Notas

[1] «Sería bueno que entendiéramos esta palabra [filosofía] en su antiguo sentido, como la doctrina del bien sumo, en la medida en que la razón se empeña en elevarla al grado de ciencia». C. R. Pr., libro II, cap. I. <<

[2] Scopus, fin último (Vid. C. J. § 67). Y sin embargo, juego limpio que recompensa sorprendentemente (Vid. C. R. Pr. fin del libro 1). <<

[3] Se discute si Rousseau concibió o no históricamente el Contrato social. Pero una vez, en el esbozo del Contrato social, expresa claramente su concepción racional y damit basta. <<

[4] «Vamos a ver si conseguimos encontrar unos cuantos hilos conductores… y dejamos al cuidado de la Naturaleza que nos traiga al hombre que quiera concebir la historia ateniéndose a ellos, que así produjo un Keplero que sometió de manera inesperada los movimientos excéntricos de los planetas a leyes determinadas y así, también, un Newton que explicó esas leyes por una causa natural general» (Idea de una historia). Entre los escritos que dejó Kant al morir figuran cien pliegos de un Sistema de la Filosofía en su totalidad que él consideraba como su obra maestra. No conocemos este escrito. Las opiniones de los que lo han leído no parecen muy favorables. De todos modos, a nada puede conducir su lectura si, a lo Kuno Fischer, la abordamos con la idea de que «no puede comprenderse qué pensamientos nuevos podían traerse dentro de una filosofía como la suya». Prejuicio por prejuicio, preferimos el nuestro, abierto: que si Rousseau es el Newton del mundo moral, Kant hubiese querido ser el Newton del mundo histórico.

En diversos pasajes de los escritos, que presentamos se encontrará este propósito de Kant de buscar la razón histórica, las leyes a priori del mundo histórico. Una historia profética es posible porque el profeta es el autor de lo que predice: la humanidad autora indefectible del progreso: carácter moral inteligible de la especie. Ver también en la Antropología cómo Kant, para precisar su pensamiento, distingue entre Species en latín y Gattung en alemán, en el sentido de género, linaje humanos (Species universorum). <<

[5] Digamos que en Kant hay una Naturaleza (experiencia) determinable teóricamente y una Naturaleza justificable prácticamente (historia). <<

[6] Vid. el primoroso ensayo El fin de todas las cosas. Como Hobbes en el Leviatán, Kant interpreta a su manera los tres misterios del cristianismo: el pecado original, reincidiendo en él por amor a la libertad (Vid. Historia presunta); la redención como figuración del imperativo (La religión, etc.); el final juicio como seguridad del progreso (Vid. El fin de todas las cosas). <<

[7] Ver Kant: Antropología en sentido pragmático (ed. Revista de Occidente, trad. de José Gaos). E. Del carácter de la especie: «Intelligible Character der Menschheit überhaupt» como «Character der Gattung». La bondad roussoniana del hombre se referiría a este carácter. Muy importante todo este capítulo de la Antropología (1798) que es un texto escolar. <<

[8] Para Hobbes la «razón sierva de las pasiones», para Kant y para Hegel, las pasiones, a la larga, juguetes de la razón. En medio está Rousseau. <<

[*] En el Noticiero semanal de Büsching del 13 de Sept., leo hoy, 30, el anuncio de la Revista Mensual de Berlín de este mismo mes, que publica la respuesta que a la cuestión tratada por mí ofrece el señor Mendelssohn. No ha llegado todavía a mis manos; de lo contrario, hubiera reservado esta respuesta mía, que ahora queda como una prueba de hasta qué punto el azar puede traer consigo una coincidencia de ideas. <<

[*] Un pasaje de las gacetillas del ejemplar doce del Gothaischen Gel. Zeitung (Gaceta académica de Gotha) de este año, sin duda tomados de mi conversación con un docto compañero de viaje, me obligan a publicar esta aclaración sin la que aquél no tendría ningún sentido comprensible. <<

[1] El papel de los hombres es, por consiguiente, muy delicado. No sabemos cómo están fabricados los habitantes de otros planetas y cuál sea su índole; pero si nosotros cumpliéramos bien con esta misión de la Naturaleza, podríamos gloriarnos de ocupar entre nuestros vecinos del Cosmos un rango nada insignificante. Acaso entre ellos cada individuo puede lograr su destino completo durante su vida. Con nosotros las cosas están dispuestas de otro modo: sólo la especie puede aspirar a ello. <<

[2] Sólo un público ilustrado, que ha perdurado desde el comienzo hasta nuestros días, sin interrupción, puede autorizar la historia antigua. Fuera de él, todo es terra incógnita; y la historia de los pueblos al margen de su círculo puede comenzarse sólo a partir del momento en que entran en este círculo. Esto ocurrió con el pueblo judío en la época de Ptolomeo, por la traducción griega de la Biblia, sin la cual se hubiera concedido poco crédito a sus dispersas noticias. A partir de ese momento (una vez que se ha podido dar con él) podemos seguir paso a paso sus relatos hacia adelante. Y lo mismo ocurre con todos los demás pueblos. La primera página de Tucídides (dice Hume), es el único comienzo auténtico de toda verdadera historia. <<

[1] El impulso de comunicación debió de mover al hombre, todavía solitario, a dar a conocer su existencia a otros seres vivientes, especialmente a los que emiten ruidos que él, primero, imitó y luego utilizó para nombrarlos. Un efecto parecido de este impulso se puede observar todavía en los niños y en los dementes que perturban a la porción normal de la comunidad con sus murmullos, gritos, silbidos y cantos y otros entretenimientos bulliciosos (y a veces graciosos). Pues no veo ningún otro móvil de esto que su afán de dar a conocer su presencia. <<

[2] Para mostrar unos cuantos ejemplos de esta contradicción entre el esfuerzo de la humanidad por su destino moral y el seguimiento invariable de las leyes puestas en su naturaleza para el estado rudo y animal, expondré lo siguiente:

La época de la emancipación, esto es, la época del impulso y de la capacidad de procreación, la ha colocado la Naturaleza entre los diez y los diecisiete años; una edad en la que en el rudo estado de naturaleza, el muchacho se hace, al pie de la letra, varón, porque entonces puede subvenir a sus necesidades, procrear y alimentar también a la mujer y a la prole. La simplicidad de las necesidades le hace la tarea fácil; pero en un estado de cultura hacen falta para lo mismo muchos medios de adquirir, ya sea destreza, ya sean circunstancias exteriores favorables, de suerte que esa época suele fijarse, en la vida ciudadana, unos diez años más tarde, por término medio; pero la Naturaleza no ha cambiado su período de madurez al compás del refinamiento social, sino que se atiene tenazmente a su ley, establecida para la conservación de la especie animal. De aquí surge una ruptura inevitable de las leyes de la Naturaleza por parte de las costumbres y, a su vez, otra de las costumbres por parte de las leyes de la Naturaleza. Porque el hombre natural es a cierta edad ya varón, mientras que el hombre civil (que no por eso ha dejado de ser natural) no es más que un muchacho, y hasta un niño; pues así podemos llamar a quien, por su edad (en el estado civil), no puede subvenir a sus propias necesidades y menos a las de una familia, aunque sienta dentro el impulso y la capacidad de crearla, es decir, la voz de la Naturaleza que le llama. Porque es de presumir que la Naturaleza no ha colocado instintos y facultades en los seres vivos para que los combatan y sofoquen; la disposición de los mismos no estaba orientada hacia un estado civilizado sino meramente hacia la conservación de la especie humana como especie animal y por eso aquel estado pugna en contradicción ineludible con ésta, contradicción que sólo una constitución civil perfecta (fin supremo de la cultura) pudiera cancelar, mientras que por ahora la distancia entre Naturaleza y cultura se llena, como es sabido, de todos los vicios y de sus consecuencias, de todas las miserias humanas.

Otro ejemplo que nos demuestra la verdad de la proposición de que la Naturaleza ha colocado en nosotros disposiciones para dos fines diferentes, el de la humanidad como especie animal por un lado y el de la misma como especie moral, por otro, es aquello de ars longa, vita brevit de Hipócrates. Las ciencias y las artes podrían adelantar mucho más por obra de una sola cabeza, bien dotada, que hubiera llegado a la madurez de juicio después de largo ejercicio y de conquistado saber que no por la de toda una serie de generaciones de doctos, con sólo que aquélla pudiera vivir con idéntico vigor juvenil de su espíritu todo el tiempo abarcado por éstos. Pero se conoce que la Naturaleza ha resuelto esto de la duración de la vida del hombre desde un punto de vista distinto al de la promoción de las ciencias. Porque en el momento en que la mente más afortunada se halla a punto de hacer los mayores descubrimientos, que su ingenio y experiencia le permiten esperar, se presenta la vejez; se vuelve romo de espíritu y tiene que abandonar a una segunda generación (que tendrá que empezar de nuevo por el A B C y recorrer, otra vez, el trecho ya superado) la tarea de avanzar otro paso en el progreso de la cultura. La marcha de la especie humana hacia el cumplimiento de su destino total parece ser interrumpido sin cesar y hallarse en peligro constante de retroceder a la primitiva rudeza; y no sin razón se lamentaba el filósofo griego: ¡lástima que se tenga uno que morir en el momento mismo en que se empieza a ver cómo habría que vivir!

Un tercer ejemplo puede ofrecernos la desigualdad entre los hombres, pero no la desigualdad de dotes naturales o de fortuna, sino de derechos humanos; desigualdad de la que se lamenta Rousseau con mucha razón, pero que la cultura no logrará orillar mientras siga su camino sin plan alguno (lo que, por otra parte, es inevitable durante todo un tiempo) y a la que, con seguridad, la Naturaleza no había destinado a los hombres; pues al darles libertad y razón, la libertad no podía ser limitada más que por su propia regla universal y exterior, es decir, por el derecho ciudadano. El hombre tenía que valerse de sí para superar la rudeza de sus disposiciones naturales y, en la tarea, poner cuidado, sin embargo, en no chocar con ellas; habilidad con la que sólo podrá contar tardíamente y después de muchos intentos fracasados, suspirando entre tanto la humanidad con los males que a sí misma se infiere por inexperiencia. <<

[3] Los beduinos árabes se denominan todavía hijos de un antiguo Scheiks, fundador de su estirpe (los Beni Haled, etc.). No es señor de ellos ni puede hacerles violencia a su antojo. Porque en un pueblo de pastores, en el que nadie posee una propiedad inmueble, que tuviera que abandonar llegado el caso, cada familia puede, si bien le agrada, apartarse fácilmente de su estirpe y agregarse a otra. <<

[1] Al chapucero en predicciones (que las hace sin conocimiento o sin honradez) se le dice que predice; desde la Pythia a los gitanos. <<

[2] No queremos decir con esto que un pueblo que dispone de una constitución monárquica puede pretender el derecho, ni siquiera abrigar el secreto deseo, de cambiarla; porque su situación, acaso un poco esparcida, dentro de Europa, le recomienda como única esa constitución para poderse mantener entre poderosos vecinos. Tampoco la queja de los súbditos es por causa del gobierno interior, sino por su conducta en el exterior, al impedir la republicanización, y no demuestra su descontento con la propia constitución, sino, más bien, su amor a ella, ya que ésta se asegura mejor contra cualquier peligro a medida que progresa la republicanización de los otros pueblos. Sin embargo, sicofantes mendaces, para darse importancia, han tratado de presentar esta inocente lamentación como afán de novedades, jacobinismo y revuelta, amenazadores del Estado; y no había para ello el menor motivo, más si tenemos en cuenta que nuestro país se encuentra alejado del teatro de la revolución más de cien millas. <<

[3] De este entusiasmo por la afirmación del derecho que vemos en el género humano, se puede decir; postquam ad arma Vulcania vestum est, mortalis mucro glacies ceu futilis ictu dissiluit. ¿Por qué soberano alguno ha osado declarar francamente que no reconoce ningún derecho del pueblo frente a él; y que éste debe su dicha no más que a la beneficencia del Gobierno, que le concede esa gracia, y que es absurda, y hasta punible, toda pretensión del súbdito a un derecho frente a aquel (porque comprende el concepto de una resistencia lícita)? La causa es ésta: porque semejante declaración pública le acarrearía la indignación de todos los súbditos; aunque, como pacientes borregos conducidos por un bondadoso y comprensivo señor, bien cebados y protegidos, de nada tendrían queja por lo que se refiere a su bienestar. Porque a los seres dotados de libertad no les basta el goce de una vida agradable, que también le pueden proporcionar otros (entre ellos el Gobierno); lo que importa es el principio con arreglo al cual se procura ese goce. Ahora bien, esto del bienestar no encierra principio alguno, ni para quien lo recibe ni para quien lo reparte (porque uno está ahí y el otro aquí), pues afecta a lo material de la voluntad, que es empírico, e incapaz, por lo tanto, de la universalidad de una regla. Por lo tanto, un ser dotado de libertad ni puede ni debe, si tiene conciencia de este privilegio suyo con respecto al animal irracional, pedir para su pueblo, según el principio formal de su arbitrio, ningún otro gobierno que aquel en que ese pueblo sea también legislador; es decir, el derecho de los hombres, que tienen que obedecer, necesariamente debe preceder a toda consideración de bienestar, pues se trata de algo sagrado por encima de cualquier precio (de utilidad) y que ningún gobierno, por muy benéfico que sea, puede tocar. Pero este derecho es siempre sólo una idea, cuya realización está limitada a la condición de la coincidencia de sus medios con la moralidad, que el pueblo no debe transgredir; lo cual no debe ocurrir por revolución, que siempre es injusta. Mandar autocríticamente y, sin embargo, gobernar en republicano, es decir, con el espíritu del republicanismo y por analogía con él, esto es lo que hace a un pueblo sentirse satisfecho de su constitución. <<

[4] Una causa cuya naturaleza no se ve de inmediato, se descubre por el efecto que le inhiere indefectiblemente. ¿Qué es un monarca absoluto? Aquel a cuya orden, cuando dice: haya guerra, en seguida hay guerra. ¿Qué es, por el contrario, un monarca limitado? Aquel que antes tiene que preguntar al pueblo si debe o no haber guerra y caso de que el pueblo diga: no debe haber guerra, no la hay. La guerra es una situación en la que todas las fuerzas del Estado tienen que estar a disposición del jefe del Estado. Ahora bien, el monarca inglés ha hecho muchas guerras sin que le haya sido necesario requerir el consentimiento del pueblo. Por lo tanto, se trata de un monarca absoluto, aunque no debiera serlo según la constitución, pero siempre la puede eludir porque, mediante aquellas fuerzas del Estado, es decir, porque está en su poder disponer de todos los cargos y dignidades, puede asegurarse la conformidad de los representantes. Este sistema de soborno requiere sustraerse a la publicidad para que pueda prosperar. Por eso se esconde tras el transparente velo del secreto. <<

[5] Es dulce cosa imaginarse constituciones políticas que correspondan a las exigencias de la razón (especialmente en lo que se refiere a la justicia); pero exorbitante, proponerlas en serio, y punible incitar a un pueblo a que derogue la existente.

La Atlántica, de Platón, la Utopía de Moro, la Oceana de Harrington y la Severambia de Allais, han surgido una tras otra sobre la escena pero nunca (fuera del aborto desdichado de la república despótica de Cromwell), han sido ensayadas. Con estas creaciones de Estados ha ocurrido lo que con la creación del mundo; ningún hombre estuvo presente ni podía estar, pues para eso tenía que haber sido creador de sí mismo. Es un dulce sueño esperar que un producto Estado, como estos utópicos, se dará algún día, por muy lejano que esté, en toda su perfección, pero el irse aproximando a él no sólo es pensable, sino, en la medida en que es compatible con la ley moral, deber, no ya del ciudadano, sino del jefe del Estado. <<

[1] Semejante sistema se fundaba en la vieja religión persa (la de Zoroastro) en la suposición de dos protoseres en lucha eterna, el principio del bien, Ormuzd y el del mal, Ahriman. Lo curioso es que el lenguaje de dos países muy distantes entre sí, y más distantes todavía del actual paraje del habla alemana, usan palabras alemanas al nombrar esos seres. Recuerdo haber leído en Sonnerat que en Ava (que es el país de los Burachmanes), el principio del bien se llama Godeman (palabra que parece encontrarse también en el nombre Daruis Godomannus) y que la palabra Ahriman suena muy parecida a Arge Man, y que el actual persa contiene una gran cantidad de palabras de origen alemán, así que un buen tema para los estudiosos de las antigüedades puede ser el perseguir con el hilo conductor de los parentescos lingüísticos el origen de los actuales conceptos religiosos de muchos pueblos. <<

[2] En todos los tiempos presuntos sabios (o filósofos), cuando se han dignado dirigir la mirada a las disposiciones para el bien que existen en la naturaleza humana, se han esmerado en encontrar imágenes molestas y en parte hasta repugnantes para resaltar el carácter despreciable de la tierra, sede del hombre: 1) como una posada (Karavanserai) según lo ve el derviche: donde cada uno es huésped en su peregrinación de la vida para ser pronto desplazado por otro; 2) como una cárcel: opinión que sostienen los bramanes, los tibetanos y otros sabios del Oriente (y hasta el mismo Platón): lugar de enmienda y purificación de los espíritus caídos del cielo, ahora ánimas humanas o animales; 3) como manicomio: donde no sólo cada cual se desquicia sus propios propósitos, sino que hace a los demás todo el daño posible, considerando la destreza y poder para esta hazaña como lo más honroso; 4) como cloaca: adonde va a parar toda la inmundicia de los otros mundos. Esta última versión es original, en cierto modo, y se la debemos a un ingenio persa que colocó el paraíso, habitación de la primera pareja, en el cielo; un jardín lleno de árboles frutales que tenían la virtud que sus frutos, una vez asimilados por el hombre, no dejaban residuo alguno porque se evaporaba misteriosamente: sólo había un árbol, en medio del jardín, cuyo fruto, muy atractivo, no tenía esa virtud. Nuestros primeros padres comieron de ese árbol, a pesar de la prohibición; así que no hubo más remedio, para que no ensuciaran el cielo, que un ángel les señalara, allá lejos, la tierra, con las palabras: «he ahí el común de todo el universo», y los condujo allí para que hicieran su necesidad, volviendo después al cielo. De ese producto salió el género humano. <<

[3] Se llama natural (formaliter) lo que se sigue necesariamente según leyes de un cierto orden, cualquiera que sea y, por lo tanto, también del moral (no siempre, por consiguiente, sólo el físico). A esto se opone lo innatural que puede ser lo sobrenatural o lo antinatural. Lo necesario por causas naturales se puede representar también como natural-materialiter (físico-necesario). <<