PRÓLOGO
[3]
No fue tarea llevadera preparar para la publicación el segundo libro de El capital, y prepararlo, precisamente, de suerte que apareciera por un lado como obra coherente, trabada, que constituyese en lo posible una unidad en sí misma, y por otra parte como la obra exclusiva de su autor, y no del editor. El gran número de redacciones existentes, en su mayor parte fragmentarias, dificultaba la labor. A lo sumo una sola de ellas (el manuscrito IV) aparecía totalmente pronta —hasta donde llegaba— para la imprenta; pero, en cambio, las redacciones de fechas más tardías la habían vuelto anticuada, en su mayor parte. Aunque el grueso del material se hallaba definitivamente elaborado en lo tocante al fondo, por lo general, no lo estaba en cuanto al lenguaje, que era aquel en que Marx solía preparar sus borradores: estilo desaliñado, expresiones y giros familiares, frecuentemente de humorística grosería, terminología técnica inglesa y francesa, a menudo frases enteras y hasta páginas en inglés; es la puesta por escrito de las ideas bajo la forma en que, en cada caso, se desenvolvían en la cabeza del autor. Junto a partes expuestas pormenorizadamente, otras, tan importantes como las primeras, apenas insinuadas; el material de hechos demostrativos aparece acopiado, pero apenas clasificado, para no hablar de su elaboración; al término de un capítulo, en el afán de pasar al siguiente, un par de frases inconexas, hitos del análisis abandonado allí antes de su culminación; por último, el hecho conocido [4] de que la letra del autor no pocas veces resultaba ilegible hasta para él mismo.
Me he dado por satisfecho con reproducir los manuscritos con la mayor literalidad posible, modificando en cuanto al estilo sólo lo que el propio Marx habría modificado, e intercalando proposiciones explicativas y nexos allí donde era estrictamente indispensable y no cabía duda alguna, además, en cuanto al sentido. Hemos preferido reproducir al pie de la letra frases cuya interpretación ofrecía siquiera una sombra de duda. Las reelaboraciones e interpolaciones a mí debidas no llegan en conjunto a diez páginas impresas y sólo son de carácter formal.
La mera enumeración de los materiales manuscritos del libro II, dejados por Marx, muestra con qué escrupulosidad sin par, con qué severa autocrítica se esforzaba por desarrollar sus grandes descubrimientos económicos, antes de divulgarlos, hasta alcanzar la perfección más consumada; una autocrítica que sólo raras veces le permitió ajustar la exposición, en lo que tiene que ver con el contenido y la forma, a su horizonte intelectual, siempre dilatado por nuevos estudios. Dichos materiales se componen de lo siguiente.
En primer término, un manuscrito, Contribución a la crítica de la economía política, de 1.472 páginas en cuarto, en 23 cuadernos, redactado de agosto de 1861 a junio de 1863. Es la continuación del primer cuaderno aparecido en 1859, en Berlín, bajo el mismo título. En las páginas 1-220 (cuadernos I-V) y luego de nuevo en las que van de la 1.159 a la 1.472 (cuadernos XIX-XXIII), se tratan los temas investigados en el libro I de El capital, desde la transformación del dinero en capital hasta el final, y constituyen la primera redacción que conservamos del texto correspondiente. Las páginas 973-1.158 (cuadernos XVI a XVIII) versan acerca del capital y la ganancia, tasa de ganancia, capital comercial y capital dinerario, esto es, acerca de temas que se examinan más tarde en el manuscrito que corresponde al libro III. Los temas dilucidados en el libro II, así como muchísimos que lo son posteriormente en el libro III, aún no son recogidos, por el contrario, de manera especial. Se los trata de pasada, particularmente en la sección que constituye el cuerpo principal del manuscrito, las páginas 220-972 (cuadernos VI-XV): Teorías del plusvalor. Esta sección contiene una historia [5] crítica detallada del punto esencial de la economía política, la teoría del plusvalor, y desarrolla al mismo tiempo, en antítesis polémica con los predecesores, la mayor parte de los puntos que más adelante se investigan, de manera especial y en su conexión lógica, en el manuscrito correspondiente a los libros II y III. Me reservo el publicar como libro IV de El capital la parte crítica de este manuscrito, luego de suprimir los numerosos pasajes que se reiteran en los libros II y III.[1] Por valioso que sea este manuscrito, poco es lo que se le puede utilizar para la presente edición del libro II.
Cronológicamente, el manuscrito siguiente es ahora el del libro III. Fue redactado, por lo menos en su mayor parte, en 1864 y 1865. Marx sólo emprendió la redacción definitiva del libro I, del primer tomo impreso en 1867, una vez que concluyó, en lo esencial, aquel manuscrito. Actualmente preparo para la imprenta dicho manuscrito del libro III.
El período siguiente —el posterior a la publicación del libro I nos ha dejado para el libro II una colección de cuatro manuscritos en folio, numerados por el propio Marx del I al IV. De ellos, el manuscrito I (150 páginas), presumiblemente elaborado en 1865 o 1867, constituye la primera redacción independiente, aunque más o menos fragmentaria, del libro II en su ordenamiento actual. Tampoco era utilizable, ni siquiera parcialmente. El manuscrito III se compone en parte de un conjunto de citas y referencias a los cuadernos de resúmenes de Marx —en su mayor parte relativas a la primera sección del libro II—, y en parte de análisis sobre puntos diversos, en particular la crítica de las tesis de Adam Smith respecto al capital fijo y el capital circulante y a la fuente de la ganancia; además, una exposición —correspondiente al libro III— acerca de la relación entre la tasa de plusvalor y la tasa de ganancia. Las referencias proporcionan poco material utilizable nuevo; los análisis, tanto los relativos al libro II como los correspondientes al III, estaban superados por redacciones posteriores y, por ende, hubo que dejarlos a un lado en su mayor parte. El manuscrito IV es una redacción, pronta para la imprenta, de la primera sección y de los primeros capítulos de la segunda sección del libro II; lo utilizamos donde resultó aconsejable. Aunque quedó claro que había sido redactado en fecha más temprana [6] que el manuscrito II, por ser más perfecto en cuanto a la forma lo pudimos utilizar ventajosamente para la parte respectiva del libro; bastó con agregarle algunos pasajes del manuscrito II. Este último manuscrito es la única redacción hasta cierto punto acabada que poseemos del libro II y data de 1870. Las notas para la redacción definitiva, a las que habremos de referirnos enseguida, dicen expresamente: «Hay que basarse en la segunda redacción».
Luego de 1870 se produce una nueva pausa, determinada principalmente por razones de salud. Como de costumbre, Marx ocupó ese tiempo en el estudio; la agronomía, las condiciones rurales norteamericanas y sobre todo las rusas, el mercado dinerario y la banca, y por último ciencias naturales —geología y fisiología— y en particular trabajos matemáticos originales, constituyen el contenido de los numerosos cuadernos de resúmenes de esa época.[2] A principios de 1877 se sintió restablecido, al punto de que pudo reiniciar su labor propiamente dicha. De fines de marzo de 1877 datan referencias y anotaciones relativas a los cuatro manuscritos antes mencionados, las cuales debían servir de base para una reelaboración del libro II, para una nueva redacción cuyo comienzo poseemos en el manuscrito V (56 páginas en folio). Comprende los cuatro primeros capítulos y está aún poco elaborada; en notas al pie del texto se tratan puntos esenciales; el material está más acopiado que clasificado y organizado, pero se trata de la última presentación completa de esta parte, la más importante de la primera sección. Un primer intento de convertir este material en un manuscrito listo para la publicación lo tenemos en el manuscrito VI (posterior a octubre de 1877 y anterior a julio de 1878); tan sólo 17 páginas en cuarto que abarcan la mayor parte del capítulo I; un segundo intento, y el último, en el manuscrito VII —«2 de julio de 1878»—, de apenas 7 páginas en folio.
Por esta época Marx parece haber comprendido que sin una revolución cabal de su estado de salud nunca podría llegar a completar una redacción, satisfactoria para él mismo, de los libros segundo y tercero. Los manuscritos V-VIII, en efecto, muestran con demasiada frecuencia las huellas de una lucha denodada contra un estado de salud deprimente. El fragmento más dificultoso de la primera sección había sido refundido en el manuscrito V; el resto [7] de esa sección y toda la segunda no ofrecían dificultades teóricas significativas (si se exceptúa el capítulo XVII); por el contrario, la tercera sección, sobre la reproducción y circulación del capital social, necesitaba ineludiblemente, a juicio de Marx, una reelaboración. En el manuscrito II, en efecto, primero se trataba de la reproducción sin tener en cuenta la circulación del dinero, factor mediador de aquélla, y luego se la volvía a tratar teniendo en cuenta dicha mediación. Era necesario suprimir esa falla y reelaborar toda la sección, en general, de manera que se ajustara al horizonte intelectual ampliado del autor. De esta manera surgió el manuscrito VIII, un cuaderno de sólo 70 páginas en cuarto; pero lo que Marx supo compendiar en ese espacio lo demuestra el cotejo con la sección III en su versión impresa, para lo cual hemos de hacer caso omiso de los fragmentos del manuscrito II allí intercalados.
También en ese manuscrito [el VIII] no se da más que un manejo preliminar de la materia; lo que aquí importaba, ante todo, era fijar y desarrollar los puntos de vista nuevos con respecto al manuscrito II, dejando a un lado aquellos aspectos acerca de los que no había nada nuevo que decir. También se incluye aquí y se amplía un fragmento esencial del capítulo XVII de la segunda sección, fragmento, por lo demás, que hasta cierto punto invade a su vez la sección tercera. La secuencia lógica suele interrumpirse; el tratamiento del tema en algunos pasajes presenta lagunas y al final, particularmente, es muy fragmentario. Pero lo que Marx quería decir, está dicho allí de una u otra manera.
Son éstos los materiales para el libro II con los cuales, según declaró Marx poco antes de su muerte a su hija Eleanor, yo debía «hacer algo». He ejecutado esa misión ateniéndome a sus límites más estrictos; siempre que fue posible reduje mi actividad a la mera selección entre las diversas redacciones. Y lo hice, precisamente, de tal manera que siempre sirvió de base la última redacción disponible, a la que cotejé con las anteriores. Sólo las secciones primera y tercera ofrecían dificultades reales, esto es, no meras dificultades técnicas, aunque no fueron de poca monta. He procurado resolverlas ciñéndome exclusivamente al espíritu del autor.
Por lo general, he traducido las citas en el texto cuando se trataba de apoyos documentales de hechos o cuando, [8] como en, los pasajes tomados de Adam Smith, el original está al alcance de quienquiera que desee estudiar a fondo el tema. Sólo en el capítulo X eso no fue posible, porque aquí se somete directamente a crítica el texto inglés. Las citas del libro I [de El capital] están foliadas según la segunda edición, la última publicada en vida de Marx.
Para el libro II únicamente disponía —aparte la primera redacción en el manuscrito intitulado Contribución a la crítica, los fragmentos mencionados del manuscrito III y algunas anotaciones breves dispersas aquí y allá en cuadernos de resúmenes— de lo siguiente: del manuscrito en folio de 1864-65, ya aludido, elaborado aproximadamente con la misma perfección que el manuscrito II del libro II, y finalmente de un cuaderno de 1875: Relación entre la tasa de plusvalor y la tasa de ganancia, desarrollada matemáticamente (en ecuaciones). La preparación de este libro para la imprenta avanza rápidamente. En la medida en que hasta ahora puedo juzgar, dicha preparación no presentará, en lo fundamental, más que dificultades técnicas, a excepción, desde luego, de algunas secciones muy importantes.
Es éste el lugar indicado para refutar una acusación contra Marx que, formulada al principio en voz baja y esporádicamente, es ahora, después de la muerte de aquél, pregonada por los socialistas de cátedra y de estado alemanes[3] y por sus acólitos como hecho demostrado: la acusación de que Marx habría cometido un plagio contra Rodbertus. En otro lugar1 ya he dicho respecto a este asunto lo más perentorio; sólo aquí puedo aportar los elementos de juicio decisivos.
Por lo que sé, esta imputación apareció por vez primera en la Lucha emancipadora del cuarto estado, de Rudolf Meyer, p. 43: «Se puede demostrar que Marx ha extraído de estas publicaciones» (de Rodbertus, que datan de la segunda mitad del decenio de 1830) «la mayor parte de su crítica».[3bis] Hasta prueba ulterior en contrario, me permitiré suponer que toda la «demostrabilidad» de esta afirmación estriba en que Rodbertus así se lo ha asegurado al señor Meyer. En 1879 el propio Rodbertus entró a la [9] liza y le escribió a J. Zeller (Zeitschrift für die gesammte Staatswissenschaft,[4] Tubinga, 1879, p. 219) lo siguiente acerca de la obra del primero, Contribución al conocimiento de nuestras condiciones económico-políticas (1842): «Advertirá usted que la misma» (secuencia de razonamientos desarrollada en ese libro) «ya ha sido… bonitamente utilizada por Marx, aunque sin citarme, naturalmente». Lo que repite sin más aditamento, por boca de ganso, su editor póstumo, Theophil Kozak (Rodbertus, «Das Kapital», Berlín, 1884, introducción, p. XV). Finalmente, en las Cartas y artículos político-sociales del doctor Rodbertus-Jagetzow, editadas en 1881 por Rudolf Meyer, dice Rodbertus sin circunloquios: «Encuentro hoy que Schaffle y Marx me saquean sin nombrarme» (carta n.º 60, p. 134). Y en otro pasaje la pretensión de Rodbertus asume una figura más concreta: «De dónde surge el plusvalor del capitalista es algo que he indicado en mi tercera carta social, en lo esencial de la misma manera que Marx, sólo que más brevemente y con mayor claridad» (carta n.º 48, p. 111).
De todas estas acusaciones de plagio Marx nunca se enteró. En su ejemplar de la Lucha emancipadora sólo había cortado las hojas de la parte referente a la Internacional; los pliegos restantes los corté yo después de su muerte. Nunca vio el Zeitschrift de Tubinga. Las Cartas… a Rudolf Meyer también permanecieron desconocidas para él, y yo mismo sólo supe del pasaje relativo al «saqueo» en 1884, gracias a la gentileza del propio doctor Meyer. Marx conocía en cambio, la carta n.º 48; el señor Meyer había tenido la amabilidad de regalarle el original a la hija menor de Marx. Éste, a cuyos oídos habían llegado, ciertamente, algunos misteriosos rumores acerca de la fuente secreta de su propia crítica —fuente que habría que buscar en Rodbertus—, me mostró la carta con la observación: aquí tenía él, finalmente, información auténtica sobre lo que reclamaba el propio Rodbertus; si éste no pretendía nada más, él, Marx, podía darse por satisfecho, dejando también a Rodbertus la satisfacción de encontrar más breve y clara su propia exposición. Con esta carta de Rodbertus, en efecto, Marx consideró que todo el asunto había quedado liquidado.
Podía hacerlo, tanto más cuanto, como lo sé positivamente, toda la actividad literaria de Rodbertus había sido desconocida para Marx hasta 1859, fecha en que su propia [10] crítica de la economía política quedó concluida no sólo en sus aspectos fundamentales, sino también en cuanto a los detalles más importantes. Marx había iniciado sus estudios económicos en 1843, en París, con los grandes escritores ingleses y franceses; de los alemanes sólo conocía a Rau y List, y con ellos le bastaba. Ni Marx ni yo supimos una sola palabra de la existencia de Rodbertus hasta que en 1848, en la Neue Rheinische Zeitung, hubimos de someter a crítica sus discursos como diputado por Berlín y sus actos como ministro. Era tal nuestra ignorancia que preguntamos a los diputados renanos quién era ese Rodbertus, tan súbitamente convertido en ministro. Pero tampoco éstos supieron revelarnos nada acerca, de los escritos económicos de Rodbertus. En cambio, que por ese entonces Marx, aun sin la ayuda de Rodbertus, sabía muy bien no sólo de dónde, sino también cómo «surge el plusvalor del capitalista», lo demuestran la Misére de la philosophie, 1847, y las conferencias sobre trabajo asalariado y capital pronunciadas en 1847 en Bruselas y publicadas en 1849 en los números 264-269 de la Neue Rheinische Zeitung. Sólo por Lassalle se enteró Marx, hacia 1859, que existía también un economista Rodbertus, y encontró luego la «tercera carta social» de éste en el Museo Británico.
Es ésta la relación de los hechos. Ahora bien, ¿qué ocurre en lo tocante al contenido que Marx habría «saqueado» a Rodbertus? «De dónde surge el plusvalor del capitalista», dice Rodbertus, «es algo que he indicado en mi tercera carta social […] de la misma manera que Marx, sólo que más brevemente y con mayor claridad». Estamos, por ende, ante el punto esencial: la teoría del plusvalor, y no sé puede decir, en efecto, que haya ninguna otra cosa que Rodbertus podría acaso reclamar como de su propiedad en la obra de Marx. Rodbertus, pues, se proclama aquí como el verdadero autor de la teoría del plusvalor, que Marx le habría saqueado.
¿Y qué nos dice la tercera carta social[5] acerca del origen del plusvalor? Simplemente que la «renta» —término bajo el que Rodbertus engloba la renta del suelo y la ganancia— no surge de una «adición de valor» al valor de la mercancía, sino «a consecuencia de una sustracción de valor experimentada por el salario, en otras palabras: porque el salario sólo importa una parte del valor del producto» y, cuando la productividad del trabajo es suficiente, [11] el salario «no necesita ser igual al valor de cambio natural de su producto, para que de éste quede aún una parte con vistas a la reposición del capital (!) y la renta». Con lo cual no se nos dice qué clase de «valor de cambio natural» del producto es ese que no deja nada para la «reposición del capital», esto es, suponemos, para reponer las materias primas y el desgaste de los instrumentos.
Felizmente, nos ha sido dado comprobar qué impresión produjo en Marx ese memorable descubrimiento de Rodbertus. En el manuscrito Contribución a la crítica, cuaderno X, p. 445 y ss., se encuentra una «Digresión. Señor Rodbertus. Una nueva teoría sobre la renta de la tierra». Sólo desde ese punto de vista se examina allí la tercera carta social. La teoría rodbertiana del plusvalor en general, se liquida con la observación irónica: «El señor Rodbertus investiga, en primer, término, el aspecto que presenta un país en el cual la propiedad de la tierra y la del capital no se encuentran separadas, y llega luego al importante resultado de que la renta (por la cual entiende todo el plusvalor) equivale meramente al trabajo impago o a la cantidad de productos en que se representa dicho trabajo».
La humanidad capitalista hace ya varios siglos que produce plusvalor, y poco a poco ha llegado también a cavilar acerca del origen del mismo. La primera noción surgió directamente de la práctica comercial: el plusvalor se originaría en un recargo sobre el valor del producto. Esta noción prevaleció entre los mercantilistas, pero James Steuart se percató ya de que, siendo así, lo que ganaba uno debía perderlo necesariamente otro. No obstante, esta idea llevó durante mucho tiempo una existencia espectral, particularmente entre ciertos socialistas; de la ciencia clásica, empero, la expulsó Adam Smith.
Leemos en Smith, Wealth of Nations, libro I, cap. VI «No bien se acumula capital (stock) en las manos de unos individuos, algunos de éstos lo emplearán, como es natural, en poner a trabajar a gente industriosa y suministrarle a la misma materias primas y medios de subsistencia, para obtener una ganancia por la venta de los productos de su trabajo, o por lo que ha añadido su trabajo al valor de esas materias primas… El valor que los obreros agregan a las materias primas, se resuelve aquí en dos partes, una de las cuales paga sus salarios, la otra la ganancia del [12] empresario sobre el monto total de materias primas y salarios adelantado por él». Y algo más adelante: «Tan pronto como el suelo de un país se convierte por entero en propiedad privada, los terratenientes —así como otras personas— gustan de cosechar donde no sembraron y reclaman una renta hasta por los productos naturales del suelo… El trabajador… se ve obligado a ceder al terrateniente una parte de lo que el trabajo suyo ha recogido o producido. Esta parte o, lo que es lo mismo, el precio de esta parte, constituye la renta de la tierra».
Acerca de este pasaje comenta Marx en el manuscrito citado, Contribución a la crítica…, p. 253: «Adam Smith, pues, concibe el plusvalor, o sea el plustrabajo, el excedente del trabajo ejecutado y objetivado en la mercancía por encima del trabajo pagado —o sea por encima del trabajo que ha recibido su equivalente en el salario— como la categoría general de la cual la ganancia propiamente dicha y la renta de la tierra no son más que ramificaciones».
Más adelante dice Adam Smith, libro I, cap. VIII: «Tan pronto como la tierra se ha convertido en propiedad privada, el terrateniente exige una parte de casi todos los productos que el trabajador pueda producir o recoger en ella. Su renta efectúa la primera deducción del producto obtenido por el trabajo empleado en la tierra. Pero el que cultiva la tierra raras veces dispone de los medios necesarios para subsistir hasta la cosecha. Lo que suele suceder es que se le adelante, del capital (stock) de un empresario, del arrendatario, los medios que necesita para sustentarse, y el arrendatario no tendría ningún interés en darle ocupación si el obrero no compartiera con él el producto de su trabajo, o si no repusiera su capital y además rindiera una ganancia. Esta ganancia efectúa una segunda deducción en desmedro del trabajo empleado en la tierra. El producto de casi todo trabajo está sometido al mismo descuento, destinado a la ganancia. En casi todas las industrias la mayor parte de los trabajadores requieren un empresario que, hasta la terminación del trabajo, les adelante materias primas y salarios y medios de subsistencia. Este patrón comparte con los obreros el producto del trabajo de ellos, o el valor que añaden a las materias primas elaboradas, y en esa participación consiste su ganancia». [13]
Marx observa a este respecto (manuscrito, p. 256): «Aquí, pues, Adam Smith caracteriza con escuetas palabras la renta de la tierra y la ganancia del capital como meras deducciones efectuadas al producto del obrero o al valor de su producto, que equivale al trabajo añadido por él a la materia prima. Pero esta deducción, como el propio Adam Smith lo ha expuesto anteriormente, sólo puede consistir en la parte del trabajo que el obrero agrega a los materiales, por encima de la cantidad de trabajo que se limita a pagar su salario o que sólo proporciona un equivalente por su salario; sólo puede, pues, consistir en el plustrabajo, en la parte impaga de su trabajo».
«De dónde surge el plusvalor del capitalista», y por añadidura el del terrateniente, es algo que ya sabía Adam Smith; Marx lo reconoce con toda franqueza ya en 1861, mientras que Rodbertus y el tropel de sus adoradores, que brotan como hongos bajo la tibia lluvia estival del socialismo de estado, parecen haberlo olvidado totalmente.
«No obstante», prosigue Marx, «Smith no concibió el plusvalor en cuanto tal, como categoría especial separada de las formas particulares que asume en la ganancia y la renta de la tierra. De ahí los muchos errores y deficiencias que aparecen en sus investigaciones, y más aun en las de Ricardo.» Esta frase se aplica, al pie de la letra, a Rodbertus. Su «renta» es, simplemente, la suma de renta de la tierra + ganancia; acerca de la renta de la tierra construye una teoría totalmente falsa. Y la ganancia la acepta a ojos cerrados, tal como la encuentra en sus predecesores.
El plusvalor de Marx, por el contrario, es la forma general de la suma de valor apropiada, sin equivalente, por los propietarios de los medios de producción, forma que se escinde —con arreglo a leyes totalmente peculiares, descubiertas por primera vez por Marx— en las formas particulares, trasmutadas, de la ganancia y la renta de la tierra. Estas leyes se desarrollan en el libro ni, donde se mostrará por vez primera cuántos términos intermedios se requieren para pasar de la comprensión del plusvalor en general a la comprensión de su transformación en ganancia y renta de la tierra; esto es, para comprender las leyes que presiden la distribución del plusvalor dentro de la clase de los capitalistas.
Ricardo va mucho más allá que Adam Smith. Funda concepción del plusvalor en una nueva teoría del valor, [14] que en germen se encuentra ya en Adam Smith, por cierto, pero que éste casi siempre olvida cuando se mueve en el terreno de la aplicación práctica; una teoría que se ha convertido en el punto de partida de toda la ciencia económica posterior. De la determinación del valor de las mercancías por la cantidad de trabajo realizado en ellas, deduce Ricardo la distribución, entre obreros y capitalistas, de la cantidad de valor agregada a las materias primas por el trabajo, su división en salario y ganancia (o sea, en este caso, plusvalor). Demuestra que el valor de las mercancías se mantiene invariable por más que varíe la proporción entre esas dos partes, ley de la que sólo admite excepciones aisladas. Llega incluso a establecer algunas leyes fundamentales acerca de la relación recíproca entre salario y plusvalor (concebido bajo la forma de ganancia), aunque la formulación de las mismas es demasiado general (Marx, Kapital, I, cap. XV, A),(1) y demuestra que la renta de la tierra es un excedente sobre la ganancia, el cual aparece en determinadas circunstancias. En ninguno de estos puntos Rodbertus ha ido más allá que Ricardo. Las contradicciones internas de la teoría de Ricardo, que determinaron el naufragio de su escuela, o le son totalmente desconocidas a Rodbertus o lo indujeron (Zur Erkenntniss… p. 130) a proponer reivindicaciones utópicas en vez de(2) encontrar soluciones económicas.
Pero la teoría ricardiana del valor y del plusvalor no tuvo que esperar a la Contribución al conocimiento… de Rodbertus para verse explotada de manera socialista. En la p. 609 del primer tomo de El capital (2.ª edición)(3) se encuentra esta cita: «The possessors of surplus produce or capital» [los poseedores de plusproducto o capital], tomada de una obra que se intitula The Source and Remedy of the National Difficulties. A Letter to Lord John Russell, Londres, 1821. En esta obra, sobre cuya importancia habría tenido que despertar interés la sola expresión surplus produce or capital, y que es un folleto de 40 páginas rescatado por Marx del olvido, se dice:
«Sea cual fuere la parte que haya de corresponder al capitalista» (desde el punto de vista de éste), «el mismo nunca podrá apropiarse de otra cosa que del plustrabajo [15] (surplus labour) del obrero, ya que el obrero necesita vivir» (p. 23). Cómo vive el obrero, sin embargo, y cuál es la magnitud, por ende, del plustrabajo del que se apropia el capitalista, son cosas muy relativas. «Si el capital no decrece en valor en la proporción en que aumenta su masa, el capitalista expoliará al obrero el producto de cada hora de trabajo por encima del mínimo con el cual el obrero puede vivir… El capitalista puede decir por último al obrero: no debes comer pan […], pues es posible vivir de remolachas y papas; y ya hemos llegado a eso» (pp. 23, 24). «Si se logra reducir al obrero a alimentarse con papas en vez de pan, es indisputablemente cierto que se podrá extraer más de su trabajo; esto es, si para vivir de pan el obrero estaba forzado a conservar para sí, para el mantenimiento suyo y de su familia, el trabajo del lunes y el martes, con la alimentación a base de papas no retendrá para él más que la mitad del lunes, y la otra mitad del lunes y el martes entero quedarán disponibles para mayor provecho del estado o del capitalista» (p. 26). «No se discute (it is admitted) que los intereses pagados a los capitalistas, sea bajo la forma de renta, interés del dinero o ganancia en los negocios, se pagan con el trabajo ajeno» (p. 23). He aquí, pues, la «renta» toda de Rodbertus, sólo que en vez de «renta» se habla de intereses.
Observa Marx sobre el particular (manuscrito Contribución a la crítica…, p. 852): «Este folleto casi desconocido —publicado en la época en que el “increíble frangollón” McCulloch[6] comenzaba a dar que hablar— representa un avance esencial con respecto a Ricardo. El plusvalor o “ganancia”, como lo denomina Ricardo (y también, a menudo, plusproducto, surplus produce) o interest, como lo llama el autor del folleto, se caracteriza aquí como surplus labour, plustrabajo, trabajo que el obrero ejecuta gratuitamente, que despliega por encima de la cantidad de trabajo con la cual se repone el valor de su fuerza de trabajo, esto es, con la cual se produce un equivalente por el salario del obrero. La misma importancia que tuvo resolver el valor en trabajo, la tuvo resolver en plustrabajo (surplus labour) el plusvalor (surplus value), que se presenta en un plusproducto (surplus produce). En rigor, esto ya está dicho en Adam Smith, y constituye un elemento fundamental en la exposición de Ricardo. Pero en Smith y Ricardo, en ninguna parte, se enuncia y establece [16] eso en forma absoluta». Se dice más adelante, en la p. 859 del manuscrito: «Por lo demás, el autor está imbuido de las categorías económicas preexistentes, tal como las ha encontrado. De la misma manera que en Ricardo la confusión entre el plusvalor y la ganancia da por resultado molestas contradicciones, otro tanto ocurre con él por haber bautizado al plusvalor con la denominación intereses del capital. Por cierto, supera a Ricardo en que, primero, reduce todo plusvalor a plustrabajo, y en que, si bien denomina intereses de capital al plusvalor, al mismo tiempo pone de manifiesto que por interest of capital entiende la forma general del plustrabajo, por oposición a sus formas particulares —renta, interés del dinero y ganancia empresarial—. Pero vuelve a adoptar el nombre de una de estas formas particulares, interest, como el de la forma general. Y esto basta para que recaiga en la jerga» (slang dice en el manuscrito) «económica».
Este último pasaje le cae a nuestro Rodbertus como de medida. También él está imbuido de las categorías económicas preexistentes, tal como las ha encontrado. También él bautiza el plusvalor con el nombre de una de sus formas secundarias trasmutadas, nombre que, por añadidura, convierte en algo por entero indeterminado: renta. El resultado de estos dos gazapos es que vuelve a caer en la jerga económica, que no prosigue de manera crítica su avance con respecto a Ricardo y que, en vez de esto, se ve inducido a convertir su teoría inacabada, todavía presa en el cascarón, en fundamento de una utopía con la cual, como siempre, llega demasiado tarde. El folleto apareció en 1821 y anticipa en un todo la «renta» de Rodbertus, que data de 1842.
Nuestro folleto no es más que el primer adelantado de toda una literatura que en el decenio de 1820 vuelve contra la producción capitalista, en interés del proletariado, la teoría ricardiana del valor y del plusvalor, combatiendo a la burguesía con sus propias armas. Todo el comunismo de Owen, en la medida en que pisa el terreno de la polémica económica, se apoya en Ricardo. Pero junto a él aparece toda una pléyade de escritores, de los que Marx, ya en 1847, aduce contra Proudhon (Misére de la philosophie, p. 49) el nombre de varios: Edmonds, Thompson, Hodgskin, etc., etc., «y cuatro páginas más de etcéteras». De este sinfín de obras me limito a citar una, al azar: An [17] Inquiry into the Principies of the Distribution of Wealth, most Conducive to Human Happiness, por William Thompson, nueva edición, Londres, 1850. Esta obra, escrita en 1822, no se publicó hasta 1824.(4) También aquí, por doquier, la riqueza de la que se apropian las clases improductivas se califica, y en términos bastante duros, como deducción que experimenta el producto del obrero. «El esfuerzo constante de eso que llamamos sociedad consiste en inducir al trabajador productivo, por el engaño o la persuasión, el terror o la coerción, a trabajar por la parte más pequeña posible del producto de su propio trabajo» (p. 28). «¿Por qué el obrero no habría de recibir el producto absoluto, íntegro, de su trabajo?» (p. 32). «Esta compensación que los capitalistas expolian al trabajador productivo, bajo el nombre de renta o ganancia, se la reclaman por el uso de la tierra o de otros objetos… Como todos los materiales físicos con los cuales o por medio de los cuales puede ejercer su capacidad productiva el trabajador productivo desposeído —que nada posee salvo esa capacidad—, como todos esos materiales están en manos de otros cuyos intereses se contraponen a los de él y cuya anuencia es una condición previa para la actividad del mismo, ¿no depende acaso, y no debe depender necesariamente, de la merced de esos capitalistas el fijar cuál ha de ser la parte de los frutos del trabajo del obrero que le quieran asignar como compensación por dicho trabajo?» (p. 125).«… Proporcionalmente a la magnitud del producto que retienen, ya se denomine eso impuestos, ganancia o robo… Estos desfalcos»[7] (p. 126), etcétera.
He de reconocer que escribo estas líneas con cierta vergüenza. Pase que la literatura inglesa anticapitalista de los decenios de 1820 y 1830 sea absolutamente desconocida en Alemania, pese a que Marx ya se refiriera directamente a ella en la Misére de la philosophie y a que citara a no pocos de sus expositores —el folleto de 1821, Ravenstone, Hodgskin, etc.— en el primer tomo de El capital. Pero que no sólo el líteratus vulgaris que se aferra con desesperación a los faldones de Rodbertus y «que realmente tampoco ha aprendido nada»,[8] sino que también el profesor henchido de títulos y dignidades y [18] que «se pavonea ufano con su sapiencia»,[9] haya olvidado su economía clásica hasta el punto de reprochar seriamente a Marx el haber sustraído a Rodbertus cosas que se pueden leer ya en Adam Smith y en Ricardo, es algo que demuestra el bajísimo nivel al que ha caído hoy la economía oficial.
¿Pero qué es, entonces, lo nuevo que ha dicho Marx acerca del plusvalor? ¿A qué se debe que la teoría marxiana del plusvalor cayera como un rayo en cielo sereno, y en todos los países civilizados, mientras que las teorías de todos sus predecesores socialistas, Rodbertus incluido, se desvanecieran sin, surtir efecto?
La historia de la química puede ilustrarnos el punto con un ejemplo.
Como es sabido, a fines del siglo pasado imperaba aún la teoría del flogisto, según la cual la esencia de todas las combustiones consistía en que del cuerpo en combustión se separaba otro cuerpo hipotético, un combustible absoluto al que se denominaba flogisto. Esta teoría bastaba para explicar la mayor parte de los fenómenos químicos conocidos en ese entonces, aunque en más de un caso lo hacía no sin recurrir a la violencia. Ahora bien, en 1774 Priestley obtuvo una especie de aire «que encontró tan pura, o tan libre de flogisto, que en comparación con ella el aire ordinario parecía viciado». La denominó aire desflogistizado. Poco después Scheele obtuvo en Suecia la misma especie de aire y demostró su presencia en la atmósfera. Encontró, asimismo, que desaparecía cuando se consumía un cuerpo en ella o en aire ordinario, y la llamó aire ígneo. «De estos resultados extrajo la conclusión de que la combinación que surgía al unirse el flogisto con uno de los componentes del aire» {o sea en la combustión}, «no era otra cosa que fuego o calor que escapaba por el vidrio.»2
Tanto Priestley como Scheele habían obtenido oxígeno, pero no sabían qué tenían entre manos. Estaban «imbuidos de las categorías» flogísticas «preexistentes, tal como las habían encontrado». El elemento que daría por tierra con toda la concepción flogística y revolucionaría la química, en manos de ellos estaba signado por la esterilidad. Pero [19] Priestley, sin pérdida de tiempo, había comunicado su descubrimiento a Lavoisier, en París, y éste, apoyándose en ese hecho nuevo, sometió a investigación toda la química flogística. Descubrió primero que la nueva especie de aire era un nuevo elemento químico, que lo que ocurre en las combustiones no es que del cuerpo en combustión se escape el misterioso flogisto, sino que aquel elemento nuevo se combina con el cuerpo, y de esta suerte puso por primera vez sobre sus pies a la química entera, que bajo su forma flogística estaba de cabeza. Y aunque no sea cierto que, como afirmó más tarde, haya obtenido el oxígeno al mismo tiempo que los otros dos e independientemente de ellos, Lavoisier es considerado como el verdadero descubridor del oxígeno, frente a aquellos que sólo lo habían obtenido, sin vislumbrar siquiera qué era lo que habían obtenido.
La relación que existe entre Marx y sus predecesores, en lo que respecta a la teoría del plusvalor, es la misma que media entre Lavoisier, por un lado, y Priestley y Scheele, por el otro. La existencia de la parte del producto de valor que ahora denominamos plusvalor fue establecida mucho antes de Marx; asimismo se había enunciado, con claridad mayor o menor, de qué se compone, a saber: del producto del trabajo por el cual el apropiador no ha pagado equivalente alguno. Pero no se fue más lejos. Unos —los economistas burgueses clásicos—, a lo sumo investigaron la proporción cuantitativa según la cual el producto del trabajo se distribuye entre el obrero y el poseedor de los medios de producción. Otros —los socialistas—, encontraron injusta esa distribución y procuraron, con medios utópicos, poner término a esa injusticia. Unos y otros estaban imbuidos de las categorías económicas preexistentes, tal como las habían encontrado.
Entonces hizo su aparición Marx. Y precisamente en antítesis directa con todos sus predecesores. Donde éstos habían visto una solución, él no vio más que un problema. Vio que lo que tenía delante no era ni aire desflogistizado ni aire ígneo, sino oxígeno, que no se trataba aquí, ora de la mera comprobación de un hecho económico, ora del conflicto de este hecho con la justicia eterna y la verdadera moral, sino de un hecho que estaba llamado a trastocar la economía entera y que ofrecía —a quien supiera utilizarla— la clave para la comprensión de toda la producción [20] capitalista. Fundándose en este hecho investigó todas las categorías preexistentes, tal como Lavoisier, a partir del oxígeno, había investigado las categorías, preexistentes, de la química flogística. Para saber qué era el plusvalor, tenía que saber qué era el valor, Era necesario, ante todo, someter a crítica la propia teoría ricardiana del valor. Marx, pues, investigó el trabajo en cuanto a su cualidad creadora del valor y estableció por primera vez qué trabajo crea valor, por qué lo hace y cómo, y que el valor no es otra cosa, en definitiva, que trabajo condensado de esa clase, un punto que Rodbertus, hasta el final, nunca comprendió. Marx investigó luego la relación entre mercancía y dinero y demostró cómo y por qué, en virtud de su propiedad inherente de ser valor, la mercancía y el intercambio mercantil generan necesariamente el antagonismo de mercancía y dinero; su teoría del dinero, basada en ello, es la primera exhaustiva y hoy se la acepta, tácitamente, de manera general. Investigó la transformación de dinero en capital y demostró que la misma se funda en la compra y venta de la fuerza de trabajo. Al remplazar aquí el trabajo por la fuerza de trabajo, por el atributo creador de valor, resolvió de un solo golpe una de las dificultades que habían ocasionado la ruina de la escuela ricardiana: la imposibilidad de conciliar el intercambio recíproco de capital y trabajo con la ley ricardiana de la determinación del valor por el trabajo. Al comprobar la diferenciación del capital en capital constante y capital variable logró por primera vez presentar el proceso de formación del plusvalor en su curso real y hasta en los menores detalles, y por tanto explicarlo, algo que ninguno de sus predecesores había logrado; comprobó, pues, una diferencia dentro del capital mismo con la cual ni Rodbertus ni los economistas burgueses estaban en situación de emprender absolutamente nada, pese a que la misma proporcionaba la clave para la solución de los problemas económicos más intrincados, prueba contundente de lo cual la ofrecen aquí el libro segundo y, aún más —como se verá— el libro tercero. Prosiguiendo con la investigación del plusvalor mismo, encontró sus dos formas: el plusvalor absoluto y el relativo, y demostró el papel diverso, pero en ambos casos decisivo, que han desempeñado dichas formas en el desarrollo histórico de la producción capitalista. Sobre el fundamento del plusvalor desarrolló la primera teoría [21] racional que tengamos del salario y trazó por primera vez los rasgos fundamentales de una historia de la acumulación capitalista, exponiendo, además, la tendencia histórica de la misma.
¿Y Rodbertus? Tras haber leído todo eso encuentra en ello —¡economista tendencioso, como siempre!— un «ataque contra la sociedad»;[10] encuentra que él ya había dicho, sólo que más brevemente y con mayor claridad, de dónde surgía el plusvalor, y encuentra, por último, que todo eso se adecua —sin duda— a «la forma actual del capital», esto es, al capital tal como existe históricamente, pero no «al concepto del capital», vale decir, a la utópica representación que el señor Rodbertus se forja del capital. Exactamente igual que el viejo Priestley, que hasta sus últimos días se mantuvo aferrado al flogisto y no quiso saber nada del oxígeno. Sólo que Priestley había sido realmente el primero en obtener el oxígeno, mientras que Rodbertus con su plusvalor, o más bien con su «renta», no había hecho más que redescubrir un lugar común, y que Marx, a diferencia de Lavoisier, se abstuvo de afirmar que hubiese sido el primero en descubrir el hecho de que el plusvalor existía.
Las demás contribuciones de Rodbertus en el terreno económico están en el mismo nivel. Sin proponérselo, en la Misére de la philosophie Marx ya había criticado la conversión en una utopía que Rodbertus hace del plusvalor; lo que restaba añadir a ese respecto lo añadí yo en el prólogo a la versión alemana de dicha obra. La explicación rodbertiana de las crisis comerciales por el subconsumo de la clase obrera se encuentra ya en Sismondi, Nouveaux principes de l’économie politique, libro IV, cap. IV.3 [11] Sólo que cuando Sismondi hablaba de las crisis nunca perdía de vista el mercado mundial, mientras que el horizonte de Rodbertus no va más allá de las fronteras prusianas. Sus especulaciones acerca de si el salario brota del capital o de los ingresos pertenecen a los dominios de [22] la escolástica y la tercera sección de este segundo libro de El capital las dilucida de manera definitiva. Su teoría de la renta le pertenece en exclusividad, y puede seguir dormitando hasta que vea la luz el manuscrito de Marx que la critica. Por último, sus propuestas tendientes a la emancipación de la vieja propiedad prusiana de la tierra con respecto a la opresión del capital son, una vez más, cabalmente utópicas, a saber, eluden la única cuestión práctica atinente al caso: ¿cómo el júnquer rural de la vieja Prusia puede, un año sí y el otro también, percibir por ejemplo 20.000 marcos, gastar 30.000, digamos, y sin embargo no contraer deudas?
La escuela ricardiana zozobró, alrededor de 1830, en el escollo del plusvalor. Lo que ella no pudo resolver siguió siendo insoluble, y ahora más que nunca, para su sucesora, la economía vulgar. Los dos puntos que echaron a pique la escuela de Ricardo fueron los siguientes:
Primero. El trabajo es la medida del valor. Ahora bien, en el intercambio con el capital el trabajo vivo tiene un valor menor que el trabajo objetivado por el que se intercambia. El salario, el valor de determinada cantidad de trabajo vivo, siempre es menor que el valor del producto generado por esa misma cantidad de trabajo vivo, o que el producto en que dicha cantidad se representa. Así planteado, el problema es insoluble, efectivamente. Marx lo planteó correctamente y, de tal suerte, dio con la solución. No es el trabajo lo que tiene un valor. Como actividad creadora de valor el trabajo está tan lejos de tener un valor particular como la gravitación lo está de tener un peso particular, el calor una temperatura particular, la electricidad una intensidad particular de corriente. No es el trabajo lo que se compra y vende como mercancía, sino la fuerza de trabajo. No bien ésta se convierte en mercancía, su valor se regula según el trabajo que se haya corporificado en ella —en cuanto producto social—; en otras palabras, su valor es igual al trabajo socialmente necesario para la producción y reproducción de ella misma. La compra y venta de la fuerza de trabajo sobre la base de este valor suyo no contradice, ni mucho menos, la ley económica del valor.
Segundo. Conforme a la ley ricardiana del valor, dos capitales que emplean la misma cantidad de trabajo vivo y lo pagan de igual manera, producen en períodos iguales [23] —si las demás circunstancias no varían— productos del mismo valor y, asimismo, plusvalor o ganancia de igual magnitud. Pero si emplean cantidades desiguales de trabajo vivo no pueden producir plusvalor o —como dicen los ricardianos— ganancia de magnitud igual. Ahora bien, en la realidad sucede lo contrario. Capitales iguales, en efecto, independientemente de que empleen mucho o poco trabajo vivo producen, término medio, ganancias iguales en períodos iguales. Se presenta aquí, por ende, una contradicción con la ley del valor, una contradicción ya advertida por Ricardo y que su escuela también fue incapaz de resolver. Tampoco Rodbertus pudo menos de percibir esa contradicción; en vez de resolverla, la convirtió en uno de los puntos de partida de su utopía (Zur Erkenntniss…, p. 131). Marx ya había resuelto esa contradicción en el manuscrito Contribución a la crítica…; la solución, conforme al plan de El capital, aparece en el libro III. Pasarán algunos meses antes de la publicación del mismo. Los economistas, pues, que pretenden descubrir en Rodbertus la fuente secreta de Marx y un precursor que lo supera, tienen aquí la oportunidad de mostrar cuál puede ser la contribución de la economía de Rodbertus. Si demuestran cómo, no sólo sin infringir la ley del valor, sino, por el contrario, sobre la base de la misma, puede y debe formarse una tasa media igual de la ganancia, entonces podremos continuar la discusión con ellos. Mientras tanto, que tengan la amabilidad de apresurarse. Las brillantes investigaciones de este libro II y sus resultados, completamente nuevos, en dominios casi inexplorados hasta el presente, anticipan apenas el contenido del libro III; éste desarrolla las conclusiones finales de la exposición, hecha por Marx, acerca del proceso social de reproducción sobre una base capitalista. Cuando aparezca ese libro III, se hablará muy poco de un economista llamado Rodbertus.
Los libros segundo y tercero de El capital debían ser dedicados,(5) como Marx solía decirme, a su mujer.
Londres, el día del cumpleaños de Marx, 5 de mayo de 1885.
FRIEDRICH ENGELS