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Estaba nervioso, el día anterior había viajado a Bogotá y regresado en la mañana de ese día. Había citado a Olivia en la hacienda esa noche a una cena para dos. Su madre y su tía se habían retirado temprano. No sin Miguel advertir, que no quería ver sus rostros por el lugar, hasta el día siguiente.

Su Olivia llegó vestida de atardecer luminoso y de promesas envueltas en el color del poder y la pasión. La vio venir hacía él, destilando calidez y hermosura por cada uno de sus poros. Le sonrió con aquel gesto radiante que lo enamoró una década atrás y que como lazos invisibles a su corazón lo acercaban a ella. Se abrazaron y se besaron como si hiciera semanas y no día y medio estuvieran separados.

—¿Qué tal tu viaje?

—Bien, muy bien. —le contestó mientras la llevaba de la mano al comedor.

El sitio estaba decorado con velas y flores del jardín que Olivia había aprendido a amar ya que todos los días, sin falta, le llegaba un ramo a su casa en las mañanas.

La mesa, como siempre, impecable con arreglos de flores, cubiertos de plata y una cubitera con una botella de champaña. Miguel accionó un control remoto y una música suave invadió con sus acordes la estancia.

—Estás…hermosa.

—Tú estás muy guapo —le contestó ella sintiéndose deseada.

Miguel estaba guapísimo, con un pantalón oscuro y una camisa de seda blanca, el cabello peinado hacía atrás, sus movimientos eran fluidos y elásticos. Miguel desenroscó el alambre de la champaña y procedió a descorcharla, con tan mala suerte, que el corcho salió disparado y el líquido bañó el vestido de Olivia que empezó a reír a carcajadas.

—Lo siento mucho, mi amor —decía Miguel ocultando una carcajada que pugnó por salir hasta que no pudo aguantar más—. Mírate. —y seguía riendo, mientras alcanzaba una servilleta para limpiarla.

—Déjame, amor —contestó ella entre risas—, voy al baño.

Olivia llevaba un vestido rojo y los labios del mismo color. Unos tacones de infarto coronaban sus pies, Miguel no entendía como no se había ido de bruces, misterios femeninos.

—Ven.

Miguel la tomó de la mano y la llevó a su habitación. Olivia nunca había estado allí, pues los ocho días que llevaban juntos de nuevo, los encuentros siempre habían sido en el apartamento de Olivia.

Era una habitación amplia con una cama doble de madera oscura, un sofá pequeño una mesa esquinera, un vestier y la puerta que se imaginó sería el baño.

—Quería traerte aquí después de cenar, pero me temo que me toca invertir la programación.

Miguel entró al baño y salió segundos después. Se acercó a ella por detrás y después de abrazarla le bajó la cremallera del vestido.

—¿Tenías todo programado?

—Sip, cada detalle.

Cuando quedó parada delante de él con sus benditos tacones y con lencería sexy de color rojo y la delicada venda de la rodilla, supo que nunca había tenido en sus brazos una mujer tan hermosa.

—Me quitas el aliento Olivia.

Ella sonrió con una risa picara, sexy.

—Es la idea.

—Tomemos un baño en la tina.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. Tenía planeado pedírtelo más tarde pero…

—Está bien.

Caminó delante de él con elegancia y al llegar a la puerta del baño se sorprendió.

—¡Miguel!

El baño era inmenso, con paredes en cerámicos color piedra y una tina en la que perfectamente cabrían tres personas, con repisas y demás accesorios a juego con la decoración. Pero lo que la sorprendió fue que en cada espacio había velas prendidas. Alrededor de la tina y dentro de ella, cobraban vida, pétalos de rosas. Miguel se acercó a la bañera que ya estaba medio llena y le tomó la temperatura al agua con la mano. Estaba perfecta. En una esquina reposaban unas velas en forma de flores color rosadas. Olivia se desvistió y se sentó a la orilla de la tina, Miguel continuó con el trabajo de quitarle la venda y quitarle la prótesis. Olivia se recogió el cabello en una moña alta, se dio la vuelta y se introdujo en la tina. Miguel recordó lo ocurrido hacía meses en la habitación destinada a Olivia cuando había entrado sin que ella se percatara, quería decirle que lo hiciera, de nuevo, pero ella no sabía que él sabía. No era el momento, tenía que controlarse hasta…más tarde. Tomó las velas en formas de flores y las encendió. La miró.

—Cierra los ojos, descansa.

El reflejó de las candelillas y los pétalos regados, le daba un aspecto romántico y decadente al baño. Ella cerró los ojos y suspiró. Miguel, fue poniendo las velas flotantes en el agua.

—No sabes cuanto lo necesitaba. Estoy tan cansada. Necesito unas vacaciones— le acarició el brazo encima de la tela de la camisa—. Tienes mucha ropa, quiero a mi hombre desnudo, ya. No era mi idea tomar un baño sola cuando me lo propusiste.

—Dame un momento y te acompaño. Déjame consentirte. El viaje a Santo domingo sigue en pie.

Miguel le acarició los hombros. Ella sonrió.

—Tendré en cuenta el viaje.

—Abre los ojos, mi amor.

Se sorprendió de ver las velas encendidas en el agua bailando cerca de ella. Tres prendidas y una apagada. Miró con curiosidad la vela apagada. Cuando vio lo que llevaba adentro, se le nubló la visión y un nudo le llegó a la garganta.

Tomó el hermoso anillo. Era una joya en oro blanco con un diamante en el centro engastado con esmeraldas que hablaba de joyería exquisita y de estilo. Miguel tomó el anillo y se lo puso. Olivia era incapaz de proferir palabra, ante el gesto de Miguel y la hermosa joya.

—Sé que amas el anillo que te di por primera vez. Pero este —se le cortó la voz—, quiero que lo lleves siempre. Este anillo es la prueba de que mi amor por ti existirá eternamente, de que te amaré hasta el último aliento de mi vida y más. Este anillo es la prueba de que hay un corazón profundamente enamorado de ti. Te agradezco todo lo que has traído a mi vida. Es una felicidad constante y un orgullo pertenecerte, porque te pertenezco mi amor. En cuerpo y alma.

—Te amo —Olivia lo abrazó sin importar que le mojaba la camisa y luego le aferró el rostro con los dedos—. No hay nada en esta vida que no haría por ti.

—¿Te parece casarnos el próximo domingo?

—¿Quéeee? No, tengo que mandar a hacer el vestido, y quiero una fiesta, aquí, en la hacienda con todo el pueblo, prepararlo demorará meses.

—Un mes, Olivia —dijo tajante—, ni uno más, tendrás toda la ayuda que quieras.

Lo abrazó de nuevo.

—Eres imposible.

—Lo sé. Olivia, hay algo que quiero decirte…

—¿Si?

—Hace unos meses entre a tu habitación el día de tu atentado y ….

Miguel observó su reloj. Eran las cinco de la tarde. El cielo estaba algo nublado. Aun así, la ceremonia tendría lugar según lo programado. El pueblo entero estaba en la inauguración de La Casa de Paz.

El camino de entrada a la casa estaba bordeado por buganvilias y en el centro del jardín habían sembrado unas palmeras. Por una escalera pequeña se entraba al lugar.

En el recibidor descansaba una escultura en bronce de dos metros. La figura era una pareja de niños con una paloma entre las manos que levantaba vuelo. La escultura había ocupado el segundo lugar en la competencia. Miguel recordó las actividades que había hecho Olivia para recaudar el metal de la escultura: llaves viejas, pailas, pisapapeles. Cada familia del pueblo había donado algo.

Al fondo quedaba la recepción, dos oficinas administrativas y un salón de música. En frente, otro salón de reunión de mujeres para charlas o cursos de diferentes temas. En la segunda planta había una biblioteca y otra estancia.

Una de las salidas de la casa daba a un caminito asfaltado y rodeado de plantas que conducía a un parque infantil, donación de la familia Robles. Por ese mismo camino se alcanzaba el monumento principal de la casa, rodeado de baldosa roja.

Dicho monumento se había erigido en el lugar donde habían aparecido los muertos. Era el homenaje que le rendían sus familias.

La escultura ganadora, realizada por un artista de la capital y que dibujó un jovencito de octavo grado, era una columna de siete metros de alto por dos metros de ancho que terminaba en punta roma y donde reposaba la figura de un ángel que representaba la paz. En la columna cubierta de mármol estaban los nombres de todos los muertos y desaparecidos durante el régimen de Ruiz.

En una mesa frente a las personas que asistían a la ceremonia estaba el alcalde de San Antonio y demás personalidades de la región: los esposos Preciado, varios delegados del gobierno y demás entidades colaboradoras. En la última silla estaba Olivia.

Había hablado el alcalde, la delegada de las mujeres de la zona y el representante del gobierno. El coro del colegio iba por su tercera interpretación.

Miguel no le quitaba la vista a quien se había convertido en su esposa. “Señora Robles”. Sonreía con orgullo. En el transcurso del día varias personas que no tenían confianza para tutearla la habían llamado así.

Y Olivia no tenía idea de cuánto significaba para él oír pronunciar el apellido Robles cuando se dirigían a ella.

Estaba cansada, lo notaba en su semblante. Había tenido náuseas en la mañana. Tenía tres meses de embarazo, pero fue inútil pedirle que se quedara en casa ese día. Después de la inauguración la historia cambiaría. La llevaría de vacaciones a Las Bahamas en una luna de miel tardía.

Habían sido los seis meses más felices de su vida, claro que con algunos ajustes. La liberación de su hermano y el ayudarlo a reintegrarse nuevamente a su vida no había sido fácil. Gracias a Dios, su Olivia había ayudado.

Cuando el coro terminó la última canción, el maestro de ceremonias anunció que Olivia diría unas cuantas palabras. Los asistentes aplaudieron.

Olivia se levantó sin prestar atención a los sonidos que hacía su prótesis. Ya no le interesaba, era como si esta hubiera enmudecido. Algo nerviosa, tomó el micrófono y se dirigió a su gente:

»La alegría que siento hoy es inmensa. Estamos aquí reunidos para hacer realidad este sueño: La Casa de Paz, que hoy nace como un compromiso de San Antonio y de un grupo de personas con la promoción, la exaltación de los valores de paz y el respeto por los derechos humanos, que es de ustedes.

»Con este proyecto apostamos por la paz, deseamos que sea un espacio único donde reine el respeto, la comunicación, el entendimiento y el civismo. Aquí podrán venir a cualquier hora para charlar con sus amistades, para leer un libro, para realizar talleres o cursos, para pedir ayuda a los profesionales que con gusto estarán al servicio de cada uno de ustedes.

»No puedo retirarme sin antes dirigir unas palabras a las mujeres valientes que le apostaron nuevamente a la región. Las felicito, señoras. Hemos recorrido un largo camino lleno de pérdidas y dolor para llegar hoy aquí.

»Nosotras ya no somos víctimas, somos damnificadas de una terrible experiencia que hoy no recelamos recordar, pero que tampoco queremos relegar a los rincones del olvido.

»Ya no nos avergüenza saber que fuimos sobrevivientes de una parte sórdida y maligna de nuestra historia. Solo espero que algún día se haga justicia a nuestros seres queridos, que siempre estarán en nuestros corazones.

»Yo sé que, a pesar de las dificultades, algún día este hermoso país tendrá paz y los compatriotas estaremos unidos como hermanos. Y entre hermanos no hay cabida para odios, resentimientos ni temor.

»Gracias.

La gente se levantó y aplaudió por segunda ocasión, unos aplausos al unísono, que se traducían en admiración. “¡Gracias, Dios mío!”, pensó Olivia mientras volvía a su asiento, no sin antes encontrarse con la mirada de Miguel, quien le sonreía con orgullo. “Eres una valiente. Te amo”, le dijo con palabras mudas que ella entendió.

—Tu mujer aún me abisma con el corazón que tiene —le comentó Jorge a su hermano.

—No me mires así, ya te llegará tu hora y no dejaré de incordiarte.

Miguel siguió a su esposa con la mirada mientras realizaban la ceremonia de la luz, en la cual los asistentes prendieron una vela en homenaje a los muertos. El coro comenzó a entonar una última canción.

Miguel se acercó a Olivia, le tomó la mano y juntos prendieron una vela por ellos, por los que ya se fueron y por los que vendrían.