XI bis

Intermedio de risas y bostezos.

Qué desgarbada salida de tono, qué frígido crescendo, ¿has visto, lector? Apuesto a que no te ha gustado, tampoco a mí me gusta. Pero mira, lector, yo no hago ningún esfuerzo por gustarte o gustarme, y tú tienes que entenderme: mi pasión devoradora es el aburrimiento, nunca me divierto tanto como cuando me aburro y muero de tedio. ¿Queremos poner las cartas sobre la mesa? He pasado demasiado tiempo rodeándome el corazón de alambre espinoso, vulcanizándolo, biodegradándolo; demasiado tiempo leyendo mi pasado con el carbono 14, mi futuro en los posos de café, mi presente en las manchas de Rorschach… Descubriéndome encima cada vez el sello de una sentencia de desconocidos, yo, José K. segundo, noqueado por un tribunal de encapuchados, inquirido, martirizado por un jurado de próceres ciegos…

¿Divago? Claro. ¿Desconecto? ¿Quién lo niega? Los franceses llaman «pequeña muerte» al decaimiento después del amor… Yo escribo en un estado de perpetua «pequeña muerte», con sobresaltos de histérica hilaridad. Y sé perfectamente que lo he equivocado todo desde el principio, y que el incipit correcto era otro, un espionaje de mí mismo para introducirlo a escondidas en la caja de las denuncias, como en aquel lamento de un subsuelo hace más o menos un siglo: «Soy un hombre solo, soy un hombre enfermo…». Alguien me ha precedido, siempre me precede alguien. Aunque yo esté enfermo con mayor derecho que él, una metástasis de pies a cabeza; pero inepto para crecer en forma de presencia trágica, de hombre. Que si es así, ¿por qué no intentar salvarme con la alegría? Me han prometido enseñarme una cura, no sé exactamente cuál, pero me gusta el nombre: training autogeno. Pues bien, intuyo que se parece un poco a lo que ya estoy haciendo: escribir cosas a cuál más grotesca, en tanto que copista embustero, con todas las luces sobre mi cara, y aparecer como su héroe vencedor. Del mismo modo que hace años, en la inminencia de cualquier noche en blanco, yo me inventaba, yaciendo sobre el costado derecho, una Pau-Luchon de ciclismo-ficción, con los excelsos escaladores de todos los tiempos, Trueba, Bottecchia, Gaul, Bartali, Binda, Coppi, Robic, Vietto, Bahamontes, y yo con ellos, derrotándoles a todos en la última cuesta, en el barro.

Una revancha de niño, ni que decir tiene, pero bastante eficaz como para tener razón en contra de mí, y ponerme cada noche una corona en la cabeza.

Así que dirige hacia mí tus ojos, terapeuta lector, mi solitario socio y enemigo. Vamos, repite conmigo: «¡Qué aburrimiento, qué divertido, qué bostezos, qué carcajadas de muerte!».