fue asesinada durante el robo. La señora While llevaba casi dos años trabajando en el Quik-Pik Deja tras ella...
—Apágala — dijo Sarah, cerrando los ojos. No quería saber nada más sobre Mary, sobre la vida que le habían arrebatado, sobre la familia que dejaba a sus espaldas. Más tarde, tal vez; pero en ese momento no. En ese momento no podía soportarlo.
—... tres hijos y cuatro nietos. Ella...
El móvil de Morrison empezó a sonar.
—... era una viuda que trabajaba de noche en la tienda para poder ocuparse de sus nietos durante el día. Ella...
—Apágala.
Forzar la voz para que la oyeran le causó una nueva punzada en la cabeza; lo cual, sin embargo, no fue tan doloroso como las noticias que acababa de escuchar. Sarah representaba a diario a las víctimas de crímenes violentos, de forma que el terrible destino de Mary no debería haberle afectado tanto. Los breves minutos de terror que ambas habían compartido antes de la muerte de la cajera las habían unido. Sarah sentía su muerte como una pérdida personal. Aquello era más de lo que podía soportar por aquel día, o al menos por aquella mañana en la que se sentía herida, vulnerable y en la que trataba de dar algún sentido a todo cuanto había sucedido.
La televisión se apagó, por cortesía de Jake, que seguía con el mando a distancia en la mano. En el repentino silencio que se produjo a continuación, Sarah oyó que Morrison decía por el móvil:
—... menudo circo que se debe de haber organizado. Un muerto tras otro. Bueno, al menos no se trata de nosotros. Sí, mantenme informado.
Sarah abrió los ojos en el preciso instante en que él desconectaba el teléfono, y vio que su jefe fruncía el entrecejo preocupado.
«Me alegra que, al menos, alguien pueda hacerlo.»
—¿Qué pasa? — preguntó Jake.
Pero Morrison miraba a Sarah.
—El tipo que metieron en la cárcel, el que estaba involucrado en el robo del Quik-Pik, se ha ahorcado en la celda hace aproximadamente una hora. Donald Coomer. Acaban de encontrar el cuerpo.
Sarah tardó un segundo en percatarse de que se refería a Duke.