¿CUÁNTO DEBE DURAR UN TRATAMIENTO?
En las psicoterapias no existe problema en valorar el momento adecuado para interrumpir el tratamiento, pues el contacto entre el paciente y el médico es constante, y éste advertirá al primero.
En los tratamientos medicamentosos en régimen ambulatorio la situación es distinta. El paciente suele dejar de acudir a las consultas al mejorar y cesar la alarma inicial, y en una etapa posterior abandona el tratamiento o lo disminuye por su cuenta a dosis ineficaces.
Muchas recaídas se deben a esta supresión precoz del tratamiento. También es frecuente y perjudicial que se prolonguen los tratamientos sin necesidad. Las instrucciones del facultativo pueden haber sido vagas: «tome usted esto una temporada». El paciente no debe aceptar esta imprecisión; tiene que conocer siempre con claridad el momento adecuado para interrumpir la medicación y los signos o síntomas de alarma que indican la precisión de reanudarla.
No existen normas generales: por tanto, cada paciente debe guiarse por su terapeuta, pues en un caso determinado existirán contraindicaciones que aconsejen interrumpir un tratamiento que en otros casos similares debería continuarse.
Hay tres tipos de tratamientos psiquiátricos episódicos, de sostenimiento y preventivos.
Los tratamientos episódicos buscan la curación o el alivio del síndrome actual, agudo o crónico. Algunas enfermedades cursan en fases, o sea períodos de aparición de síntomas con otros intervalos en los que se encuentra libre de manifestaciones patológicas aparentes. En estas enfermedades (por ejemplo, las depresiones) es suficiente el tratamiento episódico, que se puede abandonar al desaparecer los síntomas, ya que no está comprobado que se obtenga beneficio por prolongarlo durante las remisiones. Si al cesar el tratamiento recae el paciente, debe reanudarlo hasta la nueva remisión. En estos casos la fase no había concluido, los síntomas estaban sólo «tapados» por la medicación y hay que volver a probar a suprimirla al mejorar de nuevo, hasta que persista la remisión sin medicamentos.
En cambio, en otras enfermedades, como la esquizofrenia, se considera que la aparición de sintomatología intensa no representa una fase, sino la emergencia episódica («brote esquizofrénico») de un «proceso» subyacente. En estos casos el proceso continúa aunque desaparezcan los síntomas por efecto de la medicación en el episodio agudo, y debe mantenerse el tratamiento en «dosis de sostenimiento» de forma muy prolongada para evitar recaídas. Por desgracia, los tratamientos actuales suelen producir efectos secundarios molestos, por lo que el paciente, que se encuentra bien, tiende a abandonarlos. De momento le desaparecen las molestias de los síntomas secundarios y tarda en recaer, por lo que transitoriamente se encuentra mejor y se dice a sí mismo y afirma a su familia: «¿Os convencéis de que no tenía que seguir con ese tratamiento que me sentaba mal?». La frecuencia de recaídas es mucho mayor sin el tratamiento prolongado en dosis de sostenimiento, y en cada nuevo «brote» es más difícil lograr la remisión, por lo que es muy importante evitarlos.
Los tratamientos preventivos evitan la aparición de nuevas fases; se administran precisamente cuando el paciente se encuentra bien. Un ejemplo es el de las sales de litio en la psicosis maniacodepresiva. Si deja de tomarlo no recae en ese momento, sino cuando le corresponda la nueva fase. Como con los medios actuales no se puede predecir tal momento, la única defensa contra la enfermedad es la administración permanente del tratamiento preventivo. «¿Y si no voy a recaer nunca, y estoy tomando un tratamiento molesto sin necesidad?». Es posible, y debe evaluar esta contingencia con su médico, ya que no existe necesariamente una agravación en cada nuevo episodio, como ocurre en la esquizofrenia.