6:40 horas

 

Palau no sabía cómo había llegado hasta allí.

Lo último que recordaba era la cena con Evelyn.

Luego todo se desdibujaba en su memoria. Anduvieron de noche por la avenida hasta llegar a un portal. Tras abrir, el recuerdo del maullido de un gato. Luego, otro beso. A partir de allí, un aroma dulzón fundió su mente bajo una profunda somnolencia.

Luchó por entreabrir los ojos. No pudo en un primer intento. Poco más tarde lo consiguió y comprobó el origen del dolor que sentía en los tobillos y en las muñecas, consecuencia de los cordajes que le ataban las extremidades a la estructura metálica de una cama.

Echó un vistazo a la habitación: era un lugar desconocido para él.

Sentía un intenso mareo que le impedía cobrar consciencia.

Quiso articular alguna palabra sin éxito. Mucho menos pudo gritar. Su cerebro daba órdenes vanas a las cuerdas vocales que no podían emitir sonido alguno.

Al poco entendió el motivo: una mordaza le cubría boca.

Miró a un lado y a otro. Se encontraba desnudo, con el cuerpo tenso y sudoroso mientras sus brazos y piernas forzaban en vano las ataduras.

Vio cómo una sombra recorría la pared, y luego apareció un sujeto que se desprendió de un abrigo y un sombrero. En su rostro destacaba una espesa barba.

«¡Es él!», pensó horrorizado.

Se le acercó con mirada cruel. Aquel individuo se sentó en el borde de la cama. Le habló en un murmullo apenas inteligible, como el ronroneo de un felino.

De repente, ese tipo le presionó con energía la frente con la palma y le hundió la cabeza en la almohada, mientras con la mano libre acercaba a sus pupilas un afilado cuchillo.

No pudo evitar un intenso estremecimiento.

—¡Oh, Gkawama! —le oyó gritar—. Sé que deseas su mirada. Yo te la ofreceré en sacrificio.

Con un intenso dolor sintió lágrimas sanguinolentas que emanaban de uno de sus ojos hasta su boca. Percibió el sabor salado de su propia sangre.

—¡Aaaaaaaaah! —ahora sí pudo chillar. Tanto espanto tomó forma en un terrorífico grito que resonó por todo el edificio.

No supo cómo, pero pudo incorporarse y se llevó las manos a la cara.

Notó un abrazo cálido y una voz femenina que pronunciaba su nombre.

—Ramón.

Se frotó la cara. Ella lo besó repetidamente.

—Has tenido una pesadilla.

Palau consultó la hora en el reloj y se derrumbó de nuevo en la cama. Ella reptó entre sábanas para besarlo de nuevo.

—Ha sido horrible, Evelyn.

—¿Calificas esta noche como horrible?

Sonrisas y más besuqueos.

—He soñado que era yo la nueva víctima, que me acuchillaba los ojos.

Evelyn cambió súbitamente de expresión, que recobró seriedad. Se levantó y se dirigió hacia la cocina.

Ramón se refrescó en el baño y luego fue tras ella, que se hallaba frente a la encimera. La abrazó de espaldas por la cintura.

—Iba a hacerme un café con leche —explicó ella—. ¿Quieres uno?

—Ayer fue maravilloso.

La mujer se dio la vuelta.

—Sí.

—Mi cuerpo huele a ti. Creo que no me ducharé en unos días —dijo divertido y se besaron—. Siento este despertar tan agitado. No suele ocurrirme.

—No lo sientas. No tiene importancia más allá de que alguien haya querido contactar contigo.

Dispuso una cápsula dentro de la cafetera.

—Evelyn, eres desconcertante. ¿Qué intentas decirme?

—Nada es por casualidad. —Colocó la taza bajo la cánula y pulsó el interruptor. El rumor de la cafetera rompió la quietud del amanecer. Se dio la vuelta y abrió el microondas. Al poco, el aroma de leche hervida invadió la estancia. Clavó la mirada en los ojos de su amante—: Nada es fruto del azar, todo tiene un motivo, incluso en los sueños.

Palau ahogó un bostezo y asintió perezoso mientras ella añadía:

—Son viajes que nos muestran otras realidades.

—«Debemos aceptar que el misterio existe» —citó Palau repitiendo con sorna la misma frase que ella había pronunciado la noche anterior.

—Así es —advirtió cierto sarcasmo y escepticismo—, a pesar de que no es nada fácil existir sin evidencias, carentes de explicaciones. Sí, debemos aceptar que el misterio existe y que no hay respuestas para todo.

Echó azúcar al café y le ofreció la taza.

—El pensamiento científico sesga la capacidad para explorar más allá de la realidad y los convencionalismos.

Calló, se sirvió la leche en un tazón y luego continuó:

—A menudo percibimos sensaciones irracionales que, por desconocidas, infunden miedo. En lugar de aceptarlas, emprendemos una huida baldía. Hay que escucharlas sin temor, sin juicios de valor, sin filtros. —Acarició la mejilla sin afeitar del sargento—. Te lo digo desde mi alma bohana. Todo lo que nos rodea, todo lo que sentimos, todo lo que vivimos, incluso aquello que soñamos, nos reserva un mensaje a la espera de que lo interpretemos.

Se besaron de nuevo.

—Amada bohana, ¿cómo descifrarías mi sueño?

Se tomó unos segundos antes de responder.

—Algo ha sucedido esta noche.

A Palau se le antojó más amargo de la cuenta el sorbo de café. La miró con fijeza.

Sonó de lejos el radiodespertador del dormitorio. Percibieron las señales acústicas de las siete de la mañana.

«Buenos días radiooyentes. Empieza aquí Con la Mañana que nos Cae: noticias, tertulias, consejos y mucho más. Comenzamos con los titulares del día: esta madrugada ha sido detenido el presunto autor de la cadena de horribles asesinatos que han sido perpetrados en estas últimas semanas, y que han llenado de contenido muchos de nuestros espacios radiofónicos».

Palau alzó la mano y puso el índice sobre los labios de Evelyn en el momento en que esta iba a decir algo con el fin de que no interfiriera en lo que apenas oía.

«La detención ha tenido lugar in fraganti en un episodio con idénticos tintes a los anteriores sucesos. En un local de citas que, como otros, la policía mantenía bajo vigilancia. Lamentablemente, la intervención policial se ha producido demasiado tarde, cuando el presunto asesino ya había cometido su enésimo crimen. La víctima ha aparecido atada en la cama y con el cuerpo mutilado. Los servicios médicos solo han podido confirmar la defunción».

Un escalofrío los traspasó.