II
La actitud que mostró la amiga de Hugh al entrar en la sala, y la expresión de su rostro, le hicieron sentirse bienvenido, de modo que se decidió a abordar sin rodeos la cuestión de la que era incapaz de apartar su mente:
—No podía esperar más; tenía tantas ganas de contárselo... Acabo de regresar de Bruselas, donde he visitado a Pappendick. Dio la feliz casualidad de que estaba libre y dispuesto, además, a viajar a Verona; debió de llegar ayer.
Al interés entusiasta de la joven sucedió el éxtasis.
—¡Ah, qué encanto de hombre!
—Es un santo, sí... Pero el asunto está en el aire; le he dejado un margen de tiempo razonable para que vaya familiarizándose con el cuadro y ahora estoy pendiente de recibir un telegrama suyo; seguramente me lo enviará a mi club. Sin embargo mi nerviosismo me ha llevado —dijo abriendo los brazos y dejándolos caer, en un gesto que expresaba su dulce resignación—, bueno, me ha llevado a hacer justamente lo que he hecho: venir a verla, de tan agitado que estoy, a una hora intempestiva y sin haber sido invitado, aunque sólo sea para informarle de que he hecho mis gestiones.
—Oh, estoy simplemente encantada de que actuemos juntos en este asunto —dijo Lady Grace.
—¡Si de veras es así entonces todo me parece perfecto, maravilloso! —exclamó el joven.
—Es lo único que me importa y lo único en lo que pienso ahora. —Lady Grace continuó mostrando así su alegre dedicación al asunto—. ¡He estado dándole vueltas a la cabeza y he abrigado esperanzas!
Hugh respondió a esto al instante con una claridad absoluta:
—Acudí allí la semana pasada y Pappendick no estaba en su casa al principio, por lo que tuve que esperar, pero conseguí verlo. De regreso a casa me detuve en París, donde pasé cuatro estupendos días charlando con mis compañeros de allí y tuve ocasión de ver el extraordinario cuadro que tienen del maestro. Así que Pappendick ya habrá tenido tiempo suficiente.
—¿Se le ha acabado el tiempo? —preguntó ansiosa la joven.
—Seguramente... ya veremos. —Entonces Hugh postergó el hablar sobre este asunto para tratar de otro aún más importante—. Lo cierto es que por fin puedo decirle a usted cuánto lamento los problemas que le he ocasionado.
Lady Grace se sonrojó al instante y fijó en él una mirada seria.
—¿Qué sabe sobre mis problemas, si no le he contado nada?
—¿No puedo haberlo adivinado en una ráfaga de intuición? —Hugh tenía preparada la respuesta—. Ha buscado usted refugio en casa de su amiga frente a las consecuencias del enfado de su padre.
—Decir que he buscado refugio es quizá exagerado —replicó Lady Grace—, pero es verdad que no era agradable estar con él después de la hora que pasó usted allí —reconoció—. Y como comprenderá no podía acudir a Kitty.
—No, desde luego que no podía acudir a Kitty. —Y añadió sonriendo abiertamente—: ¡Me hubiera gustado verla acudir a Kitty! De modo que por mi culpa anda usted literalmente a la deriva; he ensombrecido y envenenado sus días. Está pagando con su paz y su bienestar el haber tenido la valentía de sumarse a mi protesta.
Lady Grace sacudió la cabeza y se apartó de él, pero enseguida se acercó de nuevo, como si aceptara la explicación de Hugh acerca de la causa principal de su situación, e incluso se sintiese aliviada por ella.
—¿Por qué dice eso si al final seré yo quien se vea recompensada? Quiero decir por su éxito, si de veras llega a hacer lo que se propone.
—¿Me da entonces su palabra de que, si entre los dos lo conseguimos, eso lo compensará todo para usted...? —dijo Hugh.
—¡Me sentiría avergonzada si no fuese así, si eso no lo compensara todo! —Lady Grace casi no le había dejado terminar—. Creo en esta causa tanto como usted, y la sinceridad y la convicción que mostró en Dedborough han sido un ejemplo para mí.
—Entonces me será de enorme ayuda —dijo Hugh con sencilla franqueza.
—Usted ya me ha ayudado —le respondió ella de inmediato. Y quisieron demorarse en este instante, en el que la intensa compenetración entre ambos se reflejó en sus ávidos rostros.
—Es usted maravillosa... ¡para ser una muchacha!
—Una tiene, desde luego, que ser una muchacha para ser la niña de la casa —dijo riendo Lady Grace— y eso es lo único que soy en la mía, pero en todo caso soy una niña honesta y recta.
Hugh se mostró arrobado.
—¡Es usted extraordinaria!
Esto quizá era cierto o tal vez no lo era, según pareció sugerir Lady Grace encogiéndose levemente de hombros. En cualquier caso desechó desdeñosa las palabras de Hugh para precisar a continuación su postura respecto del asunto principal.
—Me hago cargo de la situación en la que estamos.
—¡Yo también, Lady Grace! —exclamó Hugh con la mayor vehemencia—. Quien no se hace cargo es su padre.
—Él sí se hace cargo —le corrigió perspicaz Lady Grace—, de hecho no hay nada en el mundo de lo que sea tan consciente. Pero por desgracia está totalmente equivocado.
Hugh aceptó convencido su punto de vista: parecía que no hubiese nada en ella que no pudiera aceptar con idéntica convicción.
—¡Está totalmente equivocado! La súplica que le hice el otro día la interpretó como una queja insolente. Y cualquier queja...
—Cualquier queja se la toma como una ofensa, es cierto —asintió ella al instante y de manera rotunda—. Tiene una teoría según la cual aún es titular de ciertos derechos —dijo sonriendo—, pese a no ser más que un pobre lord.
—¿Cómo no va a tener derechos si lo tiene absolutamente todo?
—Ah, ni siquiera puede decirse que sepa eso; lo da por hecho. —Y trató de explicarse, con aire algo triste y desesperanzado—: Vive en su propio mundo.
—Vive en su propio mundo, sí, pero hace negocios en el nuestro lo mismo que la gente que viene en metro a la ciudad. —Esto le trajo violentamente a la memoria el presente más áspero—. Y hoy debe de estar aquí para hacer negocios.
—¿De modo que usted sabe que se ha citado con el señor Bender?
—Lady Sandgate ha tenido la amabilidad de avisarme —dijo Hugh, y tras echar una ojeada al reloj que había sobre la chimenea añadió—: Y me quedan tan sólo diez minutos como mucho. No le habrá sentado bien lo que dice el Journal. Seguro que ha leído el Journal, ¿no?
—No. —Lady Grace parecía distraída—. Leemos siempre el Morning Post.
—Es por eso, supongo, por lo que Lady Sandgate no me ha dicho nada al respecto —dijo Hugh comprendiéndolo todo con más claridad— y yo tampoco he querido decirle nada por una vaga consideración hacia ella. El caso es que han publicado esta mañana un editorial sobre Lady Lappington y su Longhi, y sobre Bender y sus adquisiciones, en el que dan por seguro que, a menos que tomemos medidas enérgicas, vendrán más y más Benders: toda esa horda conquistadora que está invadiendo una civilización tan antigua como la nuestra, pero esta vez a base de talonarios en lugar de lanzas y hachas de guerra. Se refieren al rumor que anda circulando ahora de que Lord Theign piensa vender su Moretto, diciendo que es algo demasiado monstruoso para ser cierto. Y se preguntan cómo habría que calificar el hecho de que él abrigue una intención tan deplorable... suponiendo que se confirme la otra noticia, relativa a un dictamen decisivo emitido por varias autoridades eminentes.
—Entre las cuales no es usted la menos importante, por supuesto —dijo Lady Grace, quien había escuchado con intensa curiosidad el relato de Hugh.
—Entre las cuales soy todavía, Lady Grace, la menos importante, por supuesto, con independencia de cómo me consideren. En cualquier caso aún tenemos tiempo, pero va a armarse un gran alboroto.
—¿Entonces es muy duro el editorial? —preguntó su amiga en tono suplicante.
—Diría más bien que es muy lúcido y muy inteligente... y lo mejor es que pone el dedo en la llaga, como suele decirse. Habrá causado ya un impacto enorme en la opinión pública. En todo caso, más que a ninguna persona en particular, se refiere a un estado de cosas, y nos exhorta a hacer algo para cambiarlo.
—Exacto —dijo Lady Grace, imbuida como estaba de la visión redentora—, pero en la medida en que ese estado de cosas lo encarnan determinadas personas...
—Oh, naturalmente que el editorial viene a ponerle el cascabel al gato, lo cual significa en realidad que consigue ponérselo a tres o cuatro.
—En efecto —reflexionó preocupada Lady Grace—, ¡Lady Lappington es un gato!
—En todo caso ya le pondrán el cascabel, y junto a ella al padre de usted —prosiguió divertido Hugh—, hasta el punto de provocar un escándalo; y un escándalo sólo puede ser bueno para nosotros... quiero decir para nosotros dos en particular. —Tuvo que hacer una pausa para reflexionar—. El asunto depende en gran medida, por supuesto, de cómo reaccione su padre ante el griterío.
—Oh, ¡sé que sabrá reaccionar! —La capacidad intuitiva de Lady Grace no decaía.
—¿Y lo hará del modo más noble y cabal?
—Bueno, eso ya lo comprobará usted. ¡O al menos lo haré yo!
Hugh, impresionado por su actitud, le rindió de nuevo homenaje:
—¡Insisto en que es usted maravillosa!
—Yo llego incluso a sorprenderme a mí misma —dijo riendo ella.
Sin embargo Hugh ya había vuelto a sus cálculos:
—¿A qué hora les llegan los periódicos?
—¿En Dedborough? Antes del desayuno, aunque tampoco es que lo tomemos muy temprano.
—Entonces eso es lo que ha motivado el telegrama a Bender.
—¿Pero qué pensará de la conversación con mi padre? —preguntó la joven.
Era obvio que Hugh, entretanto, no sólo había seguido el curso de sus pensamientos, sino que había permitido a éste conducirlo a una conclusión cierta.
—El señor Bender estará absolutamente encantado.
—¿Más que sentirse desmoralizado? —preguntó Lady Grace.
—Al contrario, ¡le levantará extraordinariamente el ánimo! El señor Bender, como él mismo me dijo de su noble anfitrión en Dedborough —prosiguió Hugh—, es un tipo estupendo, pero es también un producto del mundo de la publicidad, y la publicidad es lo único que entiende y ambiciona. Vive en ella lo mismo que un pez vive en el agua o el santo en la gloria.
Lady Grace acogió sus palabras como con cierta reserva.
—¿Pero no es posible que la publicidad, a fin de cuentas, se vuelva en contra suya en un caso tan especial como éste?
Hugh agitó el dedo índice en un gesto de negación que tal vez había aprendido de sus amigos extranjeros.
—Él sabe cabalgar sobre un gigantesco torbellino; lo tiene embridado y controlado.
Lady Grace dio por buena esta metáfora, pero se quedó cavilando.
—¿En qué va a consistir entonces nuestro éxito?
—En hacer que el animal se desboque con él encima y termine por arrojarlo al suelo. —Hugh quiso remachar la conclusión—: Si de lo único de lo que entiende en este tipo de lances es de publicidad, entonces se trata de proporcionarle publicidad, y de proporcionarle la justa. Cuando él crea que ya ha tenido suficiente, todos los demás juzgarán que ha tenido demasiada. Entonces nos alzaremos todos como un solo hombre y le venceremos.
La joven, quien seguía con cara pensativa, levantó las cejas y preguntó:
—¿Y si mientras tanto ya se ha hecho con el cuadro?
—¡Le venceremos antes de que pueda hacerse con él! —Hugh se recreó en la amplitud de su visión—. Nuestro plan debe consistir en orquestar la inevitable protesta; en ir preparándolo todo, hasta el comportamiento del propio Bender, su reacción ante el escándalo. —Hugh podía ya permitirse incluso sentir lástima de su víctima—. No lo verá venir ni por asomo.
Pese a haberse dejado arrastrar por su poder de convicción, Lady Grace mantenía sin embargo una reserva de cautela.
—Pero eso no sucederá a menos que él le haya echado antes el ojo al cuadro.
—Debemos hacer que le eche el ojo al cuadro... es decir al nuestro. Para eso es necesario excitar su entusiasmo; terminará así por codiciarlo de manera obscena. ¡Pero entonces nuestro deseo de preservarlo tendrá que ser mayor!
—Bueno, ¡puedes llevar a un caballo hasta el agua...! —Lady Grace, nerviosa, se sintió en la obligación de recordarle.
—Oh, ¡puede usted contar con que le haré beber!
Hubo un dejo en sus palabras que terminó de convencerla.
—¡Usted sí que es extraordinario, señor Crimble!
—Bueno, lo seré en cuanto me llegue el maravilloso telegrama. ¿Puedo venir a verla de nuevo desde el club para transmitirle las noticias de Pappendick? —pregunto Hugh.
—¡No faltaba más! Venga a verme.
—Sólo que —vaciló Hugh— no debería hacerlo hasta que se hubiese marchado su padre.
Lady Grace meditó también sobre ello, pero al poco rato tomó una decisión enérgica:
—Venga aquí en cuanto lo tenga. —Y añadió—: Pero acláreme antes una cosa. —Hizo una breve pausa mientras Hugh aguardaba expectante, pero terminó diciéndolo—: ¿Fue usted quien hizo que hablara de esto el Journal?
—Ah, ¡es muy difícil llegar hasta el Journal!
—¿Entonces quién se lo filtró?
—¿Lo del Mantovano y el peligro que corre? —Hugh se tomó un tiempo antes de contestar y al final no le dio la respuesta que buscaba; por lo demás, acababa de entrar de nuevo el mayordomo desde el vestíbulo. —¡Se lo diré cuando regrese! —dijo riendo.
La actitud de Gotch indicaba que estaba a punto de anunciar a alguien; entretanto el visitante en cuestión estaba ya subiendo las escaleras.
—¡El señor Breckenridge Bender!
—Ah, entonces me voy —dijo al instante Lady Grace.
—No me quedaré más de tres minutos —dijo Hugh acompañándola rápidamente hasta la puerta más próxima. Con aire animoso y optimista la observó desaparecer y luego miró a su alrededor, sonriendo de manera tan confiada y mostrándose tan deseoso de pasar lo antes posible a la acción que parecía que ella le hubiese lanzado un beso. En ese mismo instante entró Bender y se retiró Gotch cerrando la puerta tras de sí; aquél, tras reconocer a su joven amigo, alzó las manos con cordial regocijo.