Capítulo 11
JAKE
Remuevo el azúcar del café lentamente, sentado a escasa distancia de Camille y de Heather, en la terraza de una pequeña cafetería en Kensington High Street mientras ellas toman té helado y charlan como sólo las chicas saben hacer. Con mucho esfuerzo, logro ahogar un gemido cuando Heather menciona el evento social de esta noche: la fiesta de cumpleaños de Saffron, que cumple veinticinco. Genial. Una nueva sesión de tortura en forma de Camille Logan vestida con algún modelito de esos sexis, pavoneándose por un bar repleto de tipos babeantes. Perfecto. Me muero de ganas de que llegue la jodida fiesta.
Al menos, la debacle de ayer en Harvey Nichols ha servido de algo. Ya no se resiste tanto a que la proteja. Su nueva actitud ha sido una sorpresa, lo que no sé es si es una sorpresa agradable.
Su modo de mirarme después de quitarme el resbaladizo bote de pastillas y de darme lo que necesitaba me provocó unas emociones que todavía no he acabado de asimilar. Me ayudó sin juzgarme; en sus ojos sólo había compasión. Aún no sé si fue el efecto placebo de tomarme la pastilla lo que me calmó o si fue su cercanía. He tratado de averiguarlo, pero sólo consigo ponerme nervioso por el consuelo y la paz que me transmite siempre. No puedo dejar de mirarla. Puedo engañarme a mí mismo diciéndome que la vigilo porque es mi trabajo, pero estaría mintiendo. Lo que hago es admirarla. Admiro su ética de trabajo, admiro que haya sido capaz de recuperarse después de haber estado al borde de la destrucción y que quiera hacer realidad sus sueños por sus propios medios en vez de tomar el camino fácil, como sería usar el dinero de su padre o aceptar las condiciones de los inversores del otro día. Es tan fuerte que sólo con estar en su presencia siento una calma que no debería estar sintiendo. Esta mujer no es una distracción, es un consuelo, y no me merezco que nadie me consuele.
Anoche, tumbado en el sofá, llegué a la conclusión de que todas esas cábalas sólo significaban que no tenía la cabeza en el trabajo. Por eso esta mañana he llamado a Lucinda y le he pedido que me buscara otro caso. Estaba decidido a alejarme de Camille Logan, dejando atrás los confusos sentimientos que me despierta, dispuesto a encontrar una nueva distracción.
Pero todo cambió en el momento en que abrí la puerta y me encontré a su exnovio. Supe quién era en cuanto le puse los ojos encima y estuve tentado de meterle una bala en su cabeza de niño rico. El instinto protector que me invadió tenía más que ver con algo primario que con el deber laboral. Era demasiado fuerte para resistirme. De pronto me di cuenta de que no podía dejarla. He visto fotografías de Sebastian Peters después de que saliera del centro de rehabilitación. Estaba en clubes nocturnos, con los ojos vidriosos y la mandíbula desencajada, señales de que ha vuelto a consumir. Al parecer, leer revistas de cotilleos se ha convertido en parte de mi trabajo. Si fuera un tipo menos duro, me sentiría como una nenaza.
Su inesperada visita al apartamento de Camille me hizo cambiar de idea sobre lo de dejar su seguridad en otras manos. Vi un brillo amenazador en sus ojos cuando Camille rechazó su oferta de tomar café juntos. Me pareció que era más peligroso para ella que cualquier amenaza, pero pienso protegerla de ambas cosas.
Tengo que concentrarme y evitar cualquier situación que pueda apartarme del cumplimiento de la misión. Sé que no va a ser fácil. Camille Logan es una joven preciosa y muy tentadora. Es tan independiente y segura de sí misma que me siento muy atraído por ella. ¿He dicho ya que es preciosa? Mis impresiones iniciales no tenían razón de ser: no es ninguna niñata malcriada; es una mujer que lucha por obtener su independencia.
Rechaza los intentos de su padre de darle dinero, y está claro que para ella ser su hija no es un privilegio, sino una carga.
He llegado a la conclusión de que tiene mucho resentimiento dentro que la lastra. Se siente observada, no sólo por los paparazzi, sino también por mí. No le gusta, pero ha entendido que, si deja de resistirse, es más probable que todo se solucione antes y pueda seguir adelante con su vida. Es evidente que se siente atraída por mí, pero, por primera vez en la vida, eso no me hace sentirme irresistible. Esta vez no me estoy comportando como un chulo engreído.
La observo embobado. Está riendo, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Tiene las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.
¡Mierda! Aparto la vista a toda prisa y estoy a punto de pedirle al camarero que me traiga un agua helada cuando un movimiento brusco al otro lado de la calle capta mi atención. La mente se me despeja al instante y mis músculos se ponen en tensión. Aguzo los sentidos. Entorno los ojos y observo la entrada del callejón. Está vacía, pero estoy convencido de que antes había algo.
Oigo que Camille y su amiga siguen charlando. Yo me muevo con discreción y noto que la pistola se me clava en la espalda. Capto imágenes del entorno y las archivo mentalmente. Los músculos de mis piernas se flexionan, preparándose para ponerse en movimiento si hace falta. Aguardo con paciencia, dividiendo mi atención entre las chicas y el callejón.
Vuelvo a ver el mismo movimiento de antes. Esta vez distingo la cabeza de un hombre que asoma con rapidez y observa a las chicas antes de desaparecer de nuevo. Sólo es un segundo, pero con ese segundo me basta para obtener una montaña de información. Archivo en mi mente su cara, su constitución delgada, sus ojos pequeños, iluminados por un brillo malvado. Está espiando. Salgo disparado como un rayo. Me sienta bien moverme así después de tantos días de inactividad. Llego a la pared que hay frente al café y espero. Segundos después, el hombre vuelve a asomar la cabeza.
Lo agarro por el cuello de la camisa, obligándolo a salir de su oscuro escondite, y lo empotro contra el muro. Lo inmovilizo con mi cuerpo mientras le retuerzo el brazo a la espalda y hago caso omiso de sus gritos de miedo y de dolor.
—¿Qué coño quieres? —le susurro al oído, soltándolo un poco sólo para poder volver a empotrarlo contra la pared. Él tartamudea tembloroso bajo mis manos, pero no responde—. ¡Contesta! —le grito, oyendo cómo se acerca el sonido de unos tacones sobre el pavimento.
Camille.
El corazón se me acelera. Me vuelvo y la veo cruzando la calle a la carrera.
—¡Atrás! —bramo, lo que la hace detenerse en seco—. No se acerque.
El hombre que he atrapado sigue lloriqueando. ¡Menuda nenaza!
—Lo siento —se disculpa con un hilo de voz.
—Más te vale. —Tras asegurarme de que Camille sigue mis instrucciones, le doy la vuelta al tipo. Le mantengo las manos a la espalda, atrapadas entre su cuerpo y la pared de ladrillo. Tiene los ojos tan abiertos que parece que estén a punto de salirle disparados de las órbitas en cualquier momento. Bien—. Dime para quién coño trabajas y les haré saber por qué ya no vas a poder seguir pasándoles información.
—¡Jake! —grita Camille preocupada.
—¡Quédese donde está! —la interrumpo sin apartar la mirada de la escoria que he atrapado.
—¡Es un paparazzi! —chilla acercándose.
Tardo unos segundos en procesar la información. ¿Paparazzi? Continúo agarrándolo con fuerza, no muy convencido, pero al bajar la vista veo una cámara hecha pedazos a mis pies.
—Sólo quiere hacerme fotos —me explica ella en tono conciliador, apoyándome una mano en el brazo.
Me fijo en sus dedos delgados de uñas pintadas.
—¿Paparazzi? —repito sintiendo el delicioso calor que me transmite su mano.
—Sí —afirma. Está sonriendo para tranquilizarme—. No quiere hacerme daño. —Camille mira al aterrorizado tipo, que sigue clavado contra la pared—. Hola, Stan.
—Hola, Camille. —Su voz tiembla tanto como su cuerpecillo—. ¿Te importaría pedirle a este agradable caballero que me suelte?
Oigo que ella se ríe entre dientes. ¡Qué sonido tan dulce, joder!
—Claro. —Me mira—. ¿Le importaría soltarlo?
—Sí, me importaría —respondo, acordándome de las fotos que llegaron ayer a su casa.
Cuando ella se acerca a mí y me mira fijamente, me doy cuenta de que sabe lo que estoy pensando.
—Conozco a Stan desde hace años —me asegura—, no es uno de los malos.
Examino de nuevo al tipo, incapaz de librarme de la desconfianza. Parece francamente aterrorizado.
—¿Para quién trabajas? —le pregunto.
—Soy freelance. Llevo la… la do… documentación en el bo… bolsillo de arriba —tartamudea.
Le quito la cartera y la abro sin dejar de inmovilizarlo contra la pared.
—¿Stan Walters?
—El mismo —contesta con una sonrisa forzada.
Me aparto, convencido ya de que no supone una amenaza, y él se desploma contra la pared y toma la cartera que le devuelvo. A continuación, me giro hacia Camille.
—¿Tutea al jodido paparazzi? —le espeto extrañado.
—Claro. —Se encoge de hombros y se agacha para recoger los trozos de cámara rota esparcidos por el suelo. El hombre logra recuperarse lo suficiente como para agacharse y ayudarla, pero no me quita la vista de encima—. Stan y yo hemos llegado a un acuerdo, ¿no es cierto, Stan?
—¡Cierto! —se echa a reír con ironía—, pero me temo que vamos a tener que renegociar los términos.
«¿Qué coño…?»
—No lo entiendo. —Me paso la mano por el pelo.
Camille se levanta, seguida de Stan, y le entrega todas las piezas rotas que ha recogido.
—Tiene permiso para hacerme fotos, pero sólo una cantidad fija cada mes.
—Y entonces, ¿por qué carajo estaba escondido en el callejón, espiando?
—Porque este mes ya se ha pasado de la cantidad establecida, ¿no es cierto, Stan? —Camille le dirige una mirada acusadora, pero al mismo tiempo comprensiva.
—Sí, así es —admite él con una mueca de culpabilidad—. Lo siento. Este mes ha sido muy flojo.
—Pero ¡si estaba tomándome un té! —Camille echa la cabeza hacia atrás y se ríe a carcajadas.
«Ese cuello…» Parpadeo e inspiro hondo.
Stan no hace caso de su comentario y me mira. Leo su mente al instante.
—Ni lo sueñes —le advierto con mi tono más amenazador.
—Pero es que es tan guapo… —gimotea, y hace un mohín.
¡Ese tipo me está poniendo morritos, joder!
—No. —Lo apunto a la cara con un dedo—. Te juro que, como vea mi cara en alguna revista, ya sea en un posado o en un robado, te perseguiré y te mataré. ¿Lo entiendes?
—Pero un guardaespaldas guapo es el complemento más valorado de esta temporada… Y, por mi madre, te aseguro que eres el más guapo que he visto.
—¡A tomar por culo! —exclamo furioso. ¿«Complemento»? Este capullo se está burlando de mí—. ¡Largo de aquí! —Lo echo con un empujón en el hombro, enseñándole los dientes.
El paparazzi toma la sabia decisión de meter los trozos de la cámara rota en la bolsa y se larga de allí, haciendo un gesto enfadado con la mano por encima del hombro.
—¡Te pagaré una cámara nueva, Stan! —grita Camille, que no puede ocultar lo culpable que se siente.
—No, joder, no lo hará —replico. No entiendo por qué tiene que sentirse culpable. Yo no me siento culpable, y eso que me he puesto un poco duro con el idiota ese—. ¿Han acabado? —le pregunto al ver que Heather se ha reunido con ella.
Camille parece molesta; su amiga, en cambio, se está riendo.
—¿Qué pasa? —pregunto desconcertado por la mirada furiosa que me dirige.
—¡Acaba de cargarse mi buena relación con la prensa! —De un empujón, me aparta y se aleja en dirección a la cafetería. Cuando pasa junto a Heather, recupera su bolso.
Aprieto los dientes luchando contra la reacción que me provoca el contacto de su mano.
Heather sigue riéndose, así que la miro.
—Me encanta que seas tan protector con ella —murmura.
Me esperaba cualquier cosa menos eso.
—¿Cómo no voy a serlo? Me pagan para que la proteja.
Ella hace una mueca burlona, se vuelve y se aleja sacudiendo la cabeza.
—Abre los ojos de una vez, grandullón.
¿Qué demonios ha querido decir con eso? Se lo preguntaría, pero se aleja demasiado deprisa. Me acerco a ellas y veo que están hablando, muy serias, pero cuando llego ambas se callan y Camille le da a su amiga un rápido beso en la mejilla.
—Hasta luego —se despide dejando un billete de diez libras en la mesa y dirigiéndome otra mirada asesina.
Suspiro. ¿Qué pretende que haga? ¿Esperar hasta que alguien la arroje a la parte trasera de una furgoneta antes de ponerme en marcha? No puedo hacer eso.
Camille se aleja moviendo las caderas en una dirección. Heather se aleja en dirección contraria y yo me quedo entre las dos como un idiota. Echo la cabeza hacia atrás, como clamando al cielo. Suelto el aire en un suspiro largo y cabreado. Lo que no sé es si estoy enfadado conmigo mismo por haber reaccionado de esa manera o por el resultado. Ahora ella se ha cabreado conmigo y no soporto que eso me importe.
Sigo a Camille hasta el coche, entro y la encuentro sentada en el asiento del copiloto, con la mirada fija al frente. Pongo en marcha el Range Rover y me incorporo al tráfico mirándola con el rabillo del ojo. La tensión es palpable.
—¿A casa? —le pregunto girando a la izquierda cuando llegamos al final de la calle.
Ella sigue con la vista al frente y la boca cerrada.
—¿A casa? —repito, esta vez más alto y más claro, pero de nuevo no obtengo respuesta. Ah, ¿o sea que va a castigarme con su silencio? No lo soporto. Y no soporto no soportarlo—. Camille —le digo en tono autoritario al detenernos en el semáforo—. ¿Quiere que la lleve a casa?
La luz del semáforo cambia a verde, pero me quedo en el sitio. No pienso moverme hasta que me responda. Podría llevarla a casa sin más, sin importarme adónde quiera ir, pero una parte idiota de mí quiere que ella reconozca mi existencia. Que me dirija la palabra. ¿Estúpido por mi parte? Sí. ¿Exceso de orgullo? También. Joder, cada vez me parezco más a ella.
A nuestro alrededor, los coches atascados hacen sonar las bocinas y nos dirigen gestos con el dedo. Paso de ellos; su enfado no me afecta, puedo quedarme aquí todo el día si hace falta. Camille, en cambio, está cada vez más incómoda por el espectáculo que estamos dando.
—Está verde —murmura revolviéndose en el asiento pero resistiéndose a mirarme, aunque sabe perfectamente que yo la estoy mirando.
—Muy observadora. —No debería ser sarcástico en este momento; no ayudará a resolver la situación. Debería haber imaginado que su actitud colaboradora no duraría mucho.
Al final se vuelve hacia mí con los dientes apretados.
—¿Por qué es tan testarudo? —me plantea muy seria mientras los conductores siguen tocando las bocinas como locos.
Abro mucho los ojos. ¿Yo?
—Camille… —Se me escapa un poco la risa y tengo que hacer un gran esfuerzo para no reírme a carcajadas. ¡Esta mujer es un caso!—. Le estoy haciendo una simple pregunta.
—Sí —responde al fin, haciendo rechinar los dientes—, quiero ir a casa.
—¿Lo ve?, no era tan difícil. —Arranco con suavidad y nos alejamos del ruido.
—¡No me trate como si fuera una niña! —exclama, y yo sonrío por dentro. Estoy esperando a que suelte un «joder» en cualquier momento.
Pero, sorprendentemente, no quiero que me odie. Y eso es una novedad; casi una revelación. Porque las mujeres suelen odiarme tras pasar unas horas conmigo; normalmente después de que las eche de mi cama. Y eso nunca me había preocupado. Nunca me había vuelto a acordar de ninguna de ellas. De Camille, sin embargo, es imposible olvidarse. Está siempre presente en mis pensamientos. Ya sean pensamientos inapropiados, dolorosos o cabreantes.
Gruño por dentro. Daría lo que fuera por una copa ahora mismo. Beber me ayuda a relajarme. Y llevo demasiado tiempo sin correr. Correr también me ayuda a relajarme. Y llevo sin follar… siglos. Al menos, a mí se me ha hecho eterno. Y follar me ayuda a… Bueno, follar es follar. Es un medio para lograr un objetivo.
Me revuelvo incómodo en el asiento. Mi polla empieza a crecer por mucho que me esfuerce en evitarlo. Soy un enorme saco de frustración. Nada de esto me había impedido hacer un buen trabajo en casos anteriores, pero es que en esos casos no tenía que pasarme las veinticuatro horas del día pegado a Camille Logan. No tenía que pasarme las veinticuatro horas batallando contra mi…
Sacudo la cabeza con rabia y la miro de reojo. Por suerte, ella no se ha dado cuenta de mi incomodidad. Está mirando por la ventanilla, perdida en sus pensamientos. Una parte de mí quiere dejarla en paz para que disfrute de la calma, pero otra parte, una muy egoísta —una emoción que, por cierto, no pinta nada en todo esto—, quiere conocer hasta el más mínimo detalle de lo que pasa por esa lista cabecita.
Porque necesito saber si sus pensamientos se parecen a los míos, esos pensamientos que no debería tener, que son inapropiados. Tal vez entonces dejaré de sentir que me estoy volviendo loco.