La telaraña de la pareja: la etapa de la fusión

Es el momento de regresar a los recodos de la telaraña de la pareja. Una pista útil para la armonía en la convivencia de los enamorados es compartir aquel secreto de la evolución. Las palabras no son, fundamentalmente, un canal para explicitar las convicciones propias, sino el conducto para poder intuir lo que está cavilando la mente del otro. Sólo cuando esto se descubre surge la oportunidad de ayudarle o influirle. La mayoría de las parejas, por desgracia, dedica mucho más tiempo a intentar explicar lo que piensa cada uno que a intuir lo que piensa el otro.

La fusión entre dos organismos -el primer rellano de la escalera de la convivencia- está prácticamente libre de obstáculos. Con o sin lenguaje, los primeros embates de la vida de la pareja ocurren en la etapa de la fusión. La mente y el cuerpo están plenamente dedicados a fusionar dos seres vivos de procedencia y naturaleza distintas. Un porcentaje significativo de las horas transcurre en el dormitorio. Se trata de dar rienda suelta al ánimo de fusión amorosa. Claro que la pareja debe atender, también, a otros menesteres; pero su vida transcurre bajo el influjo de la fusión de los dos cuerpos para dar cauce al amor. El resto de sus actividades pasa por el filtro del ánimo de fusión recíproca. Esta etapa puede durar varios años.

La marcha de la evolución explica otro rasgo sorprendente del periodo de fusión del amor: su relativa brevedad. En promedio, el enamoramiento pervive durante el tiempo necesario para alcanzar los fines evolutivos. Es necesario que la pareja se mantenga el tiempo suficiente para engendrar y cuidar los hijos, lo que parece corresponderse con la sabiduría popular y la investigación de los psicólogos, que lo cifran en unos siete años.

Los circuitos cerebrales responsables del vínculo amoroso -los mecanismos subcorticales en la región de los ganglios basales de motivación y recompensa- son distintos de los activados por emociones como el impulso sexual. Lo que no quiere decir que la frecuencia y los modos de ejercer este impulso no influyan sobre el amor romántico. La escritora Claire Rayner, comadrona de profesión en los primeros años de su vida profesional, alude a uno de los errores cotidianos más comunes. Se trata de creer que un médico puede tranquilizar a un paciente ansioso por saber la respuesta sugiriéndole el número de veces que es «normal» hacer el amor. Es tan normal, desde un punto de vista clínico, varias veces por día, como por semana, mes o año. Los únicos hechos comprobados por la experiencia sexual son que cuanto más se practica más ganas se tiene de repetirlo y a la inversa; que el rechazo de un miembro de la pareja a las aperturas sexuales del otro tiene un impacto psicológico insospechado y que, a medio plazo, la abstinencia sexual afecta al vínculo del amor romántico.