Capítulo 25
JAKE
Parece un espejismo; algo que sólo puede haber salido de la imaginación más desbordada. Tengo la sensación de llevar toda una eternidad esperándola. He estado varias veces a punto de ceder a la tentación de ir a buscarla. Llevo imaginándome esto toda la tarde, desde que entramos en el desvío de la carretera que lleva a mi refugio secreto. Esta parte de mis tierras parece salida de un libro de cuentos. Es el marco ideal para mi ángel. Parece que llevara todo este tiempo esperando a que ella apareciera.
La brisa agita las hojas. La luz del sol llega con más facilidad a esta zona más clara del bosque que rodea mi hogar. La alfombra de jacintos que me envuelve es vibrante, fascinante. Me recuerda a Camille. Sus ojos azules brillan asombrados, maravillados, y su esbelto cuerpo está quieto pero lleno de vida.
Doy un paso adelante y ladeo la cabeza. Intento relajar los músculos; estoy tan tenso que empiezan a dolerme. No sé por qué estoy tan tenso. Sé que aquí está a salvo. Puede recorrer mis tierras y pasar el rato en mi casa sin tenerme pegado a su espalda en todo momento. Sin embargo, eso no ha hecho que la espera resultara más fácil. Estaba ansioso, y la razón es más profunda que la preocupación por su bienestar.
Cuando está lejos de mí, siento un dolor en lo más hondo de mi ser que nunca me abandona. Necesito tenerla cerca por puro egoísmo; porque cuando estamos separados me siento incompleto.
Su piel es perfecta y resplandeciente. Los montículos de sus pechos respingones me llaman. Lleva una rosa detrás de la oreja, tal como le pedí. Es una visión de belleza pura y exquisita.
Me aproximo a ella y me encanta ver que, cuanto más me acerco, más le late el corazón. Sus ojos no se apartan de los míos. Nunca me había sentido tan vivo: el corazón nunca me había latido con tanta fuerza; jamás había sentido esta necesidad de poseer a alguien. Es mía y será mía durante toda la noche. Hasta mañana puedo olvidarme de los problemas del mundo. Mañana me ocuparé de todo. Me ocuparé de arreglar el tema de su padre, pero también le hablaré de mí. Espero que, tras esta noche, Camille tenga claro hasta qué punto la amo y sea capaz de perdonarme por haberle ocultado tanta información.
Me está mirando en silencio, mientras yo absorbo la belleza de su rostro.
—Me has encontrado —le digo con la voz ronca.
Le apoyo la mano en la cadera y la sujeto por la nalga.
—Siempre te encontraré. —La voz de Cami suena tan ronca como la mía. Alza una mano y la apoya en mi corazón, que canta de felicidad—. Este lugar es precioso.
—También es tuyo; todo es tuyo.
Bajo la cabeza y capturo su boca mientras la abrazo. No cierro los párpados porque no quiero renunciar al sorprendente brillo de sus ojos azules. Con besos suaves, me abro camino entre sus labios y luego le meto la lengua lo más hondo que puedo, tragándome sus gemidos. Mi polla se sacude, pidiéndome a gritos que le dé lo que necesita, pero va a tener que esperar. Tengo otros planes y todavía no ha llegado el momento de sumergirme en ella.
Aflojo la intensidad del beso y me separo de ella suavemente, aunque tengo que emplear más fuerza cuando Cami me agarra por la nuca para impedirlo.
—Paciencia, ángel —murmuro sonriendo al oírla refunfuñar.
—¿Me estás esperando aquí, desnudo, y me pides que tenga paciencia? —Su voz suena totalmente exasperada; me encanta.
Le acaricio la mejilla.
—Quiero hacerlo durar.
La empujo hasta separarla de mí y, por encima de su hombro, señalo hacia el pequeño claro circular donde he colocado una manta.
Ella me dirige una sonrisa ladeada y una mirada curiosa antes de volverse a mirar por encima del hombro. Contiene el aliento un instante.
—¿Un pícnic? —pregunta, volviéndose hacia mí con tanta rapidez que los mechones sueltos le fustigan la cara.
Aunque no lo entiendo ni yo, noto que se me calientan las mejillas. ¿Me estoy ruborizando?
—Sí, un pícnic. —La levanto en brazos y ella chilla en mi oído sorprendida—. Voy a darte de comer, voy a tocar y a lamer cada centímetro de tu cuerpo, y luego te haré el amor de la manera más dulce y más loca.
Se aferra a mis hombros y me mira encantada.
—¿Te has ruborizado, Jake Sharp?
—Yo no me ruborizo. —Dejemos las cosas claras antes de que se haga una idea equivocada—. Eres tú la que se va a ruborizar dentro de nada.
Me dejo caer al suelo de rodillas, sin soltar a Cami, y busco un buen sitio donde dejarla, junto a la cesta que contiene champán, fresas y fiambres. ¿Un pícnic en el claro de los jacintos? Si me lo hubieran dicho hace un tiempo, no me lo habría creído.
Pero necesitaba sacarla de la ciudad y llevarla a un lugar lo suficientemente apartado de la civilización donde nadie nos molestara. Necesito demostrarle lo importante que es para mí.
La deposito con cuidado sobre la manta y le estiro los brazos por encima de la cabeza, recorriendo con la mirada el cuerpo extendido ante mí. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba. Cada parte de su cuerpo me llama, y el mío responde a su llamada. Me cuesta un gran esfuerzo ignorar sus gritos y centrarme en mi objetivo. Ella no hace nada para ponerme las cosas difíciles; se limita a mirarme, inmóvil, pero tomar la botella de champán en vez de sus pechos me cuesta un gran esfuerzo. Me siento sobre los talones y quito el protector metálico del tapón, mirándola de vez en cuando para ver hacia adónde dirige la vista. Tal como sospechaba, me está recorriendo el torso con deseo, mordiéndose el labio inferior.
—No he visto copas —comenta cuando descorcho la botella y tapo la boca con el pulgar para evitar que se derrame demasiado.
—No las necesitamos —asevero.
A continuación, inclino la botella y un chorro de champán le salpica el vientre. Camille ahoga una exclamación y arquea la espalda sorprendida. El movimiento hace que los pechos se le eleven; tiene los pezones erectos. Me tumbo a su lado y la miro a los ojos antes de agachar la cabeza y buscar el riachuelo de champán que le recorre el costado. Lo resigo con la lengua hasta llegar a su vientre.
—¡Joder! —exclama agarrándose a la manta con las dos manos y arqueando un poco más la espalda.
—¿Te gusta, ángel? —le pregunto, rodeándole el ombligo con la lengua.
—¡Sí!
La combinación de la calidez de su piel y del frescor del champán crea un delicioso contraste en mi boca. Vuelvo a inclinar la botella con cuidado, dejando caer el líquido sobre sus pechos mientras mi lengua desciende por su vientre hasta llegar al vértice entre sus muslos. Ella empieza a temblar, y murmura palabras incoherentes a las copas de los árboles.
Pero esto no es nada. Acabo de empezar. Doy un sorbo y guardo el líquido en la boca. Dejo la botella a un lado antes de cambiar de posición y colocarme sobre ella. Me apoyo en las manos y espero a que abra los ojos. Mi erección sobresale y le roza las costillas. Con la boca llena, no puedo ordenarle que abra los ojos, así que muevo las caderas, clavándole la polla en la barriga. Funciona. Abre los ojos al instante y me dirige una mirada desesperada. Separo un poco los labios, dejando caer unas gotas en su boca. Ella abre más aún los ojos ilusionada y levanta la mano de la manta. Cuando niego con la cabeza, hace un mohín. Es adorable, y me cuesta la vida no escupir el champán y tomarla sin contemplaciones.
«¡Hostia, contrólate, Jake!»
Se pasa la lengua por los labios. La muy descarada se pasa la jodida lengua por los labios lentamente, a propósito, para provocarme. Dejo escapar unas cuantas gotas más que caen hacia sus labios, pero esta vez está preparada y abre la boca, capturándolas. Las traga lentamente y vuelve a empezar, relamiéndose. La visión es irresistible. El corazón me late con fuerza en el pecho y mi erección clama por aliviarse. Soy un imbécil por pensar que iba a poder salirme con la mía. Quería tentarla, provocarla, volverla loca de deseo, pero me ha salido el tiro por la culata. Me trago el champán que me queda en la boca y sacudo la cabeza, sorprendido una vez más por la capacidad que tiene esta mujer de hacer añicos mi disciplina.
—¿Está rico? —susurra alzando las caderas para clavarse en mi entrepierna.
Dejo caer la cabeza y me encojo en un ridículo intento de alejarme de ella.
—Para, ángel —la aviso, cerrando los ojos con fuerza.
—Párame tú —replica, provocándome con su voz aterciopelada.
—¡Mierda!
Me rindo al magnetismo que atrae mi cuerpo hacia el suyo. Cuando nuestras pieles se rozan, levanto los brazos y uno nuestras manos por encima de su cabeza. Hago rodar las caderas hasta encontrar su húmeda abertura y empujo. Aunque sólo entro un poco en su interior, me quedo sin aliento.
Ella gime y se arquea bajo mi peso de manera deliciosa.
—¡Jake!
Sólo la he penetrado un poco, pero sus músculos internos se contraen con fuerza, tratando de atraerme. Inspiro hondo y rompo a sudar.
—¡Hasta el fondo, Jake, por favor! —ruega mientras lucha por liberar los brazos.
Oírla suplicándome con esa desesperación es superior a mí, y me rindo. Echo las caderas hacia delante hasta que toco fondo.
—¡Oh, Dios! —exclamo entre jadeos, uniendo la frente a la suya—. Camille…
Todo mi cuerpo tiembla con una necesidad tan profunda que no sé qué coño hacer con ella.
—Estás temblando —resuella mirándome a los ojos. Su mirada es tan profunda que estoy convencido de que puede ver la oscuridad de mi alma.
Trago saliva para librarme del nudo que se me ha formado en la garganta y empiezo a moverme sobre ella, lenta y suavemente, disfrutando de los gemidos y los gritos que salen de su boca. Sus sonidos de placer son el afrodisíaco más potente que conozco, pero intento mantener un ritmo lento y regular.
—Yo… Yo… —Me quedo sin palabras. Estoy abrumado.
Nunca me había sentido así, ni siquiera estando con ella. Tal vez sea porque me encuentro en un lugar tan especial para mí. O tal vez sea porque por fin sé lo que tengo que hacer. Por fin he aceptado lo que hacía tiempo que quería hacer pero no me atrevía. No sabía si tendría las fuerzas necesarias para hacerlo porque no creía en mí. Cami me ha dado la fuerza que necesitaba y, además, me ha dado claridad. Tengo que arreglar muchas cosas en mi vida.
—Tú, ¿qué? —me pregunta en un ronco susurro, respondiendo a mis movimientos de cadera, uniendo nuestros cuerpos a la perfección.
—Yo… te amo tanto, joder.
Es que no lo entiendo. No logro asimilar la intensidad de los sentimientos que despierta en mí. La emoción me sobrepasa, se me clava en el corazón como una puñalada, me duele físicamente. Le suelto los brazos y tomo su cabeza entre las manos mientras ella me rodea la cintura con las piernas.
—Ya somos dos.
Me agarra del pelo y tira de él, uniendo el descaro de su gesto al descaro de sus palabras. Empieza a mostrar signos de estar al borde de un orgasmo. Tiene un brillo frenético en la mirada. Asiente, como si pudiera leerme la mente, avisándome de que está a punto.
Mierda, verla derretirse de placer bajo mi cuerpo es la mejor experiencia de mi vida. Saber que yo soy el causante de ponerla en este estado hace que sea mucho más gratificante.
Yo también asiento, con la mirada fija en la suya. Necesito saber el instante exacto en que echa a volar. Acelero el ritmo de las embestidas, siguiendo el impulso instintivo que llevará al éxtasis que ambos necesitamos y que sólo yo puedo proporcionarnos.
Estoy a punto. Tengo todos los músculos en tensión y la mandíbula muy apretada. La sangre late con fuerza en mi polla rígida, animándome a seguir.
Cami me dirige una mirada asustada y aprieta las piernas con más fuerza.
—Baja las piernas —le pido, sabiendo que eso nos hará perder el control. Ella me recorre el cuerpo con las pantorrillas al obedecerme, grita y aprieta los dientes. Toso, porque esta nueva postura me roba la capacidad de respirar—. ¡Oh, Dios…!
Las primeras sacudidas del orgasmo empiezan a apoderarse de mí. Cami cierra los párpados, impidiéndome ver sus ojos.
—Ábrelos —le ordeno secamente.
Ella gruñe, pero me obedece.
—Necesito verte.
Cami jadea, acariciándome la cabeza frenéticamente antes de bajar las manos a mi espalda.
—Te veo —susurra un instante antes de perder el control y convulsionarse violentamente.
Sus palabras y su reacción me arrastran. Suelto el aire entre los dientes apretados mientras los espasmos recorren mi polla antes de verter en ella todo lo que tengo. Mi cuerpo se rinde al poder del placer, cayendo sobre sus curvas, amoldándome a ellas. Las sensaciones que se apoderan de mi cuerpo me dejan la mente en blanco y hacen que se me encojan los pulmones. Me siento indefenso, pero, al mismo tiempo, nunca antes me he sentido tan fuerte. Me siento secuestrado por una fuerza tan poderosa que no puedo rechazarla.
Noto que ella se relaja y logro levantar la cara lo mínimo para poder verla. Está exhausta. Tiene los ojos cerrados y la cara vuelta hacia un lado. Ya no me abraza. Sus brazos, largos y esbeltos, están extendidos a los lados. Las únicas muestras de que está viva son el latido de su corazón, que golpea contra mi pecho, y la contracción de sus músculos internos, que me están dejando seco. La observo unos instantes, sintiéndome jodidamente emocional. Me ha convertido en una nenaza. La odio por ello, pero, sobre todo, la amo por ello.
Ha hecho que vuelva a sentir, lo que me aterra porque volver a sentir significa que puedo volver a sufrir.
Suspiro, satisfecho pero preocupado, y oculto la cara en su cuello cubierto de sudor. Me acomodo sobre ella, manteniéndola aprisionada. No pienso dejarla ir a ninguna parte. Al menos, hoy. ¿Qué pasará mañana? ¿Qué pasará cuando mis fantasmas queden al descubierto?