V
—¡Su amigo parece muy acalorado! —comentó Lord John a su joven anfitriona tan pronto como se quedaron a solas.
—Ha recorrido veinte millas en bicicleta. ¡Y es verdad que aquello que le importa parece importarle mucho! —dijo sonriente Lady Grace.
Su acompañante se quedó en silencio un instante, como tomando nota de la vehemencia con la que le había dado la razón.
—¿Le conoce desde hace mucho?
—No, no mucho.
—¿No se han visto con frecuencia?
—Sólo una vez... hasta ahora.
—¡Oh! —dijo Lord John, tras lo cual hubo otra pausa. Pero al instante prosiguió—: Vamos a dejar pues que se calme. Yo no he recorrido veinte millas en bicicleta, pero en cambio he recorrido cuarenta en automóvil con la esperanza de tener la oportunidad de convencerla de que aquello que me importa también me importa mucho. —Y luego, como para paliar lo que tenía la situación de ligeramente embarazosa, y dado que ella esperaba que dijese algo más, añadió en un tono menos grave—: Entre todos la hemos hecho deslomarse; no debería usted permitirlo.
—¡Oh, en un día como éste...! —Quiso quitar importancia a su esfuerzo.
—¡Al menos yo no tengo días así muy a menudo, Lady Grace! No comprendí de antemano las dimensiones de la celebración —prosiguió—, ¡pero como he tenido la suerte de encontrarla sola...! —Se detuvo sin embargo para tomar aliento antes de terminar la frase.
Lady Grace le echó una mano como por amabilidad, pero lo que dijo resultó un poco insulso.
—Ya esté sola o acompañada, Lord John, me alegro siempre mucho de verle.
—Sus palabras tan tranquilizadoras me hacen preguntarme si no habrá, quizá, adivinado usted ya lo que quiero decir. —Lady Grace dejó esta vez que se preguntara lo que se quisiese sin confirmarle nada, de modo que Lord John hubo de valerse sin su ayuda—. Durante los últimos tres meses he tratado con el mayor respeto de hacer que usted comprendiese por sí misma lo que siento. Lo siento de manera muy intensa, Lady Grace, así que por fin... —Su sinceridad, teñida de impaciencia, tomó al cabo de un instante el impulso definitivo—: Bueno, la adoro sin descanso. Es usted mi ideal absoluto. Pienso en usted todo el tiempo.
Lady Grace midió su aprecio como si manejase un bonito trozo de cinta.
—¿Está seguro de conocerme lo suficiente?
—¡Creo que sé reconocer a una mujer perfecta cuando la veo! —Ninguna otra respuesta hubiera podido ser más impulsiva, y si bien la sonrisa de Lady Grace mostró una cierta ternura ante el error de Lord John, éste no dudó en proseguir—. ¿Quiere usted decir que no tiene suficiente interés en conocerme a mí? Si es así, podemos arreglarlo poco a poco, Lady Grace. —Estaba comportándose de manera galante, en conjunto—. Soy consciente de los límites de aquello que puedo mostrarle u ofrecerle, pero le desafío a encontrar algún límite a mi adoración.
Lady Grace aceptó su respuesta, aunque atribuyéndole un sentido menos grave, o más restringido.
—Creo que sería usted muy bueno conmigo.
Lord John aprovechó ávidamente estas palabras.
—Bueno, ¿acaso no es ése un buen comienzo? Haré cualquier cosa en la vida que usted me diga, aceptaré cualquier condición que me imponga, siempre que acceda a indicarme cuál es su modo de ver las cosas.
—¿No debería antes conocer un poco cuál es la suya? —preguntó Lady Grace—. Usted afirma que hará cualquier cosa que yo le diga, pero ¿no hay nada que usted mismo desee particularmente hacer?
Lord John miró a su alrededor, como buscando en aquel escenario algo capaz de sugerirle una idea.
—¿Quiere usted decir algo que dé dinero?
—Que dé dinero o que dé prestigio... o que simplemente ayude a matar el tiempo.
—Oh, ¿se refiere a lo que me cabe esperar si ejerzo una profesión? —Si era eso lo que quería decir Lady Grace, podía de inmediato demostrarle a ésta que no le daba ningún miedo—. Bueno, su padre, ese hombre tan encantador, ha tenido la amabilidad de darme a entender que me apoya, por considerarme hombre de bien y digno de todo apoyo; y he notado, como sin duda lo ha hecho usted, que cuando Lord Theign apoya a alguien...
Lord John la invitó así a terminar la frase; el final era obvio, pero Lady Grace utilizó un tono interrogativo.
—¿Ese alguien puede prometérselas muy felices?
—No me importa en absoluto que usted se ría de mí —respondió Lord John—, porque cuando abordé con él la cuestión de si accedería a ayudarme hablando con usted primero me rogó que tuviese presente que él le dejaba a usted plena libertad personal para decidir, pero que eso no significaba en modo alguno, ¡créame! —dijo juiciosamente el joven—, que le fuesen indiferentes sus decisiones.
—No —contestó Lady Grace—, a papá no le es indiferente lo que haga. Pero papá es un tipo grande.
—¡Lo es, sin duda! —Pareció entenderla a la perfección, lo que no impidió, sin embargo, que le asaltara un pensamiento turbador—. ¿Demasiado grande para usted?
—Bueno, me hace sentir, aun siendo mi padre, lo muy pequeña que soy yo en comparación.
Lord John le mostró que era fácil entender lo que quería decir con eso.
—Él es un gran señor, y lo es de verdad. El modelo, el prototipo de gran señor, de los pies a la cabeza. Así que puede usted imaginarse —dijo el joven— cómo me hace sentirme a mí... sobre todo cuando es tan amable conmigo. El hecho de que sea un tipo grande, como usted dice, y que sin embargo me apoye, siendo yo como soy, ¿no le parece que es una buena señal para mí, la mejor que cabía esperar? Porque lo que le propongo a usted sería muy del agrado de su padre.
Lady Grace reflexionó sobre sus palabras; seguramente percibió cómo Lord John se había ido volviendo más ingenioso o más sagaz bajo el impulso de su argumento, el cual hizo, por lo demás, que la respuesta de la joven pareciese una concesión:
—Sí, sería de su agrado.
—¿De modo que ha hablado con usted? —preguntó ansioso su pretendiente.
—No le ha hecho falta... Tiene otras maneras de hacérmelo saber.
—Sí, desde luego, tiene otras maneras, todas ellas muy personales... como todo lo que tiene. Es un hombre maravilloso.
Lady Grace estaba totalmente de acuerdo.
—Es maravilloso.
El tono que empleó pareció allanar a Lord John el camino hacia la conclusión que quería sacar.
—¿De modo que sabe usted lo que debe hacer?
—¡Ah...! —dijo Lady Grace con súbito desánimo.
—Quiero decir —se apresuró a explicarle su visitante— en el caso de que él le presente eso como la mejor idea que se le ocurre para usted. Si se lo presenta de ese modo, como estoy seguro de que lo hará, ¿le prestará usted de veras atención? Estoy sinceramente persuadido de que cuando me vaya conociendo mejor... —La confianza de Lord John adquirió en este punto una cualidad de arrojo.
—En el último cuarto de hora he tenido, en efecto, la impresión de conocerle mejor —respondió la joven.
—¿Acaso no es eso lo único que quiero? Aunque quizá deba preguntarle si usted se limita a eso... En cualquier caso —dijo Lord John—, ¿podré verla aquí de nuevo?
Lady Grace tardó unos instantes en contestar.
—Debe tener paciencia conmigo.
—La estoy teniendo ya. Aguardo la intercesión de su padre.
—Bueno, eso es lo que debe venir primero.
—¿Entonces no le rehuirá?
Lady Grace le miró de frente.
—Yo no rehúyo a nadie, Lord John.
A Lord John le pareció admirable su manera de decirlo.
—Se ha puesto usted muy guapa al decirme eso... y ya ve cómo me afecta. —Como para atenuar la espontaneidad de su comentario, añadió—: ¿Puedo contar con que también Lady Imber querrá hablar bien de mí?
—¿Que si la escucharé a ella? —La mención de su hermana sumió al instante en el desánimo a Lady Grace—. No, Lord John, permítame decirle de entrada que no lo haré ni mucho menos. Kitty es otro asunto completamente distinto; nunca la escucho más de lo estrictamente necesario.
Tras escucharla Lord John pensó, al parecer, que su sentido del honor le impedía abandonar así como así a quien se había presentado a sí misma como su aliada.
—Me parece que es usted un poco dura con ella. A su propio padre le agrada mucho escucharla en los momentos en que está más animado.
Tras escuchar esto la joven clavó su mirada en él: no había en ella indulgencia alguna hacia la extrema inanidad de la observación de Lord John.
—Si lo que quiere decir es que es la persona más alocada que puede uno conocer, y que nunca está tan guapa como cuando se ve en los peores apuros, y que, siendo como es tan lista para aquellos asuntos en los que tiene algún interés particular, ha aprendido cómo engatusarlo hasta el punto de que ya sólo ve el mundo a través de sus ojos... si es eso lo que quiere decir le entiendo a la perfección. Si le parece muy feo que hable así de mis seres queridos, debe saber que las razones por las cuales él confía a veces en su hija mayor no son las mismas que impulsan a la menor a confiar en él.
Lord John miró fijamente a Lady Grace como si ésta acabase de mostrarle un extraño objeto tembloroso.
—Entonces puede que no tenga una confianza absolutamente ilimitada... —dijo tras salir de su embobamiento.
—¿En nadie que no sea él? —Lady Grace completó rápidamente la frase—. Naturalmente que no la tiene, y eso es lo que debemos comprender. De modo que si usted le cae tan bien como piensa —con razón, no se lo discuto— no es por mérito suyo o porque usted sea un tipo estupendo, sino porque a él se le ha antojado creer que lo es.
—¿Quiere decir que si yo no lo fuese él seguiría empeñado en creer que está en lo cierto?
Lady Grace estaba, en efecto, convencida de ello.
—Exactamente. Así empezó con Kitty... Me refiero al hecho de permitirle todo.
Lord John parecía muy impresionado.
—Sí... Y le sigue dando dos mil.
—Me alegra enterarme de eso... ¡Kitty nunca me había dicho cuánto! —dijo Lady Grace sonriendo abiertamente.
—¡Entonces quizá no debería haberlo dicho! —Lord John brilló con la luz del arrepentimiento.
—Bueno, ya no puede evitar que lo sepa —dijo su acompañante con aire divertido.
—¿Cree que debería darle a usted la misma suma? —preguntó Lord John—. Estoy seguro de que lleva usted razón, y de que él lo hará —prosiguió con las mejores intenciones—, pero me gustaría que comprendiera que me tiene sin cuidado que lo haga o no.
Lady Grace le dedicó la mirada más prolongada que jamás le había dedicado.
—¡Es muy amable al decir eso!
Si el comentario había tenido una intención irónica, ésta resultó frustrada al caer Lord John en la cuenta de que ya no estaban solos. Había allí una tercera persona, que tras haber entrado por la terraza, tardó aún en acercarse a ellos el tiempo suficiente como para permitir a Lord John hacer otra pregunta.
—¿Le dejará que le exprese a usted el buen concepto que tiene de mí? ¿Y me permitirá a mí volver luego para oírle contar lo que ha sucedido?
La respuesta de Lady Grace consistió en volverse hacia la persona que se aproximaba a ellos.
—Padre, Lord John quiere que me cuente lo bueno que usted le considera.
—¿Bueno? ¿Bueno para qué? —dijo Lord Theign de forma un poco absurda mientras miraba alternativamente a Lord John y a su hija.
—Creo que debo pedirle a él que se lo explique.
—Entonces le daré la oportunidad de hacerlo... Además te rogaría que salieras otra vez para lidiar con esos niños tan agobiantes.
—¡No me diga que le están agobiando a usted, padre! —dijo la joven con cierto retintín.
—Si lo que insinúas es que les he estado agobiando a ellos, supongo que estás en lo cierto —replicó Lord Theign—, a juzgar por el paisaje inmenso que componían seiscientas caras anodinas y perfectamente inexpresivas mirándome boquiabiertas. Luego fui vertiendo consejos —¡y menudos consejos!— mientras ellos sostenían el cubo con la misma placidez con la que mi perro de muestra mantiene tiesa la espalda cuando le rasco. El cubo, bajo el chorro...
—¿Iba a desbordarse con seguridad? —sugirió Lady Grace.
—Bueno, era lógico que la ola de la inteligencia, después de retroceder, rompiese con estrépito. Tienes que ocuparte de ellos —insistió Lord Theign.
Su hija sonrió, pese a todo, con ostensible frialdad.
—Padre, usted primero estimula mucho a la gente y después deja a otros la tarea de decepcionarla.
—Las dos tareas —respondió al instante— requieren personalidades diferentes. —Y fue el hábito de la autoridad, que no de la rudeza, lo que le impulsó a añadir—: ¡Vete!
Se trataba de un imperativo absoluto: Lady Grace se sometió a él, deteniéndose tan sólo un instante para mirar alternativamente a los dos hombres como si acabase de comprender algo. Se alejó hacia la terraza suspirando con fatiga y resignación, y después desapareció.
—La personalidad que es capaz de decepcionarle a uno... ¡me gusta mucho eso! —dijo Lord John. Estas palabras, prescindiendo de su elegante desenfado, fueron quizá algo imprudentes, a juzgar por la mirada severa que le lanzó Lord Theign cuando se hubieron quedado solos.