COMPARTIREMOS SUEÑOS

 

 

 

Era la rutina de los últimos meses. Andreu Martorell se despertaba con la certeza de que hoy volvería a ser un día ajetreado. En efecto, la llamada del comisario minutos después le daría la noticia de tener que presentarse cuanto antes en comisaría para dirigirse con sus compañeros a la Plaza del Carmen, en el centro histórico de Valencia. Los ciudadanos se habían movilizado y hacían falta algunos efectivos por si a los de arriba se les antojaba dar la orden de cargar contra ellos. Todo era cuestión de si los asistentes tendrían que correr entre golpes y detenciones.

La llamada a Joan, su hermano menor, lo hizo sentirse aún peor. Cada mañana lo llamaba para preguntarle si hoy estaría en alguna de las movilizaciones. La intención de advertirle del peligro era correspondida con la negativa del hermano a prescindir de la lucha por conseguir sus derechos como estudiante. Era triste ver a su hermano en urgencias mientras cosían su brecha en la cabeza, terminando de escupir la sangre de la boca después de perder algún diente que otro, provocado por los golpes de las porras.

La situación de su hermano mayor no era muy diferente. Un obrero en paro sin más recursos que el de haber llevado media vida trabajando. Dos hijos, y una esposa que hacía lo imposible por encontrar cualquier trabajo temporal. Era la forma en la que esperaban algún beneficio y así evitar que las mensualidades de la hipoteca se retrasasen más tiempo. Lo importante era regatear al desahucio.

Andreu ayudaba en lo que podía. Su condición de funcionario lo dotaba de tranquilidad respecto a su salario. Le permitía poder ayudar con lo que pudiese  a sus hermanos, aunque la hipoteca, los gastos y el coche consumían la mayoría del sueldo. A pesar de ello, se esforzaba por ayudar a Joan con la matrícula de la universidad. Este año se había incrementado el doble. Si no fuera por él no hubiese habido otra manera de pagar sus estudios. A su hermano mayor lo apoyaba con cualquier dinero destinado a pagar la guardería de su hija pequeña, el bus del mayor hasta el colegio o simplemente prestando ayuda en encontrarle alguna oferta de trabajo.

Terminado el desayuno se dirigió a la comisaría donde lo esperaban todos sus compañeros. Al llegar los vestuarios estaban hasta los topes. Chalecos, rodilleras, cascos, botas; todo lo necesario por si la carga se efectuase esa misma mañana. La mayoría de ellos se quejaban y tenían que acatar órdenes, aún a sabiendas que alguno de ellos tenía algún familiar en la calle o conocido sufriendo en pésimas condiciones. Como en todo grupo de personas siempre hay algún rezagado con pensamientos un tanto extremistas, y ese era Antonio. Un joven sin ninguna mala experiencia en la vida, y tal vez, ningún problema económico ni nada parecido. No tuvo más que acabar por reírse al pensar en su desahogo con los manifestantes, exclamando con satisfacción: «la porra ya está caliente». Tal vez su concepción cambiase cuando se encontrase frente a él con familiares en alguna carga policial de cualquier protesta.

Tras prepararse los uniformes para el día todos subieron a los furgones, aparcados frente a la comisaría, listos para salir a las cercanías del lugar indicado. El viaje fue corto. Callejearon hasta la calle de Roteros junto a la Plaza del Carmen. Allí todos bajaron al unísono de los furgones policiales y tras la orden del comisario comenzaron a formar un anillo de contención en torno a la manifestación.

Esta vez, la concentración era bastante mayor. La plaza estaba saturada y todos los integrantes del cuerpo de seguridad hablaban de los pocos efectivos que eran para tanta gente. El comisario avisaba que Valencia estaba soportando varias manifestaciones el mismo día, al igual que todo el país. La preocupación se disipó al llegar el resto de efectivos. Ante tales circunstancias frente a ellos un compañero dirigió unas palabras a Martorell:

— Fíjate como está la situación. Cada día hay más de una manifestación por ciudad.

Sin embargo, la atención de Andreu estaba más pendiente de lo acontecido en la plaza que en las palabras de su compañero. Tras una hora de mantener la posición y ningún altercado ni nada parecido, su atención quedó fijada en un joven a punto de hablar para una multitud que esperaba escucharle. Subido sobre una estatua, ya había empezado a transmitir sus palabras cuando el protagonista dejándose llevar decidió guardar la porra en su cinturón y prescindir del casco que portó con seguridad sobre su brazo. Caminaba hasta el punto de reunión cuando uno de sus compañeros le advirtió:

— No seas loco.... ¡Quédate aquí!

— Tranquilo, solo quiero oírle —aclaró el protagonista mientras caminaba hacia el gentío.

Los indignados se quedaban absortos al ver a un policía nacional acercarse sin casco y sin ninguna intención de atacar a nadie. Él se abrió paso entre la masa hasta acercarse lo suficiente donde la gente no dejaba de mirarle con intranquilidad. La cara del personaje reflejaba un gran enigma mientras su mirada no se apartaba de la figura de aquel hombre. Incluso una conversación que nada tenía que ver terminó tras un fuerte chistado del agente, demostrando la atención prestada al mensaje del indignado.

Una vestimenta algo desastrada y unas rastas hasta la mitad de su espalda, el interés de Andreu crecía mientras el portavoz comunicaba al resto de personas su mensaje:

No queremos más que poder ver la televisión sin que intenten inculcar ideología alguna. Contrarios a la privatización de hospitales y áreas médicas que supongan un atentado grave para la sanidad pública y al pago de la misma. Una política que dé la oportunidad de participación libre donde el pueblo pueda estar representado en su totalidad, sin engaños y de forma eficiente.

Nos negamos a actuar con violencia o cualquier acto que conduzca a ello, al igual, rechazamos las cargas realizadas por los cuerpos de seguridad con el fin de acallar las voces de aquellos que lo han perdido todo, que ven su futuro peligrar u otros que luchan por un ideal en común defendiendo sus intereses de forma pacífica.

La posibilidad para hacer de nuestros colegios, institutos o universidades públicas centros de educación competentes en todos los ámbitos posibles. No es justo que jueguen con los sueños de las personas, en un país manchado por la desilusión y la desesperación de la población de no saber qué pasará o qué será de cualquiera de nosotros el día de mañana.

Molestos con un modelo económico pendiente de los de arriba, sin dar importancia a aquellas personas que verdaderamente mueven la actividad económica en un país, los ciudadanos.

Cansados de campañas electorales que lo único que buscan son votos para gente sin valores. Dolidos por promesas que nunca se cumplieron. Contrarios a perder la dignidad como pueblo al aceptar que se nos trate como marionetas de los más poderosos.

Tristes al ver una sociedad en la que el gran motor del país, el ciudadano, es el verdadero desamparado y perjudicado por las políticas de unos pocos, de injustas preferencias a los bancos, y de tratar a la economía como un aspecto superior a cualquier valor moral y ético.

A pesar de esto, nosotros que nos hacemos llamar pueblo, somos quien verdaderamente importa aquí. Debemos acabar con esto y dar una solución a favor de los intereses de los ciudadanos de a pie.

¿Quién nos devolverá nuestros hogares? ¿Quién nos hará recuperar la ilusión de ver algo mejor?

 

Concluido el discurso, Andreu se abrió paso cabizbajo y pensativo acerca de lo oído algunos pasos atrás. Tras aparecer de entre la multitud fue sorprendido por el comisario que le preguntó alterado:

— ¡Qué hacías allí dentro! No podemos mezclarnos con ellos.

— Comisario Contreras, en el caso de efectuarse alguna carga contra los manifestantes, me gustaría quedarme al margen —decepcionado, dejó caer a su superior.

— Andreu, si por mi fuera no abríamos venido y yo sería el primero que estaría movilizado por nuestros propios derechos pero, aunque las cuestionemos, son órdenes de los de arriba.

Asintió y se colocó de nuevo en la fila de agentes mientras veía como la gente gritaba y reivindicaba los derechos que a todos les habían sido privados. Estudiantes, funcionarios, inmigrantes, desempleados, ancianos, acampados, incluso era posible ver a niños junto a sus padres. Todo captado por los ojos del protagonista, no hacía más que hundirle en la más grande de las reflexiones. Comenzaba cuestionarse el por qué estaba allí y si en verdad defendía el estado de derecho como decían aquellos políticos de los que tanto nos avergonzamos ahora.

Tres horas de sentada dieron como resultado una plaza abarrotada de indignados expresándose pacíficamente como ocurría a diario. La poca presencia policial frente a la multitud encendió la alarma y la inseguridad crecía para alcaldes, concejales o aquellos dependientes de la política. La llamada al comisario Contreras fue tajante. La orden estaba dada: «despejar la plaza, ¡Qué la manifestación vaya terminando ya!». La policía estaba informada de lo sucedido pero ningún compañero se daba por aludido e intentaba evitar ser el primero que iniciase la carga. Por más órdenes dadas al jefe, éste se daba cuenta de lo que pensaban sus subordinados. No era de extrañar, ninguno daría el primer paso si ni siquiera estaba de acuerdo con ello. El disparo de una pelota de goma de alguno de sus compañeros, por la parte de atrás, encendió la chispa y la alarma en la multitud de manifestantes. Llenos de valor los indignados corrieron hacia los guardias. Los compañeros ya estaban preparados para la carga cuando el confuso del grupo, en un acto de lucidez, guardó de nuevo su porra ante la confusa mirada de sus compañeros y abandonó la fila. Caminaba hacia la multitud que se dirigía hacia él. Cuando el gentío se encontraba a dos pasos de él, el policía alzó las manos dando a entender su actitud de concordia viendo pasar a todos los participantes de la marcha como si nada, rozándole mientras caminaban en dirección opuesta.

Puede ser. Algún ideal encontraría eco en su interior pero, ese mismo día, él fue uno más de aquellos muchos que ven un futuro más allá del ambiente grisáceo en el que viven. Porque juntos comparten sueños que no pueden esperar más.

 

El conocimiento de la realidad es lo único que puede despertar nuestra conciencia.