DEFINEN las quadras los portugueses como estrofas de cuatro versos heptasilábicos en las que rima el primero con el tercero y el segundo con el cuarto, es decir, concluyen, de redondilha maior. De estas mismas estrofas decimos los españoles que están formadas por cuatro versos octosilábicos (damos distintos nombres a versos de igual medida) y que se llaman cuartetas, pues las redondillas son para nosotros aquellas en que riman primero con cuarto y segundo con tercero. Todo es tan similar entre portugueses y españoles, que llevamos siglos subrayando las diferencias para disimular las identidades.
Porque sus quadras son iguales que nuestros cantares, nuestras canciones o nuestras coplas. De hecho, el autor de las contenidas en este libro, el inmenso Pessoa, las llama según los casos quadras, cantares, cantigas, cantigas de portugueses, trovas, cançoes y hasta cantos. Llega incluso a escribir alguna dolora, a la manera de las de Campoamor, pero en ese caso la rima sigue el modelo de nuestras redondillas. A mí me ha parecido que cantares sintetizaba con la palabra más usual y de larga tradición, tanto popular como literaria, esta diversidad de denominaciones que los editores pessoanos han sintetizado a su vez, en diferentes ediciones, como Quadras ao Gosto Popular[1], Quadras e Outros Cantares[2] o Quadras[3] a secas.
No han merecido estos breves poemas del Pessoa ortónimo la consideración de los más extensos firmados por sus heterónimos, sin duda porque las obras de éstos suponen tal aportación a la poesía que unas simples coplas, por más que sean de Pessoa, no han llegado a despertar el mismo interés en traductores y lectores. Sin embargo, las quadras son para el poeta su manera más portuguesa de escribir poesía, aquella que le liga de raíz a un idioma que tardó en elegir como lengua literaria, ya que sus primeros ensayos poéticos, a raíz de su larga estancia juvenil en Sudáfrica, los escribe en inglés, y es autor de una importante producción en dicha lengua, en la que había adquirido la mayor parte de su formación literaria.
Además, las quadras le acompañan a lo largo de su vida, son la única estrofa a la que se mantiene fiel desde su infancia hasta muy poco antes del final. De hecho, el primer poema que de él se conserva, escrito a los siete años, fue una quadra dirigida a su madre, que le había planteado la disyuntiva de quedarse en Lisboa con sus tías o acompañarla a ella a Durban, en Sudáfrica, donde su segundo marido acababa de ser nombrado cónsul. El niño, huérfano de padre, no quiere separarse de la madre, y le entrega un papel dedicado «A mi querida mamita», en que ha escrito:
Ó térras de Portugal
Ó terras onde eu nasci
Por milito que goste delas
Inda gosto mais de ti.
(Oh tierras de Portugal,
oh tierras donde nací,
por mucho que yo las quiera
mucho más te quiero a ti)[4].
Es su primera quadra, escrita en 1895. Las últimas de cuya fecha de composición se tiene constancia son posteriores a agosto de 1935, unos pocos meses antes de su muerte, con lo que podemos afirmar que su escritura se extiende a lo largo de los cuarenta años de su vida literaria y le acompaña desde la infancia a la tumba. Unas pocas, las primeras, están fechadas en 1907 y 1908, algunas pueden fecharse en los años 20 y 30, otras son de época indeterminada, pero la gran mayoría fueron escritas en el último año de su vida, el que va del verano de 1934 al verano de 1935. Por entonces (con posterioridad a mayo del 35) las reúne en 60 hojas manuscritas que guarda en un sobre verde con el título de «Quadras», título con el que figuraban también en una lista de obras en marcha o proyectadas que elabora en junio del 34, precisamente cuando empieza a escribir la mayor parte de ellas.
Hay algunos textos en prosa en que Pessoa se refiere a esta estrofa:
En 1914, en una breve nota que precede al libro Missal de Trovas de Antonio Ferro y Augusto Cunha, Pessoa escribe:
«El cantar es el tiesto de flores que el Pueblo pone en la ventana de su Alma.
Desde la órbita triste del tiesto oscuro la gracia exilada de las flores contagia su mirada de alegría.
Quien hace cantares portugueses comulga con el alma del Pueblo, humildemente de todos nosotros y errante dentro de sí misma.
Los autores de este libro realizaron sus cantares con destreza lusitana y fidelidad a lo instintivo y desprendido del alma popular.
Elogiarlos más sería elogiarlos menos[5]».
Y en 1935, el año de su muerte, en un ensayo en que ejemplifica cuánto de saber instintivo y cuánto de aprendizaje conforman al verdadero poeta, describe cómo enseña alguien a escribir tales versos, después de «haberles hecho varias disertaciones sobre poesía lírica en particular, y después de algunos excursos sobre métrica portuguesa y sobre la técnica de la quadra heptassilábica, de haberles explicado también en qué condiciones dejar libres y en qué condiciones rimados los versos primero y tercero, acabando por describirles el proceso sutil pero difícil de la yuxtaposición /emotiva/ de inconexos por la que quedan ligados, por un vago e imperceptible hilo de sentimiento, por un igual e impalpable ritmo emotivo, elementos intelectuales que entre sí tienen poca relación, o relación ninguna[6]».
No son éstas las únicas ocasiones en que Pessoa expresa su admiración por dicha estrofa popular. Lo hace, por ejemplo, cuando en un cuento filosófico inédito, que cita también Sobral Cunha, escribe: «hay poemas perfectos de cuatro versos ¿por qué no los habría de 400?», donde al hablar de «poemas perfectos de cuatro versos» se refiere sin duda a las quadras; o en un fragmento con lagunas, recogido por la misma investigadora, donde afirma: «Una frase bien cortada, una quadra (…) añaden algo al sistema del universo[7]».
Todo lo cual subraya una vez más la seriedad con que Pessoa se acerca a los cantares, esa forma tradicional en la que ve la máxima expresión del «lirismo puro» en que se expresa «el alma del pueblo».
¿Por qué habría que considerar, pues, estos cantares pessoanos como «obras menores»? ¿Por su brevedad? Más breves son los jaikus japoneses y ya nos hemos acostumbrado a apreciar su pequeñez como una virtud y no como un defecto. ¿Y qué decir de nuestras coplas, de nuestros cantares populares? Bastaría citar a tres personas de una misma familia, Antonio Machado Álvarez, Manuel Machado y Antonio Machado para, sin más comentario, situarlos en el altísimo lugar que ocupan en el universo de nuestra poesía. «Demófilo», el padre, los recopiló. Manuel y Antonio, los hijos, los escribieron, al tiempo que incorporaban mucho de su espíritu a su propia poesía. Don Antonio, coetáneo de Pessoa y aficionado, como él a los heterónimos, integra en su obra no pocos «cantares» y publica, por ejemplo, unas «Coplas populares andaluzas» en su Juan de Mairena de 1936, de las que recojo aquí un par que podrían perfectamente ser «quadras» del portugués, y que están escritas en la misma época en que éste escribe la mayor parte de las suyas:
Quisiera verte y no verte,
quisiera hablarte y no hablarte;
quisiera encontrarte a solas
y no quisiera encontrarte.
*
La pena y la que no es pena,
todo es pena para mí:
ayer penaba por verte;
hoy peno porque te vi.
Populares o cultos, los cantares, las coplas son en muchos casos la quintaesencia de nuestra lírica. Y lo mismo sucede en Portugal. Pessoa lo sabía, y por eso, además de sus muchos experimentos y hallazgos poéticos, cultivó con agrado esta forma popular, con la que se sentía ligado a lo más hondo de su tradición poética.
Así lo percibí yo desde mis primeras lecturas, y siempre me extrañó que las quadras pessoanas no hubieran sido traducidas al castellano (como tampoco lo había sido antes su Mensagem, que me cupo el honor de verter por primera vez a nuestro idioma). Llevo años disfrutando con ellas y trabajando en su adaptación, que no tendría sentido, a mi entender, si no la hubiera hecho manteniendo siempre la medida de los versos, octosilábicos según nuestra cuenta, y en bastantes casos, en todos los que ha sido posible, la rima, a menudo consonante dada la cercanía de nuestra lenguas, y en otros casos asonante, que suele ser suficiente para que siga viva la resonancia y el cantar suene a cantar.
Pues cantares son, y cantables la mayoría de ellos. Póngaseles música de flamenco, de muñeira o de jota, y se comprobará que en el trasvase a nuestra lengua no han perdido nada de su condición lírica, es decir, de su disponibilidad para ser musicados y cantados.
Me he tomado, eso sí, algunas pequeñas libertades en mi traducción, pues ésa era la única forma de ajustar los cantares al ritmo y a la rima, aunque sin falsear nunca lo escrito por el poeta. Como la edición es bilingüe, fácil le resultará al lector interesado comparar los textos en ambos idiomas y juzgar lo acertado o no de mi versión. Yo les di muchas vueltas a estas coplas hasta que llegué a la conclusión de que sólo medidas y rimadas en castellano tenía sentido su traducción. De no hacerlo así, perdían buena parte de su gracia.
Mi primera versión la hice a partir de la edición de Ática, la única existente durante muchos años. Joaquim Manuel Magalháes me hizo llegar más tarde la publicada por la Imprenta Nacional-Casa da Moeda, que por su carácter de edición crítica modifica algunas de las lecturas hechas por Lind y Prado-Coelho, al tiempo que aumenta el corpus de 315 a 420 textos, así que traduje el centenar de nuevos cantares y modifiqué unos cuantos de los ya traducidos. He adoptado la numeración de Luís Prista en esta edición, pero aunque él incorpora cronológicamente a su edición todas las quadras incompletas, yo he agrupado todas menos una (la 148, completa en castellano) al final del libro, aunque conservando sus números. A ello se deben los saltos en la numeración general que el lector encontrará: las que faltan son las quadras incompletas, que podrá leer al final del volumen. Para la fijación de los textos, he aceptado en casi todos los casos la lectura de Prista, aunque en tres o cuatro ocasiones dudosas he optado por otra de las opciones que él mismo sugiere. En cuanto a la ortografía, al reproducir la edición crítica la usada por Pessoa, anterior a la reforma ortográfica actualmente en uso, la he sustituido por la actual, como hacen las otras tres ediciones de las Quadras citadas.
Aquí está, pues, el resultado de mi trabajo. No los textos de Alvaro de Campos, Alberto Caeiro o Ricardo Reis, sino unos pocos de los que asumió el propio Pessoa como suyos, los más populares, los más sencillos. Cantables, incluso. Su lectura añade una faceta más a ese poliédrico poeta que recuperó para Portugal y para su lengua la universalidad que a partir de él nadie ha podido ya negarle. También con estos «Cantares de portugueses» que, como los anónimos y populares, saben encontrar la poesía en los detalles más sencillos y humildes de la vida:
¡Ay, platos de arroz con leche
con dibujos de canela!
¡Mano blanca que los trajo!
¡Mano blanca que es la de ella!
J. M.
febrero de 2006