7

Tenía que trabajar, hacer cortes de pelo, embellecer cabezas, aunque yo mismo me sentía un poco desgreñado.

—¡Queda fantástico! —elogió mi clienta Eva Schwarz la melenita que le había cortado—. ¡De verdad que eres un artista!

Qué trabajo tan estupendo tengo, tanto más en comparación con esos profesores y catedráticos que se hacen la competencia, son tan venenosos y se amargan la vida unos a otros.

—Y al final le digo a Birgit: ¿por qué no vas a Prinz? Dime, ¿no puedes hacer una excepción con ella? Le daría tanta alegría. Y de verdad que ahora hay que hacer algo con ella.

Me dejé capturar de buen grado por la nube de zumbido y cháchara. ¡Eva y sus zalamerías! ¡Cuando me acuerdo de cómo se comportaba entonces, cuando todavía era redactora jefe, lo parca en palabras amables que era! Pienso en cuándo empezó a cambiar. Tendría que preguntar a Bea. En mi opinión, fue cuando la despidieron de Vamp a causa de la disminución de las ventas, y se dedicó como principal ocupación a su pasión esotérica, las piedras. Hijos no tenía. Pero tal vez estoy haciendo asociaciones totalmente equivocadas.

—¿Tomamos una copa de champán? —preguntó.

—Oye, también tenemos una tisana muy buena —contesté.

Kerstin sonreía y estaba por encima de todo, incluso de las prioridades que su jefe establecía. Yo aún no había hablado con ella, aunque el asunto parecía importarle mucho. De todos modos, ella tampoco me había vuelto a preguntar.

Cuando Eva se marchó y Kitty apuntó una cita para «Birgit» y añadió el apéndice «NCR», «nueva clienta recomendada», a Lissy, que padece una crónica falta de efectivo, le corté otra vez las puntas, gratis. Justo iba a decirle a Kerstin que fuéramos a mi despacho cuando me reclamaron al teléfono.

Miré el reloj. Era casi la hora de cerrar.

—Soy yo —dijo Régula, a la que me imaginé acomodada en su sillón favorito. Con la tarifa plana, se pasaba al teléfono el tiempo libre que le quedaba gracias a la au pair, y como más le gustaba pasarlo era conversando conmigo durante horas.

—Precisamente estaba pensando en llamarte —mentí—. ¿Qué tal? ¿Qué hace Rosemarie?

—¿En qué líos os habéis metido?

—Ni siquiera llegué a verlo. Todo fue muy rápido. Por desgracia ya no tuve posibilidad de intervenir.

—Christopher y yo hemos decidido darle esta oportunidad. Cualquier otra cosa sería injusta. Pero ahora no se trata de eso. Quería hablar contigo de algo completamente distinto. Mamá ha vuelto a aplazar nuestra cita.

—¿Y qué?

—Dice que «aún no tiene todos los documentos». ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

—Ya conoces a mamá. Quiere estar preparada. Para ella, nuestras reuniones son como una presentación en la que no debe dejarse nada al azar. Cuando se trata de negocios no quiere cometer ningún error.

—¿Qué presentación? ¿Qué negocio? —inquirió Régula.

—No me sorprendería que se tratara de esos materiales de decoración con los que trabaja Monsieur como interiorista. Hace poco vi algo de eso en una revista y pensé: anda, pues Monsieur no tiene mala mano para la ambientación.

—¿Por qué lo dices? ¿Te ha dicho mamá que quiere comerciar con cortinas y tapicerías?

—Pura especulación —respondí—. Pero ¿qué pasa? ¿Hay algún problema?

—No estoy en absoluto de acuerdo con eso. Si resulta que tienes razón, sería volver a malgastar un dinero que no le pertenece a ella en absoluto. Pertenece a la empresa.

—Pero da lo mismo. Lo principal es que se divierta.

—Ya es bastante malo que aún nos esté persiguiendo esa máquina de destruir dinero, esa fábrica de caramelos. Una aventura tras otra, ¿y por qué? Porque tú y mamá os aburrís.

—No sabemos aún nada concreto. Tal vez se trate de un proyecto completamente distinto. Quiero decir, algo que de repente resulte superlucrativo. Lo de la decoración de interiores no es más que una idea.

—¡Ingenua de mí, yo que creía que se trataba simplemente de casarse! Reunir los documentos, claro, pensé yo: para el Registro Civil. Al fin y al cabo, los dos se conocen desde hace casi un año entero. ¿No dices nada?

—Sería una catástrofe.

—¡Sería una maravilla! ¿Cuánto hace que murió papá? ¿Diez años? Sería estupendo saber que mamá no va a pasar su vejez sola con los viejos Berg en esa enorme casa.

—Perdona, pero lo último que necesitamos es un nuevo cabeza de familia.

—¿Cómo se te ocurre semejante cosa? Aquí se trata de mamá y de su felicidad.

—Por eso precisamente no debe casarse. Y yo pensando en asuntos de negocios, qué estúpido. Era justo lo que me faltaba.

—Si se casara, quizá cambiaría de idea y no estaría siempre metiéndose en esas historias de negocios que se le ocurren. Bueno, no te sulfures… Hola, Rosemarie.

—No me sulfuro.

—Nuestra au pair está sencillamente radiante. Perdona, Tom, ¿qué habías dicho?

—¿Por qué está radiante? ¿Cómo se encuentra después de todo aquel alboroto?

—¿Rosemarie? De maravilla. Está lanzada del todo.

—¿Eso quiere decir que no ha salido huyendo?

—¿Huyendo? Pero si acaba de empezar.

—¿Y qué pasó con la bofetada?

—¿Qué bofetada? No, estoy hablando de su trabajo. Una especie de ayudante de esa catedrática, esa…

—¿Mara Markowski?

—Cinco horas a la semana. Pero tiene que organizarse para compaginarlo con su trabajo como au pair aquí en casa. En caso necesario también puedes echar una mano tú. El próximo miércoles, por ejemplo, hay que recoger a Jonas de la clase de gimnasia.

—¿Es que Rosemarie tiene un empleo con la catedrática?

—De verdad que es increíble. No sé cuánto tiempo tardé en conseguir mi primer empleo cuando estaba estudiando en la universidad. Pero, oye, ¿qué historia es esa de una bofetada?

Cuando colgué el teléfono, las luces del salón estaban apagadas y Kerstin se había marchado. Pues hasta mañana.

Kitty estaba ordenando facturas, no, cedés. Si no pusiera orden, el salón se sumiría en el caos. Otras cosas, por el contrario, aparentemente se regulan por sí solas. No hace falta intervenir.

Kitty se pasó a la silla más cómoda.

—¿Va todo bien? —me preguntó.

—Puede que mi madre quiera casarse y que Stephan quiera ser padre.

—¿Y Rosemarie?

—Ya no es sólo estudiante, sino que trabaja entre todos los catedráticos, profesores y alumnos. ¿Te lo puedes creer?

—Entonces todo va de fábula —concluyó Kitty.