21:01 horas
A tan temprana hora frecuentaban el club solo los clientes menos trasnochadores. O tal vez aquellos a los que la espera se les hacía insoportable, hasta superarles el ansia de sexo.
Entró alguien de mediana edad, con espesa barba apenas visible por las solapas levantadas del gabán con que vestía. Con gesto elegante se desprendió del abrigo y del sombrero que le cubría la cabeza, y se lo entregó al encargado de guardarropía. Tomó asiento en un rincón del local entre los acordes sensuales de I Want Your Sex, de George Michael.
No tardó demasiado tiempo en acercarse un joven con sonrisa abierta y sugerente, mientras contoneaba insinuante el cuerpo musculado.
Le invitó a sentarse a su lado. De inmediato, el camarero les sirvió dos combinados.
Se lanzó con premura:
—¿Sabes que puedo leer el futuro? —dijo al coger y acariciarle la palma de la mano.
—¿Sí? —respondió el muchacho—. Pues dime, ¿qué nos espera a partir de ahora?
Se tomó un tiempo antes de responder.
«Es una mano fuerte y sana. El tamaño ideal...», calibró.
—Eres hombre con suerte, de vida intensa, pero poco longeva. Esta es la línea de la vida, ¿lo ves?
—¿Qué significa longeva?
—Eso te lo explicaré en privado —afirmó con una nota de cinismo en la voz—. Creo que, más que tu mano, eso que tus vaqueros esconden me va a ir muy bien. —Le señaló descaradamente el paquete que exhibía desde un pantalón apretado—. ¿Vamos? —propuso y le mostró dos billetes de cincuenta euros.
—Quiero el licor de tu amor —dijo el muchacho con frase aprendida como respuesta, mientras aceptaba el dinero con un guiño.
Se alzaron y abandonaron las consumiciones, que quedaron sobre la mesa, prácticamente intactas.