Honduras
Puerta al mundo maya
Cuando tú creces, la humanidad crece
Entramos a Honduras y cerca de Choluteca paramos en un pequeño restaurante familiar. La madre cocina, el hijo mayor sirve, la hija limpia, los hermanitos menores juegan y el marido trabaja afuera.
Sólo nosotros estamos sentados, puede que sea porque es tarde o simplemente que hayamos sido los únicos comensales. Nos sirven corrido de pollo, plato que consiste en una presa de pollo, arroz blanco y frijoles. Les preguntamos si nos permitirían dormir en el auto junto al comedor.
La señora nos pide que aguardemos, sale a consultarle al marido y regresa con él:
–De ninguna manera, ustedes no pueden hacer eso. Nosotros los hospedaremos en una piecita que tenemos –nos dice el señor.
Por más que les comentamos que podemos dormir en el auto cómodamente, no quieren saber nada, y se ponen a acomodar una pieza alejada de la casa. Su construcción es bien simple: paredes de adobe, techo de paja y una puerta de tablas llenas de agujeros. Iluminados por una vela dormimos en una cama cuyo relleno no sé de qué será, pero es muy cómoda, rodeados entre bolsas de semillas, carretilla y herramientas. Nos encanta el lugar, el ambiente y sobre todo la bienvenida a Honduras.
Temprano nos duchamos en un pequeño baño que está aislado de toda la casa y que consiste sólo en tres paredes sin techo y una cortina que deja ver el interior. Nos bañamos con agua de pozo, fría, que uno le junta al otro con la bomba manual.
Tras el fresco baño ingresamos al comedor saludando a toda la familia, quien no nos permite pagar el desayuno argumentando que le hemos traído bendiciones: el auto parado frente al comedor atrajo a muchos que pasaban por la ruta, quienes se quedaron a comer.
Empiezan a escucharse preguntas de las mesas de alrededor de nosotros. Las primeras provienen de un señor que, tratando de usar un inglés muy quebrado, nos consulta de dónde somos:
–Somos argentinos y hablamos español…
–Ah, bueno, mister. Mi ser tu “frend”. “Güelcom” a Honduras –insiste con su inglés.
–Mil gracias por la bienvenida, pero somos de Argentina –le explicamos nuevamente.
–Habla bien “el mister” –comenta a su compañero de mesa.
–¿Buscan romper un récord para estar en el libro de los Guinness? –se escucha desde otra mesa.
–No, no es el fin. No queremos vencer a nadie, sólo ganarle un poco de vida a esta vida. Además el libro de los récords no incluye a todos ni a los más importantes, ¿sabes por qué? Porque hay algunos récords que venden más que otros.
–¿Quién tiene el récord de amar más en el mundo? ¿De ayudar más? ¿Y de más sueños cumplidos? Esos son récords que importan –agrega la dueña del lugar, feliz de ser la anfitriona y dirigiendo su mirada hacia todas las mesas.
–¿No se les rompe la carcachita? –se oye desde el fondo.
–Por ahora no, pero si se rompe se arreglará; es muy sencillo. La gente ayuda mucho: los mecánicos, los clubes de autos antiguos, siempre nos dan una mano y revisan si todo está bien.
–¿Qué pasaría si se te rompiera algo dentro del motor? –nos preguntan desde otra mesa.
–Dios y la Virgen no lo permitan –dice la patrona a la vez que se hace la señal de la cruz.
–Mira, yo creo que nos deberemos preocupar por esa rotura el día que se rompa. No me voy a hacer problema ahora por algo que no ha pasado y que quizás no pase nunca…
–Pero deberías estar preparado…
–Preparado estoy. Primero, porque no me invento problemas; segundo, porque sé que todo problema viene con una solución y tercero, porque me tengo fe a mí y también a Dios: sé que lo solucionaremos. Mientras tanto, disfruto el hoy sin tener problemas y sin imaginármelos.
–Pero deberías saber… –insiste.
–No seas tan pesimista, ¿quieres? –le gritan desde otra mesa. Ya estamos como en una charla de club.
–Este muchacho tiene razón. Deja que todo fluya, dale lugar a la energía positiva… –grita otro.
–¿Cómo cocinan? ¿Cómo lavan su ropa? ¿Dónde duermen?
–Comemos y dormimos, muchas veces, en casas de familias que nos invitan. De paso quiero que le den un gran aplauso a los dueños de este lugar, quienes nos invitaron a pasar la noche dándonos una muy linda bienvenida a Honduras –pido.
La señora se sonroja y dedica una reverencia a su público, que la aplaude. Cuando el salón se calma vuelven las preguntas:
–Pero ¿cómo conocen a la gente? ¿Son amigos?, ¿los contactan antes?, ¿cómo?
–Es llegar a un lugar y que la gente se nos acerque, más que nada por el auto. También por las inscripciones que están escritas sobre el auto. Las preguntas empiezan: de dónde venimos, adónde vamos, qué estamos haciendo, cómo y dónde solemos dormir... A esa última pregunta respondemos: “Donde nos inviten”, y enseguida alguien lo hace. No obstante, también son muchísimas las veces que espontáneamente nos ofrecen albergue. Otras, lo pedimos nosotros.
–Sí, pero... –quiere acotar el pesimista ante la mirada de todos– ¿cómo saben que no les robarán? No todo el mundo es bueno.
–Y ¿cómo saben ellos que no les vamos a robar? –contraargumento–. La gente nos abre las puertas de sus casas con el corazón y nosotros nos llevamos de ellos lo más valioso: su cariño.
–Disculpe mi indiscreción, pero ¿dónde se bañan?
–Pero ¿por qué preguntas tanto? Eso ya es preguntar cosas íntimas –le grita uno mientras se para.
–Aunque no lo crea, durante el viaje nos bañamos más que en casa –responde Cande–, y puede ser en un río, una casa o al lado del auto con un balde.
–¿Cuál es el punto final del viaje?
–El de este viaje, Alaska. Y en el viaje de la vida, el horizonte. Será hasta que llegue a él.
–Y ¿por qué este viaje entonces?
–Sólo por cumplir nuestro sueño, que con la ayuda que estamos recibiendo poco a poco se convierte en el sueño de todos.
–Cuando cumplas tu sueño no sólo estarás cumpliendo contigo mismo, sino también con quienes te han ayudado: con tus padres, con la vida, con el Creador y con el mundo. Realizando tu sueño tú creces como así también toda la humanidad –dice un hombre dejándonos a todos perplejos.
Nos paramos y la señora nos llena de besos agradeciéndonos habernos detenido en su comedor. Le dedicamos un libro y se lo dejamos como regalo. Todos salen para vernos arrancar el auto y levantan sus manos para saludarnos a la vez que nos gritan bendiciones.
Una razón de ser
Cruzamos Honduras casi de costa a costa para visitar su arrecife en el Caribe, y nos embarcamos en un ferry para llegar a Utila, una pequeñísima isla que consta básicamente de una calle principal transitada sólo por cuatriciclos y carritos eléctricos.
Está llena de gente de todas las nacionalidades que viene, especialmente, con ganas de bucear. Éste es uno de los lugares más bellos y económicos del mundo para hacerlo.
Conseguimos un cuarto con balcón ubicado sobre el mar turquesa y realmente económico. Nos hospedaremos durante una semana celebrando otra pequeña luna de miel.
Además de dedicarnos a bucear y a hacer snorkel, recorremos toda la isla a pie, que si bien es muy buena para el buceo, posee muy pocas playas.
Hay una pequeña, detrás del diminuto aeropuerto de tierra. Los colores de sus corales y los peces nos invitan a pasar horas y horas en el lugar. Todos los días vamos y vemos las mismas caras de siempre y otras que se renuevan.
Un grupo de seis italianos, que están aquí por primera vez, nos consulta sobre el mejor lugar para hacer snorkel. Les explicamos que primero tienen que nadar unos quince metros, luego caminar sobre un enorme banco de arena y que más allá encontrarán en el mar un arrecife maravilloso, con miles de peces para ver.
Cinco salen a la expedición, pero una de las chicas del grupo se queda rezagada, pareciera no tener muchas ganas de ir. Cuando ve que Cande se prepara para entrar nuevamente al mar, la chica un poco nerviosa le pregunta si puede ir con ella. Cande afirma sin problema.
La muchacha se pone su máscara y empieza a seguir a Cande, hasta que ambas llegan a la parte donde se debe nadar. Cande continúa alejándose sumergida debajo del agua a la vez que la italiana al empezar a nadar deja de avanzar. Se queda en el lugar moviendo sus brazos y su cabeza en una forma sin sentido y sin continuar. Cande la llama para que la siga, no puede ver su cara de terror, pero algo raro presiente porque la otra se sumerge y vuelve a salir a la superficie sin sacarse el snorkel. Cande nada hacia a ella lo más rápido que puede y cuando la alcanza, la chica, en su desesperación, la hunde. Tiene un ataque de pánico. No nada, sólo hace movimientos bruscos y al levantar la cabeza traga más agua por el snorkel. Cande logra arrebatarle la máscara permitiéndole inhalar una enorme bocanada de aire. Luego tose una y otra vez al mismo tiempo que Cande la tranquiliza y la trae, poco a poco, de vuelta a la playa.
La joven agradece algo que Cande todavía no asimila:
–Tante grazie, tante grazie –repite llorando asustada.
Cande no reacciona hasta a la noche, cuando volvemos a encontrar a la joven en la pequeña avenida y le reitera:
–Molto grazie, tante grazie novamente –le dice mientras abre sus brazos para estrechar a Cande.
“Nunca pensé tener la oportunidad de salvar una vida, de ser responsable de una. Actué sin saber lo que hacía, pero ahora caigo en razón. Vivir... es tan bello vivir. Actualmente para mí cada minuto que respiro, que disfruto, que río o que lloro vale oro. Todo cuenta en mi vida y ella es lo mejor que tengo. No me imagino perderla en un santiamén. Pero ella estuvo a punto de ahogarse. Felizmente me di cuenta y ahora se le presenta otra oportunidad –piensa Cande mientras caminamos por la calle principal–. Todo tiene una razón de ser, ¿cuál será la suya?”
Seguimos caminando, Cande medita un poco más sobre lo sucedido. “Hoy a mí me tocó salvar una vida, a Herman vivir la muerte de cerca en Ecuador y los dos fuimos parte de un nacimiento en Costa Rica”. Estos son episodios muy fuertes que nos ocurrieron en un lapso muy corto, que nos dan para pensar y aprender mil cosas a la vez...
Ruta Maya
Empezamos la Ruta Maya en Copan. Son nuestras primeras ruinas mayas y nos alucinan la calidad y belleza de las construcciones. Caminamos entre pirámides y templos viendo en cada lugar cosas inéditas para nuestros ojos. Nos recostamos en su plaza central llenándonos de su energía.
Nuestra próxima parada es en Gracias, un pueblo olvidado en la historia y perdido en la montaña, rodeado de plantaciones cafeteras. Recorremos sus calles adoquinadas, a los lados hay casas de portones y ventanales con rejas que nacen en el piso y acaban en el techo.
A la tardecita todos abren sus ventanas para que entre la fresca con la escasa brisa. Nos detenemos al ver, a través de una puerta, a un pintor que trabaja sentado frente a un gran lienzo.
–¡Qué lugar ideal para pintar! –le comenta Cande iniciando una conversación.
El pintor, un joven de barba oscura, enseguida nos invita a pasar, a ver sus pinturas y la enorme casa colonial. Nos cuenta que la construyó su bisabuelo para conquistar a su amor: le había prometido que le construiría una casa grande con el patio interno más amplio del pueblo en el que crecerían las flores de toda Centroamérica. Nadie creyó en sus palabras porque no era un hombre de fortuna, sin embargo él cumplió y se casó con su amada.
–¿Cómo pintas? ¿Tienes una forma particular de hacerlo? –pregunta Cande al joven admirando sus pinturas y con ganas de perfeccionar su estilo.
–Es relativo, como todo. No sé. Un día uso una técnica, al otro la cambio. En el colegio aprendí: “mi mamá me mima”, el orden de los factores no altera el producto, la gravedad es proporcional a la masa del cuerpo e inversamente proporcional a la distancia, Pi es 3,14, el agua es H2O, todos los cuerpos se expanden con el calor, todo movimiento insume energía… todo lo enseñado es así y no hay otra.
–No obstante, casi al finalizar mis estudios me enseñaron que hay una ley que dice que todo es relativo, incluso ella. Así que si alguien te dice que algo es así y que si no no es, es porque no llegó a estudiar hasta el final, si no sabría que todo lo que aprendió es relativo.
Por lo tanto, no tengo una forma de hacer las cosas, pinto relativamente. Este mismo aprendizaje lo transporto a mi vida, he aprendido que nada es seguro ni para siempre, que todo lo que somos y sabemos hoy mañana puede ser historia. Todo es relativo.
–¿Quieren comprar manzanas? –interrumpe una niña preciosa que se asoma por la ventana con un canasto lleno de frutas rojas. Le compramos tres y va tan contenta como luce su vestido de alegres colores.
Una vez de vuelta en Tegucigalpa, visitamos la embajada argentina donde nos reciben y nos hospedan. También nos recargan con kilos de yerba mate. Nos habíamos quedado sin yerba días atrás y la tradición de manejar por nuevos caminos mientras Cande ceba, charlando, es lo que nos tiene conectados con nuestro origen, con casa. Como que no estamos tan lejos.
Dos turistas que conocimos nos contaron que para entrar a El Salvador tuvieron que pagar mucho dinero por su vehículo. Entonces nos presentamos en la embajada antes de entrar al país y le pedimos que nos hagan una carta de recomendación, sobre todo para ver si podríamos evitar dicho pago.
Salimos para El Salvador con nuestra carta que sin ningún problema redactaron. Pero nos aclararon que no exceptúa de ningún pago o multas. Allá vamos, El Salvador...