14:00 horas
Se acercó a la cómoda y con pesadez apartó los objetos que había sobre la superficie. En el espejo de la cornucopia se reflejaba su rostro cansado.
Se agachó para abrir el cajón inferior.
—¡Deja de lloriquear como una boba! —soltó de repente.
Sacó del interior un pesado maletín que dejó sobre la cómoda. Abrió los cierres y repasó minuciosamente el contenido: las herramientas del horror.
Cuerdas, trapos, instrumentos quirúrgicos que brillaban perversos y el frasco, la pieza clave. Lo levantó a la altura de sus ojos y lo agitó para observar el contenido. Calibró si sería suficiente para la nueva ocasión que se le presentaba. Chasqueó la lengua con disgusto al comprobar que casi se había agotado. Debía fabricar más, pero eso no era una tarea urgente. Para esta ocasión había suficiente cloroformo.
Al pensarlo contrajo los puños y su mirada se perdió más allá de la moldura modernista que circundaba el techo del salón.