Julio hizo una caricia a Badana en la mejilla y le dijo: —Badana, cómo nos mentimos.
Se acarició el pelo, subió al descapotable y nos dijo adiós con la mano. Atardecía en Aix. Julio llevaba una chaqueta gris y unos pantalones blancos.
—Parezco la mitad de Nic, ¿eh, Nic? —me dijo cuando se iba.
—¿Adónde vas?
—Voy a poner un telegrama.
Volvió enseguida. Había puesto dos, uno a Bárbara y otro a Lunes, la chica de la playa.
—¿Por qué la llamas Lunes? —le preguntó Badana.
—Porque la conocí en lunes, en una playa, como siempre.
—Y se ha quedado Lunes.
—Se ha quedado Lunes durante los restantes días de la semana. Los lunes se llama Blanca.
—¿Qué le has puesto en el telegrama? —le pregunté.
—Un verso de la canción de Pretenders, claro. Let me inside you. No he firmado. Se acordará.
—¿Y a Bárbara?
—A Bárbara le he puesto el telegrama preferido de Nic.
—¿Cuál es el telegrama preferido de Nic?
—Imet a boy called Frank Mills in September around here but unfortunately I lost his address.
—¿A qué dirección le has enviado el telegrama?
—Le he puesto el mismo a varias direcciones.
—Debe ser terrible cuando pierdes la dirección.
—Es lo más terrible. A veces llamo por teléfono y dejo que suene durante horas, despacio, como si la casa pudiera ponerme la mano sobre el hombro y escucharme, aunque ella no responda jamás.
—Y luego cuelgas.
—Claro, y luego cuelgo. Es un juego adolescente. Lo hice siempre que estuve solo. Y ahora he reincidido, como un delincuente con acné.
—¿Qué sensación te da ese sonido al que no responde nadie? —preguntó Badana.
—Es como cuando te despiertas de madrugada: lo más parecido al abismo. Tú quieto como el abismo. No hay nada, ni detrás ni delante. Es el abismo, no hay otra cosa, tú mismo eres el abismo, el sonido de la casa es el abismo, la noche está cerrada, como el abismo. Ésa es la sensación, Badana.
—Y luego te duermes.
—A intervalos. La mejor manera de leer a Conrad.
—Julio, ¿y por qué no renuncias ya, lo dejas, te fabricas un sueño distinto?
—Me fabrico otro hueco.
—Exactamente, te fabricas otro hueco.
—No es tan fácil. Los huecos se abren difícilmente, tienen mal aliento, sudan, son huecos habitados por otra vida, un pasado cuyo olor tú no has seguido. Vivimos para llenar los huecos, y a veces no tenemos huecos que llenar. Les pasa a los dos.
—Nos pasa a todos.
—Lo difícil es igualar los huecos, convertirlos en la evidencia del paisaje. Nosotros sentados aquí y Bárbara abriendo un telegrama.
—¿Tan rápido?
—Muy eficaces en Francia.
—I met a boy called Frank Mills in September around here but unfortunately I lost his address.
—Le resultará enigmático.
—Es la primera música que oímos juntos. Nos la regaló el escritor.
—No es eso. La oyeron en mi apartamento. Ella llevaba un traje rojo, absolutamente rojo, y tú llevabas una camisa roja. Luego vinieron tarareando.
—Años tarareando esa copla, Nic, hasta que me robaste la copla.
—Sólo puse una vez ese telegrama y fue para Badana.
—Bárbara lo habrá recibido y lo habrá tirado. No acumula papeles.
—Ni recuerdos. Ella es su propia memoria. Lo habrá recordado y lo habrá tirado por la ventanilla del coche.
—Por la noche lo recordará, como si volviera de un viaje e hiciera recuento, cansada sobre un sillón negro.
—Ya te gustaría verla volver de ese viaje.
—Y llevarle el telegrama en la mano, como una rosa o como un libro terminado.
—Julio, ¿y por qué no la vuelves a llamar y la invitas a Oslo, a África, a cualquier lugar del mundo, o a una playa?
—Se acabaron las playas, Badana, se acabó el viaje. Se acabó. El hueco es sólido, enorme, es un hueco que ya se ve, como el aire de esta casa.
—No se acabarán mientras haya un descapotable a mano.
—Nic sabe. Hay rostros que se desfiguran, recuerdo dos que permanecen mientras no se lanzan por la ventanilla de un coche. Al final sólo quedan los telegramas y la música, que es como un recuerdo quieto y agrio.
—¿Y el otro telegrama?
—Se habrá perdido en una playa y ella estará cubierta de arena ajena, igualmente feliz.
—Con el telegrama en el bolso.
—No. Tampoco. Sólo almacenamos el sueño y el sueño no nos lleva a ninguna parte.