CAPÍTULO 9
Comience a partir de hoy
Unos minutos más tarde, Bond trasponía la puerta que le era familiar, y la luz verde se encendió sobre la entrada. M le dirigió una penetrante mirada.
—Tiene un aspecto bastante horrible, 007 —comentó—. Siéntese.
«Es un asunto de trabajo —pensó Bond, con el pulso acelerado—. Hoy no usa el nombre de pila». Se sentó. M estaba estudiando unas notas escritas a lápiz en una libreta. Alzó la mirada. Sus ojos ya no estaban interesados en Bond.
—Anoche hubo problemas en las instalaciones de Drax —anunció—. Una doble muerte violenta. La policía intentó localizar a Drax. Al parecer, no pensaron en el Blades. Consiguieron hablar con él cuando regresó al Ritz a la una y media de la madrugada. Dos de los hombres del proyecto Moonraker recibieron un disparo en una taberna cercana a las instalaciones. Murieron los dos. Drax contestó a la policía que no podía importarle menos lo sucedido y colgó el teléfono. Típico de ese hombre. Ahora se ha trasladado hasta allí. Está tomándose las cosas con algo más de seriedad, supongo.
—Curiosa coincidencia —comentó Bond, pensativo—. Pero ¿dónde entramos nosotros en eso, señor? ¿No es un trabajo para la policía?
—Sí, claro —respondió M—, pero resulta que nosotros somos responsables de una buena parte del personal clave de las instalaciones. Alemanes —añadió—. Será mejor que se lo explique. —Bajó los ojos hacia la libreta de notas—. Las instalaciones son de la RAE y el plan tapadera consiste en que forman parte de una gran red de radares a lo largo de la costa oriental. La RAF es responsable de la vigilancia del perímetro, y el Ministerio de Suministros sólo tiene autoridad en el centro donde se realiza el trabajo. Está al borde del acantilado que se extiende entre Dover y Deal. La totalidad del área abarca alrededor de cuatrocientas hectáreas, aunque el centro propiamente dicho tiene unas ochenta. Allí sólo quedan Drax y otras cincuenta y dos personas. Todo el equipo de construcción se ha marchado.
«Una baraja y un comodín», reflexionó Bond.
—Cincuenta de esas personas son alemanes —prosiguió M—. Más o menos todos los especialistas en misiles teledirigidos a los que los rusos no echaron el guante. Drax pagó para que vinieran aquí a trabajar en el Moonraker. Nadie estaba muy contento con el tema, pero no teníamos alternativa. El Ministerio de Suministros no podía retirar a ninguno de sus expertos de Woomera. Drax tuvo que buscar a sus especialistas donde pudo. Para reforzar la división de seguridad de la RAF, el Ministerio de Suministros envió a su propio oficial de seguridad a vivir en el centro. Un hombre llamado Tallon, comandante Tallon. —M hizo una pausa y alzó los ojos al techo—. Es uno de los muertos de anoche. Le disparó uno de los alemanes, que luego se suicidó de un disparo.
M bajó los ojos y miró a Bond. Este no dijo nada, en espera del resto de la historia.
—Sucedió en una taberna cercana a las instalaciones. Había muchos testigos. Al parecer, es una posada que se encuentra al borde del campo y queda dentro de los límites del área en que pueden moverse. Supongo que han de tener algún sitio al que ir. —M calló. Mantuvo los ojos fijos en Bond—. Me ha preguntado dónde entramos en todo esto. Nosotros investigamos a ese alemán en particular, y a todos los demás, antes de que se les permitiera venir a nuestro país. Tenemos los expedientes de todos ellos. Así que cuando tuvo lugar el incidente, lo primero que quisieron los de seguridad de la RAF y los hombres de Scotland Yard fue solicitar el expediente del muerto. Anoche se pusieron en contacto con el oficial de guardia y él desenterró los documentos de los archivos y los envió a Scotland Yard. Pura rutina. Anotó la salida en el registro. Cuando he llegado aquí esta mañana y he visto la anotación, de repente he sentido interés. —M hablaba con voz queda—. Después de pasar la velada con Drax era, como ha señalado usted, una curiosa coincidencia.
—Muy curiosa —asintió Bond, que continuaba esperando.
—Y hay una cosa más —concluyó M—. Y es la verdadera razón por la que me he permitido involucrarme en lugar de mantenerme al margen de todo el asunto. Esto tiene que ser prioritario por encima de todo lo demás. —La voz de M se volvió muy queda—. Está previsto lanzar el Moonraker el viernes. Tenemos menos de cuatro días. Lanzamiento de prueba.
M guardó silencio, cogió su pipa y empezó a encenderla.
Bond no dijo nada. Seguía sin entender lo que tenía que ver todo aquello con el Servicio Secreto, cuya jurisdicción se encontraba sólo fuera del Reino Unido. Parecía un trabajo para la brigada especial de Scotland Yard o, posiblemente, para el MI5. Esperó. Miró su reloj. Era mediodía.
M acabó de encender la pipa y prosiguió.
—Pero aparte de todo eso —dijo—, me atrajo el asunto porque anoche me sentí interesado en Drax.
—También yo, señor.
—Así que cuando leí el registro —prosiguió M, haciendo caso omiso del comentario de Bond—, llamé por teléfono a Scotland Yard para hablar con Vallance y le pregunté qué estaba sucediendo. Estaba bastante preocupado y me pidió que fuera a verlo. Le dije que no quería meterme en el terreno del MI5, pero me respondió que ya había hablado con ellos. El MI5 afirma que es un asunto entre mi departamento y la policía, dado que somos nosotros quienes habíamos acreditado al alemán que cometió el asesinato y se suicidó. De modo que fui hasta allí.
M hizo una pausa y consultó sus notas.
—El lugar se encuentra en la costa, a unos cinco kilómetros al norte de Dover —informó—. Hay una pequeña posada cerca de la carretera principal de la costa, la «World Without Want», y los hombres de las instalaciones acuden allí a última hora de la tarde. Ayer, a eso de las siete y media, el hombre de seguridad del ministerio, ese Tallon, también se encontraba en la taberna y estaba tomando un whisky con soda y charlando con algunos alemanes cuando el asesino, si quiere llamarlo así, entró y se encaminó directamente hacia él. Sacó una Luger (sin número de serie, por cierto) de dentro de la camisa y dijo —M alzó los ojos—: «Amo a Gala Brand. No será suya». Luego le disparó a Tallon un tiro en el corazón, se metió el cañón todavía humeante en la boca y apretó el gatillo.
—Qué asunto tan horrible —dijo Bond. Podía ver todos los detalles de la matanza con el cuadro de bodegón de la típica taberna inglesa como escenario—. ¿Quién es la chica?
—Esa es otra complicación —respondió M—. Se trata de una agente de la división especial. Habla un alemán perfecto. Una de las mejores chicas de Vallance. Ella y Tallon eran los únicos no alemanes que Drax tenía consigo en las instalaciones. Vallance es un tipo suspicaz. Tiene que serlo. Este plan del Moonraker es obviamente lo más importante que está sucediendo en Inglaterra. Sin decírselo a nadie y actuando más o menos por instinto, eligió a esa muchacha, Brand, para vigilar a Drax, y de alguna forma se las compuso para que la contratara como su secretaria personal. Ha estado en las instalaciones desde el principio. No tiene absolutamente nada que informar. Dice que Drax es un jefe excelente, dejando a un lado sus modales, y que dirige a sus hombres con un ímpetu tremendo. Al parecer, al principio le echó los tejos a la joven, aunque ella le contó la habitual historia de que estaba comprometida, pero después de que demostrara que es capaz de defenderse, cosa que por supuesto puede hacer, Drax renunció a sus pretensiones y la muchacha dice que ahora son buenos amigos. Naturalmente que conocía a Tallon, pero tenía edad para ser su padre, además de estar felizmente casado y ser padre de cuatro hijos; según le ha dicho al hombre de Vallance que ha hablado con ella esta mañana, Tallon la había llevado al cine dos veces en dieciocho meses, como gesto paternal. Por lo que respecta al asesino, se llamaba Egon Bartsch, un especialista en electrónica al que la chica apenas si conocía de vista.
—¿Qué dicen los amigos de él sobre este asunto? —quiso saber Bond.
—El hombre que compartía la habitación con Bartsch respalda su versión. Dice que estaba locamente enamorado de Brand y que culpaba de toda su falta de éxito «al inglés». Dice que en los últimos tiempos Bartsch manifestaba mucho malhumor y reserva, y no se sorprendió lo más mínimo cuando se enteró del incidente.
—Parece corroborar del todo la historia —comentó Bond—. De algún modo, es fácil imaginar el cuadro. Uno de esos tipos que son un auténtico manojo de nervios, con el típico resentimiento alemán. ¿Qué piensa Vallance?
—No está seguro —respondió M—. Lo que más le preocupa es proteger a la chica de la prensa y ocuparse de que su tapadera no se descubra. Por supuesto, todos los periódicos están sobre la historia. Saldrá en las ediciones de mediodía. Y todos exigen una fotografía de la muchacha. Vallance está haciendo preparar una para que se la lleven, que se parezca más o menos a cualquier joven y al mismo tiempo también a ella. Brand la enviará esta noche. Por fortuna, los reporteros no pueden ni acercarse a las instalaciones. Ella se niega a hablar y Vallance reza para que ningún pariente o amigo levante la liebre. Ahora están realizando las diligencias previas, y Vallance tiene la esperanza de que el caso esté oficialmente cerrado esta noche, así que los periódicos tendrán que dejar el tema por falta de material.
—¿Y qué hay del lanzamiento de prueba? —preguntó Bond.
—Sigue el calendario previsto —respondió M—. A mediodía del viernes. Usarán una cabeza explosiva falsa y lo dispararán verticalmente con los tanques llenos sólo en sus tres cuartas partes. Están despejando unos quinientos kilómetros cuadrados a partir de la latitud 52, más o menos. Eso está al norte de una línea que uniría La Haya y la bahía de The Wash. Todos los detalles serán dados a conocer por la Policía Militar el jueves por la noche.
M dejó de hablar e hizo girar la silla para poder mirar por la ventana. Bond oyó que un reloj lejano daba los cuatro cuartos.
La una en punto. ¿Iba a perderse otra vez el almuerzo? Si M dejara de husmear en los asuntos de otros departamentos, él podría tomar un almuerzo rápido y acercarse a la Bentley. Se removió ligeramente en la silla.
M giró otra vez y se encaró con él desde el otro lado del escritorio.
—Los que están más preocupados por todo esto —dijo— son los del Ministerio de Suministros. Tallon era uno de sus mejores hombres. Todos sus informes habían sido negativos desde el principio. Pero de pronto, ayer por la tarde llamó al vicesub-secretario, comunicó que le parecía que en las instalaciones estaba sucediendo algo que olía a gato encerrado y solicitó una entrevista personal con el ministro para las diez de esta mañana. No quiso decir nada más por teléfono. Y pocas horas más tarde, se lo cargan de un tiro. Otra extraña coincidencia, ¿no le parece?
—Muy extraña —asintió Bond—. Pero ¿por qué no cierran las instalaciones a cal y canto y llevan a cabo una investigación en toda regla? A fin de cuentas, el asunto es demasiado serio para correr riesgos.
—El gabinete se ha reunido a primera hora de esta mañana —explicó M—, y el primer ministro ha formulado la pregunta obvia: ¿qué pruebas hay de que pueda intentarse, o haya incluso intención de intentar, un sabotaje contra el Moonraker? La respuesta es que ninguna. Hay sólo temores, que han aflorado a la superficie en las últimas veinticuatro horas a causa del vago mensaje de Tallon y la doble muerte. Todos han coincidido en que, a menos que haya una prueba mínima, que hasta ahora no ha aparecido, ambos incidentes pueden atribuirse a la tremenda tensión nerviosa que se vive en las instalaciones. Según están las cosas en el mundo de momento, se ha decidido que cuanto antes el Moonraker pueda darnos voz propia en los asuntos mundiales, mejor para nosotros, y —se encogió de hombros— quizá mejor para el mundo. Y se ha aceptado que, ante los miles de razones por las que el Moonraker debe ser disparado, las razones en contra no se sostienen. El ministro de Suministros tuvo que ceder, pero sabe tan bien como usted o como yo que, con independencia de los hechos, para los rusos sería una victoria colosal conseguir sabotear el Moonraker en la víspera de su lanzamiento de prueba. Si lo hicieran lo bastante bien, podrían conseguir fácilmente que el proyecto acabara por abandonarse. Hay cincuenta alemanes trabajando en él. Cualquiera de ellos podría tener aún familiares retenidos como rehenes en Rusia, cuyas vidas pudieran utilizarse como arma de presión.
M guardó silencio. Alzó los ojos al techo, luego los bajó y los posó fijamente en Bond.
—El ministro —prosiguió— me pidió que fuera a verlo después de la reunión del gabinete. Ha dicho que lo mínimo que puede hacer es reemplazar de inmediato a Tallon. El hombre que envíe tiene ser bilingüe en alemán, experto en sabotaje, y debe tener mucha experiencia con nuestros amigos rusos. El MI5 ha presentado a tres candidatos. Todos están trabajando en algún caso en este momento, aunque podrían retirarlos de ellos en cuestión de horas sin llamar la atención. Pero el ministro me ha pedido mi opinión. Se la he dado. He hablado con el primer ministro y de inmediato se han cursado muchas órdenes y expedido varios documentos.
Bond dirigió una mirada penetrante, resentida, a los ojos grises intransigentes.
—Así que —concluyó M, lisa y llanamente—, sir Hugo Drax ha recibido notificación del nombramiento de usted y lo espera en su cuartel general para cenar esta noche.