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Margherita se había ido dos días. A Milán, por motivos de trabajo.

Yo regresé directamente a mi apartamento con la intención de entrenarme una media hora. Desde que me había semitrasladado a casa de Margherita, había organizado en mi apartamento un rincón de gimnasia con unas pesas y un saco de boxeo.

Algunas veces conseguía ir al gimnasio de verdad, saltar a la cuerda, golpear el saco y combatir unos cuantos asaltos. Y recibir unos cuantos puñetazos en la cara por parte de unos chicos ya demasiado rápidos para mí. Otras veces, en cambio, cuando era demasiado tarde, cuando no tenía tiempo o no me apetecía preparar la bolsa de deportes e irme al gimnasio, me entrenaba por mi cuenta en casa.

Estaba a punto de cambiarme, pero pensé que aquel día ya era demasiado tarde hasta para entrenarme en casa. Además, estaba casi satisfecho de mi trabajo —lo cual me ocurría muy raras veces— y, por consiguiente, ni siquiera experimentaba la sensación de culpa que por regla general me impulsaba a emprenderla a golpes con el saco.

Así que decidí prepararme la cena. Desde que se iniciara mi relación con Margherita, en cuyo apartamento solía pasar bastante tiempo, mi frigorífico y mi despensa siempre estaban bien abastecidos. Antes no, pero, a partir de entonces, siempre.

Me doy cuenta de que puede parecer una situación absurda, pero es así. Puede que fuera mi manera de asegurarme de que mi independencia estaba en cualquier caso a salvo. Puede simplemente que el hecho de convivir con Margherita me hubiera llevado a estar más atento a los detalles, es decir, a las cosas más importantes.

En resumen, sea como fuere, siempre tenía el frigorífico y la despensa llenos. Además, incluso había aprendido a cocinar. Y creo que eso también estaba relacionado con Margherita. No sabría explicar exactamente de qué manera, pero estaba relacionado con ella.

Me quité la chaqueta y los zapatos y me dirigí a la cocina para ver si tenía los ingredientes necesarios para lo que había pensado preparar. Judías blancas, romero, un par de cebollones, huevas prensadas de atún. Y espaguetis. Había de todo.

Antes de empezar, fui a elegir la música. Tras pasarme un rato indeciso delante de la estantería, escogí las poesías de Yeats con música de Branduardi. Regresé a la cocina cuando ya estaba empezando a sonar la música.

Puse a hervir el agua para la pasta y le eché sal de inmediato. Una costumbre personal mía, porque, si no lo hago enseguida, se me olvida y la pasta me sale sosa.

Limpié los cebollones, los corté en rodajas finas y los puse a freír en la sartén con el aceite y el romero. Al cabo de cuatro o cinco minutos añadí las judías y una pizca de guindilla. Los dejé cocer mientras echaba en el agua doscientos gramos de espaguetis. Los escurrí cinco minutos después, porque a mí la pasta me gusta muy entera, y los salteé en la sartén con el condimento. Tras haberlo puesto todo en el plato, lo espolvoreé abundantemente (más de lo que exigía la receta) con los huevas de atún.

Me puse a cenar casi a las doce de la noche y me bebí media botella de un vino blanco siciliano de catorce grados que había probado unos meses atrás en una enoteca y del que al día siguiente me había comprado dos cajas.

Al terminar, cogí uno de los libros del montón de las últimas adquisiciones, todavía sin leer, que había dejado en el suelo al lado del sofá. Elegí una edición de bolsillo de Penguin Books.

My family and other animals, de Gerald Durrell, el hermano del más famoso —y mucho más aburrido— Lawrence Durrell. Era un libro que yo había leído en traducción italiana muchos años atrás. Bien escrito, inteligente y, sobre todo, hilarante. Como pocos.

Últimamente había decidido retomar el inglés —de muchacho lo hablaba casi bien— y por eso había empezado a comprarme libros de autores norteamericanos e ingleses en su idioma original.

Me tumbé en el sofá, me puse a leer y, casi simultáneamente, a reírme solo sin recato.

Pasé sin darme cuenta de las carcajadas al sueño.

Un sueño bueno, fluido, sereno, lleno de ensoñaciones juveniles.

Ininterrumpido hasta la mañana del día siguiente.