Capítulo 27
JAKE
Preparé el baño, comprobé la temperatura, me aseguré de que hubiera muchas burbujas y la dejé en el agua, derritiéndome de placer al oír su suspiro de satisfacción cuando se deslizó en la bañera. Y de inmediato ése entró a formar parte de la lista de momentos favoritos que he pasado con Cami. No fue premeditado, pero de manera instintiva logré que la cantidad de agua fuera la adecuada para que sus pechos asomaran levemente por encima de la superficie. Podría haberme quedado allí tan contento toda la noche, sumergiendo la esponja en el agua y escurriéndola sobre sus hombros mientras ella canturreaba de felicidad con los ojos cerrados.
Pero cuando el agua empezó a enfriarse, vi que se le ponía la carne de gallina. La saqué de la bañera, la envolví en una toalla y la llevé a la cama. Tendría que haber dormido profundamente toda la noche, sabiendo que estaba a salvo, a mi lado, en mi refugio seguro.
Pero no he podido dormir. Me tumbé en la cama, eso sí, y la abracé por detrás. Su cuerpo encajaba a la perfección dentro del mío, pero no pude relajarme porque tenía la mente demasiado revolucionada. Todavía lo está.
Cuando se durmió, me aparté de ella con delicadeza y me senté en el borde de la cama. Y así he pasado toda la noche. Mis pensamientos formaban tal escándalo en mi cabeza que tenía miedo de despertarla.
Me odio muchísimo por haber reaccionado como lo hice cuando Cami volvió a preguntarme por la fotografía. Era la oportunidad perfecta para sincerarme, pero es demasiado pronto; hay cosas que tengo que hacer antes de hablar con ella. Hoy me encargaré de arreglarlo todo; iré a buscar a Abbie para poder dejar atrás la oscuridad. Sólo entonces estaré preparado para hablar con Camille. Le contaré todo lo que quiera saber. Hoy sabré si puedo tener una vida junto a ella o si acabo de caer por el precipicio al que llevo tanto tiempo asomado.
Me levanto, me pongo un bóxer y voy a la cocina mientras ella sigue durmiendo. Le prepararé el desayuno, algo contundente y nutritivo.
Lleno la sartén de beicon y revuelvo algunos huevos antes de meter el pan en la tostadora. Pronto la cocina se llena de aromas. No me importa hacer ruido. Sé que el ruido viajará por la casa igual que los olores y, con un poco de suerte, la despertarán. Le doy la vuelta al beicon y miro por encima del hombro cuando oigo que mi móvil empieza a sonar donde lo he dejado, sobre la encimera. Desde aquí veo quién es. Había pensado llamarlo yo después de ocuparme de su hija, pero se me ha adelantado.
—Logan —respondo apoyándome en la encimera con la vista clavada en la puerta por si entra Cami.
—Tenemos que hablar.
—No me diga… —replico secamente. Había pensado en tratar de ganarme su confianza, pero no me sale—. Haga que Sebastian Peters retire los cargos y hablaremos.
—¿Cómo?
«¿Cómo? ¿Acaba de preguntarme cómo?»
—Pues como lo hace todo, Logan, sin piedad. Páguele; soborne a los policías que tiene en nómina. Me da igual cómo lo haga: sólo hágalo.
Me acerco a la sartén y remuevo el beicon.
—¿Cómo está mi niña?
Oír a esa sabandija referirse a mi ángel como a «su niña» hace que se me erice la piel y me hierva la sangre.
—En estos momentos, Cami no lo tiene en gran estima.
—Porque le ha lavado el cerebro. La ha llevado a la cama con artimañas y se ha aprovechado de ella. ¡Podría hacer que no volviera a trabajar nunca más!
—Me importa una mierda si no vuelvo a trabajar nunca más. No lo hago por dinero, Logan, no se equivoque. Lo hago porque me mantiene ocupado, y su hija ya se está encargando de eso estos días.
Juro que no tenía previsto rebajarme a su nivel de esta manera. Lo juro.
—¡Hijo de puta!
—No sea tan generoso con los insultos. No soy yo el que está jugando a la ruleta rusa con la seguridad de Camille.
Estoy apretando la espumadera de acero inoxidable con tanta fuerza que empieza a doblarse. Juro que, si tuviera a Logan delante en estos momentos, le rodearía la cabeza con ella.
—Mi hija está a salvo —replica.
—Sí, porque está conmigo. Yo también he estado investigando, Logan, como ya se imaginará. Sé que tiene un fichero que me ha estado ocultando, y me imagino que ésa es parte de la razón por la que quiere librarse de mí. —Su silencio es de lo más elocuente—. Haga que retire los cargos.
Cuelgo y suelto tanto el teléfono como la espumadera sobre el mármol. Me apoyo en él con ambas manos y respiro lentamente, tratando de calmarme.
Joder, estoy en guerra con el padre de la mujer a la que amo. Y lo que es aún peor, estoy dispuesto a acabar con él si se interpone entre nosotros. Casi me echo a reír al pensar en lo irónico que es todo. Logan me contrató para proteger a Cami del enemigo. Estoy convencido de que nunca pensó que las tornas se le volverían de esta manera, de que nunca imaginó que tendría que enfrentarse a mí. Cierro los ojos y me obligo a relajarme hasta que mis músculos pierden la tensión.
No puedo perder más tiempo. Cojo el teléfono y hago lo que debería haber hecho hace mucho. Marco el número de la persona que me ha atormentado durante años. Ha llegado el momento de enterrar algunos fantasmas; es la hora de arreglar las cosas.
A cada tono de llamada, mis latidos se aceleran más y más, hasta que me empieza a temblar el pecho y me resulta difícil respirar.
—¿Hola? —La voz de Abbie hace que el corazón se me detenga en seco.
Abro la boca para hablar, pero no consigo decir nada.
—¿Hola? —repite.
Tengo aire en los pulmones esperando a que lo expulse en forma de palabras, pero no puedo hacerlo; no puedo hablar. El silencio se alarga mientras busco la manera de comunicarme, de hacerle saber que soy yo. Mi decisión se ha visto neutralizada por su voz. Los recuerdos se agolpan y retumban en mi cabeza. Su cara, ese rostro precioso y angelical…
No puedo hacerlo.
Voy a colgar.
—¿Jake? ¿Jake, eres tú?
Me quedo petrificado por la sorpresa. ¿Cómo lo ha sabido?
—Soy yo —logro decir al fin, y espero su reacción.
No me hace esperar.
—Oh, Dios mío… —murmura con la voz tomada por la emoción—. Jake, háblame, dime algo.
Hago un esfuerzo buscando algo que decir, pero no soy capaz.
—Jake, por favor. —Se ha echado a llorar, y su desesperación me corroe como el ácido.
Miro al techo, sintiéndome impotente y jodidamente culpable.
—Estoy aquí —digo, obligándome a afrontar la situación y resistiendo la tentación de cortar la llamada.
—¿Dónde estás? —me pregunta aterrada.
Trago saliva.
—Necesito verte.
El breve silencio que sigue a mis palabras está cargado de significado. He dicho necesito. He dicho que necesito verla. No he dicho que quiero o que tengo que verla, sino que necesito hacerlo.
—De acuerdo. ¿Cuándo?
—No lo sé. Tal vez mañana.
—Aquí estaré —declara con seguridad.
—Bien.
—¿Cómo te ha ido? —Sé que trata de alargar la llamada para descubrir más sobre mí, para saber a qué tendrá que enfrentarse mañana.
Pero no puedo darle lo que necesita en ese momento.
—Te llamaré mañana. —Cuelgo y lanzo el teléfono al otro extremo de la encimera, temblando como una nenaza.
Soy un tío grande como un castillo. ¿Cómo es posible que una mujer me dé tanto miedo? ¿Cómo puede convertirme en una piltrafa humana? Ésta es la razón por la que me he mantenido lejos de ella, como si para ella hubiera muerto. Me siento en una silla, para tratar de estabilizar mi caótica respiración. Ya está, lo he hecho: no hay vuelta atrás. No podré tener futuro si no pongo en orden mi pasado. Antes de conocer a Camille, eso me daba igual; me conformaba existiendo en el limbo torturado que era mi vida, castigándome día tras día.
—Eh, ¿estás bien?
Levanto la vista. Cami está en la puerta de la cocina y lleva la camiseta blanca con la inscripción que tanto me gusta, la que dice: A MÍ NO SE ME IGNORA.
Cuando la vi por primera vez no me imaginé lo adecuada que era para ella. Lleva el pelo alborotado y tiene ojos de sueño, pero brillantes. Y sus piernas… son la visión más perfecta que he contemplado en la vida. Su cara, su presencia y su voz logran que me centre y me ponen en marcha. Me levanto, me acerco a ella y la tomo de un modo agresivo, tragándome su exclamación de sorpresa. Puedo hacerlo. Por Cami sería capaz de cualquier cosa.
—Perfectamente; estoy perfectamente, joder —respondo atacándole el cuello y gruñendo.
Cami rompe a reír y me abraza mientras la echo hacia atrás entre mis brazos para obtener de ella todo lo que necesito.
—¡Jake!
—¿Cómo has dormido? —le pregunto, devolviéndole la verticalidad y haciendo ver que le coloco bien la camiseta. Es absurdo, está impecable.
Ella frunce el ceño y me dirige una mirada burlona.
—Muy bien, ¿y tú?
—Perfectamente —miento, dándole la mano y acompañándola a la mesa. La hago sentarse antes de volver a toda prisa a la sartén para retirarla del fuego—. Te he preparado el desayuno.
—¿Ah, sí?
—Ajá. Huevos con beicon.
Casco los huevos en una sartén limpia y cojo un par de platos.
—Pero si yo…
Me vuelvo y la amenazo con la espátula de madera para que me diga que ella por las mañanas sólo toma espinacas.
—No te levantarás de la mesa hasta que te lo comas todo.
Camille hace una mueca sorprendida y ladea la cabeza.
—¿Como si fuera una niña?
—No —contesto sin dejar de remover los huevos—, como si fueras una adulta con hábitos alimentarios saludables. Aquí tienes.
—Muy bien —dice a mi espalda.
Me imagino su cara ofendida, pero ya puede protestar cuanto quiera; se lo va a comer todo.
Remuevo los huevos y saco el pan de la tostadora.
—Y ¿sabes qué?
—¿Qué?
Me vuelvo y plantifico la tostada sobre la tabla de cortar. Cojo un cuchillo y ella me mira con interés.
—Te la vas a tomar con mantequilla de verdad. —Levanto la porción de grasa pura y sonrío como un idiota.
—Prefiero el pan sin mantequilla —replica.
A continuación, se levanta y se dirige al armario. Coge una de las tazas a ciegas porque no aparta su mirada desdeñosa de mí.
—No es verdad. Tu agente prefiere que la tomes sin mantequilla. —Cojo una buena ración con el cuchillo y la mantengo en alto para que la vea bien. Cuando entorna los ojos, sonrío aún más—. Ñam. —Me paso la lengua por los labios y extiendo la generosa ración de mantequilla sobre la tostada.
—Es mi trabajo, Jake. —Cami suspira y se va hacia el hervidor de agua—. A mí no se me ocurriría quitarte las balas de la pistola.
Me planteo si tiene razón… durante un segundo.
—Mi trabajo también incluye asegurarme de que comas bien.
—Eso no es comer bien. Eso es un infarto emplatado.
—Por comerlo de vez en cuando no pasa nada.
Se lo sirvo todo, me siento y espero a que acabe de preparar el té.
Tengo hambre y me apetece lanzarme de cabeza al desayuno, pero es mucho más satisfactorio ver trastear a Cami por mi cocina. Me echo hacia atrás en la silla y me pongo cómodo para no perderme ni uno solo de sus movimientos. Se pone de puntillas para alcanzar la tetera, lo que hace que la camiseta se le levante hasta su culito respingón. Sonrío cuando empieza a canturrear y a mover los hombros mientras recorre mi cocina, sin darse cuenta de que la estoy observando. Abre la puerta de la nevera y se agacha para coger la leche. Luego alarga el brazo para abrir un cajón y sacar una cuchara.
Esta mujer es sexo con patas sin necesidad de esforzarse. Cruzo los brazos sobre el pecho y me echo un poco hacia delante, relajándome. Tengo la sonrisa pegada a la cara, y sé que nunca dejaría de sonreír si pudiera disfrutar de este espectáculo cada mañana. Siento una necesidad tan grande de tocarla que me levanto y me acerco silenciosamente a ella mientras espera a que el agua hierva. Tiene las manos apoyadas en la encimera y tamborilea con los dedos mientras sigue canturreando. No la voy a dejar escapar nunca de mi lado. La determinación me recorre el cuerpo como si fuera un relámpago. Lo veo todo clarísimo; todas las piezas encajan.
Estoy muy cerca; casi pegado a ella, prácticamente respirándole en la nuca.
—Ángel.
Deja de canturrear pero se queda quieta ante mí.
—Date la vuelta.
Se mantiene inmóvil durante unos segundos, aferrada a la encimera y con el agua burbujeando en el hervidor delante de ella.
Cuando se apaga, se vuelve despacio hacia mí. Sus ojos, muy abiertos, me miran inseguros. No suelta la encimera hasta el último momento. Cuando no puede retrasarlo más, acaba de volverse y baja la vista hacia mí.
¿Baja la vista?
Mido un metro noventa y cinco. ¿Cómo demonios puede ser que tenga que bajar la vista para mirarme?
En ese instante me doy cuenta de que estoy de rodillas.
Inspira hondo y se lleva la mano a la boca.
—Cásate conmigo —le pido.
No sé de dónde ha salido esa idea y, por la cara que pone, Cami está tan sorprendida como yo.
—¿Jake? —pregunta, como si no estuviera convencida de que sea yo.
—Cásate conmigo.
De nuevo, un impulso que no sé de dónde sale me hace pronunciar las palabras mientras le cojo la mano. En el fondo de mi corazón, sé que no debería estar haciendo esto; no debería pedirle que uniera su vida a la de un hombre que le oculta tantas cosas, un hombre que vive entre secretos y oscuridad. Pero ya no puedo echarme atrás y, lo que es más grave, no quiero hacerlo. Soy un hombre desesperado, dispuesto a cualquier cosa para demostrarle lo mucho que significa para mí. Para que, cuando comparta con ella los horrores de mi pasado, tenga más posibilidades de que no me abandone. Sé que es un movimiento táctico, pero la devoción que siento por ella es lo único que tengo. Es la única arma que puede hacerme ganar esta batalla.
Sus ojos redondos están llenos de lágrimas. Cuando no puede contenerlas más, las deja caer libremente. No sé si son lágrimas de tristeza o de felicidad.
—¿De qué estás hablando?
—De ti y de mí —respondo asustado por su reacción. Tiro de su mano hasta que la tengo a mi altura, arrodillada frente a mí. La determinación sigue recorriéndome las venas, densa como el mercurio—. Quiero que seas mía, Camille. Por completo; no sé expresarlo de otra manera.
Ella baja un poco la vista, pero no lo suficiente como para que no pueda ver que sus ojos se mueven a un lado y a otro, inseguros. Si en ese momento me hubieran clavado un puñal en el corazón, no habría sentido nada. ¿Acaso no me quiere? ¿Sólo he sido un juego para ella, un modo de desafiar a su padre? Todo tipo de pensamientos absurdos me cruzan la mente mientras espero a que me diga algo. Me pregunto si mis sentidos me han estado engañando. No puede ser…, no es posible que esto sea sólo cosa mía.
—Sí.
Mis pensamientos están gritando con tanta fuerza que apenas oigo su respuesta.
—¿Qué has dicho?
Cami me mira, y su mirada es clara y decidida.
—He dicho que sí.
—¿Sí?
Necesito que me lo confirme. Necesito saber que no me lo he imaginado.
—Sí —repite asintiendo con la cabeza—. Sí. —Las lágrimas forman un río sobre sus mejillas—. Sí. No sé expresarlo de otra manera.
Se deja caer sobre sus talones, como si el intenso episodio emocional la hubiera dejado exhausta. Se encoge de hombros y me dirige una sonrisilla. Es monísima.
—Sí, me casaré contigo. Me casaría contigo ahora mismo si pudiera. No quiero ni imaginarme la vida si tú no estás en ella. —Hace una mueca, que yo imito. Sólo de pensarlo duele, muchísimo—. No necesito a nadie más —añade—. Sólo a ti. Así que, sí, me casaré contigo.
Todos mis órganos se convierten en papilla, por lo que, cuando trato de expresarle mi gratitud, sólo consigo emitir un gemido patético. Me siento sobre los talones a mi vez y trago saliva repetidamente, intentando librarme del nudo que se me ha formado en la garganta. Me siento un pelín emocional. ¿Cómo demonios logra dejarme siempre en este estado?
—Te has apoderado de todo lo masculino que había en mí y lo has pulverizado. —Creo que es lo más absurdo que he dicho en mi vida, pero, a falta de algo mejor, sigo balbuceando como un idiota—. Cuando Lucinda me envió un correo hablándome de este caso, lo rechacé. Vi tu foto en el portátil y me eché a reír. —Sigo diciendo, y ella sonríe, como si no le extrañara—. Estaba orgulloso de mi capacidad de ser impenetrable. No me gusto, Cami, pero esa parte de mí me gustaba. Nadie lograba acercarse, no lo permitía, pero tú… —dejo la frase a medias, bajo la vista a su regazo y suelto el aire entrecortadamente— lo has cambiado todo. —La miro a los ojos. Sigo sin entender por qué hago lo que hago—. Tu presencia me calma, a pesar de que mi vida nunca había sido tan caótica como ahora. Me encontraste, pese a que no quería que nadie me encontrara. —Le cojo las manos y se las aprieto. Necesito desesperadamente que entienda lo mucho que me afecta. Ella parece asombrada pero tranquila—. Eres la pieza que me faltaba, ángel, aunque yo no era consciente de ello. Pero ahora tengo miedo de volver a estar incompleto. Tengo miedo de perderte.
Ella encorva la espalda. Cuando habla, noto que le tiemblan los labios.
—He dicho que sí —afirma entre hipidos y sollozos—, y, de algún modo, ya lo sabía —agrega con la voz rota y la respiración entrecortada.
A continuación, agacha la cabeza, como si le diera vergüenza que la viera llorar.
No debería sentirse avergonzada. Soy yo el auténtico desastre.
La tomo por los hombros y la atraigo hacia mí, abrazándola como si mi vida dependiera de ello. Siento pánico al darme cuenta de que es así. Sin Cami, yo ya no podría existir.
Sigo abrazándola; nuestros cuerpos son un amasijo de miembros en el suelo de la cocina. No dejo de acariciarle la cabeza mientras ella llora sobre mi pecho.
—A ti no se te ignora, señorita Logan —susurro contra su pelo, acariciándole la nuca.
—Mi padre —dice con la voz rota, sin soltarse.
—Todo saldrá bien —declaro convencido, y ella no me lo cuestiona porque confía en mí.
Su fe en mí es enorme. No puedo fallarle, pero al mismo tiempo sé que debería tenerme tanto miedo como a su padre.
—No tengo anillo —señalo entonces aguantándome la risa, lo que está un poco fuera de lugar entre tanto romanticismo, pero no puedo evitarlo.
—Me da igual —contesta ella soltándose de mis brazos—. Dibújame uno.
Menudas ideas se le ocurren. Levanto la cara y veo un bolígrafo sobre la encimera. Lo alcanzo sin necesidad de levantarme. Me lo llevo a la boca para quitarle el tapón y cojo su mano izquierda.
Ella no se resiste. Coloco el bolígrafo en la parte superior de su dedo anular y dibujo una línea a su alrededor. Procuro que quede recta, pero no es fácil cuando estás temblando de felicidad. Ella permanece quieta como una estatua, sin perder detalle de cómo le dibujo un anillo de compromiso en el dedo. Añado una segunda línea, relleno el espacio entre ambas y luego dibujo un gran círculo en la parte superior, que representa el jodido diamante que le voy a comprar.
—Ya está. —Aparto un poco el dedo para ver mi obra de arte—. Te garantizo que no encontrarás otro igual.
Ella retira la mano y estira los dedos, inclinando la cabeza a un lado y a otro.
—Es precioso. —Sonríe, cierra el puño, se acerca los nudillos a la boca y sopla para que se seque antes—. Nunca me lo quitaré.
Me echo a reír, feliz, mientras dejo el bolígrafo.
—Ven aquí, mujer.
Camille se arroja a mis brazos, me abraza y me muerde el cuello. Su exagerada muestra de cariño me entusiasma.
—Te quiero, Jake Sharp.
—Pues ya somos dos —musito sonriendo.
«Jódete, Logan», no puedo evitar pensar. Seguro que, cuando se entere, pensará que es una estrategia que he urdido. Tal vez tenga algo de estrategia, pero sobre todo es un signo de mi devoción. Ha sido impulsivo, es cierto, pero ha surgido de un modo natural. La amo con una fuerza inhumana que ha enraizado en lo más hondo de mi ser, una parte de mí que desconocía. Nunca habría imaginado que tuviera una vena tan posesiva. Camille no tiene ni idea de lo mucho que me ha ayudado. Me ha puesto la cabeza en orden, y haré lo que sea para mantenerla en mi vida. Si para lograrlo tengo que enfrentarme a mi pasado, lo haré. Y si tengo que cargarme a su padre, también lo haré. La determinación que corre por mis venas es muy potente.
—¿Es tu teléfono? —Cami se retuerce, sacándome de mis pensamientos.
Oigo el ligero zumbido de mi móvil y me levanto, ayudándola a levantarse al mismo tiempo.
—Acaba de preparar el té —le ordeno cariñosamente, dándole un beso en la sien y buscando el móvil con la mirada.
—Vale —accede con ganas y vuelve a poner en marcha el hervidor.
Cojo el teléfono y veo sorprendido que se trata de Lucinda. Pensaba que sería Logan. En cualquier caso, no quiero que Cami escuche esta conversación. Acepto la llamada y me dirijo a la puerta de la cocina.
—¿Qué has encontrado?
—La esposa de Logan ha interpuesto una demanda de divorcio.
Me detengo en seco antes de salir de la cocina. Miro por encima del hombro y veo que Cami está vertiendo el agua hirviendo en la tetera. Sigo andando hasta un lugar donde no pueda oírme.
—¿Lo sabe él?
—No. La demanda se presentó ayer en los juzgados. Supongo que no tardará en recibir la notificación.
—Me gustaría poder ver la escena por un agujero en la pared —murmuro—. Algo me dice que va a necesitar los servicios de un nuevo abogado matrimonialista.
Lucinda se echa a reír a carcajadas.
—Oh, sí, no lo dudes. Estás enterado de que Logan ha prescindido oficialmente de tus servicios, ¿verdad?
—Qué lástima que no tenga ninguna intención de hacerle caso —replico—. ¿Les ha contado a los dueños de la agencia que estoy con Camille?
—Aún no.
—Pues no lo hará —afirmo convencido.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque sabe que yo sé que nos oculta algo; algo más peligroso para él que mi relación con su hija. —Me siento en la silla del despacho, tratando de resolver el asunto en mi cabeza—. Mañana iré a hablar con él y no saldré de su oficina hasta que me cuente qué demonios sucede. A punta de pistola si hace falta.
—Y ¿qué pasa con la policía? ¿Te has olvidado de que te están buscando?
—Logan se está encargando de resolver ese asuntillo.
—Y ¿qué me dices del otro asuntillo, ese que te traes con su hija, de la que te has enamorado?
Me aguanto la risa.
—Pues ya verás cuando se entere de que le he pedido que se case conmigo.
—¿Cómo has dicho?
—Ya me has oído.
—Pero ¿qué pasa con…? —Sus palabras se pierden, pero aun así las oigo, altas y claras, en mi cabeza.
—Estoy en ello. He llamado a Abbie.
—¿Me estás jodiendo, Jake?
—Paso, no eres mi tipo.
—¡Que te jodan!
Sonrío.
—Qué riqueza de vocabulario.
Ella resopla ofendida.
—Ya sabes que me gusta ir al grano.
—Necesito que hagas algo por mí.
—¿Qué?
—Necesito que vigiles a Cami cuando volvamos a la ciudad. Tengo que ocuparme de un par de cosas.
—No soy una niñera, Jake. Te recuerdo que ése es tu trabajo.
—Eres la única persona en la que confío. No me saques las uñas.
—¡Oh, de acuerdo! —acepta a regañadientes, aunque probablemente me esté maldiciendo para sus adentros.
—Gracias, luego te llamo.
Cuelgo y me paso el móvil por la mejilla, mordisqueando el borde mientras pienso.
En ese instante, suena y vibra contra el labio, notificándome la entrada de un correo electrónico. Lo abro y encuentro un enlace a una grabación de voz de Logan. La reproduzco y oigo que se trata de una conversación entre él y un hombre más joven, que enseguida reconozco: es Sebastian. La conversación es breve pero sustanciosa. Logan le ofrece dinero; Sebastian acepta y dice que retirará la denuncia contra mí de inmediato. Ese chico debe de haberle costado a Logan muchos miles de libras.
Me vale. Logan trabaja rápido; eso lo tiene. Cualquiera diría que está desesperado.
Ha llegado el momento de poner orden.