Capítulo 28
CAMI
Mientras entramos en la ciudad por Edgeware Road, el pánico se apodera de mí con tanta intensidad que me incapacita. No dejo de mirar el anillo que llevo dibujado en el dedo para recordarme que todo saldrá bien. Jake me lo ha dicho, y yo me aferro a sus palabras con todas mis fuerzas.
Quiero librarme de esta horrible sensación, que no me suelta. Quiero que todos se lleven bien y sean felices, pero sé que es mucho pedir.
Jake se ha pasado casi todo el viaje en silencio, pensativo. Por cómo me sonríe cada vez que me descubre observándolo, sé que intenta tranquilizarme. No tengo valor para decirle que está fracasando estrepitosamente.
—¿Adónde vamos? —le pregunto tratando de parecer tranquila, aunque por dentro estoy gritando y quiero volver al claro del bosque.
—A tu casa. —Lo dice en un tono que debería hacerme sentir segura, pero no lo consigue.
—¿A mi casa?
—Sí, a menos que prefieras ir a la mía.
Me mira y espera mi respuesta.
¿Adónde quiero ir? No tengo ni idea.
—A mi casa —declaro al fin, por decir algo.
—Pues a tu casa vamos. —Me coge la mano y entrelaza los dedos con los míos—. Llama a Heather para que te haga compañía.
No puedo ocultar el pánico que siento por más tiempo.
—¿Por qué? ¿Dónde estarás tú?
—Tengo unas cuantas cosas que resolver.
Me encojo en el asiento.
—Papá.
Me mira de reojo y noto que la nuez le sube y le baja al tragar saliva con esfuerzo. Parece nervioso, y eso me pone histérica.
—Sí, tu padre.
—¿Qué pasará con la denuncia?
—Finalmente se ha percatado de que no tenía razón de ser.
Me incorporo en el asiento y me quedo mirándolo fijamente. ¿Quiere que me crea que mi padre se ha dado cuenta de que estaba equivocado y ha cambiado de idea? Es lo más ridículo que he oído nunca.
—¿Ha retirado la denuncia?
—Así es.
—¿Te lo ha dicho él?
—Sí.
—Y ¿te lo has creído?
—Te dije que lo arreglaría todo, ángel; lo decía en serio. —Se vuelve de nuevo hacia mí y me dirige una mirada cargada de confianza, pero no me creo nada—. Confía en mí.
Al parecer, Jake tiene más fe en mi familia que yo.
¿Qué puedo hacer? Debo confiar en él. Confío en él. Pero mi padre es otra historia. Con una pequeña ración de culpabilidad, decido que no, no me fío de él. No confío en mi padre.
Después de dejar la bolsa en mi dormitorio, Jake vuelve al salón y se dirige a su habitación. Sonrío disimuladamente porque me hace gracia pensar en ella como en su habitación. Lo sigo y lo encuentro sentado en la cama, introduciendo balas en el cargador de la pistola.
Me quedo con la boca abierta, pero él ni se inmuta y sigue con su tarea. ¿Está cargando el arma para ir a ver a mi padre? Alzo la mano y señalo la pistola, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
—Es sólo por precaución —me informa levantándose y poniendo el cargador antes de colocarse el arma en la cinturilla de los vaqueros—. No te asustes; siempre la llevo encima.
—Perdona —replico con ironía—, por un momento me ha cruzado por la mente la idea de que pudieras estar planeando matar a mi padre.
Jake no se ríe ni se molesta en tranquilizarme. Pasa por mi lado sin hacerme caso. Me vuelvo a su paso, siguiéndolo con la vista, pero nada; continúa ignorándome.
—¡Eh!
Lo persigo, más asustada que antes. Lo agarro del brazo y lo obligo a detenerse, pero no tengo la fuerza necesaria para hacer que se vuelva hacia mí, así que lo rodeo y lo fulmino con la mirada más amenazadora que logro dirigirle.
—Dime que no vas a matar a mi padre —le exijo apoyándole la mano en el pecho para que le quede claro que no lo dejaré pasar hasta que me haya hecho caso.
Su expresión se relaja ligeramente y cierra los ojos. Se está armando de paciencia. ¿O será de fuerza?
—No voy a dispararle a tu padre, ángel.
Miro al suelo; me siento perdida. Estoy aquí, pero estoy perdida.
—Yo sólo quiero estar contigo. —Levanto la vista. Sus ojos reflejan la misma desesperación que yo siento—. ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué tantos impedimentos?
Con una sonrisa triste, se acerca a mí y me da un abrazo. Lo necesitaba.
—Porque tu padre cree que no soy el hombre indicado para ti. —Entierra la cara en mi pelo e inspira hondo—. Tengo que convencerlo de que se equivoca.
—¿Poniéndole una pistola en la cabeza? —le pregunto con la cara enterrada en su hombro. Tal vez sea la única manera.
Jake me suelta y se inclina para mirarme directamente a los ojos. A continuación, traza una línea con el pulgar, acariciándome la ceja y la mejilla.
—No estoy dispuesto a perderte, Cami, y tu padre va a tener que hacerse a la idea. —Alza las cejas a la espera de mi reacción.
Yo asiento a regañadientes porque, aunque lo de la pistola me parece una exageración, sé que probablemente sea la única forma de conseguirlo.
—Vale.
—Además —añade, probablemente porque se ha dado cuenta de que necesito que me tranquilice un poco más—, llevaba la pistola las otras veces que me he reunido con tu padre, y hasta ahora he logrado contenerme y no dispararle ni una vez.
—No tiene gracia —protesto frunciendo el ceño. Él sonríe y me planta un beso casto en la frente—. Por favor, no le digas nada de esto. —Levanto la mano para mostrarle el dedo con su anillo de tinta. Aún no, por favor. Paso a paso.
Jake baja la vista y sonríe. Me toma la mano y me acaricia el dedo con el pulgar.
—Una razón más para no gustarle. Tenemos que arreglar esta situación cuanto antes.
Así es. Me encanta mi anillo dibujado, por la sola razón de que fue Jake quien lo trazó ahí con todo su amor, pero sé que mi padre lo vería como un insulto. ¡Ay, Dios, cómo se va a poner cuando se entere! Pensar en su cara cuando le diga que Jake me ha pedido matrimonio me rompe el corazón.
—Ya se lo contaremos cuando las cosas se calmen.
—Vale, como tú quieras, ángel. —Me besa el anillo y endereza la espalda con decisión—. ¿A qué hora llegará Heather?
—Pues… —Como si nos hubiera oído, alguien llama entonces a la puerta con fuerza— ahora mismo. —Miro por encima del hombro para asegurarme de que la puerta sigue en pie y no la ha echado abajo—. ¿Puedo contarle que estamos prometidos?
—¿Es capaz de mantener la boca cerrada?
Me lo planteo durante un segundo, haciendo un mohín. Seguro que, cuando se lo cuente, oirán su grito de sorpresa en todo Londres.
—Sí. —Ya me encargaré de amordazarla si hace falta. Necesito hablar con alguien.
Jake me aparta el pelo de la cara.
—Relájate. Busca un anillo que te guste en internet. Piensa dónde te apetecería que nos casáramos; piensa en la fecha y en los invitados. Diviértete, ángel.
Me da un beso cariñoso en la nariz antes de dirigirse a la puerta. La idea de planear mi boda debería emocionarme, pero no me veo capaz de entusiasmarme hasta estar segura de lo que pasará a continuación. Ahora mismo, sus palabras me suenan a un intento de distraerme.
Echa un vistazo por la mirilla —deformación profesional, supongo— antes de abrir la puerta tan bruscamente que Heather se abalanza sobre él entre una nube de pelo cobrizo. Se endereza, muestra la botella de prosecco que lleva en la mano y examina a Jake de arriba abajo con los ojos brillantes.
—Hola, grandullón —lo saluda.
—Buenas tardes. —Jake sale al pasillo de la escalera y desaparece.
Respiro hondo. Voy a necesitar mucha fuerza.
—Me encanta ese aire taciturno tan sexi que tiene —bromea mi amiga antes de cerrar la puerta y agitar la botella ante mis ojos—. He venido preparada. Cuéntamelo todo. —Señala el sofá y hacia allí me dirijo, dejando que ella vaya a buscar copas a la cocina.
Una hora más tarde, he puesto al día a Heather sobre mi caótica vida. Ha estado a punto de atragantarse más de una vez con la bebida, pero me ha escuchado sin interrumpirme. No pensaba contarle tantos detalles, pero ha sido una manera genial de matar el tiempo de espera. Jake ya lleva una hora fuera. Estoy aguardando que me llame en cualquier momento para decirme que todo se ha arreglado, que mi padre ha admitido con elegancia que se equivocó, que ha aceptado a Jake con los brazos abiertos y que todos viviremos felices y comeremos perdices. Pero luego recuerdo quién es papá y vuelvo a la Tierra.
—No te ofendas, pero tu padre se ha comportado como un capullo —comenta Heather, acabándose la copa—. Se ha casado tres veces, ¿cómo se atreve a juzgar a tu pareja? Además, si no le tocara las narices a la gente, nadie te habría amenazado y no habría tenido que contratar a Jake para protegerte. —Sonríe—. Menuda ironía, ¿eh?
Asiento en silencio y miro la hora en el reloj de pared.
—Eh, ¿qué es eso que tienes en el dedo?
Alarga la mano y yo aparto la mía en un acto reflejo, lo que me hace parecer tan culpable como me siento por dentro. Porque no se lo he contado todo; hay algo que aún no le he dicho, básicamente porque quería darle tiempo a asimilar lo demás.
—¿Camille?
Aparto la mirada.
—¿Llevas un anillo de compromiso dibujado en el dedo?
—Fue una broma.
No sé por qué me estoy comportando de esta manera, como si me avergonzara. Tal vez, al verlo a través de los ojos de otra persona, acabo de darme cuenta de lo absurdo de la situación. He aceptado ser la esposa de un hombre al que conocí hace unas semanas. De todos modos, tengo la sensación de que lo conozco mejor que a nadie en el mundo.
Me lanzo de cabeza a la copa de vino espumoso, sintiéndome como si estuviera en un interrogatorio.
—Cami, ¿te ha pedido que te cases con él?
—¡Sí! —afirmo, sacudiendo la copa en el aire y haciendo que Heather se eche hacia atrás asustada—. Ya sé que parece una locura, no necesito que me lo digas…
Pone morritos, como si fuera un pato, y espero a que llegue el grito de sorpresa, pero tras varios segundos intuyo que no va a llegar. La miro expectante, para animarla a decir algo.
Cuando se encoge de hombros, frunzo el ceño.
—¿No vas a decir nada?
—¿Aparte de lo obvio: que debería haberte comprado un anillo de verdad?
Le lanzo una mirada asesina.
—Sí.
Ladea la cabeza y se queda pensando mientras contempla su copa. ¿No va a decir nada? Me está tomando el pelo, ¿no?
Cuando al final me mira, lo veo venir. Veo el grito que le está naciendo en las puntas de los dedos de los pies y me echo hacia atrás, preparándome para el impacto.
—¡Oh, Dios mío! —chilla con la cara roja porque se ha quedado sin aire en los pulmones—. ¡Dios mío, Cami! —Deja el vaso y se lanza sobre el sofá para hacerme un placaje-abrazo—. ¡Dime que seré la dama de honor! ¡Dime que el presupuesto será colosal! ¡Dime que celebraremos tu despedida de soltera en Saint-Tropez! —me grita al oído hasta que oigo un zumbido en la cabeza.
—Aún no he pensado en ello —admito. Me llevo un dedo a la oreja y me la froto, tratando de librarme del zumbido mientras Heather se aparta de mí—. Me cuesta quitarme de la cabeza la imagen de mi padre y Jake intentando matarse.
Ella se ríe sin ganas y me acaricia el brazo para animarme.
—Me gusta que Jake no tenga miedo de enfrentarse a tu padre.
Asiento; a mí también me gusta, aunque eso no hace que la situación sea menos delicada. Vuelvo a mirar la hora. Han pasado quince minutos desde la última vez. ¿Cuánto tiempo espero antes de llamar yo para asegurarme de que todo el mundo sigue vivo? Esto es horrible.
—Busquemos vestido —digo en un intento drástico por distraerme.
—¡Sí! —conviene Heather entusiasmada—. Ve a por el portátil. ¡Oh, Dios mío, Vera Wang ha sacado unos modelos increíbles esta temporada!
Cojo el portátil y abro Google intentando contagiarme del entusiasmo de mi amiga, pero no llego a ver ni la primera página. Mi móvil suena y me levanto con tanta prisa que le lanzo el portátil a Heather sin mirar.
Cuando compruebo que es el número de mi padre, me quedo helada. No sé si es buena o mala señal. Al menos, sé que está vivo; seguro que es buena señal.
—¿Papá?
—¡Estrellita! —exclama, lo que me quita un peso enorme de encima. Me siento como si fuera un globo que acabaran de pinchar—. Cariño, lo último que quería era hacerte daño.
Estoy a punto de echarme a llorar de alivio.
—Lo amo, papá. —Voy directa al grano, para que no le queden dudas—. Sé que debe de haber sido una sorpresa para ti, pero es un buen hombre —añado mientras siento que me han quitado el peso del mundo entero de encima.
—Camille, tienes que entenderlo —dice en un tono de voz más apagado y solemne; el tono que uno esperaría de una persona que nunca antes se ha disculpado en la vida. Es un gran paso para él.
—Lo entiendo, papá —le aseguro. Sé que nunca ha querido hacerme daño. No me gusta lo que ha hecho, pero comprendo sus motivos. Sé que necesita protegerme, pero debe aprender a dejarme ir. Tiene que aceptar que soy una mujer adulta que toma sus propias decisiones—. Todo está bien.
—No, Cami, no está bien. No está nada bien. —Suspira—. Te he fallado.
—No, papá, tú…
—Está casado, Cami.
En ese instante, la habitación empieza a darme vueltas y tengo que apoyarme en una silla para no caerme.
—¿Qué? —susurro con esfuerzo porque la boca se me ha secado en un instante.
—Cariño, está casado —repite solemnemente, empujando las palabras en la brecha que acaba de abrírseme en el corazón—. Ese cabrón te ha estado mintiendo todo este tiempo.
«¡Calla! ¡Deja de decir eso!»
Con dedos temblorosos, aparto la silla y me dejo caer en ella con la mirada perdida. La mujer de la foto… La cara de felicidad de Jake… Odio que lo que mi padre me está contando encaje con la realidad. Jake cambiando de tema cuando saqué el asunto de la foto… Normal. Pero ¿casado? ¿En serio? No lo entiendo.
—¿Camille? —El tono de preocupación de mi padre me saca del trance.
—¿Cómo te has enterado? —Necesito detalles para poder procesar esto—. ¿Dónde está Jake? Me dijo que iba a verte para arreglar las cosas.
—Pues que no se moleste —suelta con desprecio—. Haré que lo destruyan por hacerte daño, Camille.
Sacudo la cabeza, incapaz de soportar el dolor y la frustración.
—¿Cómo estás tan seguro de lo que dices?
—Hice que Grant lo siguiera. Ha ido a casa de una mujer; la casa de su esposa. Grant me lo acaba de confirmar.
Me levanto de un brinco.
—¿Está allí ahora? —Voy corriendo hacia la puerta antes de que me responda—. ¿Dónde, papá? ¿Dónde está?
—Cariño, no pienso permitir que vayas sola.
Me detengo en seco.
—Estás mintiendo —lo provoco, sabiendo que, si es verdad, me lo demostrará.
—18A de First Street —replica, y se me hace un nudo en el estómago porque sé que no es un farol—. Espérame, cariño. Tengo que ocuparme de un asunto. Luego iré a buscarte y te llevaré yo mismo.
—De acuerdo —miento, y cuelgo el teléfono.
No pienso esperarlo, ni a él ni a nadie. Cojo el bolso y abro la puerta, olvidándome de que Heather está en casa, probablemente preguntándose qué demonios ocurre.
—¡Cami! —me llama perpleja.
Me detengo en seco en medio del pasillo de la escalera; no porque Heather me esté siguiendo, sino porque hay alguien bloqueándome el paso.
—¿Adónde crees que vas? —Lucinda tiene aspecto de directora de colegio con los brazos cruzados sobre el pecho, dando golpecitos a la moqueta con el pie.
—¿Te ha pedido que me vigiles? —pregunto entre divertida e incrédula.
—Por desgracia, me apetece menos que a ti.
Mira por encima de mi hombro. No necesito volverme para imaginarme a mi amiga observando la escena sin entender nada. Esto es de traca.
—Y ¿se supone que tu misión es impedir que salga de mi casa? —le espeto cuando la frustración da paso a la rabia.
—Lo has entendido a la primera. —Me guiña el ojo y siento ganas de darle un puñetazo en la boca.
—¿Por qué? Mi padre me dijo que ya había resuelto el tema de las amenazas.
Pone cara de póquer, lo que me dice mucho, pero no lo suficiente.
—Es por precaución.
Asiento para no ponerla en guardia. ¿Precaución? Sí, claro. Como precaución para que no salga de casa mientras él va a ver a su esposa. Me vuelvo y me dirijo de nuevo hacia la puerta de mi apartamento. Heather me mira con cara de loca, pero yo niego con la cabeza, pidiéndole que no insista. ¿Qué le voy a decir, que mientras ella estaba buscando vestidos de boda en internet acabo de enterarme de que mi prometido ya tiene una esposa?
Antes de entrar en casa, miro por encima del hombro. Lucinda no se ha movido ni un centímetro, y no tiene aspecto de hacerlo en el futuro próximo. «¡Zorra!»
Cierro la puerta y apoyo la frente en la madera. Atisbo por la mirilla. Se la ve diminuta al fondo del pasillo. Me doy la vuelta y busco una salida alternativa. Me asomo a la ventana, pero está demasiado alto.
—Mierda —murmuro volviendo a mirar hacia la puerta.
La salida de incendios está al otro lado del pasillo. Tampoco puedo usarla para escapar.
—¿Qué pasa? —dice Heather a mi espalda. Me vuelvo hacia ella mordiéndome el labio, luchando por controlar las emociones que amenazan con nublar mi capacidad de razonar. Ella da un paso atrás y me observa con atención—. No me gusta esa cara —añade. Hace bien; es mi cara de determinación.
Corro a la cocina y agarro lo único que me puede servir antes de volver al salón.
—¿Qué demonios haces con una sartén? —me pregunta cuando paso por su lado—. Cami, ¿quieres contarme lo que pasa?
Vuelvo a atisbar por la mirilla. Lucinda sigue montando guardia. ¡No me creo lo que estoy a punto de hacer! Me vuelvo hacia mi amiga, que me mira divertida.
—Necesito que hagas algo por mí.
Me observa como si estuviera loca. Ya podría ser.
—¿Qué?
—La mujer que está ahí fuera trabaja con Jake.
—Y ¿qué hace ahí?
—Impedir que salga de casa. Jake le ha pedido que me vigile.
—Y ¿por qué lo ha hecho?
Su pregunta hace que me dé cuenta de que no voy a poder salir de ésta con vaguedades, sobre todo cuando estoy a punto de pedirle que sea mi cómplice. Respiro hondo para coger fuerzas, preparándome para decirlo en voz alta.
—Papá me ha dicho que Jake está casado.
—¡¿Quéeeeee?! —El grado de decibelios es tan alto que doy varios pasos atrás.
—¡Chisss! —La hago callar, saltando hacia ella y cubriéndole la boca con la mano.
Con unos ojos como platos, murmura algo contra la palma de mi mano. No entiendo lo que me dice, así que la aparto pero me llevo un dedo a los labios para indicarle que no grite.
—Y ¿te lo has creído? —me plantea.
Me trago el orgullo y admito mis sospechas.
—Tiene sentido. Encontré una foto en la que estaba con otra mujer. Cuando le pregunté por ella, no quiso responderme.
—Podría ser un truco de tu padre para separaros, Cami.
—Mi padre no es idiota. No me habría dicho algo así si no pudiera demostrarlo, y dudo que haya llegado al extremo de pagar a una mujer para que se haga pasar por la esposa de Jake.
Por dentro me ha entrado un ataque de risa histérica. Claro, eso sí que sería una exageración. Por fin todo encaja y, por desgracia, me está rompiendo el corazón.
—Oh, mierda, Cami… —La compasión de Heather es lo único que me faltaba para acabar de derrumbarme—. Lo siento.
Sonrío y no sé por qué lo hago porque, por dentro, me estoy muriendo.
—Necesito averiguar qué está pasando.
—Claro. —Asiente comprensiva, pero un instante después baja la vista hacia la sartén que casi había olvidado que llevo en la mano—. ¿Qué piensas hacer con eso?
—Voy a dejar fuera de combate a la guardaespaldas sustituta —contesto, harta de andarme por las ramas. Estoy perdiendo el tiempo.
—Tenía el presentimiento de que ibas a decirme eso. —Heather sacude la cabeza pesarosa—. No quiero ser una aguafiestas, pero dudo que el bulldog que hay en el pasillo deje que te acerques a ella y le des un golpe en la cabeza. Y no creo que puedas esconderte ese trasto en las bragas.
—Ahí es donde intervienes tú. —La cojo de la mano y la arrastro hacia la puerta.
Ella me sigue a regañadientes.
—Tenía el presentimiento de que ibas a decir eso también. —Suspira.
—¿Qué tal tus dotes interpretativas? —pregunto al tiempo que echo un nuevo vistazo por la mirilla para asegurarme de que Lucinda sigue en su puesto.
—La última vez que actué fue en la función del colegio.
Sonrío otra vez, lo que no tiene mucho sentido dadas las circunstancias, pero es que me he acordado de Heather haciendo de Cenicienta y no puedo evitarlo.
—Vas a abrir la puerta y a echarte a correr hacia ella muy asustada.
—Me veo capaz.
—Dile que he huido por la ventana.
—Eso también puedo hacerlo. —Hace rodar los hombros, preparándose, y vuelve a bajar la vista hacia la sartén—. Y en cuanto entre por la puerta para detenerte…
Sonrío y levanto la sartén.
—¡Sartenazo en la cabeza!
—Estupendo —murmura Heather con la mano en el pomo—. Y yo que venía para charlar tomando un vinito… —me recuerda muy seria.
Un instante después, abre la puerta y sale corriendo por el pasillo chillando como una histérica.