Los lectores / Géneros cortazarianos

Aunque hay muchos tipos de lectores cortazarianos, por lo general son dos los más recurrentes: el de los cuentos, y el de los cuentos y las novelas. Esto ocurre porque el desarrollo de los cuentos y las novelas siempre son diferentes: el primero es medianamente corto en extensión, mientras que la novela no tiene límites y puede convertirse en una especie de patio de juego. En el caso de Cortázar, los cuentos son más narrativos (obedecen a una historia que se desarrolla, una sucesión de eventos que tienen su desenlace) mientras que las novelas cuestionan muchas veces de manera literaria (es decir, con estrategias literarias) lo que es el género novelesco y sus supuestas partes rígidas. Esto no significa que carezcan de trama, pero aprovechan su extensión para invitar a juegos literarios.

Los cuentos de Cortázar se caracterizan por una súbita irrupción de un elemento fantástico que choca con las leyes de realidad que sus personajes venían utilizando para su propia vida. Ya sea con cierta preparación, ya sea de una manera intempestiva, lo fantástico aparece y cambia el destino de los personajes. Porque lo fantástico en Cortázar se instaura (y en esto reside una de sus claves y éxitos) en la realidad de los personajes: el mundo se vuelve fantástico y los personajes no tienen más que aceptarlo como tal. Este elemento de lo fantástico se manifiesta de muchas maneras a lo largo de la obra. Puede ser a través del paso del tiempo, como ocurre en «La autopista del sur»; a partir de lo onírico, como ocurre en «La noche boca arriba»; a través de la condición del doble («Lejana», «Axolotl», «El otro cielo», etcétera).

Las novelas, por el otro lado, resultan más complejas porque en sí mismas terminan siendo el objeto de búsqueda que sus temas hacen explícito. Por ejemplo Morelli, personaje de Rayuela, en muchas de sus notas transcritas en la novela diserta alrededor de un nuevo tipo de novela, en la cual uno pueda escoger el orden de lectura de sus capítulos: Rayuela es esa misma novela. Resultan en algunos casos lecturas más exigentes porque hacen uso de las herramientas de la novela para poder ilustrar las distintas búsquedas que se proponen. Como elemento característico de la década de los sesenta, cierto tipo de novela buscaba cuestionar los propios límites del género y espacio narrativo. Este tipo de obras obligan a ser un lector activo, que hace sus propias conexiones y que se detiene sobre más de un pasaje. Una actividad que debe emular aquella de la novela misma: cuestionar el texto y hacerse preguntas.